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miércoles, 28 de septiembre de 2022

La Profecía del Mal: Capítulo 2

 Ignorancia


―Has descubierto que portamos una poderosa magia y, sin embargo, lejos de temer ahora quieres saber.

Claire frunció el ceño. Aquella voz, la suya propia, resonaba con burla entre las sombras.

―Todos estos años te has mantenido ajena al conocimiento. Lo has ignorado a cambio de tu seguridad, de nuestra seguridad ―instintivamente, Claire buscó la fuente de aquella voz, pero parecía proceder de todas partes excepto de su propia garganta―. Extorsionada por el miedo has cumplido dicha tarea de forma excelente. Y ahora, tras el pánico y la batalla quieres saber. ¿Por qué?

―Porque la ignorancia es muerte más allá de mi hogar ―respondió Claire.

Por experiencia, sabía que callarse solo conseguiría que la voz liberara las garras. No, era mejor darle conversación hasta aburrirla, permitiendo que marchara en relativa paz. Aun así,  mantuvo un vistazo vigilante a la nada que la rodeaba. Con angustia, comprobó que la oscuridad era tal que ni siquiera veía sus propias manos. Le costaba tragar saliva. Sentía la misma presión que cuando había mucho méner, mucha magia, en el ambiente. Probablemente la había.

―No puedo seguir negando que soy maga, estos sueños son una demostración de ello ―la voz hizo una exclamación de fingido interés y Claire siguió―. Mis propios amigos lo son y yo misma maté a un animal con este poder. Por mi bien debo…

Una carcajada cortó su recién descubierta motivación.

―¿Qué…? ¿Qué te hace tanta gracia?

―Que enumeres méritos ajenos como si fueran propios ―la sorna de su tono le provocó un escalofrío―. Tú, que ni siquiera sabes quién eres, no deberías apropiarte de lo que desconoces, y más cuando puedes seguir lamentándote gracias a mí.

Sus labios no lograron dar con una respuesta rápida.

―Fuiste tú… ―balbuceó―. ¿Fuiste tú la que me salvó?

―Por desgracia no tuve más opción. Mi existencia está ligada a la tuya. Por mucho que me duela, necesito que sigas respirando.

―¿Permitiste que hiciera magia?

La voz volvió a reír.

―No, tonta. Tu miedo lo ha estado impidiendo todos estos años.

―Miedo que me provocabas tú, ¿verdad?

―¡Si sabrás pensar y todo! ―Claire apretó los dientes y reprimió una respuesta, pues la voz siguió―: Ya lo sabías, solo buscabas la confirmación, ¿verdad? Pues hay una razón para mis actos. Es por nuestra seguridad, por una promesa que eres incapaz de recordar, como tantas otras cosas. Tampoco mereces conocer de esta, así que ahórrate las preguntas.

Claire miró a su alrededor, esperando las garras. No esperaba un golpe bajo y debería haberlo hecho. Su frustración era tal que deseaba marchar ya, aunque fuera arrastrada por las garras. Por supuesto que había atribuido su miedo a sus pesadillas, pero estas seguían siendo sueños. ¿Tanto impacto tenían en la vigilia?

Había una forma de comprobarlo.

―Libérame del miedo.

―¿Perdón?

―Libérame del miedo ―repitió―. Déjame acceder a nuestro poder y comprobar las diferencias entre la ignorancia y el saber. Hasta entonces, no creeré en esa “promesa olvidada”. Además, tú misma has empezado a levantar esa prohibición, ¿no es así? He saboreado la curiosidad porque tú también la sientes.

A pesar de la negrura que devoraba su cuerpo, cegaba sus ojos y oprimía su pecho; Claire sintió que aquella voz sonreía. Era una sonrisa que carecía de la amabilidad de Blake o la calidez de Ángela. Era calculadora, era despiadada.

Y nacía de su interior.

―Me duele admitirlo, pero tienes razón… aunque no por lo que crees. Las tornas han cambiado, mi vasija. El silencio me inquieta, así que requiero de un recipiente que conozca los peligros más allá de este insulso pueblo. Necesitarás poder. Necesitarás saber. Pues, aunque las posibilidades sean remotas, si podemos… tendrás que valerte por ti misma para devolverle el favor.

Gritó. Sus manos ahora desaparecieron tras el blanco filo de las garras. Su claridad era tal que cegaba entre la oscuridad. Forcejeó por instinto, aunque la razón le recordara la inutilidad de tal acción. Dolió cuando la atraparon, dolió cuando la arrastraron.

