Música y Prejuicios
—¿Ves? Tu pelo no es tan rebelde
como parece. Solo es cuestión de cepillarlo de vez en cuando.
—Eso hago.
—De vez en
cuando implica más de una vez a la semana, Claire.
—Uf, no tengo
la valentía suficiente para eso.
—Para eso
estoy yo: la Tercera Elegida, la heroína del buen gusto —Ángela retiró el
cepillo y le puso unas horquillas que sujetaron el maltrecho flequillo a un
lado—. Y con esto, incluso podrás ver y todo. ¡Mírate! ¡Lista y divina!
La cogió de la
mano para levantarla de la cama y, del ímpetu, Claire casi se cayó al suelo.
Tuvo que hacer equilibrio sobre los tacones para no aplastar a su amiga.
—Cielos, ¿los
tacones también eran necesarios?
—¡Si fuera por
ti irías con botas al baile!
Incapaz de
desmentirlo, Claire se encogió de hombros y Ángela puso los ojos en blanco,
mueca que no borró la risa de sus labios. Ahora con más cuidado, tomó a Claire
de ambas manos y la atrajo a su lado, frente al espejo.
Los Consejeros
habían cumplido su palabra y ambos conjuntos seguían las directrices de Ángela.
Esta llevaba un vestido de media pierna, rojo y con tul anaranjado que daba
volumen a la falda. Un cinturón alto y oscuro rompía la calidez del conjunto, que
combinaba con guantes cortos y zapatos del mismo color. Un estilo desenfadado
que contrastaba con la elegancia azul oscuro que escogió para Claire, con un
vestido largo y escote de palabra de honor.
Ángela rodeó
su brazo con el suyo y dedicó una sonrisa a sus reflejos. Claire la imitó, contagiándose
de la emoción de su amiga. A sus ojos, siempre era guapa, pero era sorprendente
cuando se arreglaba con dicho propósito.
—Nos ha
costado una hora, ¡pero ya estamos listas! —todavía sonriente, dedicó un par de
poses a sus reflejos, como si fuera una actriz famosa. Al ver que Claire la
contemplaba, la señaló—. Vamos, posa tú también. ¡Estás preciosa! Sabía que los
tonos oscuros te quedarían bien, y con los hombros al descubierto luces la
fuerte espalda que tienes —Claire desvió la mirada, ocultando un rubor que
Ángela no percibió. Su gesto se había torcido—. Lo siento de nuevo, no caí en
lo de tu Marca. Queda totalmente al descubierto.
Claire rozó la
Marca de su clavícula con los dedos. Su piel no notó el frío deje que sintió al
mirarla al espejo. Blake no mentía al decir que provocaba escalofríos, de
hecho, parecía que todas las Marcas dejaban una huella similar al mirarlas.
Sintió malestar al contemplar la de su amigo, y también cuando Ángela le reveló
la suya: Un complejo entramado de caracteres que cruzaba la zona baja de su
espalda. Su amiga tuvo que llamarla para sacarla de su ensimismamiento, pues se
perdió entre aquella maraña de letras que, tras un segundo vistazo, comprobó
que no variaban como creyó en un principio.
—Si tan solo
hubiera pedido una gargantilla o chal… —lamentó la aprendiz de estilista.
—Está bien,
Angi, bastante arreglo me has hecho. Hasta me has borrado las ojeras con el
colorete ese.
—Corrector
—rio ella—. ¿Y el color? ¿He acertado?
—Este azul es
de mis favoritos —asintió Claire—. Lo único, los zapatos…
—¡Ay, llegamos
tarde! ¡Vamos! ¡Vamos!
Tomándola de
la mano una vez más, Ángela la condujo al saloncito mientras Claire hacía
equilibrios sobre sus pies. La alegría brillaba en los pasos de la bajita
Elementalista, un júbilo que pretendía llegar a Claire y que esta, sin embargo,
acabó rechazando al bajar la mirada. No podía terminar de creerse aquella
forzada dicha, no mientras recordara las lágrimas en sus ahora chispeantes
ojos.
Conocía bien su
escapismo, su tendencia a la retirada. A pesar de su extroversión, Ángela era
una persona cerrada con dificultad para compartir sus desdichas. Mientras que
Claire y Blake (en menor medida) buscaban consuelo en los demás, Ángela se
aferraba a cualquier destello de felicidad que mantuviera su mente ocupada
mientras asimilaba la catástrofe que se avecinaba. Solía funcionarle, e incluso
engañaba y transmitía a los demás aquel espejismo, pero su Destino era
un problema mayor al que jamás se había enfrentado.
Apretó su mano
con fuerza, un apoyo silencioso para el duelo en su interior. No pareció
notarlo y tanto daba, pues Claire estaría ahí para recordarle que caminaban
juntas.
Blake no
estaba en la salita. Ángela lo llamó y se separó para tocar a las puertas de
las habitaciones. De mientras, Claire localizó un trozo de papel sobre la
encimera.
