Ignorancia
―Has descubierto que portamos una
poderosa magia y, sin embargo, lejos de temer ahora quieres saber.
Claire frunció
el ceño. Aquella voz, la suya propia, resonaba con burla entre las sombras.
―Todos estos
años te has mantenido ajena al conocimiento. Lo has ignorado a cambio de tu
seguridad, de nuestra seguridad ―instintivamente, Claire buscó la fuente de
aquella voz, pero parecía proceder de todas partes excepto de su propia
garganta―. Extorsionada por el miedo has cumplido dicha tarea de forma
excelente. Y ahora, tras el pánico y la batalla quieres saber. ¿Por qué?
―Porque la
ignorancia es muerte más allá de mi hogar ―respondió Claire.
Por
experiencia, sabía que callarse solo conseguiría que la voz liberara las
garras. No, era mejor darle conversación hasta aburrirla, permitiendo que
marchara en relativa paz. Aun así, mantuvo un vistazo vigilante a la nada que la
rodeaba. Con angustia, comprobó que la oscuridad era tal que ni siquiera veía
sus propias manos. Le costaba tragar saliva. Sentía la misma presión que cuando
había mucho méner, mucha magia, en el ambiente. Probablemente la había.
―No puedo
seguir negando que soy maga, estos sueños son una demostración de ello ―la voz
hizo una exclamación de fingido interés y Claire siguió―. Mis propios amigos lo
son y yo misma maté a un animal con este poder. Por mi bien debo…
Una carcajada
cortó su recién descubierta motivación.
―¿Qué…? ¿Qué
te hace tanta gracia?
―Que enumeres
méritos ajenos como si fueran propios ―la sorna de su tono le provocó un
escalofrío―. Tú, que ni siquiera sabes quién eres, no deberías apropiarte de lo
que desconoces, y más cuando puedes seguir lamentándote gracias a mí.
Sus labios no
lograron dar con una respuesta rápida.
―Fuiste tú… ―balbuceó―.
¿Fuiste tú la que me salvó?
―Por desgracia
no tuve más opción. Mi existencia está ligada a la tuya. Por mucho que me
duela, necesito que sigas respirando.
―¿Permitiste
que hiciera magia?
La voz volvió
a reír.
―No, tonta. Tu
miedo lo ha estado impidiendo todos estos años.
―Miedo que me
provocabas tú, ¿verdad?
―¡Si sabrás
pensar y todo! ―Claire apretó los dientes y reprimió una respuesta, pues la voz
siguió―: Ya lo sabías, solo buscabas la confirmación, ¿verdad? Pues hay una
razón para mis actos. Es por nuestra seguridad, por una promesa que eres
incapaz de recordar, como tantas otras cosas. Tampoco mereces conocer de esta,
así que ahórrate las preguntas.
Claire miró a
su alrededor, esperando las garras. No esperaba un golpe bajo y debería haberlo
hecho. Su frustración era tal que deseaba marchar ya, aunque fuera arrastrada
por las garras. Por supuesto que había atribuido su miedo a sus pesadillas,
pero estas seguían siendo sueños. ¿Tanto impacto tenían en la vigilia?
Había una
forma de comprobarlo.
―Libérame del
miedo.
―¿Perdón?
―Libérame del
miedo ―repitió―. Déjame acceder a nuestro poder y comprobar las diferencias
entre la ignorancia y el saber. Hasta entonces, no creeré en esa “promesa
olvidada”. Además, tú misma has empezado a levantar esa prohibición, ¿no es
así? He saboreado la curiosidad porque tú también la sientes.
A pesar de la
negrura que devoraba su cuerpo, cegaba sus ojos y oprimía su pecho; Claire
sintió que aquella voz sonreía. Era una sonrisa que carecía de la amabilidad de
Blake o la calidez de Ángela. Era calculadora, era despiadada.
Y nacía de su
interior.
―Me duele admitirlo,
pero tienes razón… aunque no por lo que crees. Las tornas han cambiado, mi vasija.
El silencio me inquieta, así que requiero de un recipiente que conozca los
peligros más allá de este insulso pueblo. Necesitarás poder. Necesitarás saber.
Pues, aunque las posibilidades sean remotas, si podemos… tendrás que valerte
por ti misma para devolverle el favor.
Gritó. Sus
manos ahora desaparecieron tras el blanco filo de las garras. Su claridad era
tal que cegaba entre la oscuridad. Forcejeó por instinto, aunque la razón le
recordara la inutilidad de tal acción. Dolió cuando la atraparon, dolió cuando
la arrastraron.
―Dejaré que
experimentes conocimiento y magia sin mis palabras, mi reflejo. Espero que a
nuestro reencuentro hayas logrado grandes cosas… Aunque tampoco tengo mucha
esperanza en ti ―Claire volvió a gritar, pero su angustia no rivalizó con las
carcajadas de la voz―. ¡Hasta pronto!
