martes, 19 de septiembre de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 11

Reencuentro


Una silueta flotaba tras la barandilla del balcón. La observaba en silencio, sus rasgos ensombrecidos por una mullida capucha con plumas. El viento había entrecerrado las puertas del balcón, escondiendo la luminosa fiesta de su interior. Solo un breve destello logró escaparse, arrancando el centelleo de unas lentes entre el plumón.

Sorprendida de su propia valentía, Claire se descubrió más curiosa que asustada. Se levantó y aquella persona respondió posándose sobre la barandilla. Vestía con lo que parecía una chaqueta larga, tan oscura que se fundía con el paisaje a sus espaldas. Su pie derecho tocaba la baranda sin llegar a apoyar todo el peso, de puntillas, dando a su figura un aire irreal, ligero como una hoja flotando sobre el agua.

Su mente se permitió unos momentos de deleite al aprender que la magia podía elevar a alguien como una pluma. Una sensación que descendió a una conocida culpa y que culminó con el recuerdo de su grito de desesperación. Sin esperar a las presentaciones, dejó que sus inquietudes tomaran la palabra:

—¡Estás volando!

El visitante retrocedió un poco, sus rodillas doblándose ligeramente sobre la piedra. Tardó unos segundos en erguirse de nuevo y Claire sonrió, sabiendo que sus primeras palabras no serían sobre cómo manifestaba su frustración.

—¿Sí? Bueno, ahora solo estoy flotando —su voz tenía un timbre agudo que, tras normalizar su sorpresa, terminó neutralizándose—. Pero sí, sé volar. No es tan raro.

—¿No lo es?

—Es el principal motivo por el que la gente estudia Elementalismo de viento… Y los ángeles existen, ¿sabes? —inclinó la cabeza a un lado—. Aunque cansa un poco, ¿me permites?

—El balcón no es mío, adelante.

Aterrizó de un salto y sus rodillas se doblaron al adquirir el peso que la gravedad reclamaba. Claire advirtió que, incluso descontando sus tacones, superaba al individuo en unos cuantos centímetros. Rondaría el metro sesenta.

—Está un poco oscuro —comentó para sí y empezó a rebuscar entre los múltiples bolsillos de la chaqueta. Tanto dicha prenda, como las botas desgastadas y las gafas protectoras, no destacaban por su elegancia.

—Creo que han concentrado toda la iluminación en el baile —comentó ella—. Lo sabrías si vinieras de él.

La persona encontró la cerilla que buscaba y prendió el candil que había traído colgado del cinto. Lo dejó sobre el balcón y bajó sus gafas para que la cinta colgara del cuello, revelando sus rasgos.

La delgadez que ocultaba su chaqueta se descubrió en sus facciones, de piel pálida y profundas ojeras. El pelo liso y negro le caía en mechones despeinados que se movieron al inclinar la cabeza a un lado. Entrecerró los ojos, como enfocándola mejor.

Fue en su mirada donde más se detuvo Claire. Sus ojos eran grandes y rasgados, rodeados de espesas pestañas y con iris de un profundo gris. Por alguna razón, algo de su rostro le revolvió las entrañas, tal vez aquel extraño plateado.

No obstante, poca gente lograba aguantarle la mirada y aquellos aros de plata no serían excepción. Terminaron huyendo, lo que no impidió que su boca hablara:

—Habría ido si me hubieran invitado pero, si querían hacerlo, me temo que me pilló haciendo la siesta —la señaló con la cabeza—. Por tu ropa, entiendo que tú estabas invitadísima.

—En realidad esta es mi ropa de entrenamiento —bromeó.

—¿De entrenamiento? ¿Qué eres? ¿Modelo?

Claire parpadeó, provocando un avergonzado carraspeo en respuesta.

—Lo siento, he soltado la lengua demasiado rápido antes de presentarme si quiera.

—Yo tampoco lo he hecho y te he dejado pasar al balcón.

—Creía que no era tuyo, señorita Claire.

La réplica se cortó con la mención de su nombre. Al buscarlos, encontró a aquellos ojos grises expectantes, acero sobre oscuras ojeras, analizando su reacción.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Durante unos segundos, la persona contuvo su respuesta hasta que, por fin, la otorgó encogiéndose de hombros.

—Aunque no esté invitado al “Baile del Año”, me sé los chismes. Eres Claire, Segunda Elegida de la actual Profecía y —su parpadeo delató que cambió sus palabras—… y lo siento por haberte interrumpido en tu descanso de la fama. Sé muy bien que etiqueta y gala raramente conllevan empatía.

Claire suspiró: sí que la había escuchado. A pesar de que prefería plantar cara a aquel individuo de pie, los tacones la estaban matando y terminó sentada en el banco. Ojos grises hizo lo mismo, subiendo las piernas para sentarse y quedarse frente a ella y su propio candil.

—Hoy has sido el primer desconocido que me llama por mi nombre y no por el número, con eso has pagado tu disculpa —volvió a mirarle—. En fin, terminemos con las presentaciones. ¿Quién eres?

—El Cuarto Elegido.

Todo rastro de broma o simpatía del chico se borró con aquellas palabras. Un atisbo de sus dientes se entrevió bajo sus labios, que no se atrevieron a sonreír más. Sus ojos se clavaron en ella como dardo en diana, buscando de nuevo una reacción que, al no encontrar en su rostro, continuó su presentación:

—También puedes llamarme Grey —y se encogió de hombros de nuevo, suavizando su mirada y volviendo a esconder sus dientes en una media sonrisa—. Compartimos condición, así que será lo más apropiado.

Tendió una mano hacia ella y Claire aceptó estrecharla, sin soltarla.

—Muéstrame tu Marca —le espetó.

Grey parpadeó y ella sonrió para sí. Se anotó un tanto en aquel duelo verbal.

—¿E-en serio? —Claire asintió y él tragó saliva—. No te fías de mí, ¿no?

