jueves, 9 de octubre de 2025

Colección de Cuentos 3

La Caballería, Ante Todo


La vida en la academia Blackwood era ajetreada cuanto menos. Los recién llegados corrían el riesgo de abrumarse entre caras nuevas y apretados horarios. Diligencia y disciplina eran exigidas por el profesorado, que vertía su conocimiento en las cabezas de sus oyentes. Cada año, las lecciones se sucedían y repetían hasta impregnar la psique del alumnado, puesto a prueba mediante aterradores exámenes.

Y de pronto, llegaba el último curso. La tensión acumulada se fundía con la nostalgia, pues pronto tocaría decir adiós a los compañeros de tal tumultuoso lustro. La convivencia se esfumaría al comenzar la vida de mago adulto y, aunque los lazos se mantuvieran, nada sería lo mismo.

Sí, aquella había sido una etapa llena de contradicciones. Las bromas entre amigos se intercalaban con el estrés de los exámenes, con estudios nocturnos y peleas por los trabajos en grupo. Todo tenía lugar bajo el techo de la academia Blackwood, siempre que cumplieras sus estrictas reglas…

O no te descubrieran rompiéndolas. Un grupo de alumnos de su curso, los mayores que debían dar ejemplo, repartió invitaciones como desafío a tantos años de estricto comportamiento. Una fiesta se celebraría el 31 de octubre en la academia, a la noche, cuando su acceso estaba vedado.

También estaba prohibido correr por los pasillos, pero Ricken y Harper echaron una carrera nada más cruzar las puertas. Enseguida dejaron atrás a los demás invitados clandestinos. Para ellos, su fiesta solo era una excusa para colarse. 

Llegaron a su destino y cerraron la puerta tras ellos. Harper cerró las ventanas para que el viento otoñal no les enfriara al empezar a sudar. Ricken, más bajito, se encargó de encender las velas. De la emoción, se habían quitado sus túnicas casi en la puerta. Allí, su uniforme, su identidad como estudiantes, quedaba relegado a un segundo plano.

Porque hoy iban a trasgredir otra norma de la academia. Situados el uno frente a le otre, sudando por la emoción…

Dieron comienzo a un duelo. 

Como reflejos en un espejo, los duelistas realizaron la reverencia de protocolo antes de esgrimir sus bastones de duelo. Su densa madera envainaba un estoque que, al descubrirse, convertía un arma de impacto en una afilada aguja. Como bastón, además, podía canalizar la magia como una varita algo más burda. En la versatilidad se hallaba su fuerza, en la capacidad de sorprender cambiando del corte al rayo, de raudas llamadas al viento y al peso de un impacto enfundado.

Y, sin embargo, ambos contrincantes eran ajenos a aquella virtud. Sin mediar palabra, decidieron que hoy empezarían con la modalidad de esgrima y marcharon a unir sus hojas. Se conocían demasiado bien para que sus gestos, sus pensamientos, fueran sorpresa.

Su destino quedó sellado cinco años atrás en aquella misma sala. Una clase que pretendía demostrar el reglamento de los duelos y que les colocó en extremos opuestos de la pasarela sobre la que ahora danzaban, una vez más. Cada esquiva del ágil Ricken era un desafío para Harper, aun cuando ya conocía sus destrezas. Saltaba, levantado por el viento, y se lanzaba sin miedo para ser detenido por el bastón de su contrincante, la densa madera disipando el impacto. Entonces, le defensore se convertía en atacante, pues su altura traía consigo fuerza, y la descargaba con el bastón haciendo de garrote. 

Pero Ricken también había aprendido de sus anteriores duelos. Cuando su hoja se tambaleó por el impacto de Harper, llamó a la brisa y esta lo retiró suspendiéndolo en el aire. La distancia le salvaba de los golpes y Harper reaccionó en consecuencia. 

Empuñó su arma como varita, apuntó al ligero mago y el rayo, su ofensiva favorita, aceptó su petición. Un destello dejó al trueno como recuerdo, volando hacia un Ricken tan desamparado como un pajarillo en el ojo del huracán.  

Su escudo llegó justo a tiempo, su llamada casi un grito de auxilio. El campo protector disipó la electricidad, pero no el impulso, y Ricken y su brisa salieron despedidos.  

Por un momento, Harper temió haberse pasado. Aunque siempre encantaban equipamiento y ropas para mitigar daños, la energía cinética era caprichosa y sus consecuencias fatales.

Sin embargo, como burlándose una vez más de elle y su preocupación, Ricken sonrió.

Con ojos chispeantes, dio una voltereta en el aire para apoyar los pies en la pared tras él. Dobló las rodillas para absorber el impacto y las estiró, lanzándose contra Harper estoque en mano.  