Entre el
negro, solo se distinguía los cepos que la arrastraban a ninguna parte. Sus
brazos, su torso, incluso su voz acabó devorada por aquella nada cada vez más
pesada.
Y por fin, un
ruido la llamó a la realidad.
…
Abrió los ojos de par en par, y
el martilleo a la puerta terminó de devolverla a su habitación. Sorprendida,
comprobó que no le dolía la garganta y que ni siquiera había jadeado de miedo.
Hasta su despertar, su cuerpo no fue consciente del terror de sus pesadillas.
La urgencia de
la puerta la instó a levantarse de la cama, ya espabilada por el ruido y el
susto al final del sueño. Al descorrer las cortinas, se sorprendió al ver que
apenas amanecía.
«¿Y este
madrugón, Blake? ―pensó, dirigiéndose hacia la puerta―. Creo que jamás te he
visto despierto tan temprano. Supongo que será cosa de tus padres».
Un atisbo de
remordimiento cruzó su mente, ya que la temprana visita podría deberse a la
preocupación de la pareja. Si aquel era el caso, lamentó tanto su desasosiego
como su compañía, pues su último sueño requería una charla a solas con Blake.
Abrió la
puerta y descubrió que tendría que aplazar la sesión de terapia onírica, no por
la presencia de los Sanadores, si no por los desconocidos que recibió. Los tres
iban armados con lanzas de punta plateada, no las porras de la policía al
servicio del Reino. En sus uniformes encontró un símbolo que reconoció por las
enseñanzas de su infancia: un yelmo plateado sobre una estrella de ocho puntas.
Era el signo de la Guardia Central, el brazo de la ley del Consejo Mágico.
Mientras asumía aquella escena, la persona al frente le preguntó:
―¿Es usted
Claire Máline, residente de Máline?
―Solo uso
Claire ―murmuró rápidamente―: Pero sí.
Logró
devolverle la mirada a aquella persona. Tenía un nombre femenino en su placa,
una mujer. Tras ella había alguien con nombre compuesto y su camarada tenía uno
típico neutro: un nombre de nacimiento.
Este últime le
comentó algo en voz baja a su compañero. Aunque sus palabras no llegaron a
oídos de Claire, por su actitud pudo imaginarlas: Su apellido impostado
delataba que carecía de familia, y su palidez que era forastera.
―Una alerta ha
dado voz al extraordinario potencial mágico que posee, lo que la pone bajo
sospecha de ser Candidata a Elegida de la actual Profecía. Por ello, será
acompañada a la Sede del Consejo Mágico más cercana, la Sede Sureste, para
verificar si su poder es digno de tal cometido. Por favor, acompáñenos.
El tiempo
volvió a detenerse a ojos de Claire. Su corazón se paró abruptamente y su
respiración se contuvo a mitad de la exhalación. Tanto el color como su mente
permanecieron con ella, sus pensamientos repitiendo aquellas palabras una y
otra vez.
Candidata a
Elegida… ¿Cómo? Ni siquiera sus amigos la habían visto hacer magia, pues
llegaron después. Suponiendo que se lo habían contado a sus padres… ¿Habrían
dado estos el chivatazo? No, no podían haberla traicionado así. Tanto la
familia de Blake como la de Ángela la conocían de toda la vida, la querían. No
serían capaces.
En algún
momento, el granate y gris de los uniformes ante ella le recordó que el tiempo seguía
su curso. La mirada de la guardia, con intención amable pero igualmente
apremiante, la instó a asentir y dejarse conducir hacia el coche de caballos
que la esperaba al final del camino. Ni siquiera preguntó por cambiarse de ropa
o recoger algo de equipaje, pues el torbellino de pensamientos en su mente le
hizo olvidar el frío matinal.
Entre teorías
y posibilidades nació la idea de escapar. Si pudiera parar el tiempo de verdad,
tal y como el día anterior… Pero un vistazo a sus captores le hizo descartar
aquella idea. A pesar de su agilidad y magia, se enfrentaba a personal
entrenado: acabarían encontrándola e incluso podrían añadirle cargos por eludir
a la justicia. Sus recién descubiertos poderes tampoco eran una elección. Si
bien quería probar la libertad prometida en su sueño, temía descontrolarse como
Ángela. Ignoraba como usar sus dones y estos eran potencialmente letales, mejor
dejarlos para situaciones de vida o muerte.
Sumida en sus
pensamientos, subió al coche dócilmente. Allí, la líder le mostró unas esposas
y, con amable profesionalidad, le explicó:
―Debo ponerte
esto, es por precaución y protocolo. Sentimos las molestias.
