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sábado, 15 de abril de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 6

Los Motivos de una Confesión


La ansiada oscuridad que había suplicado durante la agónica hora de espera por fin había envuelto sus ojos. El timbre metálico de la segunda campanada había devorado el de la primera, vibrando entre el silencio, desapareciendo entre sus pensamientos.

Aquel era un vacío amable, carente de la influencia de su “Otra Voz”. Al percatarse de su ausencia, Claire vagó entre la apacible noche con hombros tensos, en guardia ante un posible ataque de las garras blancas.

Y, en lugar de las afiladas hojas, halló una luz.

Al final del largo camino de su inconsciencia había claridad. Avanzó hacia ella, primero con premura y luego con desidia, pues pronto comprendió que jamás podría alcanzarla mientras aquella figura la ocultara.

Un tirón en su estómago se llevó su aliento y confusos pasos. Notó el frío contacto de las garras sobre su piel, reteniéndola mientras su propia silueta, su propia Sombra, cubría la luz como la luna en un eclipse.

Forcejeó entre su amarre, presa no de la curiosidad o la desesperación, si no de la necesidad por saber qué nacía de aquella luz. Un sentimiento que nacía en su pecho y quemaba sobre sus clavículas, doliendo más de lo que tiraban las zarpas.

―Eras tú todo este tiempo.

Sus esfuerzos murieron con aquella frase.

―Siempre tú ―continuó su propia y a la vez ajena voz―. Por eso buscaste. Por nosotros, por mí… Lo sabía. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía todo este tiempo!

No hubo júbilo en aquellas palabras. Su voz gritó con familiar desesperación, cayendo sobre el inexistente suelo y llevándose la luz consigo. Claire apenas logró discernir un parpadeo de la imagen que formaba, distraída por la angustia de su Sombra:

―Y entonces marchaste y ya no puedo saber.

―¿De qué hablas? ―logró pronunciar su propia garganta―. ¿A quién has visto…?

El instante de alivio cuando una de las garras la soltó se convirtió en terror cuando pasó a amordazarla. La oscura silueta se giró y fundió en la penumbra.

―No mereces saberlo ―escupió su otra voz y Claire se estremeció―. No eres más que un cascarón vacío, un miserable constructo que ya ha tenido mucha más vida de la que merecía. No te otorgaré lo poco que todavía me pertenece.

Su tono fue calmado y, sin embargo, teñido de ira. El eco de sus palabras reveló un odio tan profundo y abisal que arrebató a Claire cualquier contestación. Sus músculos se paralizaron como los de un animal a punto de ser devorado, hundiéndola sobre las garras que ya la apresaban. Sintió como su consciencia se deshacía entre el sueño, su mente disolviéndose entre el desmayo, si eso era posible.

Y entonces notó algo. Un contacto sobre su mano derecha, que se abrió envolviéndola con un cálido abrazo. Una voz le hablaba y, a pesar de no comprender sus de palabras, supo que la llamaba. El vacío que la acunaba comenzó a desvanecerse conforme la realidad reclamaba su cuerpo. Sentía el peso de los párpados cerrados sobre sus globos oculares, notaba la acogida de aquellas manos amables, tan diferentes a las frías y severas garras que solían acosarla.

La mano la soltó para acariciar su brazo, sus mejillas, con afable cariño. Conocía aquella piel y aquellos gestos, y dejó que calmaran su terror como un bálsamo trata las heridas. Finalmente, el ansia por aquel afecto pudo con ella y abrió sus pesados párpados a la luz. No le sorprendió ver la sonrisa de Blake tras ellos.

―Al fin te despiertas. Has dormido como el triple que yo.

La luz del techo cegó sus ojos y volvió a cerrarlos, lo que no impidió que sonriera. Quiso abrazarle al recuperar la vista, pero sus extremidades seguían rígidas. Sin necesidad de palabras, Blake se agachó y la rodeó torpemente con sus brazos, ayudándola a incorporarse con un afectuoso apretón.

«No eres más que un cascarón vacío», recordó su mente. No le importaba. Envuelta por aquel cálido sentimiento no se sentía tan hueca.

Al separarse, Blake acercó la camilla que había tras él, dejando a Claire sentada sobre la suya. Se fijó en que ambos vestían un camisón aguamarina de hospital. Un escozor que arrastraba de su sueño llevó su mano a la clavícula, descubriendo que la tenía vendada.

―¿Cómo te encuentras?

Claire miró a Blake con cansancio. Tenía el pelo despeinado y algún mechón caía sobre su rostro. También tenía el cuello y hombros cubiertos de vendas. No parecía sufrir por ello.