—“Queridas
Ángela y Claire, he tenido que marchar al baile sin vosotras porque tardabais
demasiado. Luego os lo explico, no os enfadéis” —leyó en voz alta.
—¡¿Qué no nos
enfademos?! —bufó Ángela—. ¡Más le vale tener una buena excusa para dejarnos
plantadas!
Y Ángela salió
al pasillo echando humo, casi literalmente. Claire la siguió, asombrada por la
evolución de sus tejemanejes mentales. Casi se chocó contra ella cuando la
encontró parada en medio del pasillo.
—¿Qué ocurre,
Ángela?
Ella la miró,
ruborizada. Parecía como si todo su enfado se hubiera convertido en vergüenza
cuando dijo:
—Se nos olvidó
preguntar donde era.
Se miraron la
una a la otra. ¡¿Cómo podían haber olvidado algo tan importante?!
Por suerte, al
poco divisaron un par de jóvenes engalanados cruzando el pasillo a su
izquierda. Las dos amigas se apresuraron en seguirlos y pronto se vieron
rodeadas de más gente en elegantes trajes, soberbias túnicas y deslumbrantes
vestidos, todos marchando hacia un enorme portón blanco que aguardaba abierto a
sus invitados.
Al entrar, la
intensa luz hizo que Claire cerrara los ojos, conteniendo su asombro unos
instantes más. Ramificaciones de oro colgaban del techo, encerrando esferas
lumínicas en preciosas lámparas de araña. El mundo que alumbraban era uno al
que Claire jamás se habría imaginado llegar, con el suelo pulido en piedra
cobriza y blancas paredes adornadas con cuadros y grabados. El frío aire
nocturno se colaba entre los pilares a su izquierda, intercalados por balcones
que daban a los jardines de la Sede. Al otro lado de la estancia, largas mesas
con manteles blancos ofrecían sus manjares a los invitados, que los probaban
entre risas y cuchicheos.
Solo debían
bajar las escaleras para alcanzar aquella fiesta de ensueño, algo que Ángela no
podía esperar. Casi saltando de la emoción, cogió la mano de su amiga y la
arrastró por los escalones mientras Claire intentaba no caerse.
Sin embargo,
las risas de ambas se cortaron cuando unas voces anunciaron su llegada.
—¡Es ella, la
Segunda Elegida! ¡La del vestido azul, puedo ver la Marca en su clavícula!
—¡Y la otra
será la Tercera, no puede ser otra!
El dorado
baile desapareció tras los ansiosos invitados y sus preguntas. La mayoría
parecían humanos y distinguió las marcas verdes y orejas de algún elvan. Sin
embargo, un porcentaje destacable tenía características que discernían de las
únicas dos razas que Claire conocía. Su cabello era de colores demasiado
llamativos para lo que acostumbraba: rosas, verdes y naranjas que iban en
pareja con el de sus pieles, ligeramente más apagados. Sus manos tenían entre
seis y siete dígitos, e incluso algunos contaban con un segundo par de brazos
funcionales. Al fijarse mejor en los ojos que la rodeaban, Claire descubrió que
su extraño color desaparecía en sus pupilas, donde círculos blancos sustituían
a la negrura común a otras razas.
«Esta gente…
¿no serán de esa raza que Blake ha mencionado a veces? —se preguntó a sí misma,
intentando hacer memoria—. No me sale el nombre, maldita sea».
Volvió a la
realidad y, entonces, se descubrió en el centro de un improvisado
interrogatorio que impedía su acceso a la pista de baile.
—¿De qué parte
de Sidera sois? —preguntó un señor regordete de pelo verde. Claire contó siete
dedos en sus manos.
—¿Cuántos
mutados os atacaron? —exclamó una joven elvan.
—¿Y cómo
escapasteis? —añadió alguien entre el gentío.
Claire se
sentía abrumada, pero Ángela respondía por ambas con rapidez y soltura. Atender
a los clientes de la tiendecita de sus madres la había entrenado bien.
—Venimos de
Máline, provincia de Gabera, y el ataque ocurrió durante nuestro viaje de ida.
Eran más de veinte enajenados y nuestra valerosa escolta falleció
protegiéndonos. Intenté luchar con mi Elementalismo, pero recibí un flechazo
que me incapacitó. Aún se me nota un poco la marca.
Dejó entrever
la leve cicatriz que aún quedaba en su hombro y el asombro se extendió entre el
gentío. Les tenía comiendo de su mano, incluso Claire solo se despejó al ser
nombrada:
—Gracias a
esta señorita de aquí salimos vivos. Los enajenados intentaron ahogarnos en un
lago, pero ella nos arrastró a Primero y a mí hasta la orilla. El Consejo
apareció poco después. Las investigaciones aún no saben por qué intentaron
eliminarnos así, sin embargo…
Claire la miró
mientras Ángela seguía explicando. Había olvidado contarles a Blake y a ella
que alguien mató a los shirizas antes de la llegada del Consejo. Cuando
terminara el baile lo contaría sin falta… En privado. La huida de su salvadore
la instaba a ocultar aquel detalle de los Consejeros. Tampoco podía negar que
su confianza hacia la organización todavía se resintiera tras el tema del
Marcado.
