viernes, 28 de julio de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 10

Música y Prejuicios


—¿Ves? Tu pelo no es tan rebelde como parece. Solo es cuestión de cepillarlo de vez en cuando.

—Eso hago.

—De vez en cuando implica más de una vez a la semana, Claire.

—Uf, no tengo la valentía suficiente para eso.

—Para eso estoy yo: la Tercera Elegida, la heroína del buen gusto —Ángela retiró el cepillo y le puso unas horquillas que sujetaron el maltrecho flequillo a un lado—. Y con esto, incluso podrás ver y todo. ¡Mírate! ¡Lista y divina!

La cogió de la mano para levantarla de la cama y, del ímpetu, Claire casi se cayó al suelo. Tuvo que hacer equilibrio sobre los tacones para no aplastar a su amiga.

—Cielos, ¿los tacones también eran necesarios?

—¡Si fuera por ti irías con botas al baile!

Incapaz de desmentirlo, Claire se encogió de hombros y Ángela puso los ojos en blanco, mueca que no borró la risa de sus labios. Ahora con más cuidado, tomó a Claire de ambas manos y la atrajo a su lado, frente al espejo.

Los Consejeros habían cumplido su palabra y ambos conjuntos seguían las directrices de Ángela. Esta llevaba un vestido de media pierna, rojo y con tul anaranjado que daba volumen a la falda. Un cinturón alto y oscuro rompía la calidez del conjunto, que combinaba con guantes cortos y zapatos del mismo color. Un estilo desenfadado que contrastaba con la elegancia azul oscuro que escogió para Claire, con un vestido largo y escote de palabra de honor.

Ángela rodeó su brazo con el suyo y dedicó una sonrisa a sus reflejos. Claire la imitó, contagiándose de la emoción de su amiga. A sus ojos, siempre era guapa, pero era sorprendente cuando se arreglaba con dicho propósito.

—Nos ha costado una hora, ¡pero ya estamos listas! —todavía sonriente, dedicó un par de poses a sus reflejos, como si fuera una actriz famosa. Al ver que Claire la contemplaba, la señaló—. Vamos, posa tú también. ¡Estás preciosa! Sabía que los tonos oscuros te quedarían bien, y con los hombros al descubierto luces la fuerte espalda que tienes —Claire desvió la mirada, ocultando un rubor que Ángela no percibió. Su gesto se había torcido—. Lo siento de nuevo, no caí en lo de tu Marca. Queda totalmente al descubierto.

Claire rozó la Marca de su clavícula con los dedos. Su piel no notó el frío deje que sintió al mirarla al espejo. Blake no mentía al decir que provocaba escalofríos, de hecho, parecía que todas las Marcas dejaban una huella similar al mirarlas. Sintió malestar al contemplar la de su amigo, y también cuando Ángela le reveló la suya: Un complejo entramado de caracteres que cruzaba la zona baja de su espalda. Su amiga tuvo que llamarla para sacarla de su ensimismamiento, pues se perdió entre aquella maraña de letras que, tras un segundo vistazo, comprobó que no variaban como creyó en un principio.

—Si tan solo hubiera pedido una gargantilla o chal… —lamentó la aprendiz de estilista.

—Está bien, Angi, bastante arreglo me has hecho. Hasta me has borrado las ojeras con el colorete ese.

—Corrector —rio ella—. ¿Y el color? ¿He acertado?

—Este azul es de mis favoritos —asintió Claire—. Lo único, los zapatos…

—¡Ay, llegamos tarde! ¡Vamos! ¡Vamos!

Tomándola de la mano una vez más, Ángela la condujo al saloncito mientras Claire hacía equilibrios sobre sus pies. La alegría brillaba en los pasos de la bajita Elementalista, un júbilo que pretendía llegar a Claire y que esta, sin embargo, acabó rechazando al bajar la mirada. No podía terminar de creerse aquella forzada dicha, no mientras recordara las lágrimas en sus ahora chispeantes ojos. 