―Estoy bien, creo ―contestó―. Algo confusa. No te imaginaba como un Elegido, la verdad.

El peso de la realidad tensó el ambiente, difuminando la sonrisa de Blake. Claire lamentó sus palabras, aunque no podría haberlas evitado mucho más tiempo. Recordaba su sueño vívidamente y sospechaba la razón de aquellas vendas.

―Bueno, yo tampoco me lo esperaba de ti.

―¿En serio? ―rio Claire, sin júbilo alguno―. Era evidente: las pesadillas, mi magia… Incluso mi pasado era demasiado extraño. Era la que tenía más papeletas de los tres.

―Supongo que sí ―admitió él, con aquella pálida imitación de sonrisa―. Aunque tus circunstancias no me libran de sospecha.

Sus pupilas rodeadas de bosque huyeron de las suyas. Claire las persiguió, buscando la razón de aquel extraño comentario. Primero halló que miraba sus manos, apoyadas sobre sus rodillas. Blake retomó su explicación, si bien su voz no parecía pertenecer al mismo Blake que Claire conocía.

―Hay una parte de mi magia que ni siquiera Ángela llegó a conocer. Un don por el que comprendía el temor que sentía hacia su fuego ―Blake contemplaba sus manos, cabizbajo, impidiendo que Claire se reuniera con su mirada―. Es tan intrínseco a mí que, por mucho que lo ocultara, en ocasiones salía a la luz. Todos estos años intenté evitarlo, esconderlo, mientras me mentía a mí mismo con que no tenía nada de malo. Funcionó durante mucho tiempo.

»Incluso cuando nos escogieron como candidates me convencí de que lo hacían por vosotras, ¿sabes? Entonces llegó la explicación de Armiro… y no pude negarme nada. Comprendí que mi secreto era mi Habilidad, y la campanada se sintió algo natural.

Claire guardó silencio. A su mente volvieron las palabras de Blake en el tren, donde explicó que no temía ser un Elegido porque no se sentía como un monstruo. Creyó en su sinceridad y, sin embargo, el desconocido ante ella se lamentaba con la aciaga familiaridad de quien lleva años sufriendo. Por eso no le molestó su mentira: él había vivido en su engaño mucho más tiempo.

―Siempre he sabido que era un Elegido, Claire, pero me lo callé porque quería creer que era como vosotras. Conocía tus pesadillas, veía las dudas de Ángela, y pensaba que yo era igual de inocente y confuso… Pero ayer dije “todo va a salir bien” sabiendo que mentía.

Tragó saliva y su voz se rompió. La búsqueda de Claire se reunió con su anhelo y sus débiles piernas la llevaron a Blake. Sus brazos lo rodearon y él se dejó encontrar.

―Tenía miedo, Claire. Maldita sea, sigo teniéndolo. No estaba preparado para esto, por mucho que quisiera creer en mi inocencia, por mucho que me esforzara a curar. Me aferraba a vosotras tanto por… ―un hipido cortó sus palabras y Claire lo estrujó para calmarlo. Sollozó, y por fin le devolvió el abrazo―. Os quería… y sigo haciéndolo. Por eso evitaba pensar que algún día nos tocaría separarnos.

Había una capa más en aquella vida secreta que sus amigos ocultaron de ella, que la salvaron de conocer. Notaba el lamento y la disculpa en la voz de su amigo, en los temblores de sus dedos y, al mismo tiempo, Claire también quería pedirle perdón.

―Es culpa mía. Si no me hubiera negado a la magia, no habrías afrontado esto solo.

―¡No! ―la cortó él de inmediato. Se separaron y unieron de nuevo, las manos de Blake sujetándola de los hombros―. Ni de lejos. Si fuera cierto, se lo habría contado a Ángela. La culpa es mía por no tener el valor de decirlo.

Sus dedos perdieron fuerza, cayendo de nuevo junto a su mirada.

―Habríamos permanecido a tu lado —insistió Claire.

―Lo peor es que lo sé. Pero vuestra aceptación habría durado hasta que el Consejo nos alejara, o me viera obligado a marchar para no haceros daño.

―¿Nos habrías hecho daño? ―repitió Claire, calmada a pesar de la pregunta―. ¿Eso crees?

Blake tardó unos segundos en responder, momentos en los que pareció darse cuenta de lo absurdo de su afirmación. Finalmente, suspiró, aceptando su error.

