jueves, 6 de abril de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 3

 Respiración


―… Tranquila, está bien. Está bien.

Alguien la había cogido de los brazos, evitando que cayera de espaldas. Advirtió que seguía gritando y, por fin, logró cerrar la boca. Ángela se había acercado a Blake, aunque su vista estaba en su amiga.

―Solo está inconsciente, no te preocupes.

La tensión en sus hombros desapareció. Su alivio fue tal que casi quiso llorar, pero su cuerpo reaccionó dejándola caer sobre el apoyo del guardia. El otro hombre se acercó a Blake, comprobando su pulso y cerrando sus ojos.

―Es cierto ―y se giró hacia su compañero―. Cuando se estabilice la chica, ve al vagón de al lado y trae a Linf u otro Sanador. Voy a limpiarle la herida de mientras.

―Estoy bien, ve ―dijo Claire, incorporándose por sí sola, y el hombre la soltó―. De todos modos, Ángela también es Sanadora. Puede ayudar…

―No puedo Claire ―la interrumpió ella, bajando la mirada―. Blake es el que sabe de curas. Yo solo aprendí a sanar venenos y maldiciones. Aunque puedo ayudar con las vendas, señor.

―No se preocupe, fui instruido en primeros auxilios.

El hombre abrió la alforja que llevaba en su cinto y extrajo una botella de antiséptico y gasa. Justo cuando se disponía a limpiar la sangre de Blake, advirtió el traqueteo procedente de la puerta del siguiente vagón. Se giró hacia ella junto a las jóvenes

―Gart, está sellada con magia ―explicó el otro guardia, apartándose de la puerta que había intentado forzar―. No sé si es encantamiento o maldición.

―¿Cómo? ―exclamó el otro guardia.

―Y no se ve luz al otro lado.

Hubo unos instantes de tenso silencio entre los ocupantes del vagón. Unos momentos donde Claire comprobó que, a pesar de la seriedad del guardia, sus ojos ocultaban una aguda preocupación. La escondió bien al asentir y terminar de limpiar la herida de Blake. Sin pedírselo, el otro guardia comprobó la puerta que daba al exterior del tren.

—Efectivamente, se ha activado el bloqueo de seguridad —tras mascullar una maldición, pareció recordar la presencia de su compañero y las dos muchachas. Se giró y explicó a estas—: Este tren se diseñó para transportar candidates. Si hay un frenazo o accidente como el que justamente hemos pasado, la puerta al exterior de este vagón queda bloqueada…

—Hasta que no detecte ningún ente vivo o vacío moviéndose cerca —terminó el tal Gart. Claire se extrañó por la elección de palabras—. Este vagón tiene ese mecanismo extra por ser el de les candidates, pero no explica el bloqueo al siguiente compartimento. Comprueba el acceso al otro vagón.

—Bloqueado también —contestó el otro tras unos momentos—. Por otra recitación.

—Eso no es obra del mecanismo del tren —inquirió Ángela, con un hilo de voz—. ¿Verdad?

—No, ha sido alguien más, por lo que no saldremos hasta que el tren no detecte a nadie en los alrededores —aunque temblorosa, Ángela quiso indagar más pero el guardia la cortó con premura—. Saldremos nosotros primero, estad preparadas para seguirnos. Vuestro compañero está estable, ¿podréis cargar con él mientras aseguramos el perímetro?

Claire asintió y se sentó junto a Blake a esperar. Sus heridas estaban bien cubiertas. Con los ojos cerrados y respiración tranquila, parecía dormir plácidamente. A través de las ventanas no se veía más que niebla.

De mientras, Gart extrajo su comunicador portátil, aparato que en Máline solo poseían policías y altos cargos. Tecleó un par de palabras sobre la pantalla y torció el gesto cuando la luz que emitía no cambió. Luego desvió su atención hacia el brazalete que ocultaba bajo su manga, cuyo bulto también se adivinaba en su compañero.

—No recibo respuesta por el comunicador, pero la baliza dice que seguimos todos dentro del tren.

