Respiración
―… Tranquila, está bien. Está
bien.
Alguien la
había cogido de los brazos, evitando que cayera de espaldas. Advirtió que
seguía gritando y, por fin, logró cerrar la boca. Ángela se había acercado a
Blake, aunque su vista estaba en su amiga.
―Solo está
inconsciente, no te preocupes.
La tensión en
sus hombros desapareció. Su alivio fue tal que casi quiso llorar, pero su
cuerpo reaccionó dejándola caer sobre el apoyo del guardia. El otro hombre se
acercó a Blake, comprobando su pulso y cerrando sus ojos.
―Es cierto ―y
se giró hacia su compañero―. Cuando se estabilice la chica, ve al vagón de al
lado y trae a Linf u otro Sanador. Voy a limpiarle la herida de mientras.
―Estoy bien,
ve ―dijo Claire, incorporándose por sí sola, y el hombre la soltó―. De todos
modos, Ángela también es Sanadora. Puede ayudar…
―No puedo
Claire ―la interrumpió ella, bajando la mirada―. Blake es el que sabe de curas.
Yo solo aprendí a sanar venenos y maldiciones. Aunque puedo ayudar con las vendas,
señor.
―No se
preocupe, fui instruido en primeros auxilios.
El hombre
abrió la alforja que llevaba en su cinto y extrajo una botella de antiséptico y
gasa. Justo cuando se disponía a limpiar la sangre de Blake, advirtió el
traqueteo procedente de la puerta del siguiente vagón. Se giró hacia ella junto
a las jóvenes
―Gart, está
sellada con magia ―explicó el otro guardia, apartándose de la puerta que había
intentado forzar―. No sé si es encantamiento o maldición.
―¿Cómo?
―exclamó el otro guardia.
―Y no se ve
luz al otro lado.
Hubo unos
instantes de tenso silencio entre los ocupantes del vagón. Unos momentos donde
Claire comprobó que, a pesar de la seriedad del guardia, sus ojos ocultaban una
aguda preocupación. La escondió bien al asentir y terminar de limpiar la herida
de Blake. Sin pedírselo, el otro guardia comprobó la puerta que daba al
exterior del tren.
—Efectivamente,
se ha activado el bloqueo de seguridad —tras mascullar una maldición, pareció
recordar la presencia de su compañero y las dos muchachas. Se giró y explicó a
estas—: Este tren se diseñó para transportar candidates. Si hay un frenazo o
accidente como el que justamente hemos pasado, la puerta al exterior de este
vagón queda bloqueada…
—Hasta que no
detecte ningún ente vivo o vacío moviéndose cerca —terminó el tal
Gart. Claire se extrañó por la elección de palabras—. Este vagón tiene ese
mecanismo extra por ser el de les candidates, pero no explica el bloqueo al
siguiente compartimento. Comprueba el acceso al otro vagón.
—Bloqueado
también —contestó el otro tras unos momentos—. Por otra recitación.
—Eso no es
obra del mecanismo del tren —inquirió Ángela, con un hilo de voz—. ¿Verdad?
—No, ha sido
alguien más, por lo que no saldremos hasta que el tren no detecte a nadie en
los alrededores —aunque temblorosa, Ángela quiso indagar más pero el guardia la
cortó con premura—. Saldremos nosotros primero, estad preparadas para
seguirnos. Vuestro compañero está estable, ¿podréis cargar con él mientras
aseguramos el perímetro?
Claire asintió
y se sentó junto a Blake a esperar. Sus heridas estaban bien cubiertas. Con los
ojos cerrados y respiración tranquila, parecía dormir plácidamente. A través de
las ventanas no se veía más que niebla.
De mientras, Gart
extrajo su comunicador portátil, aparato que en Máline solo poseían policías y
altos cargos. Tecleó un par de palabras sobre la pantalla y torció el gesto
cuando la luz que emitía no cambió. Luego desvió su atención hacia el brazalete
que ocultaba bajo su manga, cuyo bulto también se adivinaba en su compañero.
—No recibo
respuesta por el comunicador, pero la baliza dice que seguimos todos dentro del
tren.
Su compañero
dio un par de toques a la fina pantalla del brazalete. Preguntó si el embrujo
de aislamiento también afectaba a las comunicaciones y el otro lo negó, con
expresión sombría.