Conocía bien su escapismo, su tendencia a la retirada. A pesar de su extroversión, Ángela era una persona cerrada con dificultad para compartir sus desdichas. Mientras que Claire y Blake (en menor medida) buscaban consuelo en los demás, Ángela se aferraba a cualquier destello de felicidad que mantuviera su mente ocupada mientras asimilaba la catástrofe que se avecinaba. Solía funcionarle, e incluso engañaba y transmitía a los demás aquel espejismo, pero su Destino era un problema mayor al que jamás se había enfrentado.

Apretó su mano con fuerza, un apoyo silencioso para el duelo en su interior. No pareció notarlo y tanto daba, pues Claire estaría ahí para recordarle que caminaban juntas.

Blake no estaba en la salita. Ángela lo llamó y se separó para tocar a las puertas de las habitaciones. De mientras, Claire localizó un trozo de papel sobre la encimera.

—“Queridas Ángela y Claire, he tenido que marchar al baile sin vosotras porque tardabais demasiado. Luego os lo explico, no os enfadéis” —leyó en voz alta.

—¡¿Qué no nos enfademos?! —bufó Ángela—. ¡Más le vale tener una buena excusa para dejarnos plantadas!

Y Ángela salió al pasillo echando humo, casi literalmente. Claire la siguió, asombrada por la evolución de sus tejemanejes mentales. Casi se chocó contra ella cuando la encontró parada en medio del pasillo.

—¿Qué ocurre, Ángela?

Ella la miró, ruborizada. Parecía como si todo su enfado se hubiera convertido en vergüenza cuando dijo:

—Se nos olvidó preguntar donde era.

Se miraron la una a la otra. ¡¿Cómo podían haber olvidado algo tan importante?!

Por suerte, al poco divisaron un par de jóvenes engalanados cruzando el pasillo a su izquierda. Las dos amigas se apresuraron en seguirlos y pronto se vieron rodeadas de más gente en elegantes trajes, soberbias túnicas y deslumbrantes vestidos, todos marchando hacia un enorme portón blanco que aguardaba abierto a sus invitados.

Al entrar, la intensa luz hizo que Claire cerrara los ojos, conteniendo su asombro unos instantes más. Ramificaciones de oro colgaban del techo, encerrando esferas lumínicas en preciosas lámparas de araña. El mundo que alumbraban era uno al que Claire jamás se habría imaginado llegar, con el suelo pulido en piedra cobriza y blancas paredes adornadas con cuadros y grabados. El frío aire nocturno se colaba entre los pilares a su izquierda, intercalados por balcones que daban a los jardines de la Sede. Al otro lado de la estancia, largas mesas con manteles blancos ofrecían sus manjares a los invitados, que los probaban entre risas y cuchicheos.

Solo debían bajar las escaleras para alcanzar aquella fiesta de ensueño, algo que Ángela no podía esperar. Casi saltando de la emoción, cogió la mano de su amiga y la arrastró por los escalones mientras Claire intentaba no caerse.

Sin embargo, las risas de ambas se cortaron cuando unas voces anunciaron su llegada.

—¡Es ella, la Segunda Elegida! ¡La del vestido azul, puedo ver la Marca en su clavícula!

—¡Y la otra será la Tercera, no puede ser otra!

El dorado baile desapareció tras los ansiosos invitados y sus preguntas. La mayoría parecían humanos y distinguió las marcas verdes y orejas de algún elvan. Sin embargo, un porcentaje destacable tenía características que discernían de las únicas dos razas que Claire conocía. Su cabello era de colores demasiado llamativos para lo que acostumbraba: rosas, verdes y naranjas que iban en pareja con el de sus pieles, ligeramente más apagados. Sus manos tenían entre seis y siete dígitos, e incluso algunos contaban con un segundo par de brazos funcionales. Al fijarse mejor en los ojos que la rodeaban, Claire descubrió que su extraño color desaparecía en sus pupilas, donde círculos blancos sustituían a la negrura común a otras razas.

«Esta gente… ¿no serán de esa raza que Blake ha mencionado a veces? —se preguntó a sí misma, intentando hacer memoria­—. No me sale el nombre, maldita sea».

Volvió a la realidad y, entonces, se descubrió en el centro de un improvisado interrogatorio que impedía su acceso a la pista de baile.