Su compañero dio un par de toques a la fina pantalla del brazalete. Preguntó si el embrujo de aislamiento también afectaba a las comunicaciones y el otro lo negó, con expresión sombría.

Al poco, un timbre suave advirtió a la escolta. Gart preparó la lanza y su compañero abrió la puerta, marchando tras él. Durante unos segundos que parecieron horas, marcharon con solo las luces de sus lanzas como pista de su presencia. Entonces, anunciaron:

―Podéis seguirnos, vamos.

Ángela se levantó y ayudó a Claire a cargar con su compañero. Entre ambas pudieron fácilmente, aunque Claire aportó la mayor parte del esfuerzo. Gart las ayudó a bajar del vagón y sus zapatos chapotearon en el fango. A pesar de la lluvia, la niebla seguía siendo densa.

Se reunieron con el otro guardia, quien había puesto ambas manos sobre el vagón contiguo, la lanza todavía desenvainada y apoyada en su hombro. Cuando se acercaron, separó las palmas y un destello correteó entre sus dedos.

―No detecto a ningún ente vivo en el interior.

Claire lo miró con extrañeza ante aquella elección de palabras, pero tanto Gart como Ángela parecían haberlo entendido. Avanzaron hasta la siguiente puerta, las jóvenes siempre tras la espalda de su escolta. El otro hombre no esperó en abrir el vagón, movido por una preocupación que Claire apenas lograba distinguir en Gart, borrosa por el aguacero que caía sobre ellos. Encendió su lanza… Y retrocedió.

―¿Qué ocurre? ―preguntó Gart, corriendo los últimos metros hacia él.

No recibió palabras como respuesta, solo un tembloroso dedo señalando a la oscuridad. Gart encendió también su lanza y su luz se perdió en el vagón justo cuando Claire y Ángela lo alcanzaron.

―Están todos muertos ―logró contestarle el hombre por fin.

Aunque podían verlo por ellos mismos.

El suelo iluminado por la tenue luz de la lanza estaba cubierto de sangre allá donde posaran la vista. Sobre él, yacía lo que quedaba de su escolta. Las armas descansaban junto a sus dueños, muchas todavía guardadas y limpias del mortal rojo. Algunas lanzas y espadas habían llegado a desenvainarse y descansaban sobre manos y dedos, pero lejos de sus dueños.

Sin saber cómo reaccionar ante aquella montaña de cadáveres mutilados, el cuerpo de Claire quedó paralizado quién sabe cuánto tiempo. Escuchó de lejos el grito de Ángela, ahogado entre manos que también pretendían contener sus náuseas. Inmóvil, incapaz de echar la mirada a un lado, su mente quiso comparar aquella matanza con la muerte del animal del bosque. Ante ella descansaban en dolor decenas de personas, asesinadas con una crueldad inexistente en el final de aquella bestia. Le horrorizaba aquella visión, quería huir de ella y un ácido reflujo hizo amago de trepar por su esófago. Aun así, no apartó la vista. Pues su recién descubierta curiosidad le pedía seguir mirando, preguntándose qué clase de monstruo habría cometido tal atrocidad.

El dolor en su espalda le hizo reaccionar. Ángela había dejado de cargar con Blake y solo ella aguantaba su peso. Con cuidado y murmurando una disculpa, lo dejó apoyado sobre la puerta del vagón, manchándose un poco de sangre a cambio de cubrirse de lluvia y barro. Aprovechó para apartarle el pelo mojado de la cara en una caricia. Seguía inconsciente. Se alegró de que siguiera respirando.

Ángela se acercó a ella. Solo necesitaron cruzar miradas para que Claire la comprendiera y la rodeara con sus brazos. Notaba sus temblores y sollozos a través de su consuelo, y Claire la estrujó más con su abrazo. No tuvo fuerzas para pronunciar el mantra de Blake. No podía decir “todo va a salir bien” y sentirlo de corazón.

Entre el pelo mojado de Ángela y sus estrechos hombros, vio a su escolta conversar en voz baja. Logró extraer que el desconocido compañero se llamaba Finn, y tras la orden de Gart regresó al vagón buscando pistas sobre el autor de aquella masacre.