Al poco, un
timbre suave advirtió a la escolta. Gart preparó la lanza y su compañero abrió
la puerta, marchando tras él. Durante unos segundos que parecieron horas, marcharon
con solo las luces de sus lanzas como pista de su presencia. Entonces,
anunciaron:
―Podéis
seguirnos, vamos.
Ángela se
levantó y ayudó a Claire a cargar con su compañero. Entre ambas pudieron
fácilmente, aunque Claire aportó la mayor parte del esfuerzo. Gart las ayudó a
bajar del vagón y sus zapatos chapotearon en el fango. A pesar de la lluvia, la
niebla seguía siendo densa.
Se reunieron
con el otro guardia, quien había puesto ambas manos sobre el vagón contiguo, la
lanza todavía desenvainada y apoyada en su hombro. Cuando se acercaron, separó
las palmas y un destello correteó entre sus dedos.
―No detecto a ningún
ente vivo en el interior.
Claire lo miró
con extrañeza ante aquella elección de palabras, pero tanto Gart como Ángela
parecían haberlo entendido. Avanzaron hasta la siguiente puerta, las jóvenes
siempre tras la espalda de su escolta. El otro hombre no esperó en abrir el
vagón, movido por una preocupación que Claire apenas lograba distinguir en
Gart, borrosa por el aguacero que caía sobre ellos. Encendió su lanza… Y
retrocedió.
―¿Qué ocurre?
―preguntó Gart, corriendo los últimos metros hacia él.
No recibió
palabras como respuesta, solo un tembloroso dedo señalando a la oscuridad. Gart
encendió también su lanza y su luz se perdió en el vagón justo cuando Claire y
Ángela lo alcanzaron.
―Están todos
muertos ―logró contestarle el hombre por fin.
Aunque podían
verlo por ellos mismos.
El suelo
iluminado por la tenue luz de la lanza estaba cubierto de sangre allá donde
posaran la vista. Sobre él, yacía lo que quedaba de su escolta. Las armas
descansaban junto a sus dueños, muchas todavía guardadas y limpias del mortal
rojo. Algunas lanzas y espadas habían llegado a desenvainarse y descansaban
sobre manos y dedos, pero lejos de sus dueños.
Sin saber cómo
reaccionar ante aquella montaña de cadáveres mutilados, el cuerpo de Claire
quedó paralizado quién sabe cuánto tiempo. Escuchó de lejos el grito de Ángela,
ahogado entre manos que también pretendían contener sus náuseas. Inmóvil,
incapaz de echar la mirada a un lado, su mente quiso comparar aquella matanza
con la muerte del animal del bosque. Ante ella descansaban en dolor decenas de
personas, asesinadas con una crueldad inexistente en el final de aquella
bestia. Le horrorizaba aquella visión, quería huir de ella y un ácido reflujo
hizo amago de trepar por su esófago. Aun así, no apartó la vista. Pues su recién
descubierta curiosidad le pedía seguir mirando, preguntándose qué clase de
monstruo habría cometido tal atrocidad.
El dolor en su
espalda le hizo reaccionar. Ángela había dejado de cargar con Blake y solo ella
aguantaba su peso. Con cuidado y murmurando una disculpa, lo dejó apoyado sobre
la puerta del vagón, manchándose un poco de sangre a cambio de cubrirse de lluvia
y barro. Aprovechó para apartarle el pelo mojado de la cara en una caricia.
Seguía inconsciente. Se alegró de que siguiera respirando.
Ángela se
acercó a ella. Solo necesitaron cruzar miradas para que Claire la comprendiera
y la rodeara con sus brazos. Notaba sus temblores y sollozos a través de su
consuelo, y Claire la estrujó más con su abrazo. No tuvo fuerzas para
pronunciar el mantra de Blake. No podía decir “todo va a salir bien” y sentirlo
de corazón.
Entre el pelo
mojado de Ángela y sus estrechos hombros, vio a su escolta conversar en voz
baja. Logró extraer que el desconocido compañero se llamaba Finn, y tras la
orden de Gart regresó al vagón buscando pistas sobre el autor de aquella
masacre.
