Revelación
El tiempo había muerto una vez
más. Las fauces de las bestias se detuvieron a medio bocado, las hojas flotaban
en el aire y los guardias llamaban a un monstruo en su puerta.
Era mentira. El
mundo retenía su color, su corazón la agitaba con cada latido y el cuerpo de
Blake cayó al suelo. Estaba inmóvil, eso sí, con la sonrisa congelada en los
labios. Ángela también contuvo el aliento, pero se liberó de las ataduras de la
impresión para arrodillarse junto a su compañero.
Claire no lo
consiguió. Sus piernas eran estacas de plomo y sus ojos, vidrio opaco.
Impasible, contempló la reunión entre sus amigos con una sensación similar al
encuentro con los cadáveres del tren. Incapaz de hacer nada más que existir, se
convirtió en una mera observadora.
―Blake…
―empezó Ángela, cogiéndolo por los hombros. Su voz desprendía una lejana
firmeza, perdida tras el temblor de las sílabas pronunciadas―. Por favor, este
no es momento para una broma. Despierta, por favor.
Al intentar
levantarlo, la cabeza de Blake cayó hacia atrás con inerte gesto. Solo un tenue
movimiento en su pecho indicaba que seguía con vida. Ángela lo volvió a apoyar
en el suelo. Tras algún parpadeo, Claire vio que también agitaba sus hombros.
Lo llamaba una y otra vez, tanto que su nombre se volvió un eco sin sentido.
«Tiene que ser
una broma» logró pensar Claire. No había otra alternativa, a pesar de saber que
Blake jamás bromearía en un momento así.
En algún
momento la llamada de Ángela se torció en angustiada negación. Las lágrimas
quebraron su voz y su llamada fue una exigencia a gritos.
―¡Blake! ¡Tú
no eres un Elegido! ―declaró ella. Los puños de Claire se apretaron con fuerza,
con frustrada comprensión ante la desesperada negativa―. ¡Siempre nos has
ayudado a Claire y a mí! ¡Eres demasiado amable y bueno para convertirte en
monstruo!
Blake siguió
sin responder. Por fin, Ángela soltó sus hombros y sus manos colgaron inútiles
a sus lados. Como la calma tras la tormenta, sus lágrimas cayeron como amarga
lluvia y Claire logró romper su pasiva gelidez para abrazarla. Ángela no pareció
notar su consuelo.
―¿En qué me
deja esto a mí, Blake? ―le preguntó en susurros. Una privada confesión de la
que Claire se culpabilizó por escuchar―. Si tú, que curabas mis heridas, eres
el monstruo… ¿Qué soy yo? Por favor, despierta…
«Tal vez esto
sea una pesadilla ―pensó Claire, en un valiente intento por escapar de la
realidad. Sus brazos se cerraron con fuerza sobre el tembloroso cuerpo de
Ángela―. En algún momento la oscuridad reclamará este lugar y las garras me
llevarán a la realidad. Siempre puedo despertar».
Sus ojos
buscaron entre luminosas y enjoyadas paredes y solo encontraron sus reflejos
sobre piedra pulida: una lastimera chica abrazada por una carcasa vacía, sin
memoria ni valor para aceptar el destino ante ellas. Tragó saliva, mirando una
vez más a Blake para asimilarlo. Las garras no la llevarían a ninguna parte: el
primer Elegido había dado a conocer su existencia.
Y era Blake.
Un golpe seco
cortó el llanto de Ángela con un hipido. La puerta se abrió, Merody y Armiro
encabezaban su séquito de batas blancas. Por primera vez, Claire advirtió que
en sus uniformes había una insignia, cuyo título se alternaba en Investigación
Mágica y Sanación Mágica. Una conocida emoción se abría paso en su
líder, una expectación y asombro que brilló cruelmente ante la desesperación de
ambas jóvenes. Armiro parecía, en principio, inexpresivo.
Todas las
miradas estaban fijas en Blake.
―Al fin,
tenemos al primero ―exhaló Armiro, liberando su contención: expresando un
sentimiento que más que alegría, parecía alivio―. Nos ha costado años, pero hoy
hemos revelado al primero de todes.