Al regresar dedicó una extraña mirada a ambas amigas. Se habían separado, pero Claire todavía mantenía una mano rodeando la de Ángela en consuelo. Se refugiaban en la puerta del vagón, de espaldas a la muerte de su interior. En el gesto del hombre, Claire reconoció una solemnidad que pretendía aportar seguridad a su situación, aunque de nada servía si en sus ojos se reflejaba su propia desesperación.

A petición de su compañero, Finn repitió aquel gesto donde apoyaba las manos en el vagón, esta vez durante más tiempo. Gart cerró el comunicador antes de que su compañero terminara, y se acercó solo cuando este negó con la cabeza.

―Solo nuestro vagón se ha salvado.

Gart asintió con la cabeza, un movimiento lento que carecía de sorpresa. Cuando Gart se volvió hacia Ángela y Claire, solo esta última parecía escucharle.

―Me he comunicado con la Sede, compartiendo nuestra ubicación y situación. Van a enviarnos un equipo de rescate, pero tenemos que marchar hacia el lago Mechanis a pie para aterrizar la nave.

—¿Hasta el lago? —se extrañó Finn y Gart asintió.

—Está a solo unos minutos.

—Esos minutos pueden suponer la diferencia entre estar a salvo o sufrir una emboscada —insistió el otro—. Deberíamos esperar dentro del vagón protegidos con el mecanismo de seguridad.

—Ya lo he sugerido, pero creen que el tren perderá conexión con la Red de Méner en cualquier momento y, cuando ocurra, nuestro refugio será una ratonera —Finn frunció el ceño y Gart negó con la cabeza con el cansado gesto de la experiencia—. A mí también me ha extrañado, pero sabrán más de la red nuestros superiores, ¿no? No tenemos alternativa. Muchachas, ¿podréis andar un poco?

Claire se levantó y tendió la mano a Ángela para hacer lo mismo. Sus dedos quedaron suspendidos ante sus ojos unos largos segundos antes de que la joven advirtiera de su existencia. Todavía ensimismada, aceptó la ayuda y se puso de pie. Sus pupilas eran incapaces de centrarse en la gente a su alrededor, y Claire sopesó si debiera volver a abrazarla.

Tomándolo como la confirmación que era, Gart cargó con Blake sobre su espalda mientras Finn encabezaba la fila. La luz de las lanzas se reflejaba sobre los charcos que nacían del suelo embarrado, ondulándose con pasos mojados. La lluvia seguía cayendo sobre sus cabezas, limitando su vista y calando sus ropas, pero ni siquiera el frío y el agua parecían despertar a Ángela de su extraño trance. Seguía avanzando, silenciosa y perdida.

―Ángela, ¿estás bien?

Su rostro se volvió hacia ella y sus pupilas, indistinguibles del iris con la escasa luz, hicieron un mero intento de enfocarla.

―El agua. El frío. No me sientan bien ―Claire frunció el ceño y ella negó con la cabeza. Gotas de lluvia huyeron de su pelo―. Pero eso es lo de menos. Toda esa gente muerta… No consigo olvidarlo. Lo veo una y otra vez en mis ojos. Intento ignorarlo y sigo viendo sus cuerpos, oliendo su sangre. Me cuesta evitar las arcadas. Y el frío… ¿no lo sientes?

―No es mi mayor preocupación ahora mismo. Al menos aquí no nieva.

Con aquellas palabras recordó que, en algún momento, había terminado de ponerse la chaqueta. Totalmente calada, de poco le servía para mantener su calor. De todos modos, decidió quitársela y ponerla sobre los hombros de Ángela, un gesto que permitía transmitir más cariño que calidez. Ángela lo agradeció con voz trémula, aferrándose a la tela mojada como si de una cálida manta se tratara.

―Saldremos de esta ―dijo para ambas.

A Claire le sirvió, sus palabras reconfortándola con un calor que recordaba a las tardes en su cabaña, con chocolate caliente y las risas de sus amigos junto al crepitar de la chimenea. Se dejó calmar por aquella inesperada y extraña imagen, e incluso trazó una cansada sonrisa cuando entre los árboles se abrió un claro.