No tenía otra
opción, así que Claire tendió los brazos y dejó que le pusieran aquellos
extraños brazales negros. Casi al instante, notó como sus fuerzas flaqueaban, teniendo
que esforzarse por no caerse. Tardó unos segundos en acostumbrarse a aquella
extraña debilidad y sentimiento de contención.
―Son brazaletes
de inhibición, bloquean la manipulación del méner―le explicó la guardia,
con un ligero deje de preocupación―. También se llaman “esposas anti-magia” por
ese motivo. De nuevo, sentimos las molestias.
Por suerte, no
tardó en acostumbrarse a aquel raro bloqueo y durante el trayecto se dedicó a
mirar por la ventana. La líder y une de sus compañeres la escoltaron dentro del
compartimento con seria profesionalidad, mientras el otro hacía de cochero. No
preguntaron nada más. Su misión se limitaba a llevarla hasta la estación de
tren, como le comunicaron al poco de marchar.
Las calles
estaban más vacías que el día anterior, probablemente por la hora y el frío
matutino. Igualmente, aceras y calles se alumbraban por farolas alimentadas por
fuego elemental, y de algunos hogares se entreveía la luz de lámparas
encantadas. Máline no era grande, así que la estación cubierta de nieve y
escarcha, hermosa a pesar de su simpleza, pronto apareció tras el cristal. La
visión de aquel lugar, construido en piedra oscura y madera ennegrecida por el
paso de los años, adquirió un funesto significado para ella.
El coche se
detuvo suavemente y su escolta la ayudó a bajar, guiándola después al interior
del edificio. La vieja estación carecía de pasajeros y estaba llena de guardias
y policía armada. Un reloj con el cristal lleno de polvo marcaba las ocho y
cuarto. En el andén esperaba un único tren, el más hermoso que Claire hubiera
visto jamás (aunque tampoco había podido contemplar demasiados). Era de hierro
oscuro y decoraciones en placa verde, con ligeros grabados dorados bajo las ventanas.
Pudo entrever su interior a través de ellas, elegante y acogedor. También
parecía haber guardias dentro, así que Claire apartó la vista y entonces cruzó
miradas con Blake y Ángela.
Su escolta le
quitó las esposas y dejó que se acercara a sus amigos. También iban en pijama,
aunque cubiertos por chaquetas. Claire lamentó no haber cogido abrigo.
―¿Nos han
traído por lo de ayer? ―les preguntó entre susurros.
―Eso estábamos
discutiendo —respondió Blake, encogiéndose de hombros—. Parece lo más probable.
—Entonces fue
mi culpa ―siguió Ángela, temblando de frío―. La única pista que tienen son los
cuerpos… Bueno, las cenizas. Y ningún encendedor o mago del pueblo dio la
alarma, así que entiendo que sospecharan de mí ―suspiró y centró la mirada en
sus amigos, como si de repente descubriera que estaban ahí―. ¡Un momento! Entonces,
¿qué hacéis aquí?
―Porque no
conocen al autor del cuerpo monocromo ―respondió Claire, al mismo tiempo que ella
misma se daba cuenta― y Blake y yo somos los principales sospechosos por
llevarnos contigo ―Ángela bajó la cabeza, casi avergonzada, y Claire se giró
hacia Blake―. Lo siento por haberte… por haberos involucrado en esto. Es mi
magia la rara, ¿no?
―No, no es
eso. No tenéis nada de lo que disculparos, chicas ―negó Blake. Puso una mano en
el hombro de cada una―. Tu magia es peculiar y la de Ángela poderosa, sí, pero
en circunstancias normales no estaríamos aquí ninguno de los tres. Ya oíste ayer
en el bar, están desesperados y ven Elegides en todas partes. Solo ha sido mala
suerte.
Blake les
dedicó una sonrisa tranquilizadora que pareció funcionar. Ángela asintió,
desterrando la culpa de su rostro, y Claire se permitió guardar sus temores.
―Solo ha sido
mala suerte y desesperación ―insistió él―. Quiero decir, míranos. Nos han
sacado de casa en pijama, sin dejar que nos acompañaran nuestras familias. Apenas
pude despedirme de Blumy y odio dejarle solo con mis padres. Nunca le dejan
salir al jardín por si se come las flores… ―suspiró y miró a Claire. Un
pensamiento desterró su abatimiento―. Bueno, al menos no será para tanto.
Pasaremos unos días en la Sede y volveremos tan tranquilos.
―Por suerte
nos tenemos a los tres ―apuntó Claire.
―¡Exacto! ―una
sonrisa pícara cruzó el rostro de Blake―. Podríamos usar esta oportunidad para
seguir con tu educación.