Al regresar
dedicó una extraña mirada a ambas amigas. Se habían separado, pero Claire
todavía mantenía una mano rodeando la de Ángela en consuelo. Se refugiaban en
la puerta del vagón, de espaldas a la muerte de su interior. En el gesto del
hombre, Claire reconoció una solemnidad que pretendía aportar seguridad a su
situación, aunque de nada servía si en sus ojos se reflejaba su propia
desesperación.
A petición de
su compañero, Finn repitió aquel gesto donde apoyaba las manos en el vagón,
esta vez durante más tiempo. Gart cerró el comunicador antes de que su
compañero terminara, y se acercó solo cuando este negó con la cabeza.
―Solo nuestro
vagón se ha salvado.
Gart asintió
con la cabeza, un movimiento lento que carecía de sorpresa. Cuando Gart se
volvió hacia Ángela y Claire, solo esta última parecía escucharle.
―Me he
comunicado con la Sede, compartiendo nuestra ubicación y situación. Van a
enviarnos un equipo de rescate, pero tenemos que marchar hacia el lago Mechanis
a pie para aterrizar la nave.
—¿Hasta el
lago? —se extrañó Finn y Gart asintió.
—Está a solo
unos minutos.
—Esos minutos
pueden suponer la diferencia entre estar a salvo o sufrir una emboscada —insistió
el otro—. Deberíamos esperar dentro del vagón protegidos con el mecanismo de
seguridad.
—Ya lo he
sugerido, pero creen que el tren perderá conexión con la Red de Méner en
cualquier momento y, cuando ocurra, nuestro refugio será una ratonera —Finn
frunció el ceño y Gart negó con la cabeza con el cansado gesto de la
experiencia—. A mí también me ha extrañado, pero sabrán más de la red nuestros
superiores, ¿no? No tenemos alternativa. Muchachas, ¿podréis andar un poco?
Claire se
levantó y tendió la mano a Ángela para hacer lo mismo. Sus dedos quedaron
suspendidos ante sus ojos unos largos segundos antes de que la joven advirtiera
de su existencia. Todavía ensimismada, aceptó la ayuda y se puso de pie. Sus
pupilas eran incapaces de centrarse en la gente a su alrededor, y Claire sopesó
si debiera volver a abrazarla.
Tomándolo como
la confirmación que era, Gart cargó con Blake sobre su espalda mientras Finn
encabezaba la fila. La luz de las lanzas se reflejaba sobre los charcos que
nacían del suelo embarrado, ondulándose con pasos mojados. La lluvia seguía
cayendo sobre sus cabezas, limitando su vista y calando sus ropas, pero ni
siquiera el frío y el agua parecían despertar a Ángela de su extraño trance.
Seguía avanzando, silenciosa y perdida.
―Ángela,
¿estás bien?
Su rostro se
volvió hacia ella y sus pupilas, indistinguibles del iris con la escasa luz,
hicieron un mero intento de enfocarla.
―El agua. El
frío. No me sientan bien ―Claire frunció el ceño y ella negó con la cabeza.
Gotas de lluvia huyeron de su pelo―. Pero eso es lo de menos. Toda esa gente
muerta… No consigo olvidarlo. Lo veo una y otra vez en mis ojos. Intento
ignorarlo y sigo viendo sus cuerpos, oliendo su sangre. Me cuesta evitar las
arcadas. Y el frío… ¿no lo sientes?
―No es mi
mayor preocupación ahora mismo. Al menos aquí no nieva.
Con aquellas
palabras recordó que, en algún momento, había terminado de ponerse la chaqueta.
Totalmente calada, de poco le servía para mantener su calor. De todos modos,
decidió quitársela y ponerla sobre los hombros de Ángela, un gesto que permitía
transmitir más cariño que calidez. Ángela lo agradeció con voz trémula,
aferrándose a la tela mojada como si de una cálida manta se tratara.
―Saldremos de
esta ―dijo para ambas.
A Claire le
sirvió, sus palabras reconfortándola con un calor que recordaba a las tardes en
su cabaña, con chocolate caliente y las risas de sus amigos junto al crepitar
de la chimenea. Se dejó calmar por aquella inesperada y extraña imagen, e
incluso trazó una cansada sonrisa cuando entre los árboles se abrió un claro.
