viernes, 23 de junio de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 9

Última oportunidad


Blake y Claire esperaban sentados en el sofá de su nuevo hogar, el mismo apartamento en el interior de la Sede donde durmieron antes del Marcado. Como entretenimiento, seguían los nerviosos pasos de Ángela de un lado a otro, esperando a la riña que les había prometido.

Era lo mínimo que podían hacer por ella, quien había vivido la caída de ambos: Blake, halló a Claire nada más despertar, pero Ángela se quedó con los Consejeros cuando se llevaron a su amiga.

Por suerte o por desgracia, su incertidumbre no duró más que una hora. A las tres de la tarde, Ángela se desmayó como una Elegida más y una Marca rasgó la mitad inferior de su espalda.

—Tenéis que comprenderlo —comentó, sin cesar sus andares enfurruñados—, lo malo no fue despertarme allí. Apenas me importó descubrirme una Elegida. Bueno, sí, pero…

Ángela gesticuló efusivamente. De alguna forma, Blake logró traducir su mensaje:

—En el fondo, ya te lo esperabas —Ángela asintió y abrió y cerró sus manos un par de veces. Significaba un “gracias” frustrado—. Entiendo ese sentimiento.

—No, Blake, no lo entiendes —se llevó las manos a la cara y las dejó caer lentamente, tirando un poco de sus párpados inferiores—. Sanador, Blake, eres un Sanador. Mis poderes matan cosas.

—Fue para defenderte —interrumpió Claire, pronunciando despacio—. Si no hubieras atacado a esas bestias y…

«No solo fueron animales» —cayó en cuenta. Cruzó miradas con Ángela, descubriendo una segunda capa de amargura sobre sus gestos.

—Maté a shirizas enajenados en el lago —recalcó, bajando la cabeza—, gente que no tenía la culpa de estar allí. Eran inocentes, poseídos por alguna especie de plaga, y yo solo pensé en matar —negó con la cabeza—. Con esta magia, pues claro que me esperaba ser Elegida. ¿Cómo no hacerlo?

—Ángela, mi Habilidad no es la Sanación —insistió Blake, pretendiendo desviar el tema. Ella le dedicó una mirada carente de sorpresa. Lo sabía, simplemente había decidido ignorar aquel hecho—. Y dudo que la tuya sea el Elementalismo, ¿no?

Con las manos en sus caderas, Ángela esquivó la pregunta.

—Como decía, lo peor fue encontrarme sola de nuevo. Cielos, ¡¿cómo narices se os ocurrió escapar de las habitaciones?! ¿Qué pretendíais siquiera? Tal vez Claire no lo sepa, pero tú sí, Blake: no podemos escapar de una Sede sin autorización. Las únicas entradas están mediadas por Transitores de Canal manualmente para proteger la integridad de la Barrera que defiende y oculta el terreno.

—No pretendíamos escapar —apuntilló Claire—. Teníamos hambre, así que Blake consiguió un par de uniformes de aprendiz y salimos a picar algo.

—¡Y de alguna forma eso derivó a que os liarais a espadazos!

—Andrew ya nos ha regañado por eso —se quejó Blake, y era cierto—: “Los encantamientos de protección solo regeneran heridas y cortes leves” bla, bla. ¿Cómo iba a saberlo? ¡Los caballeros practican sin encantamientos!

—Sabes bien que no.

—Mi tía lo hacía.

—Solo contigo. Os he visto entrenar y siempre era con espaditas de madera.

—¡No iba a darle un mandoble a un niño!

Ángela levantó ambas manos y las extendió hacia Claire:

—¿¡Pero una espada a una novata sí!?

Y Blake contestó, levantándose y señalándola:

—¡Esa “novata” me ha dado una paliza!

—En realidad estuvo bastante igualado —explicó Claire, encogiéndose de hombros ante la estupefacta expresión de Ángela—. Tenemos un par de teorías sobre mi destreza, si quieres oírlas.

—No, gracias. Bastante violenta me siento ahora como para escuchar sobre batallitas —por fin, sus pies le pidieron un respiro y atrajo una silla para sentarse frente a sus amigos. Suspiró sonoramente antes de continuar—: No sé si os dais cuenta de que habéis empezado vuestro primer día como “héroes” cometiendo todo delito a vuestro alcance: robo de bienes materiales, suplantación de identidad (por usar las tarjetas de aprendices), posesión de armas sin permiso… y supongo que desacato o desobediencia por escapar del hospital. No me sorprendería si también hubierais provocado el accidente del campo de prácticas.

—Ah, lo vimos desde la ventana —recordó Claire—. Parecía bastante grave.

—Un grupo de aprendices practicaba con explosivos y un novato falló al desactivar el primero —explicó Ángela—. Pasé con Andrew a verlos mientras paseábamos y las quemaduras eran bastante graves.

Dedicó una mirada a Claire, analizando cómo seguir la conversación.

—Supongo que emplearían la Sanación hasta estabilizarlos, ¿no? Por eso de que no conviene abusar de la magia para curarse —Ángela asintió y Claire frunció el ceño—. A pesar de mi aprensión, vivía entre Sanadores. Algo se me quedó.

Ángela hizo una mueca de resignación antes de seguir.

—El caso es que, a pesar de nuestro recién descubierto título, el Consejo no es un lugar por el que andar tan libremente. Hay campos de tiro, armas y sitios que requieren permisos por razones de peso. Estamos entre militares y magos poderosos, no podemos…

—¿Y qué esperabas que hiciéramos? —bufó Blake, cortando a una sorprendida Ángela. Incluso Claire se sobresaltó—. Que hayamos descubierto esto no significa jurar lealtad al Consejo, y más cuando ellos ya no velan por nuestra seguridad. Les Elegides están bajo la jurisdicción de los dioses, no de los Consejeros.

Una expresión que ambos conocían demasiado bien brotó en Ángela. Empezó con un temblor en los labios y el ligero entrecerrar de sus ojos. Blake era lo opuesto, con una sonrisa que había perdido la felicidad tras su inconsciencia y cambios.

Era una discusión como tantas otras, pero Claire no encontraba a sus amigos en aquel escenario. Una punzada de vértigo apretó su diafragma, expulsando el aire de sus pulmones con un silencio que se sintió como un grito. Las cejas de Blake se hundían como hacían en sus días más pesados, su sonrisa no brillaba como cuando tanteaba a su amiga en sus riñas. Los ojos de Ángela, perlas oscuras, luchaban por contener las lágrimas. La mueca de su enfado parecía más bien el dolor de una herida abierta.

Ya era tarde, el plazo para actuar terminó con la caída de Blake como Elegido. Tal vez antes, con las muertes de su escolta. Con la crueldad que arrastraba la pérdida de toda esperanza, con el nihilismo ante la falta de futuro, Blake siguió sin advertir que estaba hiriendo tanto a sus amigas como a él mismo.

—No debemos un comportamiento ejemplar al Consejo. Es más, ¡estos ni siquiera se han atrevido a juzgarnos! Igual podríamos haber hecho algo más grave, total, la Profecía no dice que vayamos a convertirnos en “héroes” precisamente.

Las lágrimas de Ángela brotaron al fin. Recorrieron sus mejillas encendidas de enfado como la nieve caería sobre las cenizas de una fogata. La aciaga mueca de Blake, la sombra de una sonrisa burlona, se rompió con aquella imagen y el recuerdo de sus propias palabras.

Y Claire no supo qué hacer. Contempló inútilmente como sus amigos se hundían como si un ancla los arrastrara al fondo del océano. Como estatuas cinceladas en su desgracia, incapaces de nadar de vuelta a su pedestal.

Un temblor sacudió a Ángela, había tocado fondo. El eco de una risa, distorsionada a través del oscuro pozo que era su futuro.

—Lo sé, Blake. Lo sé porque llevo años aceptando… pretendiendo lidiar con esto. “Las posibilidades son bajas”, decía, pero siempre existe el uno entre el millón —miró a ambos amigos con aquellos círculos oscuros que eran sus iris, la pupila fundida entre el abisal castaño—. Sabía que no sería por mi Elementalismo, aunque este era un aviso más, una prueba de que no podía huir de este momento. Y cielos, me conocéis: yo solo sé esconderme de la tormenta y salir cuando los truenos se calman.

»¿Qué voy a hacer ahora con esta lluvia que caerá hasta que muera?

Claire se encogió en su asiento, incapaz de responder o devolverle la mirada. Buscó ayuda en Blake y solo dio con el mismo desconocido que apareció junto a su Marca.

Sus papeles se habían intercambiado. Ahora era Claire quien debía dar con el consuelo que los tres necesitaban. Deseó darles la mano, aunque la arrastraran a su miseria. Al igual que en el lago, la idea de hundirse juntos casi sabía a piedad.

—Pero, como dije, llevo toda mi vida preparándome para este momento —siguió Ángela, impasible—. Incluso me creía lista cuando llegué a Máline, dispuesta a esperar el momento sin más compañía que mis madres… Y entonces os conocí —las lágrimas afloraron de nuevo, deshaciendo el camino de sal que las anteriores trazaron—. Os conocí, con vuestras rarezas, y pensé haberme equivocado al creerme una entre millones, porque la probabilidad de que fuéramos tres era inconcebible.

»Me asusté con las vuestras, pero luego deseé las mías. Después desperté, os busqué y no estabais. Estaba sola de nuevo.

—Blake sintió lo mismo.

Ambos la miraron. El arroyo de lágrimas desprendió un par de gotas más y los pesados párpados de Blake se abrieron hacia Claire.

“Estaba sola de nuevo”, dijo Ángela. “Lo que más temía era quedarme solo”, dijo Blake. Conocía aquellos temores a pesar de que jamás llegó a compartirlos, pues su ignorancia y segundo puesto la protegió de la soledad.

Tomó la mano de Blake y este deslizó su mirada de sus dedos al rostro de Claire. Su tristeza no se mancharía de lágrimas, ya las había llorado con ella antes.

―Es cierto ―admitió él―. Cuando desperté, busqué a Claire porque oí que una de vosotras también fue Marcada. Sentí alivio por ello, por no tener que afrontar esto solo —sus dedos se afianzaron sobre los de Claire. Un cálido abrazo que la retenía con sincera necesidad—. Me culpabilicé por ello, por alegrarme de vuestra desgracia… como ahora me consuela saber que también estarás con nosotros.

Ángela tragó saliva. Su boca se torció formulando palabras para las que no tenía voz. Claire le tomó el relevo, expresando lo que leía tras sus lágrimas.

—Estamos juntos en esto, Angi —de alguna forma, un recuerdo le arrancó una sonrisa—. ¿Sabes lo que has dicho antes? ¿Lo de que te escondías cuando había tormenta? Recuerdo cuando quedábamos para dormir los tres, de niños, y tronaba y corrías a refugiarte bajo la cama. Entonces Blake y yo quitábamos las sábanas para hacer un fuerte entre sillas y pinzas y poder escondernos contigo. Esto es lo mismo.

De alguna forma, aquella historia también le robó una tenue risa a su amiga. Las últimas lágrimas cayeron con los hoyuelos de sus mejillas y, cuando Blake y Claire abrieron un hueco en el sofá, Ángela acudió a su llamado. Volvieron a juntarse para abrazar entre los dos a su amiga, apartando de su rostro el pelo húmedo por el llanto. Permanecieron así un rato, rememorando aquellas quedadas y las riñas de sus padres por poner la habitación patas arriba.

Tras un último estrujón y un par de besos sobre la cabeza rubia de Ángela, Claire y Blake se separaron. Este dejó escapar una risita y Claire se alivió al pensar que sonaba como el antiguo él:

—Lo mejor de este símil es que justifica que fuéramos a por comida. No se puede hacer un buen fuerte sin provisiones.