Claire lo miró
fijamente, sujetando a Ángela como si también la examinaran a ella y pudiera
así protegerla. Expuesto como una pieza de arte, Blake era contemplado con
tanta fascinación como regocijo, pues a ojos del Consejo era el milagro que los
salvaría. Unos aterrados celos se apoderaron de ella: sabía que iban a
arrebatarle a su amigo y no podría hacer nada para evitarlo.
La voz de
Armiro volvió a la seca profesionalidad al girarse a su hermana.
―Acompañaré a
tu equipo y al de Sheziss antes de informar a las Torres.
―Lo sé.
Sheziss debería tenerlo todo listo ―se giró a sus investigadores ―. Ya habéis
oído, marchad al Centro de Investigación de inmediato. Buscad su Marca de
Elegido y vigiladlo hasta que despierte. Estad atentos a cualquier problema de
respiración o bajada de tensión.
Los
investigadores rodearon a Blake. Ángela se revolvió entre sus brazos y Claire
la agarró como si temiera que también se la llevaran a ella. Entonces, el odio
de Ángela se compartió con ella, tan hirviente que notó como incluso los
investigadores se detenían ante sus lágrimas. El repentino acceso de ira
desesperada fue tan poderoso que su mente racional lo descartó como ajeno, antinatural,
que no por ello irreal. De alguna forma, el fondo de su ser recordó con certera
familiaridad la forma de detenerlo.
―No hay nada
que hacer ―logró susurrarle a Ángela entre dientes. Todavía la abrazaba con la
espalda, con más miedo que cariño―. No hay nada que hacer, solo déjalo.
No entendió
la respuesta de Ángela, aunque sí sintió su desdicha. El odio que se compartía
entre ambas remitió y los investigadores hicieron su trabajo. Claire notó que
parecían confusos, avergonzados incluso. Lo atribuyó a que también les sería
duro contemplar aquella escena.
Con suma
delicadeza, levantaron el cuerpo de Blake y lo colocaron en la camilla recién
traída. Al igual que cuando se golpeó en el tren, el joven parecía dormir
plácidamente. Sus desesperados celos marcharon con él, pues Claire ya no
reconocía en aquel cuerpo inerte el amable recuerdo de su amigo.
¿Seguiría
siendo el mismo cuando despertara? ¿Podría verle acaso? El miedo ahora era un
amargo duelo de extraña nostalgia, y hundió la cabeza en los delgados hombros
de Ángela. Ya no temblaban, tampoco lloraban.
Armiro marchó
junto a la camilla y Merody se quedó mirando a las chicas.
―Dejad que
acompañen a su amigo. Merecen hacerlo, es un honor para los tres ―entre los
mechones color miel de Ángela, vio una empática tristeza en la mujer―. Además,
también son candidatas. La Revelación no ha hecho más que empezar.
Obedeciendo a
sus motivaciones confusamente profesionales, Ángela y Claire se levantaron y
marcharon tras la camilla. No veían a Blake entre las espaldas de
investigadores y Claire lo prefería así. Caminaron con pasos sin alma,
automáticos, con Armiro en cabeza junto a su guía y Merody cerrando la marcha
con una seriedad impropia.
Enseguida
reconocieron los pasillos blancos y de olor a antisépticos del lugar donde
Claire despertó el día anterior. Llegaron a una sala distinta, con un
compartimento que actuaba como recibidor y del que se accedía a diversas
habitaciones. Cada una contenía una cama y diversos aparatos. Claire reconoció
algunos como instrumental médico.
La comitiva
las detuvo en el recibidor y Ángela y Claire observaron cómo Blake era
conducido a una de aquellas habitaciones, aún inconsciente y custodiado por los
investigadores. Armiro cerró la puerta tras ellos y corrió las cortinas,
cubriendo la ventana de cristal que tenía.
Merody les condujo a una salita igual que la
del día anterior. Con gesto apresurado les indicó la cafetera y el cuenco de
galletas por si querían desayuno, ignorando abiertamente el funesto gesto de
las chicas.
―Esperad aquí.
Cuando tenga noticia de vuestro amigo, volveré.
Y marchó.