—En absoluto —admitió, viendo como la confianza del chico se torcía—. He estado con charlatanes toda la noche, permíteme algo de desconfianza. Además, no podemos estar en igualdad de condiciones si no la muestras tú también. Dicen que la mía da frío, ¿es cierto?

—No sé si está más helada tu Marca o tu despiadado corazón ¿sabes el frío que hace?

—¿Tan escondida la tienes? —titubeó, soltando su mano.

—No, o sea, no es una zona que me avergüence… Vale, está bien. ¡Está bien, voy! —se levantó y empezó a desabotonarse la chaqueta. En un momento de duda, miró a Claire de nuevo y dijo—: Aguántame esto para compensar el catarro que voy a pillar.

Le tendió las manos y Grey suspiró al ver que no iba en broma.

—Es muy raro pedirle a alguien que se quite ropa nada más encontrarse, ¿sabes?

—También es raro aparecer volando en una fiesta —aceptó el abrigo—. Bonita chaqueta, por cierto.

—Es menos raro que lo tuyo… Y gracias.

Debajo llevaba una camiseta de manga larga, dejando patente la eficacia de su abrigo. Pesaba bastante, y Claire se preguntó cuánto de ese peso sería por el contenido de sus bolsillos.

—Joder, se nota el invierno —dijo el otro de mientras, abrazándose a sí mismo. Entonces fijó la vista en Claire, con sus hombros al descubierto—: ¡¿Tú no tienes frío?!

—No, estoy bien —respondió, y esbozó otra sonrisa ante la sorpresa del otro. Aunque hacía fresco, no era nada comparado con las nevadas malinenses… y su posiblemente cierto aguante a ellas.

—Lo que decía: corazón frío. En fin, ahí va.

Se dio la vuelta y levantó su camiseta hasta mostrar su huesuda espalda al completo. La Marca se hallaba entre los omóplatos y el nacimiento del cuello y, como esperaba, transmitía una sensación distinta a las de sus compañeros. El miedo se compartía entre los tres, pero los caracteres de Grey también evocaban al vértigo. Casi pudo imaginarse suspendida ante un precipicio, con el vacío abriéndose bajo sus pies.

La Marca atrapó tanto su mirada que casi ignoró la cicatriz que cruzaba la zona baja de su espalda. Cuando quiso darse cuenta, Grey se quejó:

—¿La has visto ya? Se me están helando los riñones…

—Sí, ya puedes vestirte —contestó. Grey se colocó correctamente la camiseta gris y ella le tendió la chaqueta. El chico temblaba de frío—. Tu Marca es extraña.

—Si las de tus… nuestros colegas son iguales, entonces todas lo son —se permitió un momento para reconfortarse en su abrigo recuperado—. Agh, estoy temblando por tu culpa. Deberías confiar más en los demás, ¿sabes?

—Vamos, ponte en mi lugar: me encuentro a alguien revoloteando por el cielo nocturno y me espeta que es de los míos. Sin anuncio por parte del Consejo ni nada.

—Ah, ahí tengo parte de culpa. Me escapé antes de que me vieran la Marca. Hace una media horita.

—Oh, ¿tú también te fuiste?

—¿Qué?

—¿No decías saberte los chismes? —Grey la miró, inquisitivo, pero ella negó con la cabeza—. Cuenta tú primero. Lo mío es una historia un poco larga.

—¿Segura? Soy una persona que pierde la lengua cuando le dan un poco de atención.

—Podré soportarlo —sonrió—. Eres el Cuarto, ¿por qué tardaron tanto en verte la Marca?

—Fácil: estaban distraídos con la explosión y sus heridos.

—¿La del campo de entrenamiento?

—¡La misma! Este chaval es el que falló la desactivación de la primera bomba —proclamó, señalándose con un pulgar—. Unas campanadas me provocaron un sueño rarísimo y, cuando desperté, estaba en una camilla mirando techo blanco.

—Te pilló justo la Anunciación —murmuró Claire, a lo que él se encogió de hombros.

—Mala suerte, supongo. Ser un Elegido, dejar explotar una bomba sin querer, perderme un baile… La verdad es que no está siendo mi mejor día.

—Demasiado ajetreado y… Un momento, ¡eres el Cuarto Elegido! Y mis compañeros y yo hacemos los números anteriores. ¡¿No es como mucha casualidad?! —Grey coincidió con un sorprendido parpadeo—. ¿Acaso el orden va por cercanía…?

—¿No? Está predeterminado desde nuestro nacimiento, ¿no lo sabías?

—Pues entonces es muchísima casualidad —silbó Claire—. ¿Seguro que eres el Cuarto?

—Joder, aunque no soy muy listo sé contar hasta cuatro —rio él—. Aunque también estoy flipando un poco. Como le siguiente Elegide sea le Cinco, perderé la cabeza.

—En fin, volviendo a lo otro… No entiendo cómo una “bomba de entrenamiento” (si ese término existe siquiera) pudo provocar una explosión tan grande. Las armas para aprendices tienen encantamientos de protección, ¿pero los explosivos no?

—Oh, también los tienen —asintió Grey—. En el Consejo se toman en serio la seguridad de los aprendices. Sobre todo en su primerito día, como era el mío.

»Mi bomba no fue el problema, si no las que vinieron después. El entrenamiento consistía en desactivar secuencialmente una serie de artefactos y yo tenía el primero, que se activó por desmayarme antes de apagarlo. Mis médicos me contaron que este fue poco más que un impulso, lo previsto en el entrenamiento, pero que el resto se activaron en cadena con una violencia inesperada.

»Probablemente por eso mismo tardaron en atenderme: los otros explosivos y sus reclutas requerían de más atención, y solo cuando se controló la situación me encontraron junto a la primera y discreta bomba. Los hechizos de escáner médico no mostraron más anomalía que mi inconsciencia, así que me trasladaron al hospital y dejaron en espera hasta estabilizar a mis compañeros.

—¿Y por qué las bombas estallaron así?

