Última oportunidad
Blake y Claire esperaban sentados
en el sofá de su nuevo hogar, el mismo apartamento en el interior de la Sede
donde durmieron antes del Marcado. Como entretenimiento, seguían los nerviosos
pasos de Ángela de un lado a otro, esperando a la riña que les había prometido.
Era lo mínimo
que podían hacer por ella, quien había vivido la caída de ambos: Blake, halló a
Claire nada más despertar, pero Ángela se quedó con los Consejeros cuando se
llevaron a su amiga.
Por suerte o
por desgracia, su incertidumbre no duró más que una hora. A las tres de la
tarde, Ángela se desmayó como una Elegida más y una Marca rasgó la mitad
inferior de su espalda.
—Tenéis que
comprenderlo —comentó, sin cesar sus andares enfurruñados—, lo malo no fue
despertarme allí. Apenas me importó descubrirme una Elegida. Bueno, sí, pero…
Ángela
gesticuló efusivamente. De alguna forma, Blake logró traducir su mensaje:
—En el fondo,
ya te lo esperabas —Ángela asintió y abrió y cerró sus manos un par de veces.
Significaba un “gracias” frustrado—. Entiendo ese sentimiento.
—No, Blake, no
lo entiendes —se llevó las manos a la cara y las dejó caer lentamente, tirando
un poco de sus párpados inferiores—. Sanador, Blake, eres un Sanador. Mis
poderes matan cosas.
—Fue para
defenderte —interrumpió Claire, pronunciando despacio—. Si no hubieras atacado
a esas bestias y…
«No solo
fueron animales» —cayó en cuenta. Cruzó miradas con Ángela, descubriendo una
segunda capa de amargura sobre sus gestos.
—Maté a
shirizas enajenados en el lago —recalcó, bajando la cabeza—, gente que no tenía
la culpa de estar allí. Eran inocentes, poseídos por alguna especie de plaga, y
yo solo pensé en matar —negó con la cabeza—. Con esta magia, pues claro que me
esperaba ser Elegida. ¿Cómo no hacerlo?
—Ángela, mi Habilidad
no es la Sanación —insistió Blake, pretendiendo desviar el tema. Ella le dedicó
una mirada carente de sorpresa. Lo sabía, simplemente había decidido ignorar
aquel hecho—. Y dudo que la tuya sea el Elementalismo, ¿no?
Con las manos en
sus caderas, Ángela esquivó la pregunta.
—Como decía,
lo peor fue encontrarme sola de nuevo. Cielos, ¡¿cómo narices se os ocurrió
escapar de las habitaciones?! ¿Qué pretendíais siquiera? Tal vez Claire no lo
sepa, pero tú sí, Blake: no podemos escapar de una Sede sin autorización. Las
únicas entradas están mediadas por Transitores de Canal manualmente para
proteger la integridad de la Barrera que defiende y oculta el terreno.
—No
pretendíamos escapar —apuntilló Claire—. Teníamos hambre, así que Blake
consiguió un par de uniformes de aprendiz y salimos a picar algo.
—¡Y de alguna
forma eso derivó a que os liarais a espadazos!
—Andrew ya nos
ha regañado por eso —se quejó Blake, y era cierto—: “Los encantamientos de
protección solo regeneran heridas y cortes leves” bla, bla. ¿Cómo iba a
saberlo? ¡Los caballeros practican sin encantamientos!
—Sabes bien
que no.
—Mi tía lo
hacía.
—Solo contigo.
Os he visto entrenar y siempre era con espaditas de madera.
—¡No iba a
darle un mandoble a un niño!
Ángela levantó
ambas manos y las extendió hacia Claire:
—¿¡Pero una
espada a una novata sí!?
Y Blake
contestó, levantándose y señalándola:
—¡Esa “novata”
me ha dado una paliza!
—En realidad
estuvo bastante igualado —explicó Claire, encogiéndose de hombros ante la
estupefacta expresión de Ángela—. Tenemos un par de teorías sobre mi destreza,
si quieres oírlas.
—No, gracias.
Bastante violenta me siento ahora como para escuchar sobre batallitas —por fin,
sus pies le pidieron un respiro y atrajo una silla para sentarse frente a sus
amigos. Suspiró sonoramente antes de continuar—: No sé si os dais cuenta de que
habéis empezado vuestro primer día como “héroes” cometiendo todo delito a
vuestro alcance: robo de bienes materiales, suplantación de identidad (por usar
las tarjetas de aprendices), posesión de armas sin permiso… y supongo que
desacato o desobediencia por escapar del hospital. No me sorprendería si
también hubierais provocado el accidente del campo de prácticas.
—Ah, lo vimos
desde la ventana —recordó Claire—. Parecía bastante grave.
—Un grupo de
aprendices practicaba con explosivos y un novato falló al desactivar el primero
—explicó Ángela—. Pasé con Andrew a verlos mientras paseábamos y las quemaduras
eran bastante graves.
Dedicó una
mirada a Claire, analizando cómo seguir la conversación.
—Supongo que
emplearían la Sanación hasta estabilizarlos, ¿no? Por eso de que no conviene
abusar de la magia para curarse —Ángela asintió y Claire frunció el ceño—. A
pesar de mi aprensión, vivía entre Sanadores. Algo se me quedó.
Ángela hizo
una mueca de resignación antes de seguir.
—El caso es
que, a pesar de nuestro recién descubierto título, el Consejo no es un lugar
por el que andar tan libremente. Hay campos de tiro, armas y sitios que
requieren permisos por razones de peso. Estamos entre militares y magos
poderosos, no podemos…
—¿Y qué
esperabas que hiciéramos? —bufó Blake, cortando a una sorprendida Ángela.