Para alguien que jamás había visto un lago en persona, Claire lo concibió como un charco enorme que se extendía ante su campo de visión, el otro extremo oculto en parte por una gigantesca estructura que surgía de sus aguas. Reconoció aquella presencia del viaje en tren. Placas de metal se abrían sobre más placas de metal, tan oscuro que parecía negro, tan viejo que la luz era secuestrada en su superficie. Nacía del centro del agua y emergía varios metros por encima de ella como un imponente edificio negro, ligeramente inclinado.

Inconscientemente, Claire avanzó hacia el lago, impresionada por aquella mole de metal oxidado. Sus pies crujieron sobre la escarcha que nacía de la tierra embarrada, e ignoró la niebla que se perdía entre los árboles a su alrededor y ocultaba ligeramente el objeto de su fascinación. Fue consciente de que Ángela la contemplaba desde la orilla, y que Gart dejaba a Blake delicadamente sobre el suelo para darse un descanso. Finn se quedó a vigilarlo. Su lanza encendida marcaba su posición entre la neblina, y un parpadeo rojizo indicó que había abierto su comunicador.

Ángela se acercó a ella, sin atreverse a entrar en el frío lago. Claire había avanzado bastante más que su amiga. El agua le llegaba por los tobillos y no le importó, pues la lluvia estaba igual de fría. Habría avanzado incluso más de no ser por el abismo que se abría a sus pies.

Estaba a un par de pasos de la completa oscuridad, un fondo donde la única tierra visible era la de las paredes, de la que destellaban restos metálicos. Un escalofrío la llevó a apartarse de aquella profundidad, temerosa de que la arrastrara consigo. No recordaba la última vez que nadó en el río, pero sí tenía bien grabada la sensación de perderse en la oscuridad. No quería repetir sus sueños.

―Veo que el nombre de “lago Mechanis” es apropiado.

Al girarse, Claire comprobó que Gart se había acercado a ella. Ante la expresión inquisitiva de Claire, le explicó:

 ―La estructura que ves ante ti reúne restos de varios armazones de batalla, unos gigantes metálicos controlados por Demiurgos hábiles y poderosos. Hace cuarenta años, cuando Heraklia se independizó de los Mágicos y formó su propio Bando, envió a estos colosos y sus Manipuladores para empezar batallas a lo largo del continente. Aunque ahora los conflictos se libran en costas y fronteras, los restos del enfrentamiento se reagruparon en estos monumentos para recordar a los civiles que las contiendas podrían regresar a sus hogares.

―Pues yo no había oído jamás sobre estos monumentos.

Gart le dedicó una mirada de asombro que, sorprendentemente, no tardó en convertirse en un gesto reflexivo.

―Entonces es que los soldados hacen su trabajo… Aunque mejor no digas esas cosas ante el Consejo ―aunque todavía extrañado, no pareció un reproche―. Va a sonarte a cantinelas de viejo, pero mi padre luchó en el ejército y de él aprendí el valor de proteger a la gente. Por eso estoy en la guardia, por los civiles, y no en las fronteras gritando por banderas ―Claire guardó silencio, valorando la ética de aquel hombre. Él pareció hacer lo propio al devolverle la mirada―­. No pareces un monstruo, por lo que es mi deber como guardia y no el de los dioses velar por tu seguridad. Os protegeré a ti y a tus amigos hasta que regreséis a vuestro hogar.

Gart se volvió hacia la orilla y Claire hizo lo propio, reflexionando sobre las palabras de aquel hombre. Las había pronunciado con sincera convicción, sin apartar sus pupilas de las suyas. Valoró aquel gesto, pues poca gente lograba aguantar su mirada tanto tiempo.

Desde aquella distancia inspeccionó también los destellos que procedían de más allá de la orilla, ocultos entre la primera línea de árboles. Claire tragó saliva al distinguir que eran ojos, y que analizaban sus movimientos con medida cautela. Un parpadeo de luz indicó que los guardias aferraron con renovada fuerza sus lanzas, y el resplandor de Gart se alejó del agua conforme se acercó a su compañero. Claire hizo lo propio, sus pies chapoteando en el frío lago hasta alcanzar a la inmóvil Ángela.