Desde las paredes acristaladas vieron cómo se reunía con su hermano en la
habitación donde yacía Blake. El reloj de pared marcó cómo los minutos pasaban
en pesado silencio, las agujas moviéndose con cansado ritmo. La lentitud de
aquel compás ató un nudo en su garganta y Claire acabó bajando la cabeza para
evitar las náuseas. Ocasionalmente, Ángela rompía el despiadado paso del tiempo
con sus sollozos, cada vez más espaciados entre sí. De vez en cuando, veía cómo
investigadores abandonaban la puerta de Blake.
Ninguno se
dirigía a la sala de espera. Sin más explicación que la ansiedad, los minutos
siguieron pasando, tensando sus hombros, secando su garganta. Los dedos de
Claire tiraron de su pelo en un esfuerzo por distraerse de los escenarios que
cruzaban su mente. Intentó encontrar palabras para la inminente despedida de su
amigo, un consuelo que limpiara las lágrimas de su amiga. Trató de imaginar su
vida sin Blake y dio con la pena en los rostros de sus padres, recibiendo la
noticia de sus labios.
Inhaló y su
aliento se cortó en un hipido que anunciaba llanto, sin embargo, las lágrimas
no llegaron a caer. Estaba demasiado asustada para llorar. La tensión y la
angustia pesaban sobre ella, atándola a aquel lugar, aquel eterno instante.
Quería huir, pero no había forma de hacerlo. No podía dejar así a su desdichada
Ángela ni al mal bendito Blake.
Y sin ellos no
quería ir a ninguna parte.
Las agujas del
reloj siguieron su avance, carentes de piedad. Cuando miró y vio que casi había
pasado una hora, creyó que sus ojos la engañaban. Liberada de su estupor, fue
consciente de que Ángela ya no lloraba. Había cambiado su llanto por una
expresión sombría, inescrutable a pesar de sus todavía vidriosos ojos. Estaba
peor.
Un nuevo
sonido silenció al reloj. Armiro y Merody abandonaron la habitación de Blake,
hablando en voz baja. Armiro marchó hacia la salida de los laboratorios. Merody
alzó la cabeza y percibió a Claire, acudiendo a su encuentro en la salita.
Saludó a las jóvenes con un gesto y Claire lo imitó como buenamente pudo, ya
que su cuello estaba rígido por la tensión. Ángela no reaccionó a su llegada.
Tras sentarse,
Merody ignoró el tic tac a su espalda en favor de su deslucido reloj de
bolsillo. Claire se tomó un ocioso momento para inspeccionarlo.
Plata, con muescas por el uso y un grabado en la tapa. Un ojo redondeado, cuyo
iris imitaba un engranaje y su pupila se rompía por una estrella de cuatro
puntas. Curioso.
―Blake
Greenwood. Primer Elegido ―anunció la Consejera―. Cayó desmayado al minuto del
inicio del hechizo. Consultaré los registros, pero creo que es un nuevo récord
de velocidad ―Merody cerró la tapa de su reloj y lo guardó en su bolsillo. Miró
a las jóvenes. La compasión de sus ojos no lograba ocultar la emoción que temblaba
en sus manos―. Este evento es un honor para vosotras: vuestro amigo es un
héroe.
―No lo es. Mi
mejor amigo va a convertirse en un monstruo ―escupió Ángela, aún con lágrimas
secas sobre la cara. No levantó la voz, no lo necesitó para que Claire notara
su furia―. No hay honor ni alegría en eso. Claire y yo hemos perdido a Blake
para que vosotros ganéis un arma. Lo más parecido que celebraré hoy es su
funeral.
Contradiciendo
todo lo que Claire esperaba de aquella mujer, Merody dedicó una amplia sonrisa
a ambas jóvenes. Una apertura que sus ojos lilas negaron con perenne melancolía
y pena, que suavizó el desprecio que Claire recién compartía con Ángela.
―Debéis
entender que la existencia de la Profecía no es culpa del Consejo. Es un evento
que data del Gran Eclipse, cuya Anunciación lleva celebrándose generaciones.