Además,
también debía contarle a Blake sobre su sueño antes del tren, y sobre cómo su
Sombra, su “otra voz”, ocultó a su Profeta y…
¿Dónde se había
metido Blake?
Ángela advirtió
sus dudas y asintió para concederle permiso para marchar. Claire titubeó un
momento, pero su amiga continuó el interrogatorio con tanta profesionalidad que
bastó para asegurar que estaría bien. Definitivamente, había gente que nacía
para brillar entre la multitud y Claire no era una de ellas. Se le daba mejor
huir de dichas concentraciones.
Por otra
parte, le sorprendía lo mucho que sabían los invitados. La vestimenta de
algunos revelaba su sangre noble, aunque los aprendices no pertenecían a la aristocracia
por el veto del Consejo y también parecían informados. ¿Sería el poder de los
contactos y la política? ¿O acaso sus vidas ya eran públicas?
«¿Cuánto habrá
revelado el Consejo sobre nosotros?» —se preguntó.
Evitando más
encuentros, rodeó la pista de baile por la pared de la derecha. Los ojos de
antiguos Consejeros y musas la siguieron por estatuas y cuadros, pero Claire no
tenía tiempo para admirar el arte. Encontró a Blake donde esperaba, cerca de
las mesas de aperitivos. Sin embargo, lejos de atacar las bandejas de canapés
se había apartado con una silla junto a la pared, con rostro pensativo y un
platito en su regazo. Al acercarse con un asiento más, Blake reparó en ella.
—Lo siento por
marchar sin vosotras.
Claire se
sentó a su lado. Los tres aperitivos del plato estaban intactos.
—No fue muy
cortés de tu parte. ¿Qué pasó?
—Andrew me
trajo aquí al ver que tardabais demasiado. El Baile no podía empezar sin uno de
nosotros. Somos los invitados de honor ¿sabes?
—Ya me he dado
cuenta —contestó Claire, girándose hacia la multitud. Nadie la había seguido,
aunque todavía podía ver a sus fans desde la distancia. Blake también vislumbró
a Ángela—. Ángela se ha sacrificado para dejarme marchar. En paz descanse.
—Un valeroso
acto, será recordada por generaciones —la sonrisa de Blake se difuminó con un
suspiro—. En fin, ¿le gustaría tomar algo, jovencita?
—Gracias,
muchachote —Claire sonrió y aceptó uno de los canapés que Blake tendió hacia
ella. Era pescado, así que lo habría escogido para sus amigas—. Veo que no has
dejado opciones vegetarianas para nosotras, ¿ya te has atiborrado?
—En realidad
no, tanta elegancia me ha cortado el apetito —al ver la sorpresa en Claire,
añadió—. Puse primero los vuestros para asegurarles sitio cuando llenara el
plato, pero luego me encontré con que no me apetecía comer. Habré probado dos
por pasar el tiempo. Muy ricos, eso sí.
Claire le
dedicó una sonrisa que sus ojos no acompañaron.
—No tienes
remedio.
—Ya, es lo que
hay —Blake se encogió de hombros y aprovechó para analizar el atuendo de su
compañera—. Vas muy elegante, no pareces tú.
Claire hizo lo
propio con él. Esmoquin negro y una pajarita verde. Nunca lo había visto tan
arreglado y, aunque lucía extraño, no le sentaba nada mal.
—Tú tampoco
pareces el mismo. ¿Dónde está tu sudadera con capucha?
—En casa,
probablemente siendo la camita de Blumy —una carcajada tenue escapó de su boca,
una risa sin fuerza que al poco se volvió suspiro—. Voy a echar de menos el
pueblo, ¿sabes? Aunque podamos visitar a mis padres y tal, no será lo mismo que
vivir allí. ¿Crees que me dejarán traer al pobre Blumy conmigo? No soporta
estar solo y mis padres no lo sacan de casa. Pobrecito…
Claire dio con
una respuesta ambigua que a Blake le bastó. Durante un rato, contemplaron a los
invitados esperando ver a Ángela entre ellos. Estaban lo bastante apartados del
gentío como para no destacar. Es más, en aquella zona solo descansaban ellos y
un viejo hombre de cuatro brazos, uno de ellos sujetando una larga pipa, que
dormía en su silla ignorando el ruido a su alrededor.
La música, risas
y brindis formaban un paisaje que chocaba con el tibio silencio entre ambes
Elegides. Claire comprendió por qué Blake perdió el apetito, pues ella también
se sentía ajena a la brillante fiesta que les envolvía.
Debía
cambiarlo. Hacer algo por aquel extraño a su lado. Entonces recordó la
estrategia de Ángela y su ilusión por aquella velada. Se levantó y extendió una
mano hacia Blake.