Uno de aquellos pares de ojos les imitó, avanzando a la luz de las lanzas. De primeras, su silueta parecía humana o elvan, pero la larga cola que ondulaba a sus espaldas descartaba tales opciones. Acabada en punta de flecha y en tonos grisáceos, era un rasgo que se compartía entre los recién llegados, que caminaron tras el primero hacia el claro. En sus ropas destacaba una túnica de color gris oscuro, con una capucha que ensombrecía sus rostros. En sus cintos había armas, principalmente espadas, pero también arcos y lanzas sobre algunas espaldas.

Sobre las empuñaduras descansaban sus manos, listas para desenvainar sus filos. Manos que poco recordaban a las de un humano o elvan, pues sus dedos y uñas se habían endurecido en unas grotescas garras.

Su escolta avanzó con decisión, dejando a sus espaldas a los jóvenes que juraron proteger. Claire contuvo la respiración y Gart expiró la suya en una vana declaración:

―En el nombre del Consejo Mágico, solicitamos su colaboración para proteger a les candidates tras nosotros. Si vuestra elección es luchar, sabed que tenemos refuerzos al caer.

Quien dio el primer paso detuvo su avance, y el resto imitaron su elección. Claire no tuvo ni una oportunidad de sentir alivio, pues con un gesto de su cabeza, aquella persona dio su respuesta.

La criatura a su izquierda acató las órdenes y desenvainó su espada, lanzándose hacia un Finn que ya le esperaba con la lanza en posición de guardia. Ángela contuvo una exclamación, el hombre empujó a su combatiente con su arma, Gart cargó la suya y esta destelló de energía.

Todo sucedió demasiado rápido. La primera de aquellas criaturas cayó al suelo y la lanza de Gart disparó un destello de luz al que pretendía saltar tras él, derribándolo con extrañas quemaduras en carne viva. No se revolvió. No parecía sentir dolor. El que Finn había empujado sufrió el mismo destino tras otro destello procedente de su lanza, y esta no logró moverse a tiempo para bloquear la tercera espada. Un tajo abrió sangre en su brazo derecho y, al desviar el arma abrió una apertura para una estocada enemiga.

La hoja atravesó su pecho. Ángela gritó y su voz ahogó el gorgoteo final de aquel hombre. Más seres abandonaron la oscuridad del bosque hacia la luz de la lanza de Gart, la magia llamada por dolorosa ira. El resplandor obligó a Claire a cerrar los ojos y, cuando los abrió, se encontró con que los atacantes permanecían intactos.

Algo distorsionó la imagen de aquellos desconocidos, una película transparente que se extendió a partir de los brazos de alguien que no portaba armas en su cinto, y que se había colocado justo delante de quien parecía encabezar al grupo. Aquel extraño efecto desapareció cuando bajó los brazos y permitió que Gart clavara la lanza en su pecho. Fue su última acción antes de que dos espadas atravesaran sus costillas.

El rojo de la batalla manchaba la orilla, y ni la intensa lluvia lograba limpiar la tierra. Los asesinos de Gart retiraron sus armas y su cuerpo se reunió con su sangre, cayendo con un inerte chapoteo. Uno de los asesinos había perdido la capucha y, como el resto, devolvía la mirada a las chicas.

―Shirizas.

Fue la única palabra que logró captar de los labios de Ángela, pues el resto se perdieron entre la lluvia y el análisis al que sometió aquel rostro. Sus rasgos eran similares a los de humanos y elvan, pero entre la trémula luz de las lanzas advirtió que su piel era tan gris como sus garras. Más extraños eran sus ojos, de un verde tan hipnótico que le hizo ignorar las finas escamas grises sobre sus mejillas. Sus pupilas parecían haber sido devoradas por aquel verde, dando a aquellos ojos el aspecto de inertes canicas.

