Los Motivos de una Confesión
La ansiada oscuridad que había
suplicado durante la agónica hora de espera por fin había envuelto sus ojos. El
timbre metálico de la segunda campanada había devorado el de la primera,
vibrando entre el silencio, desapareciendo entre sus pensamientos.
Aquel era un
vacío amable, carente de la influencia de su “Otra Voz”. Al percatarse de su
ausencia, Claire vagó entre la apacible noche con hombros tensos, en guardia
ante un posible ataque de las garras blancas.
Y, en lugar de
las afiladas hojas, halló una luz.
Al final del
largo camino de su inconsciencia había claridad. Avanzó hacia ella, primero con
premura y luego con desidia, pues pronto comprendió que jamás podría alcanzarla
mientras aquella figura la ocultara.
Un tirón en su
estómago se llevó su aliento y confusos pasos. Notó el frío contacto de las
garras sobre su piel, reteniéndola mientras su propia silueta, su propia
Sombra, cubría la luz como la luna en un eclipse.
Forcejeó entre
su amarre, presa no de la curiosidad o la desesperación, si no de la necesidad
por saber qué nacía de aquella luz. Un sentimiento que nacía en su pecho y
quemaba sobre sus clavículas, doliendo más de lo que tiraban las zarpas.
―Eras tú todo
este tiempo.
Sus esfuerzos
murieron con aquella frase.
―Siempre tú
―continuó su propia y a la vez ajena voz―. Por eso buscaste. Por nosotros, por
mí… Lo sabía. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía todo este tiempo!
No hubo júbilo
en aquellas palabras. Su voz gritó con familiar desesperación, cayendo sobre el
inexistente suelo y llevándose la luz consigo. Claire apenas logró discernir un
parpadeo de la imagen que formaba, distraída por la angustia de su Sombra:
―Y entonces
marchaste y ya no puedo saber.
―¿De qué
hablas? ―logró pronunciar su propia garganta―. ¿A quién has visto…?
El instante de
alivio cuando una de las garras la soltó se convirtió en terror cuando pasó a
amordazarla. La oscura silueta se giró y fundió en la penumbra.
―No mereces
saberlo ―escupió su otra voz y Claire se estremeció―. No eres más que un
cascarón vacío, un miserable constructo que ya ha tenido mucha más vida de la
que merecía. No te otorgaré lo poco que todavía me pertenece.
Su tono fue
calmado y, sin embargo, teñido de ira. El eco de sus palabras reveló un odio
tan profundo y abisal que arrebató a Claire cualquier contestación. Sus
músculos se paralizaron como los de un animal a punto de ser devorado, hundiéndola
sobre las garras que ya la apresaban. Sintió como su consciencia se deshacía
entre el sueño, su mente disolviéndose entre el desmayo, si eso era posible.
Y entonces notó
algo. Un contacto sobre su mano derecha, que se abrió envolviéndola con un
cálido abrazo. Una voz le hablaba y, a pesar de no comprender sus de palabras,
supo que la llamaba. El vacío que la acunaba comenzó a desvanecerse conforme la
realidad reclamaba su cuerpo. Sentía el peso de los párpados cerrados sobre sus
globos oculares, notaba la acogida de aquellas manos amables, tan diferentes a
las frías y severas garras que solían acosarla.
La mano la
soltó para acariciar su brazo, sus mejillas, con afable cariño. Conocía aquella
piel y aquellos gestos, y dejó que calmaran su terror como un bálsamo trata las
heridas. Finalmente, el ansia por aquel afecto pudo con ella y abrió sus
pesados párpados a la luz. No le sorprendió ver la sonrisa de Blake tras ellos.
―Al fin te
despiertas. Has dormido como el triple que yo.
La luz del
techo cegó sus ojos y volvió a cerrarlos, lo que no impidió que sonriera. Quiso
abrazarle al recuperar la vista, pero sus extremidades seguían rígidas. Sin
necesidad de palabras, Blake se agachó y la rodeó torpemente con sus brazos, ayudándola
a incorporarse con un afectuoso apretón.
«No eres más
que un cascarón vacío», recordó su mente. No le importaba. Envuelta por aquel
cálido sentimiento no se sentía tan hueca.
Al separarse,
Blake acercó la camilla que había tras él, dejando a Claire sentada sobre la
suya. Se fijó en que ambos vestían un camisón aguamarina de hospital. Un
escozor que arrastraba de su sueño llevó su mano a la clavícula, descubriendo
que la tenía vendada.
―¿Cómo te
encuentras?
Claire miró a
Blake con cansancio. Tenía el pelo despeinado y algún mechón caía sobre su
rostro. También tenía el cuello y hombros cubiertos de vendas. No parecía
sufrir por ello.