Claire tardó
en devolverle la sonrisa. Había notado un titubeo en su voz.
―Es verdad,
¡podemos explicarte el funcionamiento del Consejo de primera mano! ―exclamó
Ángela, bastante más emocionada que ella―. Bueno, puede que no sea tan
emocionante como aprender magia, pero…
El entusiasmo
de Ángela fue interrumpido por la llegada de un guardia.
―Disculpad,
debéis subir al tren. Ya es la hora.
La escolta se
dividió con la inminente partida. Un par de guardias acompañó a Claire y sus
amigos a uno de los vagones y el resto se distribuyó a lo largo del tren.
«Extraño
―pensó, mientras le tendían una mano para subir―. Al final será cierto que las
esposas eran por protocolo, al igual que el volumen de la escolta. Supongo que
a sus ojos solo somos críos. ¿Cambiaría si supieran lo que hizo mi magia…?»
Sus funestas
cavilaciones desaparecieron al contemplar el interior del vagón que, por la
expresión de sus amigos, entendió que era realmente lujoso. El material
predominante en las decoraciones era madera oscura, con motivos florales
tallados. Los asientos estaban cubiertos por cojines verdes, color que también
se extendía por el papel de las paredes. La iluminación era cálida y, si no
fuera por la estación tras las ventanas, Claire habría pensado que se
encontraba en el vestíbulo de un hotel, de una mansión tal vez. Nunca había
pisado ni uno ni otro, pero supuso que lucirían similares.
Al ver cómo
Claire contemplaba sus alrededores, el guardia más cercano explicó:
―Este es un
tren de uso exclusivo para el Consejo, específicamente para conducir a
candidates a Elegide a la Sede Sureste. Lleva funcionando durante más de seis
Profecías ―la mirada del hombre acompañó a la de Claire, que se detuvo en un
par de mesas al fondo―. Allí tenéis desayuno y luego os serviremos almuerzo.
Ser candidates a Elegide es un honor, así que acudid a nosotros si necesitáis
cualquier cosa.
«Un honor ―se
repitió Claire, mientras el hombre se reunía con su compañero en un par de
asientos―, dice mientras marchamos sin pertenencias ni la despedida de nuestras
familias. Extraño concepto del honor tienen aquellos al servicio del Consejo».
Antes de
servirse el desayuno, los guardias les tendieron ropa de recambio. Claire lo
agradeció mentalmente y Ángela expresamente, y ambas coincidieron que habría
sido extraño visitar una sede del gobierno en pijama. Condujeron a cada joven a
un compartimento distinto para cambiarse. Las prendas eran bastante básicas:
pantalón y zapatos oscuros, junto a una camisa gris con la estrella de ocho
puntas en el pecho, símbolo del Consejo.
Al probársela,
Claire hizo una mueca al comprobar que era tela fina, apropiada para el
acogedor calor del tren, pero no para el crudo invierno del exterior. ¿Estarían
viajando a un lugar más cálido? Por si acaso, tomó la chaqueta oscura que venía
con el conjunto y se la puso sobre los hombros. Por un momento, echó en falta
su bufanda azul y lamentó no haber podido llevársela.
El
compartimento era pequeño y compartía la estética del vagón-recibidor. Al
sentarse en la cama, se dejó caer y la comodidad la tentó a dormirse. Lo
descartó enseguida. Ahora mismo necesitaba la compañía de sus amigos, no la de
sus pesadillas, por mucho que estas la tentaran con pedacitos de información.
Además, de nada le serviría dormir si aquella voz dijo que se ausentaría por
unos días.
Decidió volver
al vagón común y remediar su cansancio con café. Sus amigos también se habían
cambiado y Ángela llevaba dos tazas en sus manos: chocolate caliente para Blake
y café con leche para ella. Tras dejarlas en la mesa y dedicarle una sonrisa a
la recién llegada, volvió junto a Blake para contemplar cómo apilaba comida en
un plato ya rebosante.
―Todavía no me
creo que seas capaz de comer en un momento así ―comentó Ángela, sin una pizca
de asombro. Ni se inmutó cuando un tercer bollito alcanzó la cúspide de la
montaña de galletas―. ¿Cómo lo haces?
―Es sencillo,
mi estimada Ángela ―respondió con dramatismo y sin mirarla, ya que tenía la
atención puesta en equilibrar el nuevo bollito―. Pillo comida, la pongo en el
plato y después me la como. El segundo paso es ligeramente más complicado que
el resto por mi avaricia, pero distribuirlo con otro plato sería una afrenta a
mi honor.
―Ahí te cabe
una magdalena para mí ―señaló Claire.
―Y dos….
Bueno, tal vez no. No, no, ¡no…!
