Reencuentro
Una silueta flotaba tras la
barandilla del balcón. La observaba en silencio, sus rasgos ensombrecidos por
una mullida capucha con plumas. El viento había entrecerrado las puertas del
balcón, escondiendo la luminosa fiesta de su interior. Solo un breve destello
logró escaparse, arrancando el centelleo de unas lentes entre el plumón.
Sorprendida de
su propia valentía, Claire se descubrió más curiosa que asustada. Se levantó y
aquella persona respondió posándose sobre la barandilla. Vestía con lo que
parecía una chaqueta larga, tan oscura que se fundía con el paisaje a sus
espaldas. Su pie derecho tocaba la baranda sin llegar a apoyar todo el peso, de
puntillas, dando a su figura un aire irreal, ligero como una hoja flotando
sobre el agua.
Su mente se
permitió unos momentos de deleite al aprender que la magia podía elevar a
alguien como una pluma. Una sensación que descendió a una conocida culpa y que
culminó con el recuerdo de su grito de desesperación. Sin esperar a las
presentaciones, dejó que sus inquietudes tomaran la palabra:
—¡Estás
volando!
El visitante
retrocedió un poco, sus rodillas doblándose ligeramente sobre la piedra. Tardó
unos segundos en erguirse de nuevo y Claire sonrió, sabiendo que sus primeras
palabras no serían sobre cómo manifestaba su frustración.
—¿Sí? Bueno,
ahora solo estoy flotando —su voz tenía un timbre agudo que, tras normalizar su
sorpresa, terminó neutralizándose—. Pero sí, sé volar. No es tan raro.
—¿No lo es?
—Es el
principal motivo por el que la gente estudia Elementalismo de viento… Y los ángeles
existen, ¿sabes? —inclinó la cabeza a un lado—. Aunque cansa un poco, ¿me
permites?
—El balcón no
es mío, adelante.
Aterrizó de un
salto y sus rodillas se doblaron al adquirir el peso que la gravedad reclamaba.
Claire advirtió que, incluso descontando sus tacones, superaba al individuo en
unos cuantos centímetros. Rondaría el metro sesenta.
—Está un poco
oscuro —comentó para sí y empezó a rebuscar entre los múltiples bolsillos de la
chaqueta. Tanto dicha prenda, como las botas desgastadas y las gafas
protectoras, no destacaban por su elegancia.
—Creo que han
concentrado toda la iluminación en el baile —comentó ella—. Lo sabrías si
vinieras de él.
La persona
encontró la cerilla que buscaba y prendió el candil que había traído colgado
del cinto. Lo dejó sobre el balcón y bajó sus gafas para que la cinta colgara
del cuello, revelando sus rasgos.
La delgadez
que ocultaba su chaqueta se descubrió en sus facciones, de piel pálida y
profundas ojeras. El pelo liso y negro le caía en mechones despeinados que se
movieron al inclinar la cabeza a un lado. Entrecerró los ojos, como enfocándola
mejor.
Fue en su mirada donde más se detuvo Claire. Sus ojos eran grandes y rasgados, rodeados de espesas pestañas y con iris de un profundo gris. Por alguna razón, algo de su rostro le revolvió las entrañas, tal vez aquel extraño plateado.
No obstante,
poca gente lograba aguantarle la mirada y aquellos aros de plata no serían
excepción. Terminaron huyendo, lo que no impidió que su boca hablara:
—Habría ido si
me hubieran invitado pero, si querían hacerlo, me temo que me pilló haciendo la
siesta —la señaló con la cabeza—. Por tu ropa, entiendo que tú estabas
invitadísima.
—En realidad
esta es mi ropa de entrenamiento —bromeó.
—¿De
entrenamiento? ¿Qué eres? ¿Modelo?
Claire
parpadeó, provocando un avergonzado carraspeo en respuesta.
—Lo siento, he
soltado la lengua demasiado rápido antes de presentarme si quiera.
—Yo tampoco lo
he hecho y te he dejado pasar al balcón.
—Creía que no
era tuyo, señorita Claire.
La réplica se
cortó con la mención de su nombre. Al buscarlos, encontró a aquellos ojos
grises expectantes, acero sobre oscuras ojeras, analizando su reacción.
—¿Cómo sabes
mi nombre?
Durante unos
segundos, la persona contuvo su respuesta hasta que, por fin, la otorgó
encogiéndose de hombros.
—Aunque no
esté invitado al “Baile del Año”, me sé los chismes. Eres Claire, Segunda
Elegida de la actual Profecía y —su parpadeo delató que cambió sus palabras—… y
lo siento por haberte interrumpido en tu descanso de la fama. Sé muy bien que
etiqueta y gala raramente conllevan empatía.
Claire suspiró:
sí que la había escuchado. A pesar de que prefería plantar cara a aquel
individuo de pie, los tacones la estaban matando y terminó sentada en el banco.
Ojos grises hizo lo mismo, subiendo las piernas para sentarse y quedarse frente
a ella y su propio candil.
—Hoy has sido
el primer desconocido que me llama por mi nombre y no por el número, con eso
has pagado tu disculpa —volvió a mirarle—. En fin, terminemos con las
presentaciones. ¿Quién eres?
—El Cuarto
Elegido.
Todo rastro de
broma o simpatía del chico se borró con aquellas palabras. Un atisbo de sus
dientes se entrevió bajo sus labios, que no se atrevieron a sonreír más. Sus
ojos se clavaron en ella como dardo en diana, buscando de nuevo una reacción
que, al no encontrar en su rostro, continuó su presentación:
—También
puedes llamarme Grey —y se encogió de hombros de nuevo, suavizando su mirada y
volviendo a esconder sus dientes en una media sonrisa—. Compartimos condición,
así que será lo más apropiado.
Tendió una
mano hacia ella y Claire aceptó estrecharla, sin soltarla.
—Muéstrame tu
Marca —le espetó.
Grey parpadeó
y ella sonrió para sí. Se anotó un tanto en aquel duelo verbal.
—¿E-en serio?
—Claire asintió y él tragó saliva—. No te fías de mí, ¿no?