―Dejaré que experimentes conocimiento y magia sin mis palabras, mi reflejo. Espero que a nuestro reencuentro hayas logrado grandes cosas… Aunque tampoco tengo mucha esperanza en ti ―Claire volvió a gritar, pero su angustia no rivalizó con las carcajadas de la voz―. ¡Hasta pronto!

Entre el negro, solo se distinguía los cepos que la arrastraban a ninguna parte. Sus brazos, su torso, incluso su voz acabó devorada por aquella nada cada vez más pesada.

Y por fin, un ruido la llamó a la realidad.

 

 

Abrió los ojos de par en par, y el martilleo a la puerta terminó de devolverla a su habitación. Sorprendida, comprobó que no le dolía la garganta y que ni siquiera había jadeado de miedo. Hasta su despertar, su cuerpo no fue consciente del terror de sus pesadillas.

La urgencia de la puerta la instó a levantarse de la cama, ya espabilada por el ruido y el susto al final del sueño. Al descorrer las cortinas, se sorprendió al ver que apenas amanecía.

«¿Y este madrugón, Blake? ―pensó, dirigiéndose hacia la puerta―. Creo que jamás te he visto despierto tan temprano. Supongo que será cosa de tus padres».

Un atisbo de remordimiento cruzó su mente, ya que la temprana visita podría deberse a la preocupación de la pareja. Si aquel era el caso, lamentó tanto su desasosiego como su compañía, pues su último sueño requería una charla a solas con Blake.

Abrió la puerta y descubrió que tendría que aplazar la sesión de terapia onírica, no por la presencia de los Sanadores, si no por los desconocidos que recibió. Los tres iban armados con lanzas de punta plateada, no las porras de la policía al servicio del Reino. En sus uniformes encontró un símbolo que reconoció por las enseñanzas de su infancia: un yelmo plateado sobre una estrella de ocho puntas. Era el signo de la Guardia Central, el brazo de la ley del Consejo Mágico. Mientras asumía aquella escena, la persona al frente le preguntó:

―¿Es usted Claire Máline, residente de Máline?

―Solo uso Claire ―murmuró rápidamente―: Pero sí.

Logró devolverle la mirada a aquella persona. Tenía un nombre femenino en su placa, una mujer. Tras ella había alguien con nombre compuesto y su camarada tenía uno típico neutro: un nombre de nacimiento.  

Este últime le comentó algo en voz baja a su compañero. Aunque sus palabras no llegaron a oídos de Claire, por su actitud pudo imaginarlas: Su apellido impostado delataba que carecía de familia, y su palidez que era forastera.  

―Una alerta ha dado voz al extraordinario potencial mágico que posee, lo que la pone bajo sospecha de ser Candidata a Elegida de la actual Profecía. Por ello, será acompañada a la Sede del Consejo Mágico más cercana, la Sede Sureste, para verificar si su poder es digno de tal cometido. Por favor, acompáñenos.

El tiempo volvió a detenerse a ojos de Claire. Su corazón se paró abruptamente y su respiración se contuvo a mitad de la exhalación. Tanto el color como su mente permanecieron con ella, sus pensamientos repitiendo aquellas palabras una y otra vez.

Candidata a Elegida… ¿Cómo? Ni siquiera sus amigos la habían visto hacer magia, pues llegaron después. Suponiendo que se lo habían contado a sus padres… ¿Habrían dado estos el chivatazo? No, no podían haberla traicionado así. Tanto la familia de Blake como la de Ángela la conocían de toda la vida, la querían. No serían capaces.

En algún momento, el granate y gris de los uniformes ante ella le recordó que el tiempo seguía su curso. La mirada de la guardia, con intención amable pero igualmente apremiante, la instó a asentir y dejarse conducir hacia el coche de caballos que la esperaba al final del camino. Ni siquiera preguntó por cambiarse de ropa o recoger algo de equipaje, pues el torbellino de pensamientos en su mente le hizo olvidar el frío matinal.

Entre teorías y posibilidades nació la idea de escapar. Si pudiera parar el tiempo de verdad, tal y como el día anterior… Pero un vistazo a sus captores le hizo descartar aquella idea. A pesar de su agilidad y magia, se enfrentaba a personal entrenado: acabarían encontrándola e incluso podrían añadirle cargos por eludir a la justicia. Sus recién descubiertos poderes tampoco eran una elección. Si bien quería probar la libertad prometida en su sueño, temía descontrolarse como Ángela. Ignoraba como usar sus dones y estos eran potencialmente letales, mejor dejarlos para situaciones de vida o muerte. 

Sumida en sus pensamientos, subió al coche dócilmente. Allí, la líder le mostró unas esposas y, con amable profesionalidad, le explicó:

―Debo ponerte esto, es por precaución y protocolo. Sentimos las molestias.