La
inestabilidad de la montaña de hidratos convenció a Blake para distribuir el
contenido en un segundo plato junto a Claire, que ambos llevaron a la mesita
que escogió Ángela. Aunque la ausencia de carnes denotaba que Blake escogió el
desayuno, se había preocupado en poner dulces que les gustaran también a sus
amigas. Las galletas de crema de cacahuete impresionaron a Claire, y Ángela les
dedicó un aprobado alto a las tartaletas de frutos rojos. Por recomendación de
Blake, Claire aceptó abrocharse el cinturón de los asientos.
―¿Esto nos
salvará si el tren se sale de las vías?
―Sí, ayuda a
tenerlo fijo en los raíles ―Blake puso los ojos en blanco―. Solo abróchate. Soy
hijo de Sanadores, me tomo la seguridad muy en serio ¿vale?
Como si
afirmara las palabras de Blake, el tren dio una sacudida que asustó a Claire, calmándose
solo cuando siguió la mirada de Ángela hacia la ventana. Estaban saliendo de la
estación, despacio, como si la propia maquinaria quisiera despedirse de la
modesta Máline. Las farolas eran puntos de luz entre la niebla y el vapor del
tren, cada vez más lejanos conforme la fría blancura las engullía. La ventana
estaba helada, y los dedos de Claire se quedaron pegados en ella por unos
segundos. Había empezado a llover, y las gotas de agua parecían competir en su
carrera sobre el cristal. A través de la llovizna y la nieve, Claire vio como
el pueblo que la acogió se alejaba cada vez más deprisa y una extraña sensación
se apoderó de ella. El vértigo y la aguda nostalgia le hicieron preguntarse si
alguna vez volvería a Máline, y en seguida negó con la cabeza ante el
dramatismo de la duda.
Tras un último
vistazo, Máline desapareció entre la marea verde y gris que formaban los
árboles que la rodeaban. Como si el propio bosque hubiera devorado el tren.
Volviendo la
vista al interior del vagón, Claire comprobó que su escolta cercana seguía
siendo de dos personas, ambos hombres. Se mantenían al margen, charlando
tranquilamente, sin prestar demasiada atención a los jóvenes.
«Tampoco es
que les hiciera falta ―pensó Claire―. No vamos a saltar del tren para huir. Las
ventanas están selladas… y no estamos tan locos».
Seguía siendo
raro así que, tras comprobar sus distancias, susurró:
―Oye, ¿no os
parece poca vigilancia? Hay como treinta guardias y solo dos aquí.
―Son
suficientes para nosotros ―contestó Ángela―. El grueso de la escolta es para
protegernos, no para supervisarnos o impedir nuestra huida.
―¿Protegernos?
―repitió Claire―. ¿De qué?
―Es complicado
―siguió ella. Su característica vivacidad cambió a una expresión reflexiva
mientras encontraba las palabras adecuadas―. Aunque Máline y la mayoría del
Reino de Sidera está lejos del conflicto armado, el mundo entero es un campo de
batalla. La aparición de la nueva Profecía y sus Elegides se presentó como un
punto de inflexión a la contienda, y los tres Bandos les desean por distintos
motivos. El Consejo Mágico, sin ir más lejos, pretende emplearles como armas de
guerra para lograr la victoria.
Claire
parpadeó. Había escuchado fragmentos sobre aquel tema a lo largo de su vida en
Máline. No terminaba de sorprenderle, pero seguía siendo inverosímil.
―Quieren usar
niñes para luchar en la Guerra. ¿En serio?
―Bueno,
técnicamente niñes ya no son ―apuntó Blake, encogiéndose de hombros―. El tiempo
de Elección de las Profecías es de cinco años y esta salió hace veinte, por lo
que les Elegides tienen entre quince y veinte años actualmente. Hace tiempo que
habrán escogido su nombre binario o compuesto u optado por mantener el primer
nombre, neutro. No obstante, la costumbre dicta hablar de Elegides y candidates
de la Profecía con la e ―chasqueó la lengua―. Acabo de caer en que cumplimos el
requisito de la edad.
―Sigue siendo
bastante dudoso moralmente ―suspiró Claire.
―No lo niego.
Es más, las malas lenguas dicen que incluso aprovechan la búsqueda de Elegides
para incorporar a les candidates como aprendices del Consejo o ejército ―Claire
abrió los ojos con sorpresa y Blake la calmó forzando una sonrisa despreocupada―.
No sé cómo será en el caso de les Elegides, pero no pueden obligarnos a luchar
siendo civiles. No te preocupes.
―Es cierto, aunque
dudo que solo sean rumores ―añadió Ángela, en voz notablemente más baja.
―Bueno, que
intenten enrolarnos a ver qué pasa ―rio Blake―. Me veo el primer día de
entrenamiento yendo a la enfermería con el pelo quemado.