—¿Tal vez se juntaron con restos de pruebas anteriores? Ni idea, mis médicos estaban ocupados alucinando con mi Marca. La vieron al buscarme heridas que explicaran mi inconsciencia, poco antes de que despertara. Ya tendrían que estar mal los otros para pasar de un chaval supuestamente ileso pero inconsciente, vaya.

»En fin, como parecían prestarles más atención a mis letritas que a contarme lo sucedido, cogí mis cosas y me piré. Llevo dando vueltas por los jardines desde entonces.

Claire se detuvo un momento para apreciar haber escuchado una historia ajena en lugar de contar la suya. Lo echaba de menos. Unas cuantas dudas cruzaron su cabeza: desde la identidad de aquel chico a cómo escapó, pasando por la posibilidad de un sabotaje en la Sede.

No llegó a comentarlas. Como llamada por aquella conversación, una explosión ensordeció sus preguntas y quebró el suelo a sus pies. Un instante estaba de pie y, al siguiente, se precipitaba al vacío junto a los restos del balcón.

O eso creía. Al abrir los ojos descubrió que acudía al encuentro de los escombros mucho más despacio de lo posible. Tanto le sorprendió que tardó en advertir el contacto de Grey, abrazándola de la cintura y descendiendo lentamente junto a ella.

—Por los pelos —musitó, su cabeza gacha mirando al suelo—. Voy a tomar impulso para subir de nuevo. Agárrate bien.

Antes de que Claire protestara que no podía hacerlo si la agarraba de atrás, Grey se elevó arrastrándola consigo. El suelo se alejó y terminaron rodando sobre lo que quedaba del balcón, en un aterrizaje más brusco que el de su encuentro.

—Lo siento —dijo él, incorporándose—, ha sido un esfuerzo tan brusco que me he cansado más de lo esperado.

—Me has salvado de caer, no pidas perdón.

Él asintió y bajó la cabeza. Jadeaba un poco, ya fuera por la impresión o el vuelo. Claire ignoró su propio estupor para levantarse y observar sus alrededores. Algunos árboles del jardín habían caído por el temblor y su balcón no era el único afectado. El lejano rumor de la música ahora era una cacofonía de desafinados gritos.

—Vamos a ver qué narices ha pasado —decidió Claire, girándose hacia Grey justo antes de abrir la puerta. El chaval se había recompuesto, pero con aquella figura pequeña y ojerosa, Claire se vio en la obligación de dedicarle una sonrisa calmada—: tranquilo, no necesitas invitación si vienes conmigo.

Él rio, relajando los hombros. Por un momento, la mirada pícara y audaz que le dedicó cambió su color por una curiosa tristeza. Un reflejo nostálgico que pronto se desvaneció entre la noche y la urgencia, ocultándose tras ironía:

—Supongo que me aceptas por mi experiencia en explosivos, ¿no?

Como respuesta, Claire abrió las puertas y la luz y el caos les recibieron. La zona central del salón, otrora la pista de baile, parecía más concurrida ahora: sus invitados corrían de un lado a otro, llamando a sus seres queridos o exigiendo respuestas. Por suerte, un par de oficiales sobrevolaban la pista («así que volar era más común de lo que pensaba», advirtió Claire), indicando las salidas a la multitud histérica.

En ella buscaba caras conocidas: a sus amigos abriéndose paso entre la muchedumbre, a un Consejero que les explicara la situación. Perdida entre el pánico y las llamadas de auxilio, iba a pedirle a Grey que les levantara para buscar cuando, de pronto, distinguió su nombre entre aquella confusa orquesta.

Con alivio, acudió al encuentro de Blake y este la estrujó entre sus brazos. Sobre su hombro, advirtió que Ángela también intentaba alcanzarles, equilibrándose sobre sus tacones.

—¡¿Dónde te habías metido?! —le preguntó él—. ¡Estaba preocupado por cómo huiste al balcón! No sabía qué… —su mirada se desvió hacia Grey, quien les observaba con la cabeza inclinada como un pajarillo curioso—. ¿A quién has traído?

Una segunda explosión interrumpió a Grey, hostigando la Sede. Toda la pista sufrió la sacudida, y Claire se aferró a Blake por tal de no caerse. El estruendo recorrió el salón enmudeciendo los gritos de los invitados y mezclándose con las grietas que formó el temblor anterior. Dos de los pilares del salón se desplomaron ante sus ojos, cayendo junto a gigantescos escombros que poco antes fueron el techo. Con ellos también se precipitó una lluvia de cristales provenientes de las lámparas de araña, obligándoles a retroceder mientras veían, boquiabiertos, como la abertura traía consigo el incendio de la planta superior.

—La explosión venía del propio edificio… —murmuró Blake—. Pero, ¿cómo ha…?

Enmudeció al darse cuenta de aquello que Claire ya había advertido. Con sus pies crujiendo sobre el cristal, corrieron hacia la montaña de escombros ardientes. Parecía dividir el rectangular salón en su tramo más estrecho, un muro tras el que Ángela había desaparecido.

Blake soltó una maldición, sus manos enredándose en su pelo de pura angustia. Claire miró a sus alrededores buscando un atajo, una zona por donde pudieran atravesar los escombros. En uno de esos vistazos, se giró a un preocupado y confuso Grey.

—¿Sabes la chica que venía tras él? Rubia, con un vestido rojo y guantes —él asintió, reluctante—. ¿Podrías buscarla? ¿Llevarnos hasta ella?

—¿Podrías hacerlo? —repitió Blake, acercándose al chaval—. ¿Eres Teletransportador?

—No —negó él, torciendo el gesto—. Elemental de viento, por eso no podría cargar con los dos… Y no creo que debamos permanecer mucho aquí con el techo en llamas.

—¡No podemos irnos sin ella! —exclamó Blake, alzando la voz entre el barullo. Grey respondió con otra mueca.

—Lo entiendo, pero sobrevolar el fuego es peligroso y… —chasqueó la lengua, revisando el muro—. Vale, vale, creo que puedo llegar hasta ella. Me aseguraré de que está bien, pero solo puedo ir yo.