—Siempre pensando en comer —se quejó Ángela, sin mucha inquina. Dejó caer la cabeza hacia los hombros de Blake, el brazo de Claire tras las espaldas de ambos—. En realidad, tuve compañía al despertar. Estaba Andrew… y el equipo médico, claro. No iban a quitarme ojo tras vuestra escapadita.

»Me ofreció a dar una vuelta con la excusa de encontraros, pero no ocultó que se sentía mal por mí y quería acompañarme en un momento tan extraño.

―Es un buen hombre ―opinó Claire―. Siento que de verdad se preocupa por nosotros.

―Lo hace ―asintió Ángela, con una extraña seguridad que no pasó inadvertida para Claire― y se le da bien. Es un Mentalista, al fin y al cabo, tienen facilidad para leer a los demás.

»Me preguntó qué me gustaba hacer y salimos a ver tiendas. Supongo que veríais alguna durante vuestra escapada. Venden enseres para recitaciones y armas para quienes tienen licencia, pero también cosas cotidianas como libros, medicinas y ropa.

—Vimos algunas y me acordé de ti —asintió Claire—. Realmente la Sede es como un pueblecito dentro de un edificio.

—Andrew me contó que los trabajadores pasan largas temporadas aquí, lejos de sus familias. Las cuidadas instalaciones son lo mínimo para compensar la separación.

—Tiene sentido —convino Blake—. Aunque actúe como academia y funcionariado, las Sedes son bases estratégicas del Bando. No pueden permitirse mucho movimiento de gentes.

—Exacto —mientras ordenaba sus siguientes palabras, Ángela aprovechó para acomodarse entre los brazos de sus amigos—. Aun así, la Sede es preciosa. Me encantó pasear por ella y Andrew fue muy amable con su propuesta… Aunque hubiera preferido marchar con vosotros —Claire se acercó a ella y Blake apretó su hombro, silenciosas disculpas que no interrumpieron a Ángela―. Sé que me estoy repitiendo, pero de verdad necesitaba estar con vosotros, como ahora, como siempre hemos hecho. Por eso estaba tan enfadada, lo siento.

―No te disculpes ―negó Blake, espachurrándola contra él y reuniendo a Claire en el proceso―. De haber sabido que te unirías al club de Elegides te habríamos esperado.

―Es cierto ―corroboró Claire―. Nos pilló muy de sorpresa verte como Elegida… Culpa a Blake por convencerme para salir.

―No, es tu culpa por no pararme los pies.

―Es imposible hacerlo con comida de por medio.

La réplica de Blake se cortó con el murmullo de Ángela. La sutil tranquilidad que habían cultivado en aquel sofá se enfrió con sus palabras:

—Tras dejarnos aquí, Andrew dijo que marchaba a una reunión. Va a hablar con los demás Consejeros de nosotros, de nuestro futuro.

»Aunque me consuela saber que estamos juntos en esto, seguimos estando malditos. Realmente era valiente al pensar que estaba preparada para esto.

Su risa seca no hizo eco en sus amigos. Buscando ayuda, Claire alzó la mirada hacia Blake y se encontró con su cabeza gacha, apoyada en la de Ángela. No hubo un “todo va salir bien” de su parte. Ni siquiera su exagerado optimismo les salvaría en aquella situación. Intentarlo sería negar que el sol calentaba o la lluvia calaba las ropas.

Demasiado honesto para mentir, estrujó a sus amigas con un pálido y corto abrazo. Claire ni siquiera tuvo fuerzas para devolvérselo. 

 

 

A las nueve y diez de la noche, entraron dos personas que ya no eran desconocidas para la tríada de Elegides. Armiro avanzó el primero, cruzando el salón hacia el sofá donde los tres yacían acurrucados entre sí. Su mermada visión no advirtió las lágrimas que se habían secado en sus mejillas, y su desinterés por las relaciones más allá de la política le permitió ignorar el tenso ambiente del apartamento.

Andrew, por su parte, se quedó en la puerta mientras Armiro saludaba a los jóvenes con una inclinación de cabeza. Cuando los muchachos empezaron a recomponerse, sentándose en el sofá y separándose del consuelo mutuo, Andrew se animó a avanzar y acercarse una silla junto al otro Consejero. Saludó en voz baja y tanto Blake como Claire le devolvieron el gesto con descafeinada cortesía. Ángela solo le dedicó una corta mirada, pero su miseria lo alcanzó de igual forma. Conmocionado, dejó que su inconsciente compañero tomara la palabra.

—Antes de nada, quería tener unas palabras sobre vuestra pequeña aventura. Comenzar vuestra carrera como Elegides huyendo de las instalaciones médicas es un acto deshonroso para tal importante cargo. Todavía no sé cómo lograsteis robar los uniformes y engañar al propietario de la cafetería “Manzana y Canela”, pero no iniciaré una investigación contra vuestras chiquilladas si prometéis comportaros en el futuro.

Claire, la única capaz de devolverle la falsa mirada a Armiro, asintió:

—No volverá a ocurrir.

—Gracias, Segunda. Ahora, procedamos al tema que nos concierne —y, con el mismo tono átono con el que alguien hablaría del tiempo, declaró—: hablemos de cómo evitar vuestro Destino.

Como un jardín que brota en primavera, las cabezas de los tres muchachos se alzaron al unísono, buscando aquel sol pronunciado entre un mar de nubes. Un “qué” escapó de los labios de Blake, quien casi se levantó de su asiento. Ángela, erguida por el movimiento de su compañero, miró a los dos Consejeros con la misma incredulidad que sus amigos.

—¿Va en serio? Librarnos del Destino… ¿Significa eso…?

—…Que existe una forma de evitar el camino que la Profecía escogió para vosotros —siguió Armiro.

—¡¿De verdad?!

—De verdad —asintió Andrew, devolviendo la sonrisa que comenzaba a dibujarse en el rostro de la joven—. Existe una forma de salvaros.

Ángela se hundió sobre el sofá de nuevo, ocultando entre sus manos su recién nacida sonrisa y el suspiro de alivio que exhaló de ella. La expresión de Blake tardó más en aligerarse, todavía turbada por la incredulidad. Al comprobar que los Consejeros insistían en la veracidad de su proclama, el mestizo se permitió creer y soltó un “menos mal” mientras se dejaba caer junto a Ángela.

Claire acabó contagiándose de su dicha. ¿Cómo no hacerlo, tras sufrir el silencio de sus amigos encerrados en la desesperación? Incapaz de dar consuelo o solución a la situación que los apresaba, también aceptó la llave que lanzaron los Consejeros. Sin embargo, una sombra de escepticismo agrió su esperanza. Según Armiro, según los rumores y leyendas que había escuchado, la Profecía era un poder superior a cualquier otro. Una norma que legislaba sobre las demás, natural e inmutable como el paso de las estaciones, antigua como el Eclipse que reencarnó el mundo donde vivían.

Si la Profecía era así…

―¿Cómo lo habéis hecho? ―preguntó Blake, como si recogiera la incredulidad que manchaba a Claire—. Jamás había escuchado que se pudiera evitar la Profecía. Ni siquiera los dioses pueden cambiar los Destinos o sus dones, solo los leen y comunican a mortales.

―Es cierto ―asintió Armiro, con calma―: ningún mortal o dios puede cambiar las Leyes Sagradas. No obstante, tal y como os expliqué en vuestro primer día, la propia Profecía reescribe sus normas con cada edición. Esta es la primera vez que ofrece un Destino y el método para subsanarlo.

—Un método —repitió Claire—. ¿En qué consiste?

—En una búsqueda que culminará con una recitación, Segunda. Una que daría paso a la siguiente Profecía sin esperar a la muerte de sus Elegides, llevándose sus dones con ella.

»Para invocarla, debéis reuniros les trece en un mismo punto, en cualquier parte del planeta, teniendo como límite de tiempo un año tras la aparición de la decimotercera Marca.

Al instante, las sonrisas de les Elegides desaparecieron. Sus expresiones se congelaron en una sorpresa y confusión tan intensas que terminaron decantándose hacia una estupefacta neutralidad.

―¿Alguna pregunta? ―inquirió el Alto Consejero, ante el abrupto silencio.

―¡¿En solo un año?! ―logró exclamar Ángela.

―¿Solo un año? ―repitió Armiro. Parecía algo ofendido―. Es bastante tiempo.

—¡Solo hay trece Elegides en todo el mundo! ¡Será como buscar una aguja en un pajar!

―No exactamente ―intervino Andrew―. Ahora contamos con el Marcado, que agiliza la búsqueda de dos formas: primero, nos permite lanzar el decreto de llamamiento obligatorio a Elegides.

―¿No existía eso de antes? Por eso acabamos aquí, ¿no?

—Sobre candidates no es tan obligatorio puesto que se asume desconocimiento. Hasta el Marcado, une candidate no sabe si es Elegide o no con total certeza. Con la Marca no hay duda, y por ello la ocultación de Elegides trae consecuencias legales —Claire entrecerró los ojos y notó como Andrew ignoraba su gesto—. Más decisiva es la inauguración de la Observación: en unos días, la Corte Celestial se reunirá, escogerá Directore y analizarán la información que las Marcas han recogido sobre sus Elegides en el momento de su aparición.

―¿Para eso sirven? ―preguntó Claire, acariciando instintivamente la tela sobre su clavícula.

―Entre otras muchas cosas ―añadió Armiro―. También os permiten observar a vuestros Profetas durante el Marcado ―sus ojos se entrecerraron, como si con ello pudiera distinguir mejor sus rostros―. ¿Por casualidad reconocisteis a alguien?

Tanto Blake como Ángela negaron con la cabeza y Claire se apresuró en hacer lo mismo. Después, preguntó:

―¿Qué es une Profeta?

—Una persona vinculada a une Elegide de forma que obtuvo información sobre su Destino. Hay une Profeta por cada Elegide y, cuando este últime nace, su Profeta recibe una marca con su número y porvenir —Armiro chasqueó la lengua—. También se hizo un llamamiento de Profetas en su día con la esperanza que su inocuidad ayudara a atraer información sobre les Elegides. Huelga decir que no dio resultados.

Claire se tomó un momento para asimilar aquella explicación. Comenzó preguntándose a quién habrían visto sus compañeros, pues no parecían mentir cuando negaron conocer a sus Profetas. Aunque su revelación como Elegides desafiaba los límites de la coincidencia y casualidad, reconocer a sus vinculades habría sido…

Una repentina realización cruzó sus cavilaciones. En un instante, la serenidad desapareció de su rostro y tuvo que esforzarse por recuperarla. Fue difícil, pues su boca seca pedía saliva y tuvo que disimular con tos el aliento que engulló con ansiedad.  

«La visión que mi otra voz ocultaba era mi Profeta, no hay duda de ello ―comprendió, bajando la cabeza con la esperanza de que su flequillo ocultara el pánico en sus ojos―. Ella le reconoció. Sabía quién era y esperaba que fuera tal persona: Alguien de mi pasado debía saber que era una Elegida».

Las implicaciones de aquella revelación tendrían que esperar, pues no quería que su inquietud llamara la atención de los Consejeros y desembocara en una explicación sobre los tormentos de sus noches.

—… el llamamiento incluirá vuestro método de salvación, un incentivo para atraer a Elegides… y que desgraciadamente no pudimos comunicar antes —seguía explicando Andrew, y Claire se esforzó en volver a la conversación—. Si a eso sumamos los datos que recogerán las Torres y nuestros propios registros de candidates, no deberíais preocuparos por el tiempo —su tono de Consejero se relajó—. Tres es casi la cuarta parte de trece, vais por buen camino.