La hoja atravesó directamente su corazón.

Y Harper levantó las manos.

—Me rindo.

—¡¿Me rindo?! —repitió Ricken, mientras aterrizaba—. No, las palabras que buscáis son “el duelo ha concluido”, pues es mía la victoria. ¡Es bien diferente!

—Si así lo deseáis —concedió Harper, asintiendo con nobleza—: El duelo ha concluido, la victoria le pertenece, Lord Ricken.

Ricken hizo una mueca, sin importarle el poco decoro del gesto. Al notarlo, Harper suavizó su expresión para añadir:  

—En realidad, su voltereta de trapecista valdría como dos victorias. 

Aquel comentario, desprovisto de tanta formalidad caballeresca, hizo efecto en Ricken. Se permitió una orgullosa sonrisa que Harper no le reprochó, pues el desafío amistoso se contemplaba en su relación. 

—Acepto su juicio. Mas os advierto que, tras el siguiente duelo, serán tres victorias a mi favor.

—Para atenderlo debo estar dispueste.  

Ricken parpadeó, recordando que era su mano la que mantenía la aguja. La retiró tan rápido como la ensartó, comprobando que las letras inscritas sobre ella seguían brillando.

—Estoy bien —lo tranquilizó Harper, palpándose el lugar donde fue atravesade. No había marca alguna en su camisa—. El encantamiento seguía activo. Si no, no estaría hablando con usted.

—Aun así, mejor curarnos en salud —suspiró Ricken.

Habían estudiado juntos aquel encantamiento y la fortificación de vestuario tras algunos accidentes en sus duelos clandestinos. No era lo único que habían aprendido en compañía el uno de le otre, pues las técnicas que exhibían procedían de sus mismos libros. Comenzaron su aprendizaje en separado, pero, tras varios encuentros en la biblioteca, terminaron juntándose para estudiar. 

Otras tantas veces quedaban para leer los libros que inspiraban a ambos. Historias de valerosos magos cuyos logros trascendieron la muerte, convirtiéndose en héroes de tinta. Caballeros versados en la hechicería que usaban su mente y destreza para abatir villanos. 

Y, en todas esas historias, siempre estaba la figura del Rival. El antihéroe que ejercía de obstáculo a superar, que motivaba al héroe y a sí mismo para mejorarse en una cordial competición. 

Por eso, a pesar de sus profundos lazos, Ricken y Harper nunca se definían como amigos. Eran Rivales y no les temblaba la voz al declararlo. Los novatos quedaban aturdidos ante su efusividad. Sus compañeros de curso suspiraban con hastío, acostumbrados ya a sus extravagancias. 

Su curiosa relación llegó incluso a oídos de sus profesores, pues siempre que practicaban enfrentamientos se exigían como contrincantes. Su entusiasmo, que al principio resultó simpático, se volvió tedioso al repetirse cada semana. Alegando que la variedad les haría bien, Ricken y Harper llevaban años sin enfrentarse de forma oficial. 

La academia vetaba los duelos recreativos, por lo que solo la clandestinidad les permitía entrenarse. Sus escapadas daban pie a rumores, sobre todo entre nuevos estudiantes. Su excusa de “marchamos a fortalecer nuestras almas en el noble arte del duelo” no convencía a aquellos ávidos de dramas del corazón.

Y aquella era una noche perfecta para ello, con un primer combate excelso. Se dedicaron una reverencia y estrecharon la mano, como exigían los códigos de caballería mágica. Después, Ricken acercó sus túnicas con una brisa, las usaron de manta y se sentaron en el borde de la pasarela. 

Como siempre, escogieron la vieja sala de duelos para su contienda. Llevaba en desuso desde que un chavalín entusiasta, en su primera práctica, decidiera desprender la lámpara de techo para derrotar a su Rival. 

A Ricken le pareció una idea excelente. A Harper también, tal vez porque logró esquivarlo a tiempo. Pero el instructor, dirección y el equipo de mantenimiento no supieron apreciar tal brillante estrategia. 

Dirección aprovechó el desastre para reconvertir la estancia: movieron las prácticas de duelo a la sala de entrenamiento y la vieja quedó relegada a almacén de polvo y peleles deteriorados. El escenario en forma de pasillo, del ancho de tres personas, era rodeado por una pequeña grada. Desperdigados por los asientos, los maniquís eran el fiel público de sus luchas. Sus esqueletos de metal chirriaban al moverse y su carcasa externa, de madera, se erizaba en astillas. 

A pesar de su siniestra vigilancia y la capa de polvo que impregnaba el ambiente, los duelistas habían convertido aquella sala en su refugio, el inicio y testigo de su historia. Como de costumbre, Ricken sacó un saquito de galletas, usando la cortesía como excusa. 