―Estoy bien,
creo ―contestó―. Algo confusa. No te imaginaba como un Elegido, la verdad.
El peso de la
realidad tensó el ambiente, difuminando la sonrisa de Blake. Claire lamentó sus
palabras, aunque no podría haberlas evitado mucho más tiempo. Recordaba su
sueño vívidamente y sospechaba la razón de aquellas vendas.
―Bueno, yo
tampoco me lo esperaba de ti.
―¿En serio?
―rio Claire, sin júbilo alguno―. Era evidente: las pesadillas, mi magia…
Incluso mi pasado era demasiado extraño. Era la que tenía más papeletas de los
tres.
―Supongo que
sí ―admitió él, con aquella pálida imitación de sonrisa―. Aunque tus
circunstancias no me libran de sospecha.
Sus pupilas
rodeadas de bosque huyeron de las suyas. Claire las persiguió, buscando la
razón de aquel extraño comentario. Primero halló que miraba sus manos, apoyadas
sobre sus rodillas. Blake retomó su explicación, si bien su voz no parecía
pertenecer al mismo Blake que Claire conocía.
―Hay una parte
de mi magia que ni siquiera Ángela llegó a conocer. Un don por el que
comprendía el temor que sentía hacia su fuego ―Blake contemplaba sus manos, cabizbajo,
impidiendo que Claire se reuniera con su mirada―. Es tan intrínseco a mí que,
por mucho que lo ocultara, en ocasiones salía a la luz. Todos estos años
intenté evitarlo, esconderlo, mientras me mentía a mí mismo con que no tenía
nada de malo. Funcionó durante mucho tiempo.
»Incluso
cuando nos escogieron como candidates me convencí de que lo hacían por
vosotras, ¿sabes? Entonces llegó la explicación de Armiro… y no pude negarme
nada. Comprendí que mi secreto era mi Habilidad, y la campanada se sintió algo
natural.
Claire guardó
silencio. A su mente volvieron las palabras de Blake en el tren, donde explicó
que no temía ser un Elegido porque no se sentía como un monstruo. Creyó en su
sinceridad y, sin embargo, el desconocido ante ella se lamentaba con la aciaga
familiaridad de quien lleva años sufriendo. Por eso no le molestó su mentira:
él había vivido en su engaño mucho más tiempo.
―Siempre he
sabido que era un Elegido, Claire, pero me lo callé porque quería creer que era
como vosotras. Conocía tus pesadillas, veía las dudas de Ángela, y pensaba que
yo era igual de inocente y confuso… Pero ayer dije “todo va a salir bien”
sabiendo que mentía.
Tragó saliva y
su voz se rompió. La búsqueda de Claire se reunió con su anhelo y sus débiles
piernas la llevaron a Blake. Sus brazos lo rodearon y él se dejó encontrar.
―Tenía miedo,
Claire. Maldita sea, sigo teniéndolo. No estaba preparado para esto, por mucho
que quisiera creer en mi inocencia, por mucho que me esforzara a curar. Me
aferraba a vosotras tanto por… ―un hipido cortó sus palabras y Claire lo
estrujó para calmarlo. Sollozó, y por fin le devolvió el abrazo―. Os quería… y
sigo haciéndolo. Por eso evitaba pensar que algún día nos tocaría separarnos.
Había una capa
más en aquella vida secreta que sus amigos ocultaron de ella, que la salvaron
de conocer. Notaba el lamento y la disculpa en la voz de su amigo, en los
temblores de sus dedos y, al mismo tiempo, Claire también quería pedirle
perdón.
―Es culpa mía.
Si no me hubiera negado a la magia, no habrías afrontado esto solo.
―¡No! ―la
cortó él de inmediato. Se separaron y unieron de nuevo, las manos de Blake
sujetándola de los hombros―. Ni de lejos. Si fuera cierto, se lo habría contado
a Ángela. La culpa es mía por no tener el valor de decirlo.
Sus dedos
perdieron fuerza, cayendo de nuevo junto a su mirada.
―Habríamos permanecido a tu lado
—insistió Claire.
―Lo peor es
que lo sé. Pero vuestra aceptación habría durado hasta que el Consejo nos
alejara, o me viera obligado a marchar para no haceros daño.
―¿Nos habrías
hecho daño? ―repitió Claire, calmada a pesar de la pregunta―. ¿Eso crees?
Blake tardó
unos segundos en responder, momentos en los que pareció darse cuenta de lo
absurdo de su afirmación. Finalmente, suspiró, aceptando su error.
―Pues claro que
no, si tienes razón. Lo más dañino que he usado fue… Es igual, es igual. El
caso es que estaba demasiado asustado para pensar con lógica ―su boca profirió
una suave carcajada, sin dicha alguna―. Realmente me habría venido bien tu
racionalidad en ese entonces.