—¿Y qué pasará si nos pasamos de plazo? —cuestionó Claire—. ¿No serviría si nos encontráramos un día después? —La sonrisa de Andrew tembló y a Claire se le erizó el vello de la nuca—. ¿Cuánto tardaríamos en cambiar?

El rostro de Armiro se volvió hacia ella. Hasta que no respondiera, sus intenciones permanecerían ilegibles en aquellos rasgos herméticos, tan similares pero apagados en comparación a los de su jovial hermana. De reojo, Claire advirtió que Andrew apartaba la mirada, como tantos otros hacían ante sus iris. Él también era difícil de leer, ¿sería por su Mentalismo o su experiencia como mediador?

Como hizo tras el duelo, se preguntó si su desconocida Habilidad sería lo que la empujaba a buscar miradas para entender emociones. Una teoría fundamentada sobre ideas y suposiciones endebles, pues seguía siendo una ignorante en la magia. Con su pregunta, pretendía no solo aprender si no encontrar una razón que calmara la desconfianza que sentía con aquella propuesta. Tal vez, si llegaba a comprender sus fundamentos, podría creer en ella.

―Os convertiréis en monstruos dentro de un año y un día.

Un último latido sacudió el pecho de Claire. Un eco visceral que enmudeció los siguientes que la mantuvieron en vida, insuflando sangre y oxígeno a unos músculos que fue incapaz de mover. Tres pieles perdieron el poco color que la esperanza les había devuelto, dejando tres sombras pálidas sobre el sofá. Armiro continuó, ignorando o despreciando su reacción, tanto daba.

—El Hechizo de Marcado también acelera el cambio, deteniéndose solo con la reunión de les Elegides. Esta característica, casi olvidada con el tiempo, ha sido de gran ayuda en muchas de las Profecías más notables, permitiendo que sus protagonistas alcanzaran su máximo potencial con necesaria prontitud.

Un ligero aliento escapó de los labios de Blake. Su expresión seguía rota, incapaz de expresar nada más que conmocionada confusión, pero el pelo ensombrecía la furia de sus ojos y esta brotó en la voz de Ángela. Sonando como el viento entre cristales rotos, calmada a pesar del odio que esgrimía, exigió:

—¿Por qué habéis hecho esto? ¿Por qué? …? ―Andrew esquivó su mirada, incapaz de contestar a las tres carcasas sobre el sofá. Herida por aquel acto de cobardía, la voz de Ángela hirvió en justificada ira―: ¡¿Por qué no nos dijisteis nada de ello?!

―Sería aplazar una propuesta que aceptaríais igualmente ―contestó el impasible Demiurgo―: una pérdida de tiempo.

―¡Lo contrario! ¡Nos habríais dado años de vida! ―rompió ella, levantándose del sofá. El estallido de su dolor alcanzó a Claire, abriendo su rabia como heridas de metralla―. Les antigües Elegides podían esperar años hasta recibir la plenitud de sus dones. ¡Nos habéis robado ese tiempo, malnacidos!

—Al contrario, les Elegides nos lo habéis arrebatado al Consejo —siguió aquella voz, tan calmada que resultaba cruel—. Estamos en guerra, Tercera. Cada día mueren cientos de soldados defendiendo nuestras fronteras, asesinados por infiltrados neutrales, incapaces de hacer frente a las armas metaloides. Cada día, miles de niñes despiertan descubriéndose huérfanes, mientras vosotres Trece os escondíais para llorar egoístamente por un futuro que evitaría el dolor de millones.

Ángela contuvo su cólera enrojeciendo su rostro. Claire guardó silencio con paralizada apatía. «Éramos niñes ―pensó, incapaz de pronunciar su excusa―, seguimos siéndolo, seguimos estando condenades. No puedes cargar tal responsabilidad en nosotres».

Entonces Blake se levantó con una respuesta, una réplica que resumió los pensamientos de Claire y la frustración de Ángela. Dedicó una tensa mirada al despiadado Demiurgo y dirigió un puñetazo a su rostro.

No llegó a darle. Sus nudillos quedaron rozando su nariz, el cuerpo entero de Blake paralizado en el acto. Armiro ni siquiera se había inmutado, permaneciendo tan quieto como su agresor. Solo sus iris se dignaron a moverse, esquivando el puño cerrado para hallar la cara de Blake.

―Te tomaba por alguien más tranquilo, Primero. Veo que las apariencias engañan, pues es tu… ¿tercer desacato a la autoridad? ―después se giró hacia Andrew quien, ahora Claire se daba cuenta, envolvía a Blake con su mirada―. Gracias, Andrew. Puedes devolverlo a su sitio.

No había mejor forma de describir la forma en que el mediador resolvió ese conflicto. Claire percibió cómo aquel hombre proyectaba su mirada y esta envolvía a Blake, recogiéndolo gentilmente para guiarlo de vuelta al sofá. Una vez sentado, la sorpresa del mestizo casi ensombreció la ira que le llevó a la agresión. Andrew le pidió con la cabeza a Ángela que imitara a su compañero y esta accedió voluntariamente, aún dolida.

Esperando que el Mensajero continuara su afilado discurso, sus siguientes sílabas pillaron desprevenides a les Elegides.

—Definitivamente, estas no han sido formas de comunicaros nuestra posición y oferta. Me disculpo por ello —a su lado, Andrew asintió con aprobación. Claire se preguntó hasta qué punto modulaba a su compañero—. No somos vuestros enemigos. Si lo fuéramos, no os habríamos concedido esta oportunidad.

—Deberíais habernos contado todo lo que implicaban las Marcas —insistió Ángela entre dientes—. Aunque fuéramos a aceptarlas igualmente.

—Y tienes razón, Tercera —el Mensajero exhaló con inconfundible cansancio—. Sé que no servirá como disculpa, pero esta decisión se tomó años antes de que ocupara mi puesto. Se dictó que la urgencia justificaba el Marcado Inmediato de les candidates, y que la subsanación se anunciaría según las circunstancias —suspiró—. Tal vez habríamos tenido más éxito al adjuntarla al anuncio de reclutamiento, aunque la credibilidad del Consejo jugaba en nuestra contra… Andrew sabrá más de los motivos tras las decisiones tomadas.

El mencionado asintió, pero Blake, ya más despejado, se adelantó:

—Tras traicionar nuestra confianza, ¿cómo podéis esperar que os salvemos? ¿Creéis que aceptaremos luchar bajo vuestra bandera si no logramos curarnos?

—Lo primero es que el poder de une Elegide no solo se extrae de su utilidad en batalla —Blake entrecerró los ojos, pero Armiro ignoró sus dudas—. Aunque planteamos su principal ocupación en la lucha, sí.

»Considerando las descripciones que dictan las Leyes Sagradas, creemos que les Elegides podrían terminar perdiendo su capacidad de raciocinio. Sin conciencia de sí mismes, el campo de batalla sería el único lugar donde liberarían su potencial sin ser un peligro para la sociedad o sus seres queridos.

―¿En serio nos ocurrirá eso? ―logró murmurar Claire.

—Es una posibilidad —concretó Armiro—, una basada en los riesgos que entrañaría la monstruosa Metamorfosis descrita en las Leyes Sagradas, a la que también cubren de alabanzas por su poder. La interpretación de las Profecías es confusa incluso para la curtida Corte Celestial. Si diéramos con algún Profeta, podríamos concretar más.

»De todas formas, el Consejo preferiría vuestro apoyo por voluntad propia. Requerimos vuestro poder. Los metaloides tienen armas capaces de disipar la canalización de méner, borrando nuestras recitaciones e inspiraciones. Sin magia, solo disponemos de fuerza bruta, y evidentemente su tecnología la supera con creces.

»Aunque esto solo sucede con los mortales. El poder de los dioses y la Profecía es inalterable salvo por su propia mano. Sin embargo, no podemos recurrir a las divinidades por la inestabilidad energética de sus cuerpos. Por la seguridad de todos, moran en las Torres, donde mantienen la Barrera Primordial que protege nuestro territorio, entre otras tareas.

»Pero les Elegides no sois como ellos. Podéis caminar entre mortales con un poder más antiguo que el de la Corte Celestial. Sois una estrella fugaz que brilla entre los decadentes astros que moran en las Torres, y el firmamento es inalterable para los mortales metaloides.

―Entonces, ¿qué ganáis dándonos la oportunidad de sellar nuestro potencial? ―preguntó Blake, resumiendo el razonamiento de les tres―. Entiendo que os beneficia al acelerar nuestro cambio, pero ponéis en riesgo todos estos años esperando a la nueva generación de Elegides.

Andrew le tomó el relevo a Armiro.

—Lo primero es daros la oportunidad de evitar un final que nadie desearía a sus seres queridos, simple y llanamente. Personalmente, considero inadmisible que se os Marcara sin explicar las consecuencias, aunque ya hemos tratado el tema. Centrémonos en lo que ganamos con ello:

»El Marcado nos muestra la identidad de les Elegides, facilitando su búsqueda. Necesitáis reuniros les trece para obtener la salvación, pero si fracasáis a medio camino (ojalá que no), implicaría nuestro acceso a más Elegides.

»Por otra parte, ayudaros podría limar las animosidades con las que hemos empezado nuestra relación. Al financiar la búsqueda, tal vez reconsideréis ayudar al Consejo con vuestra experiencia o poder de mientras. Igual vosotros no (lo comprendería tras lo del Marcado), pero quien sabe.

—Aunque os curarais, como figuras de importancia política os sería fácil encontrar trabajo en el Consejo —aseguró Armiro—. Nunca se ha hecho un salto generacional en la Profecía, así que ignoramos si perderías todos vuestros poderes con la renuncia… O qué sucedería al cambiar físicamente…

—Podríais ayudar al Bando desde un papel académico —cortó Andrew.

—Aunque preferiríamos trece nuevas leyendas en batalla.

—Armiro…

—Está bien.

Ambos Consejeros guardaron silencio, esperando su respuesta. Les Elegides se miraron entre sí antes de asentir, llegando a un acuerdo mediante la secreta comprensión que empapaba sus lazos.

—Marcharemos en búsqueda de les otres diez Elegides.

Claire no desvió la mirada ni un milímetro de los dos miembros del Consejo, esperando la reacción ante su firme declaración. Con el mismo tono, se apresuró a añadir.

―Y no podemos comprometernos a participar en los asuntos del Consejo.

Daba igual la gloria y fama que prometían las banderas y batallas, así como los honores y el saber de la vida académica. Sin sus conciencias, olvidarían su valor y, entonces, ¿qué sentido tendrían? Cientos de personas morirían de todos modos, con Elegides o sin elles. Tal vez se movían por razones egoístas, pero tenían un buen motivo para hacerlo: lucharían por sus propias vidas buscando al resto de afectades por la Profecía.

—Tampoco os interesa mandarnos a batalla —añadió Blake—. Somos menores y la ética es un campo de estudio que deberían revisar vuestros antecesores. Además, somos un desastre con la magia. La idea de soltarnos por ahí a buscar colegas es bastante temeraria de vuestra parte.

Armiro pareció ignorar la broma con la que Blake esperaba quitar hierro al asunto, sin embargo, Andrew correspondió a su sonrisa, agradeciendo el intento de sanar la relación entre Elegides y Consejo. Sus comisuras se alzaron con aquel gesto tan cálido, tan familiar, que desorientó a Claire una vez más. ¿Dónde más había visto aquella amabilidad?

—Entendemos vuestra posición —asintió el Mentalista—. No hay rencor en ello, pues es lo que haría cualquiera en vuestra situación. Y respecto a lo que comentas, Blake, el Consejo se encargará de ofreceros tanto hogar como refugio en sus Sedes, así como entrenamiento, suministros y todo lo que podáis necesitar para vuestro viaje… Incluida una escolta.