—En absoluto
—admitió, viendo como la confianza del chico se torcía—. He estado con
charlatanes toda la noche, permíteme algo de desconfianza. Además, no podemos
estar en igualdad de condiciones si no la muestras tú también. Dicen que la mía
da frío, ¿es cierto?
—No sé si está
más helada tu Marca o tu despiadado corazón ¿sabes el frío que hace?
—¿Tan
escondida la tienes? —titubeó, soltando su mano.
—No, o sea, no
es una zona que me avergüence… Vale, está bien. ¡Está bien, voy! —se levantó y
empezó a desabotonarse la chaqueta. En un momento de duda, miró a Claire de
nuevo y dijo—: Aguántame esto para compensar el catarro que voy a pillar.
Le tendió las
manos y Grey suspiró al ver que no iba en broma.
—Es muy raro
pedirle a alguien que se quite ropa nada más encontrarse, ¿sabes?
—También es
raro aparecer volando en una fiesta —aceptó el abrigo—. Bonita chaqueta, por
cierto.
—Es menos raro
que lo tuyo… Y gracias.
Debajo llevaba
una camiseta de manga larga, dejando patente la eficacia de su abrigo. Pesaba
bastante, y Claire se preguntó cuánto de ese peso sería por el contenido de sus
bolsillos.
—Joder, se
nota el invierno —dijo el otro de mientras, abrazándose a sí mismo. Entonces
fijó la vista en Claire, con sus hombros al descubierto—: ¡¿Tú no tienes frío?!
—No, estoy
bien —respondió, y esbozó otra sonrisa ante la sorpresa del otro. Aunque hacía fresco,
no era nada comparado con las nevadas malinenses… y su posiblemente cierto
aguante a ellas.
—Lo que decía:
corazón frío. En fin, ahí va.
Se dio la
vuelta y levantó su camiseta hasta mostrar su huesuda espalda al completo. La
Marca se hallaba entre los omóplatos y el nacimiento del cuello y, como
esperaba, transmitía una sensación distinta a las de sus compañeros. El miedo
se compartía entre los tres, pero los caracteres de Grey también evocaban al
vértigo. Casi pudo imaginarse suspendida ante un precipicio, con el vacío
abriéndose bajo sus pies.
La Marca
atrapó tanto su mirada que casi ignoró la cicatriz que cruzaba la zona baja de
su espalda. Cuando quiso darse cuenta, Grey se quejó:
—¿La has visto
ya? Se me están helando los riñones…
—Sí, ya puedes
vestirte —contestó. Grey se colocó correctamente la camiseta gris y ella le
tendió la chaqueta. El chico temblaba de frío—. Tu Marca es extraña.
—Si las de
tus… nuestros colegas son iguales, entonces todas lo son —se permitió un
momento para reconfortarse en su abrigo recuperado—. Agh, estoy temblando por
tu culpa. Deberías confiar más en los demás, ¿sabes?
—Vamos, ponte
en mi lugar: me encuentro a alguien revoloteando por el cielo nocturno y me
espeta que es de los míos. Sin anuncio por parte del Consejo ni nada.
—Ah, ahí tengo
parte de culpa. Me escapé antes de que me vieran la Marca. Hace una media horita.
—Oh, ¿tú
también te fuiste?
—¿Qué?
—¿No decías
saberte los chismes? —Grey la miró, inquisitivo, pero ella negó con la cabeza—.
Cuenta tú primero. Lo mío es una historia un poco larga.
—¿Segura? Soy
una persona que pierde la lengua cuando le dan un poco de atención.
—Podré soportarlo —sonrió—. Eres el Cuarto, ¿por qué tardaron tanto en verte la Marca?
—Fácil:
estaban distraídos con la explosión y sus heridos.
—¿La del campo
de entrenamiento?
—¡La misma! Este
chaval es el que falló la desactivación de la primera bomba —proclamó,
señalándose con un pulgar—. Unas campanadas me provocaron un sueño rarísimo y,
cuando desperté, estaba en una camilla mirando techo blanco.
—Te pilló
justo la Anunciación —murmuró Claire, a lo que él se encogió de hombros.
—Mala suerte,
supongo. Ser un Elegido, dejar explotar una bomba sin querer, perderme un
baile… La verdad es que no está siendo mi mejor día.
—Demasiado
ajetreado y… Un momento, ¡eres el Cuarto Elegido! Y mis compañeros y yo hacemos
los números anteriores. ¡¿No es como mucha casualidad?! —Grey coincidió con un
sorprendido parpadeo—. ¿Acaso el orden va por cercanía…?
—¿No? Está predeterminado desde nuestro nacimiento, ¿no lo sabías?
—Pues entonces
es muchísima casualidad —silbó Claire—. ¿Seguro que eres el Cuarto?
—Joder, aunque
no soy muy listo sé contar hasta cuatro —rio él—. Aunque también estoy flipando
un poco. Como le siguiente Elegide sea le Cinco, perderé la cabeza.
—En fin, volviendo
a lo otro… No entiendo cómo una “bomba de entrenamiento” (si ese término existe
siquiera) pudo provocar una explosión tan grande. Las armas para aprendices
tienen encantamientos de protección, ¿pero los explosivos no?
—Oh, también
los tienen —asintió Grey—. En el Consejo se toman en serio la seguridad de los
aprendices. Sobre todo en su primerito día, como era el mío.
»Mi bomba no
fue el problema, si no las que vinieron después. El entrenamiento consistía en
desactivar secuencialmente una serie de artefactos y yo tenía el primero, que
se activó por desmayarme antes de apagarlo. Mis médicos me contaron que este
fue poco más que un impulso, lo previsto en el entrenamiento, pero que el resto
se activaron en cadena con una violencia inesperada.
»Probablemente
por eso mismo tardaron en atenderme: los otros explosivos y sus reclutas
requerían de más atención, y solo cuando se controló la situación me
encontraron junto a la primera y discreta bomba. Los hechizos de escáner médico
no mostraron más anomalía que mi inconsciencia, así que me trasladaron al
hospital y dejaron en espera hasta estabilizar a mis compañeros.
—¿Y por qué las
bombas estallaron así?