Los labios de Claire emitieron
una sonrisa que Blake no llegó a ver. Buscó su mano en consuelo y, en su lugar,
él la abrazó otra vez. El gesto abrupto no logró ocultar la mueca que despertó
tras el roce de sus manos.
―Tenía tanto
miedo. Me aterrorizaba dejar de ser quién soy, de tener que marchar para no
haceros daño… yo, un estúpido Sanador. Pero, por encima de todo, lo que más
temía era no volver a veros. Por eso, cuando desperté y te encontré aquí yo… me
alegré.
»Se que está
mal. Sé que es algo realmente egoísta por mi parte, pero no puedo evitar pensar
que, si ambes somos Elegides, nunca estaré solo. Nos tendremos el uno al otro
para soportar todo esto, aunque ojalá esta carga nunca hubiera caído sobre ti.
No te lo merecías… No después de todo lo que te ha pasado.
Claire le dio
unas palmaditas en la espalda y él se aferró a ella como si temiera que
marchara tras su confesión.
―Lo comprendo
―le dejó saber, con sinceridad―. O sea, después de todo lo que has sufrido en
silencio, entiendo que sintieras eso al verme. No te preocupes.
Blake pareció
relajarse, menos mal. Por eso, Claire no se atrevió a expresar la realización
que emergió del mar de angustia que era su mente ahora mismo.
«Estamos
juntos a costa de dejar sola a Ángela. Al final, uno de nosotros ha tenido que
separarse del resto ―dejó que el aliento que había estado conteniendo sin
querer surgiera de su interior, calmado, pues no podía llorar ahora que Blake
necesitaba un hombro donde hacerlo―. Lo siento, Ángela, lo siento tantísimo».
Ella lo
entendería, y sabía que parte de las lágrimas de Blake eran por ella. Por eso,
en lugar de pronunciar tal cruel recordatorio, declaró:
―Como has
dicho, al menos nos tenemos el uno al otro. Aunque seamos Elegides, mientras
estemos juntos, todo va a salir bien.
A pesar de
prepararse aquel consuelo, tuvo que esforzarse en creer que no era una mentira
piadosa. Blake pareció agradecerlo, dejando que calmara su ansiedad y
concediendo a ambos compañeros unos momentos de paz.
El olor de la
piel de Blake le recordaba a su hogar, a la infancia que vivieron juntos y a
sus paseos en el bosque con Ángela. A las tardes de invierno con los tres
frente a la chimenea, compartiendo bromas y dulces recién horneados. Una helada
nostalgia se apoderó de ella, recorriendo su cuerpo como un escalofrío. Nunca
podría volver a aquellos días, ahora se daba cuenta, pues el afecto de sus
lazos estaría manchado con su inminente destino.
Finalmente,
Blake se apartó despacio. Contempló a Claire con aquella mirada forestal que no
parecía pertenecerle: su alegría robada por lágrimas y probablemente la misma
nostalgia que atormentaba a Claire. Tras limpiar el salado de sus mejillas,
señaló sus vendas.
―No la has
visto, ¿verdad?
Claire ladeó
la cabeza.
―¿El qué?
Como
respuesta, Blake se descubrió el hombro derecho y retiró la venda que lo
cubría. Unas finas líneas oscuras iban desde el inicio de su brazo hasta el del
cuello. Claire las miró detenidamente y se fijó en que dibujaban diversas
formas, todas confusas y pequeñas, como caracteres de un idioma desconocido.
Tal vez fuera por la disposición de los trazos, pero estas parecían moverse
lentamente cambiando su aspecto. El contacto visual con aquellas letras le
producía una sensación extraña, mezcla de malestar, miedo y algo más que no
supo definir, obligándola a apartar la mirada.
―Esta es mi
Marca de Elegido. Es lo que aparece tras escuchar las campanadas de la Torre
Central ―explicó Blake, volviendo a taparse con el camisón. Valoró la reacción
de Claire antes de añadir, con cansado gesto―: A mí tampoco me hace demasiada
gracia. Puedo buscar un espejo si quieres ver la tuya. ¿O aún no estás
preparada?
Como respuesta, Claire se quitó el vendaje.
Ella no podía verlo completamente, solo al bajar la cabeza vio unas pocas
líneas negras. Al tocar su clavícula, Claire notó su piel como siempre. Blake
se estremeció y apartó la mirada.
―Es extraño
―dijo él―. Tu Marca me produce escalofríos. Se me ha puesto la piel de gallina,
en serio.
―Venga ya
―exclamó Claire―. La tuya tampoco es bonita que digamos. Por cierto, ¿qué hora
es?