Claire le dedicó una mirada curiosa que Blake no se permitió. Con manos ansiosas, se desató la pajarita y se la tendió al otro.

—Toma, para que sepa rápido que vienes de nuestra parte.

Grey asintió y se encaminó hacia el muro, sus dedos aferrando la tela verde. Dedicó un momento a inspeccionar las llamas del techo y cima, cada vez más cerca del grupo. Entonces, apoyó una mano en la piedra y se volvió hacia ellos. Cuando habló, sus rasgos cansados se iluminaron con aquel carisma, aquella agudeza, que lució al aparecer ante Claire.

—Sé que no hay tiempo, pero no nos hemos presentado. Me llamo Grey, soy el Cuarto Elegido y esta es mi Habilidad.

Dicho esto, su mano comenzó a atravesar el muro de escombros como si no fuera más que aire, dejando atónitos a Claire y Blake. Siguiendo a su brazo, el resto del cuerpo se perdió entre la piedra hasta ser engullido por completo. Pasados unos segundos, oyeron su voz a través de ella.

—¡Está a salvo! Saluda si quieres, aunque no los oiremos. Me temo que la amplificación de sonido solo funciona si estoy cerca, a no ser que alguno de tus amigos conozca los tejemanejes del Elementalismo de…

—¡Estoy bien, no me ha aplastado nada! —se escuchó a Ángela—. Hay gente organizándonos para salir por aquí, id por… Espera, ¿no podríamos cruzar con ellos?

—El fuego se extiende demasiado rápido y atravesar llamas con mi poder es MUY peligroso y…

—Está bien, está bien —rabió Ángela—. Nos vemos a la salida. ¡Id con cuidado!

Blake asintió para sí mismo y respondió un “igualmente” que sabía que no llegaría a ella. Después se giró y le tendió la mano a Claire para levantarla del suelo. Había aprovechado el momento para retirarse y quitarse los zapatos lejos de los trozos de cristal.

―Es una lástima que se queden aquí ―comentó Claire con sarcasmo, mientras miraba los caros e incómodos tacones en el suelo―. Ángela me mataría.

Blake sonrió y ayudó a su amiga a levantarse.

―Más me preocupa Armiro, que esperaba que devolviéramos la ropa en condiciones.

—Y Merody, que no quería accidentes.

Tras dedicarse una mirada de exhausta complicidad, marcharon donde los guardias y empleados indicaban salir.

 

***

 

—Así que… Grey. Parece un tipo extraño, ¿no crees? —Preguntó entre jadeos por la carrera—. Sus ropas no son muy veradianas, demasiado cosmopolitas. ¿De dónde será? ¿Y por qué lleva gafas de buceo en el cuello…? ¡Oh! ¡¿Y si son para una motocicleta!? Nunca he visto una…

—Blake no sé qué narices es una “motocleta”. ¡Deja de divagar y corre! —el mestizo aceleró el ritmo hasta alcanzar a Claire. En un momento, ella tropezó y habría caído de no ser porque él la cogió del brazo—. Maldito vestido.

—Es lo que tiene la ropa de gala: está pensada para un baile, no una catástrofe.

—¿No son lo mismo? —objetó, con una mueca.

La carrera culminó con la salida a los jardines, donde los guardias organizaban a los rescatados. Cruzaron entre las cuidadas flores y arbustos que el fuego todavía no había alcanzado, pues seguía alimentándose de la vegetación bajo los balcones. Al rato, las indicaciones los llevaron a la verja que delimitaba la Sede, cruzando al exterior. Los supervivientes se concentraban allí, algunos manchados de heridas, otros con solo polvo e incertidumbre.

Alejándose de la funesta multitud, Blake y Claire se acercaron al bosque que rodeaba la Sede, sin llegar a adentrarse. Esperaban poder despejarse con la distancia, pero los llantos persistían amenazando con contagiar su miedo. Intentando calmarse, Claire centró sus sentidos en el terrenal bosque: los árboles eran de hoja oscura y perenne, como los de Máline, y el cielo nocturno destellaba tras la vegetación.

Siguiendo su mirada, Blake la llamó y señaló la Sede. Lo primero que Claire advirtió fue la gigantesca cúpula que cubría el complejo. Semitransparente, se dividía en hexágonos que encajaban entre sí, apareciendo y desapareciendo de su vista. No recordaba haberlos visto desde el interior.

No obstante, Blake señalaba un punto concreto del edificio. Sobre el salón y sus pisos superiores, una brecha rompía la cúpula. El patrón hexagonal se intensificaba a su alrededor, brillando de forma constante.

—Allí es donde ha empezado el ataque —explicó Blake—. Los hexágonos son parte de un complejo hechizo protector en área. Vuelve su interior invisible, lo defiende de ataques y localizadores e, incluso, teletransporta al otro lado de la cúpula a quienes pretendan cruzar sin permiso.

»Dicen que la recitación completa llenaría cincuenta páginas, pero solo fueron necesarias para su creación. Lo único engorroso de mantenerla es la inmensa cantidad de energía que requiere, supongo que la extraerán de la Red de Méner.

La voz de Blake tenía un ligero temblor que Claire confirmó al buscar su esquiva mirada. «La explicación es su forma de lidiar con esto», comprendió.

—Suena tan complejo que me inquieta pensar cómo y quién ha logrado destruirlo —comentó ella. Guardaron un momento de silencio observando la apertura. La luz lunar se reflejaba sobre ella, perlada y brillante—. Me aterra, pero la brecha es preciosa.

—Comparto el sentimiento —suspiró Blake, sentándose sobre la hierba. Bajo el escudo, la luz de las llamas empezaba a parpadear—. Me extraña que hayan tardado tanto en extinguir el fuego. Me pregunto si estaría cargado con alguna maldición… Cielos, mañana competiremos con esto por la portada de los periódicos.

