Horizonte de Decesos
Hay un lugar más allá del crepúsculo, bajo en el cielo y alto en el
mar, donde la noche se besa con las aguas.
Las
calmadas olas grises acarician el horizonte que las separa de las estrellas.
Cuánto más pasan las horas, más se difumina la línea que separa arriba y abajo,
con la memoria del Sol como única diferencia.
La Luna acude entonces como celadora de océano y noche, iluminando el encuentro con
madura luz. El astro juzga sus discretas caricias. Ve las curvas de las
imperfectas olas y señala la puerta que el Sol cerró en su despedida, un
recordatorio de que el intenso encuentro siempre debe terminar con un adiós.
Vigila por el bien de aquellos que iluminan la tierra, que izan las velas sin
miedo a tormentas y olas. Por las estrellas que se esconden tras ella,
temerosas de aquellos ojos que las buscan desde el abismo.
La
propia Luna desconfía de la atenta mirada de la fosa abisal, pues su claridad
jamás permea hasta sus intenciones. Sucumbiendo a su pavor, la celadora a
veces incumple su deber, refugiándose en el consuelo de sus lejanas
hermanas.
He
aquí mi advertencia, Viajante. No ices las velas en aquellas noches donde la
celosa vigilante se marcha. No navegues en mares donde su luz no basta para
iluminar a los oscuros amantes. Atiende a mis palabras o promete guardar respeto y
precaución en tu barca.
Pues
el amor de ambos infinitos se funde en un perfecto negro, y sin luz para
guiarte puedes perderte entre su beso.
¿Qué
harás entonces? Cuando tu barco salte de las olas al firmamento, alto y alto,
hasta que todo lo que has amado parezca arena a tus ojos.
¿Qué harás después? Cuando el mar reclame las velas y remos de tu embarcación.
Tus
saladas carnes y huesos... ¿Podrás mantenerlos unidos aunque el vacío los reclame?
Teme,
Viajante, el momento donde la cobarde Luna permite la reunión entre los abismos,
y la oscuridad de ambos se funde en una línea imposible de distinguir. Es
entonces donde los secretos se hunden y los temores salen a flote. Tu aliento
en burbujas busca el cielo y, sobre este, no hay aire ni para permitirte un
suspiro.
Si
pierdes el rumbo de tu barca, ya no habrá senda ni tierra a la que regresar. Tu
destino será sellado, sin más opción que rogar clemencia al sempiterno negro.
En
tu descarriado viaje, no sabrás si te hundes o asciendes, si flotas o caes. Tanto
dará conforme aumente la distancia entre tus restos y lo que una vez viste,
amaste, odiaste. Verás falsas luces en tu camino, almas vivas que ansían lo que
el mar debe cobrarse y estrellas muertas que jamás estuvieron vivas. No
extiendas la mano hacia tal mentiroso juramento, pues alargará tu travesía, y
ni el océano ni el tártaro son complacientes con aquellos necios que les hacen
esperar.
Solo
déjate caer o ascender, avanzando con elegancia y calma. Deja que el mar recupere lo que una vez fue suyo, presenta tus respetos al cementerio de estrellas
que es el vasto espacio. Reza porque la presión o su ausencia te moldee con
gentileza y así tu alma seguirá intacta.
Y,
una vez llegues al fondo, ya sea en horas o millones de años, que tus restos y
esencia descansen sobre arena y esta te vista con un velo apropiado a tu
llegada.
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