Incluso Claire se sobresaltó—. Que hayamos descubierto esto no significa jurar
lealtad al Consejo, y más cuando ellos ya no velan por nuestra seguridad. Les
Elegides están bajo la jurisdicción de los dioses, no de los Consejeros.
Una expresión
que ambos conocían demasiado bien brotó en Ángela. Empezó con un temblor en los
labios y el ligero entrecerrar de sus ojos. Blake era lo opuesto, con una
sonrisa que había perdido la felicidad tras su inconsciencia y cambios.
Era una
discusión como tantas otras, pero Claire no encontraba a sus amigos en aquel
escenario. Una punzada de vértigo apretó su diafragma, expulsando el aire de
sus pulmones con un silencio que se sintió como un grito. Las cejas de Blake se
hundían como hacían en sus días más pesados, su sonrisa no brillaba como cuando
tanteaba a su amiga en sus riñas. Los ojos de Ángela, perlas oscuras, luchaban
por contener las lágrimas. La mueca de su enfado parecía más bien el dolor de
una herida abierta.
Ya era tarde,
el plazo para actuar terminó con la caída de Blake como Elegido. Tal vez antes,
con las muertes de su escolta. Con la crueldad que arrastraba la pérdida de
toda esperanza, con el nihilismo ante la falta de futuro, Blake siguió sin
advertir que estaba hiriendo tanto a sus amigas como a él mismo.
—No debemos un
comportamiento ejemplar al Consejo. Es más, ¡estos ni siquiera se han atrevido
a juzgarnos! Igual podríamos haber hecho algo más grave, total, la Profecía no
dice que vayamos a convertirnos en “héroes” precisamente.
Las lágrimas
de Ángela brotaron al fin. Recorrieron sus mejillas encendidas de enfado como
la nieve caería sobre las cenizas de una fogata. La aciaga mueca de Blake, la
sombra de una sonrisa burlona, se rompió con aquella imagen y el recuerdo de
sus propias palabras.
Y Claire no
supo qué hacer. Contempló inútilmente como sus amigos se hundían como si un
ancla los arrastrara al fondo del océano. Como estatuas cinceladas en su
desgracia, incapaces de nadar de vuelta a su pedestal.
Un temblor
sacudió a Ángela, había tocado fondo. El eco de una risa, distorsionada a
través del oscuro pozo que era su futuro.
—Lo sé, Blake.
Lo sé porque llevo años aceptando… pretendiendo lidiar con esto. “Las
posibilidades son bajas”, decía, pero siempre existe el uno entre el millón
—miró a ambos amigos con aquellos círculos oscuros que eran sus iris, la pupila
fundida entre el abisal castaño—. Sabía que no sería por mi Elementalismo,
aunque este era un aviso más, una prueba de que no podía huir de este momento.
Y cielos, me conocéis: yo solo sé esconderme de la tormenta y salir cuando los
truenos se calman.
»¿Qué voy a
hacer ahora con esta lluvia que caerá hasta que muera?
Claire se
encogió en su asiento, incapaz de responder o devolverle la mirada. Buscó ayuda
en Blake y solo dio con el mismo desconocido que apareció junto a su Marca.
Sus papeles se
habían intercambiado. Ahora era Claire quien debía dar con el consuelo que los
tres necesitaban. Deseó darles la mano, aunque la arrastraran a su miseria. Al
igual que en el lago, la idea de hundirse juntos casi sabía a piedad.
—Pero, como
dije, llevo toda mi vida preparándome para este momento —siguió Ángela, impasible—.
Incluso me creía lista cuando llegué a Máline, dispuesta a esperar el momento
sin más compañía que mis madres… Y entonces os conocí —las lágrimas afloraron
de nuevo, deshaciendo el camino de sal que las anteriores trazaron—. Os conocí,
con vuestras rarezas, y pensé haberme equivocado al creerme una entre millones,
porque la probabilidad de que fuéramos tres era inconcebible.
»Me asusté con
las vuestras, pero luego deseé las mías. Después desperté, os busqué y no
estabais. Estaba sola de nuevo.
—Blake sintió
lo mismo.
Ambos la
miraron. El arroyo de lágrimas desprendió un par de gotas más y los pesados
párpados de Blake se abrieron hacia Claire.
“Estaba sola
de nuevo”, dijo Ángela. “Lo que más temía era quedarme solo”, dijo Blake.
Conocía aquellos temores a pesar de que jamás llegó a compartirlos, pues su
ignorancia y segundo puesto la protegió de la soledad.
Tomó la mano
de Blake y este deslizó su mirada de sus dedos al rostro de Claire. Su tristeza
no se mancharía de lágrimas, ya las había llorado con ella antes.
―Es cierto
―admitió él―. Cuando desperté, busqué a Claire porque oí que una de vosotras
también fue Marcada. Sentí alivio por ello, por no tener que afrontar esto solo
—sus dedos se afianzaron sobre los de Claire. Un cálido abrazo que la retenía
con sincera necesidad—. Me culpabilicé por ello, por alegrarme de vuestra
desgracia… como ahora me consuela saber que también estarás con nosotros.
Ángela tragó saliva.
Su boca se torció formulando palabras para las que no tenía voz. Claire le tomó
el relevo, expresando lo que leía tras sus lágrimas.
—Estamos
juntos en esto, Angi —de alguna forma, un recuerdo le arrancó una sonrisa—.
¿Sabes lo que has dicho antes? ¿Lo de que te escondías cuando había tormenta? Recuerdo
cuando quedábamos para dormir los tres, de niños, y tronaba y corrías a
refugiarte bajo la cama. Entonces Blake y yo quitábamos las sábanas para hacer
un fuerte entre sillas y pinzas y poder escondernos contigo. Esto es lo mismo.