—¿Tal vez se
juntaron con restos de pruebas anteriores? Ni idea, mis médicos estaban
ocupados alucinando con mi Marca. La vieron al buscarme heridas que explicaran
mi inconsciencia, poco antes de que despertara. Ya tendrían que estar mal los
otros para pasar de un chaval supuestamente ileso pero inconsciente, vaya.
»En fin, como
parecían prestarles más atención a mis letritas que a contarme lo sucedido,
cogí mis cosas y me piré. Llevo dando vueltas por los jardines desde entonces.
Claire se
detuvo un momento para apreciar haber escuchado una historia ajena en lugar de
contar la suya. Lo echaba de menos. Unas cuantas dudas cruzaron su cabeza:
desde la identidad de aquel chico a cómo escapó, pasando por la posibilidad de
un sabotaje en la Sede.
No llegó a comentarlas.
Como llamada por aquella conversación, una explosión ensordeció sus preguntas y
quebró el suelo a sus pies. Un instante estaba de pie y, al siguiente, se
precipitaba al vacío junto a los restos del balcón.
O eso creía.
Al abrir los ojos descubrió que acudía al encuentro de los escombros mucho más
despacio de lo posible. Tanto le sorprendió que tardó en advertir el contacto
de Grey, abrazándola de la cintura y descendiendo lentamente junto a ella.
—Por los pelos
—musitó, su cabeza gacha mirando al suelo—. Voy a tomar impulso para subir de
nuevo. Agárrate bien.
Antes de que
Claire protestara que no podía hacerlo si la agarraba de atrás, Grey se elevó
arrastrándola consigo. El suelo se alejó y terminaron rodando sobre lo que
quedaba del balcón, en un aterrizaje más brusco que el de su encuentro.
—Lo siento
—dijo él, incorporándose—, ha sido un esfuerzo tan brusco que me he cansado más
de lo esperado.
—Me has
salvado de caer, no pidas perdón.
Él asintió y
bajó la cabeza. Jadeaba un poco, ya fuera por la impresión o el vuelo. Claire
ignoró su propio estupor para levantarse y observar sus alrededores. Algunos
árboles del jardín habían caído por el temblor y su balcón no era el único
afectado. El lejano rumor de la música ahora era una cacofonía de desafinados
gritos.
—Vamos a ver
qué narices ha pasado —decidió Claire, girándose hacia Grey justo antes de
abrir la puerta. El chaval se había recompuesto, pero con aquella figura
pequeña y ojerosa, Claire se vio en la obligación de dedicarle una sonrisa
calmada—: tranquilo, no necesitas invitación si vienes conmigo.
Él rio,
relajando los hombros. Por un momento, la mirada pícara y audaz que le dedicó
cambió su color por una curiosa tristeza. Un reflejo nostálgico que pronto se
desvaneció entre la noche y la urgencia, ocultándose tras ironía:
—Supongo que
me aceptas por mi experiencia en explosivos, ¿no?
Como respuesta,
Claire abrió las puertas y la luz y el caos les recibieron. La zona central del
salón, otrora la pista de baile, parecía más concurrida ahora: sus invitados
corrían de un lado a otro, llamando a sus seres queridos o exigiendo
respuestas. Por suerte, un par de oficiales sobrevolaban la pista («así que
volar era más común de lo que pensaba», advirtió Claire), indicando las salidas
a la multitud histérica.
En ella
buscaba caras conocidas: a sus amigos abriéndose paso entre la muchedumbre, a
un Consejero que les explicara la situación. Perdida entre el pánico y las
llamadas de auxilio, iba a pedirle a Grey que les levantara para buscar cuando,
de pronto, distinguió su nombre entre aquella confusa orquesta.
Con alivio,
acudió al encuentro de Blake y este la estrujó entre sus brazos. Sobre su
hombro, advirtió que Ángela también intentaba alcanzarles, equilibrándose sobre
sus tacones.
—¡¿Dónde te
habías metido?! —le preguntó él—. ¡Estaba preocupado por cómo huiste al balcón!
No sabía qué… —su mirada se desvió hacia Grey, quien les observaba con la
cabeza inclinada como un pajarillo curioso—. ¿A quién has traído?
Una segunda
explosión interrumpió a Grey, hostigando la Sede. Toda la pista sufrió la
sacudida, y Claire se aferró a Blake por tal de no caerse. El estruendo
recorrió el salón enmudeciendo los gritos de los invitados y mezclándose con
las grietas que formó el temblor anterior. Dos de los pilares del salón se
desplomaron ante sus ojos, cayendo junto a gigantescos escombros que poco antes
fueron el techo. Con ellos también se precipitó una lluvia de cristales provenientes
de las lámparas de araña, obligándoles a retroceder mientras veían,
boquiabiertos, como la abertura traía consigo el incendio de la planta
superior.
—La explosión
venía del propio edificio… —murmuró Blake—. Pero, ¿cómo ha…?
Enmudeció al
darse cuenta de aquello que Claire ya había advertido. Con sus pies crujiendo
sobre el cristal, corrieron hacia la montaña de escombros ardientes. Parecía
dividir el rectangular salón en su tramo más estrecho, un muro tras el que Ángela
había desaparecido.
Blake soltó
una maldición, sus manos enredándose en su pelo de pura angustia. Claire miró a
sus alrededores buscando un atajo, una zona por donde pudieran atravesar los
escombros. En uno de esos vistazos, se giró a un preocupado y confuso Grey.
—¿Sabes la
chica que venía tras él? Rubia, con un vestido rojo y guantes —él asintió,
reluctante—. ¿Podrías buscarla? ¿Llevarnos hasta ella?
—¿Podrías
hacerlo? —repitió Blake, acercándose al chaval—. ¿Eres Teletransportador?
—No —negó él,
torciendo el gesto—. Elemental de viento, por eso no podría cargar con los dos…
Y no creo que debamos permanecer mucho aquí con el techo en llamas.
—¡No podemos
irnos sin ella! —exclamó Blake, alzando la voz entre el barullo. Grey respondió
con otra mueca.
—Lo entiendo,
pero sobrevolar el fuego es peligroso y… —chasqueó la lengua, revisando el
muro—. Vale, vale, creo que puedo llegar hasta ella. Me aseguraré de que está
bien, pero solo puedo ir yo.