Ser beneficiaries de su gracia siempre ha sido motivo de honor, dicha y
orgullo. Ser Elegides significaba ser destinades a hacer grandes cosas, y tanto
majestades como mendigos buscaban su ayuda ―suspiró, su vista deslizándose
hacia sus dedos enguantados―. Vuestro amigo ha sido bendecido.
―¡No, es
distinto y lo sabes bien! ―exclamó Ángela―. ¡No es lo mismo…!
―Es lo mismo
―la cortó Merody, tan firme como amable―. Adquirir poder, da igual la forma ―la
mujer bajó la cabeza. Una de sus manos enguantadas acarició la otra―. Esto no
es un memorándum de tu amigo, pues él seguirá existiendo, seguiréis
compartiendo vuestra amistad. Da igual qué aspecto adquiera o cómo divague su
mente, pues pareces buena persona y sé que seguirás queriéndolo. ¿No es así?
Ángela cortó
su réplica. Merody había acertado. Claire sabía bien que su amiga jamás les
daría la espalda, ni a Blake ni a ella. Sin embargo, no tardó en recomponerse
con renovada frustración.
―No es eso de
lo que hablo. ¡Yo nunca abandonaría a Blake, no como…!
La puerta se
abrió y Ángela volvió a enmudecer. Andrew entró y fue recibido por la cortante
tensión de la sala de espera. Miró a ambas chicas y un extraño… ¿alivio? Cruzó
su rostro. Parecía que Ángela también había notado ese gesto, pues Claire notó
cómo su furia pasaba a una vergonzosa calma.
―Acabo de
enterarme ―le dijo a Merody―. El resto de Consejeros no se lo creían y me han
mandado a corroborarlo.
―Es cierto
―confirmó Merody―. Blake Greenwood es el Primer Elegido. Se ha activado el
Hechizo de Búsqueda.
Andrew
asintió. Sacó su comunicador y tecleó unos rápidos mensajes en la pantalla
táctil. Después, se sentó junto a Merody y dedicó una mirada a las jóvenes.
―No quiero
decir que lo esperara de alguna de vosotras, pero me sorprende de Blake
―comentó―. Parecía un muchacho bastante tranquilo, y tengo entendido que su
Sanación tampoco era nada extraordinario. Las apariencias engañan, ¿no?
Claire pensaba
lo mismo. La única persona que rivalizaba con la calma de Blake era ella misma,
y ni siquiera logró mantener la mente fría durante el ataque del bosque. Él era
alegre y amable. Tenía la misión de animar a los demás y nunca había sido
violento. Las pocas veces que vio enfado en él fue en discusiones con Ángela, y
estas siempre terminaban con una reconciliación.
Supo por la
mirada de su amiga que pensaban similar… no, ella creía en la bondad de Blake
con mayor fervor. “Si tú que curabas mis heridas, eres el monstruo… ¿Qué soy
yo?” le había dicho en el Observatorio. Solo habían pasado unos días desde que
sus amigos le confesaron sus poderes y, sin embargo, podía ver la extraña
influencia que ejercían en su amistad. Para Ángela, su Elementalismo requería
una temerosa contención, pues el fuego dañaba si no era domado, mientras que la
Sanación de Blake era objeto de su admiración. Un don favorable con el que
ayudaba a los demás.
Y Claire había
ignorado aquella capa de su relación durante toda su vida. Siempre sospechó que
había un secreto factor más entre su amistad, pero no le dio importancia entre
todas las cosas que ya ignoraba. En su mente, lamentó que su interés no
apareciera hasta hace unos días, pues tal vez podría haber mediado entre ellos.
Suspiró y
Andrew la miró a través de sus gafas.
―¿Te
encuentras bien? ―le preguntó con amabilidad, probablemente confundiendo su
arrepentimiento con cansancio―. ¿Has recuperado la voz?
―Sí, puedo
hablar perfectamente ―contestó ella―. Y me encuentro bien. Físicamente hablando.
―¿Ningún
problema respiratorio? Son comunes en mestizos como tú.
―Ninguno.
Andrew sonrió
y Claire notó su gesto sincero. Aquel hombre de verdad parecía preocuparse por
ellas, e incluso advirtió que se aligeraba la tensión de sus hombros.