No tenía otra opción, así que Claire tendió los brazos y dejó que le pusieran aquellos extraños brazales negros. Casi al instante, notó como sus fuerzas flaqueaban, teniendo que esforzarse por no caerse. Tardó unos segundos en acostumbrarse a aquella extraña debilidad y sentimiento de contención.

―Son brazaletes de inhibición, bloquean la manipulación del méner―le explicó la guardia, con un ligero deje de preocupación―. También se llaman “esposas anti-magia” por ese motivo. De nuevo, sentimos las molestias.

Por suerte, no tardó en acostumbrarse a aquel raro bloqueo y durante el trayecto se dedicó a mirar por la ventana. La líder y une de sus compañeres la escoltaron dentro del compartimento con seria profesionalidad, mientras el otro hacía de cochero. No preguntaron nada más. Su misión se limitaba a llevarla hasta la estación de tren, como le comunicaron al poco de marchar.

Las calles estaban más vacías que el día anterior, probablemente por la hora y el frío matutino. Igualmente, aceras y calles se alumbraban por farolas alimentadas por fuego elemental, y de algunos hogares se entreveía la luz de lámparas encantadas. Máline no era grande, así que la estación cubierta de nieve y escarcha, hermosa a pesar de su simpleza, pronto apareció tras el cristal. La visión de aquel lugar, construido en piedra oscura y madera ennegrecida por el paso de los años, adquirió un funesto significado para ella.

El coche se detuvo suavemente y su escolta la ayudó a bajar, guiándola después al interior del edificio. La vieja estación carecía de pasajeros y estaba llena de guardias y policía armada. Un reloj con el cristal lleno de polvo marcaba las ocho y cuarto. En el andén esperaba un único tren, el más hermoso que Claire hubiera visto jamás (aunque tampoco había podido contemplar demasiados). Era de hierro oscuro y decoraciones en placa verde, con ligeros grabados dorados bajo las ventanas. Pudo entrever su interior a través de ellas, elegante y acogedor. También parecía haber guardias dentro, así que Claire apartó la vista y entonces cruzó miradas con Blake y Ángela.

Su escolta le quitó las esposas y dejó que se acercara a sus amigos. También iban en pijama, aunque cubiertos por chaquetas. Claire lamentó no haber cogido abrigo.

―¿Nos han traído por lo de ayer? ―les preguntó entre susurros.

―Eso estábamos discutiendo —respondió Blake, encogiéndose de hombros—. Parece lo más probable.

—Entonces fue mi culpa ―siguió Ángela, temblando de frío―. La única pista que tienen son los cuerpos… Bueno, las cenizas. Y ningún encendedor o mago del pueblo dio la alarma, así que entiendo que sospecharan de mí ―suspiró y centró la mirada en sus amigos, como si de repente descubriera que estaban ahí―. ¡Un momento! Entonces, ¿qué hacéis aquí?

―Porque no conocen al autor del cuerpo monocromo ―respondió Claire, al mismo tiempo que ella misma se daba cuenta― y Blake y yo somos los principales sospechosos por llevarnos contigo ―Ángela bajó la cabeza, casi avergonzada, y Claire se giró hacia Blake―. Lo siento por haberte… por haberos involucrado en esto. Es mi magia la rara, ¿no?

―No, no es eso. No tenéis nada de lo que disculparos, chicas ―negó Blake. Puso una mano en el hombro de cada una―. Tu magia es peculiar y la de Ángela poderosa, sí, pero en circunstancias normales no estaríamos aquí ninguno de los tres. Ya oíste ayer en el bar, están desesperados y ven Elegides en todas partes. Solo ha sido mala suerte.

Blake les dedicó una sonrisa tranquilizadora que pareció funcionar. Ángela asintió, desterrando la culpa de su rostro, y Claire se permitió guardar sus temores.

―Solo ha sido mala suerte y desesperación ―insistió él―. Quiero decir, míranos. Nos han sacado de casa en pijama, sin dejar que nos acompañaran nuestras familias. Apenas pude despedirme de Blumy y odio dejarle solo con mis padres. Nunca le dejan salir al jardín por si se come las flores… ―suspiró y miró a Claire. Un pensamiento desterró su abatimiento―. Bueno, al menos no será para tanto. Pasaremos unos días en la Sede y volveremos tan tranquilos.

―Por suerte nos tenemos a los tres ―apuntó Claire.

―¡Exacto! ―una sonrisa pícara cruzó el rostro de Blake―. Podríamos usar esta oportunidad para seguir con tu educación.