—¿Le
apetecería bailar, Sr. Greenwood?
Su sorpresa le
arrancó una sonrisa, una que él correspondió. Tan cálida como nostálgica, le
hizo saber que hacía lo correcto.
—Ni tú ni yo
sabemos hacerlo —respondió, tomando su mano igualmente.
—Y por eso bailaremos
aquí, lejos de la pista, sin poner a nadie en peligro —sin soltar su mano,
Claire se acercó y colocó el brazo libre rodeando su cintura. Él la imitó—.
Quién sabe, tal vez tenga un talento oculto para el vals como lo tengo con la
espada.
Empezaron a
moverse despacio, imitando a los bailarines que vieron en silencio. Con cuidado
de no pisarse, se movían al descompás del armónico vals que tocaba la orquesta,
pero no les importó. Blake sonrió y Claire le guiñó un ojo al abrir el brazo y
permitir que este diera una vuelta. Al imitarle, la joven perdió el equilibrio
y su amigo la recogió antes de que se doblara los tobillos.
—Estúpidos
zapatos —rio y se dejó estrujar por Blake en un abrazo.
Desde su
hombro, advirtió que tres invitados se dirigían hacia ellos. Blake se apartó al
notar la tensión y se giró para verlos. Dos llevaban una versión elegante del
negro uniforme de los Consejeros, con una capa a sus hombros, igual que el
viejo durmiente. Merody, quien caminaba entre ellos, había decidido cambiarlo
por un vestido violeta a juego con sus ojos, complementado con un par de
guantes blancos largos. Iba cogida del Consejero a su izquierda con una gran
sonrisa, pero aquella persona…
—No es posible
—murmuró Claire.
Su único ojo
visible era ambarino, con una afilada pupila en vertical. Bajo este se
extendían unas finas escamas grises sobre su piel, de idéntico color, que
salpicaban su mejilla y bajaban por el cuello. Por detrás, una larga cola
acabada en punta de flecha se mecía tranquila, decorada con anillas de plata y
una cinta violeta. Reía con Merody sobre algo que les Elegides no escucharon,
acercándose mientras el otro hombre, también rubio y con gafas, extendía la
mano hacia ellos.
—Buenas
noches, Claire —ensimismada, la voz de Andrew la pilló por sorpresa. Estrechó
su mano sin perder de vista al shiriza. Después, el Consejero repitió el gesto
con Blake—. Quería presentaros a Sheziss, el prometido de Merody. Es también
Consejero y creo que aún no os habíais visto.
—Encantado de
conoceros —dijo el recién nombrado, estrechando la mano de Blake—. Espero que
estéis disfrutando del baile.
—Pero no
demasiado, que no quiero más faena —rio Merody, tras estrechar la mano de
Claire—. Hoy también es festivo en el hospital, nada de accidentes.
Llegó el turno
de saludar a Sheziss y Claire estrechó su mano, su suspicacia oculta tras su
neutralidad habitual. A pesar de las escamas y la piel, la cola y sus extraños
ojos, aquel hombre era diferente a los shirizas que los atacaron. Su expresión
era tranquila, casi tímida, de voz amable y manos… que no eran garras. Si no
fuera por el gris y las escamas del dorso, pasarían por las de un humano o
elvan.
—Tendremos
cuidado —aseguró Blake—. Por cierto, ¿y tu hermano? No lo he visto desde el
discurso, ¿tan ocupado está con sus pretendientes?
Sheziss
contuvo una carcajada que Andrew no se molestó en ocultar.
—Me temo que
Ledzan, un colega nuestro, lo vio huyendo hace poco. En solitario
—contestó Merody. Sheziss la acompañó negando con exagerada desaprobación—.
Decía tener que atender un asunto de urgencia, sin embargo, ¿qué es más
importante que conocer a su primera pareja de baile? El pobre aún no sabe lo
torpe que es mi hermano y pienso estar allí cuando lo descubra.
—¿Vamos a
buscarlo? —le preguntó Sheziss y su prometida—. Hasta luego, disfrutad de la
fiesta en nuestra ausencia.
—Adiós —les
despidió Andrew—. Luego traedme a Ledzan, que también quería saludar a la
juventud.
Ambos
asintieron antes de perderse en la pista de baile. Andrew se acercó una silla y
les Elegides se sentaron frente a él, comprendiendo que se avecinaba una
charla.
—Aunque no
todo el mundo sea Mentalista, aquellos acostumbrados a los prejuicios gozan de
una percepción más afilada que el resto —fijó su atención en Claire y ella
neutralizó su propia expresión—. Sheziss es un shiriza, pero no es como los que
os atacaron.
»Los “mutados”
o “enajenados shiriza” son víctimas de un embrujo, el tipo de recitación que
usan los brujos. Esta, de fin MEVI, estimula su fuerza y reflejos a cambio de
arrebatarles la voluntad. Limita su visión para no reconocer a sus allegados, y
su conciencia queda en manos de la Reina Kasshere Zasjara.