Para alguien
que jamás había visto un lago en persona, Claire lo concibió como un charco
enorme que se extendía ante su campo de visión, el otro extremo oculto en parte
por una gigantesca estructura que surgía de sus aguas. Reconoció aquella
presencia del viaje en tren. Placas de metal se abrían sobre más placas de
metal, tan oscuro que parecía negro, tan viejo que la luz era secuestrada en su
superficie. Nacía del centro del agua y emergía varios metros por encima de
ella como un imponente edificio negro, ligeramente inclinado.
Inconscientemente,
Claire avanzó hacia el lago, impresionada por aquella mole de metal oxidado.
Sus pies crujieron sobre la escarcha que nacía de la tierra embarrada, e ignoró
la niebla que se perdía entre los árboles a su alrededor y ocultaba ligeramente
el objeto de su fascinación. Fue consciente de que Ángela la contemplaba desde
la orilla, y que Gart dejaba a Blake delicadamente sobre el suelo para darse un
descanso. Finn se quedó a vigilarlo. Su lanza encendida marcaba su posición
entre la neblina, y un parpadeo rojizo indicó que había abierto su comunicador.
Ángela se
acercó a ella, sin atreverse a entrar en el frío lago. Claire había avanzado
bastante más que su amiga. El agua le llegaba por los tobillos y no le importó,
pues la lluvia estaba igual de fría. Habría avanzado incluso más de no ser por
el abismo que se abría a sus pies.
Estaba a un
par de pasos de la completa oscuridad, un fondo donde la única tierra visible
era la de las paredes, de la que destellaban restos metálicos. Un escalofrío la
llevó a apartarse de aquella profundidad, temerosa de que la arrastrara
consigo. No recordaba la última vez que nadó en el río, pero sí tenía bien
grabada la sensación de perderse en la oscuridad. No quería repetir sus sueños.
―Veo que el
nombre de “lago Mechanis” es apropiado.
Al girarse,
Claire comprobó que Gart se había acercado a ella. Ante la expresión inquisitiva
de Claire, le explicó:
―La estructura que ves ante ti reúne restos de
varios armazones de batalla, unos gigantes metálicos controlados por Demiurgos
hábiles y poderosos. Hace cuarenta años, cuando Heraklia se independizó de los
Mágicos y formó su propio Bando, envió a estos colosos y sus Manipuladores para
empezar batallas a lo largo del continente. Aunque ahora los conflictos se
libran en costas y fronteras, los restos del enfrentamiento se reagruparon en
estos monumentos para recordar a los civiles que las contiendas podrían
regresar a sus hogares.
―Pues yo no
había oído jamás sobre estos monumentos.
Gart le dedicó
una mirada de asombro que, sorprendentemente, no tardó en convertirse en un
gesto reflexivo.
―Entonces es
que los soldados hacen su trabajo… Aunque mejor no digas esas cosas ante el
Consejo ―aunque todavía extrañado, no pareció un reproche―. Va a sonarte a
cantinelas de viejo, pero mi padre luchó en el ejército y de él aprendí el
valor de proteger a la gente. Por eso estoy en la guardia, por los civiles, y
no en las fronteras gritando por banderas ―Claire guardó silencio, valorando la
ética de aquel hombre. Él pareció hacer lo propio al devolverle la mirada―. No
pareces un monstruo, por lo que es mi deber como guardia y no el de los dioses
velar por tu seguridad. Os protegeré a ti y a tus amigos hasta que regreséis a
vuestro hogar.
Gart se volvió
hacia la orilla y Claire hizo lo propio, reflexionando sobre las palabras de
aquel hombre. Las había pronunciado con sincera convicción, sin apartar sus
pupilas de las suyas. Valoró aquel gesto, pues poca gente lograba aguantar su
mirada tanto tiempo.
Desde aquella
distancia inspeccionó también los destellos que procedían de más allá de la
orilla, ocultos entre la primera línea de árboles. Claire tragó saliva al
distinguir que eran ojos, y que analizaban sus movimientos con medida cautela.