Claire tardó en devolverle la sonrisa. Había notado un titubeo en su voz.

―Es verdad, ¡podemos explicarte el funcionamiento del Consejo de primera mano! ―exclamó Ángela, bastante más emocionada que ella―. Bueno, puede que no sea tan emocionante como aprender magia, pero…

El entusiasmo de Ángela fue interrumpido por la llegada de un guardia.

―Disculpad, debéis subir al tren. Ya es la hora.

La escolta se dividió con la inminente partida. Un par de guardias acompañó a Claire y sus amigos a uno de los vagones y el resto se distribuyó a lo largo del tren.

«Extraño ―pensó, mientras le tendían una mano para subir―. Al final será cierto que las esposas eran por protocolo, al igual que el volumen de la escolta. Supongo que a sus ojos solo somos críos. ¿Cambiaría si supieran lo que hizo mi magia…?»

Sus funestas cavilaciones desaparecieron al contemplar el interior del vagón que, por la expresión de sus amigos, entendió que era realmente lujoso. El material predominante en las decoraciones era madera oscura, con motivos florales tallados. Los asientos estaban cubiertos por cojines verdes, color que también se extendía por el papel de las paredes. La iluminación era cálida y, si no fuera por la estación tras las ventanas, Claire habría pensado que se encontraba en el vestíbulo de un hotel, de una mansión tal vez. Nunca había pisado ni uno ni otro, pero supuso que lucirían similares.  

Al ver cómo Claire contemplaba sus alrededores, el guardia más cercano explicó:

―Este es un tren de uso exclusivo para el Consejo, específicamente para conducir a candidates a Elegide a la Sede Sureste. Lleva funcionando durante más de seis Profecías ―la mirada del hombre acompañó a la de Claire, que se detuvo en un par de mesas al fondo―. Allí tenéis desayuno y luego os serviremos almuerzo. Ser candidates a Elegide es un honor, así que acudid a nosotros si necesitáis cualquier cosa.

«Un honor ―se repitió Claire, mientras el hombre se reunía con su compañero en un par de asientos―, dice mientras marchamos sin pertenencias ni la despedida de nuestras familias. Extraño concepto del honor tienen aquellos al servicio del Consejo».

Antes de servirse el desayuno, los guardias les tendieron ropa de recambio. Claire lo agradeció mentalmente y Ángela expresamente, y ambas coincidieron que habría sido extraño visitar una sede del gobierno en pijama. Condujeron a cada joven a un compartimento distinto para cambiarse. Las prendas eran bastante básicas: pantalón y zapatos oscuros, junto a una camisa gris con la estrella de ocho puntas en el pecho, símbolo del Consejo.

Al probársela, Claire hizo una mueca al comprobar que era tela fina, apropiada para el acogedor calor del tren, pero no para el crudo invierno del exterior. ¿Estarían viajando a un lugar más cálido? Por si acaso, tomó la chaqueta oscura que venía con el conjunto y se la puso sobre los hombros. Por un momento, echó en falta su bufanda azul y lamentó no haber podido llevársela.

El compartimento era pequeño y compartía la estética del vagón-recibidor. Al sentarse en la cama, se dejó caer y la comodidad la tentó a dormirse. Lo descartó enseguida. Ahora mismo necesitaba la compañía de sus amigos, no la de sus pesadillas, por mucho que estas la tentaran con pedacitos de información. Además, de nada le serviría dormir si aquella voz dijo que se ausentaría por unos días.

Decidió volver al vagón común y remediar su cansancio con café. Sus amigos también se habían cambiado y Ángela llevaba dos tazas en sus manos: chocolate caliente para Blake y café con leche para ella. Tras dejarlas en la mesa y dedicarle una sonrisa a la recién llegada, volvió junto a Blake para contemplar cómo apilaba comida en un plato ya rebosante.

―Todavía no me creo que seas capaz de comer en un momento así ―comentó Ángela, sin una pizca de asombro. Ni se inmutó cuando un tercer bollito alcanzó la cúspide de la montaña de galletas―. ¿Cómo lo haces?

―Es sencillo, mi estimada Ángela ―respondió con dramatismo y sin mirarla, ya que tenía la atención puesta en equilibrar el nuevo bollito―. Pillo comida, la pongo en el plato y después me la como. El segundo paso es ligeramente más complicado que el resto por mi avaricia, pero distribuirlo con otro plato sería una afrenta a mi honor.

―Ahí te cabe una magdalena para mí ―señaló Claire.

―Y dos…. Bueno, tal vez no. No, no, ¡no…!