Perdida en aquella falsa mirada, solo el grito de Ángela logró devolverla a la realidad. Las llamas consumieron el resplandor azul de las lanzas en un estallido de violento rojo. Reclamaron como suyo el cuerpo de aquel que había osado acercarse al inconsciente Blake, devorando el verde de sus iris vacíos y ardiendo incluso sobre tierra mojada.

Lejos de asustarse, Claire tomó aire como si de repente hubiera recordado cómo respirar. Sentía la lluvia, el olor de la sangre, el barro y la carne ardiente. Sentía todo demasiado… No, volvía a la realidad como si despertara de un sueño. El fuego de Ángela siguió acatando sus órdenes, quemando y arrasando todo cuanto la joven le rogaba entre rabia y lágrimas. Creció sobre los cadáveres y sus asesinos, quienes ni siquiera se retorcieron al ser devorados por el calor. Aquellos que aún seguían en pie retrocedieron con extraña cautela, moviéndose al unísono como si fueran un solo ente.

Claire apretó los dientes y se colocó al lado de Ángela, ignorando las llamas que nacían de sus dedos. Viéndola, intentó recordar cómo las sombras habían acudido a su auxilio en el bosque, cómo podría llamar su nombre al igual que su amiga dirigía al fuego.

Alzó la mano como Ángela.

Y una exhalación detuvo sus dedos.

Su corazón dio un vuelvo. Entre la helada lluvia, sintió como las llamas a su derecha se apagaban. De alguna forma, reunió fuerzas para girarse hacia Ángela y las lágrimas se acumularon en sus ojos.

De su hombro nacía una flecha y de ella manaba sangre. Sus ojos negros se cruzaron con los suyos y Claire vio su propio reflejo en ellos. Compartían su terror.

Toda la ira, toda la confianza que había nacido de Ángela y se había filtrado a ella desapareció cuando la joven se desplomó en el suelo. Su cuerpo convulsionaba por el dolor y su respiración expiraba tanto aire como agua a trompicones.

La lluvia pesaba sobre los hombros de Claire, enturbiando su visión, empapándola hasta los huesos. Quiso agacharse a ayudar a su amiga, pero sabía que, si lo hacía, la pesada agua la empujaría hasta el suelo. Sentía los latidos de su corazón y su respiración agitada como si llevara mucho tiempo en un sueño y la propia realidad la hubiera abofeteado. El impacto y la realización de que aquello que veía estaba sucediendo, que no era parte de sus pesadillas, la había noqueado de tal forma que ni siquiera percibió las garras que se cernieron sobre ella.

Su chaqueta soltó agua cuando aquella persona la levantó en vilo. Un amago de resistirse la obligó a retorcerse y entonces se cruzó con aquellos ojos. Entre el más puro verde, dos rendijas ovaladas se abrían y la contemplaban fijamente, como dos cabezas de lanza atravesando sus pensamientos. Los brazos de Claire cayeron inertes sobre su cuerpo. Sus piernas dejaron de resistirse a la magia que ayudaba a alzarla. Incluso ignoró como sus secuaces levantaban a sus amigos de igual forma, pues aquel extraño verde había arrebatado su voluntad.

Ensimismada, descubrió que aquella persona era la única que tenía pupilas, verticales y delgadas como las de un felino, redondeadas por la oscuridad. A tal escasa distancia descubrió que sus ojos eran ligeramente rasgados y su pelo caía negro y lacio por la lluvia. Algo en su interior se removió con familiaridad, pero sus pensamientos no reconocieron su propia voz, pues aquella persona (¿aquel hombre?) se los había robado.

Ni siquiera reaccionó cuando por el rabillo del ojo vio que su cuerpo y el de sus amigos se alzaba sobre el abismo profundo y cortante del lago. Blake seguía piadosamente inconsciente y Ángela murmuraba algo con voz entrecortada. Sus lágrimas se mezclaban con la lluvia y la flecha todavía sobresalía de su hombro, moviéndose grotescamente al compás de su respiración.

Su atención volvió a centrarse en el rostro de aquel ser, el cabecilla de los asesinos y responsable de su inminente muerte. Sus miradas se cruzaron y aquella persona murmuró una disculpa silenciosa.