Un parpadeo de luz indicó que los guardias aferraron con renovada fuerza sus
lanzas, y el resplandor de Gart se alejó del agua conforme se acercó a su
compañero. Claire hizo lo propio, sus pies chapoteando en el frío lago hasta
alcanzar a la inmóvil Ángela.
Uno de
aquellos pares de ojos les imitó, avanzando
a la luz de las lanzas. De primeras, su silueta parecía humana o elvan, pero la
larga cola que ondulaba a sus espaldas descartaba tales opciones. Acabada en
punta de flecha y en tonos grisáceos, era un rasgo que se compartía entre los
recién llegados, que caminaron tras el primero hacia el claro. En sus ropas
destacaba una túnica de color gris oscuro, con una capucha que ensombrecía sus
rostros. En sus cintos había armas, principalmente espadas, pero también arcos
y lanzas sobre algunas espaldas.
Sobre las
empuñaduras descansaban sus manos, listas para desenvainar sus filos. Manos que
poco recordaban a las de un humano o elvan, pues sus dedos y uñas se habían
endurecido en unas grotescas garras.
Su escolta
avanzó con decisión, dejando a sus espaldas a los jóvenes que juraron proteger.
Claire contuvo la respiración y Gart expiró la suya en una vana declaración:
―En el nombre
del Consejo Mágico, solicitamos su colaboración para proteger a les candidates
tras nosotros. Si vuestra elección es luchar, sabed que tenemos refuerzos al
caer.
Quien dio el
primer paso detuvo su avance, y el resto imitaron su elección. Claire no tuvo
ni una oportunidad de sentir alivio, pues con un gesto de su cabeza, aquella
persona dio su respuesta.
La criatura a
su izquierda acató las órdenes y desenvainó su espada, lanzándose hacia un Finn
que ya le esperaba con la lanza en posición de guardia. Ángela contuvo una
exclamación, el hombre empujó a su combatiente con su arma, Gart cargó la suya
y esta destelló de energía.
Todo sucedió
demasiado rápido. La primera de aquellas criaturas cayó al suelo y la lanza de
Gart disparó un destello de luz al que pretendía saltar tras él, derribándolo
con extrañas quemaduras en carne viva. No se revolvió. No parecía sentir dolor.
El que Finn había empujado sufrió el mismo destino tras otro destello
procedente de su lanza, y esta no logró moverse a tiempo para bloquear la
tercera espada. Un tajo abrió sangre en su brazo derecho y, al desviar el arma
abrió una apertura para una estocada enemiga.
La hoja atravesó
su pecho. Ángela gritó y su voz ahogó el gorgoteo final de aquel hombre. Más
seres abandonaron la oscuridad del bosque hacia la luz de la lanza de Gart, la
magia llamada por dolorosa ira. El resplandor obligó a Claire a cerrar los ojos
y, cuando los abrió, se encontró con que los atacantes permanecían intactos.
Algo
distorsionó la imagen de aquellos desconocidos, una película transparente que
se extendió a partir de los brazos de alguien que no portaba armas en su cinto,
y que se había colocado justo delante de quien parecía encabezar al grupo.
Aquel extraño efecto desapareció cuando bajó los brazos y permitió que Gart clavara
la lanza en su pecho. Fue su última acción antes de que dos espadas atravesaran
sus costillas.
El rojo de la
batalla manchaba la orilla, y ni la intensa lluvia lograba limpiar la tierra.
Los asesinos de Gart retiraron sus armas y su cuerpo se reunió con su sangre,
cayendo con un inerte chapoteo. Uno de los asesinos había perdido la capucha y,
como el resto, devolvía la mirada a las chicas.
―Shirizas.
Fue la única
palabra que logró captar de los labios de Ángela, pues el resto se perdieron
entre la lluvia y el análisis al que sometió aquel rostro. Sus rasgos eran
similares a los de humanos y elvan, pero entre la trémula luz de las lanzas advirtió
que su piel era tan gris como sus garras. Más extraños eran sus ojos, de un
verde tan hipnótico que le hizo ignorar las finas escamas grises sobre sus
mejillas. Sus pupilas parecían haber sido devoradas por aquel verde, dando a
aquellos ojos el aspecto de inertes canicas.
Perdida en
aquella falsa mirada, solo el grito de Ángela logró devolverla a la realidad.