—No, por favor, me sabría mal molestar a vuestros compañeros —negó él, alzando las manos―. Me bastaría con un mandoble como el que usé en mi duelo. Con su respectivo permiso de armas, por supuesto.

Claire arqueó una ceja.

―¿Hablas en serio? Si acabas de decir lo imprudente que es soltarnos.

―Y una espada ligera para ella ―añadió, señalándola―. Es muy buena.

―No me lo puedo creer ―suspiró Ángela.

—He oído que disteis todo un espectáculo —comentó Armiro—. ¿Seguro que no querríais entrenaros? Conozco a un hombre que mataría por enseñar a Elegides.

—De momento no, gracias —negó Blake, con una mueca—. Además, creo que sería mejor partir cuanto antes, ¿no?

—¿Cuándo, exactamente?

―¡Mañana mismo! ―exclamó Ángela, con más urgencia que entusiasmo en su voz.

―¿Mañana? ―repitió Claire, alzando de nuevo una ceja―. ¿No es algo precipitado?

―A mí me parece excelente ―opinó Andrew, agradeciendo el optimismo de los muchachos―. Hablaré con mis colegas para hacer los preparativos… Aunque hay un pequeño inconveniente que podría retrasarnos.

―¿Qué ocurre? ―preguntaron les tres Elegides a la vez.

―Política ―espetó Armiro, con un hastío que sobresaltó a los jóvenes y arrancó una carcajada de su compañero―. Convenciones sociales, etiqueta, eventos frívolos y superficiales.

―¡Pero si es tu día favorito! ―exclamó Andrew―. Ahí donde lo veis, le encanta bailar.

―Poder leer las emociones de la gente no evita que tu sentido del humor sea pésimo ―se giró hacia les Elegides, como si el notorio sarcasmo de su compañero requiriera explicación―. Preferiría llevar las cuentas de mi compañero Araekloss a hacer acto de presencia en esta desgraciada velada. Y solo bailo por formalidades, que conste.

―Menos mal, porque eres tan torpe que ninguno de tus pretendientes te pide un bis.

―Un momento, un momento ―pidió Ángela, con el amago de una sonrisa brotando en su rostro―. ¡¿Estamos hablando del Baile de Fin de Año?!

―¡¿Pretendientes?! ―repitió Blake.

―Voy a considerar tu ofensiva sorpresa como otro desacato a la autoridad, Primero ―advirtió Armiro―. Y sí, Tercera, se trata del Baile de Nochevieja. Como sabréis, el Consejo Mágico está subvencionado en gran medida por familias acaudaladas de linaje mágico. Frecuentemente son aquellas de tradición mágica o incluso de apellido con Legado, aunque buena parte de nuestro mecenazgo incluye a nobles noma. Es su forma de apoyar la magia sin querer iniciarse en ella, aunque otros aristócratas no les miren con buenos ojos.

»Mediante estos bailes y eventos agradecemos su generosidad y aprovechamos para mejorar nuestra relación con el círculo noble. Esto es importante pues, aunque a algunos Consejeros les pese, las Sedes deben cooperar con los Reinos por el bien del Bando Mágico.

Andrew asintió aprobando su discurso y Armiro continuó, ignorando el temblor en las piernas de Ángela.

«Oh no» pensó Claire, temiendo la explosión que se avistaba en el horizonte.

—La aparición de les primeres Elegides sería una grata sorpresa para nuestros invitados, no en vano ahora sois las personas más importantes del Bando. Nos haríais un gran favor acudiendo como invitados de honor. Solo con vuestra presencia podrían sanarse las tensiones políticas que están oxidando nuestra relación con nobles y majestades.

»Sé de vuestra declaración de intenciones, así como comprendo que la perspectiva de acudir a tal tediosa ceremonia… ¿Tercera, estás bien?

Ángela levantó la cabeza y Blake y Claire se apartaron para huir del estallido:

―¡¿A QUÉ HORA EMPIEZA?! ¡¿DÓNDE CONSIGO ROPA?! ¡¿Y MAQUILLAJE?! ¡¿PUEDO HACER UN PEDIDO A MÁLINE PARA ENVIAR MI ARMARIO AQUÍ? ¿HAY QUE ESCOGER ACOMPAÑANTE?

Esta vez, le tocó amedrentarse a los dos Consejeros, quienes retrocedieron ante la avalancha de preguntas que Ángela espetó invadida por la emoción. Claire no pudo evitar contagiarse de su entusiasmo. Los ojos de su amiga brillaban por dicha y no por lágrimas contenidas, recordándole que, pese a todo, seguía siendo ella.

Blake parecía compartir aquel pensamiento con Claire. Tras recuperarse del estupor inicial, le dedicó una mirada cargada de cariño y alivio y ambos se dejaron llevar por aquella reconfortante familiaridad.

Tras unos segundos, Armiro logró recomponerse:

—No puedes pedir hoy tus pertenencias: la Red de Portales estará ocupada con el flujo de invitados. Podemos proporcionaros maquillaje, ropa y todo cuanto necesitéis de las tiendas de la Sede. Hay folios en la encimera, apuntad lo que queráis en uno y Andrew os lo conseguirá. No debería haber problema mientras devolváis todo en buen estado —sus dedos huesudos tamborilearon sobre sus rodillas—. Respecto a lo del acompañante…

—Eso es exclusivo de Armiro, no os preocupéis —bromeó Andrew.

—Mi hermana cree que ser la heredera y estar prometida le da derecho a buscar pareja al resto de la familia… Y quitándola a ella, soy el único Caenor que queda.

—Oye, Sheziss, Ledzan y yo te hemos juntado con gente alguna vez.

—Y esperaréis que os de las gracias. De verdad, solo quiero dar mi discurso e irme a la cama —tras un agotado suspiro, advirtió que les Elegides le prestaban atención, entretenides con su desgracia—. Ah, y el Baile es a las diez.

—¡¿A las diez?! —chilló Ángela, volviendo a asustar al cansado Demiurgo—. ¡Eso es casi ya! Ay, cielos, menos mal que pude ver parte de las tiendas y tomar inspiración —de un salto, se levantó del sofá y caminó hasta la encimera buscando papel y lápiz—. ¡Ni se os ocurra iros! En menos de cinco minutos tendré una lista con lo necesario para arreglarme a mí y a…

Fijó la mirada en sus amigos y, al unísono, ambos tragaron saliva sabiendo lo que se venía. Aquellos iris oscuros oscilaron lentamente entre ellos hasta detenerse con un veredicto.

—…Claire. Te vienes conmigo.

―¿Perdona?

―Te toca ―insistió Ángela, sin parpadear.

―¡No es verdad! ―negó ella, casi con pánico en la voz.

―Blake, levántala.

―¡Ni se te ocurra!

Blake se puso de pie y extendió la mano elegantemente, ignorando a los Consejeros que seguían en la habitación.

―Es lo justo ―rio él, guiñándole un ojo―. A mí me arregló para la fiesta del solsticio de invierno.

Respondió a su guiño sacándole la lengua, pero aceptó su mano y se dejó acompañar hasta Ángela. Esta rodeó su brazo con el suyo, sellando su destino durante la próxima hora. Para ser tan bajita y repudiar el esfuerzo físico, Ángela podía sacar una fuerza considerable. Sobre todo, si había una fiesta por en medio.

—¡Será genial! —aseguró, todavía con chispas en los ojos—. Empezaré peinándote el pelo y, si quieres, puedes cepillar el mío. Luego te aplicaré un maquillaje ligero que tape tus ojeras y con eso estarás todavía más guapa de lo que ya eres. Confía en mí.

Era ella una vez más. Era la emoción por la ropa y las fiestas, por pasar unos minutos arreglando a sus amigos mientras estos fingían quejarse. Volvía a ver diversión en la cara de Blake, picando a Ángela por un entusiasmo que, en realidad, adoraba en ella. A pesar de la muerte y los cambios, de las Marcas y la incertidumbre del mañana, Claire cerró los ojos y apretó su brazo con el de Ángela.

Estaba en casa.

Encontraron material de escritura y Ángela se tomó unos escasos minutos para plasmar sus ideas sobre el papel. El lápiz escribía tan rápido que apenas pudo seguirlo con la vista. Cuando terminó, Blake le dedicó un silbido de asombro. Después tomó la hoja, la dobló para hacer un avión y la lanzó hacia los Consejeros. Andrew la atrapó al vuelo.

— Yo solo quiero un traje sencillo. Para compensar —dijo—. ¡Nos vemos en la fiesta!

―No tardéis mucho ―les pidió Andrew―. Si lo hacéis, mandaré a mis compañeros para asegurarme de que no volvéis a escaparos.

Claire asintió y los Consejeros se marcharon. Finalmente, le dedicó una exagerada mueca a Blake antes de dejarse arrastrar por Ángela a la habitación.



domingo, 4 de junio de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 8

 Asuntos y Consejos

 

La Sala de Reuniones de la Sección Sureste del Consejo estaba tan bien decorada como el resto de la Sede. Una larga mesa oscura ocupaba el centro, rodeada de sillas de respaldo alto asignadas a cada uno de sus dueños. La mayoría de los asistentes hacía tiempo de pie, conversando entre ellos o comprobando sus comunicadores entre tecleos y pasos nerviosos. Hacía tiempo que el sol se despidió en el último crepúsculo del año, y las lámparas encantadas se encendieron como reemplazo.

Andrew se hallaba sentado en su silla, contemplando el blanco de aquella luz elemental. Solía preferir la calidez anaranjada del fuego, pero la escala monocromática se escogía por su uniforme blancura. Las lámparas no necesitaban encendedor que las mantuviera encendidas, ni talismanes que actuaran como baterías, pues la Sede estaba conectada a la Red de Méner. Las Torres de Dioses insuflaban energía por un complejo sistema de cableado hasta llegar a ciudades, las Sedes y todos sus aparatos. El méner activaba las recitaciones del instrumento y este podía permanecer activo independientemente del tiempo o potencia que necesitara.

Siete Consejeros de la Sección Sureste esperaban a los dos restantes. El viejo Araekloss Rethes dormitaba en su silla mientras uno de sus cuatro brazos sujetaba una pipa a medio consumir. Su largo bigote blanco se movía con su respiración. A su lado, los ojos felinos de Zoelynne Ferixes se deslizaban de un lado a otro tras sus gafas redondas, recopilando información de un volumen titulado Registro Cronológico de Leyes Sagradas. Con un suspiro, se apartó el cabello rojizo y entrecano del rostro antes de dejar el libro en la mesa y hacer aparecer otro entre sus manos.

Merody Caenor conversaba nerviosa con el director del Departamento de Investigación e Innovación Mágica, quien además era su prometido. Aunque Andrew no distinguía sus palabras (ni quería, por respeto a su privacidad), la cadencia de sus voces le reveló que el diálogo era estrictamente profesional. Comprensible dada la noticia del día.

No era la primera vez que Investigación y Sanación unían fuerzas. La naturaleza de sus ocupaciones prestaba a su colaboración, lo que terminó uniendo a la jovial Merody y el reservado Sheziss Sedare en su relación actual. Este último también colaboraba a menudo con el grupo de Zoelynne, encargada de Hechicería y Servicios Mágicos, y todos acudían a la subdivisión de Tesorería de Araekloss para pedir presupuestos.

En ocasiones, el propio Andrew deseaba que su Departamento fuera reclamado con tanta asiduidad como el de Araekloss, pues la mayoría se beneficiarían de una buena dosis de diplomacia y acuerdos. Involuntariamente, su mirada se deslizó al asiento vacío a su lado. Chasqueó la lengua. Desgraciadamente, ofrecer su trabajo no servía de nada cuando sus compañeros pretendían avanzar sin ayuda, o se retrasaban a pesar del sistema de portales de emergencia que unía las Sedes.