Claire le
dedicó una mirada curiosa que Blake no se permitió. Con manos ansiosas, se
desató la pajarita y se la tendió al otro.
—Toma, para
que sepa rápido que vienes de nuestra parte.
Grey asintió y
se encaminó hacia el muro, sus dedos aferrando la tela verde. Dedicó un momento
a inspeccionar las llamas del techo y cima, cada vez más cerca del grupo.
Entonces, apoyó una mano en la piedra y se volvió hacia ellos. Cuando habló,
sus rasgos cansados se iluminaron con aquel carisma, aquella agudeza, que lució
al aparecer ante Claire.
—Sé que no hay
tiempo, pero no nos hemos presentado. Me llamo Grey, soy el Cuarto Elegido y
esta es mi Habilidad.
Dicho esto, su
mano comenzó a atravesar el muro de escombros como si no fuera más que aire,
dejando atónitos a Claire y Blake. Siguiendo a su brazo, el resto del cuerpo se
perdió entre la piedra hasta ser engullido por completo. Pasados unos segundos,
oyeron su voz a través de ella.
—¡Está a
salvo! Saluda si quieres, aunque no los oiremos. Me temo que la amplificación
de sonido solo funciona si estoy cerca, a no ser que alguno de tus amigos
conozca los tejemanejes del Elementalismo de…
—¡Estoy bien,
no me ha aplastado nada! —se escuchó a Ángela—. Hay gente organizándonos para
salir por aquí, id por… Espera, ¿no podríamos cruzar con ellos?
—El fuego se
extiende demasiado rápido y atravesar llamas con mi poder es MUY peligroso y…
—Está bien,
está bien —rabió Ángela—. Nos vemos a la salida. ¡Id con cuidado!
Blake asintió
para sí mismo y respondió un “igualmente” que sabía que no llegaría a ella. Después
se giró y le tendió la mano a Claire para levantarla del suelo. Había
aprovechado el momento para retirarse y quitarse los zapatos lejos de los
trozos de cristal.
―Es una lástima que se queden
aquí ―comentó Claire con sarcasmo, mientras miraba los caros e incómodos
tacones en el suelo―. Ángela me mataría.
Blake sonrió y ayudó a su amiga a
levantarse.
―Más me preocupa Armiro, que
esperaba que devolviéramos la ropa en condiciones.
—Y Merody, que no quería
accidentes.
Tras dedicarse una mirada de
exhausta complicidad, marcharon donde los guardias y empleados indicaban salir.
***
—Así que… Grey. Parece un tipo
extraño, ¿no crees? —Preguntó entre jadeos por la carrera—. Sus ropas no son muy
veradianas, demasiado cosmopolitas. ¿De dónde será? ¿Y por qué lleva gafas de
buceo en el cuello…? ¡Oh! ¡¿Y si son para una motocicleta!? Nunca he visto una…
—Blake no sé
qué narices es una “motocleta”. ¡Deja de divagar y corre! —el mestizo aceleró
el ritmo hasta alcanzar a Claire. En un momento, ella tropezó y habría caído de
no ser porque él la cogió del brazo—. Maldito vestido.
—Es lo que
tiene la ropa de gala: está pensada para un baile, no una catástrofe.
—¿No son lo
mismo? —objetó, con una mueca.
La carrera
culminó con la salida a los jardines, donde los guardias organizaban a los
rescatados. Cruzaron entre las cuidadas flores y arbustos que el fuego todavía
no había alcanzado, pues seguía alimentándose de la vegetación bajo los
balcones. Al rato, las indicaciones los llevaron a la verja que delimitaba la
Sede, cruzando al exterior. Los supervivientes se concentraban allí, algunos manchados
de heridas, otros con solo polvo e incertidumbre.
Alejándose de
la funesta multitud, Blake y Claire se acercaron al bosque que rodeaba la Sede,
sin llegar a adentrarse. Esperaban poder despejarse con la distancia, pero los
llantos persistían amenazando con contagiar su miedo. Intentando calmarse,
Claire centró sus sentidos en el terrenal bosque: los árboles eran de hoja
oscura y perenne, como los de Máline, y el cielo nocturno destellaba tras la
vegetación.
Siguiendo su
mirada, Blake la llamó y señaló la Sede. Lo primero que Claire advirtió fue la
gigantesca cúpula que cubría el complejo. Semitransparente, se dividía en
hexágonos que encajaban entre sí, apareciendo y desapareciendo de su vista. No
recordaba haberlos visto desde el interior.
No obstante,
Blake señalaba un punto concreto del edificio. Sobre el salón y sus pisos
superiores, una brecha rompía la cúpula. El patrón hexagonal se intensificaba a
su alrededor, brillando de forma constante.
—Allí es donde
ha empezado el ataque —explicó Blake—. Los hexágonos son parte de un complejo
hechizo protector en área. Vuelve su interior invisible, lo defiende de ataques
y localizadores e, incluso, teletransporta al otro lado de la cúpula a quienes
pretendan cruzar sin permiso.
»Dicen que la
recitación completa llenaría cincuenta páginas, pero solo fueron necesarias
para su creación. Lo único engorroso de mantenerla es la inmensa cantidad de
energía que requiere, supongo que la extraerán de la Red de Méner.
La voz de
Blake tenía un ligero temblor que Claire confirmó al buscar su esquiva mirada. «La
explicación es su forma de lidiar con esto», comprendió.
—Suena tan
complejo que me inquieta pensar cómo y quién ha logrado destruirlo —comentó
ella. Guardaron un momento de silencio observando la apertura. La luz lunar se
reflejaba sobre ella, perlada y brillante—. Me aterra, pero la brecha es
preciosa.
—Comparto el
sentimiento —suspiró Blake, sentándose sobre la hierba. Bajo el escudo, la luz
de las llamas empezaba a parpadear—. Me extraña que hayan tardado tanto en
extinguir el fuego. Me pregunto si estaría cargado con alguna maldición…
Cielos, mañana competiremos con esto por la portada de los periódicos.