Las llamas consumieron el resplandor azul de las lanzas en un estallido de violento
rojo. Reclamaron como suyo el cuerpo de aquel que había osado acercarse al
inconsciente Blake, devorando el verde de sus iris vacíos y ardiendo incluso
sobre tierra mojada.
Lejos de
asustarse, Claire tomó aire como si de repente hubiera recordado cómo respirar.
Sentía la lluvia, el olor de la sangre, el barro y la carne ardiente. Sentía
todo demasiado… No, volvía a la realidad como si despertara de un sueño. El
fuego de Ángela siguió acatando sus órdenes, quemando y arrasando todo cuanto
la joven le rogaba entre rabia y lágrimas. Creció sobre los cadáveres y sus
asesinos, quienes ni siquiera se retorcieron al ser devorados por el calor.
Aquellos que aún seguían en pie retrocedieron con extraña cautela, moviéndose
al unísono como si fueran un solo ente.
Claire apretó
los dientes y se colocó al lado de Ángela, ignorando las llamas que nacían de
sus dedos. Viéndola, intentó recordar cómo las sombras habían acudido a su
auxilio en el bosque, cómo podría llamar su nombre al igual que su amiga dirigía
al fuego.
Alzó la mano
como Ángela.
Y una
exhalación detuvo sus dedos.
Su corazón dio
un vuelvo. Entre la helada lluvia, sintió como las llamas a su derecha se
apagaban. De alguna forma, reunió fuerzas para girarse hacia Ángela y las
lágrimas se acumularon en sus ojos.
De su hombro
nacía una flecha y de ella manaba sangre. Sus ojos negros se cruzaron con los
suyos y Claire vio su propio reflejo en ellos. Compartían su terror.
Toda la ira,
toda la confianza que había nacido de Ángela y se había filtrado a ella
desapareció cuando la joven se desplomó en el suelo. Su cuerpo convulsionaba
por el dolor y su respiración expiraba tanto aire como agua a trompicones.
La lluvia
pesaba sobre los hombros de Claire, enturbiando su visión, empapándola hasta
los huesos. Quiso agacharse a ayudar a su amiga, pero sabía que, si lo hacía, la
pesada agua la empujaría hasta el suelo. Sentía los latidos de su corazón y su
respiración agitada como si llevara mucho tiempo en un sueño y la propia
realidad la hubiera abofeteado. El impacto y la realización de que aquello que veía
estaba sucediendo, que no era parte de sus pesadillas, la había noqueado de tal
forma que ni siquiera percibió las garras que se cernieron sobre ella.
Su chaqueta
soltó agua cuando aquella persona la levantó en vilo. Un amago de resistirse la
obligó a retorcerse y entonces se cruzó con aquellos ojos. Entre el más puro
verde, dos rendijas ovaladas se abrían y la contemplaban fijamente, como dos
cabezas de lanza atravesando sus pensamientos. Los brazos de Claire cayeron
inertes sobre su cuerpo. Sus piernas dejaron de resistirse a la magia que
ayudaba a alzarla. Incluso ignoró como sus secuaces levantaban a sus amigos de
igual forma, pues aquel extraño verde había arrebatado su voluntad.
Ensimismada,
descubrió que aquella persona era la única que tenía pupilas, verticales y
delgadas como las de un felino, redondeadas por la oscuridad. A tal escasa
distancia descubrió que sus ojos eran ligeramente rasgados y su pelo caía negro
y lacio por la lluvia. Algo en su interior se removió con familiaridad, pero
sus pensamientos no reconocieron su propia voz, pues aquella persona (¿aquel
hombre?) se los había robado.
Ni siquiera
reaccionó cuando por el rabillo del ojo vio que su cuerpo y el de sus amigos se
alzaba sobre el abismo profundo y cortante del lago. Blake seguía piadosamente inconsciente y Ángela murmuraba algo con voz entrecortada. Sus lágrimas se
mezclaban con la lluvia y la flecha todavía sobresalía de su hombro, moviéndose
grotescamente al compás de su respiración.
Su atención
volvió a centrarse en el rostro de aquel ser, el cabecilla de los asesinos y
responsable de su inminente muerte. Sus miradas se cruzaron y aquella persona
murmuró una disculpa silenciosa.