De alguna
forma, aquella historia también le robó una tenue risa a su amiga. Las últimas
lágrimas cayeron con los hoyuelos de sus mejillas y, cuando Blake y Claire
abrieron un hueco en el sofá, Ángela acudió a su llamado. Volvieron a juntarse
para abrazar entre los dos a su amiga, apartando de su rostro el pelo húmedo
por el llanto. Permanecieron así un rato, rememorando aquellas quedadas y las
riñas de sus padres por poner la habitación patas arriba.
Tras un último
estrujón y un par de besos sobre la cabeza rubia de Ángela, Claire y Blake se
separaron. Este dejó escapar una risita y Claire se alivió al pensar que sonaba
como el antiguo él:
—Lo mejor de
este símil es que justifica que fuéramos a por comida. No se puede hacer un
buen fuerte sin provisiones.
—Siempre
pensando en comer —se quejó Ángela, sin mucha inquina. Dejó caer la cabeza
hacia los hombros de Blake, el brazo de Claire tras las espaldas de ambos—. En
realidad, tuve compañía al despertar. Estaba Andrew… y el equipo médico, claro.
No iban a quitarme ojo tras vuestra escapadita.
»Me ofreció a
dar una vuelta con la excusa de encontraros, pero no ocultó que se sentía mal
por mí y quería acompañarme en un momento tan extraño.
―Es un buen
hombre ―opinó Claire―. Siento que de verdad se preocupa por nosotros.
―Lo hace
―asintió Ángela, con una extraña seguridad que no pasó inadvertida para Claire―
y se le da bien. Es un Mentalista, al fin y al cabo, tienen facilidad para leer
a los demás.
»Me preguntó
qué me gustaba hacer y salimos a ver tiendas. Supongo que veríais alguna
durante vuestra escapada. Venden enseres para recitaciones y armas para quienes
tienen licencia, pero también cosas cotidianas como libros, medicinas y ropa.
—Vimos algunas
y me acordé de ti —asintió Claire—. Realmente la Sede es como un pueblecito
dentro de un edificio.
—Andrew me
contó que los trabajadores pasan largas temporadas aquí, lejos de sus familias.
Las cuidadas instalaciones son lo mínimo para compensar la separación.
—Tiene sentido
—convino Blake—. Aunque actúe como academia y funcionariado, las Sedes son
bases estratégicas del Bando. No pueden permitirse mucho movimiento de gentes.
—Exacto
—mientras ordenaba sus siguientes palabras, Ángela aprovechó para acomodarse
entre los brazos de sus amigos—. Aun así, la Sede es preciosa. Me encantó
pasear por ella y Andrew fue muy amable con su propuesta… Aunque hubiera
preferido marchar con vosotros —Claire se acercó a ella y Blake apretó su
hombro, silenciosas disculpas que no interrumpieron a Ángela―. Sé que me estoy
repitiendo, pero de verdad necesitaba estar con vosotros, como ahora, como
siempre hemos hecho. Por eso estaba tan enfadada, lo siento.
―No te
disculpes ―negó Blake, espachurrándola contra él y reuniendo a Claire en el
proceso―. De haber sabido que te unirías al club de Elegides te habríamos
esperado.
―Es cierto
―corroboró Claire―. Nos pilló muy de sorpresa verte como Elegida… Culpa a Blake
por convencerme para salir.
―No, es tu
culpa por no pararme los pies.
―Es imposible
hacerlo con comida de por medio.
La réplica de
Blake se cortó con el murmullo de Ángela. La sutil tranquilidad que habían
cultivado en aquel sofá se enfrió con sus palabras:
—Tras dejarnos
aquí, Andrew dijo que marchaba a una reunión. Va a hablar con los demás
Consejeros de nosotros, de nuestro futuro.
»Aunque me
consuela saber que estamos juntos en esto, seguimos estando malditos. Realmente
era valiente al pensar que estaba preparada para esto.
Su risa seca
no hizo eco en sus amigos. Buscando ayuda, Claire alzó la mirada hacia Blake y
se encontró con su cabeza gacha, apoyada en la de Ángela. No hubo un “todo va
salir bien” de su parte. Ni siquiera su exagerado optimismo les salvaría en
aquella situación. Intentarlo sería negar que el sol calentaba o la lluvia
calaba las ropas.
Demasiado
honesto para mentir, estrujó a sus amigas con un pálido y corto abrazo. Claire
ni siquiera tuvo fuerzas para devolvérselo.
…
A las nueve y diez de la noche,
entraron dos personas que ya no eran desconocidas para la tríada de Elegides.
Armiro avanzó el primero, cruzando el salón hacia el sofá donde los tres yacían
acurrucados entre sí. Su mermada visión no advirtió las lágrimas que se habían
secado en sus mejillas, y su desinterés por las relaciones más allá de la
política le permitió ignorar el tenso ambiente del apartamento.
Andrew, por su
parte, se quedó en la puerta mientras Armiro saludaba a los jóvenes con una
inclinación de cabeza. Cuando los muchachos empezaron a recomponerse,
sentándose en el sofá y separándose del consuelo mutuo, Andrew se animó a
avanzar y acercarse una silla junto al otro Consejero. Saludó en voz baja y
tanto Blake como Claire le devolvieron el gesto con descafeinada cortesía.
Ángela solo le dedicó una corta mirada, pero su miseria lo alcanzó de igual
forma. Conmocionado, dejó que su inconsciente compañero tomara la palabra.
—Antes de
nada, quería tener unas palabras sobre vuestra pequeña aventura. Comenzar
vuestra carrera como Elegides huyendo de las instalaciones médicas es un acto
deshonroso para tal importante cargo. Todavía no sé cómo lograsteis robar los
uniformes y engañar al propietario de la cafetería “Manzana y Canela”, pero no
iniciaré una investigación contra vuestras chiquilladas si prometéis
comportaros en el futuro.