—La fama se te
ha subido a la cabeza, ¿eh? Si Ángela te viera…
Pasaron un
rato callados, consolándose en la compañía mutua. Las explosiones no habían
destruido la infraestructura del edificio, pero sí provocado cuantiosos daños
materiales. La situación cerca de las verjas no era más esperanzadora. La gente
buscaba a sus allegados entre los supervivientes, algunos ya postrados en
camillas portátiles. Claire reconoció uniformes de Sanador, con largas
chaquetas blancas y cinturones cargados de útiles, corriendo entre invitados. Seguían
sin rastro de Ángela o Grey.
Volvió a mirar
a la Sede, su fuego ya apagado. Con magos al frente, la reconstrucción sería
rápida. Con Sanadores donde las víctimas, se mitigarían las muertes.
Claire torció
el gesto. Si la Sede seguía en pie, si la gente sobrevivía… Entonces, ¿cuál era
el motivo del ataque? ¿Acaso había sido un fracaso?
Y los gritos
le dieron la respuesta. La mirada de les Elegides bajó al claro, donde el dolor
rogaba auxilio. Sanadores sacaban armas que resultaban inútiles. Recitadores
expelían hechizos que no terminaban de ser pronunciados. Muertos caían, de un
lado o de otro, pero solo bajaba el número de los emboscados.
Los shirizas
les estaban atacando.
Las piernas de
Claire se clavaron en el suelo, completamente rígidas. Su mente la arrastró al
lago y la lluvia, a la masacre de su escolta, pero aquel ataque palidecía ante
el horror que contemplaban sus ojos.
Los invitados nomas
caían como moscas, desarmados e incapaces de hacer magia. Les seguían aquellos
que, aunque magos, no dedicaron su aprendizaje o experiencia a la batalla. Los
Sanadores, distraídos con sus cuidados, entraron tarde a la defensa, y los
escasos soldados de la evacuación resistían a duras penas. Comenzaron a llegar
refuerzos aliados aparecidos de la nada, enfrentados a enemigos que acudían de
igual forma. Por cada mago aliado, cinco shirizas desenvainaban sus armas y,
aunque sus habilidades carecían del análisis individual, sus mejoradas dotes y
número decantaban la balanza a su favor.
«No pueden
ganar», comprendió Claire. Morirían como hizo su escolta. Como harían ellos
pronto.
«Este ha sido
su plan desde el principio —pensó entre alaridos y llantos de inocentes—. El
objetivo no era destruir la Sede, si no apartar a los invitados para matarlos
fácilmente».
Los ojos de
Claire se deslizaron hacia la cúpula rota, la que fue escudo del Consejo durante
tanto tiempo. Matando a los mecenas del Gobierno Mágico sabotearían el
potencial del Bando en la Guerra, pero hasta ella conocía la rivalidad de
nobles y Consejeros: el ataque sería una baza más a su animosidad.
¿Era esa la
razón del ataque? ¿Contra quién luchaban los shirizas y su Reina? Habían traicionado
al Bando… ¿o solo querían ver arder al Consejo?
En algún lugar
lejano, un conocido la llamaba, casi mudo entre el dolor ajeno. Sus piernas, todavía
rígidas, solo marcharon cuando una mano se aferró a la suya. Entonces Blake consiguió
arrastrar a Claire al bosque, su mirada perdida entre tanta muerte.
Cuando la
sangre quedó tras los árboles, Claire logró despertar. Se detuvo, soltó la mano
de Blake y este se giró de inmediato, buscando de nuevo sus dedos.
—¡Claire,
vámonos de aquí! —forcejeó con ella, desesperado, pero Claire se resistió a
moverse—. ¡Si nos quedamos nos matarán!
—¡Ellos
también morirán! —replicó Claire. Calló un momento, tan sorprendida de su
respuesta como Blake, hasta que recordó sus motivos—: Hay gente inocente allí,
gente que no lucha en la guerra y que morirá sin motivo.
—¡¿Crees que
no lo sé?!
—¡Entonces
sabes que no podemos dejarlos! Los matarán o captarán y…
—¡Lo sé, lo
sé! ¡Pero quiero que al menos vivamos tú y yo!
Blake dejó
escapar sus dedos y sus manos cayeron al costado. Bajó la cabeza, apretó los
puños y Claire suspiró con la misma frustración. Claro que también lo sabía,
solo que tomó una decisión antes que ella. Una decisión que odiaba igualmente.
—No soporto
que la gente siga muriendo a mi alrededor —continuó Claire—. Ya tuve bastante
con el viaje en tren. Soy una Elegida, debería poder hacer algo, ¿no?
Deberíamos tener la fuerza para cambiar todo esto. Yo…
La respuesta
de Blake empezó muda, con sus brazos rodeándola. Cortada, Claire tardó un poco
en corresponder su consuelo, descubriendo entonces cuánto lo deseaba. Las
palabras brotaron mientras seguían entrelazados:
—No tenemos
armas —le recordó él.
—Tenemos
magia. Maté a aquel animal.
—¿Sabrías
repetirlo? —Claire titubeó y Blake se apartó para mirarla sin llegar a
soltarla—. Si crees poder hacerlo, te seguiré. No puedo usar Pacto en una pelea
tan frenética, aunque igual podría robar algún arma de los caídos… Y tú
también. Eres rápida.
—Es una idea
horrible, ¿verdad?
—Lo es. Pero,
si luchas yo te curaré. Si te caes, yo te levantaré.
Aquellas
palabras, pronunciadas con una firmeza que sus temblorosos dedos carecían,
humedecieron los ojos de ambos. Un par de lágrimas rodaron por las mejillas de
Blake, espejo de su miedo.
—No te dejaré
luchar sola ni un instante. Me tendrás a tu lado para curarte y apoyarte, al
igual que sé que tú lo harás por mí. Solo te pido que tengas cuidado, por
favor.
—Lo tendré. Lo
tendremos —asintió, reuniendo fuerzas por ambos—. Aguantaremos solo hasta que
los supervivientes escapen. Los refuerzos deberían ponerlos a salvo, les
apoyaremos de mientras. Saldremos de esta.
