martes, 2 de enero de 2024

La Profecía del Mal: Capítulo 13

 Promesa


Claire abrió los ojos, aunque el intento apenas le valió la pena. Tenía la visión borrosa, la cabeza le daba vueltas y sus cansadas piernas le rogaban seguir sentada. Vaciló ante aquella petición, pues se sentía capaz de moverse y estirarse, pero algo más llamó su atención.

La penumbra de las celdas se había aclarado como su voluntad, y de la sorpresa logró despejar la niebla de su mirada. El recuerdo del enfrentamiento, del chico, la llevó a enfocar al pasillo y allí halló a Firo.

Estaba en el suelo, tumbado de lado y a escasos metros del shiriza que los atacó, quien yacía de igual forma. Notó entonces que la claridad se debía a que las motas no flotaban en las celdas, ni siquiera cubrían el indefenso cuerpo del chiquillo.

Formaban parte de la silueta que vigilaba al joven preso, componiendo su carne y despidiendo un fino humo oscuro en sus bordes.

La presencia notó su mirada y se giró hacia ella. Sus ojos eran completamente blancos y brillaban tanto como hicieron los suyos durante el combate. Sabía a quién pertenecían aquellos toscos rasgos esculpidos en neblina, familiares como los de su propia imagen en un espejo. Era su Otra Voz. Su Sombra, nunca mejor dicha, y su boca se abrió en un níveo trazo para volver a reír con la voz de ambas.

—¿Me echabas de menos? —preguntó, con sorna. Claire se sorprendió de que fueran sus oídos los que encontraran aquella pregunta—. ¿Por qué el asombro? Acordamos que te dejaría aprender sin el yugo del miedo… al menos del mío. Volverte una total temeraria habría puesto en peligro nuestra supervivencia.

Se apoyó en la pared del pasillo. Su silueta era difusa, aunque indudablemente suya. Curiosamente, temía menos a su Sombra ahora que en sus sueños. Manifestada ante ella, tangible a sus ojos, era más fácil de comprender que la negrura abisal de sus noches.

—No pude echarte de menos mientras guiabas mi espada.

—Ah, al final te diste cuenta —sonrió, mostrando aquel trazo blanco de nuevo—. No todo el mérito es mío. Tu cuerpo tiene una excelente memoria muscular, valga la ironía. Bastaron unos consejitos para que empezaras a moverte, tenías la opción de seguirlos o tomar tus propias decisiones —señaló su propia mano izquierda. Los dedos eran columnas de neblina negra—. Usar la izquierda para pelear fue buena idea, aunque no llegamos a hacernos ambidiestras. La próxima vez puede que no salga tan bien.

Un bullido palpitó en su interior con aquellas palabras, aquella decisión que se le planteó en el campo de entrenamiento. La Sombra advirtió su gesto.

—Vamos, no te enfadarías tanto cuando até al guardia. ¡De nada!

Su réplica murió con un ligero vahío y, cuando logró despejarse, su Sombra estaba arrodillada junto a Firo. Dos trazos blancos volvieron a enfocarla.

—Aprende a vigilar tus heridas, te salvará más que la espada. Casi te cuesta la vida su nombre. Le prometiste que escaparíais juntos. Esto no ha acabado.

La burla había desaparecido de su voz. Aún arrodillada a su lado, la Sombra llevó una mano al cabello del niño, pero se detuvo antes de tocarlo. Sus dedos se cerraron en un puño que lentamente se retiró a su costado.

—Cuando te pedí liberarme, dijiste que el silencio te preocupaba. Era el suyo, ¿no es así? —los trazos blancos volvieron a enfocarla—. Prometiste liberarme del miedo porque querías buscarlo. Ambas podíamos verlo, él también podía presentirte.

—E hicimos bien. Te habrás dado cuenta de que apenas lo visitamos en nuestros sueños e inconsciencia… Pues él estaba demasiado débil para recibirnos.

Al final la Sombra rozó el cabello de Firo con sus dedos de humo y estos se deshicieron al contacto. Lejos de asustarse, contempló fascinada cómo sus falanges se recomponían al apartarse.

—La oscuridad se alimenta de sombras —dijo para sí, antes de volverse de nuevo hacia Claire—. Te dejé saborear magia y conocimiento por tal de encontrarlo, aunque fuera una posibilidad remota. Incumplí un juramento mientras que tú te aferraste al tuyo. Aposté nuestra seguridad al dejarte marchar… y superaste mis expectativas.

»Ahora, mi promesa rota carece de sentido. Únicamente nos queda una deuda que solo yo recuerdo, y tendrás que valerte por ti misma para devolvérsela —Claire parpadeó, aturdida. La Sombra se levantó ignorando sus dudas—. Bastará con que cumplas tu palabra: toma el relevo de Carine y escapa junto a Firo. Vigila tus heridas y respeta tu cuerpo, mi vasija. Pues, si tú caes, yo no podré cuidarlo.