―No sé si lo
has comentado con tus amigos, pero puedo aprovechar para hablarte un poco de la
raza nayhade ―Claire asintió sin pensarlo mucho. No le vendría mal una
distracción tras casi una hora de agónico silencio―: Los nayhades son una de
las ocho razas más curiosas a mi parecer, y la de mayor importancia para el
desarrollo del Mentalismo, mi Clase de magia. Como te conté, todos los nayhades
nacen con el Talento desatado por su telepatía, pues las branquias de su cuello
impiden la formación de cuerdas vocales. Este don es de corto alcance, similar
al de nuestras voces, aunque siempre pueden entrenarlo en academias.
»Los nayhades
completos nacen con unas aperturas bajo los pulmones que les ayudan a expulsar agua
tras una inmersión. Pocos mestizos las heredan, por lo que os cuesta más hacerlo.
Un precio por conservar el habla. Así pues, podéis sobrevivir tanto en tierra
como agua, aunque la mayoría prefieren vivir en ambientes húmedos que les
permita mantener las membranas entre sus dedos. Las de mestizos son mucho más
débiles, así que es normal que se te secaran tan rápidamente.
»Muestra de tu
ascendencia es también tu palidez sin rubor, típica de nayhades y algunos
shirizas. Tu altura y fuerza son más pistas pues tu raza es la más alta y con
potencial físico de las ocho.
Claire aceptó
aquella explicación con una mezcla de sincero interés y necesidad, pues el
recuerdo de Blake sonriendo inconsciente seguía asaltando su mente. Dedicó un
vistazo a sus dedos. Largos, finos y separados una vez más.
―Me cuesta
hacerme a la idea de ser mestiza ―admitió, llevando una de sus falanges al
cuello, tocando las ligeras muescas en su piel—. Siempre he vivido como una
humana… Al menos que yo recuerde.
Merody
intervino, también con empática expresión.
―Tu amnesia ha
jugado un papel crucial en mantener el secreto. Incluso entre mestizos, de
costumbres más terrestres, es extraño que las branquias pasen tanto sin
abrirse. No es saludable y, como dije ayer, si fueras solo nayhade dudo que
hubieras sobrevivido tanto tiempo ―su gesto se torció en la misma pena que
manifestó el día anterior―. En la mayoría de casos, el secado de las branquias viene
de situaciones de maltrato o secuestros, de ahí nuestra preocupación.
―Lo sospeché cuando
lo preguntasteis. Mi familia de acogida me trató bien. Ninguno sabíamos de mi
naturaleza y tanto Blake ―el nombre le provocó un nudo en la garganta, un nudo
que deshizo con una sonrisa triste―… como sus padres me cuidaron como una más.
―Me alegra oír
eso ―dijo Andrew, cálidamente―. Creo que tenéis una amistad envidiable entre
los tres. A pesar de las circunstancias, sois muy afortunados por haberos
conocido.
Aunque Claire
asintió, su gesto perdió fuerza conforme comprendió el alcance de aquellas
palabras. Ángela pareció notarlo también, levantando la cabeza con el gris
vacío de unas llamas que dejaron de arder.
―Ahora que
Blake es un Elegido tendremos que separarnos de él, ¿no es así?
―No tiene por
qué ―contestó Andrew con premura. Sin embargo, Claire notó que su sonrisa
despidió una extraña compasión―. Es cierto que tendrá que pasar bastante tiempo
con nosotros, pero esto no implica un adiós.
―Para empezar,
tenéis que acompañarnos hasta el final de la Revelación porque seguís siendo
Candidatas ―intervino Merody―. El Hechizo de Marcado dura trece horas con esta
Profecía. Después de eso, podréis acompañar a vuestro amigo durante la
explicación de las Leyes. Dudo que Armiro se queje mientras guardéis silencio.
―Lo permitirá:
merecen saber sobre el resto de Leyes Únicas ―declaró Andrew. La resolución de
aquel hombre no solo sorprendió a Claire, pues Merody parpadeó ante tal
insistencia―. Además, hay Leyes que probablemente ya conozcan, como la
existencia de los Profetas ―dedicó una mirada rápida a Claire―… excepto en el
caso excepcional de Claire.