Blake apretó
sus hombros con cariño y Claire buscó su mano cuando él se separó. A la inversa
de su huida, Claire lo condujo de vuelta a la pesadilla. La situación no había
cambiado demasiado durante aquellos escasos minutos. Algunos supervivientes
lograban refugiarse entre los soldados recién llegados, sus cuerpos
desapareciendo al tocarse. Otros magos acudían para combatir y cubrir a sus
escapistas. Los cadáveres parecían más numerosos en el bando del Consejo,
aunque los shirizas desaparecían apenas sus muertos rozaban la hierba.
Blake localizó
la espada de un caído cercano y Claire asintió. Se soltaron y la joven corrió y
gritó en dirección opuesta, una mano levantando el bajo de su vestido y la otra
haciendo señas al enemigo. Los shirizas más cercanos sisearon en su dirección.
Mientras se
acercaban, trató de recordar qué sintió al invocar aquel poder asesino en el
bosque. Visualizó el parpadeo oscuro, a hojas, monstruo y tiempo deteniéndose.
A Ángela alzando sus manos para invocar el fuego.
Casi sintiendo
la guía de su amiga, apuntó al shiriza más cercano y el méner, la magia, obedeció.
Una corriente nacía de todas partes de su cuerpo y se dirigía a la punta de sus
dedos, un escalofrío vibrante que se expelió de su mano dejando un curioso
calor detrás. Jadeó de la impresión al ver al primer shiriza caer tras un
destello azulado. Después se volvió a por el segundo, tercero y cuarto sin
tiempo de comprobarlos muertos.
Blake podría
hacerlo por ella, aunque el dictado de su mente aseguraba su caída.
Los shirizas eran
envueltos por aquel resplandor cerúleo, detenidos antes de que sus armas la
tocaran. Entonces los aliados acudían a rematarlos o desaparecían directamente,
de vuelta a su morada. Algunos pretendían atacarla desde la distancia con magia,
pero tanto los soldados como Blake la defendían con espada, lanza o magia.
Este último no
se separaba de ella. Desviaba cualquier golpe dirigido a Claire y devolvía
aquellos que la joven no lograba responder. Estaba demasiado ocupada en su
magia, en seguir las indicaciones de su cabeza. Por eso ignoraba el funesto
asombro con el que Blake la miraba, su ceño fruncido entre destellos de magia
azul y el rechinar del metal contra el metal.
Finalmente, su
mano no halló más shirizas que apuntar. Su guía desapareció, dejando el eco de
su propio pulso en su mente. Parpadeó intentando aclarar su vista, sin éxito, y
se dejó caer de rodillas sobre la hierba. La adrenalina había escondido su
extenuación y solo ahora, con la repentina calma, notaba el frío de su cuerpo. Su
brazo derecho, aquel que dictó sentencia, estaba especialmente helado.
Un contacto la
cubrió y Claire aceptó la chaqueta y abrazo de Blake, dejándose ayudar para
ponérsela. Tras estrujarla, Blake dejó las manos sobre sus hombros
transmitiendo una ligera Sanación que, aunque no creía necesitar, ayudó a
despejar su vista. El frío inicial estaba remitiendo rápido, dejando un extraño
y desagradable calor a su paso.
Sentada y
agotada como estaba, no vio como una silueta gris se materializaba y derribaba
a Blake de un empujón.
Cuando quiso
reaccionar, el shiriza la levantaba tirando de su brazo derecho. Blake, aunque
sorprendido y desarmado, logró levantarse de un salto y aceleró contra su
objetivo con solo sus puños para golpearlo.
Este arrojó a
Claire de vuelta al suelo para esquivar el puñetazo. El impacto dejó a la joven
sin respiración y distrajo al muchacho, cuyo segundo golpe fue detenido con las
garras del shiriza. Las clavó entre los huesos de su mano y Blake aulló de
dolor.
Aún derribada,
observó cómo el ímpetu de Blake se perdía tras la mirada del mutado. Vio en
tercera persona la pérdida de su voluntad, el robo que sufrió en el lago y que
ahora despojaba a su amigo de albedrío. Blake cayó como una marioneta a la que
cortaron los hilos y Claire, aterrorizada, anunció su magia con un grito.
Su mano
despidió una descarga de energía que impactó en el shiriza de costado. La luz
azulada se tornó blanquecina, translúcida, conforme creció desde el impacto
hasta cubrir el brazo y hombro de su objetivo.
No fue
suficiente. Lo que detuvo al resto de mutados no bastó con su nuevo
contrincante. Aquel blanco azulado se detuvo bajo petición del agresor, sus
labios conjurando palabras que no llegaron a oídos de Claire. La forma del
méner se tornó humo, con solo su recuerdo como prueba de que alguna vez existió.
El frío de la
descarga pronto dio paso a un calor febril que se derramaba en sudor. Su mundo
regresó a un mar de siluetas borrosas en el que la muerte avanzaba hacia ella. Con
premura, pues sus aliados habían advertido los gritos. Volvió a levantarla del
brazo y Claire pidió y pidió el regreso de su magia, pero esta moría antes de
cumplir sus deseos.
Unas uñas la
tomaron del rostro y unos rasgos aparecieron entre la niebla. Fue entonces
cuando reconoció a su agresor: pelo negro y ojos verdes, ligeramente rasgados.
Pupilas felinas. Aquel era el shiriza que intentó hundirla una vez, el mismo
que huyó mientras sus compañeros, no, sus títeres, eran masacrados.
Era
consciente, ¿no? Por eso escapó. Por eso dos líneas negras cortaban aquel verde
y apuñalaban su mirada y voluntad. Como quien clava un alfiler para hacer hueco
en un agujero, Claire sintió cómo su mente se abría a través de sus ojos, una
luz buscando entre el polvo de recuerdos inexistentes. Sus pensamientos huyeron
como insectos asustados y sus brazos cayeron a los lados. Olvidando el concepto
de lucha o existencia, su consciencia mudó de cascarón y el shiriza la recogió
entre sus brazos.
***
Claire abrió los ojos a pesar de
que el intento no mereció la pena. Su visión seguía fatigada por la pelea y las
tinieblas no mejoraban la situación. Parpadeando, logró despejarse poco a poco,
sus pupilas ganando agilidad en busca de una pista sobre su ubicación.