La reunión más importante que el Consejo había vivido en décadas no podía comenzar mientras dos Consejeros estuvieran ausentes. El hombretón a su lado carraspeó, impaciente. George D. Hunther era uno de los dos Altos Consejeros de la Sección Sureste, por lo que coordinaba los demás Departamentos pertenecientes al Sector que lideraba: Defensa. Así, lucía orgulloso el puesto de Comandante Supremo como última palabra en estrategias, movimientos militares e, incluso, en el propio campo de batalla como combatiente. No era de extrañar su trayectoria considerando su procedencia, pues los linajes de Metamórficos solían escoger la milicia o medicina como metas personales. Sus años de experiencia y victorias militares, de tácticas conservadoras y con fuertes escuadrones de Sanación para limitar pérdidas, demostraban que sus aptitudes bélicas no se limitaban a su poderío físico.

Hunther a menudo buscaba la opinión de Andrew y el Sector de Diplomacia, lo que estableció entre ambos una relación de cordial respeto. Es más, en su última llamada le pidió asesoramiento para reclutar en Hirst y Cerésea. Como agradecimiento, saludó al diplomático con la cabeza antes de volver a mirar al otro Alto Consejero, quien siguió ignorándolo.

El hombre al mando del puesto más importante del día, quien coordinaba los Departamentos bajo el Sector de Divinidad, era Armiro Caenor, Mensajero Celestial y una de las personas más extrañas que Andrew había conocido jamás.

Si bien Diplomacia y Mensajería Celestial se parecían en finalidad, Armiro era todo lo opuesto a lo que se esperaría de un mediador. El equipo de Andrew y sus compañeros del Sector de Justicia y Entendimiento establecían relaciones tanto entre Secciones, como los Reinos asociados al Bando Mágico. Compuesto principalmente por Mentalistas y algunos Espaciotemporales que manejaban datos y transporte, el grupo sostenía la compleja red de acuerdos, leyes y tratados que mantenía unidos al pueblo, realeza y Consejo Mágico.

Armiro y sus escasos ayudantes tenían la misma tarea, pero con las Torres de Dioses. La comunicación era limitada y las tareas escasas, pues solo intervenían ante asuntos que afectaran las Defensas Primordiales y la Red de Méner, la Elevación de una nueva Divinidad y, por supuesto, las Profecías. Esto implicaba que normalmente pasaban el tiempo colaborando (a regañadientes) con otros Departamentos, esperando su “día de gloria”.

Hoy era “ese día”, pero toda emoción inicial se había esfumado del rostro de Armiro, cambiando a un hermético y llamativo hastío. La ansiada Revelación requería la ayuda de los demás Departamentos, entrevistas con la prensa, viajes a las demás Sedes, coordinar la búsqueda con la Torres y conocer al representante que pronto votarían las Divinidades.

Y reuniones. Muchas reuniones. Y normalmente con los “cotillas” de los diplomáticos, como solía llamarles. Así pues, el cansado Demiurgo ni se inmutó ante el saludo de Andrew. Ya fue bastante que le dedicara un bufido antes de ordenar a su último muñequito de trapo que reanudara los pasos de un lento vals.

«Ni siquiera su Clase concuerda con su tarea» ―pensó, como tantas otras veces.

Los Mentalistas, aquellos Manipuladores que se centraban en la psique de Entes Vivos, solían ser los que buscaban puestos de mediación y política. ¿Qué narices hacía un renombrado Manipulador de Entes Vacíos en tal importante asiento? ¿Y por qué se le daba tan bien a pesar de su Clase de Magia y temperamento huraño? Era un tema fascinante cuanto menos.

Merody se acercó a la mesa y se sentó entre su hermano y una ausente Zoelynne, quien seguía rebuscando entre las páginas de un nuevo y voluminoso libro. Sheziss se sentó al lado del asiento libre que quedaba junto a Andrew. La mitad izquierda de su rostro, la que Andrew podía ver desde su posición, se ocultaba tras su cabello rubio. Una elección de estilo atrevida para alguien tan callado.

Carraspeos y murmullos se cortaron con el anuncio de Merody:

―Ya son las ocho y media de la tarde ―y cerró su reloj con un familiar chasqueo metálico―. Le Octave Elegide ya habrá caído.

Nadie comentó nada al respecto. Merody avisaba de un hecho inevitable, como que Araekloss durmiera en las reuniones o que Armiro pasara de ellas. Ahora, dos muñecos bailaban sobre la mesa. Irónico, considerando que su creador odiaba tal creatividad.

No tuvo más tiempo de distraerse. Las puertas de la sala reclamaron su atención al abrirse y un hombre de la quinta de Armiro las atravesó. Con la chaqueta del uniforme abierta, la camisa sin terminar de abrochar y el pelo negro peinado hacia arriba, llamaba tanto la atención como el resto de los Consejeros de la Sección Sureste.

Es decir, Ledzan Ázaros se camuflaba perfectamente entre ellos. Ocupó el asiento libre junto a Sheziss, saludándolo con un amistoso apretón en el hombro, y luego se giró hacia Andrew. Como siempre, cerró sus ojos rojizos y le dedicó una sonrisa de dientes afilados. El gesto le recordó a Andrew aquella duda que solía asolarle en las reuniones de Consejeros: dada su propia normalidad, ¿le considerarían la persona más extraña de la Sección?

―¿Por qué has tardado tanto? ―exigió George. Ante el pasotismo de Armiro, recaía en el otro Alto Consejero mantener las formalidades.

El aludido hizo una mueca.

—Una palabra: licántropos. Abastor y los suyos me han tenido secuestrado por un ataque al norte de Irialis ―contestó, rascándose la descuidada barba. Siendo de ascendencia furashi, solía recurrir a Metamorfosis para mantenerla a raya… cuando tenía tiempo―. Luego me llevaron a su Sede para una reunión sobre esas malditas bestias otra vez… Parece que me tocará pasar otra temporada con ellos.

―Eso no es motivo para tu tardanza ―protestó George, inamovible―. No hay reunión más urgente que la convocada en este día. Es la condenada Revelación, Ázaros.

Ledzan dejó escapar un exagerado suspiro. Zoelynne les dedicó una mirada cansada tras el último tomo invocado (Habilidades de Elegides: Registro de dones MEVI) y Araekloss roncó sonoramente desde su asiento. La amistad que ambos compartían no era secreto para nadie del Consejo, pero la disciplina militar de George y su responsabilidad como tercero al mando le llevaban a erguir espalda y voz con sus compañeros. De hecho, era el único que usaba los apellidos de los demás una vez entraba a la sala de reuniones, aunque el protocolo solo exigía emplear los cargos como título cuando estuvieran todos los Consejeros presentes.

Realmente conseguía un ambiente bastante formal considerando las extravagancias de sus miembros (por enumerar algunas: ronquidos, fumar, fumar durmiendo, aprovechamiento de las reuniones como tiempo de lectura, muñecos animados demiúrgicamente, uniformes sin arreglar y cotilleos por canal telepático). Además, permitía algún gesto amistoso (o romántico, en el caso de Sheziss y Merody) siempre que fuera discreto. Considerando su posición y cargo, era bastante permisivo, aunque se le notaba tenso por la reunión del día.

Finalmente, Ledzan encontró su réplica.

―Mira, sé que es la reunión que llevamos esperando dos décadas, pero no pinto nada aquí y más con la que se está liando entre los míos. Mi campo de trabajo son las plagas mágicas, criminales y demás asuntos que, aunque os sorprenda, poco tienen que ver con la búsqueda de nobles y valeroses Elegides.

Zoelynne anunció su intervención cerrando su último libro.

―Discrepo. Considerando la naturaleza de la Profecía, no podemos descartar que algune de tus criminales lo sea por ella y no una maldición.

―Realmente sí podemos ―comentó Merody―. La licantropía es letal en niñes. Los miembros más jóvenes de las manadas rondan los veinte años. 

―Efectivamente ―asintió Ledzan―. Así que debería ir pidiendo un portal de vuelta con el viejo Abastor y dejaros con vuestros futuros héroes. Tenemos noticia de nuestra “Elegida” particular y se nos requiere enseguida.

―¡¿Hay noticias de la Gran Bestia Azul?! ―exclamó Merody.

Aquella realización llamó la atención de todos los presentes. Incluso Armiro detuvo el elegante vals de sus muñequitos. Ledzan asintió a regañadientes, Merody abrió aún más los ojos y Andrew preguntó:

—¿Es ese el ataque de Irialis?

—No, ese es de una manada conocida. No hay muertos, pero sí ha dejado un infectado —Ledzan se rascó la cabeza, frustrado—. En unos días habrá luna llena, así que no creo que se salve de caer enfermo.

»En fin, la información todavía no debe salir del Consejo, pero la Bestia Azul se ha visto al noroeste de Derakonia, en la provincia de Dorcas.

—La capital —silbó George—. Con la que se está liando allí últimamente les habrá hecho poca gracia.

―Me sorprende que estés al tanto de los últimos cotilleos ―apreció Andrew.

―Con sangre real por en medio, los cotilleos se llaman política ―se excusó George―. Además, tú no eres el único que mantiene conversaciones con aristócratas. El Legado de muchos militares es de origen noble. 

Andrew asintió. Era cierto. La milicia no prohibía reclutar nobles. Allí toda cabeza era bienvenida mientras demostrara su utilidad. El Consejo era distinto, pues requería separarse de dioses y reyes para conservar la neutralidad como segundo poder legislativo y jurídico. Aquellos con título nobiliario eran vetados, lo que no excluía a las familias plebeyas con Legado.

—Antes de que preguntéis, seguimos sin pistas sobre la identidad de la Bestia —continuó Ledzan—. Solo sabemos que es enorme y de pelaje celeste, lo que facilita identificarla las pocas veces que se deja ver. Tampoco ha protagonizado un ataque esta vez.

—Considerando que solo mata en solitario, no me consuela demasiado —gruñó George—. Primero acabó con un grupo de mis soldados, luego arrasó una pequeña aldea. Ningún superviviente. Es un peligro para tener en cuenta.

Admitiendo la urgencia de Ledzan, George pretendía disculparse con él.

—Así es —asintió Ledzan, aceptando con ello las disculpas de George—. Y tú mismo lo has dicho, ningún superviviente. Los licántropos buscan dejar algún infectado para extender su plaga, pero los dos únicos ataques de la Bestia han sido una aniquilación completa. Nos hace pensar que igual no se ha perdido tanto a sí mismo como creemos… Al menos no en el sentido de su condición.

La conversación terminó con un gesto cansado. Si bien Armiro estaría ocupado con la Revelación, el Departamento de Ledzan y su superior de la Sección Noreste, Abastor, llevaba meses hasta arriba. Las pocas comunicaciones que Andrew mantenía con su amigo eran vía comunicador o correspondencia, y en todas estaba exhausto.

No solo era por los licántropos y demás plagas. Ledzan se giró hacia Sheziss para comentar algo y Andrew confirmó que había más problemas en su agenda. El Reino de Derakonia no solo era un punto caliente en las altas esferas, también estaba cerca de la otra gran preocupación del Departamento de Plagas. Zoelynne puso el ojo en la conversación y Andrew advirtió la sutil perturbación en sus rostros que ocurría en un intercambio telepático.

La secreta complicidad pronto se rompió con un nuevo movimiento de puertas. Entre ellas avanzó una mujer cuya melena negra se ondulaba al compás de sus pasos, enmarcando un rostro claro y uniforme como la porcelana. El monocromo contraste de sus hermosas facciones se rompía entonces con unos ojos de penetrante azul, insignia de la única casa noble que el Consejo había acogido entre sus filas. Su mirada fría rivalizaba con la gargantilla de rubí de su cuello, y su silueta destacaba entre sus camaradas por la capa negra que anunciaba su liderazgo.