Claire, la
única capaz de devolverle la falsa mirada a Armiro, asintió:
—No volverá a
ocurrir.
—Gracias,
Segunda. Ahora, procedamos al tema que nos concierne —y, con el mismo tono
átono con el que alguien hablaría del tiempo, declaró—: hablemos de cómo evitar
vuestro Destino.
Como un jardín
que brota en primavera, las cabezas de los tres muchachos se alzaron al
unísono, buscando aquel sol pronunciado entre un mar de nubes. Un “qué” escapó
de los labios de Blake, quien casi se levantó de su asiento. Ángela, erguida
por el movimiento de su compañero, miró a los dos Consejeros con la misma
incredulidad que sus amigos.
—¿Va en serio?
Librarnos del Destino… ¿Significa eso…?
—…Que existe
una forma de evitar el camino que la Profecía escogió para vosotros —siguió
Armiro.
—¡¿De verdad?!
—De verdad
—asintió Andrew, devolviendo la sonrisa que comenzaba a dibujarse en el rostro
de la joven—. Existe una forma de salvaros.
Ángela se
hundió sobre el sofá de nuevo, ocultando entre sus manos su recién nacida
sonrisa y el suspiro de alivio que exhaló de ella. La expresión de Blake tardó
más en aligerarse, todavía turbada por la incredulidad. Al comprobar que los
Consejeros insistían en la veracidad de su proclama, el mestizo se permitió
creer y soltó un “menos mal” mientras se dejaba caer junto a Ángela.
Claire acabó
contagiándose de su dicha. ¿Cómo no hacerlo, tras sufrir el silencio de sus
amigos encerrados en la desesperación? Incapaz de dar consuelo o solución a la
situación que los apresaba, también aceptó la llave que lanzaron los Consejeros.
Sin embargo, una sombra de escepticismo agrió su esperanza. Según Armiro, según
los rumores y leyendas que había escuchado, la Profecía era un poder superior a
cualquier otro. Una norma que legislaba sobre las demás, natural e inmutable
como el paso de las estaciones, antigua como el Eclipse que reencarnó el mundo
donde vivían.
Si la Profecía
era así…
―¿Cómo lo
habéis hecho? ―preguntó Blake, como si recogiera la incredulidad que manchaba a
Claire—. Jamás había escuchado que se pudiera evitar la Profecía. Ni siquiera
los dioses pueden cambiar los Destinos o sus dones, solo los leen y
comunican a mortales.
―Es cierto
―asintió Armiro, con calma―: ningún mortal o dios puede cambiar las Leyes
Sagradas. No obstante, tal y como os expliqué en vuestro primer día, la propia
Profecía reescribe sus normas con cada edición. Esta es la primera vez que
ofrece un Destino y el método para subsanarlo.
—Un método —repitió
Claire—. ¿En qué consiste?
—En una
búsqueda que culminará con una recitación, Segunda. Una que daría paso a la
siguiente Profecía sin esperar a la muerte de sus Elegides, llevándose sus
dones con ella.
»Para invocarla,
debéis reuniros les trece en un mismo punto, en cualquier parte del planeta,
teniendo como límite de tiempo un año tras la aparición de la decimotercera
Marca.
Al instante,
las sonrisas de les Elegides desaparecieron. Sus expresiones se congelaron en
una sorpresa y confusión tan intensas que terminaron decantándose hacia una
estupefacta neutralidad.
―¿Alguna
pregunta? ―inquirió el Alto Consejero, ante el abrupto silencio.
―¡¿En solo un año?! ―logró
exclamar Ángela.
―¿Solo un año? ―repitió Armiro. Parecía algo ofendido―. Es bastante tiempo.
—¡Solo hay trece Elegides en todo el mundo! ¡Será como buscar una aguja en un pajar!
―No
exactamente ―intervino Andrew―. Ahora contamos con el Marcado, que agiliza la
búsqueda de dos formas: primero, nos permite lanzar el decreto de llamamiento
obligatorio a Elegides.
―¿No existía
eso de antes? Por eso acabamos aquí, ¿no?
—Sobre candidates
no es tan obligatorio puesto que se asume desconocimiento. Hasta el Marcado,
une candidate no sabe si es Elegide o no con total certeza. Con la Marca no hay duda, y por ello
la ocultación de Elegides trae consecuencias legales —Claire entrecerró los
ojos y notó como Andrew ignoraba su gesto—. Más decisiva es la inauguración de
la Observación: en unos días, la Corte Celestial se reunirá, escogerá Directore
y analizarán la información que las Marcas han recogido sobre sus Elegides en
el momento de su aparición.
―¿Para eso
sirven? ―preguntó Claire, acariciando instintivamente la tela sobre su
clavícula.
―Entre otras
muchas cosas ―añadió Armiro―. También os permiten observar a vuestros Profetas
durante el Marcado ―sus ojos se entrecerraron, como si con ello pudiera
distinguir mejor sus rostros―. ¿Por casualidad reconocisteis a alguien?
Tanto Blake
como Ángela negaron con la cabeza y Claire se apresuró en hacer lo mismo. Después,
preguntó:
―¿Qué es une
Profeta?
—Una persona
vinculada a une Elegide de forma que obtuvo información sobre su Destino. Hay
une Profeta por cada Elegide y, cuando este últime nace, su Profeta recibe una marca con
su número y porvenir —Armiro chasqueó la lengua—. También se hizo un
llamamiento de Profetas en su día con la esperanza que su inocuidad ayudara a
atraer información sobre les Elegides. Huelga decir que no dio resultados.