Claire tragó saliva. La Sombra jamás había hablado tanto y tan buena fe como ahora, no tendría mejor oportunidad para liberar su curiosidad. Había tantas dudas como vasto era el páramo vacío de su memoria. Podría haber sido cauta y cerrar sus cuestiones a puntos concretos, pero la avaricia ganó ante la posibilidad de pintar aquel lienzo vacío.

—¿Qué es lo que sabes de mi pasado?

Y su respuesta fue una cruel medialuna. Había sido una necia por intentarlo.

—Lo suficiente como para lamentar tu existencia… y la mía —su grotesca sonrisa se quebró. La Sombra le dio la espalda, escondiendo así su escasa blancura—. Se acabó la charla.

Su figura estalló descomponiéndose en cientos de pedazos sombríos. La escena le impactó tanto que tardó en ver que eran muchos menos de los que antes poblaban las celdas. La mayoría cayó al suelo, deslizándose hasta acabar bajo sus pies.  

Componiendo su sombra.

No le sorprendió ver la extraña lógica tras ello. Más raro fue ver como las motas sobrantes caían directamente sobre Firo y se difuminaban al tocarlo. Cuando terminaron, no quedaba ni una en el aire. Miró a su alrededor y comprobó que los demás prisioneros también se habían desmayado.

Su atención volvió a Firo y se arrastró hacia él, consciente de que las sombras que sustentaban a los espectros habían desaparecido. Su sangre se heló al no captar su presencia en su cabeza.

Logró llegar y arrodillarse a su lado. Al igual que hizo su Sombra, extendió una mano hacia él que después detuvo. ¿Y si el mal ya estaba hecho? Negó con la cabeza. No había tiempo para asustarse.

―Oye, despierta ―lo llamó, poniéndole una mano en el hombro―. Vamos, despierta, despierta…

Lo zarandeó con cautela, obteniendo el mismo resultado. Un tenue movimiento indicaba que respiraba, a pesar de no reaccionar a sus palabras. Su mente solo escuchaba su propia voz, negándose a creer aquella situación. ¿Y si su poder también le había atacado? ¿Y si no lograba despertar? Recordó que nunca lo había visto dormir, era incapaz de ello. Si se desmayaba, su mente seguía activa. Era parte de su maldición.

Iban a escapar juntos, era una promesa. No podía estar pasando aquello…

―Vamos, despierta… Por favor…

Y entonces, justo cuando iba a girarlo, una voz la llamó.

―Claire, ¿eres tú?

La aludida ahogó un grito mientras Firo se incorporaba lentamente, volviéndose hacia ella. Aquellas palabras las había pronunciado con su voz, su boca. Compartieron una mirada de asombro y extrañeza hasta que él se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

—Yo… Puedo hablar.

Claire dejó escapar un suspiro de alivio y una sonrisa cuando él repitió aquellas palabras. Se puso de pie, tocándose el rostro con ambas manos y pasando sus dedos por sus mejillas, labios e incluso sus recuperados dientes. Finalmente, se giró hacia Claire y ella vio la misma sonrisa que el niño del fichero, reconocible a pesar de las mejillas hundidas y cenicientas por el encierro.

—¡Lo has conseguido! —un poco de tos interrumpió su entusiasmo—. No puedo creerlo, no esperaba que pudieras acceder a los registros. ¿Cómo lo has hecho?

El chico se tambaleó y Claire evitó su respuesta tomando sus manos para equilibrarlo.

—¡Cuidado, cuidado! —él asintió, todavía sonriente—. No te fuerces.

Como respuesta, Firo rio y se dejó caer de rodillas para abrazar a Claire. Ella se quedó aturdida unos instantes antes de poder devolvérselo.

—Gracias por insistir en rescatarme. No habría salido de aquí sin tu ayuda.

Claire parpadeó, todavía abrumada.

—Solo cumplí mi palabra —frunció el ceño—. Aunque no entiendo cómo salió bien.

Firo se retiró, sentándose frente a ella.

—¿Recuerdas mis teorías para romper mi maldición? —Claire asintió poco convencida—. Nuestra primera opción y la más segura era hacer una bendición contraria y específica que la deshiciera, pero ni Carine ni yo podíamos hacer Brujería Blanca para ello.

»La otra opción era atacar a las maldiciones sencillas que componían la mía, esperando que el efecto en cadena terminara por romperla. Por ejemplo, usar metamorfosis para devolverme la boca y funciones corrientes o forzar mi memoria.

»Si comparamos mi maldición con una cerradura a abrir, la contrabendición sería como crear una llave que encajara perfectamente y la abriera sin provocarle daños, mientras que estimular mi memoria sería forzar la cerradura: podría dejarla tocada e inservible.

—¿Y la metamorfosis?

—Como echar la puerta abajo a patadas.

—Ouch. Bueno, al menos no he escogido la peor opción —Firo guardó silencio y Claire entrecerró los ojos—. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor que en años, lo cual no es muy indicativo de mi estado —cedió él—. Chispeante de méner y muy hablador. Todavía gris.