—¿De qué parte de Sidera sois? —preguntó un señor regordete de pelo verde. Claire contó siete dedos en sus manos.

—¿Cuántos mutados os atacaron? —exclamó una joven elvan.

—¿Y cómo escapasteis? —añadió alguien entre el gentío.

Claire se sentía abrumada, pero Ángela respondía por ambas con rapidez y soltura. Atender a los clientes de la tiendecita de sus madres la había entrenado bien.  

—Venimos de Máline, provincia de Gabera, y el ataque ocurrió durante nuestro viaje de ida. Eran más de veinte enajenados y nuestra valerosa escolta falleció protegiéndonos. Intenté luchar con mi Elementalismo, pero recibí un flechazo que me incapacitó. Aún se me nota un poco la marca.

Dejó entrever la leve cicatriz que aún quedaba en su hombro y el asombro se extendió entre el gentío. Les tenía comiendo de su mano, incluso Claire solo se despejó al ser nombrada:

—Gracias a esta señorita de aquí salimos vivos. Los enajenados intentaron ahogarnos en un lago, pero ella nos arrastró a Primero y a mí hasta la orilla. El Consejo apareció poco después. Las investigaciones aún no saben por qué intentaron eliminarnos así, sin embargo…

Claire la miró mientras Ángela seguía explicando. Había olvidado contarles a Blake y a ella que alguien mató a los shirizas antes de la llegada del Consejo. Cuando terminara el baile lo contaría sin falta… En privado. La huida de su salvadore la instaba a ocultar aquel detalle de los Consejeros. Tampoco podía negar que su confianza hacia la organización todavía se resintiera tras el tema del Marcado.

Además, también debía contarle a Blake sobre su sueño antes del tren, y sobre cómo su Sombra, su “otra voz”, ocultó a su Profeta y…

¿Dónde se había metido Blake?

Ángela advirtió sus dudas y asintió para concederle permiso para marchar. Claire titubeó un momento, pero su amiga continuó el interrogatorio con tanta profesionalidad que bastó para asegurar que estaría bien. Definitivamente, había gente que nacía para brillar entre la multitud y Claire no era una de ellas. Se le daba mejor huir de dichas concentraciones.

Por otra parte, le sorprendía lo mucho que sabían los invitados. La vestimenta de algunos revelaba su sangre noble, aunque los aprendices no pertenecían a la aristocracia por el veto del Consejo y también parecían informados. ¿Sería el poder de los contactos y la política? ¿O acaso sus vidas ya eran públicas?

«¿Cuánto habrá revelado el Consejo sobre nosotros?» —se preguntó.

Evitando más encuentros, rodeó la pista de baile por la pared de la derecha. Los ojos de antiguos Consejeros y musas la siguieron por estatuas y cuadros, pero Claire no tenía tiempo para admirar el arte. Encontró a Blake donde esperaba, cerca de las mesas de aperitivos. Sin embargo, lejos de atacar las bandejas de canapés se había apartado con una silla junto a la pared, con rostro pensativo y un platito en su regazo. Al acercarse con un asiento más, Blake reparó en ella.

—Lo siento por marchar sin vosotras.

Claire se sentó a su lado. Los tres aperitivos del plato estaban intactos.

—No fue muy cortés de tu parte. ¿Qué pasó?

—Andrew me trajo aquí al ver que tardabais demasiado. El Baile no podía empezar sin uno de nosotros. Somos los invitados de honor ¿sabes?

—Ya me he dado cuenta —contestó Claire, girándose hacia la multitud. Nadie la había seguido, aunque todavía podía ver a sus fans desde la distancia. Blake también vislumbró a Ángela—. Ángela se ha sacrificado para dejarme marchar. En paz descanse.

—Un valeroso acto, será recordada por generaciones —la sonrisa de Blake se difuminó con un suspiro—. En fin, ¿le gustaría tomar algo, jovencita?

—Gracias, muchachote —Claire sonrió y aceptó uno de los canapés que Blake tendió hacia ella. Era pescado, así que lo habría escogido para sus amigas—. Veo que no has dejado opciones vegetarianas para nosotras, ¿ya te has atiborrado?