—Hay que nutrir cuerpo y mente, mi Lord —dijo, ofreciéndole una a Harper.

Su Rival la aceptó. Le propie Harper había traído también un poco de pan y queso para picotear después, noticia que Ricken recibió con genuino entusiasmo. Harper siempre era más rígide a la hora de interactuar, inflexible en su papel de Lord. Aunque Ricken también admiraba las épicas que inspiraban sus roles, era Harper quien marcaba los límites de su relación, regidos por formalismos en habla y cercanía. La templada cortesía solo se derretía con bravuconerías, pues la consideraba incentivos para su competitividad.

Por eso, Ricken aprovechaba cualquier oportunidad para relajar sus roles. Aunque apreciara su curiosa relación, no podía negar que anhelaba ser su amigo además de Rival, sobre todo tras tantos años juntos. 

El picoteo ayudaba a sacarle una sonrisa sincera a Harper. Por muy estricte que fuera, apreciaba la buena comida… y la compañía. O eso quería creer el alegre Ricken.

—Citando las lecciones de nuestros maestros para excusar nuestro aperitivo, ya veo —comentó Harper, ajustándose las gafas con gesto soberbio—. Osadas palabras de quien está quebrantando sus normas.

—Como caballeros, compensamos toda norma infringida con nuestras nobles motivaciones —se excusó Ricken, pescando migas de la bolsita—. Además, nutrirnos es también parte del camino. Imagine, Lord Harper, que en nuestro incansable empeño olvidáramos la bondad del aperitivo y su ausencia nos llevara a la fatiga, al desmayo. Imagine entonces que el profesorado hiciera ronda por nuestro escenario. ¡Qué deshonra sería encontrarnos en tal estado!

—Nuestra infamia superaría nuestras valerosas intenciones, sí —coincidió Harper—. La discreción es siempre una buena virtud que practicar. 

Una sonrisa acudió a los labios de Ricken, escondiéndose antes de asomarse a ellos. Un grito en la distancia atravesó la privada quietud de su refugio, el preludio de una estampida de pasos. 

Los duelistas se miraron, compartiendo el mismo hilo de pensamiento: ¿Serían los demás alumnos? Extraño, su fiesta era en la zona opuesta de la academia.

Algo debía haber sucedido y, como futuros defensores de la justicia, debían investigar. Harper se levantó de un salto y Ricken le siguió, casi volando. La carrera llegó a su cénit delante de la puerta y ahora su estruendo se alejaba, adentrándose en los pasillos. Cuando abrieron, vieron perderse túnicas y voces jóvenes. Al menos, no eran profesores.

—Me pareció oír algo sobre la hora, ¿tal vez? —inquirió Harper.

Ricken frunció el ceño, más concentrado en la siguiente tanda de pasos.

—Lo ignoro, preguntemos a los que vienen. ¡Eh, pipiolos!

El nuevo grupo se detuvo en la intersección del fondo y Ricken corrió a su encuentro, aligerando su avance con pequeñas brisas. 

—¿Por qué lleváis tanta prisa? ¿Hay algún profe cerca?

—¿No os habéis enterado? —preguntó una alumna, que veía a Harper también acercarse—. Estabais en la fiesta, ¿no?

—¿Y si les han borrado los recuerdos? —exclamó un compañero suyo.

—No, estoy segura de que no estaban —intervino una tercera.

—¿Y si nos ha poseído para que los olvidemos? —volvió la primera. 

Ricken suspiró. Alumnos de primer año y ya entrando a hurtadillas en la academia. Cada vez empezaban más jóvenes.

—Ni yo ni Harper estábamos en la fiesta —explicó, presentándole con la mano— así que… agradeceríamos, no, exigimos, información sobre qué pasó. En nuestra ausencia. Porque no estábamos.  

Entre los grupos nació un breve silencio, suficiente para que las inseguridades de Ricken despegaran como dientes de león ante la brisa estival. Años asumiendo el rol de Lord Ricken lo habían condicionado a un registro y postura específicos en presencia de Harper. Un papel que, al interactuar con elle y terceros al mismo tiempo, tambaleaba sus palabras y confianza. 

Por suerte, su vergonzoso vaivén no fue la razón del silencio. De hecho, fue el nombre de Harper el que llamó la atención de los chicos.

—Harper… ¿de qué me suena?

—Ah, son la parejita del último curso. 

—No, no —intervino la primera, antes de que Ricken o Harper corrigieran—. Son los fanáticos de los duelos. 