Claire se tomó
un momento para asimilar aquella explicación. Comenzó preguntándose a quién
habrían visto sus compañeros, pues no parecían mentir cuando negaron conocer a
sus Profetas. Aunque su revelación como Elegides desafiaba los límites de la
coincidencia y casualidad, reconocer a sus vinculades habría sido…
Una repentina
realización cruzó sus cavilaciones. En un instante, la serenidad desapareció de
su rostro y tuvo que esforzarse por recuperarla. Fue difícil, pues su boca seca
pedía saliva y tuvo que disimular con tos el aliento que engulló con
ansiedad.
«La visión que
mi otra voz ocultaba era mi Profeta, no hay duda de ello ―comprendió, bajando
la cabeza con la esperanza de que su flequillo ocultara el pánico en sus ojos―. Ella le reconoció. Sabía quién era y esperaba que fuera tal persona: Alguien
de mi pasado debía saber que era una Elegida».
Las
implicaciones de aquella revelación tendrían que esperar, pues no quería que su
inquietud llamara la atención de los Consejeros y desembocara en una
explicación sobre los tormentos de sus noches.
—… el
llamamiento incluirá vuestro método de salvación, un incentivo para atraer a
Elegides… y que desgraciadamente no pudimos comunicar antes —seguía explicando
Andrew, y Claire se esforzó en volver a la conversación—. Si a eso sumamos los
datos que recogerán las Torres y nuestros propios registros de candidates, no
deberíais preocuparos por el tiempo —su tono de Consejero se relajó—. Tres es
casi la cuarta parte de trece, vais por buen camino.
—¿Y qué pasará
si nos pasamos de plazo? —cuestionó Claire—. ¿No serviría si nos encontráramos
un día después? —La sonrisa de Andrew tembló y a Claire se le erizó el vello de
la nuca—. ¿Cuánto tardaríamos en cambiar?
El rostro de
Armiro se volvió hacia ella. Hasta que no respondiera, sus intenciones
permanecerían ilegibles en aquellos rasgos herméticos, tan similares pero
apagados en comparación a los de su jovial hermana. De reojo, Claire advirtió
que Andrew apartaba la mirada, como tantos otros hacían ante sus iris. Él
también era difícil de leer, ¿sería por su Mentalismo o su experiencia como
mediador?
Como hizo tras
el duelo, se preguntó si su desconocida Habilidad sería lo que la
empujaba a buscar miradas para entender emociones. Una teoría fundamentada sobre
ideas y suposiciones endebles, pues seguía siendo una ignorante en la magia.
Con su pregunta, pretendía no solo aprender si no encontrar una razón que
calmara la desconfianza que sentía con aquella propuesta. Tal vez, si llegaba a
comprender sus fundamentos, podría creer en ella.
―Os
convertiréis en monstruos dentro de un año y un día.
Un último
latido sacudió el pecho de Claire. Un eco visceral que enmudeció los siguientes
que la mantuvieron en vida, insuflando sangre y oxígeno a unos músculos que fue
incapaz de mover. Tres pieles perdieron el poco color que la esperanza les
había devuelto, dejando tres sombras pálidas sobre el sofá. Armiro continuó,
ignorando o despreciando su reacción, tanto daba.
—El Hechizo de
Marcado también acelera el cambio, deteniéndose solo con la reunión de les
Elegides. Esta característica, casi olvidada con el tiempo, ha sido de gran
ayuda en muchas de las Profecías más notables, permitiendo que sus
protagonistas alcanzaran su máximo potencial con necesaria prontitud.
Un ligero
aliento escapó de los labios de Blake. Su expresión seguía rota, incapaz de
expresar nada más que conmocionada confusión, pero el pelo ensombrecía la furia
de sus ojos y esta brotó en la voz de Ángela. Sonando como el viento entre
cristales rotos, calmada a pesar del odio que esgrimía, exigió:
—¿Por qué
habéis hecho esto? ¿Por qué? …? ―Andrew esquivó su mirada, incapaz de contestar
a las tres carcasas sobre el sofá. Herida por aquel acto de cobardía, la voz de
Ángela hirvió en justificada ira―: ¡¿Por qué no nos dijisteis nada de ello?!
―Sería aplazar
una propuesta que aceptaríais igualmente ―contestó el impasible Demiurgo―: una
pérdida de tiempo.
―¡Lo
contrario! ¡Nos habríais dado años de vida! ―rompió ella, levantándose del
sofá. El estallido de su dolor alcanzó a Claire, abriendo su rabia como heridas
de metralla―. Les antigües Elegides podían esperar años hasta recibir la
plenitud de sus dones. ¡Nos habéis robado ese tiempo, malnacidos!
—Al contrario,
les Elegides nos lo habéis arrebatado al Consejo —siguió aquella voz, tan
calmada que resultaba cruel—. Estamos en guerra, Tercera. Cada día mueren
cientos de soldados defendiendo nuestras fronteras, asesinados por infiltrados
neutrales, incapaces de hacer frente a las armas metaloides. Cada día, miles de
niñes despiertan descubriéndose huérfanes, mientras vosotres Trece os
escondíais para llorar egoístamente por un futuro que evitaría el dolor de
millones.
Ángela contuvo
su cólera enrojeciendo su rostro. Claire guardó silencio con paralizada apatía.
«Éramos niñes ―pensó, incapaz de pronunciar su excusa―, seguimos siéndolo,
seguimos estando condenades. No puedes cargar tal responsabilidad en nosotres».
Entonces Blake
se levantó con una respuesta, una réplica que resumió los pensamientos de
Claire y la frustración de Ángela. Dedicó una tensa mirada al despiadado Demiurgo
y dirigió un puñetazo a su rostro.
No llegó a
darle. Sus nudillos quedaron rozando su nariz, el cuerpo entero de Blake
paralizado en el acto. Armiro ni siquiera se había inmutado, permaneciendo tan
quieto como su agresor. Solo sus iris se dignaron a moverse, esquivando el puño
cerrado para hallar la cara de Blake.