―Pues claro que no, si tienes razón. Lo más dañino que he usado fue… Es igual, es igual. El caso es que estaba demasiado asustado para pensar con lógica ―su boca profirió una suave carcajada, sin dicha alguna―. Realmente me habría venido bien tu racionalidad en ese entonces.

Los labios de Claire emitieron una sonrisa que Blake no llegó a ver. Buscó su mano en consuelo y, en su lugar, él la abrazó otra vez. El gesto abrupto no logró ocultar la mueca que despertó tras el roce de sus manos.

―Tenía tanto miedo. Me aterrorizaba dejar de ser quién soy, de tener que marchar para no haceros daño… yo, un estúpido Sanador. Pero, por encima de todo, lo que más temía era no volver a veros. Por eso, cuando desperté y te encontré aquí yo… me alegré.

»Se que está mal. Sé que es algo realmente egoísta por mi parte, pero no puedo evitar pensar que, si ambes somos Elegides, nunca estaré solo. Nos tendremos el uno al otro para soportar todo esto, aunque ojalá esta carga nunca hubiera caído sobre ti. No te lo merecías… No después de todo lo que te ha pasado.

Claire le dio unas palmaditas en la espalda y él se aferró a ella como si temiera que marchara tras su confesión.

―Lo comprendo ―le dejó saber, con sinceridad―. O sea, después de todo lo que has sufrido en silencio, entiendo que sintieras eso al verme. No te preocupes.

Blake pareció relajarse, menos mal. Por eso, Claire no se atrevió a expresar la realización que emergió del mar de angustia que era su mente ahora mismo.

«Estamos juntos a costa de dejar sola a Ángela. Al final, uno de nosotros ha tenido que separarse del resto ―dejó que el aliento que había estado conteniendo sin querer surgiera de su interior, calmado, pues no podía llorar ahora que Blake necesitaba un hombro donde hacerlo―. Lo siento, Ángela, lo siento tantísimo».

Ella lo entendería, y sabía que parte de las lágrimas de Blake eran por ella. Por eso, en lugar de pronunciar tal cruel recordatorio, declaró:

―Como has dicho, al menos nos tenemos el uno al otro. Aunque seamos Elegides, mientras estemos juntos, todo va a salir bien.

A pesar de prepararse aquel consuelo, tuvo que esforzarse en creer que no era una mentira piadosa. Blake pareció agradecerlo, dejando que calmara su ansiedad y concediendo a ambos compañeros unos momentos de paz.

El olor de la piel de Blake le recordaba a su hogar, a la infancia que vivieron juntos y a sus paseos en el bosque con Ángela. A las tardes de invierno con los tres frente a la chimenea, compartiendo bromas y dulces recién horneados. Una helada nostalgia se apoderó de ella, recorriendo su cuerpo como un escalofrío. Nunca podría volver a aquellos días, ahora se daba cuenta, pues el afecto de sus lazos estaría manchado con su inminente destino.

Finalmente, Blake se apartó despacio. Contempló a Claire con aquella mirada forestal que no parecía pertenecerle: su alegría robada por lágrimas y probablemente la misma nostalgia que atormentaba a Claire. Tras limpiar el salado de sus mejillas, señaló sus vendas.

―No la has visto, ¿verdad?

Claire ladeó la cabeza.

―¿El qué?

Como respuesta, Blake se descubrió el hombro derecho y retiró la venda que lo cubría. Unas finas líneas oscuras iban desde el inicio de su brazo hasta el del cuello. Claire las miró detenidamente y se fijó en que dibujaban diversas formas, todas confusas y pequeñas, como caracteres de un idioma desconocido. Tal vez fuera por la disposición de los trazos, pero estas parecían moverse lentamente cambiando su aspecto. El contacto visual con aquellas letras le producía una sensación extraña, mezcla de malestar, miedo y algo más que no supo definir, obligándola a apartar la mirada.

―Esta es mi Marca de Elegido. Es lo que aparece tras escuchar las campanadas de la Torre Central ―explicó Blake, volviendo a taparse con el camisón. Valoró la reacción de Claire antes de añadir, con cansado gesto―: A mí tampoco me hace demasiada gracia. Puedo buscar un espejo si quieres ver la tuya. ¿O aún no estás preparada?

 Como respuesta, Claire se quitó el vendaje. Ella no podía verlo completamente, solo al bajar la cabeza vio unas pocas líneas negras. Al tocar su clavícula, Claire notó su piel como siempre. Blake se estremeció y apartó la mirada.

―Es extraño ―dijo él―. Tu Marca me produce escalofríos. Se me ha puesto la piel de gallina, en serio.

―Venga ya ―exclamó Claire―. La tuya tampoco es bonita que digamos. Por cierto, ¿qué hora es?