Un familiar y funesto entendimiento ensombreció a los tres novatos. Acostumbrade a aquellas reacciones, Harper insistió en sus demandas y los compañeros se centraron. Les hablaron de la ouija celebrada en la fiesta, que resultó en la liberación de un espíritu y la posesión de una alumna. Al horror de la manifestación se le sumaba la amenaza del tiempo, pues o deshacían su aparición antes de las doce o esta sería permanente. 

Conforme hilaban su relato, los chavales los acompañaron de nuevo a su puerta, deteniéndose al terminar. Ricken y Harper los despidieron, conscientes de la curiosidad de sus miradas.

Entraron y cerraron la puerta tras ellos. Recapacitando por los sucesos averiguados, guardaron silencio hasta que Ricken logró romperlo: 

—Deberíamos ayudarles, ¿no?

Las dudas de Harper arrugaron su ceño, un gesto que no pasó inadvertido para Ricken.

—¿En serio te lo estás planteando? —exclamó él, rompiendo su cortesía.

—¡Pues claro que lo estoy haciendo, Ricken! 

Ricken parpadeó. Era la primera vez que lo trataba sin el título de Lord. 

—Estamos hablando de un espíritu enfadado, capaz de poseer a gente —siguió Harper—. Por el amor de los cielos, recuerda las lecciones de fantasmagoría. ¡No son enemigos que subestimar! Los chavales estaban asustados de verdad y con razón. Deberíamos largarnos. 

Aquella sugerencia golpeó a Ricken como una bofetada. 

—¿Largarnos? ¿Justo cuando hay gente que nos necesita?

—No nos necesitan a nosotros específicamente —siguió Harper, recogiendo ya sus cosas—. Pueden apañárselas solitos. Ni tú ni yo hemos tenido nada que ver.

—No con la ouija, pero es gracias a ellos que pudimos entrar.

Su argumento rebotó en une Harper que Ricken no reconocía. Su valerose Rival, la encarnación de la rectitud y la diligencia, se escondía con mirada esquiva y hombros caídos. 

Tendría que traerle de vuelta.

Irguió la espalda, pidió a la brisa que acercara su bastón y se apoyó en él para emitir su juicio:

—El fin último de nuestros entrenamientos es alcanzar el ideal de caballería, debo recordarle. Cumplir el código que recoge las virtudes y deberes del Mago Caballero, siendo su mayor obligación proteger a los desamparados de la injusticia y el dolor —Harper suspiró y Ricken, como última baza, relajó la postura—. ¿No es eso cierto, Lord Harper? ¿O acaso con vuestra cobardía perdisteis también el honor?

Harper se irguió como movide por un resorte. La sorpresa tambaleó la sonrisa pícara de Ricken, pues elle también tomó su bastón.

—¿Son merecedores de socorro los necios? —contratacó Harper, tras ajustarse las gafas sobre la nariz—. Son incautos por llamar a los difuntos y, como tales, están condenados a bailar con ellos. 

Ricken parpadeó. Dobló la espalda y bajó el arma, susurrando sin floritura alguna:

—¿Crees que el espíritu los va a matar?

—No, no creo —respondió Harper, de nuevo estudiante—. Bueno, espero. 

—Harper…

—Lord Harper —corrigió con un carraspeo, recuperando su compostura.

—Mi Lord —sonrió Ricken—, seguimos atados al código por el que luchamos. Les debemos nuestra benevolencia, aunque sea en agradecimiento por nuestro último duelo. 

—Nuestro último duelo…

—El fin de nuestra era académica se acerca. Su horizonte está nublado de incertidumbre y apretadas agendas, más obstáculos para concretar nuestras clandestinas afrentas. La aparición, nunca mejor descrita, de tan singular malhechor podría ser un broche de oro a nuestra trayectoria. 

—Como una prueba final —comprendió Harper—. Nuestra primera y heroica gesta, ¡nuestra primera misión! 

Por fin, la chispa de Ricken se contagió a los ojos de Harper. Tendió la mano a su Rival, como concediéndole la victoria en un tercer duelo.

—Mis ojos estaban ciegos, oh, Lord Ricken. Tu voz llamó a mi cordura y desterró las sombras de mi corazón. Pues, aunque nuestra Rivalidad sea importante, su fin es prepararnos para derrocar la villanía. ¡Marchemos a esta fortuita prueba, pues!

—¡Victoriosos saldremos de ella! —exclamó Ricken.

—De carne a voz y de voz a tinta, ¡nuestras hazañas serán historia de la academia Blackwood!

Con la risa reverberando en sus gargantas, capaz de arañar los papeles que interpretaban, los dos magos se lanzaron a la puerta con renovada emoción.

Todo para descubrir que el picaporte no se movía.