Le sorprendió descubrir que sus ojos no mentían, de verdad lamentaba sus actos.

Y entonces cayó a la fría oscuridad.

El impacto contra la superficie helada le robó el aliento, que huyó encerrado en burbujas. Claire parpadeó intentando acostumbrar sus ojos al agua, agonizando al ver que se alejaba de la escasa luz del cielo. Pataleó hacia ella, pero sus músculos seguían entumecidos. No le sorprendió comprender que era culpa de su asesino y su mirada. Sus ropas pesaban y la hundían con ella, sus forcejeos solo servían para arañarla con las cuchillas que reposaban cerca del foso.  

Entre la creciente oscuridad, gritó al recordar sus pesadillas de cada noche, la presión en su cuerpo al hundirse en un abismo sin fin donde caía en todas direcciones y en ninguna a la vez. Maldijo a su cuerpo por no poder moverse a sus órdenes, atrapado como si aquellas garras oníricas rodearan sus extremidades. Quiso llorar por la soledad y vacío al que se dirigía… y entonces algo suave rozó sus dedos.

Distinguió el rostro de Ángela, distorsionado entre el agua sucia y las burbujas con las que pagaba unos últimos segundos de oxígeno. Aceptó la mano que le tendía, estrechándola con más fuerza de la que tenía su amiga. Blake se hundía cerca, lo suficiente para poder notar su compañía también. Dejó de sentirse sola y, por una vez, la sensación de hundirse en el sempiterno vacío serenó su corazón.

Sus forcejeos desistieron, sus ojos se cerraron en paz. Solo sus dedos siguieron haciendo fuerza, manteniendo aquel familiar contacto hasta su final. Sabía que pronto la falta de oxígeno despertaría su desesperación, pero quiso reconfortarse en aquellos momentos de calma hasta entonces. Morir ahogados era su mejor opción. Sus asesinos seguían esperándolos en la superficie, y era más piadoso fallecer entre aquella paz temporal que degollada ante sus vacías miradas. Eso había querido quién la levantó, la única persona con pupilas. Una extraña compasión tras haber matado a sangre fría a su escolta.

Que así fuera.

Realmente era la segunda vez en dos días que sentía la muerte ante ella, aunque esta vez parecía tener unos momentos para formular sus últimos lamentos. Quiso arrepentirse de no haber querido saber más hasta ayer, pero dudaba que su curiosidad hubiera despertado jamás de otro modo. Lamentó haber arrastrado a sus amigos hasta aquella situación. Si su magia no fuera tan extraña seguirían en Máline, a salvo.  

Si hubiera dado con las palabras adecuadas, tal vez la voz de sus sueños habría respondido sus dudas. Si no se hubiera marchado, podría contestar su última pregunta:

«¿Por qué no me estoy ahogando?»

No esperó una respuesta, no podía hacerlo. Ángela cerraba los ojos cuando sus manos aferraron sus muñecas, despertándola de su trance. Su último aliento escapó de sorpresa y pataleó junto a Claire hasta alcanzar a Blake. La magia tras aquellas pupilas felinas se había roto y su cuerpo le respondía de nuevo. La adrenalina latía en sus sienes y en ningún momento se detuvo a cuestionarse por qué no se ahogaba. Ángela intentaba patalear acogida entre sus brazos, mientras Claire nadaba torpemente con Blake en su espalda. No estaba tan lejos de la superficie como creía, podía incluso impulsarse en las paredes del lago aun si con ello el metal le dejaba heridas. Ya se preocuparía de ellas una vez estuvieran a salvo.

Sus cabezas atravesaron la superficie y el viento frío despertó tanto a Ángela como a Blake. A pesar de la confusión de este último, no pudo preguntar mientras los tres vomitaban agua con sabor a hierro. Ángela terminó desmayándose tras el acceso de tos y Blake la recogió con ayuda de Claire, nadando los dos hasta la orilla. Un calor familiar se transmitió a través de las aguas, y Claire supo que su amigo había empezado a sanar las heridas. Él también parecía agotado, y nada más llegar a la zona menos profunda del lago se dejó caer con las manos sobre el hombro herido de Ángela, incapaz de extraer la flecha. Claire creyó escuchar un gracias que supuso se dirigía a ella; sin embargo, su atención estaba en lo que había al límite del bosque.