Blake se levantó de la cama y estiró los brazos.

―Supongo que serán más de las cuatro. No he podido preguntar a nadie, pero tenía una ventana y la posición del sol…

Calló al ver la expresión de Claire. Al notar su mirada, ella explicó:

―He estado desmayada mucho tiempo. Si lo sumamos a lo de ayer, es como si no hubiera vivido estos días… Y no he soñado nada.

―¿En serio?

Claire frunció el ceño, sabiendo que mentía. Escuchó algo durante su análisis en el tanque, pero su angustia al despertar se llevó el significado entre burbujas y agua. Negó con la cabeza… Y entonces recordó a la cautiva imagen que retuvo su Sombra. 

—Bueno, al menos no tuviste pesadillas —se adelantó Blake y Claire, sin ganas de explicar, no le interrumpió—. No es culpa tuya. Ayer te indujeron al sueño para las pruebas y hoy… pues ha sido por la fuerza mágica más antigua de este mundo. Creo que tienes excusa ―Claire se encogió ligeramente de hombros, y Blake le concedió una sombra de picardía―. Yo no tardé mucho en despertar. Igual estabas débil, te dije que desayunaras bien.

La intranquilidad de Claire se convirtió en un reproche y Blake abrió una sonrisa. Duró unos instantes antes de que el joven la rompiera para anunciar:

―¡Lo que me recuerda que tengo un regalito para ti!

Se agachó y recogió algo bajo la camilla de Claire. Al levantarse, se tomó un momento para hacer una ridícula reverencia antes de extender dos piezas de ropa oscura sobre las sábanas.

―He tomado “prestados” un par de uniformes de aprendiz ―explicó Blake, con renovadas energías―. Hay muchos tipos de personas viviendo en las Sedes y se diferencian por esto. Este azul oscuro señala a los aprendices, aquellos que ayudan en tareas menores mientras son instruidos como guardias, funcionarios o futuros Consejeros. Si te fijas, es similar al que llevaban los Consejeros, pero de corte más sencillo y…

―Blake, eso no explica por qué los has traído.

El chico parpadeó con fingida sorpresa ante la racional interrupción de su compañera. Ella aprovechó para valorar su aparente entusiasmo. Su ansiedad parecía haberse mitigado, y sus ojos ya no brillaban por lágrimas contenidas.

―Evidentemente para dar una discreta vueltecita.

―¿Qué?

―¡Piénsalo! Es probable (deseable) que todavía no hayan revelado nuestras caras a la Sede, ni que decir al mundo, así que esta podría ser nuestra última oportunidad de pasear en el anonimato. Para eso necesitamos ―sus manos hicieron una floritura para señalar a los uniformes― esto, porque ir en camisón es incómodo y sospechoso.

Claire negó con la cabeza.

―Tú mismo lo has dicho, Blake. Ahora mismo debemos ser las personas más importantes de todo el Bando Mágico ―se tomó un segundo para descartar la punzada de vértigo que golpeó su estómago―. Dudo siquiera que podamos salir de esta habitación.

―Dúdalo, pero te aseguro que es posible. ¿Cómo crees que he venido hasta aquí si no? ―Claire parpadeó, atónita, y Blake sonrió abiertamente―. ¡No hay nadie vigilando! Lo sé, a mí también me sorprende, por eso insisto en aprovechar la oportunidad.

―Vale, vale. Pero… ¿de verdad es buena idea? Tiene que haber pasado algo para que no estén vigilándonos. No, espera, tal vez eso sea una razón para irnos.

Blake asintió, cada vez más apremiante. Maldita sea. Tenía que hacer de conciencia, pero sin Ángela y con sus propias ganas de marchar, le costaba no aceptar aquel uniforme.

―¿Tienes siquiera un buen motivo para hacer esto?

―Que no has comido nada en todo el día ―explicó él, con inesperada y fingida seriedad. Incluso le puso una mano en su hombro―. Lo hago por ti, mi querida Claire, no por motivos completamente egoístas como estar muriéndome de hambre mientras discutimos esto ―y ahí estaba. La última razón que necesitaba. Claire fingió un tenso duelo de miradas antes de acabar asintiendo con dramático reproche―. ¡Perfecto! Pues coge un uniforme y cámbiate en el biombo de allí, luego voy yo.

Claire profirió un sonoro suspiro antes de hacer caso a su amigo. Se consoló pensando que, tras ser Marcades como Elegides, las cosas tampoco podían empeorar mucho más.

Además, también estaba hambrienta.

 



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