Ricken retiró la mano, aturdido. Volvió a probar, pero era como si el puño se hubiera fundido con la cerradura, inamovible. Harper también lo intentó, entendiendo así la preocupación del otro.

Se miraron, contemplando cómo la confusión poco a poco se derretía en preocupación, en miedo.

Y entonces, una risa les heló la espalda.

Sobre el extremo derecho de la pasarela de duelos, como si de un nuevo contrincante se tratara, flotaba una persona… o más bien el recuerdo de esta. Su juventud se entreveía en sus rasgos translúcidos, entre los que destacaba una mueca impregnada de mofa.

Como buenos y entrenados combatientes, la valentía hinchó los pechos de los duelistas… y se escapó con sus gritos:

—¡El fantasma!

—¡¿Qué?! ¡¿Dónde?!

El fantasma se giró y los duelistas quedaron estupefactos ante la broma. 

—Ah sí, soy yo. ¡Qué tonto! —rio el espíritu, volviéndose de nuevo hacia ellos. Los contempló desde lo alto, analizándolos con pupilas muertas—. No me sonáis de la fiesta, ¿qué estabais haciendo?

Todavía aturdidos, los duelistas permanecieron callados mientras el fantasma descendía al escenario. Con las manos en la espalda, paseó la mirada entre las velas, las túnicas juntas y los restos de cena abandonados.

—Vaya, vaya. Qué ambiente más romántico tenéis aquí montado. Os entiendo, yo también preferiría estar dándome besitos en vez de ir a una patética fiesta. Lástima que no tuviera opción. 

Harper tartamudeó una réplica a la que Ricken dio voz, con recuperada firmeza.

—Os equivocáis sobre la naturaleza de nuestra relación, malhechor. He aquí a le ilustre Lord Harper y a mí, el valeroso Lord Ricken. Rivales y compañeros en el noble camino de la Caballería Mágica, marchando en su primera designación como tales. 

Mientras hablaba, marchó hacia la tarima y Harper no tuvo más remedio que seguirle, contagiándose de valor conforme hilaba su proclama:

—Con tu aparición nos has evitado el tedio de tu búsqueda —siguió elle, desenvainando su espada—. ¡Que sea nuestro acero tu juicio! 

—¡Te retamos a un duelo!

Ricken chocó su hombro con el suyo, levantando también su hoja hacia el espectro. El viento acudió, anunciando su presencia con una brisa entre ropas y cabello. Un destello se compartió entre estas, indicación de que Harper había vuelto a fortalecerlas. Al mirarse de reojo, con hombros juntos, sonrieron. 

Con aquella pose habían recreado la portada de una de sus novelas favoritas.

Sin embargo, el espectro no pareció impresionarse por tal exhibición de carisma. El hastío había quebrado su diversión, hundiendo sus hombros en un gesto familiar para ambos duelistas.

—Los duelos pasaron de moda mucho antes de que yo naciera —se quejó, levantando la cabeza de pronto, con ojos en blanco—. Y ya por entonces había mentecatos devora-libros como vosotros, que por cada diez palabras que escupían, once eran sobre honor. 

La burla acompañó su risa y el gesto de su mano, que señaló a los incautos. 

—Tanto da lo que hicieron, ahora están muertos. Tanto ellos como el honor que tanto defendían. Ni la tinta es eterna en el recuerdo, pero vosotros ni siquiera sois el borrador de un cuento. 

Ricken apretó el puño de su arma, reafirmándose cuando notó que Harper se tensaba igual. Al ver que mantenían su postura, el espíritu negó con la cabeza dramáticamente.

—Veo que sois igual de incautos que aquellos falsos héroes. La necedad también es deshonrosa, ¿sabéis? Pues vale, si tanto queréis morir… ¡jugaremos a los duelos!

El espectro volvió a sonreír, pero aquella era una mueca diferente a las anteriores. La perversa diversión casi quedaba opacada por la crueldad de sus facciones, desapareciendo solo cuando su cuerpo se hundió en las gradas. Tanto Ricken como Harper echaron la cabeza hacia adelante, intentando discernir algo entre la penumbra que velas y luna debilitaban. 

Al fin, algo sucedió. Comenzó con un pequeño temblor en los maniquís de la sala, uno que aumentó hasta que saltaron hacia la creciente montaña del fondo. Una mano se alzó entre el caos de peleles. Luego otra, y otra… Con espadas en sus manos.

Del caos de extremidades y cuerpos de imitación surgió una grotesca Amalgama, arrastrándose con las piernas y escasas manos libres que traía consigo. Se tambaleó al llegar al escenario, lo que no afectó a su impactante aparición. Un torso decapitado hacía de unión con un segundo par de piernas, levantando a la abominación como haría en un centauro. De este se erguían un segundo y tercer tronco, en sucesión. Del intermedio, primero en vertical, brotaban dos torsos más a cada lado, con cabezas tambaleantes y brazos pegados a hojas melladas. Al menos, el superior estaba desarmado, con su grotesca cabeza observándolos desde las alturas.