La inestabilidad de la montaña de hidratos convenció a Blake para distribuir el contenido en un segundo plato junto a Claire, que ambos llevaron a la mesita que escogió Ángela. Aunque la ausencia de carnes denotaba que Blake escogió el desayuno, se había preocupado en poner dulces que les gustaran también a sus amigas. Las galletas de crema de cacahuete impresionaron a Claire, y Ángela les dedicó un aprobado alto a las tartaletas de frutos rojos. Por recomendación de Blake, Claire aceptó abrocharse el cinturón de los asientos.

―¿Esto nos salvará si el tren se sale de las vías?

―Sí, ayuda a tenerlo fijo en los raíles ―Blake puso los ojos en blanco―. Solo abróchate. Soy hijo de Sanadores, me tomo la seguridad muy en serio ¿vale?

Como si afirmara las palabras de Blake, el tren dio una sacudida que asustó a Claire, calmándose solo cuando siguió la mirada de Ángela hacia la ventana. Estaban saliendo de la estación, despacio, como si la propia maquinaria quisiera despedirse de la modesta Máline. Las farolas eran puntos de luz entre la niebla y el vapor del tren, cada vez más lejanos conforme la fría blancura las engullía. La ventana estaba helada, y los dedos de Claire se quedaron pegados en ella por unos segundos. Había empezado a llover, y las gotas de agua parecían competir en su carrera sobre el cristal. A través de la llovizna y la nieve, Claire vio como el pueblo que la acogió se alejaba cada vez más deprisa y una extraña sensación se apoderó de ella. El vértigo y la aguda nostalgia le hicieron preguntarse si alguna vez volvería a Máline, y en seguida negó con la cabeza ante el dramatismo de la duda.

Tras un último vistazo, Máline desapareció entre la marea verde y gris que formaban los árboles que la rodeaban. Como si el propio bosque hubiera devorado el tren.

Volviendo la vista al interior del vagón, Claire comprobó que su escolta cercana seguía siendo de dos personas, ambos hombres. Se mantenían al margen, charlando tranquilamente, sin prestar demasiada atención a los jóvenes.

«Tampoco es que les hiciera falta ―pensó Claire―. No vamos a saltar del tren para huir. Las ventanas están selladas… y no estamos tan locos».  

Seguía siendo raro así que, tras comprobar sus distancias, susurró:

―Oye, ¿no os parece poca vigilancia? Hay como treinta guardias y solo dos aquí.

―Son suficientes para nosotros ―contestó Ángela―. El grueso de la escolta es para protegernos, no para supervisarnos o impedir nuestra huida.

―¿Protegernos? ―repitió Claire―. ¿De qué?

―Es complicado ―siguió ella. Su característica vivacidad cambió a una expresión reflexiva mientras encontraba las palabras adecuadas―. Aunque Máline y la mayoría del Reino de Sidera está lejos del conflicto armado, el mundo entero es un campo de batalla. La aparición de la nueva Profecía y sus Elegides se presentó como un punto de inflexión a la contienda, y los tres Bandos les desean por distintos motivos. El Consejo Mágico, sin ir más lejos, pretende emplearles como armas de guerra para lograr la victoria.

Claire parpadeó. Había escuchado fragmentos sobre aquel tema a lo largo de su vida en Máline. No terminaba de sorprenderle, pero seguía siendo inverosímil.

―Quieren usar niñes para luchar en la Guerra. ¿En serio?

―Bueno, técnicamente niñes ya no son ―apuntó Blake, encogiéndose de hombros―. El tiempo de Elección de las Profecías es de cinco años y esta salió hace veinte, por lo que les Elegides tienen entre quince y veinte años actualmente. Hace tiempo que habrán escogido su nombre binario o compuesto u optado por mantener el primer nombre, neutro. No obstante, la costumbre dicta hablar de Elegides y candidates de la Profecía con la e ―chasqueó la lengua―. Acabo de caer en que cumplimos el requisito de la edad.

―Sigue siendo bastante dudoso moralmente ―suspiró Claire.

―No lo niego. Es más, las malas lenguas dicen que incluso aprovechan la búsqueda de Elegides para incorporar a les candidates como aprendices del Consejo o ejército ―Claire abrió los ojos con sorpresa y Blake la calmó forzando una sonrisa despreocupada―. No sé cómo será en el caso de les Elegides, pero no pueden obligarnos a luchar siendo civiles. No te preocupes.

―Es cierto, aunque dudo que solo sean rumores ―añadió Ángela, en voz notablemente más baja.

―Bueno, que intenten enrolarnos a ver qué pasa ―rio Blake―. Me veo el primer día de entrenamiento yendo a la enfermería con el pelo quemado.

Un puntapié “cariñoso” le robó una exclamación a Blake.