Un puntapié “cariñoso”
le robó una exclamación a Blake.
―¡Ay! Vale, lo
siento, lo siento.
Una pequeña
discusión saltó entre los dos. Claire no participó, recogiéndose en si misma
para memorizar bien aquella información. ¿Tanto poder tenían les Elegides como
para ser empleados en la Guerra? ¿Por eso el Consejo parecía tan desesperado en
encontrarles?
Ángela asintió
cuando verbalizó aquella pregunta.
―Eso se dice,
pero no es algo único a esta Profecía. Quiero decir, todas han dado mucho poder
a sus Elegides, solo que esta vez parece centrarse en su aptitud para el
combate.
―Porque les
convertirá en monstruos ―siguió Claire, y Ángela desvió la mirada, visiblemente
incómoda. Había visto aquella expresión cientos de veces entre sus vecinos al
salir el tema―. Entiendo entonces que la prisa del Consejo no es solo para emplearles
en la Guerra, sino para evitar también que los otros Bandos hagan lo mismo.
―Sí y no ―contestó
Blake, con cautela―. No descartaría que compartiéramos intenciones con los
Neutrales, pero los Metaloides buscan abolir la magia. Sus leyes, que en muchos
de sus países también son mandamientos religiosos, prohíben el uso de cualquier
cosa que moldee la energía mágica conscientemente, por lo que quieren matar a
les Elegides por más motivos que dar ventaja al Consejo ―Claire frunció el
ceño, mirándole con interés―. Se declararon culpables de un par de atentados en
Derakonia con candidates: nunca llegaron a sus Sedes para la comprobación.
―Los
asesinatos a candidates son escasos y normalmente ocurren en las fronteras. La
mayoría de Elegides nacen en el Bando Mágico por eso de que el Talento
desbloqueado se hereda ―siguió Ángela―. Es posible que nazcan magues con padres
de Talento bloqueado, pero es mucho más raro. Antes que en el Bando Metaloide,
probablemente les Elegides nacieron entre Mágicos o incluso Neutrales, aunque
estos son menos numerosos.
―Y en el Reino
de Sidera no ha habido ningún atentado porque estamos lejos del continente
Metaloide ―Blake dejó la taza en la mesita para desperezarse―. Bueno, ha sido
una primera clase de magia y geopolítica bastante intensa. ¿Cómo la llevas,
Claire? ¿Alguna pregunta más?
Claire meditó
su propuesta unos instantes. Durante aquella conversación, el humor de Ángela había
convertido su sonrisa en una mirada funesta. La joven había intentado
ocultarlo, centrándose en su desayuno y evitando mirar a sus compañeros, pero
Claire siguió notando la tensión de sus hombros y la inquietud en sus ojos
oscuros. Aunque decía reconfortarse en la estadística, le incomodaba el tema de
la Profecía.
En cambio,
Blake parecía tranquilo. Era tranquilo en sí. Pocas cosas podían alterarlo y,
al parecer, aquella conversación no era una de ellas. Incluso en la pelea de
ayer logró enmascarar sus nervios hasta que le pidió huir y el miedo se reveló
en sus suplicantes ojos.
La
conversación de ayer le ayudó a entender ambas posturas. Ángela expresó sus
temores hacia su magia, difícil de controlar, por lo que comprendía que temiera
y asociara aquel poder al de una Elegida. Pero Blake… No, en serio. ¡¿Cómo
podía estar tan tranquilo?!
―¿Cómo estás
tan seguro de que no eres un Elegido?
Blake parpadeó
antes de fijar la mirada en Claire. Su sorpresa era genuina.
―Mm… Porque si
me estuviera convirtiendo en un monstruo ya lo habría notado, no es un cambio
del día a la noche. Como no ha ocurrido, sé que no lo soy ―Blake se encogió de
hombros―. Quiero decir, no me han crecido garras ni tengo sed de sangre o algo
así. Es más, soy un humilde vegetariano con sed de chocolate. Este está
realmente bueno.
Terminó de
hablar con una sonrisa y se apartó unas migas de galleta de la mejilla, antes
de volver a su taza. Ángela, quien había estado vigilando a los guardias
innecesariamente, volvió por fin la cabeza hacia sus amigos. Claire pensó en
repetir la pregunta, pero se contuvo al recordar su incomodidad ante el tema.
Por eso se
sorprendió cuando ella contestó igualmente:
―Yo es que soy
demasiado guapa para ser una Elegida ―Claire sonrió y casi se le escapó la risa
cuando Blake se atragantó con el chocolate―. ¡Blake, te va a caer otro
puntapié!
―¡Es que no me
lo esperaba! ¡Ja, ja! ¡Lo siento! ¡Ay!
