viernes, 27 de octubre de 2023

La Profecía del Mal: El Octavo Anuncio (Interludio)

Embriaguez


La tímida luz del crepúsculo se filtraba por las ventanas de la taberna, anunciando la despedida del sol hasta el año venidero. A pesar de que era temprano, la noche invernal llegaba cuando en primavera todavía habría luz del día, la excusa perfecta para empezar las celebraciones.

Era Fin de Año una vez más. Los brindis y felicitaciones perdían coherencia conforme se vaciaban las jarras de cerveza y se reemplazaban por otras. Algunas comandas incluían aperitivos y meriendas para compensar la graduación de alcohol de los pedidos. El olor de las salchichas y el estofado caliente calentaba los corazones de la gente, y el tabernero devolvía las sonrisas de sus festivos clientes.

A pesar de que el oficio le impedía unirse a la fiesta, la felicidad a su alrededor mantenía sus ánimos a flote en una de las noches más complicadas para el negocio. Lo agradecía pues, en tiempos tan aciagos, toda jovialidad era bienvenida.

En un momento, a pesar del barullo de cantinelas y risas ebrias, el entrenado tabernero avistó unas gotas de cerveza que no acabaron en un sediento gaznate. La jarra de un conocido derramaba su contenido sobre la madera pegajosa de la barra, manchando tanto el suelo como el cabello de dicho muchacho.

Chasqueó la lengua. No era la primera vez que aquel cliente llegaba a un problemático estado de embriaguez, pero jamás le había visto perder el conocimiento así.

Con toda la discreción que pudo, le pidió a su compañero que buscara al segundo borracho que solía acompañar a aquel joven de frente vendada y ropas desgastadas. Después, lo tomó entre sus brazos y lo llevó a la trastienda. De ser otra persona, lo habría aleccionado sometiéndolo a la fría nevada de los callejones, pero se descubrió incapaz. A pesar de sus desmedidas cogorzas, había pillado cariño a aquel bribonzuelo.

―La próxima vez contrólate un poco, zagal. Apenas son las cinco de la tarde.

El muchacho no respondió. El tabernero frunció el ceño antes de encogerse de hombros y subir las escaleras de vuelta al trabajo. Es cierto que jamás le había visto dormirse beodo, y que normalmente consumía bastante más antes de dar problemas, pero entre celebraciones tal vez la bebida le golpeó más fuerte que de costumbre. Ya se encargaría su colega de despertarlo.

De mientras, el joven experimentó algo que siempre había ansiado, pero jamás se le concedió. Sus pasos oníricos marcharon entre caminos desconocidos, acompañados de los tañidos de una campana. Sorprendentemente consciente, su mente contó hasta ocho mientras avanzaba, emocionado, en un sueño propio.


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