Los Consejeros se pusieron en pie como saludo y ella inclinó la cabeza en disculpa por su tardanza. Entonces avanzó hasta el último lugar libre en la mesa y se sentó para presidirla.

Estaban ante la bella y temible Sirenya, última representante del linaje Aerias, caído en desgracia por sus pecados. Buscando la redención de sus ruines predecesores, la talentosa Bruja rechazó su título nobiliario y trató con aquellos afectados por su apellido. Sus acciones y compromiso social la llevaron a las puertas del Consejo, y desde allí amplió el alcance de sus hazañas hasta ganarse el mando de la Sección Sureste.

Una victoria para el pueblo, una espina en el orgullo noble, una rival para los Consejeros más conservadores. La Líder de la Sección Sureste dedicó un breve intercambio de miradas a cada uno de los asistentes antes de relajar su postura y preguntar con sonora ironía:

―¿Y bien? ¿Cuál es el tema de hoy?

Disimulando una confiada sonrisa por la chanza, George se levantó dispuesto a cumplir el deber que correspondería a Armiro:

―La Revelación de…

―No, hoy empezaremos con otro tema.

Las cabezas se giraron hacia la voz que había osado robar protagonismo al imponente Comandante Supremo. Andrew parpadeó de la impresión al identificar al dueño de aquel inconfundible siseo.

El ojo derecho de Sheziss, ambarino y felino, devolvía la intrigada mirada de Sirenya y la confusa ofensa de George con férrea determinación. De pie y con la espalda erguida, su postura mostraba tal valor que arrancó una sonrisa de su superiora.

—Sheziss Sedare, Investigación —anunció, siguiendo el protocolo para romperlo después con una carcajada—. ¡Al fin participas en nuestras reuniones! ¿Debo preocuparme por tus noticias? ¿O es que tu prometida te ha curado la introversión?

—¡Líder Aerias! —exclamó la aludida, casi levantándose. La piel bajo las mejillas escamadas de Sheziss se encendieron con rubor, pero logró mantener la mirada a la Líder.

La risa de Sirenya se selló con un chasquido de sus propios dedos. En un instante, las bromas entre colegas se rompieron y la primera al mando se irguió en su asiento, su rostro convertido en una máscara de interés. No quedaba burla en sus ojos y sus pupilas, negro entre azul como una fosa marina, esperaban devorar la información de su compañero.

—Veo que son malas noticias. ¿Cuál es el asunto de máxima prioridad, Investigación?

—Pero, mi Señora Aerias —interrumpió George, molesto porque alguien en relación monógama le quitara protagonismo—. Ahora mismo, la principal preocupación del Bando es la Revelación de Elegides. Siendo nuestra Sección la que activó el Marcado y la que cuenta con el Mensajero Celestial…

—Armiro Caenor, Mensajero —llamó Sirenya y el aludido emitió un gruñido en respuesta—. ¿Te importa cederle unos minutos a Investigación?

—Si Investigación considera oportuno interrumpir esta reunión de todas, es que debe traer información de vital importancia —zanjó Armiro—. Adelante.

Sheziss agradeció con la cabeza y George frunció el ceño, gesto que se aligeró con la sonrisa de su superiora. Andrew puso los ojos en blanco ante tal lamentable espectáculo. Ya estaba regalando cuadros a la ciega. Dos años llevaba y todavía no se había percatado de que a Sirenya le interesaban tanto los hombres como a un pez un par de botas.

—Dadas las circunstancias intentaré ser breve, aunque el asunto que expongo requerirá de mayor examen próximamente —Sheziss tomó aliento y, con renovadas fuerzas, explicó—: Como sabéis, mi Departamento ha estado colaborando con el de Plagas Mágicas de Ledzan Ázaros, la Guardia de Margo Edera y la policía de cuatro Reinos en una investigación sobre los shirizas enajenados. Este asunto no solo concierne a enfermos y víctimas, pues el último ataque demuestra que les candidates a Elegide también son objetivo de dicha organización.

―¿Organización? ―remarcó Sirenya―. ¿Al final descartamos que se trate de una nueva plaga mágica? ¿Hay cabeza tras las acciones de sus miembros?

―Hay una mano moviendo los hilos, así que no es una plaga mágica. La llamada “mutación shiriza” es un embrujo basado en magia MEVI, una enajenación, como ya suponíamos por la forzosa metamorfosis que padecen los afectados.

»Cumpliendo nuestras sospechas, la creadora de la “mutación” es su alteza Kasshere Zasjara, actual soberana de Zes’Haris.

Lejos de asombro o estupor, el ambiente de la reunión se endureció como el hielo. La necesaria separación de poderes entre el Consejo Mágico y los nueve Reinos creó una rivalidad que seguía manteniéndose hoy en día, por lo que tal acusación debía tomarse como una olla de agua hirviendo a recoger con manos desnudas. Los nobles más tradicionales asociaban el poder mágico a los Legados de sus apellidos, considerando al Consejo un hatajo de plebeyos que robaron lo que les diferenciaba de sus vasallos. Esta misma idea la reflejaban los Consejeros más vetustos con sus reservas hacia la nobleza. Muestra de ello era el sutil pero innegable trato despectivo a la Sección Sureste, excusado con la juventud e inexperiencia de la mayoría de sus miembros y fundamentado en la procedencia de su Líder. Aunque renegara de su nobleza, el apellido de Sirenya seguía manchando su impecable trayectoria.

Históricamente, Zes’Haris y Derakonia, Reinos hermanados por su gobierno y raíces shirizas, contenían a la población más monárquica. Ejemplo de ello era el severo luto que guardaron a sus respectivos monarcas, y el apoyo que prestaron a la hija mayor del polículo real shiriza cuando fallecieron sus progenitores. Andrew llegó a intercambiar algunas palabras con la actual soberana al principio de su carrera en política. Tenían la misma edad, pero ella gozaba de una confianza que solo se ganaba tras toda una vida preparándose para el trono. Le pareció una persona tan sensata como razonable y comprensiva.

¿De verdad dirigía aquella pesadilla?

—Acusar a la Reina de tu patria es un acto temerario —dijo George, suavizando el tono ante la mirada del shiriza—. Aunque se respalde por nuestras teorías y las evidencias que expones, debemos ser cautos.

—Soy consciente, Comandante. Mis palabras son impulsadas tanto por los hechos, como las muertes y sospechas que ahora levantan nuestras escamas… Aunque también hemos confirmado que la mutación se ha extendido a otros Reinos. 

Zoelynne entrecerró los ojos. Hacía rato que había hecho desaparecer sus lecturas.

—No te refieres a los ataques, ¿verdad?

—Efectivamente. Hasta ahora, pensábamos que esta nueva plaga artificial solo nos afectaba a los shirizas. Sin embargo, las ocho razas pueden mutar con idéntico resultado tanto físico… como mental. El embrujo deja la voluntad de las víctimas en manos de Kasshere. La Reina controla mentalmente a todos los convertidos.

El estupor e incredulidad por fin salpicaron los rostros de los Consejeros. Merody quedó consternada a pesar de que probablemente habría tenido acceso previo a la información. George se quedó sin habla y Zoelynne, la vetusta Hechicera, fue quien exclamó:

—¡No es posible! ¡Una canalización de tal calibre es inalcanzable para la Reina! Podría entender su autoría si la maldición solo implicara la metamorfosis, ¿pero un control mental de tal orden? ¡No hay recitación capaz de automatizarlo!

—Solo un dios podría alcanzar ese nivel de mente colmena —apuntó Andrew—. Y Kasshere ni siquiera se inició en las artes MEVI. Si acaso, fue su hermano menor quien nació y se formó Mentalista.

—Y su paradero sigue desconocido —añadió Merody.

—Es la única posibilidad —continuó Sheziss, alzando la voz para retomar su discurso―. Las conversiones de otras razas explicarían las desapariciones tras ataques, que los números de convertidos no desciendan. No hay teoría que encaje mejor con nuestras sospechas.

―¿Entonces sigue siendo una teoría? ―notó la Líder Sirenya, entrecerrando los ojos―. Acusar a un monarca, y más de Zes’Haris, es un movimiento peligroso.

―Tenemos pruebas de su implicación ―intervino Ledzan, levantándose también―. Dejadme explicar primero lo que Margo Edera, de la Guardia, y yo, representando a Plagas Mágicas, hemos investigado por ahora. Estamos ante una maldición que actúa como una plaga mágica, diferenciándose de estas en que es artificial.

»Aunque desconocemos el procedimiento de conversión, sabemos los resultados: criaturas similares a los shirizas con garras afiladas y ojos sin pupilas. Esto último probablemente les limite a visión de ánima, como los afectados de peste gris. Serviría para impedir recuperar la voluntad ante estímulos visuales.

»La pérdida de agudeza visual se compensaría con las instrucciones de la Reina. Estas son generales, pues los afectados tienen gran nivel de automatismo, facilitando así su movilización. Además, su fuerza física, reflejos y velocidad se incrementan, y todos los controlados hasta ahora manejaban armas o magia con gran destreza.

―En todos mis años investigando al servicio del Bando, jamás había leído o visto algo así ―suspiró Zoelynne, todavía incrédula―. Dada la fugacidad de las víctimas, ¿cómo habéis conseguido tanta información?

―Testigos y algún ataque interceptado ―respondió Ledzan―. Pero, como bien has dicho, su sistema de huida nos ha impedido capturar ningún sujeto para analizar en detalle.

―¿Qué teoría hay al respecto?

―Justo queríamos tu opinión como Prestidigitadora además de Hechicera ―intervino Sheziss, mirando a Zoelynne―. Enviamos a un escuadrón para seguir a convertidos. En el reporte, analizaron la impronta energética de la maldición, confirmando su origen MEVI. Este es de vertiente tanto Metamórfico como Mentalista, lo que demuestra el control mental —su expresión se ensombreció al añadir—: La mezcla de ambas es opaca a la visión de ánima.

―Eso nos dice dos cosas ―resumió Ledzan, levantando dos dedos―: La primera es que el teletransporte de vuelta a casa no es parte de su maldición. Es más, el mismo escuadrón confirmó un foco de magia espaciotemporal en sus pechos: un talismán con la recitación de huida —Zoelynne asintió, meditando aquella información. De mientras, Ledzan se giró hacia Sirenya—. De él extrajimos la implicación de su majestad Zasjara, pues la huella mágica que despiden está registrada como suya.

―Eso es una excelente noticia ―se alegró Sirenya―. Tenemos una prueba que defender ante un tribunal de nobles.

―Efectivamente ―asintió Ledzan, antes de mirar a Andrew. Sus ojos rojizos no mostraban señas de celebrar aquel descubrimiento―. No ibas tan desencaminado, Diplomacia. Nuestra segunda observación es sobre la opacidad del embrujo, que implica un poder superior al de la inmensa mayoría de mortales. Se ha empleado la mano de una Divinidad…

—…O la sangre de une Elegide.

Los Consejeros se giraron ante el comentario de Armiro, cuyos ojos solo reflejaban la silueta de su cuñado. Sorprendentemente, Sheziss no se dejó amedrentar por su extraña imitación de mirada. Su petición sonó clara y tranquila:

―Necesitaremos que contactes con las Torres de Dioses, tanto por sospechar de ellos como por la posible incautación de une Elegide.

―Lo haré.

―¡Un momento! ―pidió George, poniéndose en pie―. ¿Os estáis oyendo? ¿Queréis enemistar al Consejo no solo con los Reinos, sino también con las Torres? Os recuerdo que dependemos de ambos para mantener al Bando con vida, ¡para la Búsqueda de Elegides!

