Compromiso
Una joven lloraba en su mullida
cama, manchando su almohada y cabellos rojizos de amarga sal. No había consuelo
capaz de calmar el torrente de su emoción, una lluvia que caía tras una furiosa
tormenta. Ni los recuerdos ni tretas de su mente fueron capaces de darle un
desahogo, pues la solución a su desgracia escapaba de su alcance. Tampoco la
consolaban los lujos que la rodeaban, proclamas orgullosas de la riqueza de su
familia.
No, aquellos
ostentosos muebles solo eran tótems de repulsiva soberbia. Una codiciosa plaga
que se extendía por su habitación engullendo sus verdaderos tesoros. Su
colección de antiguos tomos de historia estaba sepultada entre vanidades, así
como los diarios, cuadros e ilustraciones que había ido recopilando en sus
viajes como intérprete y diplomática. Aquel era su verdadero tesoro: regalos de
comerciantes, amigos y compañeros eruditos, celosamente cuidados por su
orgullosa dueña.
Obras que le
permitían escapar de su opulenta prisión, que la liberaban de las cadenas que
ella misma se impuso y un segundo arrebató su control.
Ahora,
indeseados presentes invadían su habitación, cubriendo y devorando hasta el
último de sus recuerdos materiales. Buscando desahogarse, había pateado a
conciencia todos y cada uno de aquellos regalos para calmar su frustración y
culpa. No podía protestar ante su destino, pues sabía que, de haber seguido la
ética palaciega, esta no habría arremetido contra ella…
¿O era
inevitable? Tanto daba ya, sus nudillos y pies estaban doloridos. Había
expresado especial inquina contra uno de los regalos, una joya que jamás llegó
a reunirse con sus hermanastras del tocador.
Un anillo de compromiso. El
último sello a la escasa libertad que le quedaba.
Su llanto
ignoraba la petición de su hermano. Hacía rato que dejó de llamar a la puerta,
optando por ofrecer su consuelo sin entrar a la habitación. Aunque su hermana
no le dedicó palabra o pensamiento, él siguió apoyándola con su distante
compañía. La verdadera familia sabía comunicarse sin verbalizarlo.
Por eso mismo,
cuando los sollozos de su hermana enmudecieron de pronto, él pidió respuesta.
La llamó y llamó, asustándose cada vez más ante la ausencia de su voz.
Desesperado, invocó a su Legado y el fuego obedeció. El pomo cayó entre
cenizas, antaño la madera que lo sostuvo. El mago abrió y corrió hacia el
cuerpo inerte de su hermana.
Ella no contestó a sus súplicas. Por primera vez, su mente viajó involuntariamente, reuniéndose con alguien que ella no había llamado. En su cuello, una soga de intrincados caracteres comenzó a dibujarse.
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