Lo primero que
advirtió fue los barrotes de su celda, enfrentados a la siguiente. Sombras
verticales nacían de ellos gracias a perezosas antorchas. Algunas de las líneas
de hierro formaban una puerta cerrada. Su desconcierto inicial se transformó en
ansia de libertad al verla, impulsando sus temblorosos pies y descubriendo así sus
ataduras.
El tirón casi
la devolvió al suelo de un tropiezo. Los grilletes nacían de tobillos y
muñecas, con sus cadenas del largo justo para levantarse y dar medio paso. Al
menos las de las manos colgaban del techo y las de las piernas, del suelo. Al
revés habría sido cómicamente incómodo.
«Céntrate —se
dijo a sí misma mientras forcejeaba con ellas. Era instintivo hacerlo al verse
esposada, ¿no?—. Esto es inútil. Céntrate, céntrate».
Por fin logró
enfocar mirada y cabeza y recordó la existencia de la magia… ¿Podría usarla
para escapar…?
Entonces se
distrajo de nuevo con una revelación: Aquel lugar le era familiar.
Pensativa,
tomó las cadenas de sus brazos para mecerse mientras rumiaba aquel pensamiento.
En el aire flotaban unas motitas que, a primera vista, confundió con polvo.
Demasiado oscuras para serlo, buscaban pegarse a su piel y tenía que apartarlas
a soplidos. Había visto aquel fenómeno antes y, sin embargo, su memoria
rechazaba sus demandas de respuesta.
Siendo
amnésica, aquel hermetismo no era novedad, pero a ello debía sumar el dolor de
cabeza por el control del shiriza. De momento, perdonaría a su atontada psique
la falta de cooperación.
A cambio, sus
pensamientos vagaron por otros derroteros:
«Andrew dijo
que la Reina controlaba mentalmente a sus huestes, pero este shiriza parecía un
hombre consciente y ya dirigió a sus compañeros en el lago. ¿Tendrá un cargo
menor? ¿La jerarquía en el complot shiriza tiene más de dos escalones? ¡¿Por
qué me estoy preguntando esto si no tengo ni idea de política o magia?!»
Un par de insultos
a su ignorancia más tarde, recordó que seguía atrapada y que desconocía el
paradero de sus amigos. El agobio reemplazó a la culpa y los grilletes
apretaron sus extremidades. Blake parecía inconsciente y vulnerable cuando se
la llevaron, aunque cayó rodeado de soldados aliados. ¿Y Ángela y Grey?
¿Estarían a salvo?
Ansiosa, agarró
las cadenas de sus muñecas y las usó para incorporarse del todo, como si levantarse
le permitiera volver con sus allegados.
Así, descubrió
que le costaba soltarse. El frío metal se pegaba a su piel, dejando una huella
roja en sus palmas. Los eslabones permanecían unidos con gélida fragilidad
fascinando a Claire, quien pronto encontró una explicación:
«Es escarcha.
Y yo la estoy produciendo».
La magia que
empleó contra los shirizas no fue el mortal parpadeo del bosque, ni algo como
las brillantes llamas de Ángela. En sus dedos, el méner se convirtió en un frío
aliento que envolvía a sus enemigos con una capa de hielo, templando también su
propio cuerpo.
«Por eso no sentí
el famoso “calor de la magia” hasta más tarde», pensó.
Sonrió y ordenó
a aquel frío marchar a sus manos, a las cadenas. Agradeció el descuido de sus
captores por no emplear esposas anti-magia. Tal vez no supiera invocar el poder
oscuro que la salvó en el bosque, pero el hielo acudía a su llamada como si
siempre hubiera estado esperándola.
Y estaba
dispuesta a usarlo.
Las cadenas de
sus brazos se rompieron con un crujido. Aprendida la técnica, no costó
repetirla con los eslabones de sus pies, que se desprendieron con placas
heladas sobre el hierro. Arrastrando grilletes y restos de metal, avanzó hasta
la puerta y casi se desplomó contra ella. Recuperó el equilibrio aferrándose a
los barrotes mientras notaba como el frío daba paso al febril calor por la
magia.
Lo tomó como
una advertencia. Al repetir jugada con las bisagras y cierre, cuidó su gasto de
méner tomando unos minutos hasta desprender la puerta. Esta cayó con un sonoro
golpe metálico que la revitalizó con el pánico a ser descubierta. Miró a ambos
lados del pasillo, todo despejado. Unas gotas calientes escaparon de su nariz y
Claire aspiró la sangre de vuelta.
«Vale. Vamos a
tomarnos esto de la magia con más calma».
Se arremangó
el bajo del vestido y cruzó al centro del pasillo, comprobando que su celda
había sido la única ocupada. Uno de los cubículos llamó su atención, diferente
al resto. Se sellaba con varios cerrojos y su puerta era una placa metálica,
con su interior oculto a excepción de una pequeña rendija a la altura de sus
ojos.
Por curiosidad
se asomó por ella, aunque la escasa luz apenas permitía distinguir algo.
Parecía más grande que la suya, con una cama destartalada y eslabones de cadena
rotos y desperdigados por el suelo. Algunos papeles habían sufrido el mismo
destino, así como las paredes arañadas por algún tipo de cuchillas…
Un escalofrío
le hizo apartar la mirada. No quería ni imaginar qué clase de criatura había
estado encerrada para que la celda presentara tal aspecto.
Optó por volver
a centrarse en su huida. A su izquierda y derecha había dos puertas, una a cada
lado del pasillo. Claire supuso que alguna llevaría al exterior y escogió la de
la izquierda, pues parecía más vieja, rota y fácil de derribar.
No hizo falta
tomar medidas tan drásticas: la puerta ya estaba abierta y se deslizó
levantando motitas negras a su alrededor. Al pasar, frunció el ceño al ver que estaba
más oscuro y no había salida, pero se detuvo de todos modos. La sensación de
familiaridad creció y, sin embargo, forzar la memoria solo consiguió empeorar
su migraña.
Dolorida, se
adentró en la silenciosa oscuridad. La luz y el crepitar de las antorchas quedó
atrás, deslizando a su vigilante sombra al frente. Sus pasos descalzos,
inaudibles en cualquier otro lugar, casi sonaban obscenos ante aquella solemne
quietud.