—La fama se te ha subido a la cabeza, ¿eh? Si Ángela te viera…

Pasaron un rato callados, consolándose en la compañía mutua. Las explosiones no habían destruido la infraestructura del edificio, pero sí provocado cuantiosos daños materiales. La situación cerca de las verjas no era más esperanzadora. La gente buscaba a sus allegados entre los supervivientes, algunos ya postrados en camillas portátiles. Claire reconoció uniformes de Sanador, con largas chaquetas blancas y cinturones cargados de útiles, corriendo entre invitados. Seguían sin rastro de Ángela o Grey.

Volvió a mirar a la Sede, su fuego ya apagado. Con magos al frente, la reconstrucción sería rápida. Con Sanadores donde las víctimas, se mitigarían las muertes.

Claire torció el gesto. Si la Sede seguía en pie, si la gente sobrevivía… Entonces, ¿cuál era el motivo del ataque? ¿Acaso había sido un fracaso?

Y los gritos le dieron la respuesta. La mirada de les Elegides bajó al claro, donde el dolor rogaba auxilio. Sanadores sacaban armas que resultaban inútiles. Recitadores expelían hechizos que no terminaban de ser pronunciados. Muertos caían, de un lado o de otro, pero solo bajaba el número de los emboscados.

Los shirizas les estaban atacando.

Las piernas de Claire se clavaron en el suelo, completamente rígidas. Su mente la arrastró al lago y la lluvia, a la masacre de su escolta, pero aquel ataque palidecía ante el horror que contemplaban sus ojos.

Los invitados nomas caían como moscas, desarmados e incapaces de hacer magia. Les seguían aquellos que, aunque magos, no dedicaron su aprendizaje o experiencia a la batalla. Los Sanadores, distraídos con sus cuidados, entraron tarde a la defensa, y los escasos soldados de la evacuación resistían a duras penas. Comenzaron a llegar refuerzos aliados aparecidos de la nada, enfrentados a enemigos que acudían de igual forma. Por cada mago aliado, cinco shirizas desenvainaban sus armas y, aunque sus habilidades carecían del análisis individual, sus mejoradas dotes y número decantaban la balanza a su favor.

«No pueden ganar», comprendió Claire. Morirían como hizo su escolta. Como harían ellos pronto.

«Este ha sido su plan desde el principio —pensó entre alaridos y llantos de inocentes—. El objetivo no era destruir la Sede, si no apartar a los invitados para matarlos fácilmente».

Los ojos de Claire se deslizaron hacia la cúpula rota, la que fue escudo del Consejo durante tanto tiempo. Matando a los mecenas del Gobierno Mágico sabotearían el potencial del Bando en la Guerra, pero hasta ella conocía la rivalidad de nobles y Consejeros: el ataque sería una baza más a su animosidad.

¿Era esa la razón del ataque? ¿Contra quién luchaban los shirizas y su Reina? Habían traicionado al Bando… ¿o solo querían ver arder al Consejo?

En algún lugar lejano, un conocido la llamaba, casi mudo entre el dolor ajeno. Sus piernas, todavía rígidas, solo marcharon cuando una mano se aferró a la suya. Entonces Blake consiguió arrastrar a Claire al bosque, su mirada perdida entre tanta muerte.

Cuando la sangre quedó tras los árboles, Claire logró despertar. Se detuvo, soltó la mano de Blake y este se giró de inmediato, buscando de nuevo sus dedos.

—¡Claire, vámonos de aquí! —forcejeó con ella, desesperado, pero Claire se resistió a moverse—. ¡Si nos quedamos nos matarán!

—¡Ellos también morirán! —replicó Claire. Calló un momento, tan sorprendida de su respuesta como Blake, hasta que recordó sus motivos—: Hay gente inocente allí, gente que no lucha en la guerra y que morirá sin motivo.

—¡¿Crees que no lo sé?!

—¡Entonces sabes que no podemos dejarlos! Los matarán o captarán y…

—¡Lo sé, lo sé! ¡Pero quiero que al menos vivamos tú y yo!

Blake dejó escapar sus dedos y sus manos cayeron al costado. Bajó la cabeza, apretó los puños y Claire suspiró con la misma frustración. Claro que también lo sabía, solo que tomó una decisión antes que ella. Una decisión que odiaba igualmente.

—No soporto que la gente siga muriendo a mi alrededor —continuó Claire—. Ya tuve bastante con el viaje en tren. Soy una Elegida, debería poder hacer algo, ¿no? Deberíamos tener la fuerza para cambiar todo esto. Yo…

La respuesta de Blake empezó muda, con sus brazos rodeándola. Cortada, Claire tardó un poco en corresponder su consuelo, descubriendo entonces cuánto lo deseaba. Las palabras brotaron mientras seguían entrelazados:

—No tenemos armas —le recordó él.

—Tenemos magia. Maté a aquel animal.

—¿Sabrías repetirlo? —Claire titubeó y Blake se apartó para mirarla sin llegar a soltarla—. Si crees poder hacerlo, te seguiré. No puedo usar Pacto en una pelea tan frenética, aunque igual podría robar algún arma de los caídos… Y tú también. Eres rápida.

—Es una idea horrible, ¿verdad?

—Lo es. Pero, si luchas yo te curaré. Si te caes, yo te levantaré.

Aquellas palabras, pronunciadas con una firmeza que sus temblorosos dedos carecían, humedecieron los ojos de ambos. Un par de lágrimas rodaron por las mejillas de Blake, espejo de su miedo.

—No te dejaré luchar sola ni un instante. Me tendrás a tu lado para curarte y apoyarte, al igual que sé que tú lo harás por mí. Solo te pido que tengas cuidado, por favor.

—Lo tendré. Lo tendremos —asintió, reuniendo fuerzas por ambos—. Aguantaremos solo hasta que los supervivientes escapen. Los refuerzos deberían ponerlos a salvo, les apoyaremos de mientras. Saldremos de esta.