—En realidad no, tanta elegancia me ha cortado el apetito —al ver la sorpresa en Claire, añadió—. Puse primero los vuestros para asegurarles sitio cuando llenara el plato, pero luego me encontré con que no me apetecía comer. Habré probado dos por pasar el tiempo. Muy ricos, eso sí.

Claire le dedicó una sonrisa que sus ojos no acompañaron.

—No tienes remedio.

—Ya, es lo que hay —Blake se encogió de hombros y aprovechó para analizar el atuendo de su compañera—. Vas muy elegante, no pareces tú.

Claire hizo lo propio con él. Esmoquin negro y una pajarita verde. Nunca lo había visto tan arreglado y, aunque lucía extraño, no le sentaba nada mal.

—Tú tampoco pareces el mismo. ¿Dónde está tu sudadera con capucha?

—En casa, probablemente siendo la camita de Blumy —una carcajada tenue escapó de su boca, una risa sin fuerza que al poco se volvió suspiro—. Voy a echar de menos el pueblo, ¿sabes? Aunque podamos visitar a mis padres y tal, no será lo mismo que vivir allí. ¿Crees que me dejarán traer al pobre Blumy conmigo? No soporta estar solo y mis padres no lo sacan de casa. Pobrecito…

Claire dio con una respuesta ambigua que a Blake le bastó. Durante un rato, contemplaron a los invitados esperando ver a Ángela entre ellos. Estaban lo bastante apartados del gentío como para no destacar. Es más, en aquella zona solo descansaban ellos y un viejo hombre de cuatro brazos, uno de ellos sujetando una larga pipa, que dormía en su silla ignorando el ruido a su alrededor.

La música, risas y brindis formaban un paisaje que chocaba con el tibio silencio entre ambes Elegides. Claire comprendió por qué Blake perdió el apetito, pues ella también se sentía ajena a la brillante fiesta que les envolvía.

Debía cambiarlo. Hacer algo por aquel extraño a su lado. Entonces recordó la estrategia de Ángela y su ilusión por aquella velada. Se levantó y extendió una mano hacia Blake.

—¿Le apetecería bailar, Sr. Greenwood?

Su sorpresa le arrancó una sonrisa, una que él correspondió. Tan cálida como nostálgica, le hizo saber que hacía lo correcto.

—Ni tú ni yo sabemos hacerlo —respondió, tomando su mano igualmente.

—Y por eso bailaremos aquí, lejos de la pista, sin poner a nadie en peligro —sin soltar su mano, Claire se acercó y colocó el brazo libre rodeando su cintura. Él la imitó—. Quién sabe, tal vez tenga un talento oculto para el vals como lo tengo con la espada.

Empezaron a moverse despacio, imitando a los bailarines que vieron en silencio. Con cuidado de no pisarse, se movían al descompás del armónico vals que tocaba la orquesta, pero no les importó. Blake sonrió y Claire le guiñó un ojo al abrir el brazo y permitir que este diera una vuelta. Al imitarle, la joven perdió el equilibrio y su amigo la recogió antes de que se doblara los tobillos.

—Estúpidos zapatos —rio y se dejó estrujar por Blake en un abrazo.

Desde su hombro, advirtió que tres invitados se dirigían hacia ellos. Blake se apartó al notar la tensión y se giró para verlos. Dos llevaban una versión elegante del negro uniforme de los Consejeros, con una capa a sus hombros, igual que el viejo durmiente. Merody, quien caminaba entre ellos, había decidido cambiarlo por un vestido violeta a juego con sus ojos, complementado con un par de guantes blancos largos. Iba cogida del Consejero a su izquierda con una gran sonrisa, pero aquella persona…

—No es posible —murmuró Claire.

Su único ojo visible era ambarino, con una afilada pupila en vertical. Bajo este se extendían unas finas escamas grises sobre su piel, de idéntico color, que salpicaban su mejilla y bajaban por el cuello. Por detrás, una larga cola acabada en punta de flecha se mecía tranquila, decorada con anillas de plata y una cinta violeta. Reía con Merody sobre algo que les Elegides no escucharon, acercándose mientras el otro hombre, también rubio y con gafas, extendía la mano hacia ellos.