—¿Y si era tu color original? —Claire forzó una sonrisa que Firo no le devolvió—. Lo siento, creo que los golpes me han roto el humor.

—Se te perdona —aceptó él, suavizando el gesto—. De todos modos, si fuera así tendría más memoria que mi nombre: Firo Delayer —tras saborear las palabras, negó con la cabeza—. No me inspira más recuerdo.

Claire tragó saliva.

—Tal vez no haya sido la mejor opción.

—Era la única que teníamos —se encogió de hombros—. Además, prefiero ser gris y amnésico fuera de las celdas que en ellas. Decías haber visto mi foto en un informe, ¿lo has traído?

—El tuyo y el de Carine —Firo alzó las cejas—. Los tiré en la entrada. La foto no está a color, aunque igual te despierta la memoria.

—Tal vez —dijo él, levantándose. Miró a Claire, ensangrentada y con el hielo fundiéndose en su brazo—. ¿Puedes ponerte en pie?

Ella asintió, aunque aceptó la escasa ayuda que ofreció su mano. Mientras Firo recogía los ficheros a la entrada, Claire se entretuvo ojeando sus alrededores. Los presos seguían desmayados en sus celdas, sin cambio aparente y con un débil compás moviendo sus pechos.

No había rastro del guardia humano al que robó ojos y recuerdos. Supuso que Firo pudo mandarlo arriba antes de que bajara el shiriza. Este seguía inconsciente. Alto y fuerte, ahora que podía verlo sin peligro parecía joven, recién pasada la veintena. Dormido como estaba, su piedad y culpa parecían más creíbles que cuando las pronunció.

Su espada captó su atención y se agachó para recogerla. De empuñadura negra, era más elegante y estilizada que la del guardia. En el borde de la hoja, unos símbolos parpadeaban levemente. La blandió con la mano derecha y soltó un quejido por la muñeca. ¿Hasta qué punto se la habría lastimado?

Cambió el arma de mano y observó su reflejo en el filo. Sus ojos habían vuelto al azul habitual, oscurecidos tras fatiga y su flequillo sudoroso. Probó un par de estocadas con la izquierda. El filo era ligero y manejable, similar al de la espada que usó contra Blake.

La guardó en su cinturón. Inconsciente como estaba, aquel shiriza no necesitaría una espada y no pensaba dejársela para cuando despertara. Un poquito de venganza no sabía mal.

Cuando se acercó a la puerta, Firo seguía leyendo los informes. Se había apoyado en la pared y tenía el ceño fruncido.

—¿Te encuentras bien?

—Debería preguntártelo a ti —contestó, cerrando el fichero. Parecía el de Carine—. El hielo se te deshace.

—Aguantaré, aunque no me vendría mal un Sanador. ¿Puedo ayudarte con el portal?

—Puedo hacerlo en cuestión de minutos, ¿recuerdas? —sonrió, y Claire lo miró con preocupación. Parecía cansado—. Bueno, tal vez algo más. Aunque noto una mayor corriente de méner, dudo que este sea mi cauce normal.

Claire torció el gesto. El símil de la cerradura volvió a su cabeza.

—De hecho, me gustaría visitar la celda de Carine para ver si me dejó algo más para tratarme —notó la mirada de Claire y le dedicó una sonrisa cansada, seguida de una confesión—: En realidad es para despedirme de ella. Sé que tenemos prisa, pero…

—Iremos —le sonrió de vuelta—. Aprovecharé para reponer fuerzas.

Se contuvo de mencionar que el tiempo hacía menos daño a sus heridas que la amenaza de ser descubiertos. Ambos lo sabían de sobra.

Abandonaron las celdas y a sus cautivos todavía inconscientes, dejándolos encerrados junto al shiriza. Claire se había tomado la libertad de desproveerle tanto de armas como llaves, aunque presentía que tardaría en despertar.

Tal y como prometió, Claire se dejó caer frente a la puerta de Carine mientras Firo inspeccionaba la entrada. Aquella cámara acorazada era realmente impresionante, sobre todo considerando que su prisionera entró siendo una niña. Extrañamente, Claire pensó que la fama de Carine parecía justificar en parte la seguridad empleada. Al fin y al cabo, parecía escaparse a menudo para ver a Firo.

Mientras cavilaba sobre sus métodos de escape, aprovechó para recuperar el hielo perdido en el brazo. Su piel agradeció el frescor familiar más que las gotas calientes que resbalaron por su nariz. La escarcha y su palidez se salpicaron de rojo y sus límites se difuminaron conforme las antorchas, el suelo y todo se oscurecía.

Un contacto familiar precedió a una voz que le pedía despertar. Los zarandeos cesaron cuando Firo entró en su campo de visión, sus ojos apenas enfocándolo. Algo de unas vendas, decía. Notó que la tumbaba en el suelo y le vio coger las llaves de su cinto. Se perdió tras la puerta de Carine y regresó en un parpadeo. Al volver, podía oír sus pasos y su voz empezó a tener sentido.