Blake apretó sus hombros con cariño y Claire buscó su mano cuando él se separó. A la inversa de su huida, Claire lo condujo de vuelta a la pesadilla. La situación no había cambiado demasiado durante aquellos escasos minutos. Algunos supervivientes lograban refugiarse entre los soldados recién llegados, sus cuerpos desapareciendo al tocarse. Otros magos acudían para combatir y cubrir a sus escapistas. Los cadáveres parecían más numerosos en el bando del Consejo, aunque los shirizas desaparecían apenas sus muertos rozaban la hierba.

Blake localizó la espada de un caído cercano y Claire asintió. Se soltaron y la joven corrió y gritó en dirección opuesta, una mano levantando el bajo de su vestido y la otra haciendo señas al enemigo. Los shirizas más cercanos sisearon en su dirección.

Mientras se acercaban, trató de recordar qué sintió al invocar aquel poder asesino en el bosque. Visualizó el parpadeo oscuro, a hojas, monstruo y tiempo deteniéndose. A Ángela alzando sus manos para invocar el fuego.

Casi sintiendo la guía de su amiga, apuntó al shiriza más cercano y el méner, la magia, obedeció. Una corriente nacía de todas partes de su cuerpo y se dirigía a la punta de sus dedos, un escalofrío vibrante que se expelió de su mano dejando un curioso calor detrás. Jadeó de la impresión al ver al primer shiriza caer tras un destello azulado. Después se volvió a por el segundo, tercero y cuarto sin tiempo de comprobarlos muertos.

Blake podría hacerlo por ella, aunque el dictado de su mente aseguraba su caída.

Los shirizas eran envueltos por aquel resplandor cerúleo, detenidos antes de que sus armas la tocaran. Entonces los aliados acudían a rematarlos o desaparecían directamente, de vuelta a su morada. Algunos pretendían atacarla desde la distancia con magia, pero tanto los soldados como Blake la defendían con espada, lanza o magia.

Este último no se separaba de ella. Desviaba cualquier golpe dirigido a Claire y devolvía aquellos que la joven no lograba responder. Estaba demasiado ocupada en su magia, en seguir las indicaciones de su cabeza. Por eso ignoraba el funesto asombro con el que Blake la miraba, su ceño fruncido entre destellos de magia azul y el rechinar del metal contra el metal.  

Finalmente, su mano no halló más shirizas que apuntar. Su guía desapareció, dejando el eco de su propio pulso en su mente. Parpadeó intentando aclarar su vista, sin éxito, y se dejó caer de rodillas sobre la hierba. La adrenalina había escondido su extenuación y solo ahora, con la repentina calma, notaba el frío de su cuerpo. Su brazo derecho, aquel que dictó sentencia, estaba especialmente helado.

Un contacto la cubrió y Claire aceptó la chaqueta y abrazo de Blake, dejándose ayudar para ponérsela. Tras estrujarla, Blake dejó las manos sobre sus hombros transmitiendo una ligera Sanación que, aunque no creía necesitar, ayudó a despejar su vista. El frío inicial estaba remitiendo rápido, dejando un extraño y desagradable calor a su paso.

Sentada y agotada como estaba, no vio como una silueta gris se materializaba y derribaba a Blake de un empujón.

Cuando quiso reaccionar, el shiriza la levantaba tirando de su brazo derecho. Blake, aunque sorprendido y desarmado, logró levantarse de un salto y aceleró contra su objetivo con solo sus puños para golpearlo.

Este arrojó a Claire de vuelta al suelo para esquivar el puñetazo. El impacto dejó a la joven sin respiración y distrajo al muchacho, cuyo segundo golpe fue detenido con las garras del shiriza. Las clavó entre los huesos de su mano y Blake aulló de dolor.

Aún derribada, observó cómo el ímpetu de Blake se perdía tras la mirada del mutado. Vio en tercera persona la pérdida de su voluntad, el robo que sufrió en el lago y que ahora despojaba a su amigo de albedrío. Blake cayó como una marioneta a la que cortaron los hilos y Claire, aterrorizada, anunció su magia con un grito.

Su mano despidió una descarga de energía que impactó en el shiriza de costado. La luz azulada se tornó blanquecina, translúcida, conforme creció desde el impacto hasta cubrir el brazo y hombro de su objetivo.

No fue suficiente. Lo que detuvo al resto de mutados no bastó con su nuevo contrincante. Aquel blanco azulado se detuvo bajo petición del agresor, sus labios conjurando palabras que no llegaron a oídos de Claire. La forma del méner se tornó humo, con solo su recuerdo como prueba de que alguna vez existió.

El frío de la descarga pronto dio paso a un calor febril que se derramaba en sudor. Su mundo regresó a un mar de siluetas borrosas en el que la muerte avanzaba hacia ella. Con premura, pues sus aliados habían advertido los gritos. Volvió a levantarla del brazo y Claire pidió y pidió el regreso de su magia, pero esta moría antes de cumplir sus deseos.

Unas uñas la tomaron del rostro y unos rasgos aparecieron entre la niebla. Fue entonces cuando reconoció a su agresor: pelo negro y ojos verdes, ligeramente rasgados. Pupilas felinas. Aquel era el shiriza que intentó hundirla una vez, el mismo que huyó mientras sus compañeros, no, sus títeres, eran masacrados.

Era consciente, ¿no? Por eso escapó. Por eso dos líneas negras cortaban aquel verde y apuñalaban su mirada y voluntad. Como quien clava un alfiler para hacer hueco en un agujero, Claire sintió cómo su mente se abría a través de sus ojos, una luz buscando entre el polvo de recuerdos inexistentes. Sus pensamientos huyeron como insectos asustados y sus brazos cayeron a los lados. Olvidando el concepto de lucha o existencia, su consciencia mudó de cascarón y el shiriza la recogió entre sus brazos.

 

***

 

Claire abrió los ojos a pesar de que el intento no mereció la pena. Su visión seguía fatigada por la pelea y las tinieblas no mejoraban la situación. Parpadeando, logró despejarse poco a poco, sus pupilas ganando agilidad en busca de una pista sobre su ubicación.