―¡Ay! Vale, lo siento, lo siento.

Una pequeña discusión saltó entre los dos. Claire no participó, recogiéndose en si misma para memorizar bien aquella información. ¿Tanto poder tenían les Elegides como para ser empleados en la Guerra? ¿Por eso el Consejo parecía tan desesperado en encontrarles?

Ángela asintió cuando verbalizó aquella pregunta.

―Eso se dice, pero no es algo único a esta Profecía. Quiero decir, todas han dado mucho poder a sus Elegides, solo que esta vez parece centrarse en su aptitud para el combate.

―Porque les convertirá en monstruos ―siguió Claire, y Ángela desvió la mirada, visiblemente incómoda. Había visto aquella expresión cientos de veces entre sus vecinos al salir el tema―. Entiendo entonces que la prisa del Consejo no es solo para emplearles en la Guerra, sino para evitar también que los otros Bandos hagan lo mismo.

―Sí y no ―contestó Blake, con cautela―. No descartaría que compartiéramos intenciones con los Neutrales, pero los Metaloides buscan abolir la magia. Sus leyes, que en muchos de sus países también son mandamientos religiosos, prohíben el uso de cualquier cosa que moldee la energía mágica conscientemente, por lo que quieren matar a les Elegides por más motivos que dar ventaja al Consejo ―Claire frunció el ceño, mirándole con interés―. Se declararon culpables de un par de atentados en Derakonia con candidates: nunca llegaron a sus Sedes para la comprobación.

―Los asesinatos a candidates son escasos y normalmente ocurren en las fronteras. La mayoría de Elegides nacen en el Bando Mágico por eso de que el Talento desbloqueado se hereda ―siguió Ángela―. Es posible que nazcan magues con padres de Talento bloqueado, pero es mucho más raro. Antes que en el Bando Metaloide, probablemente les Elegides nacieron entre Mágicos o incluso Neutrales, aunque estos son menos numerosos.

―Y en el Reino de Sidera no ha habido ningún atentado porque estamos lejos del continente Metaloide ―Blake dejó la taza en la mesita para desperezarse―. Bueno, ha sido una primera clase de magia y geopolítica bastante intensa. ¿Cómo la llevas, Claire? ¿Alguna pregunta más?

Claire meditó su propuesta unos instantes. Durante aquella conversación, el humor de Ángela había convertido su sonrisa en una mirada funesta. La joven había intentado ocultarlo, centrándose en su desayuno y evitando mirar a sus compañeros, pero Claire siguió notando la tensión de sus hombros y la inquietud en sus ojos oscuros. Aunque decía reconfortarse en la estadística, le incomodaba el tema de la Profecía.

En cambio, Blake parecía tranquilo. Era tranquilo en sí. Pocas cosas podían alterarlo y, al parecer, aquella conversación no era una de ellas. Incluso en la pelea de ayer logró enmascarar sus nervios hasta que le pidió huir y el miedo se reveló en sus suplicantes ojos.

La conversación de ayer le ayudó a entender ambas posturas. Ángela expresó sus temores hacia su magia, difícil de controlar, por lo que comprendía que temiera y asociara aquel poder al de una Elegida. Pero Blake… No, en serio. ¡¿Cómo podía estar tan tranquilo?!

―¿Cómo estás tan seguro de que no eres un Elegido?

Blake parpadeó antes de fijar la mirada en Claire. Su sorpresa era genuina.

―Mm… Porque si me estuviera convirtiendo en un monstruo ya lo habría notado, no es un cambio del día a la noche. Como no ha ocurrido, sé que no lo soy ―Blake se encogió de hombros―. Quiero decir, no me han crecido garras ni tengo sed de sangre o algo así. Es más, soy un humilde vegetariano con sed de chocolate. Este está realmente bueno.

Terminó de hablar con una sonrisa y se apartó unas migas de galleta de la mejilla, antes de volver a su taza. Ángela, quien había estado vigilando a los guardias innecesariamente, volvió por fin la cabeza hacia sus amigos. Claire pensó en repetir la pregunta, pero se contuvo al recordar su incomodidad ante el tema.

Por eso se sorprendió cuando ella contestó igualmente:

―Yo es que soy demasiado guapa para ser una Elegida ―Claire sonrió y casi se le escapó la risa cuando Blake se atragantó con el chocolate―. ¡Blake, te va a caer otro puntapié!

―¡Es que no me lo esperaba! ¡Ja, ja! ¡Lo siento! ¡Ay!

―Si normal que no temas ser un Elegido con lo tonto que eres. Así ha salido Blumy ―ahora fue el turno de Claire para reírse, y Ángela le dedicó una cálida sonrisa―. Sé más positiva, Claire. Tú que eres tan racional, recuerda que la estadística está de nuestra parte. Si no, alude a tus sentimientos: tú tampoco te sientes como un monstruo ¿verdad?

El recuerdo del cadáver monocromo volvió a la mente de Claire. Había muerto muy rápido… De forma casi indolora, se atrevió a pensar. No parecía un acto cruel como su mente sugería que actuaría un monstruo.

―No, no me siento como tal.

―Entonces no tienes por qué preocuparte. Tómatelo como un viaje entre amigos, tu primera vez fuera de Máline. Si quieres, en volver lo celebramos con una fiestecita.

Claire asintió y volvió la vista a la ventana, distraída. Apenas recordaba los mapas del Reino desde las clases en su infancia, pero dudaba que le sirvieran para localizarse en ellos. Tras el cristal solo veía bosques de ramas y hojas oscuras. Había notado el descenso montaña abajo del tren, por lo que no le sorprendió la desaparición paulatina de la nieve. La niebla, en cambio, seguía presente, acompañada de una lluvia que amenazaba con convertirse en un potente aguacero.

El traqueteo del tren y el tenue sonido de la lluvia sobre su ventana se mezclaba con las voces de sus amigos, transmitiendo a Claire una calma que, dada su situación, le sorprendió gratamente. En algún momento, su mente logró regresar a la conversación y sus amigos le dieron la bienvenida con otro repaso sobre su mundo.

El vasto  continente del Bando Mágico se divide en nueve Reinos. Sus monarcas gestionan las leyes que versan sobre la vida noma, dejando los asuntos mágicos al Consejo. Esto no impedía que la mayoría de nobles fueran destacados magos con linaje mágico de generaciones, con sus monarcas participando directamente en la Gran Guerra. 

―Al menos, así era hasta hace poco. Creo que solo la Reina Consorte de Hirst sigue implicándose como Capitana de sus ejércitos. El resto han preferido retirarse a cuidar sus territorios ―explicó Blake, pensativo―. Es comprensible tras la “Sangría Azul” que ocurrió hace doce años, donde las batallas contra Metaloides se cobraron la vida de cinco monarcas a lo largo de un año de disputa. Los Mágicos terminaron ganando terreno, pero a cambio de las vidas de la Reina Legítima de Derakonia, el Rey Consorte de Retarguia y la Trinidad Real de Zes’Haris. 

»Mi padre dice que la muerte del Rey de Retarguia  afectó tanto a su esposo como a su pueblo, y que estos siguen guardándole el luto tras tantos años. La Reina Arakonis fue una excelentísima Elemental de fuego cuyas habilidades en combate no bastaron para librarla de la muerte. Los rumores dicen que el gobierno de su esposo, el actual Regente de Derakonia, está llevando a su Reino a la ruina económica.  

»Zes’Haris fue el Reino más afectado. Con la muerte de sus progenitores , el gobierno pasó a manos de la princesa mayor, ahora Reina. Aunque se la conocía por ser una mujer paciente y amable, su ascenso al trono ha provocado unas políticas bastante extrañas para…

―Blake, creo que estás durmiendo a Claire. Es un tema complejo, mejor dejarlo para más adelante. 

―¿Eh?

―Creo que necesito un cuaderno y lápiz ―confirmó Claire, con una mueca―. Sabía que te gustaba la historia, pero ¿no era Ángela la de los cotilleos?

―¿Cotilleos? ―repitió él.

―No es mala idea aprender de política tomándola como “cotilleos a gran escala” ―aceptó Ángela, sopesando la observación de Claire―. Bueno, ¿se te ha quedado algo?

―Que hace unos años murieron muchos monarcas y por eso ahora se centran en sus Reinos, donde manejan políticas interiores y nomas. La magia, para el Consejo. 

—Me sirve —aprobó Ángela—. Ahora estamos dirigiéndonos a una de las cuatro Sedes del Consejo. La Sureste, supongo. Se nom bran según las diagonales de la rosa de los vientos, referenciando su ubicación aproximada. 

—¿Por qué las diagonales? —se extrañó Claire—. ¿No quedaría mejor usar los puntos cardinales?

—Esos son para las Torres de Dioses, que completan la rosa —intervino Blake. Siguió su explicación al notar la curiosidad de Claire—. Son la tercera institución del Bando, pero poco sé sobre su función. Sé que alimentan la Red de Méner, y que intervienen en protección y las Profecías de alguna forma. 

—Con la Red permiten el Sistema de Ocultación del Consejo, por ejemplo —comentó Ángela—. Por eso solo se puede llegar a las Sedes por medios oficiales como este tren.  