—¿De dónde ha sacado las espadas de verdad? —masculló Ricken.

—Esto es un almacén, las retirarían al acabar melladas —respondió Harper, y pronunció un segundo encantamiento. Ricken notó sus ropas aún más pesadas—. Recuerda que sus armas no tienen la protección de las nuestras. Una estocada en el corazón y adiós.

—Pero él no tiene corazón al que apuntar.

—¿Qué susurran sus excelencias? —interrumpió la voz del más allá, un eco entre el metal y la madera de su nuevo recipiente—. ¡¿No queríais un duelo?! ¡Pues alzad las armas y preparaos para él!

Y como una burla a sus proclamas, la Amalgama se lanzó contra los magos sin la reverencia que exigía el protocolo. Ricken esquivó de un bote a la estampida de extremidades, siendo recogido por la brisa. Harper optó por convertir su hoja en bastón, frenando a la criatura en un potente escudo de luz.

Desde lo alto, Ricken vio el retroceso de Harper, manteniendo el equilibrio aun empujade por el villano. La Amalgama y el espíritu en su interior advirtieron la sorpresa del mago volador, dándole voz:

—¡Veo que sigues bien tu credo, Lord Harper! Has preferido mantenerte en la pista a huir como ese cobarde. ¡Bien, a ver si aguantas esto!

Dos espadas saltaron de los brazos laterales a los superiores, descendiendo después sobre el escudo de Harper. Su luz se intensificó para hacerles frente. Gotas de sudor bajaron por su nariz y Ricken le ayudó con un segundo escudo.

El campo de Ricken empujó al de Harper, levantándolo de pronto y sorprendiendo al espectro y su grotesco títere. Sin perder el tiempo, la brisa arrastró a Harper hasta la pared donde Ricken le esperaba. Allí, le tomó de la mano libre y ambos rebotaron ingrávidos, volando sobre la criatura y aterrizando al otro lado.  

 —Las reglas no impiden salir del escenario si es mediante magia —explicó Harper, la espalda recta de nuevo—. Su ignorancia ante las normas resulta poco elegante.

—Además, la contienda se inicia con una reverencia —siguió Ricken, con igual suficiencia—, pero ya ha demostrado usted sus toscas formas con tan chabacana arremetida.

Un exasperado y gutural grito reverberó entre los huecos de la Amalgama. Su hastío casi silenció el chirrido de metal y madera viejos cuando empezó a girar en el escenario.

—¡Malditos niñatos pedantes! ¡No merecéis una reverencia mía!

En un momento, la Amalgama volvía a estar sobre ellos. Ricken volvió a saltar por encima, separándose de Harper al dejar su enemigo en el centro. El movimiento, que en un momento pareció brillante, perdió su lustre con la primera arremetida. Una espada cayó sobre Ricken, quien se apresuró a detenerla con su bastón enfundado. Sin embargo, la fuerza era mucho mayor a la que solía soportar. Acostumbrado a Harper, no pensó en fortalecer su bastón con un escudo y la madera se quebró. Ricken cayó de rodillas, todavía aguantando la presión del golpe a la que se le sumó una segunda espada. Al otro lado, Harper sufría un destino similar, intercambiando tajos contra el torso del lateral opuesto. 

Aunque lo hubieran rodeado, las manos armadas eran más numerosas que las de los duelistas. El torso que hacía de piernas bajó a mitad del escenario, quedando el resto con cada costado enfrentándose a los duelistas. El tronco superior intervenía de vez en cuando, moviendo espadas de un flanco a otro. Parecía ser el de mayor independencia, compensando la tendencia errática y lenta de los otros, más automatizados.

Un defecto que los duelistas no lograban aprovechar. El número de hojas competía con su destreza… y esta siempre fue entrenada contra el mismo Rival.

Así fue como ambos comprendieron su error. Entendieron por qué los profesores insistían en separarlos pese a querer entrenar juntos. Acostumbrados a sus defectos y talentos, convirtieron sus contiendas en una sincronizada danza, ignorando que una batalla real traería enemigos desconocidos. 

Ricken no encontraba en aquella fuerza la astucia de Harper, que medía sus golpes hasta dar con el mejor momento. Elle tampoco veía la agilidad de Ricken en aquellos tajos rápidos, pero torpes. La criatura no esquivaba, pues no había herida que le importara evitar. A pesar de tallar nuevas muescas en su cuerpo, la velocidad del combate le impedía dar cortes profundos.