La nueva
estancia también se dividía en cubículos abiertos de cara al pasillo. No
obstante, donde en las celdas corrientes habría puertas y barrotes, allí se
delimitaba el espacio con líneas que nacían de paredes opacas y que se
extendían por el suelo.
Por ello, solo
al adentrarse en las tinieblas logró ver el interior de estas. Entonces
entendió la inquietud y melancolía que flotaba junto a la oscuridad, la
sensación de sentirse observada.
Las celdas
estaban ocupadas. Los presos daban mecánicas vueltas en círculo, disociaban
tumbados o sentados en un tembloroso abrazo a sí mismos.
Entonces llegó
Claire y todo cambió. Casi una decena de iris grises la enfocaron, acercándose
con cuerpos y ropas de igual color. Un eco de asombro y curiosidad impulsaba
sus pasos, emociones solo visibles en sus ojos, pues donde deberían nacer sus
labios no había más que un hundimiento liso.
Claire era una
distracción de su gris y monótono encarcelamiento, y como tal recibió la
atención de los condenados. Se convirtió en el centro de aquel círculo de ojos
y expresiones mutiladas, de gris sobre gris y oscuridad flotando como polvo en
aceite. Cuando quiso darse cuenta, había olvidado cómo respirar y el hedor de
magia y sombras oprimía su pecho.
Solo consiguió
gritar. Su cuerpo se precipitó al suelo y su corazón dio un vuelco entre
dolorosos latidos. Sus pulmones se asfixiaban por la peste a magia, con aquel
toque dulce que seguro procedía de la oscuridad que ahora caía sobre ella. El
polvo manchó su piel como llamado por su palidez, todo mientras sus labios
rezaban por calmarse y su instinto reiteraba la familiaridad de aquella
pesadilla.
En algún
momento, la plegaria le recordó cómo respirar y pudo alzar la mirada hacia sus
jueces. Los presos la contemplaban a distancia, sin cruzar jamás las
inexistentes puertas de sus celdas. Aunque su falta de sonrisa enmascaraba sus
intenciones, de sus ojos nacía la misma melancolía que sintió al entrar, compasión
al verla temblar de terror. No pretendían mal alguno, comprendió al fin, y logró
levantarse entre una nube de polvo oscuro.
Sin embargo,
su grito también atrajo a otro tipo de gente: Un soldado motivado por órdenes y
no por la extraña curiosidad de los presos. La puerta se abrió y Claire apenas
pudo girarse antes de que la agarrara del brazo. Un bramido incomprensible se
tradujo después a un bramido al común arcashi:
—¡Tú! ¡Se
supone que deberías estar encerrada! —tiró de ella y Claire volvió la cabeza. Los
rasgos de su agresor estaban ocultos bajo una capucha—. ¡¿Cómo has salido de tu
celda?!
Sin esperar
respuesta, el soldado pretendió arrastrarla de vuelta a la luz. Claire se revolvió
con fiereza del agarrón, cambiando su miedo a los presos por el de ser
encarcelada de nuevo. Su rebeldía fue castigada con un empujón que Claire logró
aguantar sin caer, retrocediendo para recuperar el equilibrio.
Un silbido
metálico indicó que el soldado desenvainaba su espada. La puerta a la luz quedaba
a sus espaldas y su hoja reflejaba su claridad. Con cautela, Claire se retiró
hasta el umbral de la última celda, su corazón contando los últimos segundos
que tenía para actuar.
No hizo falta,
pues la oscuridad eligió por ella. Al regresar de un parpadeo, sus pupilas
vieron una estatua donde antes hubo una persona. Su piel era tan gris como la
de los inquietantes presos. La espada seguía en su mano, inútil sin impulso. La
luz de la salida se aclaró hasta un mortecino blanco. Lo único que retenía el color
era su propia mano y el relámpago azul que surgió de ella.
Rota la
monocromía, el tiempo regresó a su cauce y el soldado salió despedido por los
aires al igual que la propia Claire. Él cayó al suelo, pero la Elegida no tuvo
tanta suerte y su cabeza golpeó la pared de la celda tras ella.
***
Ya era la segunda vez que caía
inconsciente en un mismo día y ahora con un buen golpe. En silencio, se
preguntó qué sería peor para su amnésica mollera: el control mental o su último
tortazo. Para colmo, notó algo cálido bajando de su rostro. ¿Sangre otra vez? ¿Sería
por la contusión o por usar demasiada magia?
Una tela pasó
por su cara, limpiando el líquido de su nariz. Poco a poco, sus sentidos
volvieron y le permitieron distinguir una voz en su cabeza.
«Oye, ¿te
encuentras bien? Has recibido un duro golpe, pero debes despertar, ¿de acuerdo?
—Claire gruñó como respuesta y, a cambio, recibió unos golpecitos en la frente—.
¡Eh! ¿Hay alguien ahí dentro? ¡Oye!»
Aquella
preocupación terminó por despertarla, pues su propia voz jamás la trataría con
tanta gentileza.
Abrió los ojos
de golpe y se encontró con su cuidador: uno de aquellos seres monocromos.
Arrodillado a su lado, sostenía un paño
humedecido en sangre.
Sin embargo,
aquello no fue lo que la hizo retroceder. Había reconocido aquella voz, aquel
rostro, aquella amabilidad. Sus miradas se cruzaron, preocupación contra
incredulidad.
«No es posible
—pensó Claire, sin dejar de mirarlo—. Su voz… Su voz es la de…»
Su cuidador
era un niño de poco más de diez años. Su cabello gris oscuro caía hasta los
hombros y vestía una túnica blanca como el resto de prisioneros, aunque
demasiado grande para su tamaño. Sus muñecas y palmas estaban cubiertas de
vendas, que también utilizaba para esconder su ausencia de boca. Aun así, sus
ojos oscuros delataban una inocente curiosidad.
«Me alegro de
que despiertes —dijo en la mente de Claire—. No suelo tener visitas, ¿cómo te
encuentras?»
Claire observó
al propietario de la voz de sus sueños, sin palabras para contestar.
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