sábado, 25 de febrero de 2023

La Perdición del Entomólogo. Primer texto

 La Araña y la Cama de Seda


Como protagonista en un cuento, me dejé caer sobre el lecho esperando el beso que me salvaría.

Esperé y esperé, soñando con que aquella sería la cura para el letargo de mi corazón.

El polvo nevó sobre las sábanas de seda, volvió pálida mi tez. No había amanecer que derritiera el hielo que conservaba mi cuerpo. No había viento que limpiara las nubes de mi cabeza. Tiempo hacía que no llovía sobre mis mejillas y, sin embargo, mis párpados temblaban temiendo una tormenta.

En el velatorio de mis sentimientos, solo una perezosa melancolía vestía el luto. Paseando por el camposanto, con las estaciones varía su atuendo, pero el negro permanece. Caminando sobre sus propios pasos, dedica flores y un par de lágrimas amargas a mi recuerdo.

Un día, llamé a una araña y esta pareció apiadarse de mí. Bajó despacio, deslizándose sobre el lecho que hacía las veces de féretro. Una mano y luego otra, y otra, y otra. Las sábanas se hundían bajo sus dedos, y entre sus falanges se enredaban hilos y falsas promesas. Extendió los brazos y estos encerraron mi forma en su jaula.

Su boca rozó la mía. Múltiples ojos contemplaban un único par y un recuerdo alumbró como un faro entre la niebla, parpadeando en prejuicio.

La luz se desvaneció y regresé al presente. «No, no existe tal dureza en los ojos de la araña» pensé en aquel entonces, pero bien podría ser una mentira para infundirme valor, para evitar la culpa. Sus pupilas emitían un calculado análisis. Exponían su curiosidad, sincera, y su hambre, insaciable.

Mentí reflejando su gesto, pues sería descortés no sentir lo mismo.

¿Era esta la solución? ¿La cura para el vacío que me ataba al lecho?

―¿De verdad quieres esto? ―preguntó también la araña, mas su apremiante piedad goteaba lascivia.

Suspiré y agradecí su consideración, aunque en la codicia de sus ojos ya me hubiera devorado.

―Este fin requiere dos almas. La mía no puede alzarse, atrapada no en tu red si no en gélida pena. No espero que un temblor me recuerde andar, ni siquiera respirar. De la pasión surge una calidez que me recuerda al amor y la ira, pero esta carcasa está fría de dejadez y rencor. Si tu voracidad prende una mísera chispa, la saliva me sabrá a victoria. Si no, espero que este encuentro no amargue tu sed.

―Servirá ―cortó con condescendiente soberbia.

Sus labios bajaron y se encontraron con las grietas de los míos. El calor derritió el glaciar como una calima que después regresaría a tierras más áridas. Fue un beso ácido, mas en mi soledad, la ponzoña me supo a miel.

¿Me arrepentiría de esta empalagosa hiel? Se lo preguntaría al espejo a la mañana siguiente. De momento cerraría los ojos y me dejaría perder en lo que tantos llamaban ambrosía y que para mí no era más que insípido jarabe. Tal vez así encontrara alguna nota dulce en él.




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sábado, 4 de febrero de 2023

Murmullo Abisal. Segundo Texto.

 

Horizonte de Decesos


Hay un lugar más allá del crepúsculo, bajo en el cielo y alto en el mar, donde la noche se besa con las aguas.

Las calmadas olas grises acarician el horizonte que las separa de las estrellas. Cuánto más pasan las horas, más se difumina la línea que separa arriba y abajo, con la memoria del Sol como única diferencia.

La Luna acude entonces como celadora de océano y noche, iluminando el encuentro con madura luz. El astro juzga sus discretas caricias. Ve las curvas de las imperfectas olas y señala la puerta que el Sol cerró en su despedida, un recordatorio de que el intenso encuentro siempre debe terminar con un adiós.

Vigila por el bien de aquellos que iluminan la tierra, que izan las velas sin miedo a tormentas y olas. Por las estrellas que se esconden tras ella, temerosas de aquellos ojos que las buscan desde el abismo.

La propia Luna desconfía de la atenta mirada de la fosa abisal, pues su claridad jamás permea hasta sus intenciones. Sucumbiendo a su pavor, la celadora a veces incumple su deber, refugiándose en el consuelo de sus lejanas hermanas.

He aquí mi advertencia, Viajante. No ices las velas en aquellas noches donde la celosa vigilante se marcha. No navegues en mares donde su luz no basta para iluminar a los oscuros amantes. Atiende a mis palabras o promete guardar respeto y precaución en tu barca.

Pues el amor de ambos infinitos se funde en un perfecto negro, y sin luz para guiarte puedes perderte entre su beso.

¿Qué harás entonces? Cuando tu barco salte de las olas al firmamento, alto y alto, hasta que todo lo que has amado parezca arena a tus ojos.

¿Qué harás después? Cuando el mar reclame las velas y remos de tu embarcación. 

Tus saladas carnes y huesos... ¿Podrás mantenerlos unidos aunque el vacío los reclame?

Teme, Viajante, el momento donde la cobarde Luna permite la reunión entre los abismos, y la oscuridad de ambos se funde en una línea imposible de distinguir. Es entonces donde los secretos se hunden y los temores salen a flote. Tu aliento en burbujas busca el cielo y, sobre este, no hay aire ni para permitirte un suspiro.

Si pierdes el rumbo de tu barca, ya no habrá senda ni tierra a la que regresar. Tu destino será sellado, sin más opción que rogar clemencia al sempiterno negro.

En tu descarriado viaje, no sabrás si te hundes o asciendes, si flotas o caes. Tanto dará conforme aumente la distancia entre tus restos y lo que una vez viste, amaste, odiaste. Verás falsas luces en tu camino, almas vivas que ansían lo que el mar debe cobrarse y estrellas muertas que jamás estuvieron vivas. No extiendas la mano hacia tal mentiroso juramento, pues alargará tu travesía, y ni el océano ni el tártaro son complacientes con aquellos necios que les hacen esperar.

Solo déjate caer o ascender, avanzando con elegancia y calma. Deja que el mar recupere lo que una vez fue suyo, presenta tus respetos al cementerio de estrellas que es el vasto espacio. Reza porque la presión o su ausencia te moldee con gentileza y así tu alma seguirá intacta.

Y, una vez llegues al fondo, ya sea en horas o millones de años, que tus restos y esencia descansen sobre arena y esta te vista con un velo apropiado a tu llegada.

Deseo que, tras tan largo viaje, tu erosionada carne, hueso y alma todavía pueda recordar lo que una vez vio, odió y amó. Si por entonces aún conservas lágrimas, estas serán saladas, como tu verdadero hogar, y ascenderán de vuelta al cielo, como el polvo de estrellas del que partimos y al que regresaremos para el próximo adiós.



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