—¿La Reina de
Zes’Haris? —inquirió Blake, visiblemente desconcertado.
—Así es, hoy
mismo hemos recibido pruebas para acusarla —Blake bajó la cabeza, todavía
sorprendido—. Aún no lo hemos revelado al público, pero os merecíais saberlo
porque especulamos que hayan Elegides involucrades.
—¿Qué? —espetó
Claire—. ¿Por qué alguien…?
—Y tal vez
tampoco lo hagan voluntariamente —Andrew se pasó las manos por el cabello,
enredando unos mechones rubios que por un momento distrajeron a Claire—. Blake
igual lo sabe, pero les Elegides no solo se codician por su fortaleza o poderío.
»Con determinadas
técnicas, se puede extraer su Habilidad de su sangre y emplearla como
base para hechizos, encantamientos o maldiciones… como sospechamos que está
ocurriendo.
Miró a ambes
Elegides sobre sus gafas, como intentando adivinar con qué don nacieron. Les
dos escuchaban con interés, aunque la expresión de Claire era seria, fruto de
la concentración, mientras que Blake tenía una mueca de horror.
—No tiene
sentido —espetó Claire, finalmente—. Si puede usar a les Elegides así, ¿por qué
querían matarnos sus huestes? Sería más útil mantenernos con vida.
—No lo sabemos
—contestó Andrew—. Es el primer ataque a candidates y la única pieza que no
cuadra con nuestras teorías. Hemos llegado a pensar que están aliados con los
Metaloides, que repudian toda magia, pero siendo magos una colaboración sería
imposible. La otra hipótesis es que reciban apoyo divino…
El hombre negó
con la cabeza, descartando sus cavilaciones antes de pronunciarlas siquiera.
Cuando continuó, su tono derrotista recuperó un poco de firmeza:
—En resumen,
es innegable que Kasshere emplea la ayuda de Elegides o Dioses, pues su magia
trasciende las normas de los magos comunes. No hay Mentalista, Metamórfico o
Brujo sobre la tierra capaz de llevar el control de tanta gente sin perderse a
sí mismo, y más si añadimos el cambio a la ecuación.
—¿Tenéis
alguna cura? —Preguntó Blake, con suavidad—. ¿Alguna bendición que les libre
del control?
—Solo ideas
que no podemos poner en práctica. La Reina los transporta a placer con un
talismán que llevan en el interior. Cuando mueren, recoge las pruebas y no
podemos investigar… —miró a Claire—. ¿Sabes lo que es un talismán?
—Lo que impulsa a los magidomésticos, ¿no? Aparatos que, cargados con méner por un mago, realizan las recitaciones que les fueron grabadas —se encogió de hombros—. Aunque fuera magia, era algo tan cotidiano que terminé aprendiéndolo.
—Ya veo —asintió Andrew—. Las recitaciones de magidai suelen hacerlas Brujos
especializados en magia MEVA: Manipulación de Entes Vacíos. No es común, puesto
que son aparatos delicados…
—Una vez mojé
un tostador y vi las consecuencias —murmuró Claire.
El comentario
pareció suavizar los ánimos. Blake relajó los hombros y Andrew dejó entrever
una sonrisa cansada.
—Cuanto más
compleja es la recitación, más débil es a los elementos. Necesitarías mucha
agua para estropear un sencillo tostador.
—Fue una jarra
de té helado —intervino Blake, con exagerado y falso resentimiento—. Entera.
Sobre el indefenso tostador y mis preciosas tostadas.
—Culpa a
Blumy, tropecé con él.
—Una semana
desayunando queso sin pan crujiente. Jamás te lo perdonaré.
—Porque eres demasiado vago para usar la sartén, como hacíamos los demás
Blake contestó con una mueca que Claire le devolvió. Después recordaron que estaban ante un importante cargo del gobierno y se enderezaron para relajarse al poco. Andrew parecía tener aquel efecto en las personas. Aunque le conocía de poco, Claire sospechaba que era más por su amabilidad y cercanía que su Mentalismo.
—En fin,
lamento haberos aleccionado en una fiesta. Mucha gente ha perdido la confianza
en los shirizas libres por prejuicios, aun cuando es fácil diferenciarlos
físicamente y que cualquier raza puede ser víctima de la maldición —al ver sus
caras, parpadeó—. Ah, eso también es un descubrimiento reciente.
»El caso es
que Sheziss es un buen hombre y amigo mío que casi pierde su trabajo
injustamente. No querría que, por ignorancia, cayerais en juzgarlo indebidamente.
Ambes Elegides
asintieron y Claire verbalizó una disculpa que Andrew rechazó.
—No hace
falta, dada tu situación entendía tus temores, de ahí mi explicación. A riesgo
de ser demasiado didáctico para una fiesta, ¿tenéis alguna pregunta que
hacerme?
Claire se
adelantó a las dudas de Blake.