Lo primero que advirtió fue los barrotes de su celda, enfrentados a la siguiente. Sombras verticales nacían de ellos gracias a perezosas antorchas. Algunas de las líneas de hierro formaban una puerta cerrada. Su desconcierto inicial se transformó en ansia de libertad al verla, impulsando sus temblorosos pies y descubriendo así sus ataduras.

El tirón casi la devolvió al suelo de un tropiezo. Los grilletes nacían de tobillos y muñecas, con sus cadenas del largo justo para levantarse y dar medio paso. Al menos las de las manos colgaban del techo y las de las piernas, del suelo. Al revés habría sido cómicamente incómodo.

«Céntrate —se dijo a sí misma mientras forcejeaba con ellas. Era instintivo hacerlo al verse esposada, ¿no?—. Esto es inútil. Céntrate, céntrate».

Por fin logró enfocar mirada y cabeza y recordó la existencia de la magia… ¿Podría usarla para escapar…?

Entonces se distrajo de nuevo con una revelación: Aquel lugar le era familiar.

Pensativa, tomó las cadenas de sus brazos para mecerse mientras rumiaba aquel pensamiento. En el aire flotaban unas motitas que, a primera vista, confundió con polvo. Demasiado oscuras para serlo, buscaban pegarse a su piel y tenía que apartarlas a soplidos. Había visto aquel fenómeno antes y, sin embargo, su memoria rechazaba sus demandas de respuesta.

Siendo amnésica, aquel hermetismo no era novedad, pero a ello debía sumar el dolor de cabeza por el control del shiriza. De momento, perdonaría a su atontada psique la falta de cooperación.

A cambio, sus pensamientos vagaron por otros derroteros:

«Andrew dijo que la Reina controlaba mentalmente a sus huestes, pero este shiriza parecía un hombre consciente y ya dirigió a sus compañeros en el lago. ¿Tendrá un cargo menor? ¿La jerarquía en el complot shiriza tiene más de dos escalones? ¡¿Por qué me estoy preguntando esto si no tengo ni idea de política o magia?!»

Un par de insultos a su ignorancia más tarde, recordó que seguía atrapada y que desconocía el paradero de sus amigos. El agobio reemplazó a la culpa y los grilletes apretaron sus extremidades. Blake parecía inconsciente y vulnerable cuando se la llevaron, aunque cayó rodeado de soldados aliados. ¿Y Ángela y Grey? ¿Estarían a salvo?

Ansiosa, agarró las cadenas de sus muñecas y las usó para incorporarse del todo, como si levantarse le permitiera volver con sus allegados.

Así, descubrió que le costaba soltarse. El frío metal se pegaba a su piel, dejando una huella roja en sus palmas. Los eslabones permanecían unidos con gélida fragilidad fascinando a Claire, quien pronto encontró una explicación:

«Es escarcha. Y yo la estoy produciendo».

La magia que empleó contra los shirizas no fue el mortal parpadeo del bosque, ni algo como las brillantes llamas de Ángela. En sus dedos, el méner se convirtió en un frío aliento que envolvía a sus enemigos con una capa de hielo, templando también su propio cuerpo.

«Por eso no sentí el famoso “calor de la magia” hasta más tarde», pensó.

Sonrió y ordenó a aquel frío marchar a sus manos, a las cadenas. Agradeció el descuido de sus captores por no emplear esposas anti-magia. Tal vez no supiera invocar el poder oscuro que la salvó en el bosque, pero el hielo acudía a su llamada como si siempre hubiera estado esperándola.

Y estaba dispuesta a usarlo.

Las cadenas de sus brazos se rompieron con un crujido. Aprendida la técnica, no costó repetirla con los eslabones de sus pies, que se desprendieron con placas heladas sobre el hierro. Arrastrando grilletes y restos de metal, avanzó hasta la puerta y casi se desplomó contra ella. Recuperó el equilibrio aferrándose a los barrotes mientras notaba como el frío daba paso al febril calor por la magia.

Lo tomó como una advertencia. Al repetir jugada con las bisagras y cierre, cuidó su gasto de méner tomando unos minutos hasta desprender la puerta. Esta cayó con un sonoro golpe metálico que la revitalizó con el pánico a ser descubierta. Miró a ambos lados del pasillo, todo despejado. Unas gotas calientes escaparon de su nariz y Claire aspiró la sangre de vuelta.

«Vale. Vamos a tomarnos esto de la magia con más calma».

Se arremangó el bajo del vestido y cruzó al centro del pasillo, comprobando que su celda había sido la única ocupada. Uno de los cubículos llamó su atención, diferente al resto. Se sellaba con varios cerrojos y su puerta era una placa metálica, con su interior oculto a excepción de una pequeña rendija a la altura de sus ojos.

Por curiosidad se asomó por ella, aunque la escasa luz apenas permitía distinguir algo. Parecía más grande que la suya, con una cama destartalada y eslabones de cadena rotos y desperdigados por el suelo. Algunos papeles habían sufrido el mismo destino, así como las paredes arañadas por algún tipo de cuchillas…

Un escalofrío le hizo apartar la mirada. No quería ni imaginar qué clase de criatura había estado encerrada para que la celda presentara tal aspecto.

Optó por volver a centrarse en su huida. A su izquierda y derecha había dos puertas, una a cada lado del pasillo. Claire supuso que alguna llevaría al exterior y escogió la de la izquierda, pues parecía más vieja, rota y fácil de derribar.

No hizo falta tomar medidas tan drásticas: la puerta ya estaba abierta y se deslizó levantando motitas negras a su alrededor. Al pasar, frunció el ceño al ver que estaba más oscuro y no había salida, pero se detuvo de todos modos. La sensación de familiaridad creció y, sin embargo, forzar la memoria solo consiguió empeorar su migraña.  

Dolorida, se adentró en la silenciosa oscuridad. La luz y el crepitar de las antorchas quedó atrás, deslizando a su vigilante sombra al frente. Sus pasos descalzos, inaudibles en cualquier otro lugar, casi sonaban obscenos ante aquella solemne quietud.