―Hablando de ti, Claire ―intervino Merody―, probablemente necesitemos hacerte más preguntas sobre tu pasado. Armiro sigue empeñado en exponer las incoherencias del trabajo de Erekea, en paz descanse, e incluso va a contactar con el Departamento de Servicios Mágicos de la Sede Noreste ―chasqueó la lengua―. Lo siento por el empeño de mi hermano. Si va a contactar con Erion es que realmente está obcecado con esto.
―Finalmente,
se requiere vuestra presencia en el funeral que se celebrará mañana en honor a
los valientes guardias que os escoltaron hasta la Sede. Que sus cuerpos
descansen en paz, aun desconociendo que cumplieron su deber.
Los rostros de
Gart y Finn parpadearon en la mente de Claire. Les dedicó una silenciosa
despedida que coincidió con el asentimiento que compartió con Ángela.
―Como veis, de
momento tenéis obligaciones aquí ―concluyó Andrew―. Y recalco que la separación
no es definitiva. Es cierto que necesitaremos a Blake para pruebas y análisis,
pero no es nuestro prisionero. Tendrá permisos para visitaros en Máline… e
incluso podríais evitar la despedida uniéndoos al cuerpo de aprendices.
Sus ojos
castaños miraron a una y luego a otra, con aquel gesto reconciliador que seguro
empleaba en sus mediaciones. Claire se sorprendió al comprobar que funcionaba.
―A Claire le
vendría bien aprender bajo la tutela de nuestro equipo docente, yo mismo doy
clases de Magia MEVI de vez en cuando —al encontrarse con la confusión de
Claire, aclaró—: MEVI hace referencia a “Manipulación de Entes Vivos”, es la
Clase de Magia que incluye la telepatía.
»También
podríamos ayudar a Ángela con el dominio de su Elementalismo. Vuestra formación
sería la excusa perfecta para acompañar a Blake durante sus pruebas.
Claire
entrecerró los ojos valorando aquella salida, aceptando la calma que aportaba y
limaba su angustia. Ciertamente, parecía una solución fiable que beneficiaba a
ambas partes. No le importaba pasar tiempo en el Consejo si con ello podía
seguir acompañando a Blake en su nueva vida. Es más, rechazar aquella oferta
sería condenar a su amigo a la soledad. La mera idea de abandonarlo erizó el
vello de su nuca, obligándola a asentir.
―Haremos eso
―declaró, con la seguridad de quien no tiene más opción―. Nos convertiremos en
aprendices y…
―¿Hasta cuándo
podremos estar a su lado realmente?
Claire
enmudeció. Se encontró girando el cuello hasta poder ver el perfil de Ángela.
Sus labios se habían detenido, esperando la respuesta que demandaba al Consejo.
Su voz sonó tan neutra como su expresión y, sin embargo, Claire notó aquella
exigencia, aquel odio contenido que amenazaba con desatarse.
―¿Cómo?
―inquirió Merody, tan sorprendida como el resto de presentes―. Ya hemos
explicado el proceso. Prácticamente solo tendrá que estar a solas durante las
pruebas y análisis médicos.
―Es todo
temporal. Las pruebas y visitas son solo un suspiro hasta que decidáis
separarlo de nosotras.
―Señorita
Ángela, no es nuestra intención secuestrar a vuestro amigo ―insistió Merody, su
voz ahora con un intento de reconciliadora calma―. Blake Greenwood es un
Elegido, un héroe bendito por la gracia de la Profecía. Si eso, lo que tiene es
nuestro respeto.
―¡No! No es
cierto y bien que lo sabes. Blake, nuestro amigo, es un chico maldito por
Profecía del Mal ―exclamó Ángela―. No es un héroe si no vuestra herramienta de
guerra, así que ¿para qué necesitaría de nuestra compañía?
»¡¿Cuánto
tiempo nos dejaréis acompañarle realmente?! ¡¿Cuánto tardaréis en echarlo a los
soldados enemigos?!
Y Claire
comprendió. El Consejo las llamaba afortunadas por relacionarse con un héroe y,
sin embargo, aquellos lazos serían un retroceso a la hora de ejercer como tal.