Entonces, Ricken vio su oportunidad. Un súbito tambaleo resbaló las hojas que se apoyaban sobre su filo. Sin perder tiempo, llamó a la brisa para derrapar hasta Harper por el escaso hueco que quedaba frente a la Amalgama. Apareció a sus pies de le otre, justo cuando disipaba el escudo reflector con el que desequilibró a su enemigo.

—¡Ricken! —gritó, al verlo en el suelo.

—¡Lord Ricken! —corrigió este, feliz por verle de una pieza—. ¡Creo que intentar rodearlo fue mala idea!

—Coincido, ¡pero levántate!

Gracias a su mano y una brisa, Ricken se levantó de un salto. De mientras, la criatura aprovechó los brazos de su otro costado, los mismos que acosaron a Ricken, para estabilizarse. Sus piernas posteriores seguían fuera del escenario, tanteando su regreso.

Ricken estuvo a punto de objetar la ilegalidad de su pose cuando Harper lo llamó:

—Tu viento, ¿puedes empujarlo?

—Pesa demasiado. Tus escudos con rebote serían más útiles.

—No podré repetirlo contra él. Demasiado pesado, demasiada energía.

—¿Y tus rayos?

—Es madera, no conduce bien.

—¿Pero los árboles no atraían los rayos en las tormentas?

Harper le dedicó una mirada de incredulidad a través de las lentes. 

—Por favor, deja de leer novelas en clase. 

—¡Y tú de criticarme ahora! ¡Crea un escudo!

El grito de Ricken lo alertó más que la carrera de la Amalgama, de nuevo entera sobre el escenario. La estampida de miembros había acelerado hacia los duelistas y Harper abrió un escudo que Ricken apoyó. El resultado fue un estallido de luz que detuvo la carrera del enemigo, desequilibrándolo de nuevo. 

Esta vez, sin embargo, el espíritu y su marioneta habían aprendido de sus errores. El torso inferior se levantó para contrarrestar el impulso, ganando altura con sus cuatro espadas listas para el impacto. 

Pero Ricken no se dejaría atrapar de nuevo. Agarró a Harper y pidió al viento que los arrastrara hacia atrás. Las espadas cayeron con gran estruendo sobre el escenario. La cabeza del maniquí superior se tambaleó con el impacto, revelando sus juntas reforzadas con cerámica. 

Ricken parpadeó. Un recuerdo fugaz atravesó su mente, de Harper y él curioseando la estructura de los peleles de prácticas. Cerámica, madera y un esqueleto de metal componían sus cuerpos, maltrechos por el uso. 

Bajó la mirada a su bastón roto, el acero brillando entre astillas. 

—Lord Harper, el metal conduce bien la electricidad. 

—Lo sé, pero su esqueleto está aislado por madera y cerámica —contestó, sin mirarlo—. Y no tengo tanta potencia como para quemarlo con una descarga. 

—¿Y si llegamos a su interior? A su corazón.

Harper se giró con una contestación que murió en su boca. Cuando los ojos de Ricken brillaban así, era cuando más temible se volvía.  

—Vas a repetir el jaque de antes, ¿verdad?

Y Ricken sonrió, su estrategia revelada. ¿Cómo no entenderse tras tantos combates, tanto tiempo juntos? Cuando Harper le devolvió el gesto, lo sintió distinto a cuando se sonreían en los duelos. Más cercano, y no solo por estar hombro con hombro. 

Era reconfortante.

Harper se permitió relajar la espalda y Ricken, la poca formalidad que le quedaba. Enterrando el papel de Lord Ricken, proclamó:

—¡Voy a convertirlo en mi movimiento estrella!

Y con ello, despegó hacia la pared tras ellos. Harper, preparade, lo siguió desde el escenario mientras la Amalgama reanudaba su persecución. 

—¡Por fin habéis entendido vuestro lugar! —gritó el eco del espectro—. ¡Pero no hay escenario suficiente para huir!

—¡No estamos huyendo! —rio Harper, frenando de golpe—. ¡Estamos tomando impulso! ¡Ricken, ahí va!

Ricken repitió su voltereta de trapecista y toda la energía que había ganado en su vuelo se acumuló en el escudo que Harper extendió antes de la pared. El campo absorbió el impacto y, al igual que hizo con las espadas, lo devolvió.

Convirtiendo a Ricken en una bala.

Espada al frente se disparó contra la criatura. Sus hojas no le alcanzaron, demasiado lentas para detenerlo. La aguja dio en el blanco, clavándose entre la unión del primer y segundo torso.  

Y tal y como llegó, Ricken soltó su aguja y aterrizó junto a Harper.