Le sorprendió
descubrir que sus ojos no mentían, de verdad lamentaba sus actos.
Y entonces
cayó a la fría oscuridad.
El impacto
contra la superficie helada le robó el aliento, que huyó encerrado en burbujas.
Claire parpadeó intentando acostumbrar sus ojos al agua, agonizando al ver que
se alejaba de la escasa luz del cielo. Pataleó hacia ella, pero sus músculos
seguían entumecidos. No le sorprendió comprender que era culpa de su asesino y
su mirada. Sus ropas pesaban y la hundían con ella, sus forcejeos solo servían
para arañarla con las cuchillas que reposaban cerca del foso.
Entre la
creciente oscuridad, gritó al recordar sus pesadillas de cada noche, la presión
en su cuerpo al hundirse en un abismo sin fin donde caía en todas direcciones y
en ninguna a la vez. Maldijo a su cuerpo por no poder moverse a sus órdenes,
atrapado como si aquellas garras oníricas rodearan sus extremidades. Quiso
llorar por la soledad y vacío al que se dirigía… y entonces algo suave rozó sus
dedos.
Distinguió el
rostro de Ángela, distorsionado entre el agua sucia y las burbujas con las que
pagaba unos últimos segundos de oxígeno. Aceptó la mano que le tendía,
estrechándola con más fuerza de la que tenía su amiga. Blake se hundía cerca,
lo suficiente para poder notar su compañía también. Dejó de sentirse sola y,
por una vez, la sensación de hundirse en el sempiterno vacío serenó su corazón.
Sus forcejeos
desistieron, sus ojos se cerraron en paz. Solo sus dedos siguieron haciendo
fuerza, manteniendo aquel familiar contacto hasta su final. Sabía que pronto la
falta de oxígeno despertaría su desesperación, pero quiso reconfortarse en
aquellos momentos de calma hasta entonces. Morir ahogados era su mejor opción.
Sus asesinos seguían esperándolos en la superficie, y era más piadoso fallecer
entre aquella paz temporal que degollada ante sus vacías miradas. Eso había
querido quién la levantó, la única persona con pupilas. Una extraña compasión
tras haber matado a sangre fría a su escolta.
Que así fuera.
Realmente era
la segunda vez en dos días que sentía la muerte ante ella, aunque esta vez
parecía tener unos momentos para formular sus últimos lamentos. Quiso
arrepentirse de no haber querido saber más hasta ayer, pero dudaba que su
curiosidad hubiera despertado jamás de otro modo. Lamentó haber arrastrado a
sus amigos hasta aquella situación. Si su magia no fuera tan extraña seguirían
en Máline, a salvo.
Si hubiera
dado con las palabras adecuadas, tal vez la voz de sus sueños habría respondido
sus dudas. Si no se hubiera marchado, podría contestar su última pregunta:
«¿Por qué no
me estoy ahogando?»
No esperó una
respuesta, no podía hacerlo. Ángela cerraba los ojos cuando sus manos aferraron
sus muñecas, despertándola de su trance. Su último aliento escapó de sorpresa y
pataleó junto a Claire hasta alcanzar a Blake. La magia tras aquellas pupilas
felinas se había roto y su cuerpo le respondía de nuevo. La adrenalina latía en
sus sienes y en ningún momento se detuvo a cuestionarse por qué no se ahogaba.
Ángela intentaba patalear acogida entre sus brazos, mientras Claire nadaba
torpemente con Blake en su espalda. No estaba tan lejos de la superficie como
creía, podía incluso impulsarse en las paredes del lago aun si con ello el
metal le dejaba heridas. Ya se preocuparía de ellas una vez estuvieran a salvo.
Sus cabezas
atravesaron la superficie y el viento frío despertó tanto a Ángela como a
Blake. A pesar de la confusión de este último, no pudo preguntar mientras los
tres vomitaban agua con sabor a hierro. Ángela terminó desmayándose tras el
acceso de tos y Blake la recogió con ayuda de Claire, nadando los dos hasta la
orilla. Un calor familiar se transmitió a través de las aguas, y Claire supo
que su amigo había empezado a sanar las heridas. Él también parecía agotado, y nada
más llegar a la zona menos profunda del lago se dejó caer con las manos sobre
el hombro herido de Ángela, incapaz de extraer la flecha. Claire creyó escuchar
un gracias que supuso se dirigía a ella; sin embargo, su atención estaba en lo
que había al límite del bosque.