―George tiene razón ―intercedió Andrew―. Además, no podéis olvidar que el último ataque fue contra candidates y con intención homicida. Si quieren usarlos, ¿para qué matarlos? Apresurarnos con las sospechas solo mancharía nuestras futuras investigaciones.

Sheziss negó con la cabeza. Se levantó y, cuando habló, su calma se había afilado con una punzada de urgente determinación.

―Cuando la vida de tanta gente está en juego, podemos permitirnos acelerar las deducciones.

―Ambos estáis en lo cierto.

La réplica de Andrew se cortó con la templada voz de Sirenya. Sheziss aguantó su mirada antes de que tanto él como George se sentaran. Andrew se vio tentado a disculparse telepáticamente. Aunque Sheziss había mantenido la calma durante su discurso, un Mentalista sabía ver la emoción tras las apariencias. Veía la frustración en el violento rubor que casi escondían sus escamas, la desesperación en sus uñas mordidas.

Como Mentalista, era el que más se acercaba a entender su dolor y duelo, a pesar de que jamás podría comprenderlo como hacía el propio penitente. Su compañero había visto la erosión de su hogar y el silenciamiento de su gente, recluida en un Reino cuyas fronteras se habían cerrado herméticamente.

―En la próxima reunión con el Consejo Supremo, imitaré tu ejemplo para rogar a mis camaradas una apertura de fronteras en Zes’Haris —anunció Sirenya—. Mensajero, requeriré de tus servicios para reunir a un representante del tercer poder que apele a nuestro favor —Armiro asintió y la Líder se giró hacia Andrew—. Mientras tanto, Diplomacia deberá buscar apoyo entre los demás Reinos. Colaborad con Investigación y el Sector de Protección para elaborar un informe que convenza a nuestros objetivos.

Andrew aceptó las órdenes. Dada la situación, no sería difícil convencer a los monarcas cercanos a Zes’Haris. Incluso Derakonia accedería con tal de recuperar a su mayor aliado.

―Sin embargo, este sigue siendo un asunto delicado, por lo que no podemos acusar tan directamente a los dioses ―la mirada de Sirenya se perdió entre sus compañeros, con el mentón apoyándose en su mano―. Me temo que estamos ante la formación de un tumor en nuestro organismo, una célula que ha decidido morder la mano que le da de comer. La Reina Kasshere no se ha aliado con Neutrales, pues estos también quieren a les Elegides con vida, y los Metaloides considerarían blasfemia colaborar con una Bruja. 

»Y, a pesar de todo, Kasshere ha conseguido tanto poder como para crear esta extraña mutación. Para manipular las comunicaciones de nuestra guardia y enviarla a una trampa… Con el objetivo de matar posibles Elegides. ¿Por qué? ¿Por qué matar a peones tan útiles?

—Hay más incógnitas además del sabotaje en las comunicaciones —apuntó Andrew—. Encontramos restos de una pelea en las inmediaciones del lago. Tienes los detalles en el informe enviado anoche, pero me extraña que los shirizas optaran por matar a les candidates cuando ya les habían inmovilizado con Mentalismo.  Es decir, no escogieron matarlos porque les costara capturarlos. Incluso la muerte escogida, el ahogamiento, extraña considerando que los enajenados iban armados.

Sirenya frunció el ceño y Andrew casi pudo percibir la velocidad de sus maquinaciones; la resolución de alguien cauto, pero con el arrojo para hacer los cambios pertinentes. La Líder que tanto él como sus compañeros escogieron.

―Tendremos que ir con los ojos bien abiertos ―decretó, volviendo por fin la vista hacia sus compañeros―. De mientras, Sanación, me gustaría que también te pusieras en contacto con tu jefa de Sector. Si conseguimos cualquier muestra de las víctimas, preparaos para investigarla en busca de una cura ―Merody asintió con solemnidad, siempre dispuesta―. Entre esto y la Profecía nos esperan unas semanas duras, pero debemos ser optimistas. Al fin y al cabo, la Revelación siempre es motivo de celebración, ¿no?

»Mensajero Celestial, ¿haces los honores?

Armiro se puso en pie con movimientos medidos que, para el entrenado ojo de Andrew, apenas ocultaron su entusiasmo. La aparente indiferencia de Armiro era la máscara de un hombre atento y observador. Alguien que sabía aprovechar la neutralidad de su rostro para pasar desapercibido.

Araekloss ejercía un pasotismo similar. El viejo onírico podía mantener un oído puesto en la realidad mientras aprovechaba la abstracción de los sueños para sus cálculos. Dadas sus posiciones, a ambos se les permitían sus extravagancias.

Los ojos de Armiro, devorados por la peste gris, buscaron las siluetas de sus compañeros antes de anunciar su mayor orgullo como Mensajero:

―Hoy, treinta y uno de Dunoctis, hemos comprobado que nuestres tres últimes candidates son Elegides. Les tres comparten una relación de amistad y son residentes de la localidad de Máline, provincia de Gabera, en el centro del Reino de Sidera.

Sirenya frunció el ceño, gesto que se compartió entre aquellos que no habían conocido a los jóvenes. Sus muecas pasaron desapercibidas para la peculiar visión del Mensajero.

―A la una de la tarde cayó el Primero: Blake Greenwood, mestizo de elvan y humano de quince años ―Andrew advirtió que la uniforme voz de Armiro tenía una cadencia ligeramente más rápida: estaba viviendo su mejor momento en años―. Nada en su aspecto parece indicar haber iniciado su transformación.

»A las dos de la tarde cayó la Segunda. Una joven llamada Claire Máline que aparenta ser humana y nayhade, tampoco sin signos de…

―¿Es huérfana? ―interrumpió Sirenya, provocando un momentáneo temblor en el párpado derecho de Armiro. La mujer no ocultó su sonrisa. Sabía que odiaba las interrupciones.

―No lo sabemos, aunque se trata de la misma chica amnésica que registró mi predecesora, Erekea Ametlla, en dicho pueblo. He comparado el registro con su testimonio.

Sirenya asintió lentamente. A la tercera inclinación de cabeza, la severidad había endurecido sus rasgos, una expresión que se compartió a lo largo de la mesa.

―Entonces tenías razón. Eso me facilitará justificar el uso de los rastreadores a las otras Sedes.

—Era una apuesta arriesgada, pero asumible dadas las extrañas circunstancias de tanto pueblo como muchacha. Máline es una villa remota, tan apartada que ni tienen televisor o cableado conductor. Por la falta de acceso a la Red de Méner, sus aparatos domésticos son modelos antiguos de automegias. 

»En resumidas cuentas, es un lugar perfecto para ocultar a alguien. Ya he pedido análisis de sangre y ADN para cotejarlos con las bases de datos, pero solo su nombre y aspecto ya dan pistas de su identidad.

Sirenya se inclinó sobre su asiento. Aunque ni la Líder ni Andrew llegaron a conocer a la antigua maestra de Armiro, ambos procuraron informarse tras las teorías sobre su traición que hilaba el nuevo Mensajero. La presunta muerte de la anciana Mensajera, cuyo cadáver jamás llegó a encontrarse, era una espina que Armiro llevaba clavada desde el relevo.

—Solo puedo pedirte que tomes la misma precaución que tus camaradas emplearán con los shirizas —declaró, sus pupilas apuntando a Armiro—. Ya es la segunda vez que bailas entre muertos esta semana, Mensajero. Si bien los rastreadores nos han traído Elegides, la difamación requiere pruebas.

»Aunque, de conseguirlas, nos ganaría la simpatía del Consejo Central. Seguro que la Sección Noreste estaría encantada de oír noticias de sus antiguos compañeros.

Andrew notó que Zoelynne miraba fijamente a Sirenya, sus pupilas furashis redondeadas por la atención que depositaba en aquellas teorías. La Hechicera fue colega, casi amiga, de dos de los tres Consejeros desaparecidos en la última década. Remover aquel pasado debía ser inquietante cuanto menos.

—Os informaré conforme reciba más pruebas —terminó Armiro—. De mientras: la Tercera Elegida también reside en Máline, aunque me consta que procede de Soleria, una ciudad del mismo Reino, pero distinta provincia. Es humana pura y responde al nombre de Ángela Dianthus. Tampoco muestra signos de…

Una vez más, la interrupción de Sirenya levantó arrugas de frustración en Armiro.

—¿Dianthus y de Soleria? Qué casualidad, ¿no?

De forma teatral, Sirenya paseó su mirada azulada entre los presentes, quienes también advirtieron la coincidencia. Andrew terminó contestando:

—No lo es tanto. Dianthus es un apellido relativamente común en la comarca, procedente de un linaje de magos cuyo Legado terminó saltando de casa.

—¿De verdad? —su sorpresa fue calculadamente exagerada—. Y yo maravillándome con la racha estadística que llevábamos. En serio, Primero, Segunda y Tercera… ¡en el mismo pueblo! ¿Cuál es la probabilidad de que les tres primeres compartieran procedencia y encima vinieran en orden?

—¿Podemos continuar, por favor? —intervino Ledzan—: Armiro se está poniendo nervioso.

Efectivamente, los delgados dedos de Armiro temblaban sobre la mesa, fruto de la irritación. Sirenya recuperó la seriedad que correspondería a una reunión antes de devolverle la palabra. Definitivamente, la actitud de la Líder tampoco destacaba entre sus competentes, pero variopintos Consejeros, dejando a Andrew como el más extrañamente corriente del grupo. Tal vez podría competir en mediocridad con Zoelynne, si no fuera porque la Hechicera tenía un carisma extra por su talento jugando a los dardos.

―La muchacha tiene algún don MEVI además de su notable Elementalismo —siguió Armiro—: descubrió que mis rastreadores usan visión de ánima. Por eso la elegí Candidata. Además, Segunda también tiene un don peculiar: creo que es Desaceleradora.

Hubo un gesto de interés por parte de varios Consejeros, tanto por la inusual magia mencionada como…

—Si obviamos la relación entre los Desaceleradores y algunas familias, los poderes de las dos chicas encajarían con Habilidades de Elegide.

—¿Y el chico? —inquirió George—. ¿Por qué don lo nombraste candidato?

Armiro se encogió de hombros.

—Por asociación, y parece que tengo buen ojo.

George parpadeó, sorprendido, y Sirenya aprovechó para preguntar:

—¿Has contactado ya con la Corte Celestial?

—Debo esperar hasta la aparición de la última Marca —respondió Armiro—. Cuando ocurra, hablaré con los líderes de las Torres, estos sortearán el puesto de Directore de la Observación, y entonces nos reuniremos para reanudar la búsqueda.

Recitó el proceso de carrerilla, emocionado. Andrew se habría alegrado por él si no hubiera soltado a bestias dudosamente controladas para probar sus teorías. Le consoló pensar que su justificación por los medios empleados no convenció a sus camaradas.

—Diplomacia —lo llamó Sirenya y Andrew se giró a ella—. Primero, mis disculpas por depender tanto de tu Departamento. Lo segundo, requiero que tus compañeros elaboren un anuncio a la población: debe describir la aparición de la Marca y apelar al decreto de Llamamiento de Elegides.

Aunque disconforme, Andrew aceptó su petición. Hasta el momento, la Búsqueda de Elegides exigía a les candidates hallades por el Consejo su presencialidad en la Sede más cercana para el Hechizo de Marcado. Si algune hubiera resultado ser Elegide, como había ocurrido con Primero y Tercera, las familias no serían acusadas de ocultarle pues se presumía su desconocimiento ante la ausencia de Marcas.

Ahora, con la activación del Hechizo y el decreto de Llamamiento, las familias tenían la obligación de presentar a sus descendientes Marcades a la Sede. En realidad, el Marcado sería un gran alivio para la mayoría de los hogares, pues por fin podrían saberse libres de la Profecía. La felicidad de la mayoría a cambio de la desgracia de unos pocos.