—…vendas. Teniéndolas no hacía falta que usaras magia —Claire lo miró y Firo se percató de que conseguía enfocarlo. Su tono se suavizó, aunque dejar la reprimenda—. Estás en tu límite, Claire. Prométeme que no harás magia hasta que salgamos de aquí.

—¿Y si la necesitamos? —balbuceó.

—No creo que necesitemos hielo pronto, ni siquiera en ti —repuso él. Apretó un nudo en su brazo y Claire advirtió la venda que cubría su piel. Estaba mojada de sangre y agua—. Aguantará, tengo práctica con Carine. Me gustaría decir que ojalá no fueras también del tipo que se mete en problemas, pero si has acabado aquí…

—No fue mi intención, yo solo quería bailar.

No era del todo mentira, aunque Firo la miró por otra cosa.

—Es verdad, llevabas un vestido y chaqueta al principio. Están donde Carine.

—El Baile del Consejo, los shirizas…

Entrecerró los ojos y el contacto de Firo en su hombro llamó su atención.

—Guarda el aliento. Ya me contarás cuando salgamos —le pidió—. Descansa un poco.

Se levantó y le dedicó un último vistazo a su venda antes de desaparecer en la oscuridad de la celda. Curioso que alguien con el aspecto de un chiquillo la cuidara a ella. ¿Qué dirían aquellos maleducados del baile si la vieran ahora? Oh, un temible monstruo siendo salvado por un chavalín.

«Pensándolo bien, su comportamiento tampoco refleja la edad de su cuerpo —un destello de lucidez le otorgó una revelación—. Un momento, de verdad es mayor de lo que aparenta. Tendrá más o menos la edad de Carine… como mínimo. Qué extraño».

Al cabo de unos minutos, Firo regresó con las manos vacías y el gesto pensativo. Aún con la boca recuperada, seguía siendo difícil interpretar sus emociones. Claire recordó las palabras del shiriza: “completamente hermético”. Debía ocultarlas de alguna forma.

—¿Estás mejor? —le preguntó.

Claire asintió como respuesta. Gesto que lamentó cuando Firo dijo de marchar a los pisos superiores.

—¿Por qué? —graznó, teniendo que sorber sangre por la nariz. Firo arqueó una ceja y ella se apresuró en añadir—: Estoy bien, de verdad, pero subir nos pondría en riesgo. ¿No deberíamos hacer el portal cuanto antes?

—Por eso mismo deberíamos subir —repuso él, apartándose un mechón de la cara—. Cuanto más abierto sea el espacio donde se crea un portal, menos méner cuesta. El de Carine apenas duró unos minutos y se cobró meses de amplificación y méner ahorrado… que no me salvaron de acabar por los suelos.

»Ahora, contamos con mi libertad de movimiento y magia. Debo crear el portal en solitario, pues no estás en condiciones de pasarme ni una gota de méner. Debo crearlo rápido, porque ese shiriza era importante y pronto lo echarán de menos. Tenemos que aprovechar todos nuestros recursos, y uno de ellos consiste en buscar espacio.

Claire siguió escuchándolo, fascinada. Sus conocimientos delataban su inteligencia y habilidad con la magia a pesar de su aparente juventud, explicándolos con exactitud y claridad por el bien de su interlocutora. Aquella forma de análisis, detallado y concreto, le recordó a cuando su Sombra analizaba los movimientos de sus rivales para dar con la estrategia a seguir.

—Todos estos años, Carine aguantó a mi lado buscando la forma de librarme de la maldición ―continuó, sin apartar los ojos de su celda. Su mano acarició el metal de la puerta―. El que al final tuviera que dejarme no borra sus esfuerzos, la información que reunimos y el tiempo que compartimos.

»Esos momentos me han servido para comprender mi situación, para que pudieras ayudarme. Ahora, gracias a ti vuelvo a tener un nombre, pero aún faltan piezas de mi ser ―se giró hacia Claire, decidido―. Hay una razón más por la que debo ir arriba, Claire. Creo que uno de los salones de este castillo está relacionado con mis recuerdos. Si voy, tal vez recupere parte de mi memoria.

Al oír aquellas palabras, Claire se apoyó en la pared hasta lograr levantarse. Firo le dedicó una mirada de preocupación que se extendió durante su respuesta:

—Entonces iremos lo antes posible. El descanso me ha venido bien, podré andar.

Aun así, Firo se acercó a ella y le ofreció su hombro como muleta. Al aceptar, le dijo:

—Eres un poco cabezota, pero de no serlo aún seguiría preso —sonrió—. Tendré que fiarme de ti.