―Te tomaba por
alguien más tranquilo, Primero. Veo que las apariencias engañan, pues es tu… ¿tercer
desacato a la autoridad? ―después se giró hacia Andrew quien, ahora Claire se
daba cuenta, envolvía a Blake con su mirada―. Gracias, Andrew. Puedes
devolverlo a su sitio.
No había mejor
forma de describir la forma en que el mediador resolvió ese conflicto. Claire
percibió cómo aquel hombre proyectaba su mirada y esta envolvía a Blake,
recogiéndolo gentilmente para guiarlo de vuelta al sofá. Una vez sentado, la
sorpresa del mestizo casi ensombreció la ira que le llevó a la agresión. Andrew
le pidió con la cabeza a Ángela que imitara a su compañero y esta accedió
voluntariamente, aún dolida.
Esperando que
el Mensajero continuara su afilado discurso, sus siguientes sílabas pillaron
desprevenides a les Elegides.
—Definitivamente,
estas no han sido formas de comunicaros nuestra posición y oferta. Me disculpo
por ello —a su lado, Andrew asintió con aprobación. Claire se preguntó hasta
qué punto modulaba a su compañero—. No somos vuestros enemigos. Si lo fuéramos,
no os habríamos concedido esta oportunidad.
—Deberíais
habernos contado todo lo que implicaban las Marcas —insistió Ángela entre
dientes—. Aunque fuéramos a aceptarlas igualmente.
—Y tienes
razón, Tercera —el Mensajero exhaló con inconfundible cansancio—. Sé que no
servirá como disculpa, pero esta decisión se tomó años antes de que ocupara mi
puesto. Se dictó que la urgencia justificaba el Marcado Inmediato de les candidates,
y que la subsanación se anunciaría según las circunstancias —suspiró—. Tal vez
habríamos tenido más éxito al adjuntarla al anuncio de reclutamiento, aunque la
credibilidad del Consejo jugaba en nuestra contra… Andrew sabrá más de los
motivos tras las decisiones tomadas.
El mencionado
asintió, pero Blake, ya más despejado, se adelantó:
—Tras
traicionar nuestra confianza, ¿cómo podéis esperar que os salvemos? ¿Creéis que
aceptaremos luchar bajo vuestra bandera si no logramos curarnos?
—Lo primero es
que el poder de une Elegide no solo se extrae de su utilidad en batalla —Blake
entrecerró los ojos, pero Armiro ignoró sus dudas—. Aunque planteamos su
principal ocupación en la lucha, sí.
»Considerando
las descripciones que dictan las Leyes Sagradas, creemos que les Elegides podrían terminar perdiendo su capacidad de raciocinio. Sin conciencia de sí mismes, el
campo de batalla sería el único lugar donde liberarían su potencial sin ser
un peligro para la sociedad o sus seres queridos.
―¿En serio nos ocurrirá eso? ―logró murmurar Claire.
—Es una
posibilidad —concretó Armiro—, una basada en los riesgos que entrañaría la
monstruosa Metamorfosis descrita en las Leyes Sagradas, a la que también cubren
de alabanzas por su poder. La interpretación de las Profecías es confusa
incluso para la curtida Corte Celestial. Si diéramos con algún Profeta,
podríamos concretar más.
»De todas
formas, el Consejo preferiría vuestro apoyo por voluntad propia. Requerimos
vuestro poder. Los metaloides tienen armas capaces de disipar la canalización
de méner, borrando nuestras recitaciones e inspiraciones. Sin magia, solo disponemos
de fuerza bruta, y evidentemente su tecnología la supera con creces.
»Aunque esto
solo sucede con los mortales. El poder de los dioses y la Profecía es
inalterable salvo por su propia mano. Sin embargo, no podemos recurrir a las
divinidades por la inestabilidad energética de sus cuerpos. Por la seguridad de
todos, moran en las Torres, donde mantienen la Barrera Primordial que protege
nuestro territorio, entre otras tareas.
»Pero les
Elegides no sois como ellos. Podéis caminar entre mortales con un poder más
antiguo que el de la Corte Celestial. Sois una estrella fugaz que brilla entre
los decadentes astros que moran en las Torres, y el firmamento es inalterable
para los mortales metaloides.
―Entonces,
¿qué ganáis dándonos la oportunidad de sellar nuestro potencial? ―preguntó
Blake, resumiendo el razonamiento de les tres―. Entiendo que os beneficia al
acelerar nuestro cambio, pero ponéis en riesgo todos estos años esperando a la
nueva generación de Elegides.
Andrew le tomó
el relevo a Armiro.
—Lo primero es
daros la oportunidad de evitar un final que nadie desearía a sus seres
queridos, simple y llanamente. Personalmente, considero inadmisible que se os
Marcara sin explicar las consecuencias, aunque ya hemos tratado el tema.
Centrémonos en lo que ganamos con ello:
»El Marcado
nos muestra la identidad de les Elegides, facilitando su búsqueda. Necesitáis
reuniros les trece para obtener la salvación, pero si fracasáis a medio camino (ojalá
que no), implicaría nuestro acceso a más Elegides.
»Por otra
parte, ayudaros podría limar las animosidades con las que hemos empezado
nuestra relación. Al financiar la búsqueda, tal vez reconsideréis ayudar al
Consejo con vuestra experiencia o poder de mientras. Igual vosotros no (lo
comprendería tras lo del Marcado), pero quien sabe.
—Aunque os
curarais, como figuras de importancia política os sería fácil encontrar trabajo
en el Consejo —aseguró Armiro—. Nunca se ha hecho un salto generacional en la
Profecía, así que ignoramos si perderías todos vuestros poderes con la
renuncia… O qué sucedería al cambiar físicamente…
—Podríais
ayudar al Bando desde un papel académico —cortó Andrew.