La nueva estancia también se dividía en cubículos abiertos de cara al pasillo. No obstante, donde en las celdas corrientes habría puertas y barrotes, allí se delimitaba el espacio con líneas que nacían de paredes opacas y que se extendían por el suelo.

Por ello, solo al adentrarse en las tinieblas logró ver el interior de estas. Entonces entendió la inquietud y melancolía que flotaba junto a la oscuridad, la sensación de sentirse observada.

Las celdas estaban ocupadas. Los presos daban mecánicas vueltas en círculo, disociaban tumbados o sentados en un tembloroso abrazo a sí mismos.

Entonces llegó Claire y todo cambió. Casi una decena de iris grises la enfocaron, acercándose con cuerpos y ropas de igual color. Un eco de asombro y curiosidad impulsaba sus pasos, emociones solo visibles en sus ojos, pues donde deberían nacer sus labios no había más que un hundimiento liso.

Claire era una distracción de su gris y monótono encarcelamiento, y como tal recibió la atención de los condenados. Se convirtió en el centro de aquel círculo de ojos y expresiones mutiladas, de gris sobre gris y oscuridad flotando como polvo en aceite. Cuando quiso darse cuenta, había olvidado cómo respirar y el hedor de magia y sombras oprimía su pecho.   

Solo consiguió gritar. Su cuerpo se precipitó al suelo y su corazón dio un vuelco entre dolorosos latidos. Sus pulmones se asfixiaban por la peste a magia, con aquel toque dulce que seguro procedía de la oscuridad que ahora caía sobre ella. El polvo manchó su piel como llamado por su palidez, todo mientras sus labios rezaban por calmarse y su instinto reiteraba la familiaridad de aquella pesadilla.

En algún momento, la plegaria le recordó cómo respirar y pudo alzar la mirada hacia sus jueces. Los presos la contemplaban a distancia, sin cruzar jamás las inexistentes puertas de sus celdas. Aunque su falta de sonrisa enmascaraba sus intenciones, de sus ojos nacía la misma melancolía que sintió al entrar, compasión al verla temblar de terror. No pretendían mal alguno, comprendió al fin, y logró levantarse entre una nube de polvo oscuro.

Sin embargo, su grito también atrajo a otro tipo de gente: Un soldado motivado por órdenes y no por la extraña curiosidad de los presos. La puerta se abrió y Claire apenas pudo girarse antes de que la agarrara del brazo. Un bramido incomprensible se tradujo después a un bramido al común arcashi:

—¡Tú! ¡Se supone que deberías estar encerrada! —tiró de ella y Claire volvió la cabeza. Los rasgos de su agresor estaban ocultos bajo una capucha—. ¡¿Cómo has salido de tu celda?!

Sin esperar respuesta, el soldado pretendió arrastrarla de vuelta a la luz. Claire se revolvió con fiereza del agarrón, cambiando su miedo a los presos por el de ser encarcelada de nuevo. Su rebeldía fue castigada con un empujón que Claire logró aguantar sin caer, retrocediendo para recuperar el equilibrio.

Un silbido metálico indicó que el soldado desenvainaba su espada. La puerta a la luz quedaba a sus espaldas y su hoja reflejaba su claridad. Con cautela, Claire se retiró hasta el umbral de la última celda, su corazón contando los últimos segundos que tenía para actuar.

No hizo falta, pues la oscuridad eligió por ella. Al regresar de un parpadeo, sus pupilas vieron una estatua donde antes hubo una persona. Su piel era tan gris como la de los inquietantes presos. La espada seguía en su mano, inútil sin impulso. La luz de la salida se aclaró hasta un mortecino blanco. Lo único que retenía el color era su propia mano y el relámpago azul que surgió de ella.

Rota la monocromía, el tiempo regresó a su cauce y el soldado salió despedido por los aires al igual que la propia Claire. Él cayó al suelo, pero la Elegida no tuvo tanta suerte y su cabeza golpeó la pared de la celda tras ella.

 

***

 

Ya era la segunda vez que caía inconsciente en un mismo día y ahora con un buen golpe. En silencio, se preguntó qué sería peor para su amnésica mollera: el control mental o su último tortazo. Para colmo, notó algo cálido bajando de su rostro. ¿Sangre otra vez? ¿Sería por la contusión o por usar demasiada magia?

Una tela pasó por su cara, limpiando el líquido de su nariz. Poco a poco, sus sentidos volvieron y le permitieron distinguir una voz en su cabeza.

«Oye, ¿te encuentras bien? Has recibido un duro golpe, pero debes despertar, ¿de acuerdo? —Claire gruñó como respuesta y, a cambio, recibió unos golpecitos en la frente—. ¡Eh! ¿Hay alguien ahí dentro? ¡Oye!»

Aquella preocupación terminó por despertarla, pues su propia voz jamás la trataría con tanta gentileza.

Abrió los ojos de golpe y se encontró con su cuidador: uno de aquellos seres monocromos. Arrodillado a su lado,  sostenía un paño humedecido en sangre.

Sin embargo, aquello no fue lo que la hizo retroceder. Había reconocido aquella voz, aquel rostro, aquella amabilidad. Sus miradas se cruzaron, preocupación contra incredulidad.

«No es posible —pensó Claire, sin dejar de mirarlo—. Su voz… Su voz es la de…»

Su cuidador era un niño de poco más de diez años. Su cabello gris oscuro caía hasta los hombros y vestía una túnica blanca como el resto de prisioneros, aunque demasiado grande para su tamaño. Sus muñecas y palmas estaban cubiertas de vendas, que también utilizaba para esconder su ausencia de boca. Aun así, sus ojos oscuros delataban una inocente curiosidad.

«Me alegro de que despiertes —dijo en la mente de Claire—. No suelo tener visitas, ¿cómo te encuentras?»

Claire observó al propietario de la voz de sus sueños, sin palabras para contestar.



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