 

 

Las escaleras fueron la peor parte. Peldaño a peldaño, avanzaron con calma y pausas (algunas pedidas por Claire, otras exigidas por su bien) hasta dar con la puerta de los pasillos superiores. Con un momento para recuperar el aliento y otro para que Firo le preguntara por enésima vez por su estado, Claire logró decir que estaba mejor con sinceridad… y al devolverle la pregunta él también parecía estarlo. Era curiosa la amenaza de ser ambos “Mentalistas”, ninguna mentira pasaría inadvertida mientras se miraran a los ojos, pues incluso los intentos de Firo por cerrarse ya indicaban algo.

Era él quien les guiaba por los pasillos y, para sorpresa de Claire, demostró ser mejor instructor en persona que desde las celdas. Aun marchando despacio, no se cruzaron con ningún otro individuo. Los pocos que divisaron enseguida desaparecían entre otros pasillos, y el dúo aguardaba a su marcha antes de avanzar. Mejor pues, aunque la túnica camuflaba la identidad de Claire, el chiquillo a su lado llamaba demasiado la atención.

Algo más despejada, convenció a Firo para dejar de ser su apoyo y este pasó a tomarla de la mano, liderando los pasos. De vez en cuando se detenía, indeciso, antes de ojear el mapa y seguir adelante. Cuando le preguntó por su sentido de la orientación, contestó que no solo se guiaba por las huellas de Carine, si no las suyas propias: cuanto más se alejaban de las mazmorras, más familiar le era la fortaleza.

En su última pausa, se detuvo ante una puerta y Claire le ayudó a abrirla. Entraron en un salón de baile, mucho más pequeño que el de la Sede, con un hermoso suelo ajedrezado. La iluminación provenía de polvorientas lámparas, encendidas con encantamientos perennes y abandonadas como las mesas y sillones amontonados en las paredes. Hacía tiempo que los únicos eventos allí se celebraban en las telarañas, que prosperaban en cualquier rincón posible. Las paredes eran de madera intercalada con espejos, y Claire devolvió la mirada a una joven cansada y su extraño acompañante gris.

—Es aquí.

La mano de Firo se deslizó de entre sus dedos y Claire lo siguió despacio, vigilando y curioseando sus alrededores. Lo cierto es que también notaba una sensación familiar, una demasiado cercana para pertenecer a su memoria perdida. Sentía la presión en el aire, el hedor mezclado con el polvo que encogía sus pulmones con cada respiración.

Era el olor a la magia, de recitaciones y méner concentrados en un mismo lugar. El recuerdo de su llegada a Máline la inundó y se abrazó a sí misma embriagada por él. Tanta energía, tanto poder, la agobiaba y detenía sus pasos. Sin embargo, no llegó a hacerla huir. No sintió miedo, pues se le prometió liberarla de él. Solo notó la carga de aquel almizcle en su pecho, aquel que tantas emociones arrastró a su vida.

Notó como su Sombra se agitaba en su interior, en sus pies sin que la luz la moviera. Un mal augurio. Tomó una bocanada de aquel aire manchado y se forzó a seguir a Firo. No podía flaquear ahora.

Él ya había llegado al otro extremo de la habitación, a una pared cubierta por una tela tan polvorienta como el resto de muebles. Claire, a mitad de camino, vio como quitaba la cobertura y se retiraba para examinar aquel arco trazado en rojo.

Un clic en su mente la trasladó a recuerdos ajenos que había observado, a las noches de Firo y Carine trazando el portal que los salvaría. Entonces, su Sombra se agitó a sus pies y Claire se giró para recibir el impacto.

Su cuerpo cruzó la mitad del salón, aterrizando casi a los pies de Firo y sacándolo de su ensimismamiento. Este gritó su nombre y corrió para arrodillarse a su lado mientras ella luchaba por mantenerse consciente. Una arcada le arrancó sangre y ácido de su interior, manchando las túnicas de ambos y despertándola por fin. Conteniendo un aullido de dolor, se dejó ayudar para incorporarse y los dos fugitivos entraron en guardia.

Su agresora tenía la piel gris, con ligeras escamas recubriendo sus mejillas. Llevaba guantes que no ocultaban la silueta de sus garras. Tras ella, una cola acabada en punta de flecha, afilada cual cuchilla, se mecía a la espera de su reacción.

Se trataba de una shiriza, pero había algo diferente en ella. Parecía mucho más poderosa que cualquiera de sus anteriores rivales, más incluso que el antiguo propietario de su espada. Tal era su poder que Claire se estremeció, pues la misma sensación que había sentido al cruzar aquella sala, al aparecer en el bosque entre magia, volvió a ahogarla.

Su atuendo verde, sin embargo, no parecía indicar que fuera guerrera. Llevaba un hermoso y elegante vestido largo, combinado con sus guantes y un antifaz que escondía sus ojos. El conjunto parecía más apropiado para una mascarada que una pelea, aunque su ataque había demostrado su fuerza.

Al moverse, un destello brilló en su cintura, dorado como su larga melena ondulada. Se trataba de una espada con empuñadura de oro y jade, envainada hasta hallar algo que cortar.