Y el temor a dicho destino podría llevar a guardar el secreto. La cruel Profecía podría terminar condenando tanto a Elegides por su sino, como sus familias por vía legal.

Un breve pulso de racionalidad ahuyentó el sudor frío que amenazaba con recorrer su espalda. Ya no tenía sentido pensar en ello, por lo que centró sus pensamientos en el recuperado discurso de Sirenya. Preguntaba a Armiro si quedaba algo más que explicar a les Elegides.

—No les hablé de los Profetas —contestó el Mensajero—. Les explicaré junto a los detalles de la que será su misión.

—Ese es otro punto que deberíamos tratar —suspiró Sirenya. Entrecruzó los dedos de sus manos y se tensó antes de seguir—: Sé bien cuál es la opinión del Mensajero Celestial al respecto, pero deberíamos someter a votación qué hacer con les Elegides.

»En nuestras manos tenemos tres fragmentos de la esperanza que nuestro Bando ansía desde hace años. Conozco la historia y los cantares sobre antigües Elegides, sus hazañas y también sus caídas. He leído sobre Destinos pasados, aquellos que ni los dioses pueden detener o alcanzar.

»Y sé que vosotros también veis en esta Profecía la promesa de un cambio, de asegurar la paz que hasta ahora no ha sido más que un sueño. Por eso mismo, como Líder y por los pecados que cargo sobre mis hombros, me veo en la necesidad de recordaros que nuestra última esperanza reside en los cuerpos de tres niños. Normalmente es en niñes u adolescentes donde encontramos la mirada de la Profecía, pero hacía mucho tiempo que no ocurría en estas circunstancias y con unos Destinos tan graves. La necesidad nos llama, es cierto, pero prefiero dar esta opción antes de equivocarme y que mi nombre pase a la historia como el de una tirana.

»Someto a votación la siguiente cuestión: ¿Deberíamos dar la libertad que siempre concedimos a les Elegides también en esta Profecía? Permitirles encabezar la Búsqueda, a riesgo de perderlos… ¿O deberíamos comenzar a entrenarles para servir de utilidad a nuestra causa? No acepto abstenciones.

Los Consejeros guardaron silencio mientras Sirenya levantaba la mano.

—Mi voto es para su libertad y la Búsqueda, alzad la mano si así lo creéis también.

Fue Ledzan el primero que intervino.

—Mi opinión es que carezco de la información para dar mi voto. Considero que es un asunto a decidir con el resto de Sedes.

—Y así se discutirá —asintió Sirenya—. Sin embargo, con esta votación podemos acudir ya con los deberes hechos. El Consejo Central llamará una asamblea en apenas dos días y, una vez las Torres de Dioses comiencen la Observación, nos reuniremos de nuevo. Para entonces, ya deberíamos contar con una posición respecto a la Búsqueda y nuestra Sede tiene la última palabra al respecto. Por mucho que les pese a nuestros compañeros, fue la Sede Sureste quien dio con tres Elegidos y además cuenta con el Mensajero Celestial.

—Mensajero que justamente se opone a lo propuesto —anunció Armiro, levantándose—. Este día ha tardado más años de lo que debía, y aceptar lo que propones, Líder Aerias, me supondría casi aliarme con la incompetencia o incluso traición de mi predecesora. Hasta he arriesgado mi honor como Demiurgo al emplear rastreadores.

—Eso fue decisión tuya y nada más que tuya —protestó Merody, levantándose también—. Tenías suficiente destreza como para evitar recurrir a las artes fúnebres.

George alzó las manos.

—Opino que la urgencia del Mensajero Celestial, dado su cargo y conflicto personal, está justificada en esta ocasión —comenzó el Comandante—. Así como también debo posicionarme de su lado: No podemos dejar libres a las mejores armas que poseemos contra los Metaloides, a pesar de su corta edad.

—Estamos hablando de niños, Comandante —le miró Sirenya, y George bajó la cabeza.

—Soy consciente, mi Señora, como también sé del duelo y miedo que se respira en el frente. Debo pedirle que reconsidere su voto, no puedo dejar ir tanto poder.

Andrew negó con la cabeza.

—Ya no solo se trata de las implicaciones morales, Comandante. ¿No me oíste hablar de sus dones? Ni siquiera conocemos el alcance de sus Habilidades y la única que serviría como ofensiva en batalla es incapaz de controlar sus llamas. No están preparados todavía.

—Esperaba algo así —admitió George—. Por eso mismo me ofrezco a entrenarlos para ser de utilidad en combate. Aunque no lo parezca, la moralidad también me reconcome. No me siento capaz de soltarles al frente tan pronto…

—Tampoco es que tengamos mucho tiempo —suspiró Zoelynne, frotándose los ojos cansados tras las gafas—. Hemos activado el Marcado, os recuerdo.

—…Y sin explicarle las consecuencias de ello —recalcó Andrew—. Creo que les debemos una disculpa.

Andrew levantó la mano y Armiro negó con la cabeza. Ni él ni Merody se sentaron de nuevo, y Sheziss le dedicó una mirada a su prometida antes de decir:

—Me preocupa la seguridad de les Elegides en ambas propuestas. Sanación y Diplomacia, sois conscientes de que el grupo ha sido objetivo de ataques de enajenados shirizas. Tal vez no sea el momento de permitirles encabezar la Búsqueda.

—Es cierto, Investigación. Compartimos la misma opinión —admitió Merody—. Sin embargo, si aceptamos concederles la opción de la Búsqueda, son les Elegides quienes deben escoger el momento de partida. Es la tradición y no podríamos hacer más que intentar disuadirles y protegerles lo mejor posible.

—¿Hay alguna idea en mente?

—Podéis unir fuerzas Investigación y Hechicería —intervino Andrew, mirando tanto a Sheziss como a Zoelynne—. Balizas de seguimiento, un buen equipo de suministros… Podríamos permitirles un viaje de prueba para despedirse de sus familias y que valoren tanto elles como nosotros si están preparades.

—Así también ganaríamos tiempo para que el Consejo Central tome una decisión —añadió Merody, levantando una mano. Sheziss la siguió, prometiendo su colaboración.

Ledzan negó con la cabeza.

—Sigo creyendo que carezco de la información suficiente para dar un voto válido al respecto. Sin embargo, si mi experiencia en el Departamento de Control de Plagas me sirve en este caso, temo el día que no podamos controlar a les Elegides. Aún son jóvenes, pero su equivalente más cercano en poder son los dioses, y son contenidos en las Torres por una razón —negó con la cabeza—. ¿No hubo ya una Profecía similar a esta en el pasado?

Zoelynne dio un toque a la mesa y de ella materializó un volumen de su colección.

—Me hallo en la misma situación —comentó Zoelynne, deslizando el libro hacia Ledzan—. Capítulo catorce. Te adelanto de que en esa Profecía no hubo Marcado. No sé si considerarlo una piedad o crueldad en aquel caso, pero, como bien dijo Diplomacia antes, les debemos una disculpa a les nuestres por no consultarles si hacer el Marcado o no.

—La urgencia ya nos ha hecho tomar unas decisiones que contradicen los votos de nuestros cargos —añadió Andrew—. Además, concederles una muestra de libertad, aunque sea de corto alcance, nos permitirá que nuestras armas no se vuelvan contra nosotros cuando el momento llegue.

Ledzan suspiró.

—He visto estragos de monstruos que una vez fueron personas como nosotros, consumidos por enfermedades y plagas mágicas que soñamos con curar algún día —dedicó una mirada cansada a Andrew—. No quiero saber qué harán aquellos que nacieron diferentes, bajo la sombra de un Destino así. Voto en contra de la propuesta.

Ledzan bajó la cabeza y Andrew supo que era incapaz de devolverle la mirada de decepción que le dedicó. Dolido, apenas escuchó el recuento de Sirenya: Armiro, George y Ledzan en contra; Andrew, Merody, Sheziss y Sirenya a favor.

—Comandante y Mensajero tienen doble voto por ser Altos Consejeros —expresó Sirenya—, al igual que yo. En caso de empate, sin embargo, la balanza se decantará a mi favor por Líder electa —miró a Zoelynne y el durmiente Araekloss—. Hechicería, Tesorería, vuestros votos pueden cambiar eso.

Zoelynne asintió. Sus uñas rascaron la madera de la mesa, sumándose a las muescas que ya hizo en decisiones difíciles, pero no tan importantes como aquella.

—Me temo que mis dudas superan a las de mis compañeros y mi experiencia —terminó anunciando—. Al igual que mi compañero de Control de Plagas, yo tampoco me siento cómoda liberando tanto poder al mundo. Me atrae la idea de ganar tiempo para el Consejo Central y, sin embargo, también opino que no les corresponde a ellos tomar una decisión.

»Les Elegides se escapan de nuestra jurisdicción y dominio, solo los dioses se les acercan y aún quedan semanas hasta el inicio de la Observación. Como mortal, como mortales que somos, no deberíamos estar discutiendo esto aunque el deber nos obligue.

Sirenya asintió ante sus palabras y Zoelynne se giró hacia el viejo Araekloss.

—Tesorería, aunque con esto estoy firmando ya una resolución, mi conciencia estará tranquila si pido una abstención. ¿Votamos de forma opuesta?

Araekloss abrió un ojo de pupila blanca hacia su compañera y asintió ligeramente antes de regresar al plano onírico. Sirenya aceptó los votos de ambos y, a pesar del repentino gesto, no se inmutó cuando George se levantó.

—Mi señora, camaradas presentes. Por favor, recapacitad lo que estáis a punto de escoger. Podemos cuidar a les Elegides desde nuestras instancias. Ganarnos su confianza y lograr que entiendan su sacrificio, su valor para los inocentes del Bando. Si apelamos a ello…

Miró a Sirenya con la última frase y la Líder negó con la cabeza.

—La renuncia a mi título sería vacía si permitiera la instrumentalización de niñes bajo mi mandato —dedicó una sonrisa triste a los presentes—. La decisión está tomada.

George se sentó. Aunque contuvo sus gestos, la derrota de su rostro fue la emoción más distintiva en la sala. El resto de miembros habían recuperado la tensa frialdad que ya sintieron tras escuchar de la amenaza shiriza, del riesgo de enemistar al Consejo con Reinos y Torres.

Tal vez ganarse la simpatía de les Elegides, considerando su poder, no fuera una decisión tan terrible a pesar de las implicaciones. A pesar de su voto y motivos para defenderlo, Andrew no pudo evitar temer por la decisión tomada.

—Tras esta reunión, Diplomacia y Mensajero Celestial se reunirán con les Elegides para explicar todo aquello que resta por contar —anunció Sirenya, y Andrew alzó la mirada al escuchar su cargo—. Acudiréis los dos tanto por vuestros Departamentos como opiniones opuestas. Como dije antes, esta no es más que una votación preliminar, una que se completará con la próxima asamblea del Consejo Central y el comienzo de la Observación.

»Informadles del Marcado y les Profetas, presentadles tanto la Búsqueda y sus derechos como la opción de rechazarlos y sacrificarse por el Bando. Pedidles un único favor y que este se incluya también en nuestra disculpa: invitadles al Baile que se celebrará esta noche, como invitades de honor.

Andrew parpadeó con sorpresa. Notó que su reacción no fue única, más de uno de sus compañeros parecía haber olvidado el evento.

—Acudiría yo misma, pero me ausentaré del Baile para organizar las próximas reuniones. Entre la Revelación y las Investigaciones sobre la mutación shiriza tenemos mucho trabajo por delante. Descansad hoy y, sobre todo, cuidad de nuestres Elegides durante el Baile.

»Pues, tomen la decisión que tomen, les Elegides siempre han sido un orgullo para el Bando Mágico. 





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