Al ver que su
final no llegaba, había buscado regresar a la superficie a pesar de temer otro
trágico destino. Efectivamente, las espadas que imaginó estaban desenvainadas,
pero sus dueños ignoraban a los jóvenes que yacían sobre fango y herrumbre.
Entre la
niebla y el agotamiento, Claire divisó una escena muy distinta: Sus enemigos se
movían con aquella artificial disciplina, rodeando a una ágil figura que
atravesaba su grupo. Un destello metálico brilló entre la neblina, y un shiriza
cayó manchado de rojo.
Su autoría
correspondía a aquella fugaz sombra, bailando entre cuerpos que caían con un
pesado sonido encharcado. Los shirizas exhalaban su último suspiro y con él
marchaba su conciencia y cuerpo, un hecho que Claire casi ignoró embelesada con
la danza de aquellas solitarias espadas.
Las hojas
nacían de una túnica de mangas anchas, con capucha y de un gris oscuro que
Claire descubrió idéntico a los de sus rivales. La prenda se movía
elegantemente al compás de sus precisos y veloces ataques, acompañando a sus
filos ante cada corte y estocada, meciéndose con sus esquivas. Uno a uno, los
seres caían desangrados o mutilados antes de desvanecerse. Uno incluso fue
lanzado de una patada al lago tras recibir un tajo del que difícilmente habría
sobrevivido. Su cuerpo se perdió en las profundidades, y Claire se estremeció
al darse cuenta de que aquel podría haber sido su destino.
La penúltima
de aquellas criaturas que Ángela llamó shirizas acabó de rodillas ante su
ejecutor, obligado por un corte en los talones. Tras desarmarlo y bajarle la
cabeza, el portador de ambas espadas lo rodeó con aire triunfal y alzó la mirada
hacia el último de sus enemigos, que Claire reconoció como aquel de pupilas
oscuras. Sin dejar de mirarlo, colocó sus filos como tijeras y decapitó a su último
secuaz.
Hubo unos
instantes de silencio mientras el cuerpo se reunía con su cabeza en la tierra, desapareciendo
juntos. Un silencio donde el aguacero se podía ignorar entre la tensión de los
combatientes. Le extrañe oponente alzó una espada hacia su último rival,
desafiante. La sangre goteaba de las mangas de su túnica. El shiriza le mantuvo
la mirada, pero no aceptó su afrenta, retrocediendo hacia el bosque y
fundiéndose con la niebla.
Hizo ademán de
seguirle, deteniéndose al comprobar que su próxima víctima había desaparecido. De
un golpe seco agitó sus armas para que el exceso de sangre cayera sobre la
tierra, y las envainó en las fundas de su cinto.
Después se
quitó la capucha.
Al estar de
espaldas, Claire solo logró distinguir una mata de pelo muy corto. Era oscuro,
y le daba la impresión de tener zonas calvas. Al incorporarse para intentar
discernir sus rasgos, un ataque de tos la devolvió al suelo y reveló su
presencia.
Maldijo para
sus adentros, pero aquella persona solo se volvió a contemplarla en silencio.
Con su rostro bajo el agua, tumbada miserablemente sobre el lecho del lago, no
logró apreciar nada distintivo en su cara. Algunos mechones de pelo mal cortado
se pegaban a su piel, tanto por la lluvia como la sangre que resbalaba por sus
facciones.
De pronto, una
luz cayó sobre Claire y sus amigos. La persona se detuvo en seco, llevándose
consigo las respuestas a aquellas preguntas que Claire no llegó a pronunciar.
La sonoridad
de la tormenta fue devorada por el ruido del viento y la maquinaria
descendiendo. Antes de perder la consciencia, Claire se preguntó si la voz de
sus pesadillas también sabría la identidad de su salvador. Al fin y al cabo, conocía
más sobre ella misma que la propia Claire.
Se lo
preguntaría a su regreso. Así, la próxima vez podría morir sin arrepentirse.
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