—¿Por qué el
cambio de aspecto? Hasta tus cejas… Es magia, ¿no? —Andrew parpadeó con
sorpresa y la joven se giró hacia Blake—. Vamos, tú también te lo preguntabas.
—Sí, pero no
sabía cómo decirlo —admitió él, y Andrew rio.
—En realidad
soy rubio de nacimiento. El pelo oscuro formaba parte de mis prácticas de Metamórfico.
¿Sabes sobre las Clases de Manipuladores de Entes, Claire? —Ella negó y Andrew
se crujió los dedos, preparándose la lección—. Los dos tipos de Manipuladores,
MEVI y MEVA, se distinguen en aquellos que manipulan la psique y el físico de
los Entes.
»Los
Mentalistas estudiamos la mente de los Entes Vivos: aquellas entidades capaces
de intercambiar méner constantemente con el medio, como los animales y
personas. Nuestra contraparte son los Demiurgos, que dirigen la psique de
aquellos Entes inertes al méner: los Vacíos, como objetos o títeres. Los
Alquimistas moldean el aspecto y composición de estos últimos.
—Entonces, los
Metamórficos alteran la forma física de personas y animales.
—Correcto,
Claire. Es una disciplina difícil y que conlleva muchos peligros, por eso mi
instructor enseña con mano de hierro. No obstante, siempre me fascinó y me está
ayudando a entender la situación de los enajenados… Aunque todavía me cuesta
acostumbrarme al hambre. La Metamorfosis emplea los nutrientes y energía del
propio cuerpo para los cambios, de ahí que sus usuarios vigilen tanto su
alimentación —Andrew desvió la mirada hacia la pista—. Por cierto, ¿habéis
visto a Ángela?
—La última vez
que la vi estaba atrapada con nuestros fans —comentó Claire—. ¿Ha ocurrido
algo?
—No, es solo
que tengo que comentarle una cosa —respondió Andrew, levantándose—. Si la veis,
buscadme los tres. ¡Disfrutad de la noche!
En su marcha
entre el gentío, el elegante uniforme negro del Consejero llamó la atención de
algunos invitados. Las miradas se levantaron a su paso hasta que su silueta se
perdió entre bailarines y, entonces, la curiosidad se deslizó hacia les dos
Elegides.
Así dio
comienzo una nueva rueda de prensa, pues ahora había algún periodista entre el
público que les rodeaba. Los invitados a veces hablaban entre ellos o se
alejaban para cuchichear desde la distancia, pero normalmente lanzaban sus
dudas a les Elegides con mayor o menor gracia.
—¿Sois los dos
de Sidera? De la parte norte, supongo: sois demasiado lampiños para ser
furashis —exclamó alguien quien, irónicamente, tenía una barba espesa y pelo en
sus puntiagudas orejas—. ¡Sobre todo Segunda! ¡No tienes ni vello en los brazos!
Claire tragó
saliva, reuniendo valor. Esta vez, no dejaría que Blake contestara todo como
hizo Ángela, abandonada a su suerte. Había burlado a la muerte DOS veces
aquella semana, y todas las noches se enfrentaba a horrores más allá de su
imaginación. ¡Podía con aquellos aristócratas, magos y aprendices sedientos de
información!
—So-somos de
Máline, sí —balbuceó valientemente—. De Ga-Gabera.
—¿Cuál es tu
ascendencia? —inquirió su acompañante.
Por desgracia,
Claire se distrajo con el aspecto de aquella pareja y la cuestión no llegó a
sus oídos. Pupilas afiladas, vello extenso y orejas… ¿como los lupicanes?
Incluso juraría haberles visto una cola a la espalda. Sería otra de las siete
razas que no conocía… Ah, ¡de eso iba la pregunta!
—¿Mi qué?
—Tu ascendencia
—repitió. Alguien calmado diría que su sonrisa era conciliadora, pero Claire se
encogió como si la amenazara con una navaja—. ¿Humana y Multiaris?
—¡Multiaris!
—exclamó Claire, acordándose de la raza polidáctila—. ¡Eso era!
—¿Disculpa?
Claire
titubeó, la alegría por recordar el nombre deshaciéndose en rubor. Por tal de
disminuir la multitud de preguntas, Blake empezó a responder algunas dudas
mientras Claire procesaba aquella última. Misión fallida. Su amigo no tenía
tanta soltura como Ángela, aunque fingía una calma bastante creíble.
—Perdona, no.
Soy nayhade y hu-humana. Creo.
—¿Crees?
—intervino un periodista, haciéndose hueco con cámara y grabadora en mano—.
¿Cómo es eso?
Una súbita
inspiración erudita apareció ante Claire, deshaciendo el nudo en su lengua.
—Me temo que
es asunto confidencial del Consejo hasta nuevo aviso. Los detalles de mi
identidad son secreto del gobierno mágico de momento. Lamento las molestias.
Recitó aquella
excusa con voz tan átona y profesional que dejó al periodista completamente
patidifuso. El propio Blake había puesto la oreja y asintió con admiración,
imitándola para descontento de sus fans. Probablemente Ángela ya habría contado
hasta sus platos favoritos, pero ahora no se los preguntarían a ellos.