—Aunque
preferiríamos trece nuevas leyendas en batalla.
—Armiro…
—Está bien.
Ambos
Consejeros guardaron silencio, esperando su respuesta. Les Elegides se miraron
entre sí antes de asentir, llegando a un acuerdo mediante la secreta
comprensión que empapaba sus lazos.
—Marcharemos
en búsqueda de les otres diez Elegides.
Claire no desvió la mirada ni un
milímetro de los dos miembros del Consejo, esperando la reacción ante su firme
declaración. Con el mismo tono, se apresuró a añadir.
―Y no podemos comprometernos a
participar en los asuntos del Consejo.
Daba igual la
gloria y fama que prometían las banderas y batallas, así como los honores y el
saber de la vida académica. Sin sus conciencias, olvidarían su valor y,
entonces, ¿qué sentido tendrían? Cientos de personas morirían de todos modos,
con Elegides o sin elles. Tal vez se movían por razones egoístas, pero tenían un
buen motivo para hacerlo: lucharían por sus propias vidas buscando al resto de
afectades por la Profecía.
—Tampoco os
interesa mandarnos a batalla —añadió Blake—. Somos menores y la ética es un
campo de estudio que deberían revisar vuestros antecesores. Además, somos un
desastre con la magia. La idea de soltarnos por ahí a buscar colegas es
bastante temeraria de vuestra parte.
Armiro pareció
ignorar la broma con la que Blake esperaba quitar hierro al asunto, sin
embargo, Andrew correspondió a su sonrisa, agradeciendo el intento de sanar la
relación entre Elegides y Consejo. Sus comisuras se alzaron con aquel gesto tan
cálido, tan familiar, que desorientó a Claire una vez más. ¿Dónde más había
visto aquella amabilidad?
—Entendemos
vuestra posición —asintió el Mentalista—. No hay rencor en ello, pues es lo que
haría cualquiera en vuestra situación. Y respecto a lo que comentas, Blake, el
Consejo se encargará de ofreceros tanto hogar como refugio en sus Sedes, así
como entrenamiento, suministros y todo lo que podáis necesitar para vuestro
viaje… Incluida una escolta.
—No, por
favor, me sabría mal molestar a vuestros compañeros —negó él, alzando las
manos―. Me bastaría con un mandoble como el que usé en mi duelo. Con su
respectivo permiso de armas, por supuesto.
Claire arqueó
una ceja.
―¿Hablas en
serio? Si acabas de decir lo imprudente que es soltarnos.
―Y una espada
ligera para ella ―añadió, señalándola―. Es muy buena.
―No me lo
puedo creer ―suspiró Ángela.
—He oído que
disteis todo un espectáculo —comentó Armiro—. ¿Seguro que no querríais
entrenaros? Conozco a un hombre que mataría por enseñar a Elegides.
—De momento
no, gracias —negó Blake, con una mueca—. Además, creo que sería mejor partir
cuanto antes, ¿no?
—¿Cuándo,
exactamente?
―¡Mañana mismo!
―exclamó Ángela, con más urgencia que entusiasmo en su voz.
―¿Mañana?
―repitió Claire, alzando de nuevo una ceja―. ¿No es algo precipitado?
―A mí me
parece excelente ―opinó Andrew, agradeciendo el optimismo de los muchachos―.
Hablaré con mis colegas para hacer los preparativos… Aunque hay un pequeño
inconveniente que podría retrasarnos.
―¿Qué ocurre?
―preguntaron les tres Elegides a la vez.
―Política
―espetó Armiro, con un hastío que sobresaltó a los jóvenes y arrancó una
carcajada de su compañero―. Convenciones sociales, etiqueta, eventos frívolos y
superficiales.
―¡Pero si es
tu día favorito! ―exclamó Andrew―. Ahí donde lo veis, le encanta bailar.
―Poder leer
las emociones de la gente no evita que tu sentido del humor sea pésimo ―se giró
hacia les Elegides, como si el notorio sarcasmo de su compañero requiriera
explicación―. Preferiría llevar las cuentas de mi compañero Araekloss a hacer
acto de presencia en esta desgraciada velada. Y solo bailo por formalidades,
que conste.
―Menos mal,
porque eres tan torpe que ninguno de tus pretendientes te pide un bis.
―Un momento,
un momento ―pidió Ángela, con el amago de una sonrisa brotando en su rostro―.
¡¿Estamos hablando del Baile de Fin de Año?!
―¡¿Pretendientes?!
―repitió Blake.
―Voy a
considerar tu ofensiva sorpresa como otro desacato a la autoridad, Primero
―advirtió Armiro―. Y sí, Tercera, se trata del Baile de Nochevieja. Como
sabréis, el Consejo Mágico está subvencionado en gran medida por familias
acaudaladas de linaje mágico. Frecuentemente son aquellas de tradición mágica o
incluso de apellido con Legado, aunque buena parte de nuestro mecenazgo
incluye a nobles noma. Es su forma de apoyar la magia sin querer
iniciarse en ella, aunque otros aristócratas no les miren con buenos ojos.
»Mediante
estos bailes y eventos agradecemos su generosidad y aprovechamos para mejorar
nuestra relación con el círculo noble. Esto es importante pues, aunque a
algunos Consejeros les pese, las Sedes deben cooperar con los Reinos por el
bien del Bando Mágico.
Andrew asintió
aprobando su discurso y Armiro continuó, ignorando el temblor en las piernas de
Ángela.
«Oh no» pensó
Claire, temiendo la explosión que se avistaba en el horizonte.