—Ha sido descortés golpearte a traición, pero también lo es que piséis lo que no os pertenece. Los presos deben ocupar sus celdas —Claire se llevó la mano a la espada y Firo apretó su hombro, pidiendo paciencia. La mujer negó con la cabeza—. Veo que tendré que dar ejemplo de cortesía con mi presentación: Estáis ante Kasshere Zasjara, Reina legítima de Zes’Haris y, por lo tanto, Soberana de la antigua y noble raza shiriza.

Claire escupió, más por el vómito que por ofensa. La mujer ante ella era la responsable del control de miles de inocentes y la muerte de otros cientos. Aquella tirana estaba justo ante ella, y lo único que la mantenía consciente era el dolor y el miedo.

Firo volvió a apretarle el hombro para llamar su atención. Se agachó y, sin dejar de mirar a la Reina, le susurró:

—Retírate hacia la pared, yo me encargo de ella.

Claire contuvo el aliento. ¿Cómo podía estar diciendo aquellas palabras? No hacía ni dos horas que recuperó su cuerpo, no estaba en condiciones de luchar y menos contra una maga tan poderosa. Estaba loco y, sin embargo, sus ojos tenían la determinación de quien ya sabe el resultado de una acción.

La ayudó a levantarse y tuvo la sensación de que había crecido, o tal vez fuera la confianza que depositaba en sus palabras. Fuera lo que fuera, Claire se retiró a la pared mientras Firo marchaba hacia la Reina.

—Firo Delayer —lo llamó, y el nombrado se detuvo—. Te mandé buscar, confirmar que seguías callado y olvidado… menos por ella. Veo que tu maldición no te impidió seguir liberando prisioneros.

Esta vez, fue la Reina quien avanzó, sus zapatos de gala sonando como un cruel metrónomo sobre el mármol. Claire siguió andando casi a rastras, confiando no por fe, si no por la desesperación de no poder hacer otra cosa. Su mano sana cubría su estómago, allá donde la Reina impactó, y entrecerraba los ojos para centrar la vista. Agonizaba, pero estaba cerca de la pared.

—¿Qué pretendes con esto? Sabes que no eres rival para mí, y menos en tu estado. Os mataría antes de que recitaras un mísero escudo —de pronto, la shiriza cambió su tono de voz, como si una idea hubiera cruzado su cabeza—. O tal vez… Intentas que escape sola, como hiciste con la pobre Carine, ¿no es así?

Claire se detuvo para ver como Firo cerraba los puños. La Reina sonrió y un escalofrío retorció sus entrañas. No podía ser que fuera a repetir la historia. No iba a dejarlo solo.

¿O ese era el plan?

—Claire, no te detengas —dijo Firo a sus espaldas—. Confía en mí como yo confié en ti.

Y ella apretó los dientes y siguió caminando. Ya casi estaba. A sus espaldas, Firo le devolvió la sonrisa a la Reina con un desafío:

—Si quieres matarla tendrás que pasar por encima de mi cadáver.

La expresión de Kasshere no respondió a su provocación. Su voz cayó a la gelidez cuando declaró, átona y segura:

―Tu valor te salva de la muerte, pero sigues mereciendo un castigo.

Claire se volvió con aquellas palabras, cuando apenas unos pasos la separaban del final. Lo hizo justo a tiempo para ver a la Reina desenvainar con un silbido metálico. En un parpadeo, la hoja atravesó el aire.

Pero Firo ya no estaba allí.

Claire parpadeó perpleja, tanto como la Reina que se irguió buscando al crío que había osado retarla. Fue entonces cuando la Elegida notó una mano en su hombro, y se giró para ver a los ojos de Firo sonriendo entre su pelo gris, a la misma altura que los suyos.

―Me prometiste que escaparíamos juntos de este lugar, ¿no es así? Y yo no soy quién para romper una promesa.

Le tendió la mano y Claire la aceptó devolviéndole la sonrisa. Desvió su atención a la Reina y, con la mano libre, se apoyó en la pared abriendo una brecha de luz.

La Soberana no se rendiría tan fácilmente. Echó a correr hacia ellos y Firo retrocedió arrastrando a Claire al interior del portal. Sus pies comenzaron a flotar, rodeados de un espacio gris y de luz tenue donde no podía distinguir donde empezaban ni acababan paredes y suelo. Lo único que parecía real era la brecha que daba a la fortaleza, con la imagen de la Reina acelerando hacia ellos.

Firo gritó unas palabras en un idioma que Claire no comprendió y el murmullo de la magia se intensificó hasta un ruido. Había dado la orden de cerrar la brecha, pero Kasshere era rápida y tomó entre sus garras enguantadas los límites, tratando de abrirse paso.

El espacio se sacudió. Claire abrazó a Firo y él la rodeó con sus delgados brazos, temerosos de que la corriente de magia los separara. Las garras de la Reina temblaron, esforzándose a pesar de que la grieta seguía cerrándose.

—¡Recuerda lo que acordamos! —le dijo Firo a Claire, alzando la voz para hacerse oír entre los gritos y el rugido de la magia—. No sé nada del mundo exterior, así que tú escoges nuestro destino. Piensa en un lugar donde estemos a salvo. Visualízalo en tu cabeza. ¡Deprisa!

Claire asintió mientras pensaba donde querría ir… o más bien con quienes quería estar. Sin embargo, una luz cegadora rompió su concentración y arrancó un grito a su lado. La Reina había reabierto la brecha y sus garras se clavaron en Firo, separándolos.

La Elegida consiguió tomarlo de la mano antes de que se lo llevara. El frío y el calor volvieron a su cuerpo preparándose para llamar al hielo. Firo fijó su vista en la mirada oculta de la Reina. Kasshere sonrió.

La oscuridad precedió al hielo de Claire.

El gris del portal, la luz del salón que entraba a través de la brecha, la tirana… Todo fue consumido por la oscuridad. Entre la negrura, Claire distinguió unas finas espinas que se acercaron al antifaz de la Reina. Fue ahí cuando su alivio se rompió en pedazos.

No lo había hecho su Sombra. Las espinas eran demasiado negras, demasiado densas para ser creadas y comandadas por su Otra Voz.  No eran meras sombras, era oscuridad pura y la Reina se detuvo en seco al ver que rozaban su máscara.

Entonces, Firo murmuró algo que Claire no logró entender y que arrancó una carcajada de la tirana. Soltó el brazo de Firo sin perder la sonrisa.

—Tenemos demasiado en común, Delayer —dijo, conforme su cuerpo retrocedía al salón—. Disfruta de tu escasa libertad porque pronto volveremos a vernos. No quiero perder a alguien tan valioso como tú.

La brecha se cerró y Claire atrajo a Firo hacia sí. Un destello amarillo se perdió tras sus párpados cenicientos, el primer color que vio en él. Poco a poco, la densa oscuridad dejó paso a un apacible gris que invitaba a descansar, o tal vez fuera el agotamiento que arrastraban sus cuerpos. Claire cerró los ojos, abrazó a su compañero, y este la correspondió.

El ruido del portal se convirtió en un murmullo conforme los dos fugitivos caían en la inconsciencia. Unidos por sus brazos y un maltrecho manto blanco, permanecieron juntos durante el viaje.

 

 

 

Lo primero que vieron los ojos de Claire al despertar fue un techo de madera. Yacía acostada sobre algo blando que resultó ser una camilla de hospital, y la ventana a su lado la iluminaba con trémulos rayos de sol. Aún nublado, la luz se sintió clara y cálida como una mañana estival, sobre todo comparada con la tormenta que aún tronaba en su cabeza.

Intentando despejarse, se incorporó y las quejas de su cuerpo la devolvieron al lecho. Fue más la sorpresa y el recuerdo de sus heridas que un verdadero dolor, pues apenas sentía molestias en su estómago, cabeza y brazo derecho.

El temporal de recuerdos y lucha empezaba a despejarse en su cabeza, dándole sentido a lo vivido y obligándola a tensar los hombros cuando escuchó a alguien acercarse. Entonces, con la misma rapidez que entró en guardia, se relajó y Blake le sonrió:

—Te abrazaría, pero estás tan herida que temo hacerte más daño.

Claire le devolvió una sonrisa inspirada por la emoción, alegría e incredulidad. En las celdas, logró alimentar su esperanza a base de necesidad, pero siempre existió la pequeña duda de si volvería a ver a Blake, a Ángela, a su hogar.

Y ahora estaba a su lado. Como debía ser.

Escuchó más pasos por la habitación y Blake la ayudó a sentarse en la camilla con cuidado, con los pies colgando del borde de esta. Grey acercó una silla a ellos, levantando dos dedos como saludo.

—Vaya paliza te dieron anoche, ¿no? —comentó, en tono casual—. Creo que no te queda centímetro de piel sin vendar.

—Y que lo digas —coincidió Claire, mirándose.

La habían vestido con una bata de hospital y cambiado las vendas del brazo por unas nuevas. El vendaje se extendía por el hombro y reaparecía en su abdomen y parte de las costillas, además de en la muñeca, más rígido para inmovilizarla. Palpó su cabeza y también notó tela en ella.

—¿Me han mirado bien aquí dentro? —preguntó, forzando una sonrisa—. Ayer me desmayé unas cuantas veces y algunas fueron por golpes en la mollera.

—Los Sanadores dicen que está todo en orden, pero han encantado tus vendas para acelerar la recuperación —contestó Blake. Aunque alegre, su rostro se debatía entre el alivio y la preocupación—. También me han pedido que te advierta sobre las consecuencias de la magia. Parte de tus hemorragias indican un golpe de calor por usarla de forma continua. Es típico en principiantes y…

—Algo de eso he oído, sí —le interrumpió Claire, con un suspiro. Blake la miró con curiosidad, pero ella no desarrolló.

—Tenías un corte bastante feo en el brazo, pero han sabido curártelo bien —comentó Grey, evitando el silencio—. No te quedará ni cicatriz.

—Los médicos han elogiado tu trabajo con el hielo —añadió Blake—. Dicen que paraste la hemorragia sin demasiados daños por frío. Aunque tu muñeca…

Claire miró su mano derecha y comprobó que podía mover ligeramente la articulación a pesar de la venda. Dolía más que el resto de sus heridas, pero estaba mucho mejor que antes. Tendría que pelear con la izquierda por unos… ¿días? Se volvió hacia Blake, su semblante pensativo.

—Recuerda cuando te torciste el tobillo en Máline —le dijo él—. La Sanación aumenta nuestra regeneración natural, pero no es bueno depender de ella porque genera resistencia… La que te han aplicado solo se usa en emergencias.

¿Emergencia? La habitación a su alrededor no transmitía urgencia alguna, a pesar del recuerdo del ataque y su secuestro. Cuando quiso preguntar por ello, Blake volvía a mirarla.

—Claire, ¿cómo te hiciste todo esto?

Su alivio por recuperarla ahora palidecía respecto a su preocupación. Grey también parecía tan intrigado como consternado por su aspecto. Claire no tuvo más remedio que tragar saliva y contestar:

—El shiriza me llevó lejos, a una fortaleza al servicio de la Reina shiriza. Me dejó en las mazmorras, pero logré escapar con ayuda de… —miró a Grey y titubeó antes de seguir. ¿le habría contado Blake sobre sus sueños?—. De otro de los presos. Me enfrenté a ese shiriza y gané a duras penas. Luego intentamos hacer un portal y la mismísima Reina casi nos detiene. —el recuerdo de la profunda oscuridad frunció su ceño—. Ni siquiera sé cómo logramos…

Olvidando lo que había dicho antes, Blake interrumpió su historia con un abrazo tan fuerte que le arrancó un quejido por sus heridas.

—Cuando aquel shiriza me miró a los ojos paralizó todo mi cuerpo, pero podía seguir viendo y oyendo —le contó, con voz temblorosa—. Vi cómo te levantaba y se desvanecía contigo, sin que pudiera hacer nada. Me sentí impotente, un auténtico inútil. Yo…

Claire le dio unas palmaditas en la espalda.

―Ya pasó, tranquilo, ya pasó. Aunque agradecería que no me rompieras algún hueso.  

Blake asintió y la soltó, limpiándose los ojos vidriosos con la manga de su jersey. A su lado, Grey la miraba completamente asombrado.

—¡¿Viste a la Reina?! No, es imposible… ¿Y cómo es que estás viva?

—Sinceramente no lo sé. Él logró cerrar el portal de alguna forma y…

—¿Él? —inquirió Blake.

Claire enmudeció. ¿Qué había sido de Firo?

Miró a su alrededor. Ni él ni Ángela estaban en la habitación. La única camilla ocupada era la suya. Grey y Blake la miraron confusos y una extraña sensación recorrió su espina dorsal.

¿Acaso había sido todo un sueño?

La razón alivió su temor como hielo en una quemadura. Sin Firo, ella no habría podido cruzar el portal a la libertad, no tenía forma alguna de regresar con sus amigos. Luego, Blake soltó una exclamación y disipó sus últimas dudas.

—¡Ah! El preso será el chico que vino contigo. Ángela ha estado con él y ha vuelto para llevarle ropa mía. Fue a visitarle porque se levantó antes que Grey y yo, y decidimos cuidarte mientras ella lo atendía. No debería tardar en…

De pronto, alguien llamó a la puerta y los dos Elegidos se giraron hacia Claire. Ella asintió.

—Adelante.

La puerta se abrió y Ángela le dedicó una sonrisa radiante.

—¡Hola, dormilona! —Claire sonrió de vuelta, esperando un abrazo que no llegó. Ángela se giró hacia alguien que aguardaba tras ella—. Pasa, Claire está despierta.

Tras Ángela, entró un joven que aparentaba unos dieciséis años de edad, alto y delgado. Su piel era clara, contrastando con el intenso rojo oscuro de su cabello, que caía liso hasta la mitad de su espalda. No obstante, el blanco y escarlata no eran lo único que destacaba en él: en su rostro de rasgos finos brillaban dos ojos amarillos, un color más propio de un gato que un humano.

Aquel desconocido entró en la habitación y se detuvo a un par de metros de la camilla de Claire. Agachó la cabeza a modo de saludo y se presentó:

―Mi nombre es Firo Delayer ―alzó la mirada hacia Claire y sus ojos parecieron centellear cuando dijo―: Y sé quién eres.

»Eres Claire Delayer, mi hermana gemela.



FIN PRIMERA PARTE

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