―Blake es
todavía un niño ―pronunció Andrew, con una calma visiblemente entrenada como
mediador―. Es ilegal enviarlo a la Guerra por mucho que el Consejo necesite su
ayuda. Además, carece de experiencia y ni siquiera sabemos cuál es su potencial
como luchador. Es inviable más allá de la legalidad y moralidad pensar siquiera
en eso.
―¡Pero
ocurrirá! ―puntualizó Ángela, dando voz a los pensamientos de Claire―. Le
rogaréis, le obligaréis de alguna forma y entonces tendrá que marchar.
―Llegará un
día en que Blake luchará si así lo desea ―puntualizó Merody. Claire
observó que no estaba tan entrenada en aquellas mediaciones y su labio superior
tembló con aquellas palabras. Tuvo un escalofrío―. No podemos obligarle.
Valorad el presente actual, no es cuestión de preocuparos por el futuro ahora.
Tenéis la opción de estar juntos, de estudiar y apoyarle en el proceso que se
le viene encima…
―Ah, porque
entonces así tendréis dos cabezas más para la guerra.
―¡¿Qué?! ―musitó
Merody, visiblemente aturdida. Andrew se incorporó hacia adelante.
―Ángela, por
favor. Te estás precipitando, de verdad no queremos obligaros ni a Blake ni a
vosotras, ni mucho menos haceros daño. El Consejo está para proteger a sus ciudadanos,
es nuestra máxima prioridad.
De pronto, los
tres pares de ojos se giraron hacia Claire, guardando silencio para escuchar su
murmullo.
―La guardia es
el brazo del Consejo, la que tiene la obligación de proteger a los inocentes
―dijo con voz átona, con la mirada perdida en aquel momento en el lago antes de
la masacre―. Pero les Elegides no están bajo su protección: esa es tarea de los
dioses.
Andrew
parpadeó. Su aparente calma se rompió y sus labios solo dejaron salir un hilo
de voz cuando preguntó:
―¿Quién te ha
dicho eso?
―Gart, uno de
los guardias que murió por nosotros.
El agobio se
reflejó una última vez en los ojos del Consejero antes de endurecer su
expresión. Sus pupilas se volvieron ilegibles para Claire, y su sorpresa casi
obvió la voz de Ángela.
―Mi mejor
amigo va a convertirse en un monstruo ―declaró, de nuevo entre lágrimas―. Héroe
o no, soldado o no, nada va a cambiar eso. Solo quiero estar a su lado.
Andrew le puso
una mano en el hombro que, sorprendentemente, Ángela no rechazó. Sus palabras
de ánimo sonaron ajenas para Claire. Su mente todavía intentaba procesar
aquella realización, aquel nuevo futuro que llevaba una hora intentando
asimilar. ¿Podrían estar a su lado? Vivir en el Consejo y acompañar a Blake…
¿de verdad podían hacerlo?
¿O solo era
otro sueño?
―Son las dos
―declaró Claire―. Las dos de la tarde.
Ángela apartó
sus dedos llorosos para revelar la confusión lacrimosa de su rostro. A pesar de
la mundana afirmación, entendía su reacción. Algo en su tono ausente, durmiente
casi, había alertado tanto a la joven como a los Consejeros.
Con inmediata
palidez, Andrew se giró al reloj de pared. Merody se saltó aquel paso.
―Has oído algo,
¿verdad?
Claire
entrecerró los ojos. Aquel tañido etéreo seguía reverberando en su cabeza. Dos lejanas
notas. Si estuvieran en Máline, alzaría la vista al cielo y buscaría el reloj
del ayuntamiento.
―Las campanas
del reloj ―contestó con extraña seguridad.
Entre el hueco
de sus párpados, vio como aquellas personas murmuraban algo. No necesitó
aclarar su visión o escucharlos para saber que negaban haber oído nada. Su alma
sabía que aquellas campanas cantaban por ella, otorgándole un número y cerrando
sus ojos como una corta nana. Su cuerpo se desplomó sobre el sofá, y los
zarandeos que soportó se sintieron como una brisa lejana.
Perdió la
consciencia y la Profecía anunció así su segunda Elegida.
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