Al ver que su final no llegaba, había buscado regresar a la superficie a pesar de temer otro trágico destino. Efectivamente, las espadas que imaginó estaban desenvainadas, pero sus dueños ignoraban a los jóvenes que yacían sobre fango y herrumbre.

Entre la niebla y el agotamiento, Claire divisó una escena muy distinta: Sus enemigos se movían con aquella artificial disciplina, rodeando a una ágil figura que atravesaba su grupo. Un destello metálico brilló entre la neblina, y un shiriza cayó manchado de rojo.

Su autoría correspondía a aquella fugaz sombra, bailando entre cuerpos que caían con un pesado sonido encharcado. Los shirizas exhalaban su último suspiro y con él marchaba su conciencia y cuerpo, un hecho que Claire casi ignoró embelesada con la danza de aquellas solitarias espadas.

Las hojas nacían de una túnica de mangas anchas, con capucha y de un gris oscuro que Claire descubrió idéntico a los de sus rivales. La prenda se movía elegantemente al compás de sus precisos y veloces ataques, acompañando a sus filos ante cada corte y estocada, meciéndose con sus esquivas. Uno a uno, los seres caían desangrados o mutilados antes de desvanecerse. Uno incluso fue lanzado de una patada al lago tras recibir un tajo del que difícilmente habría sobrevivido. Su cuerpo se perdió en las profundidades, y Claire se estremeció al darse cuenta de que aquel podría haber sido su destino.

La penúltima de aquellas criaturas que Ángela llamó shirizas acabó de rodillas ante su ejecutor, obligado por un corte en los talones. Tras desarmarlo y bajarle la cabeza, el portador de ambas espadas lo rodeó con aire triunfal y alzó la mirada hacia el último de sus enemigos, que Claire reconoció como aquel de pupilas oscuras. Sin dejar de mirarlo, colocó sus filos como tijeras y decapitó a su último secuaz.

Hubo unos instantes de silencio mientras el cuerpo se reunía con su cabeza en la tierra, desapareciendo juntos. Un silencio donde el aguacero se podía ignorar entre la tensión de los combatientes. Le extrañe oponente alzó una espada hacia su último rival, desafiante. La sangre goteaba de las mangas de su túnica. El shiriza le mantuvo la mirada, pero no aceptó su afrenta, retrocediendo hacia el bosque y fundiéndose con la niebla.

Hizo ademán de seguirle, deteniéndose al comprobar que su próxima víctima había desaparecido. De un golpe seco agitó sus armas para que el exceso de sangre cayera sobre la tierra, y las envainó en las fundas de su cinto.

Después se quitó la capucha.

Al estar de espaldas, Claire solo logró distinguir una mata de pelo muy corto. Era oscuro, y le daba la impresión de tener zonas calvas. Al incorporarse para intentar discernir sus rasgos, un ataque de tos la devolvió al suelo y reveló su presencia.

Maldijo para sus adentros, pero aquella persona solo se volvió a contemplarla en silencio. Con su rostro bajo el agua, tumbada miserablemente sobre el lecho del lago, no logró apreciar nada distintivo en su cara. Algunos mechones de pelo mal cortado se pegaban a su piel, tanto por la lluvia como la sangre que resbalaba por sus facciones.

De pronto, una luz cayó sobre Claire y sus amigos. La persona se detuvo en seco, llevándose consigo las respuestas a aquellas preguntas que Claire no llegó a pronunciar.

La sonoridad de la tormenta fue devorada por el ruido del viento y la maquinaria descendiendo. Antes de perder la consciencia, Claire se preguntó si la voz de sus pesadillas también sabría la identidad de su salvador. Al fin y al cabo, conocía más sobre ella misma que la propia Claire.

Se lo preguntaría a su regreso. Así, la próxima vez podría morir sin arrepentirse. 


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