La Chica de los Ojos del Mar
Te conocí allí donde las olas
llegan a su fin. La espuma marina se mezclaba con la arena y las huellas se perdían
con cada marea, pero tu imagen permeó en mi retina. El sol se rendía a los
encantos del mar, bajando lentamente a su encuentro, como si disfrutara de la
expectación de envolverse en mantas azules. Yo no tenía tanta voluntad, pues
tus ojos continuaban aquel hermoso aguamarina, tan profundo, tan cambiante, que
si fueran la puerta al abismo correría a hundirme en ella.
Había oído historias de marineros
que sucumbían a las promesas de las aguas. Cegados por su belleza, sus barcos se
astillan contra las rocas a las que el oleaje los lleva. Mi trabajo era indicar
tal peligro cuidando la luz que marcaba el final de sus viajes. Jamás entendí
su necesidad de volver a tierra, pues yo misma huí de ella. Rechacé la
persistencia de sus hombres y de lo que de mí se esperaba. De sus promesas
pronunciadas en primavera y que morirían antes de las nupcias, inertes en su
concepción. ¿Qué podía hacer? ¿Si me prometían una vida en puerto y yo prefería
atarme a un ancla?
Sin embargo, el mar me encontró y
me hizo suya. Me dejé hundir en ti a voluntad, te di mi aliento y tú me
envolviste con la gentileza de las olas en la cala. Te amé, incrédula y feliz,
agradecida por la oportunidad de hacerlo. Temerosa y preocupada también, pues
tanta era nuestra fortuna que temía su final. En esas noches de angustia me
hallabas, con mis ojos anegados y los tuyos, tan hermosos. Tus palabras
limpiaban la sal de mis mejillas y volvía a respirar acunada en tus brazos.
Dicen que fue el propio mar quien
te llevó. Un día cualquiera, como cuando me miraste por primera vez. Como
cuando tomaste mi grillete y tus labios tocaron la marca que dejó la alianza.
Mis lágrimas cayeron como la nieve que ahora se funde en la playa, pero las de
entonces fueron de cálida dicha, pues ningún metal podría prometer un amor tan
sincero como el de aquel beso. Mis lágrimas caen ahora, amargas y templadas con
el invierno y el duelo. La tierra me ha dado caza y los hombres reclaman mis
cadenas. Su soberbia absuelve al océano de tu marcha.
Pues que corten mis manos para
que no haya anular donde cerrar este eslabón. Si mis dedos deben llevar
cualquier juramento menos el tuyo, córtalos y ofréceselos a Dios. No necesito
más manos que las tuyas tomando mi rostro, ni ojos si estos no pueden verte más.
No necesito este cuerpo si ya no puede ser amado por ti.
Ahogada por tu recuerdo, desolada
por tu falta, tiré mis despojos por el centro de la escalera de caracol.
Cayendo fugaz, tus ojos me persiguen entre barandas y escalones. Una sonrisa
cruza nuestros rostros, la promesa de que así podremos vernos.
Mi carne llega al frío abismo y
es fragmentado. El faro llora a su maestra vistiéndose de luto, condenando a
sus celosos asesinos, las rocas mutilando sus cuerpos como ellos destrozaron mi libertad.
Congelada en el recuerdo de
nuestro último adiós, espero que la marea me lleve junto a ti, la mujer que
amé. Mi aliento se vuelve nube y granizo, mis córneas son vidrio y en ellas se
refleja el mar de tus ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario