miércoles, 28 de septiembre de 2022

La Profecía del Mal: Capítulo 2

 Ignorancia


―Has descubierto que portamos una poderosa magia y, sin embargo, lejos de temer ahora quieres saber.

Claire frunció el ceño. Aquella voz, la suya propia, resonaba con burla entre las sombras.

―Todos estos años te has mantenido ajena al conocimiento. Lo has ignorado a cambio de tu seguridad, de nuestra seguridad ―instintivamente, Claire buscó la fuente de aquella voz, pero parecía proceder de todas partes excepto de su propia garganta―. Extorsionada por el miedo has cumplido dicha tarea de forma excelente. Y ahora, tras el pánico y la batalla quieres saber. ¿Por qué?

―Porque la ignorancia es muerte más allá de mi hogar ―respondió Claire.

Por experiencia, sabía que callarse solo conseguiría que la voz liberara las garras. No, era mejor darle conversación hasta aburrirla, permitiendo que marchara en relativa paz. Aun así,  mantuvo un vistazo vigilante a la nada que la rodeaba. Con angustia, comprobó que la oscuridad era tal que ni siquiera veía sus propias manos. Le costaba tragar saliva. Sentía la misma presión que cuando había mucho méner, mucha magia, en el ambiente. Probablemente la había.

―No puedo seguir negando que soy maga, estos sueños son una demostración de ello ―la voz hizo una exclamación de fingido interés y Claire siguió―. Mis propios amigos lo son y yo misma maté a un animal con este poder. Por mi bien debo…

Una carcajada cortó su recién descubierta motivación.

―¿Qué…? ¿Qué te hace tanta gracia?

―Que enumeres méritos ajenos como si fueran propios ―la sorna de su tono le provocó un escalofrío―. Tú, que ni siquiera sabes quién eres, no deberías apropiarte de lo que desconoces, y más cuando puedes seguir lamentándote gracias a mí.

Sus labios no lograron dar con una respuesta rápida.

―Fuiste tú… ―balbuceó―. ¿Fuiste tú la que me salvó?

―Por desgracia no tuve más opción. Mi existencia está ligada a la tuya. Por mucho que me duela, necesito que sigas respirando.

―¿Permitiste que hiciera magia?

La voz volvió a reír.

―No, tonta. Tu miedo lo ha estado impidiendo todos estos años.

―Miedo que me provocabas tú, ¿verdad?

―¡Si sabrás pensar y todo! ―Claire apretó los dientes y reprimió una respuesta, pues la voz siguió―: Ya lo sabías, solo buscabas la confirmación, ¿verdad? Pues hay una razón para mis actos. Es por nuestra seguridad, por una promesa que eres incapaz de recordar, como tantas otras cosas. Tampoco mereces conocer de esta, así que ahórrate las preguntas.

Claire miró a su alrededor, esperando las garras. No esperaba un golpe bajo y debería haberlo hecho. Su frustración era tal que deseaba marchar ya, aunque fuera arrastrada por las garras. Por supuesto que había atribuido su miedo a sus pesadillas, pero estas seguían siendo sueños. ¿Tanto impacto tenían en la vigilia?

Había una forma de comprobarlo.

―Libérame del miedo.

―¿Perdón?

―Libérame del miedo ―repitió―. Déjame acceder a nuestro poder y comprobar las diferencias entre la ignorancia y el saber. Hasta entonces, no creeré en esa “promesa olvidada”. Además, tú misma has empezado a levantar esa prohibición, ¿no es así? He saboreado la curiosidad porque tú también la sientes.

A pesar de la negrura que devoraba su cuerpo, cegaba sus ojos y oprimía su pecho; Claire sintió que aquella voz sonreía. Era una sonrisa que carecía de la amabilidad de Blake o la calidez de Ángela. Era calculadora, era despiadada.

Y nacía de su interior.

―Me duele admitirlo, pero tienes razón… aunque no por lo que crees. Las tornas han cambiado, mi vasija. El silencio me inquieta, así que requiero de un recipiente que conozca los peligros más allá de este insulso pueblo. Necesitarás poder. Necesitarás saber. Pues, aunque las posibilidades sean remotas, si podemos… tendrás que valerte por ti misma para devolverle el favor.

Gritó. Sus manos ahora desaparecieron tras el blanco filo de las garras. Su claridad era tal que cegaba entre la oscuridad. Forcejeó por instinto, aunque la razón le recordara la inutilidad de tal acción. Dolió cuando la atraparon, dolió cuando la arrastraron.

―Dejaré que experimentes conocimiento y magia sin mis palabras, mi reflejo. Espero que a nuestro reencuentro hayas logrado grandes cosas… Aunque tampoco tengo mucha esperanza en ti ―Claire volvió a gritar, pero su angustia no rivalizó con las carcajadas de la voz―. ¡Hasta pronto!

Entre el negro, solo se distinguía los cepos que la arrastraban a ninguna parte. Sus brazos, su torso, incluso su voz acabó devorada por aquella nada cada vez más pesada.

Y por fin, un ruido la llamó a la realidad.

 

 

Abrió los ojos de par en par, y el martilleo a la puerta terminó de devolverla a su habitación. Sorprendida, comprobó que no le dolía la garganta y que ni siquiera había jadeado de miedo. Hasta su despertar, su cuerpo no fue consciente del terror de sus pesadillas.

La urgencia de la puerta la instó a levantarse de la cama, ya espabilada por el ruido y el susto al final del sueño. Al descorrer las cortinas, se sorprendió al ver que apenas amanecía.

«¿Y este madrugón, Blake? ―pensó, dirigiéndose hacia la puerta―. Creo que jamás te he visto despierto tan temprano. Supongo que será cosa de tus padres».

Un atisbo de remordimiento cruzó su mente, ya que la temprana visita podría deberse a la preocupación de la pareja. Si aquel era el caso, lamentó tanto su desasosiego como su compañía, pues su último sueño requería una charla a solas con Blake.

Abrió la puerta y descubrió que tendría que aplazar la sesión de terapia onírica, no por la presencia de los Sanadores, si no por los desconocidos que recibió. Los tres iban armados con lanzas de punta plateada, no las porras de la policía al servicio del Reino. En sus uniformes encontró un símbolo que reconoció por las enseñanzas de su infancia: un yelmo plateado sobre una estrella de ocho puntas. Era el signo de la Guardia Central, el brazo de la ley del Consejo Mágico. Mientras asumía aquella escena, la persona al frente le preguntó:

―¿Es usted Claire Máline, residente de Máline?

―Solo uso Claire ―murmuró rápidamente―: Pero sí.

Logró devolverle la mirada a aquella persona. Tenía un nombre femenino en su placa, una mujer. Tras ella había alguien con nombre compuesto y su camarada tenía uno típico neutro: un nombre de nacimiento.  

Este últime le comentó algo en voz baja a su compañero. Aunque sus palabras no llegaron a oídos de Claire, por su actitud pudo imaginarlas: Su apellido impostado delataba que carecía de familia, y su palidez que era forastera.  

―Una alerta ha dado voz al extraordinario potencial mágico que posee, lo que la pone bajo sospecha de ser Candidata a Elegida de la actual Profecía. Por ello, será acompañada a la Sede del Consejo Mágico más cercana, la Sede Sureste, para verificar si su poder es digno de tal cometido. Por favor, acompáñenos.

El tiempo volvió a detenerse a ojos de Claire. Su corazón se paró abruptamente y su respiración se contuvo a mitad de la exhalación. Tanto el color como su mente permanecieron con ella, sus pensamientos repitiendo aquellas palabras una y otra vez.

Candidata a Elegida… ¿Cómo? Ni siquiera sus amigos la habían visto hacer magia, pues llegaron después. Suponiendo que se lo habían contado a sus padres… ¿Habrían dado estos el chivatazo? No, no podían haberla traicionado así. Tanto la familia de Blake como la de Ángela la conocían de toda la vida, la querían. No serían capaces.

En algún momento, el granate y gris de los uniformes ante ella le recordó que el tiempo seguía su curso. La mirada de la guardia, con intención amable pero igualmente apremiante, la instó a asentir y dejarse conducir hacia el coche de caballos que la esperaba al final del camino. Ni siquiera preguntó por cambiarse de ropa o recoger algo de equipaje, pues el torbellino de pensamientos en su mente le hizo olvidar el frío matinal.

Entre teorías y posibilidades nació la idea de escapar. Si pudiera parar el tiempo de verdad, tal y como el día anterior… Pero un vistazo a sus captores le hizo descartar aquella idea. A pesar de su agilidad y magia, se enfrentaba a personal entrenado: acabarían encontrándola e incluso podrían añadirle cargos por eludir a la justicia. Sus recién descubiertos poderes tampoco eran una elección. Si bien quería probar la libertad prometida en su sueño, temía descontrolarse como Ángela. Ignoraba como usar sus dones y estos eran potencialmente letales, mejor dejarlos para situaciones de vida o muerte. 

Sumida en sus pensamientos, subió al coche dócilmente. Allí, la líder le mostró unas esposas y, con amable profesionalidad, le explicó:

―Debo ponerte esto, es por precaución y protocolo. Sentimos las molestias.

No tenía otra opción, así que Claire tendió los brazos y dejó que le pusieran aquellos extraños brazales negros. Casi al instante, notó como sus fuerzas flaqueaban, teniendo que esforzarse por no caerse. Tardó unos segundos en acostumbrarse a aquella extraña debilidad y sentimiento de contención.

―Son brazaletes de inhibición, bloquean la manipulación del méner―le explicó la guardia, con un ligero deje de preocupación―. También se llaman “esposas anti-magia” por ese motivo. De nuevo, sentimos las molestias.

Por suerte, no tardó en acostumbrarse a aquel raro bloqueo y durante el trayecto se dedicó a mirar por la ventana. La líder y une de sus compañeres la escoltaron dentro del compartimento con seria profesionalidad, mientras el otro hacía de cochero. No preguntaron nada más. Su misión se limitaba a llevarla hasta la estación de tren, como le comunicaron al poco de marchar.

Las calles estaban más vacías que el día anterior, probablemente por la hora y el frío matutino. Igualmente, aceras y calles se alumbraban por farolas alimentadas por fuego elemental, y de algunos hogares se entreveía la luz de lámparas encantadas. Máline no era grande, así que la estación cubierta de nieve y escarcha, hermosa a pesar de su simpleza, pronto apareció tras el cristal. La visión de aquel lugar, construido en piedra oscura y madera ennegrecida por el paso de los años, adquirió un funesto significado para ella.

El coche se detuvo suavemente y su escolta la ayudó a bajar, guiándola después al interior del edificio. La vieja estación carecía de pasajeros y estaba llena de guardias y policía armada. Un reloj con el cristal lleno de polvo marcaba las ocho y cuarto. En el andén esperaba un único tren, el más hermoso que Claire hubiera visto jamás (aunque tampoco había podido contemplar demasiados). Era de hierro oscuro y decoraciones en placa verde, con ligeros grabados dorados bajo las ventanas. Pudo entrever su interior a través de ellas, elegante y acogedor. También parecía haber guardias dentro, así que Claire apartó la vista y entonces cruzó miradas con Blake y Ángela.

Su escolta le quitó las esposas y dejó que se acercara a sus amigos. También iban en pijama, aunque cubiertos por chaquetas. Claire lamentó no haber cogido abrigo.

―¿Nos han traído por lo de ayer? ―les preguntó entre susurros.

―Eso estábamos discutiendo —respondió Blake, encogiéndose de hombros—. Parece lo más probable.

—Entonces fue mi culpa ―siguió Ángela, temblando de frío―. La única pista que tienen son los cuerpos… Bueno, las cenizas. Y ningún encendedor o mago del pueblo dio la alarma, así que entiendo que sospecharan de mí ―suspiró y centró la mirada en sus amigos, como si de repente descubriera que estaban ahí―. ¡Un momento! Entonces, ¿qué hacéis aquí?

―Porque no conocen al autor del cuerpo monocromo ―respondió Claire, al mismo tiempo que ella misma se daba cuenta― y Blake y yo somos los principales sospechosos por llevarnos contigo ―Ángela bajó la cabeza, casi avergonzada, y Claire se giró hacia Blake―. Lo siento por haberte… por haberos involucrado en esto. Es mi magia la rara, ¿no?

―No, no es eso. No tenéis nada de lo que disculparos, chicas ―negó Blake. Puso una mano en el hombro de cada una―. Tu magia es peculiar y la de Ángela poderosa, sí, pero en circunstancias normales no estaríamos aquí ninguno de los tres. Ya oíste ayer en el bar, están desesperados y ven Elegides en todas partes. Solo ha sido mala suerte.

Blake les dedicó una sonrisa tranquilizadora que pareció funcionar. Ángela asintió, desterrando la culpa de su rostro, y Claire se permitió guardar sus temores.

―Solo ha sido mala suerte y desesperación ―insistió él―. Quiero decir, míranos. Nos han sacado de casa en pijama, sin dejar que nos acompañaran nuestras familias. Apenas pude despedirme de Blumy y odio dejarle solo con mis padres. Nunca le dejan salir al jardín por si se come las flores… ―suspiró y miró a Claire. Un pensamiento desterró su abatimiento―. Bueno, al menos no será para tanto. Pasaremos unos días en la Sede y volveremos tan tranquilos.

―Por suerte nos tenemos a los tres ―apuntó Claire.

―¡Exacto! ―una sonrisa pícara cruzó el rostro de Blake―. Podríamos usar esta oportunidad para seguir con tu educación.

Claire tardó en devolverle la sonrisa. Había notado un titubeo en su voz.

―Es verdad, ¡podemos explicarte el funcionamiento del Consejo de primera mano! ―exclamó Ángela, bastante más emocionada que ella―. Bueno, puede que no sea tan emocionante como aprender magia, pero…

El entusiasmo de Ángela fue interrumpido por la llegada de un guardia.

―Disculpad, debéis subir al tren. Ya es la hora.

La escolta se dividió con la inminente partida. Un par de guardias acompañó a Claire y sus amigos a uno de los vagones y el resto se distribuyó a lo largo del tren.

«Extraño ―pensó, mientras le tendían una mano para subir―. Al final será cierto que las esposas eran por protocolo, al igual que el volumen de la escolta. Supongo que a sus ojos solo somos críos. ¿Cambiaría si supieran lo que hizo mi magia…?»

Sus funestas cavilaciones desaparecieron al contemplar el interior del vagón que, por la expresión de sus amigos, entendió que era realmente lujoso. El material predominante en las decoraciones era madera oscura, con motivos florales tallados. Los asientos estaban cubiertos por cojines verdes, color que también se extendía por el papel de las paredes. La iluminación era cálida y, si no fuera por la estación tras las ventanas, Claire habría pensado que se encontraba en el vestíbulo de un hotel, de una mansión tal vez. Nunca había pisado ni uno ni otro, pero supuso que lucirían similares.  

Al ver cómo Claire contemplaba sus alrededores, el guardia más cercano explicó:

―Este es un tren de uso exclusivo para el Consejo, específicamente para conducir a candidates a Elegide a la Sede Sureste. Lleva funcionando durante más de seis Profecías ―la mirada del hombre acompañó a la de Claire, que se detuvo en un par de mesas al fondo―. Allí tenéis desayuno y luego os serviremos almuerzo. Ser candidates a Elegide es un honor, así que acudid a nosotros si necesitáis cualquier cosa.

«Un honor ―se repitió Claire, mientras el hombre se reunía con su compañero en un par de asientos―, dice mientras marchamos sin pertenencias ni la despedida de nuestras familias. Extraño concepto del honor tienen aquellos al servicio del Consejo».

Antes de servirse el desayuno, los guardias les tendieron ropa de recambio. Claire lo agradeció mentalmente y Ángela expresamente, y ambas coincidieron que habría sido extraño visitar una sede del gobierno en pijama. Condujeron a cada joven a un compartimento distinto para cambiarse. Las prendas eran bastante básicas: pantalón y zapatos oscuros, junto a una camisa gris con la estrella de ocho puntas en el pecho, símbolo del Consejo.

Al probársela, Claire hizo una mueca al comprobar que era tela fina, apropiada para el acogedor calor del tren, pero no para el crudo invierno del exterior. ¿Estarían viajando a un lugar más cálido? Por si acaso, tomó la chaqueta oscura que venía con el conjunto y se la puso sobre los hombros. Por un momento, echó en falta su bufanda azul y lamentó no haber podido llevársela.

El compartimento era pequeño y compartía la estética del vagón-recibidor. Al sentarse en la cama, se dejó caer y la comodidad la tentó a dormirse. Lo descartó enseguida. Ahora mismo necesitaba la compañía de sus amigos, no la de sus pesadillas, por mucho que estas la tentaran con pedacitos de información. Además, de nada le serviría dormir si aquella voz dijo que se ausentaría por unos días.

Decidió volver al vagón común y remediar su cansancio con café. Sus amigos también se habían cambiado y Ángela llevaba dos tazas en sus manos: chocolate caliente para Blake y café con leche para ella. Tras dejarlas en la mesa y dedicarle una sonrisa a la recién llegada, volvió junto a Blake para contemplar cómo apilaba comida en un plato ya rebosante.

―Todavía no me creo que seas capaz de comer en un momento así ―comentó Ángela, sin una pizca de asombro. Ni se inmutó cuando un tercer bollito alcanzó la cúspide de la montaña de galletas―. ¿Cómo lo haces?

―Es sencillo, mi estimada Ángela ―respondió con dramatismo y sin mirarla, ya que tenía la atención puesta en equilibrar el nuevo bollito―. Pillo comida, la pongo en el plato y después me la como. El segundo paso es ligeramente más complicado que el resto por mi avaricia, pero distribuirlo con otro plato sería una afrenta a mi honor.

―Ahí te cabe una magdalena para mí ―señaló Claire.

―Y dos…. Bueno, tal vez no. No, no, ¡no…!

La inestabilidad de la montaña de hidratos convenció a Blake para distribuir el contenido en un segundo plato junto a Claire, que ambos llevaron a la mesita que escogió Ángela. Aunque la ausencia de carnes denotaba que Blake escogió el desayuno, se había preocupado en poner dulces que les gustaran también a sus amigas. Las galletas de crema de cacahuete impresionaron a Claire, y Ángela les dedicó un aprobado alto a las tartaletas de frutos rojos. Por recomendación de Blake, Claire aceptó abrocharse el cinturón de los asientos.

―¿Esto nos salvará si el tren se sale de las vías?

―Sí, ayuda a tenerlo fijo en los raíles ―Blake puso los ojos en blanco―. Solo abróchate. Soy hijo de Sanadores, me tomo la seguridad muy en serio ¿vale?

Como si afirmara las palabras de Blake, el tren dio una sacudida que asustó a Claire, calmándose solo cuando siguió la mirada de Ángela hacia la ventana. Estaban saliendo de la estación, despacio, como si la propia maquinaria quisiera despedirse de la modesta Máline. Las farolas eran puntos de luz entre la niebla y el vapor del tren, cada vez más lejanos conforme la fría blancura las engullía. La ventana estaba helada, y los dedos de Claire se quedaron pegados en ella por unos segundos. Había empezado a llover, y las gotas de agua parecían competir en su carrera sobre el cristal. A través de la llovizna y la nieve, Claire vio como el pueblo que la acogió se alejaba cada vez más deprisa y una extraña sensación se apoderó de ella. El vértigo y la aguda nostalgia le hicieron preguntarse si alguna vez volvería a Máline, y en seguida negó con la cabeza ante el dramatismo de la duda.

Tras un último vistazo, Máline desapareció entre la marea verde y gris que formaban los árboles que la rodeaban. Como si el propio bosque hubiera devorado el tren.

Volviendo la vista al interior del vagón, Claire comprobó que su escolta cercana seguía siendo de dos personas, ambos hombres. Se mantenían al margen, charlando tranquilamente, sin prestar demasiada atención a los jóvenes.

«Tampoco es que les hiciera falta ―pensó Claire―. No vamos a saltar del tren para huir. Las ventanas están selladas… y no estamos tan locos».  

Seguía siendo raro así que, tras comprobar sus distancias, susurró:

―Oye, ¿no os parece poca vigilancia? Hay como treinta guardias y solo dos aquí.

―Son suficientes para nosotros ―contestó Ángela―. El grueso de la escolta es para protegernos, no para supervisarnos o impedir nuestra huida.

―¿Protegernos? ―repitió Claire―. ¿De qué?

―Es complicado ―siguió ella. Su característica vivacidad cambió a una expresión reflexiva mientras encontraba las palabras adecuadas―. Aunque Máline y la mayoría del Reino de Sidera está lejos del conflicto armado, el mundo entero es un campo de batalla. La aparición de la nueva Profecía y sus Elegides se presentó como un punto de inflexión a la contienda, y los tres Bandos les desean por distintos motivos. El Consejo Mágico, sin ir más lejos, pretende emplearles como armas de guerra para lograr la victoria.

Claire parpadeó. Había escuchado fragmentos sobre aquel tema a lo largo de su vida en Máline. No terminaba de sorprenderle, pero seguía siendo inverosímil.

―Quieren usar niñes para luchar en la Guerra. ¿En serio?

―Bueno, técnicamente niñes ya no son ―apuntó Blake, encogiéndose de hombros―. El tiempo de Elección de las Profecías es de cinco años y esta salió hace veinte, por lo que les Elegides tienen entre quince y veinte años actualmente. Hace tiempo que habrán escogido su nombre binario o compuesto u optado por mantener el primer nombre, neutro. No obstante, la costumbre dicta hablar de Elegides y candidates de la Profecía con la e ―chasqueó la lengua―. Acabo de caer en que cumplimos el requisito de la edad.

―Sigue siendo bastante dudoso moralmente ―suspiró Claire.

―No lo niego. Es más, las malas lenguas dicen que incluso aprovechan la búsqueda de Elegides para incorporar a les candidates como aprendices del Consejo o ejército ―Claire abrió los ojos con sorpresa y Blake la calmó forzando una sonrisa despreocupada―. No sé cómo será en el caso de les Elegides, pero no pueden obligarnos a luchar siendo civiles. No te preocupes.

―Es cierto, aunque dudo que solo sean rumores ―añadió Ángela, en voz notablemente más baja.

―Bueno, que intenten enrolarnos a ver qué pasa ―rio Blake―. Me veo el primer día de entrenamiento yendo a la enfermería con el pelo quemado.

Un puntapié “cariñoso” le robó una exclamación a Blake.

―¡Ay! Vale, lo siento, lo siento.

Una pequeña discusión saltó entre los dos. Claire no participó, recogiéndose en si misma para memorizar bien aquella información. ¿Tanto poder tenían les Elegides como para ser empleados en la Guerra? ¿Por eso el Consejo parecía tan desesperado en encontrarles?

Ángela asintió cuando verbalizó aquella pregunta.

―Eso se dice, pero no es algo único a esta Profecía. Quiero decir, todas han dado mucho poder a sus Elegides, solo que esta vez parece centrarse en su aptitud para el combate.

―Porque les convertirá en monstruos ―siguió Claire, y Ángela desvió la mirada, visiblemente incómoda. Había visto aquella expresión cientos de veces entre sus vecinos al salir el tema―. Entiendo entonces que la prisa del Consejo no es solo para emplearles en la Guerra, sino para evitar también que los otros Bandos hagan lo mismo.

―Sí y no ―contestó Blake, con cautela―. No descartaría que compartiéramos intenciones con los Neutrales, pero los Metaloides buscan abolir la magia. Sus leyes, que en muchos de sus países también son mandamientos religiosos, prohíben el uso de cualquier cosa que moldee la energía mágica conscientemente, por lo que quieren matar a les Elegides por más motivos que dar ventaja al Consejo ―Claire frunció el ceño, mirándole con interés―. Se declararon culpables de un par de atentados en Derakonia con candidates: nunca llegaron a sus Sedes para la comprobación.

―Los asesinatos a candidates son escasos y normalmente ocurren en las fronteras. La mayoría de Elegides nacen en el Bando Mágico por eso de que el Talento desbloqueado se hereda ―siguió Ángela―. Es posible que nazcan magues con padres de Talento bloqueado, pero es mucho más raro. Antes que en el Bando Metaloide, probablemente les Elegides nacieron entre Mágicos o incluso Neutrales, aunque estos son menos numerosos.

―Y en el Reino de Sidera no ha habido ningún atentado porque estamos lejos del continente Metaloide ―Blake dejó la taza en la mesita para desperezarse―. Bueno, ha sido una primera clase de magia y geopolítica bastante intensa. ¿Cómo la llevas, Claire? ¿Alguna pregunta más?

Claire meditó su propuesta unos instantes. Durante aquella conversación, el humor de Ángela había convertido su sonrisa en una mirada funesta. La joven había intentado ocultarlo, centrándose en su desayuno y evitando mirar a sus compañeros, pero Claire siguió notando la tensión de sus hombros y la inquietud en sus ojos oscuros. Aunque decía reconfortarse en la estadística, le incomodaba el tema de la Profecía.

En cambio, Blake parecía tranquilo. Era tranquilo en sí. Pocas cosas podían alterarlo y, al parecer, aquella conversación no era una de ellas. Incluso en la pelea de ayer logró enmascarar sus nervios hasta que le pidió huir y el miedo se reveló en sus suplicantes ojos.

La conversación de ayer le ayudó a entender ambas posturas. Ángela expresó sus temores hacia su magia, difícil de controlar, por lo que comprendía que temiera y asociara aquel poder al de una Elegida. Pero Blake… No, en serio. ¡¿Cómo podía estar tan tranquilo?!

―¿Cómo estás tan seguro de que no eres un Elegido?

Blake parpadeó antes de fijar la mirada en Claire. Su sorpresa era genuina.

―Mm… Porque si me estuviera convirtiendo en un monstruo ya lo habría notado, no es un cambio del día a la noche. Como no ha ocurrido, sé que no lo soy ―Blake se encogió de hombros―. Quiero decir, no me han crecido garras ni tengo sed de sangre o algo así. Es más, soy un humilde vegetariano con sed de chocolate. Este está realmente bueno.

Terminó de hablar con una sonrisa y se apartó unas migas de galleta de la mejilla, antes de volver a su taza. Ángela, quien había estado vigilando a los guardias innecesariamente, volvió por fin la cabeza hacia sus amigos. Claire pensó en repetir la pregunta, pero se contuvo al recordar su incomodidad ante el tema.

Por eso se sorprendió cuando ella contestó igualmente:

―Yo es que soy demasiado guapa para ser una Elegida ―Claire sonrió y casi se le escapó la risa cuando Blake se atragantó con el chocolate―. ¡Blake, te va a caer otro puntapié!

―¡Es que no me lo esperaba! ¡Ja, ja! ¡Lo siento! ¡Ay!

―Si normal que no temas ser un Elegido con lo tonto que eres. Así ha salido Blumy ―ahora fue el turno de Claire para reírse, y Ángela le dedicó una cálida sonrisa―. Sé más positiva, Claire. Tú que eres tan racional, recuerda que la estadística está de nuestra parte. Si no, alude a tus sentimientos: tú tampoco te sientes como un monstruo ¿verdad?

El recuerdo del cadáver monocromo volvió a la mente de Claire. Había muerto muy rápido… De forma casi indolora, se atrevió a pensar. No parecía un acto cruel como su mente sugería que actuaría un monstruo.

―No, no me siento como tal.

―Entonces no tienes por qué preocuparte. Tómatelo como un viaje entre amigos, tu primera vez fuera de Máline. Si quieres, en volver lo celebramos con una fiestecita.

Claire asintió y volvió la vista a la ventana, distraída. Apenas recordaba los mapas del Reino desde las clases en su infancia, pero dudaba que le sirvieran para localizarse en ellos. Tras el cristal solo veía bosques de ramas y hojas oscuras. Había notado el descenso montaña abajo del tren, por lo que no le sorprendió la desaparición paulatina de la nieve. La niebla, en cambio, seguía presente, acompañada de una lluvia que amenazaba con convertirse en un potente aguacero.

El traqueteo del tren y el tenue sonido de la lluvia sobre su ventana se mezclaba con las voces de sus amigos, transmitiendo a Claire una calma que, dada su situación, le sorprendió gratamente. En algún momento, su mente logró regresar a la conversación y sus amigos le dieron la bienvenida con otro repaso sobre su mundo.

El vasto  continente del Bando Mágico se divide en nueve Reinos. Sus monarcas gestionan las leyes que versan sobre la vida noma, dejando los asuntos mágicos al Consejo. Esto no impedía que la mayoría de nobles fueran destacados magos con linaje mágico de generaciones, con sus monarcas participando directamente en la Gran Guerra. 

―Al menos, así era hasta hace poco. Creo que solo la Reina Consorte de Hirst sigue implicándose como Capitana de sus ejércitos. El resto han preferido retirarse a cuidar sus territorios ―explicó Blake, pensativo―. Es comprensible tras la “Sangría Azul” que ocurrió hace doce años, donde las batallas contra Metaloides se cobraron la vida de cinco monarcas a lo largo de un año de disputa. Los Mágicos terminaron ganando terreno, pero a cambio de las vidas de la Reina Legítima de Derakonia, el Rey Consorte de Retarguia y la Trinidad Real de Zes’Haris. 

»Mi padre dice que la muerte del Rey de Retarguia  afectó tanto a su esposo como a su pueblo, y que estos siguen guardándole el luto tras tantos años. La Reina Arakonis fue una excelentísima Elemental de fuego cuyas habilidades en combate no bastaron para librarla de la muerte. Los rumores dicen que el gobierno de su esposo, el actual Regente de Derakonia, está llevando a su Reino a la ruina económica.  

»Zes’Haris fue el Reino más afectado. Con la muerte de sus progenitores , el gobierno pasó a manos de la princesa mayor, ahora Reina. Aunque se la conocía por ser una mujer paciente y amable, su ascenso al trono ha provocado unas políticas bastante extrañas para…

―Blake, creo que estás durmiendo a Claire. Es un tema complejo, mejor dejarlo para más adelante. 

―¿Eh?

―Creo que necesito un cuaderno y lápiz ―confirmó Claire, con una mueca―. Sabía que te gustaba la historia, pero ¿no era Ángela la de los cotilleos?

―¿Cotilleos? ―repitió él.

―No es mala idea aprender de política tomándola como “cotilleos a gran escala” ―aceptó Ángela, sopesando la observación de Claire―. Bueno, ¿se te ha quedado algo?

―Que hace unos años murieron muchos monarcas y por eso ahora se centran en sus Reinos, donde manejan políticas interiores y nomas. La magia, para el Consejo. 

—Me sirve —aprobó Ángela—. Ahora estamos dirigiéndonos a una de las cuatro Sedes del Consejo. La Sureste, supongo. Se nom bran según las diagonales de la rosa de los vientos, referenciando su ubicación aproximada. 

—¿Por qué las diagonales? —se extrañó Claire—. ¿No quedaría mejor usar los puntos cardinales?

—Esos son para las Torres de Dioses, que completan la rosa —intervino Blake. Siguió su explicación al notar la curiosidad de Claire—. Son la tercera institución del Bando, pero poco sé sobre su función. Sé que alimentan la Red de Méner, y que intervienen en protección y las Profecías de alguna forma. 

—Con la Red permiten el Sistema de Ocultación del Consejo, por ejemplo —comentó Ángela—. Por eso solo se puede llegar a las Sedes por medios oficiales como este tren.  

Claire frunció el ceño.

—Entonces hay nueve Reinos y cuatro Sedes y Torres que forman ocho. Nueve y ocho —chasqueó la lengua—. ¿No os da rabia que no coincidan los números?

―¡Sí, gracias! ―exclamó Ángela―. ¡Llevo pensándolo desde niña! Y encima, Blake no lo ha dicho, pero hay una Sede y Torre Centrales: ¡Ni siquiera se cumple lo de la “rosa de los vientos”! 

―Agh, no las había mencionado porque son edificios que solo se ocupan durante reuniones y eventos excepcionales ―masculló Blake.

―Hablando de “eventos” ―volvió Ángela, con un brillo en los ojos que advertía peligro―, ¿creéis que podremos asistir al Baile de Fin de Año?

―¿Baile? ―repitió Claire, y Blake se apresuró a contestar:

―¿No creo? Quiero decir, solo somos candidates a Elegide. Nuestra relación con el Consejo es meramente temporal.

―¿Y si consigo convencerles? Vamos, mis madres siempre han hablado maravillas de los bailes del Consejo, y el de Fin de Año es de los más espectaculares. Lo único es que no llevo vestido conmigo, pero aún quedan un par de días. Seguro que consigo encontrar algo.

―Cielos, espero que nos suelten antes de eso ―exclamó Blake―. Los aprendices y Consejeros no merecen que les persigas para bailar… ¡Ay!

Un movimiento bajo la mesa advirtió de otro puntapié hacia Blake. Durante unos instantes, el mueble ocultó una intensa pelea de pataditas y maldiciones de la que Claire se apresuró en apartarse, desviando la vista hacia la ventana. Seguía sin verse nada interesante. Solo niebla, lluvia, y unos árboles oscuros similares a los de los bosques malinenses.

―¡Ay! Con esa te la has ganado ―exclamó Ángela quien, sin embargo, de pronto endulzó la voz―: Ahora solo le pediré bailar a mi querida Claire. Tú tendrás que ir lo suficientemente elegante como para que considere tomarte de la mano.

―Iré con pijama si así consigo que no me pises también bailando. ¡Toma esta!

Otro golpecito y otra queja que ocultaba una risa tonta. La niebla se disipó un poco y Claire pudo observar el paisaje. Parecía que las vías habían subido por una pequeña colina, y entre el oscuro verde y el aguacero un destello reflejó las luces del tren. ¿Un lago tal vez? Y aquella estructura ennegrecida…

Risas y pensamientos se enterraron bajo un chirrido metálico que reverberó por todo el vagón. Sin previo aviso, el tren comenzó a frenar en un intento desesperado de mantenerse sobre las vías. Las luces se apagaron tras parpadear unos instantes, sumiéndoles en una agónica oscuridad donde Claire solo podía guiarse por los chillidos de sus amigos. Su cuerpo quiso salir despedido del asiento y el cinturón lo retuvo en su sitio, clavándose en su carne y huesos. El impacto expulsó el aire de sus pulmones. Un golpe sordo y otro frágil indicaron que los platos se habían roto. Un escalofrío subió por su espalda al no lograr reconocer la voz de Blake entre los gritos. Cuando el tren dio la sacudida final, Claire no podía despegar los dedos de la madera, temiendo un último tirón. Tomó aire. Dolía respirar.

―¡¿Qué narices acaba de pasar?! ―chilló Ángela a su lado―. ¡¿Estáis bien?!

Al fin, Claire logró separar las manos del asiento, alargándolas en busca de Ángela.

―Lo estoy ―le contestó, y apretó su mano para reforzar sus palabras.

―¡Guardad la calma! ―escucharon de fondo. Era uno de los guardias―. Voy a encender las luces con el suministro de emergencia.

Pasos y un clic metálico. Claire lo reconoció y también desabrochó su cinturón con manos doloridas. Ángela permaneció inmóvil a su lado.

―¿Blake…? ―lo llamó, con voz queda.

Claire rodeó la mesa, dando con el cuerpo de su amigo. Al notar su cara, algo se pegó en sus dedos. Sus pies crujieron entre trozos de platos rotos.

―Sigue aquí, pero creo que se ha golpeado con algo. ¿Blake? ¡¿Me oyes?!

Las luces volvieron y unas sombras delataron que los guardias habían acudido a su lado. Claire no se giró a mirarlos. Aún tenía las manos sobre los hombros de Blake, manchados de restos de comida y trozos de porcelana. Había sangre goteando de su frente. Sus ojos cerrados.

Gritó. 





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miércoles, 14 de septiembre de 2022

La Profecía del Mal: Capítulo 1

Pesadillas

28 de Dunoctis, 19 años tras la Anunciación de la llamada "Profecía del Mal"


El vértigo por la caída le afectó como si fuera algo más que una observadora. La oscuridad devoró todo: luz, olores y la celda a sus pies.

―No. Por favor, no ―suplicó sin voz, pues sabía lo que le esperaba.

Arrastrada a un vacío sin fin, su cuerpo quedó suspendido en la oscura nada. La idea de volar o caer la aterrorizaba por igual. Quería regresar a la apática penumbra del otro sueño, pero su tiempo había pasado y el rutinario vacío la había reclamado. Desesperada, se aferró al último hilo de serenidad que aún rozaba sus dedos y buscó la fuente de sus miedos. Si los veía venir, tal vez podría soportarlos.

Sus oídos le pitaban por el silencio, pues ni siquiera escuchaba sus propios jadeos. La voz no aparecía y con creciente ansiedad, se preguntó por qué. ¿Tendría hoy piedad? ¿Se habría aburrido de ella?

Supo que así era cuando las garras se cernieron sobre su cuerpo, hoy sin previo aviso, imposibles de eludir a pesar de su guardia. Se clavaron en sus piernas y la hundieron hacia arriba o hacia abajo, no lo sabía. Su filo lo único blanco entre la oscuridad. 

Gritó, como hacía todas las noches, y en algún momento el frío dio paso a la calidez de sus lágrimas. 

Poco a poco notó que había luz sobre ella. Era una mañana de invierno, logró recordar, pero aquella débil claridad se sintió como un bendito sol de verano. Se cerró sobre sí misma, abrazándose mientras su respiración se normalizaba.  

―Solo ha sido un sueño. No hay nada que temer.

Dio un largo suspiro y luchó por centrarse en la realidad. Captó un familiar movimiento en sus pies que avanzaba a saltitos hacia ella, y lo siguió para olvidar los pinchazos del pecho. Blumy entró en su campo de visión, dándole los buenos días con un gruñido. ¿Le habría dado una patada durmiendo? Por la actitud del comepesadillas parecía que sí. 

―Te lo mereces por no haber cumplido tu trabajo.

Evidentemente el animalillo no entendió sus palabras, pero sí pareció advertir las lágrimas de sus mejillas y se acurrucó a su lado, sus orejillas y pelo azul haciéndole cosquillas. Por unos segundos dejó la mente en blanco, reconfortada por la seguridad de su casa y el ronroneo de su compañero. Entonces llamaron a la puerta.

―¡Claire! ¿Estás ahí? Blake y yo te estábamos esperando, ¿estás bien?

Ah, ¿se había hecho tarde? Buscó el reloj con la mirada y comprobó que era casi mediodía. 

―¡Estoy aquí! ―Contestó―. Puedes pasar.

Tanto ella como Blumy escucharon el sonido de las llaves en la puerta, y este último saltó de la cama para dar la bienvenida a la recién llegada. Ángela entró poco después en la habitación con el comepesadillas en brazos. Había empezado a gimotear, el muy canalla.

―¿Qué le has hecho a Blumy? ―Preguntó Ángela, señalándolo.

―Puede que le haya dado una patada.

―¡¿Qué?! ¿Por qué? Blake te lo prestó para ver si te ayudaba a dormir mejor, no para usarlo como saco de arena.

―Pues parece que prefiere comerse las hortensias a mis sueños. 

Ángela le dedicó una mirada de preocupación con sus ojos oscuros. Dejó a Blumy en el suelo y se sentó a su lado en la cama. 

―¿Te encuentras bien? ―Claire se encogió de hombros―. Si necesitas descansar o estar a solas podemos quedar otro día. 

Claire suspiró y le devolvió la mirada a su amiga. No se había quitado su abrigo, y este tenía manchas de humedad allá donde la nieve se había posado. Su pelo estaba perfecto, con el flequillo rubio recto y la melena protegida por la capucha que se había bajado al entrar. Bajo las pecas de sus mejillas había una sonrisa tranquilizadora, que resultó efectiva. Sabía que no le preguntaría por sus sueños, pues era un tema que consideraba de mal agüero, pero su presencia bastaba para reconfortarla. Incluso su pequeña cabaña parecía más acogedora con su visita.

―No, me vendrá bien hablar con Blake del tema ―contestó al final. Al contrario que Ángela, su otro amigo siempre mostraba fascinación por su agenda onírica.

―¡Si quieres puedo traerlo a casa y pasar el día aquí! ―insistió ella―. ¡Si necesitas descansar, claro!

―No, me vendrá bien estirar las piernas… ―cortó sus palabras al ver la expresión de Ángela, el temblor medido en su sonrisa―. Un momento. Eres tú la que no quiere ir al bosque, ¿verdad?

―¡Exacto! ¡Y no sé cómo queréis ir vosotros dos! ―saltó ella―. ¿Sabes el frío que hace fuera? Hoy es día de estar en casa tomando un chocolate o yendo a de tiendas a ver la última colección de invierno…

―Ya hicimos eso la última vez…

―¡Es igual! No es justo que tengamos que hacer de recaderos para la botica.

―Los padres de Blake no pueden ir porque están ocupados atendiendo a los enfermos ―insistió Claire, con calma―. Además, ahora que es invierno ni él ni yo no tenemos trabajo en el campo. Nos viene bien el dinero… ―Ángela iba a reprochar, pero Claire se adelantó―. Y se lo debo tras todo lo que han hecho por mí.

«Especialmente por eso último» pensó, pero no hizo falta decirlo. Ambas lo sabían.

―Está bien, está bien ―accedió Ángela, levantándose de la cama. Claire la imitó―. Asegúrate de abrigarte bien. Hace frío hoy.

Claire aceptó el consejo y, tras recoger la ropa de su cómoda, pasó al baño a asearse. Ángela la esperó en la cocina-salita, pues la pequeña cabaña donde vivía no tenía mucho más espacio. Al menos contaba con aseo, agua caliente y una chimenea que le permitía soportar el frío invierno de Máline. 

Aun así, optó por el agua fresca para lavarse la cara y desterrar el cansancio de su rostro, lo que no bastó para borrar las oscuras sombras bajo sus ojos. Entre las ojeras y su palidez natural, aquellos iris claros llamaban demasiado la atención del pueblo. Suspiró, pues poco podía hacer mientras sus pesadillas siguieran empeorando. Solo le quedaba acostumbrarse a su imagen cansada y ausente, e ignorar miradas curiosas. 

Tampoco es que le importara demasiado su aspecto de todos modos. Ella misma se cortaba el pelo priorizando la comodidad a la estética, con el flequillo a un lado y el largo por los hombros. Tanto su jersey como pantalones eran oscuros y mullidos, escogidos por su movilidad y resistencia al frío. Es más, Ángela se preocupaba más por su aspecto que ella misma, soltando un suspiro al verla salir sin peinar y sacando un cepillo del bolso para arreglarle el cabello.

Tras ponerse chaqueta y capa, se detuvo un momento ante el colgador de la puerta y acabó escogiendo su bufanda azul. Ángela puso los ojos en blanco. Según ella, le quedaba mejor la morada, pero se acercó a colocársela bien refunfuñando con cariño. 

Abrió la puerta de la cabaña y las campanadas del mediodía anunciaron su partida. Marcharon hacia la fuente de aquel sonido, y el camino de tierra húmeda y nieve pronto se cubrió de adoquines igual de resbaladizos. Los oscuros árboles de las afueras, bien conocidos por Claire, dieron paso a figuras igual de altas de hierro. Todavía no habían apagado las llamas de las farolas, probablemente por las nubes que cubrían el cielo. 

Claire hizo una mueca y desvió la mirada hacia el frente, haciendo que Ángela le estrujara el brazo en un gesto comprensivo. Los escasos hogares de las afueras, construidos en madera y piedra, actuaban más como almacén de cosechas que para alojar personas. La mayoría de malinenses prefería convivir más allá del puente que dividía los campos del pavimento. Era allí donde les esperaba Blake, sentado en el banco habitual y devorando con ganas uno de los bocatas que llenaban su mochila. 

―¡Ey! ¿Qué estás haciendo? ―le gritó Ángela, corriendo los últimos metros que les separaban―. Eso era para la comida, ¡y ni siquiera nos has esperado!

―¡Ja! ¡No hay problema con eso! Sabía que me daría hambre a mediodía así que preparé un bocadillito extra ―dijo Blake, agitando el pan a medio comer. Los ojillos de Blumy siguieron el almuerzo con la mirada y obedeció cuando Blake lo llamó a su regazo―. Además, es apto para Blumy. 

Dejó el trozo de pan con el comepesadillas y se levantó para recibir a Ángela quien, a pesar de poner los ojos en blanco, aceptó el abrazo que les dio a ambas. Claire respondió a su estrujón, y las orejas de Blake le hicieron cosquillas al moverse. Al separarse, Blake le revolvió el pelo en un gesto cariñoso.

―¿Cómo está nuestra sonámbula favorita?

―Necesitando un café ―respondió Claire de inmediato.

―Perfecto, porque el bocata no me ha bastado para entrar en calor, así que podríamos pasar por el bar a tomar algo y ―se giró hacia Ángela, teatralmente―… de mientras, cierta personita puede curiosear la tienda de enfrente.

A pesar de la radiante sonrisa de Blake, Ángela le respondió con un tirón de orejas.

―No conseguirás comprarme con esas, mozo.

―¡Ay! ¿Ni siquiera un poquito? Muérdago es tu tienda favorita, ¿no?

―No compensa la tarde que nos espera entre tierra y nieve… ―refunfuñó ella, pero acompañó sus palabras de un pomposo gesto para quitarle importancia―. Pero agradezco tu soborno.

Con una sonrisa y tras dejar que Blumy se acomodara en su capucha, Blake encabezó la marcha hacia el pueblo. Los hogares alcanzaban hasta dos pisos en el casco urbano, sin perder la modesta esencia de piedra y madera que compartían con las casas y almacenes externos. De muchas viviendas colgaban enredaderas y hierbas perennes que se mecían esperando florecer en primavera. La nieve se acumulaba al borde de las aceras, derritiéndose y ensuciándose con el paso de los transeúntes y algún que otro carro tirado por caballos u otros animales de carga. 

Con el frío, los pasos ajenos al grupo eran escasos, pues la mayoría de gente se concentraba bajo el bullicio del mercado o preparando la comida en sus respectivos hogares. Los cazadores hacía tiempo que habían marchado a por las piezas del día, y los que regresaban de las rondas nocturnas se reunían con campesinos y ociosos en el bar del pueblo.

Blake y Claire se despidieron de Ángela y ocuparon la mesa habitual, en un rinconcito que los alejaba del barullo del mediodía. La mesera los saludó desde la distancia y comenzó a preparar sus bebidas sin que se las pidieran, de la costumbre ya conocía sus gustos. Algunos campesinos saludaron a los jóvenes, pues se conocían de trabajar juntos en las cosechas, pero dejaron que ambos amigos pudieran charlar tranquilamente.

―Otra pesadilla, ¿no?

Y entre el sonido de tazas y cotilleos podían hablar sin ser escuchados. Tratar sus sueños y pesadillas era una tarea desagradable para Claire, pero necesaria por su extraña naturaleza. Su recelo le impedía compartirlos con alguien más que sus amigos y, de ellos, solo Blake parecía capaz de escucharla. Aunque Ángela lo había intentado, su incomodidad ante el tema le impedía ayudarla. Claire no la culpaba por ello.   

Asintió y Blake colocó a Blumy sobre su regazo para quitarse la chaqueta, húmeda por la nieve. Tenía las orejas, puntiagudas y ligeramente alargadas, enrojecidas por el frío al igual que sus mejillas. De cada una de estas nacían dos marcas atigradas que se extendían hacia su mandíbula, verdes y ligeramente rugosas al tacto. Blake no era un humano como Ángela, pues solo su madre lo era. Su padre, al igual que tantos otros de los pueblerinos de Máline, era de raza elvan, diferenciados de los humanos por su porte delgado, orejas características y las marcas verdosas que siempre se heredaban a su descendencia. También tenían costumbre de dejar su cabello largo, costumbre que Blake no había seguido, con el cabello castaño claro corto gracias a Ángela. 

Tampoco había heredado la complexión delgada de su padre, pareciéndose más a la de su madre e incluso la propia Claire: ambos eran de hombros anchos, con facilidad para ganar músculo en las épocas de trabajo en el campo. Sus ojos, que en elvan siempre eran claros, lucían casi tan oscuros como los de Ángela, con unas ligeras vetas verdes salpicando su iris. A Claire siempre le había gustado pensar que tenían el color del bosque. 

―Ha sido una noche completa. Los dos tipos de sueños, ambos bastante vívidos ―tragó saliva y, por un momento, sintió que esta se atascaba en su garganta―. Aún puedo sentir las garras arrastrándome al vacío… Preferiría no hablar de ese. De todos modos, la voz no dijo nada. 

―¿De verdad estás bien? ―Claire asintió y Blake se relajó―. ¿Y el otro sueño?  

―La chica se marchó.

―¿Cómo?

Claire frunció el ceño, intentando recordar los detalles perdidos entre la duermevela y el vacío de sus pesadillas. Descubrió que no le costó recuperar fragmentos de aquella escena.

―Recuerdo una despedida, o al menos pedazos de ella. Las dos voces de siempre se daban un adiós. Creo que eso era lo que llevaban preparando todo este tiempo ―Blake asintió, animándola a continuar―. El chico abrió una puerta de luz que no llegaba a brillar, y sus siluetas se reflejaron en ella. El niño gris y… 

―La chica de pelo violeta. ¿Pudiste distinguir algo más de ellos?

―De ella… Carine, no mucho. Está bastante delgada y tiene la piel morena, creo. Me cuesta verlo en la oscuridad del sueño. 

―Por el pelo debe ser humana con ascendencia multiaris ―murmuró Blake, para sí. No obstante, ante la mirada inquisitiva de Claire, negó con la cabeza para que continuara su historia.

―El niño sigue igual. Todo su cuerpo es gris y tiene la boca tapada por vendas. A pesar de ver directamente su reflejo, su imagen estaba distorsionada, como si se fundiera entre las sombras del sueño. 

―Pero su voz…

―Siempre es la más nítida de los dos ―terminó por él, y se dejó apoyar en el respaldo de la silla. De pronto, algo más acudió a su cabeza, el preludio a la pesadilla de siempre―. Escuché su voz incluso cuando la apagada luz de la grieta engulló a la chica, y él cayó al suelo. Decía esperar volver a verla… Y luego el olor a magia lo engulló todo. 

Blake extendió la mano hacia la suya, en un gesto consolador que fue interrumpido por la llegada del camarero con las bebidas. Blake le dio las gracias y parpadeó en asentimiento a Claire, que le restó importancia a su último comentario. 

«Era una magia distinta ―se obligó a pensar, a pesar de sus inquietudes―, el olor y la presencia eran diferentes a lo que suelo ver por Máline y, sin embargo, siento que me es familiar…».

Sorbió el café y dejó que el sabor caliente y amargo despejara su cabeza y nariz, centrándose en el presente. Al bajar la taza, notó que Blake había dejado de mirarla para prestar atención a la conversación en la barra, e hizo lo propio.

―…creemos que los restos pertenecían a un grupo de lagatevas, pero la cantidad hallada no explica toda la sangre que había en el claro, y más considerando que la nieve y lluvia de anoche habrán limpiado la tierra… ―Claire miró a Blake, sorprendida, y él asintió compartiendo su asombro. Reconoció a la interlocutora como una de las cazadoras del pueblo. En ocasiones había visto a su grupo en el bar―. Me preocupa pensar qué podría haber dejado a los animales en tal estado.

―¿Seguro que eran lagatevas? ―preguntó otro cazador, perteneciente al grupo nocturno―. Los cerdos brumosos están intranquilos últimamente, podrían ser presa fácil para una jauría de lupicanes bien organizados.

―No, los pocos restos que quedaban eran demasiado pequeños para pertenecer a esas bestias ―negó ella―. Es más, tampoco creo que fuera obra de lupicanes. Suelen conformarse con los tejidos blandos… y de los lagatevas apenas quedaban huesos, todos mordisqueados.

El otro cazador frunció el ceño, un gesto a medio camino entre la confusión y preocupación que se extendió entre la barra. 

―En fin, no recomiendo pisar la parte exterior del bosque de momento, al menos de noche. Y vengo de informar a la alcaldesa, así que si esto llega al Consejo tal vez se tomen medidas. 

Claire le dedicó una mirada a Blake, y este asintió con un gesto que ella interpretó como un “estaremos bien”, a pesar de las palabras de la cazadora. 

―Desgraciadamente ―empezó otra persona, que Claire reconoció como funcionarie del ayuntamiento―, aunque has hecho bien informando a la alcaldía, no creo que llegue al Departamento de Control de Plagas. Bien es sabido que al Consejo solo le interesan dos cosas: la Guerra y la Búsqueda, y desde hace años Máline no manda ni soldados ni candidates a Elegide. No les interesamos.

―Qué se le va a hacer. La vida en Máline es sencilla, los noma nos bastamos sin hacernos magos ―dijo la dueña del bar, encogiéndose de hombros―. Los pocos que tenemos trabajan para nuestra seguridad, encendiendo farolas o como boticarios ―desde la barra, la dueña saludó a Blake y él devolvió el saludo por compromiso, encogiendo sus orejas―. Y si ya somos pocos magos, niñes magues ni te cuento.

―Se llevaron a un chiquillo hace un tiempo, ¿no?

―Y a tres. Si otra cosa no, pero niñes monstruo ven por todas partes.

―He oído que hacen expediciones hasta tierras metaloides para buscarlos. 

―Es cierto! Mi hija, la de la Sede Noreste, me contó que mandaron a un grupo hasta Tarset para acogerlos… Y si son magues, mejor que estén con nosotros que con metaloides…

―Creo que al Consejo le mueve más la Profecía que el altruismo, Miranda.

«La Profecía ―se repitió Claire, ignorando el barullo en la barra―. Con cada año que pasa, se vuelve un tema más recurrente».

¿Cuánto tiempo podría esquivar aquella información? Bajo su petición, su educación había cubierto solo lo necesario para sobrevivir en Máline. Aquello que no comprendía, como la magia y la Profecía, no era necesario para sus tareas en la botica y los campos, y por ello lo evitaba y temía. Lo único de lo que no podía huir era de sus pesadillas de cada noche, cuyo componente mágico era innegable, pero tenía a Blake para desahogarse y tratar de dar sentido a sus extraños sueños.  

No solo su amigo parecía comprensivo con aquella faceta suya, pues tanto Ángela como él evitaron el camino de la magia por ella, y obviaban aquellos temas en su presencia. Los propios padres de Blake, ambos boticarios y magos, evitaban emplear las artes de la Sanación ante Claire.

Es más, cuando quiso darse cuenta, Ángela había entrado en el bar llamada por un gesto de Blake. La mirada nerviosa que dirigió a la barra se convirtió en una cálida sonrisa hacia Claire, acompañando la mano que le tendió.

―¿Nos vamos?



La amabilidad de Ángela terminó cuando, nada más poner un pie en el bosque, Blake dijo las siguientes palabras:

―Camaradas, hoy nada de alejarse mucho de aquí. Hay ataques de lupicanes muy feroces y no quiero dar más trabajo a mis papis recomponiéndonos. 

Después todo fue cuesta abajo.

―¡No me puedo creer que hayas querido seguir con el trabajo después de haber escuchado eso! ¡Nos estás poniendo en peligro con tu maldita expedición! Si me tienen que recomponer tus padres que así sea, ¡porque tú tendrás que cargar con la culpa!

Era la séptima vez que Ángela exclamaba algo similar. Para acompañar su protesta, se había sentado en un tronco mientras Blake y Claire recolectaban sus útiles. De no conocer a sus amigos, Claire se habría preocupado por el enfado de su compañera, pero entre reproches seguía poniendo pucheros para pasarle bayas a Blumy (y a Claire). 

―Estamos a salvo ―canturreó Blake, recogiendo un par de raíces entre la nieve―. Lo único que puede atacarnos aquí son las espinas de las zarzamoras.

―¡Tu optimismo sí que es un peligro! ¡Las jaurías de lupicanes son de las peores cosas que hay en este bosque!

―¡Ni siquiera Blumy tiene miedo! ―siguió Blake, vigilando al comepesadillas que correteaba por el suelo, la boca roja de comer grosellas―. ¡Míralo qué feliz y tranquilito!

―¡Porque es tonto y no detecta el peligro!

―No es cierto, es un bichito muy listo. ¿A que sí, pequeñín? 

―¡No ha tenido un solo pensamiento en su vida!

―¡Eh, un respeto!

―Blake, lo siento, pero sabes que Ángela tiene razón.

―¡Claire, no ayudas insultando al pobrecillo!

Claire le respondió sacándole la lengua y llamó a Blumy tentándolo con un trocito de jengibre. Le encantaba su olor, pero siempre olvidaba su sabor picante hasta que era demasiado tarde. Definitivamente no era muy inteligente, pero seguía siendo adorable. De fondo, la discusión seguía como un familiar ruido al que su cerebro se había acostumbrado ya.

―…podríamos haberlo aplazado a mañana, ¿no crees? O hasta tener algo de información sobre ese ataque. Tus padres lo comprenderían por tal de no tener más faena con nosotros.

―Mañana no podría ser, ¿recuerdas? Tengo otras tareas pendientes…

La voz de Blake había bajado hasta el punto en que a Claire le costaba distinguirla, pero algo había llamado su atención tras los arbustos. Con Blumy en un brazo y con el otro gateando sobre la tierra húmeda, avanzó entre la maleza hasta la fuente de aquel extraño ruido.

―Siempre puedes aplazarlo ―siguió Ángela, ahora también en susurros―. Son tus padres, podemos ir otro día a eso.

Blumy hizo un ruidito inquieto y Claire lo dejó en el suelo para que diera la vuelta. Ella siguió avanzando, preguntándose qué era aquel extraño olor y de dónde venía aquel destello entre la maleza.

―Tienen bastante trabajo últimamente y no quiero saturarlos ―siguió Blake―. Ya sabes cómo son los inviernos con las gripes y… ¿Claire?

Cuando la voz de sus amigos llegó por fin a sus oídos, gritando su nombre, Claire no podía contestarles. Había perdido el habla, la capacidad de moverse, el aliento incluso. La criatura estaba igual de inmóvil frente a ella, oscura con un atigrado verdoso, destacando sobre la nieve, pero camuflándose entre el bosque. Era más grande que cualquiera de los perros o lupicanes domésticos que hubiera visto jamás, aunque su pelaje lo distanciaba de dichos animales. El ruido que la había atraído eran sus jadeos, que pronto se convirtieron en un gruñido de amenaza. Dos de sus colmillos sobresalían de sus fauces, goteando una saliva del color y olor de la bilis. 

No tenía ojos. Una placa metálica recubría la parte superior de su cráneo y esta reflejaba la luz y su miedo. El hocico la apuntaba directamente a ella y el rumor de sus gruñidos se abrió en un rugido sobre su cara. 

Y un grito se alzó sobre su sentencia, oponiéndose al alarido de aquella criatura. El aliento pútrido del monstruo y el sutil aroma del bosque fueron arrasados por un olor que no encajaba en aquella escena. Con un gemido de dolor, la bestia retrocedió y fue entonces cuando Claire comprendió por qué seguía viva. 

Aquella criatura estaba ardiendo.

Todavía conmocionada, Claire se dejó arrastrar por Blake mientras aquel amasijo de carne se retorcía entre alaridos y llamas. Durante los escasos minutos donde la criatura se debatía entre la vida y la muerte, ninguno de los presentes hizo nada por poner fin a la tortura del animal. La mente de Claire se debatía entre el terror y la confusión, y solo cuando la bestia por fin sucumbió al dolor, se permitió volverse hacia sus amigos.

Blake tenía una mano apoyada en su hombro, un contacto del que ni siquiera se había percatado, y la otra rodeando la de Ángela. Ella era la única que permanecía de pie, con dos lágrimas secas sobre sus mejillas y el brazo extendido hacia los restos ardientes. En su boca todavía parecía resonar su grito cuando murmuró:

―Lo he matado ―y, con aquella afirmación, se giró hacia ellos. Sus lágrimas se reavivaron―. Lo he matado. Lo he vuelto a hacer. Lo siento… Blake, lo siento…

Los labios de Claire pronunciaron un “qué” mudo, ahogado por el salto de Blake para abrazar a la temblorosa Ángela. 

―Está bien, Angi. Todo está bien.

―Solo quería asustarlo ―sollozó ella, negando contra su pecho―. Parecía enfermo, quería hacerlo huir, pero antes de darme cuenta… Estaba tan cerca de Claire… No pude controlarlo. 

―Enfermo o no, era peligroso. Le has salvado la vida y eso es lo que importa. 

Ángela rompió a llorar y se aferró a Blake con fuerza, aceptando las palabras de consuelo que le susurraba. Tras unos instantes, ambos abrieron los ojos y cruzaron miradas con Claire, de cuyo desconcierto por fin surgió una afirmación.

―Ángela lo ha quemado ―nadie lo negó. Era cierto. Frunció el ceño antes de continuar―. ¿Cómo?

―Lo siento ―contestó ella, con voz temblorosa―. Ojalá te hubieras enterado de otra forma.

Su siguiente pregunta se cortó con un rugido familiar, e instantes después tres monstruos más aparecieron. A pesar de que carecían de ojos, Claire no pudo evitar sentirse observada.

Sus amigos retrocedieron hasta alcanzarla y Blake se arrodilló junto a ella. Blumy aprovechó para trepar hacia la capucha de Claire con un chillido de miedo. 

―Blake… ―murmuró ella―. ¿Qué clase de animales son?

―No son animales ―respondió Ángela en su lugar, con extraña seguridad―. Dudo que sean siquiera entes vivos. Usan visión de ánima.

Esa última frase iba dirigida a Blake y este asintió. Claire advirtió de que torció el gesto, como si tampoco comprendiera de dónde venía aquella información. 

Uno de los tres seres se agazapó para saltar hacia ellos y Ángela respondió alzando una mano. Con el gesto, la maleza a sus pies ardió en un implacable muro de fuego que disuadió a las bestias. Claire contuvo la respiración y Blake la animó con una palmadita en su hombro, ayudándola a levantarse con él. 

―Ángela, ¿cuánto tiempo puedes mantener eso?

―El suficiente para que agarres a Claire y huyas hacia el pueblo.

Blake se envaró, avanzando de nuevo hacia Ángela.

―Sabes que no pienso dejarte aquí tirada.

―Lo harás porque no tienes forma de luchar contra ellos ―respondió ella. Sus lágrimas se habían secado con el calor y la determinación―. He practicado lo suficiente, puedo…

―Puedo luchar ―Ángela hizo una mueca que no disuadió a Blake―. Mientras entretengamos a estas cosas, Claire puede correr sola a buscar ayuda, pero tú necesitarás cobertura para mantenerlos en un sitio y curarte las heridas.

Uno de los engendros echó a correr hacia la derecha y Ángela lo mantuvo con una bola de fuego que salió directamente de su mano libre. Masculló una maldición entre dientes. 

―¡Haz lo que quieras, pero saca a Claire de aquí ya! Tú me das igual porque aguantarías, pero si le muerden… ¡O la quemo sin querer no me lo perdonaré!

Blake se giró hacia Claire y ella por fin logró reaccionar y negarse.

―Yo tampoco tengo forma de luchar, no puedes pedirme que huya sin vosotros. Algo podré…

Como respuesta, Blake abrió su bolsa y extrajo una vaina de cuero envejecida. Claire reconoció aquella daga larga como propiedad de su familia. Negó igualmente y Blake la guardó en el cinto para tomar sus manos.

―No es huir si no rescatarnos, Claire. Llévate a Blumy y corre por el camino de vuelta. Conoces el sendero, lo hemos recorrido cientos de veces y eres la más rápida de los tres. Llega a Máline y pide ayuda a quien sea, así podrás salvarnos.

―¡No! ―negó ella otra vez―. Si me voy y morís sin mí…  

―Y eres la única que puede hacerlo…

―Blake…

―… Porque yo debo curar a Ángela cuando el fuego no baste para contener a esos monstruos ―Claire enmudeció y Blake asintió lentamente, forzando una sonrisa que pretendió tranquilizarla―. Somos magos, Claire. No te preocupes por nosotros y corre. Todo va a salir bien.

Todo pasó demasiado deprisa. Ángela gritó cuando uno de los engendros le mordió la pierna, lo suficientemente osado para atravesar las llamas. Al hedor putrefacto se unió el de la carne y pelo quemados. Blake tardó un instante más en fijar la mirada en los azules ojos de Claire, y en ella se grabó el suplicante color del bosque. Con un último apretón de manos la soltó y corrió hacia Ángela ya con la daga en mano, asestando un tajo a la bestia que ya había recibido quemaduras como castigo. 

Lo siguiente que supo Claire es que estaba corriendo, huyendo del infierno a sus espaldas y perdiéndose entre ramas húmedas por la nieve. Blumy había bajado a sus brazos y lloraba entre ellos. El aliento de ambos se condensaba por el frío. 

Esquivó las raíces del conocido sendero, apartó con manos enguantadas las ramas que le molestaban sin pensar, pues su mente estaba ocupada en aquella realización.

«Blake y Ángela son magos».

Exhaló con fuerza, aún atrapada en el torrente de imágenes y sensaciones de su cabeza. Recordó aquel día donde la presión de la magia era tal que apenas podía respirar, donde el escaso aire que inspiraba también llevaba cenizas. La reminiscencia provocó un pitido en sus oídos que erizó el vello de su nuca y, por un segundo, Claire temió perder la consciencia. 

Pero esta vez siguió corriendo, recordando. Regresó a la primera vez que descubrió a los padres de Blake sanando a un enfermo con luz. Contuvo una mueca al confundir una sombra con las garras de sus pesadillas. Escuchó las últimas palabras que se dedicaron las personas de sus sueños, innegablemente de origen mágico, y también las que había escuchado en el bar.

Hablaban de la Guerra y la Profecía… ¿Y qué era esta realmente? ¿Qué era siquiera la magia y por qué la temía cuando el resto dependían de ella?

«No, ahora no es el momento».

Ya tendría tiempo de resolver sus inquietudes más adelante, cuando los tres estuvieran a salvo. Ni siquiera se permitió cuestionarse cómo Blake podía decir su mantra, su “todo va a salir bien”, incluso en aquella situación. 

Los aullidos de los monstruos eran cada vez más lejanos y, por suerte, tampoco escuchó gritos humanos. Blumy seguía llorando, pero las escasas lágrimas de Claire habían desaparecido, borradas por una determinación fruto de la urgencia.

En algún momento dejó de escuchar la batalla del bosque y se permitió unos segundos para reducir el paso y recuperar el aliento, la mirada atenta a su alrededor. Descubrió que le dolía la garganta de correr con el frío y el vaho se acumulaba ante sus ojos. Blumy había dejado de gimotear y ella le acarició la cabeza en consuelo.

―Todo va a salir bien ―le dijo en voz baja, esperando que sus palabras tuvieran el mismo efecto que las de Blake. 

Pero lejos de calmarse, el animalillo se sobresaltó, y Claire advirtió que no fue por ella. Algo se acercaba entre las hojas, y tragó saliva al reconocer el rumor que había atraído su atención al principio. 

Valoró sus opciones con una calma que estaba lejos de sentir realmente: ¿Intentaba seguir corriendo? A pesar del inactivo invierno, aún tenía la resistencia suficiente para aguantar en carrera. Sin embargo, si aquella criatura la había seguido hasta allí probablemente la alcanzaría por más que acelerara. Un escondite era mejor alternativa, aunque los arbustos parecían demasiado bajos en aquella zona y agacharse limitaría sus opciones para defenderse. Tenía el cuchillo que usaba para recolectar raíces y hierbas en la mochila. Nunca lo había usado ofensivamente, pero…

Su vista se fijó en un árbol cercano. Las primeras ramas robustas estaban relativamente cerca y parecía fácil de trepar, con el follaje lo suficientemente espeso para camuflarla.

Colocó a Blumy en su capucha y se impulsó haciendo el menor ruido posible. La criatura todavía no la había detectado. Extraño, pues ella podía verla perfectamente entre la maleza.

«No, espera. No tiene ojos ―comprendió, mientras terminaba de auparse a las ramas―. Deben guiarse por el olfato… ¿y tal vez este falle por la humedad?»

Por si el oído también le servía, intentó calmar su respiración e indicó con un gesto a Blumy que hiciera lo mismo. Un rumor a sus pies le advirtió de que el engendro había llegado a la base del árbol, y un vistazo le mostró cómo vigilaba sus alrededores sin olfatear el suelo a sus pies. Qué curioso, parecía guiarse por la vista, a pesar de carecer de ojos. Recordó que Ángela había mencionado que usaban algo llamado “visión de ánima”, y se preguntó a qué se referiría.

Pues, para su sorpresa, sirvió para detectarla.

El hocico de la criatura apuntaba directamente hacia Claire, capaz de verla a pesar de la placa metálica que tenía por vista. Mostró sus encías con un gruñido y retrocedió con calculada pausa, como si midiera la altura a la que se encontraba su próxima presa.

―No puede saltar tan alto ―murmuró Claire―. No puede.

Ante la sorpresa de Claire, el monstruo no solo saltó si no que golpeó el árbol con tanta fuerza que casi se cayó ella. Reprimiendo el miedo que agitaba sus manos, se aferró a la rama donde antes había estado sentada. Contuvo el aliento al volverse hacia la bestia, mientras esta volvía a tomar impulso. Su cuerpo se había deformado dolorosamente por el impacto, pero no pareció importarle cuando volvió a correr y estamparse contra el tronco, robando un grito de angustia de Claire. En su capucha, Blumy luchaba por agarrarse a la ropa con sus pequeñas patas.

Sus chillidos y los gruñidos de la bestia ahogaron los gritos de Claire al recibir el último golpe. La sacudida fue tan potente que sus manos acabaron soltándose, precipitándola al suelo entre ramas y hojas.

En la caída, apoyó todo su peso sobre la pierna derecha, forzando su tobillo en una posición que le cortó la respiración por el dolor. Sin tiempo para comprobar el golpe, se arrastró como pudo para alejarse de su verdugo hasta que su espalda dio con el tronco del siguiente árbol.

Así, sentada sobre tierra y nieve, con el tobillo lastimado por la caída, manos astilladas y Blumy temblando en su regazo, esperó a la muerte que le proporcionarían aquellas fauces. Ignoró el cuchillo en su mochila, ¿de qué le serviría contra aquellos colmillos que se acercaban a ella? De sus filos comenzó a supurar un líquido verdoso, y Claire reconoció el hedor acre que notó al principio. Extrañamente, coincidió con Ángela que aquellas criaturas parecían realmente enfermas… O que al menos había algo antinatural en ellas.

La boca se abrió y un olor a podrido borró sus pensamientos.

Iba a morir.

Su inusual curiosidad por aquella alimaña no importaba. Blumy, la bestia y ella contenían la respiración. Sus últimos momentos se alargaron lo suficiente como para permitirle buscar algún arrepentimiento del que lamentarse.

Y en su lugar reapareció la curiosidad. Aquella que había desterrado por el miedo y la incertidumbre tanto tiempo, volvía como una cruel burla del destino. Para su propia sorpresa, Claire la aceptó y se preguntó:

«¿Por qué no estoy muerta?»

Todo parecía haberse detenido en aquel instante: las mandíbulas del monstruo estaban quietas a mitad de bocado, Blumy ya no temblaba y tampoco escuchaba sus sollozos. Las hojas que caían de los árboles permanecían suspendidas en el aire, como el par de lágrimas que enfriaban sus mejillas.

Parpadeó y el mundo siguió estático. Solo ella parecía darse cuenta del parón a su alrededor, de que había tiempo antes del bocado que arrancaría sus entrañas.

Su siguiente parpadeo le arrebató la idea de escapar. El bosque se sumió en la oscuridad, y la luz olvidó el color en su inmediato regreso. Aquel momento robó el pardo y verde de árboles y hierba, dejando solo una extraña monocromía. Entonces las hojas siguieron su descenso, Blumy volvió a temblar en su regazo y el monstruo cayó ante ella.

Con el corazón en un puño bajó la mirada hacia la bestia, cuyos colores, ahora grises, todavía hacían juego con el bosque. No tenía ninguna herida abierta y sus contusiones no habían detenido sus golpes, pero su pecho no se movía y de su boca no emergía aliento alguno. El único cambio evidente era la pérdida de color y, sin embargo, Claire tenía la certeza de que yacía muerto.

Así, con la mirada perdida en aquel cuerpo sin vida y con Blumy sollozando en su regazo, los pensamientos de Claire se concentraban en una única frase:

«¿Qué acaba de pasar?»

No supo cuánto tiempo estuvo allí, contemplando el cadáver y olvidando el objetivo de su huida, pero poco a poco el mundo recuperó el color que le pertenecía. Las hojas caían sobre su cabeza y Claire las ignoraba. Blumy terminó guardando silencio junto a ella, y lo único que seguía sin cambiar era aquel cuerpo monocromo. En algún momento, escuchó el familiar sonido de los pasos de Ángela y Blake, y dejó que estos la abrazaran y ayudaran a levantarse. Oía sus voces, hablándole, pero las sentía demasiado lejos para contestar. Perdida en sus pensamientos, solo volvió en si cuando Blake intentó moverla y el dolor del tobillo le recordó que estaba viva.

―… debe habérselo doblado de alguna forma, hasta que volvamos no podré sanarlo… ¿Claire? ¡Claire! ¿Nos oyes? ¿Qué ha ocurrido?

Claire parpadeó, despejando dolor y abstracción. Imitando la figura de Ángela contra las cenizas, levantó el dedo y señaló el cadáver a sus pies.

―Lo he matado. De alguna forma, lo he matado.

Tras pronunciar aquellas palabras, logró por fin devolverles la mirada a sus amigos. Tenían las puntas del pelo abrasadas, cortes, quemaduras y sus correspondientes manchas de sangre y ceniza. Sin embargo, lo peor era la extraña mirada que le dirigían a Claire, envuelta en un silencio que solo Ángela se atrevió a romper.

―Lo importante es que los tres estamos vivos. Todo ha salido bien.



Consiguieron regresar a la cabaña de Claire cuando empezaba a anochecer. No querían forzar el ritmo por el tobillo lastimado y las pintas del grupo, motivo que los llevó a rodear el pueblo hasta su destino. Por suerte, en el linde del bosque no encontraron más alimañas, y las heridas de Blake y Ángela no parecían tan fatales como para necesitar ayuda temprana. 

Sea como fuere, mantuvieron un perfil bajo hasta que llegaron a la solitaria cabaña. Ángela abrió la puerta y Blake condujo a Claire hasta el sofá. Una vez allí, la ayudó a sentarse y Blumy se acurrucó a su lado. Le quitó la bota y examinó la contusión con los conocimientos heredados de sus padres. La propia Claire había aprendido también de ellos, y asintió cuando Blake llegó a la misma conclusión:

―Es solo una torcedura. Lo sospechaba, pero no quería examinarla hasta que estuviéramos a salvo. Te pondrás bien en unos días… ―la sonrisa tenue que le dirigió se bajó, con algo similar a la vergüenza―. O en una noche si me dejas aplicar Sanación.

―Hazlo ―y se encogió de hombros―. Ya después de lo ocurrido hoy…

Blake asintió y alzó las manos, sin mirarla a los ojos. Sus dedos rozaron el hematoma formado sobre su tobillo y una extraña sensación de calidez se extendió a su piel. Notó un ligero cosquilleo que asoció al intercambio de energía nacido de la magia, y, cuando Blake se apartó, se permitió mover un poco el pie. Dolía menos.

―Como sabes, esto es Sanación de curas, sirve para tratar heridas ―le explicó, mientras aprovechaba para tratar un corte propio en el brazo―. Hay recitaciones para dolencias específicas, pero mis padres no han llegado a enseñarme muchas, así que la practico instintivamente ―Claire le devolvió la mirada y comprobó cómo la herida se cerraba limpiamente―. La Sanación utiliza la luz para potenciar la capacidad regenerativa de nuestros cuerpos. Es rápida en heridas superficiales, las visibles, pero más difícil de dirigir en torceduras y demás golpes internos… 

La voz de Blake, que había ido perdiendo fuerza con su discurso, se apagó mientras se dejaba caer en su silla.

―… Y, como sabrás de ver a mis padres, es agotadora ―terminó―. Sospechando que tenías una torcedura, no quería arriesgarme a curarte en el bosque y quedarme así también…

―¿Desde cuándo sabes Sanación? ―le interrumpió Claire, incapaz de esperar. Blake la miró y ella se volvió a Ángela―. ¿Desde cuándo podéis hacer magia?

―Claire, escucha… ―empezó Blake, pero Claire siguió.

―¿Y por qué no me lo contasteis?

Pero la respuesta le llegó antes de que la pronunciaran sus amigos. Bastó una mirada para que Claire lo comprendiera: «Temía la magia, e intentaron ocultarme de ella». Algo en su interior se regocijó en recordarle que siempre supo que “algo ocultaban”, y Claire tensó su expresión, intentando ignorar la culpa de sus amigos y aquella vocecilla. En algún momento, Ángela encontró su voz:

―Tanto Blake como yo somos magos de nacimiento. Lo suyo estaba claro: siendo hijo de dos Sanadores, evidentemente iba a nacer también con el Talento desatado. Lo sabías, ¿no es así? ―Claire asintió lentamente y Ángela siguió―. Lo mío es más complicado. Mis madres no son magas: son noma. Ni siquiera fueron a una academia a desatar su Talento para probar suerte en el camino de la magia. En algún momento de mi infancia, empecé a hacer Elementalismo de fuego, por lo que debí nacer con el mío desatado de alguna forma. A veces ocurre.

Guardó silencio y devolvió la mirada a sus compañeros. Al mirarlo, Claire descubrió que Blake parecía tan sorprendido como ella.

―No sabía que tus poderes aparecieron de una forma tan repentina ―dijo él―. Creí que simplemente naciste Elementalista.

Ángela se encogió de hombros.

―Es algo raro. Mis madres no recuerdan que hiciera fuego hasta los seis años, pero no pasé por las condiciones para desatar mi Talento yo sola. Lo más probable es que naciera maga y, por alguna razón no hiciera magia hasta tan tarde… ―desvió la mirada. Parecía incómoda―. Como sabes… Bueno, al menos tú, Blake, mi Elementalismo no es algo de lo que me sienta orgullosa. Al no haber tenido oportunidad de instruirme, me cuesta controlar mis propias llamas. Ni siquiera serviría de encendedora porque chamuscaría las farolas ―suspiró, devolviéndoles por fin la mirada―. Estuve instruyéndome junto a Blake en Sanación, para ver si sus padres podrían reconducirme a otra Clase, pero lo de hoy me ha recordado el alcance que tienen mis poderes. No sé cómo sentirme al respecto. 