Blake se
levantó de la cama y estiró los brazos.
―Supongo que
serán más de las cuatro. No he podido preguntar a nadie, pero tenía una ventana
y la posición del sol…
Calló al ver
la expresión de Claire. Al notar su mirada, ella explicó:
―He estado
desmayada mucho tiempo. Si lo sumamos a lo de ayer, es como si no hubiera
vivido estos días… Y no he soñado nada.
―¿En serio?
Claire frunció
el ceño, sabiendo que mentía. Escuchó algo durante su análisis en el tanque,
pero su angustia al despertar se llevó el significado entre burbujas y agua.
Negó con la cabeza… Y entonces recordó a la cautiva imagen que retuvo su
Sombra.
—Bueno, al
menos no tuviste pesadillas —se adelantó Blake y Claire, sin ganas de explicar,
no le interrumpió—. No es culpa tuya. Ayer te indujeron al sueño para las
pruebas y hoy… pues ha sido por la fuerza mágica más antigua de este mundo. Creo
que tienes excusa ―Claire se encogió ligeramente de hombros, y Blake le
concedió una sombra de picardía―. Yo no tardé mucho en despertar. Igual estabas
débil, te dije que desayunaras bien.
La
intranquilidad de Claire se convirtió en un reproche y Blake abrió una sonrisa.
Duró unos instantes antes de que el joven la rompiera para anunciar:
―¡Lo que me
recuerda que tengo un regalito para ti!
Se agachó y
recogió algo bajo la camilla de Claire. Al levantarse, se tomó un momento para
hacer una ridícula reverencia antes de extender dos piezas de ropa oscura sobre
las sábanas.
―He tomado
“prestados” un par de uniformes de aprendiz ―explicó Blake, con renovadas
energías―. Hay muchos tipos de personas viviendo en las Sedes y se diferencian
por esto. Este azul oscuro señala a los aprendices, aquellos que ayudan en
tareas menores mientras son instruidos como guardias, funcionarios o futuros
Consejeros. Si te fijas, es similar al que llevaban los Consejeros, pero de
corte más sencillo y…
―Blake, eso no
explica por qué los has traído.
El chico parpadeó con fingida
sorpresa ante la racional interrupción de su compañera. Ella aprovechó para
valorar su aparente entusiasmo. Su ansiedad parecía haberse mitigado, y sus
ojos ya no brillaban por lágrimas contenidas.
―Evidentemente para dar una
discreta vueltecita.
―¿Qué?
―¡Piénsalo! Es probable
(deseable) que todavía no hayan revelado nuestras caras a la Sede, ni que decir
al mundo, así que esta podría ser nuestra última oportunidad de pasear en el
anonimato. Para eso necesitamos ―sus manos hicieron una floritura para señalar
a los uniformes― esto, porque ir en camisón es incómodo y sospechoso.
Claire negó con la cabeza.
―Tú mismo lo has dicho, Blake.
Ahora mismo debemos ser las personas más importantes de todo el Bando Mágico
―se tomó un segundo para descartar la punzada de vértigo que golpeó su
estómago―. Dudo siquiera que podamos salir de esta habitación.
―Dúdalo, pero te aseguro que es
posible. ¿Cómo crees que he venido hasta aquí si no? ―Claire parpadeó, atónita,
y Blake sonrió abiertamente―. ¡No hay nadie vigilando! Lo sé, a mí también me
sorprende, por eso insisto en aprovechar la oportunidad.
―Vale, vale. Pero… ¿de verdad es
buena idea? Tiene que haber pasado algo para que no estén vigilándonos. No,
espera, tal vez eso sea una razón para irnos.
Blake asintió, cada vez más
apremiante. Maldita sea. Tenía que hacer de conciencia, pero sin Ángela y con
sus propias ganas de marchar, le costaba no aceptar aquel uniforme.
―¿Tienes siquiera un buen motivo
para hacer esto?
―Que no has comido nada en todo
el día ―explicó él, con inesperada y fingida seriedad. Incluso le puso una mano
en su hombro―. Lo hago por ti, mi querida Claire, no por motivos completamente
egoístas como estar muriéndome de hambre mientras discutimos esto ―y ahí
estaba. La última razón que necesitaba. Claire fingió un tenso duelo de miradas
antes de acabar asintiendo con dramático reproche―. ¡Perfecto! Pues coge un
uniforme y cámbiate en el biombo de allí, luego voy yo.
Claire profirió un sonoro suspiro
antes de hacer caso a su amigo. Se consoló pensando que, tras ser Marcades como
Elegides, las cosas tampoco podían empeorar mucho más.
Además, también estaba
hambrienta.
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