Claire frunció el ceño.

—Entonces hay nueve Reinos y cuatro Sedes y Torres que forman ocho. Nueve y ocho —chasqueó la lengua—. ¿No os da rabia que no coincidan los números?

―¡Sí, gracias! ―exclamó Ángela―. ¡Llevo pensándolo desde niña! Y encima, Blake no lo ha dicho, pero hay una Sede y Torre Centrales: ¡Ni siquiera se cumple lo de la “rosa de los vientos”! 

―Agh, no las había mencionado porque son edificios que solo se ocupan durante reuniones y eventos excepcionales ―masculló Blake.

―Hablando de “eventos” ―volvió Ángela, con un brillo en los ojos que advertía peligro―, ¿creéis que podremos asistir al Baile de Fin de Año?

―¿Baile? ―repitió Claire, y Blake se apresuró a contestar:

―¿No creo? Quiero decir, solo somos candidates a Elegide. Nuestra relación con el Consejo es meramente temporal.

―¿Y si consigo convencerles? Vamos, mis madres siempre han hablado maravillas de los bailes del Consejo, y el de Fin de Año es de los más espectaculares. Lo único es que no llevo vestido conmigo, pero aún quedan un par de días. Seguro que consigo encontrar algo.

―Cielos, espero que nos suelten antes de eso ―exclamó Blake―. Los aprendices y Consejeros no merecen que les persigas para bailar… ¡Ay!

Un movimiento bajo la mesa advirtió de otro puntapié hacia Blake. Durante unos instantes, el mueble ocultó una intensa pelea de pataditas y maldiciones de la que Claire se apresuró en apartarse, desviando la vista hacia la ventana. Seguía sin verse nada interesante. Solo niebla, lluvia, y unos árboles oscuros similares a los de los bosques malinenses.

―¡Ay! Con esa te la has ganado ―exclamó Ángela quien, sin embargo, de pronto endulzó la voz―: Ahora solo le pediré bailar a mi querida Claire. Tú tendrás que ir lo suficientemente elegante como para que considere tomarte de la mano.

―Iré con pijama si así consigo que no me pises también bailando. ¡Toma esta!

Otro golpecito y otra queja que ocultaba una risa tonta. La niebla se disipó un poco y Claire pudo observar el paisaje. Parecía que las vías habían subido por una pequeña colina, y entre el oscuro verde y el aguacero un destello reflejó las luces del tren. ¿Un lago tal vez? Y aquella estructura ennegrecida…

Risas y pensamientos se enterraron bajo un chirrido metálico que reverberó por todo el vagón. Sin previo aviso, el tren comenzó a frenar en un intento desesperado de mantenerse sobre las vías. Las luces se apagaron tras parpadear unos instantes, sumiéndoles en una agónica oscuridad donde Claire solo podía guiarse por los chillidos de sus amigos. Su cuerpo quiso salir despedido del asiento y el cinturón lo retuvo en su sitio, clavándose en su carne y huesos. El impacto expulsó el aire de sus pulmones. Un golpe sordo y otro frágil indicaron que los platos se habían roto. Un escalofrío subió por su espalda al no lograr reconocer la voz de Blake entre los gritos. Cuando el tren dio la sacudida final, Claire no podía despegar los dedos de la madera, temiendo un último tirón. Tomó aire. Dolía respirar.

―¡¿Qué narices acaba de pasar?! ―chilló Ángela a su lado―. ¡¿Estáis bien?!

Al fin, Claire logró separar las manos del asiento, alargándolas en busca de Ángela.

―Lo estoy ―le contestó, y apretó su mano para reforzar sus palabras.

―¡Guardad la calma! ―escucharon de fondo. Era uno de los guardias―. Voy a encender las luces con el suministro de emergencia.

Pasos y un clic metálico. Claire lo reconoció y también desabrochó su cinturón con manos doloridas. Ángela permaneció inmóvil a su lado.

―¿Blake…? ―lo llamó, con voz queda.

Claire rodeó la mesa, dando con el cuerpo de su amigo. Al notar su cara, algo se pegó en sus dedos. Sus pies crujieron entre trozos de platos rotos.

―Sigue aquí, pero creo que se ha golpeado con algo. ¿Blake? ¡¿Me oyes?!

Las luces volvieron y unas sombras delataron que los guardias habían acudido a su lado. Claire no se giró a mirarlos. Aún tenía las manos sobre los hombros de Blake, manchados de restos de comida y trozos de porcelana. Había sangre goteando de su frente. Sus ojos cerrados.

Gritó. 





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