—La aparición
de les primeres Elegides sería una grata sorpresa para nuestros invitados, no
en vano ahora sois las personas más importantes del Bando. Nos haríais un gran
favor acudiendo como invitados de honor. Solo con vuestra presencia podrían sanarse
las tensiones políticas que están oxidando nuestra relación con nobles y
majestades.
»Sé de vuestra
declaración de intenciones, así como comprendo que la perspectiva de acudir a
tal tediosa ceremonia… ¿Tercera, estás bien?
Ángela levantó
la cabeza y Blake y Claire se apartaron para huir del estallido:
―¡¿A QUÉ HORA
EMPIEZA?! ¡¿DÓNDE CONSIGO ROPA?! ¡¿Y MAQUILLAJE?! ¡¿PUEDO HACER UN PEDIDO A MÁLINE
PARA ENVIAR MI ARMARIO AQUÍ? ¿HAY QUE ESCOGER ACOMPAÑANTE?
Esta vez, le
tocó amedrentarse a los dos Consejeros, quienes retrocedieron ante la avalancha
de preguntas que Ángela espetó invadida por la emoción. Claire no pudo evitar
contagiarse de su entusiasmo. Los ojos de su amiga brillaban por dicha y no por
lágrimas contenidas, recordándole que, pese a todo, seguía siendo ella.
Blake parecía
compartir aquel pensamiento con Claire. Tras recuperarse del estupor inicial,
le dedicó una mirada cargada de cariño y alivio y ambos se dejaron llevar por
aquella reconfortante familiaridad.
Tras unos
segundos, Armiro logró recomponerse:
—No puedes
pedir hoy tus pertenencias: la Red de Portales estará ocupada con el flujo de
invitados. Podemos proporcionaros maquillaje, ropa y todo cuanto necesitéis de
las tiendas de la Sede. Hay folios en la encimera, apuntad lo que queráis en
uno y Andrew os lo conseguirá. No debería haber problema mientras devolváis
todo en buen estado —sus dedos huesudos tamborilearon sobre sus rodillas—.
Respecto a lo del acompañante…
—Eso es
exclusivo de Armiro, no os preocupéis —bromeó Andrew.
—Mi hermana
cree que ser la heredera y estar prometida le da derecho a buscar pareja al
resto de la familia… Y quitándola a ella, soy el único Caenor que queda.
—Oye, Sheziss,
Ledzan y yo te hemos juntado con gente alguna vez.
—Y esperaréis
que os de las gracias. De verdad, solo quiero dar mi discurso e irme a la cama
—tras un agotado suspiro, advirtió que les Elegides le prestaban atención,
entretenides con su desgracia—. Ah, y el Baile es a las diez.
—¡¿A las
diez?! —chilló Ángela, volviendo a asustar al cansado Demiurgo—. ¡Eso es casi
ya! Ay, cielos, menos mal que pude ver parte de las tiendas y tomar inspiración
—de un salto, se levantó del sofá y caminó hasta la encimera buscando papel y
lápiz—. ¡Ni se os ocurra iros! En menos de cinco minutos tendré una lista con
lo necesario para arreglarme a mí y a…
Fijó la mirada
en sus amigos y, al unísono, ambos tragaron saliva sabiendo lo que se venía.
Aquellos iris oscuros oscilaron lentamente entre ellos hasta detenerse con un
veredicto.
—…Claire. Te
vienes conmigo.
―¿Perdona?
―Te toca
―insistió Ángela, sin parpadear.
―¡No es
verdad! ―negó ella, casi con pánico en la voz.
―Blake,
levántala.
―¡Ni se te
ocurra!
Blake se puso
de pie y extendió la mano elegantemente, ignorando a los Consejeros que seguían
en la habitación.
―Es lo justo
―rio él, guiñándole un ojo―. A mí me arregló para la fiesta del solsticio de
invierno.
Respondió a su
guiño sacándole la lengua, pero aceptó su mano y se dejó acompañar hasta
Ángela. Esta rodeó su brazo con el suyo, sellando su destino durante la próxima
hora. Para ser tan bajita y repudiar el esfuerzo físico, Ángela podía sacar una
fuerza considerable. Sobre todo, si había una fiesta por en medio.
—¡Será genial!
—aseguró, todavía con chispas en los ojos—. Empezaré peinándote el pelo y, si
quieres, puedes cepillar el mío. Luego te aplicaré un maquillaje ligero que
tape tus ojeras y con eso estarás todavía más guapa de lo que ya eres. Confía
en mí.
Era ella una
vez más. Era la emoción por la ropa y las fiestas, por pasar unos minutos
arreglando a sus amigos mientras estos fingían quejarse. Volvía a ver diversión
en la cara de Blake, picando a Ángela por un entusiasmo que, en realidad,
adoraba en ella. A pesar de la muerte y los cambios, de las Marcas y la
incertidumbre del mañana, Claire cerró los ojos y apretó su brazo con el de
Ángela.
Estaba en
casa.
Encontraron
material de escritura y Ángela se tomó unos escasos minutos para plasmar sus
ideas sobre el papel. El lápiz escribía tan rápido que apenas pudo seguirlo con
la vista. Cuando terminó, Blake le dedicó un silbido de asombro. Después tomó
la hoja, la dobló para hacer un avión y la lanzó hacia los Consejeros. Andrew
la atrapó al vuelo.
— Yo solo
quiero un traje sencillo. Para compensar —dijo—. ¡Nos vemos en la fiesta!
―No tardéis
mucho ―les pidió Andrew―. Si lo hacéis, mandaré a mis compañeros para
asegurarme de que no volvéis a escaparos.
Claire asintió
y los Consejeros se marcharon. Finalmente, le dedicó una exagerada mueca a
Blake antes de dejarse arrastrar por Ángela a la habitación.