Solo quedaba desear que estuviera bien clavada. Si no, lo suplirían con más potencia. 

Tomó la mano de Harper, rodeando el bastón que haría de varita. La electricidad fluyó entre sus cuerpos, entrelazando sus magias, la práctica de une compensando la torpeza del otro en llamar al rayo. Los electrones vibraron y su cabello se puso en punta. De su Rivalidad nació la cooperación y esta se manifestó en una brillante sinergia. 

Pues eran más fuertes juntos que como Rivales.

El rayo brotó del bastón hacia la espada que Ricken clavó en la Amalgama. La electricidad recorrió el camino que la aguja había abierto, llegando hasta el esqueleto y soporte de la criatura. 

Confirmado el impacto, aumentaron la potencia, sobrecalentando la madera que rodeaba al metal. Sensible al calor, no tardó en prender, y humo y gritos escaparon entre las juntas.  

—¡¿Qué?! ¡¿Qué habéis hecho?!

—Derrotarte —contestaron los héroes—. Fin del duelo.

Todavía sujetando el mismo bastón, dedicaron una reverencia a la pira de chatarra que fue su contrincante. El fuego acompañó al humo al exterior y, con un destello, vieron el eco de una persona huyendo a los pasillos. Sin mano que moviera sus hilos, torsos y brazos se desplomaron con un estruendo. 

Sin perder el tiempo, Harper extendió un escudo que Ricken reforzó para convertirlo en una cúpula sobre las piezas ardientes. Atrapado el fuego, el oxígeno se consumió lentamente hasta extinguirse.

—No está muerto, ¿verdad? —preguntó Ricken, pasado el peligro de incendio.

—Muerto está, pero sigue pululando por ahí —suspiró Harper. Apagó el escudo y se acercó para comprobar que no quedaban brasas—. Deberíamos avisar a esta gente de que es capaz de poseer cosas, no solo personas.

—Eso es inherente a un espíritu.

—Como la muerte, cosa que tú has preguntado igualmente.

Ricken le sacó la lengua y Harper sonrió, aunque sobresaltándose cuando Ricken dio un salto.

—¿No te pareció enfadado cuando prendimos fuego a su carcasa? ¡Igual es esa la forma de derrotarlo!

—¿Lo parecía? —inquirió Harper.

—Bueno, seguro que no le hizo gracia. Deberíamos comentárselo a los demás alumnos —Harper siguió mirándole y Ricken carraspeó—. Quiero decir, es nuestro deber, ¿no? Aunque luego nos marchemos.

Harper negó con la cabeza y Ricken alzó una ceja, un gesto inquisitivo que pronto se deshizo en sorpresa. Harper le había pasado un brazo por los hombros, estrujándolo con cariño.

—La unión hace la fuerza, por eso vamos a ayudar al resto.

Levantó el puño hacia él, un saludo que Ricken solo le vio hacer con sus amigos. Uno que nunca había hecho con él.

Pues, hasta ahora, solo lo consideró su Rival.

Chocaron puños y Ricken sonrió:

—La unión hace la fuerza —repitió. Después, añadió con sorna—: Y está en nuestro código ayudar a los demás, ¿no?

—Por supuesto, mi Lord. 

Tras un estrujón más, recogieron sus túnicas y abandonaron la sala. La habían dejado peor que tras su último uso oficial, el principio de su historia.

De su leyenda.


***


Nota de Contexto

Este relato corto en tus manos fue en su día mi propuesta a la antología “Dark Academia” de Akane Editorial. El relato no salió elegido, pero he pensado darle una segunda vida aquí para la que requiere dar el contexto bajo el que fue escrita. 

La historia debía ocurrir el 31 de Octubre en una academia de magia, donde unos alumnos se cuelan para hacer una fiesta y terminan despertando a un espíritu. Si no lo devuelven al otro lado antes de medianoche, sufrirán las consecuencias.

Los personajes del relato deben investigar cómo devolver al espíritu sin llegar a resolverlo, pues deberían reunirse luego con el resto para un final común. He cambiado el nombre de la academia y algunos detalles para separarlo un poco de su propósito original (además de pulirla un poco, jeje).

Decidí escribir sobre duelistas porque al parecer se me dan bien las escenas de pelea (o eso dicen algunos lectores de la Profecía del Mal). Sean lo buenas que sean, sí es cierto que me divierte tanto escribir sus coreografías como los personajes que hablan de forma pedante. (Sí, me lo pasé de miedo escribiendo este relatillo). 

Aprovecho este espacio para también agradecer a los betas que leyeron esta historia. así como a los lectores en general de este blog. Muchas gracias, seguiré publicando cosas en el futuro. 

Morgan (Mort)


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