―Si normal que
no temas ser un Elegido con lo tonto que eres. Así ha salido Blumy ―ahora fue
el turno de Claire para reírse, y Ángela le dedicó una cálida sonrisa―. Sé más
positiva, Claire. Tú que eres tan racional, recuerda que la estadística está de
nuestra parte. Si no, alude a tus sentimientos: tú tampoco te sientes como un
monstruo ¿verdad?
El recuerdo
del cadáver monocromo volvió a la mente de Claire. Había muerto muy rápido… De
forma casi indolora, se atrevió a pensar. No parecía un acto cruel como su
mente sugería que actuaría un monstruo.
―No, no me
siento como tal.
―Entonces no
tienes por qué preocuparte. Tómatelo como un viaje entre amigos, tu primera vez
fuera de Máline. Si quieres, en volver lo celebramos con una fiestecita.
Claire asintió
y volvió la vista a la ventana, distraída. Apenas recordaba los mapas del Reino
desde las clases en su infancia, pero dudaba que le sirvieran para localizarse
en ellos. Tras el cristal solo veía bosques de ramas y hojas oscuras. Había
notado el descenso montaña abajo del tren, por lo que no le sorprendió la
desaparición paulatina de la nieve. La niebla, en cambio, seguía presente,
acompañada de una lluvia que amenazaba con convertirse en un potente aguacero.
El traqueteo del tren y el tenue sonido de la lluvia sobre su ventana se mezclaba con las voces de sus amigos, transmitiendo a Claire una calma que, dada su situación, le sorprendió gratamente. En algún momento, su mente logró regresar a la conversación y sus amigos le dieron la bienvenida con otro repaso sobre su mundo.
El vasto continente del Bando Mágico se divide en nueve Reinos. Sus monarcas gestionan las leyes que versan sobre la vida noma, dejando los asuntos mágicos al Consejo. Esto no impedía que la mayoría de nobles fueran destacados magos con linaje mágico de generaciones, con sus monarcas participando directamente en la Gran Guerra.
―Al menos, así era hasta hace poco. Creo que solo la Reina Consorte de Hirst sigue implicándose como Capitana de sus ejércitos. El resto han preferido retirarse a cuidar sus territorios ―explicó Blake, pensativo―. Es comprensible tras la “Sangría Azul” que ocurrió hace doce años, donde las batallas contra Metaloides se cobraron la vida de cinco monarcas a lo largo de un año de disputa. Los Mágicos terminaron ganando terreno, pero a cambio de las vidas de la Reina Legítima de Derakonia, el Rey Consorte de Retarguia y la Trinidad Real de Zes’Haris.
»Mi padre dice que la muerte del Rey de Retarguia afectó tanto a su esposo como a su pueblo, y que estos siguen guardándole el luto tras tantos años. La Reina Arakonis fue una excelentísima Elemental de fuego cuyas habilidades en combate no bastaron para librarla de la muerte. Los rumores dicen que el gobierno de su esposo, el actual Regente de Derakonia, está llevando a su Reino a la ruina económica.
»Zes’Haris fue el Reino más afectado. Con la muerte de sus progenitores , el gobierno pasó a manos de la princesa mayor, ahora Reina. Aunque se la conocía por ser una mujer paciente y amable, su ascenso al trono ha provocado unas políticas bastante extrañas para…
―Blake, creo que estás durmiendo a Claire. Es un tema complejo, mejor dejarlo para más adelante.
―¿Eh?
―Creo que necesito un cuaderno y lápiz ―confirmó Claire, con una mueca―. Sabía que te gustaba la historia, pero ¿no era Ángela la de los cotilleos?
―¿Cotilleos? ―repitió él.
―No es mala idea aprender de política tomándola como “cotilleos a gran escala” ―aceptó Ángela, sopesando la observación de Claire―. Bueno, ¿se te ha quedado algo?
―Que hace unos años murieron muchos monarcas y por eso ahora se centran en sus Reinos, donde manejan políticas interiores y nomas. La magia, para el Consejo.
—Me sirve —aprobó Ángela—. Ahora estamos dirigiéndonos a una de las cuatro Sedes del Consejo. La Sureste, supongo. Se nom bran según las diagonales de la rosa de los vientos, referenciando su ubicación aproximada.
—¿Por qué las diagonales? —se extrañó Claire—. ¿No quedaría mejor usar los puntos cardinales?
—Esos son para las Torres de Dioses, que completan la rosa —intervino Blake. Siguió su explicación al notar la curiosidad de Claire—. Son la tercera institución del Bando, pero poco sé sobre su función. Sé que alimentan la Red de Méner, y que intervienen en protección y las Profecías de alguna forma.
—Con la Red permiten el Sistema de Ocultación del Consejo, por ejemplo —comentó Ángela—. Por eso solo se puede llegar a las Sedes por medios oficiales como este tren.