La
satisfacción de Claire solo se torció con el “ya veo” del periodista, con la
perspicacia que se disfrazaba de resignación. Cayó en cuenta de que su
estrategia había cambiado el foco al Consejo, y que estos sabrían que les usó
como justificación.
«Bueno, somos
Elegides. Estamos un poco al margen de la jurisdicción del Consejo… Y nos vamos
mañana. Lo siento, Andrew».
Al notar la
turbación de su compañera, Blake entrelazó su brazo con el suyo. Un gesto de
apoyo común entre los tres amigos. Una cercanía que no pasó desapercibida para
el público.
—¡¿Sois
pareja?! —exclamó una señora, atrayendo miradas—. ¡Un amor marcado por la
Profecía, qué tragedia!
—¡¿Qué?!
—graznó Blake, rojo hasta las orejas. Un flash cegó a ambes Elegides.
—¿Desde
cuándo? —preguntó el periodista, tomando ángulo para una segunda foto—. ¿Quién
lo empezó? ¿Lo sabe la Tercera? Parecía muy unida a Segunda en su llegada al
baile.
«¿También
estaba ahí? —se preguntó Claire, cerciorándose de que sí lo recordaba de su
entrada. Al ver a Blake, lo encontró todavía ruborizado y completamente mudo—.
Maldita sea, me lo ha roto. ¿Y yo qué digo ahora?
Primera
opción: decir la verdad y negarlo. No obstante, considerando el volumen de
chismorreos a su alrededor, dudaba que la creyeran.
Segunda opción:
“Técnicamente es como mi familia adoptiva”, pero entonces estaría revelando
datos supuestamente confidenciales sobre su pasado. Mierda.
Tercera
opción: “De hecho, estamos prometidos” y ver desatarse el mayor CAOS que el
Consejo había sufrido en décadas. La Revelación no sería NADA comparada con el
tsunami de la prensa rosa. Sería divertidísimo.
Su mente,
enajenada por el instinto de huida que le provocaba aquella multitud acechante,
comenzó a hilar una narrativa digna de las novelas románticas de Ángela. Su
imaginación no impidió que el sentido común se impusiera y se preparara para
decir la verdad.
Una verdad que
se cortó con el rostro de su compañero, al recordar el contacto entre sus
brazos. Muda de nuevo, su imaginación refloreció tentándola para alimentar a la
prensa, pero un segundo rostro le impidió mentir.
Se quedó fuera
de combate y Blake, por fin, recuperó el habla para negar su relación y
aferrarse como clavo ardiendo a una pregunta sobre su estilo de magia,
ignorando las demás cuestiones amorosas. Perdida entre voces que demandaban
respuesta, sus oídos vagaron más allá del pequeño coro hasta captar una
conversación más alejada.
—…parecen
demasiado jóvenes. Se supone que les Elegides maduran rápido, pero estes… Son
unes chiquilles.
—No te confundas,
mi amor —contestó una segunda voz—. Tal vez sea parte de su naturaleza
aparentar inocencia. Al igual que nadie espera un asesino hasta que saca el
cuchillo, les Elegides tampoco parecen peligroses hasta revelar sus artes… o
colmillos en su caso.
—Claro, tiempo
al tiempo. Habrá que verles cuando terminen la “pubertad” y no coman más que
sangre y bebés.
Una risa ebria
nació entre la pareja. Su sátira viajó entre invitados hasta derramarse sobre
Claire como un jarro de agua fría. ¿Cómo podían hablar así…?
—Dicen que su
cambio aún no ha empezado —comentó una tercera voz. Claire apenas se atrevió a
girarse para descubrir su procedencia— y, sin embargo, ¿no les veis algo extrañes?
—Si es por lo
perdides que parecen en el baile se debe a su procedencia. He oído que vienen
de un pueblucho de Sidera que ni siquiera se conecta a la Red. Igual ni se
habían enterado de la Profecía.
Las carcajadas
retomaron la conversación y Claire aprovechó para girarse. Por su vestimenta,
comprendió que se encontraba ante mecenas del Consejo, pues los empleados y
aprendices llevaban identificativos en sus trajes. Además, la opulencia de sus
ropas y joyas revelaba su naturaleza noble o acaudalada: tenían dinero y cero
ideas de lo que hablaban.
Claire apretó
el brazo de Blake, intentando descubrirle a aquellos idiotas. Sin embargo, una
nueva pregunta lo distrajo. Aquellas dudas nacían de la curiosidad y no del
morbo clasista de los maleducados a su espalda, por lo que, una vez superada la
vergüenza, Blake hasta parecía divertirse contestándolas.