―Deberías estar orgullosa ―logró decir Claire―. Tú misma lo has dicho: Todo ha salido bien. 

Ángela asintió lentamente. Aunque sonrió, no parecía convencida.

―Yo opino lo mismo, Angi. Has estado estupenda contra esas… lo que sean ―Ángela volvió a suspirar, pero aceptó la mano de Blake en su hombro. Tras unas palmaditas, se volvió hacia Claire―. Y creo que ambos te debemos una disculpa.

―Deberíamos habértelo contado hace mucho ―siguió Ángela―. Habría sido todo mucho más fácil si supieras que estábamos instruyéndonos, pero temíamos que…

―¿Qué me apartara de vosotros? ―aventuró Claire y la mirada incómoda de sus amigos le dio la respuesta―. ¿O que me sintiera mal por ello?

―Un poco de ambas cosas ―admitió Blake―. Sabemos que la magia es un tema difícil para ti y no queríamos forzarte su cercanía con todo lo que has pasado. No nos parecía justo.

―Aunque tampoco estuvo bien mentir ―exhaló Ángela.

―Creo que ha sido un fallo de los tres ―Blake y Ángela la miraron y Claire continuó―: Me sabe mal que me hayáis ocultado algo tan importante todo este tiempo, pero puedo comprender que lo hicisteis para protegerme. Tal vez… la culpa sea mía por no haber sabido afrontarlo.

Al instante, Blake y Ángela negaron con cabeza y palabras, pero Claire volvió a interrumpirles.

―Es igual, es igual. El caso es que, tras lo ocurrido hoy, ya no quiero evitar este tema. Quiero decir, es algo intrínseco al mundo que nos rodea y… también a mí ―Blake y Ángela se miraron el uno al otro―. Al fin y al cabo, sabíamos que yo también era maga, ¿no?

Blake asintió.

―Sabíamos que tenías el Talento desatado, sí, pero no si era de nacimiento. Como evitabas saber del tema, tampoco conocíamos tu Clase de Magia. Por tus sueños sospechábamos que eras una Onírica o incluso Vidente ―la expresión pensativa de Blake se ensombreció un poco―. Sin embargo, lo que has hecho hoy…

―¿Qué ocurrió exactamente? ―inquirió Ángela.

Claire frunció el ceño, ordenando sus pensamientos en palabras.

―No lo sé. Tuve que subirme a un árbol para esconderme de uno de los animales y, aun así, uno me encontró y me hizo caer. Cuando quise darme cuenta lo tenía delante, y en un momento todo se detuvo. La bestia, las hojas, el viento… Incluso Blumy parecía haber dejado de respirar. Y entonces todo perdió el color y lo recuperó en otro parpadeo… Todo menos el animal, que murió por ello… No sé cómo. 

Blake y Ángela guardaron silencio unos instantes.

―¿Recuerdas pronunciar algo? Aunque fuera de forma inconsciente ―preguntó Blake, y Claire negó con la cabeza―. Entonces no es magia recitada.

―Pero seguro es magia oscura. No sé hasta qué punto “paraste” el tiempo, aunque por los resultados diría que fue Elementalismo de… ¿sombras? ―Aventuró Ángela―. Y pareces bastante buena en ella. 

―El Elementalismo es la Clase de magia que moldea y comanda los elementos de forma intuitiva, es decir, sin emplear recitaciones ―explicó Blake, al ver la duda en el rostro de Claire―. El Monocromático es aquel que opera en la escala de blancos y negros: luz, claridad, tinieblas, sombras y oscuridad; y es menos frecuente que el Primario, donde se mueve Ángela. 

―Ni eso, solo sé quemar cosas. 

―Bueno, ya me entiendes. 

Ante el silencio de Claire, Blake aprovechó para dar un segundo repaso a sus heridas y a las de Ángela. Claire se quedó absorta mirándolo, los cortes cerrándose entre la ropa quemada y las manchas de ceniza. Después volvió a suspirar y sentarse, visiblemente cansado. Ni él ni Ángela parecían tener forma de arreglar la tela estropeada, y los tres necesitaban un baño para eliminar el sudor y olor a quemado.

―¿Qué le vais a decir a vuestros padres? ―preguntó Claire.

―La verdad: nos han atacado unos animales raros y hemos tenido que pelear ―contestó Blake―. Tal vez mañana me acompañen a visitarte para comprobar que estás bien. Y supongo que pasaremos a contarle a la alcaldesa que ya conocemos a los cazadores de lagateva.

―No estoy muy segura de que… ―empezó Ángela, pero negó con la cabeza ante la mirada de sus compañeros―. Es igual. Blake, si pasáis a ver a Claire avisadme y voy con vosotros. 

Blake asintió y miró a Claire para confirmar que estaba de acuerdo con aquella propuesta. Unos segundos después, sin embargo, tensó su expresión para decir:

―Y… Claire. Entonces, ¿quieres que te instruyamos sobre magia?

Aquellas palabras, pronunciadas con cautela, provocaron una reacción extraña en Claire. Sintió como el extraño peso que debería presionarla ante la pregunta hubiera cedido ligeramente, permitiéndole el beneficio de la duda antes de la negación. Al mirar a Ángela se encontró la misma expresión de cuidado y ligera curiosidad que la de su compañero, y a su mente regresó la imagen de su amiga protegiéndola de los monstruos. Su piel recordó también la calidez de la Sanación, e incluso se sorprendió al descubrir que no buscaba enterrar el momento donde las sombras cubrieron bosque y tiempo. 

No podía olvidar la conmoción que sufrió aquel día hace años, y los sueños y pesadillas de sus noches seguían confundiendo su mente. No obstante, ahora sentía que, tal vez, podría empezar a comprenderlos.

―Sí, puedo intentar aprender. 

Y la sonrisa de sus compañeros le hizo ver que había elegido el camino correcto. 

―Es más, podéis ser mis instructores de magia y de cualquiera de las otras cosas que evité en las clases.

Las sonrisas se convirtieron en sorpresa.

―Eh… ¿Enserio?

―Sí, Blake. Así, si nos matan a la próxima, no moriré como una cobarde inculta.

―No te digas eso ―la regañó Ángela, y ambas se permitieron sonreír―. De verdad, los traumas no son cosa de broma, ¿verdad, Blake?

―Yo solo sé que estoy muy orgulloso de ti ―exclamó él―. ¡Te has ganado un abrazo, sonambulilla!

Apenas tuvo tiempo de exclamar antes de que Blake se le echara encima, estrujándola con un abrazo más típico de un oso que de un muchacho.

―¡Cuidado con su pie, tonto! ―exclamó Ángela, antes de unirse.

Y así, durante los cálidos segundos que duró aquel abrazo, Claire se permitió olvidar el olor a quemado de sus amigos y el miedo que había sentido y aún amenazaba con brotar de nuevo. Sabía que tardaría en eliminar completamente el temor que le producía la magia y aquello que morara más allá de su hogar en Máline. Sin embargo, por fin sentía que aquellas garras que atenazaban su vida como lo hacían las de sus pesadillas, permitían algo más de libertad. Entre risas y algún beso en su frente, Claire cerró los ojos y solo se arrepintió de su decisión cuando Blake y Ángela se acercaron después. Tenían una efusiva determinación en su mirada.  

―¿Por dónde deberíamos empezar a dar nuestras clases, Blake?

―Mm, los fundamentos de la energía mágica o méner son asequibles. También podemos introducirla a las Clases.

―Yo me encargo del Elementalismo, tú de la Sanación y luego nos repartimos las demás, ¿vale?

―Perfecto, y algo de geografía para calentar mañana estaría ideal.

Claire torció un poco el gesto.

―¿Seguro que dará tiempo…?

―Somos muy eficientes, jovencita ―rio Blake―. ¿Algo en especial sobre lo que quieras aprender?

Su primer impulso fue negarlo, pero los recuerdos del día formularon una petición:

―La Profecía ―contestó, y la sonrisa de sus compañeros se desvaneció―. Quiero saber sobre ella, qué es… y si podría afectarnos.

Comprendía aquellas reacciones. Sabía que la Profecía era un tema peliagudo ya no solo para ella, sino también para los propios vecinos del pueblo. Aunque surgiera su nombre en las noticias o comentarios del día, estos iban siempre con un matiz de amargo respeto.

―La Profecía es un evento que surge cada cierto tiempo y nombra un determinado número de Elegides ―contestó Blake, al final―. Cada edición de la Profecía da unos poderes o cambios distintos a aquelles que escoge como Elegides, y estes siempre son niñes magues de nacimiento.

―Como vosotros… y probablemente yo.

―… y otres millones de niñes a lo largo del planeta ―siguió Ángela, intentando relajar su expresión―. El don de esta Profecía es… problemático, sí, pero no por ello debemos perder de vista las probabilidades. No te preocupes por ello.

―Aunque lo hablaremos mañana de todos modos ―aceptó Blake, levantándose del sofá y llevándose a Blumy a la capucha―. Se hace tarde, y probablemente a Ángela y a mí nos espere una larga charla con nuestros padres. Con suerte podré camelarlos un poco con la cosecha que he podido salvar. Asegúrate de dormir mucho para que ese tobillo sane, Claire.

―Lo intentaré. Buenas noches, chicos.

―Oh, ¡espera! ―Blake dio un paso hacia ella y le acercó a Blumy hasta ponérselo casi en la cara. El animalillo se había quedado dormido―. ¿Quieres tenerlo otra vez? Igual hoy tiene hambre y te alivia las pesadillas.

Claire recordó la soberana patada que le había metido al animal esa misma mañana y la tensa tarde que había tenido después. Tal vez le tocaría a ella consolar al bichillo.

―Mejor no, gracias.

―Tú misma ―tras encogerse de hombros, devolvió a su mascota a la capucha y se reunió con Ángela en la puerta―. ¡Hasta mañana!

―Adiós ―contestó ella, con una sonrisa que a ojos de sus amigos fue sincera.

Se cerró la puerta y la soledad se cernió sobre ella. Apenas eran las seis de la tarde, pero se dio una ducha rápida, mordisqueó algo de fiambre y pan que tenía en la despensa y se acostó en la cama. Sabía que, con el sueño, volverían las pesadillas, pero prefería aquella experiencia a quedarse despierta con las dudas que asolaban su cabeza.

«Las Profecías otorgan un don a sus Elegides, y estes siempre son personas nacidas magas ―pensó en silencio―. Esta es llamada la “Profecía del Mal”… porque sus Elegides serán convertidos en monstruos. Ese es su regalo, el don que reciben».

Sus amigos habían evitado aquel detalle cuidadosamente. Sin embargo, a pesar de haber estado evitando oír sobre la Profecía, era imposible obviar lo que más aterraba a aquellos que mencionaban su nombre. Aquel don… No, aquella maldición podría caer sobre cualquier inocente capaz de moldear el méner, de hacer magia. Ángela decía que las posibilidades eran mínimas y tenía razón, pero tanto ella como sus compañeros habían presenciado demasiadas “situaciones extraordinarias” como para consolarse con la seguridad de la estadística.

Si ella o alguno de sus amigos eran escogidos…

Un escalofrío recorrió su espalda.

No quería ni pensarlo.




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