Tomas las cartas entre tus manos y examinas por encima su contenido. Por un momento, te cuestionas si se trata de una correspondencia privada, pero no tardas en descartar tal pensamiento. Si lo fuera, no estaría a la vista de todo el mundo.
Parece ser que están ordenadas según su fecha de adición a la colección, aunque todas parecen tan antiguas que resultaría imposible organizarlas por el momento de su escritura. Curiosamente, no percibes el olor a tinta y papel antiguo que esperarías de ellas. Solo queda un aroma a sal y ozono, como el de una tormenta en alta mar.
En el dorso de cada carta está su título:
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