Claire frunció el ceño.
—Entonces hay nueve Reinos y cuatro Sedes y Torres que forman ocho. Nueve y ocho —chasqueó la lengua—. ¿No os da rabia que no coincidan los números?
―¡Sí, gracias! ―exclamó Ángela―. ¡Llevo pensándolo desde niña! Y encima, Blake no lo ha dicho, pero hay una Sede y Torre Centrales: ¡Ni siquiera se cumple lo de la “rosa de los vientos”!
―Agh, no las
había mencionado porque son edificios que solo se ocupan durante reuniones y
eventos excepcionales ―masculló Blake.
―Hablando de
“eventos” ―volvió Ángela, con un brillo en los ojos que advertía peligro―, ¿creéis
que podremos asistir al Baile de Fin de Año?
―¿Baile?
―repitió Claire, y Blake se apresuró a contestar:
―¿No creo?
Quiero decir, solo somos candidates a Elegide. Nuestra relación con el Consejo
es meramente temporal.
―¿Y si consigo
convencerles? Vamos, mis madres siempre han hablado maravillas de los bailes
del Consejo, y el de Fin de Año es de los más espectaculares. Lo único es que
no llevo vestido conmigo, pero aún quedan un par de días. Seguro que consigo
encontrar algo.
―Cielos,
espero que nos suelten antes de eso ―exclamó Blake―. Los aprendices y
Consejeros no merecen que les persigas para bailar… ¡Ay!
Un movimiento
bajo la mesa advirtió de otro puntapié hacia Blake. Durante unos instantes, el
mueble ocultó una intensa pelea de pataditas y maldiciones de la que Claire se
apresuró en apartarse, desviando la vista hacia la ventana. Seguía sin verse
nada interesante. Solo niebla, lluvia, y unos árboles oscuros similares a los de
los bosques malinenses.
―¡Ay! Con esa
te la has ganado ―exclamó Ángela quien, sin embargo, de pronto endulzó la voz―:
Ahora solo le pediré bailar a mi querida Claire. Tú tendrás que ir lo
suficientemente elegante como para que considere tomarte de la mano.
―Iré con
pijama si así consigo que no me pises también bailando. ¡Toma esta!
Otro golpecito
y otra queja que ocultaba una risa tonta. La niebla se disipó un poco y Claire pudo
observar el paisaje. Parecía que las vías habían subido por una pequeña colina,
y entre el oscuro verde y el aguacero un destello reflejó las luces del tren.
¿Un lago tal vez? Y aquella estructura ennegrecida…
Risas y
pensamientos se enterraron bajo un chirrido metálico que reverberó por todo el
vagón. Sin previo aviso, el tren comenzó a frenar en un intento desesperado de
mantenerse sobre las vías. Las luces se apagaron tras parpadear unos instantes,
sumiéndoles en una agónica oscuridad donde Claire solo podía guiarse por los
chillidos de sus amigos. Su cuerpo quiso salir despedido del asiento y el
cinturón lo retuvo en su sitio, clavándose en su carne y huesos. El impacto
expulsó el aire de sus pulmones. Un golpe sordo y otro frágil indicaron que los
platos se habían roto. Un escalofrío subió por su espalda al no lograr
reconocer la voz de Blake entre los gritos. Cuando el tren dio la sacudida
final, Claire no podía despegar los dedos de la madera, temiendo un último
tirón. Tomó aire. Dolía respirar.
―¡¿Qué narices
acaba de pasar?! ―chilló Ángela a su lado―. ¡¿Estáis bien?!
Al fin, Claire
logró separar las manos del asiento, alargándolas en busca de Ángela.
―Lo estoy ―le
contestó, y apretó su mano para reforzar sus palabras.
―¡Guardad la
calma! ―escucharon de fondo. Era uno de los guardias―. Voy a encender las luces
con el suministro de emergencia.
Pasos y un
clic metálico. Claire lo reconoció y también desabrochó su cinturón con manos doloridas.
Ángela permaneció inmóvil a su lado.
―¿Blake…? ―lo
llamó, con voz queda.
Claire rodeó
la mesa, dando con el cuerpo de su amigo. Al notar su cara, algo se pegó en sus
dedos. Sus pies crujieron entre trozos de platos rotos.
―Sigue aquí,
pero creo que se ha golpeado con algo. ¿Blake? ¡¿Me oyes?!
Las luces
volvieron y unas sombras delataron que los guardias habían acudido a su lado.
Claire no se giró a mirarlos. Aún tenía las manos sobre los hombros de Blake,
manchados de restos de comida y trozos de porcelana. Había sangre goteando de
su frente. Sus ojos cerrados.
Gritó.
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