Concentrado
como estaba, solo Claire advirtió aquel nuevo comentario:
—Pues yo creo
que ya han empezado a transformarse —su furia se tensó en miedo, el agarre con
Blake perdió fuerza y aquel señor continuó, sin piedad—. Por ejemplo, mirad al
chico —y Claire siguió sus miradas al sonriente rostro de Blake—. Antes, los
aprendices dijeron que era capaz de manejar uno de los espadones más pesados
que tenían en las salas de entrenamiento. ¡Un muchacho medio elvan! Tal vez
levante sacos de grano en su pueblo, pero con esa genética es inverosímil.
—Y la chica no
se quedó atrás —explicó su pareja al último integrante del grupo, que comenzaba
a crecer en número de imbéciles—. Aunque ella tiene mejor excusa, pues he oído
que es mestiza de nayhades.
—Desde luego
no la he visto hablar mucho.
«Oh, pero me
vais a oír ahora, panda de tarugos» —pensó mientras daba otro tirón a Blake ya
no para reclamar su atención, si no para advertirle de su marcha. El chavalín
se quedó mirándola mientras se abría paso entre el corro, tarea que le costó
más de lo esperado.
—Ah, pero
tiene a los otros para que hablen por ella. Sobre todo a Tercera ¿la habéis
visto antes? ¡Tenía a la gente hipnotizada!
—Desde luego
hace algo. Serán sus ojos. Los de Segunda también son extraños. Demasiado
ausentes, como si viera algo que el resto no podemos. ¡Es aterrador!
Liberada de su
público, retenida todavía por sus miradas, Claire se detuvo con el corazón en
la garganta. Había cerrado la mano derecha con el tímido deseo de estamparle un
puñetazo a aquellos ricachones, pero sus palabras habían terminado clavándola
en el lugar.
No, no veía
cosas que el resto ignoraba…. Aunque sí podía oírlas. ¿Era aquella voz la que impulsaba
su ira? ¿O era el aprecio a sus amigos y dignidad?
Alzó la mirada
y se encontró cara a cara con los que iban a ser objetivo de su protesta,
descubriéndose incapaz de decir nada. La crueldad y sátira habían desaparecido
de sus rostros y solo quedaba el terror inscrito en ellos.
Le tenían
miedo.
Sus réplicas,
su enfado y su propia angustia. Todo bajó por su garganta al tragar saliva,
dejando atrás una mueca de dolorida frustración. Ignorando la mano de Blake
sobre su hombro, huyendo de aquel miedo que ahora también reflejaban sus ojos,
Claire giró y escapó entre la multitud.
Atravesó la
pista de baile, ocultándose y esquivando entre quejas y tropiezos a los
bailarines. Buscaba un lugar a solas, lejos de miradas morbosas, pero cualquier
sitio parecía contar con invitados. Casi sentía los ojos de los bailarines
sobre ella, preguntándose en qué monstruo se estaba convirtiendo, antes de
perderla de vista al compás de la música.
La ansiedad
oprimía su pecho, rogándole huir de aquella atención que su cabeza exageraba.
Finalmente, encontró paz en uno de los balcones y se sentó en su banco de
piedra. Allí, calmó su respiración contemplando el silencioso paisaje. La luna
creciente iluminaba los extensos jardines de la Sede, una hermosa vista que el
frío nocturno celaba, despejando los balcones a sus lados. Claire lo notaba en
sus hombros desnudos, sin llegar a molestarla.
«Y que tolere
este frío también es extraño —comprendió de pronto, uniendo una revelación más
a las palabras de los invitados—. Los tres somos… raros».
No era la
primera vez que alguien se asombraba ante la fuerza de Blake, un tema que
incluso sus padres habían comentado. No obstante, lo que allí era una sorpresa
agradable aquí era una acusación hacia su naturaleza, como habían sido sus ojos
o el “don de gentes” de Ángela.
Lo que la
diferenciaba de sus amigos es que ellos jamás usaron sus rarezas para hacer
daño. No como ella, que había marchado con la mente borrosa por la afrenta, que
pensó en rematar a Blake una vez derrotado…
«No, no era
yo. Realmente no quería hacerle daño —se dijo, escondiendo la cara entre sus
manos—. Pero eso tampoco me exime de culpa, de lo que me estoy convirtiendo».
Un tibio
consuelo nació al pensar que Ángela habría actuado similar. Aunque disfrutaba
de la atención, no era estúpida y tampoco tendría reparo en decirles cuatro
cosas a aquellos maleducados. Pero, ¿se habrían asustado tanto como hicieron
con ella? ¿Qué habían visto en su cara para que su bilis se tornara sudor?
El
arrepentimiento regresó y trajo otra espina a su corazón: Había abandonado a
Blake a merced de aquellas víboras, y ni siquiera sabía dónde estaba Ángela.
Como hizo en el bosque, les dejó atrás mientras los invitados apostaban cuánto
tardarían en convertirse en criaturas despiadadas.
Herida por la
culpa, confusa por todo lo sucedido en tan solo tres días, Claire ahogó su
exasperación en un grito que confió a sus manos, la luna y la soledad del
balcón.
O eso creía
pues, cuando bajó las manos, alguien la estaba observando.