—Buenas noches, Claire —ensimismada, la voz de Andrew la pilló por sorpresa. Estrechó su mano sin perder de vista al shiriza. Después, el Consejero repitió el gesto con Blake—. Quería presentaros a Sheziss, el prometido de Merody. Es también Consejero y creo que aún no os habíais visto.

—Encantado de conoceros —dijo el recién nombrado, estrechando la mano de Blake—. Espero que estéis disfrutando del baile.

—Pero no demasiado, que no quiero más faena —rio Merody, tras estrechar la mano de Claire—. Hoy también es festivo en el hospital, nada de accidentes.

Llegó el turno de saludar a Sheziss y Claire estrechó su mano, su suspicacia oculta tras su neutralidad habitual. A pesar de las escamas y la piel, la cola y sus extraños ojos, aquel hombre era diferente a los shirizas que los atacaron. Su expresión era tranquila, casi tímida, de voz amable y manos… que no eran garras. Si no fuera por el gris y las escamas del dorso, pasarían por las de un humano o elvan.

—Tendremos cuidado —aseguró Blake—. Por cierto, ¿y tu hermano? No lo he visto desde el discurso, ¿tan ocupado está con sus pretendientes?

Sheziss contuvo una carcajada que Andrew no se molestó en ocultar.

—Me temo que Ledzan, un colega nuestro, lo vio huyendo hace poco. En solitario —contestó Merody. Sheziss la acompañó negando con exagerada desaprobación—. Decía tener que atender un asunto de urgencia, sin embargo, ¿qué es más importante que conocer a su primera pareja de baile? El pobre aún no sabe lo torpe que es mi hermano y pienso estar allí cuando lo descubra.

—¿Vamos a buscarlo? —le preguntó Sheziss y su prometida—. Hasta luego, disfrutad de la fiesta en nuestra ausencia.

—Adiós —les despidió Andrew—. Luego traedme a Ledzan, que también quería saludar a la juventud.

Ambos asintieron antes de perderse en la pista de baile. Andrew se acercó una silla y les Elegides se sentaron frente a él, comprendiendo que se avecinaba una charla.

—Aunque no todo el mundo sea Mentalista, aquellos acostumbrados a los prejuicios gozan de una percepción más afilada que el resto —fijó su atención en Claire y ella neutralizó su propia expresión—. Sheziss es un shiriza, pero no es como los que os atacaron.

»Los “mutados” o “enajenados shiriza” son víctimas de un embrujo, el tipo de recitación que usan los brujos. Esta, de fin MEVI, estimula su fuerza y reflejos a cambio de arrebatarles la voluntad. Limita su visión para no reconocer a sus allegados, y su conciencia queda en manos de la Reina Kasshere Zasjara.

—¿La Reina de Zes’Haris? —inquirió Blake, visiblemente desconcertado.

—Así es, hoy mismo hemos recibido pruebas para acusarla —Blake bajó la cabeza, todavía sorprendido—. Aún no lo hemos revelado al público, pero os merecíais saberlo porque especulamos que hayan Elegides involucrades.

—¿Qué? —espetó Claire—. ¿Por qué alguien…?

—Y tal vez tampoco lo hagan voluntariamente —Andrew se pasó las manos por el cabello, enredando unos mechones rubios que por un momento distrajeron a Claire—. Blake igual lo sabe, pero les Elegides no solo se codician por su fortaleza o poderío.

»Con determinadas técnicas, se puede extraer su Habilidad de su sangre y emplearla como base para hechizos, encantamientos o maldiciones… como sospechamos que está ocurriendo.

Miró a ambes Elegides sobre sus gafas, como intentando adivinar con qué don nacieron. Les dos escuchaban con interés, aunque la expresión de Claire era seria, fruto de la concentración, mientras que Blake tenía una mueca de horror.

—No tiene sentido —espetó Claire, finalmente—. Si puede usar a les Elegides así, ¿por qué querían matarnos sus huestes? Sería más útil mantenernos con vida.

—No lo sabemos —contestó Andrew—. Es el primer ataque a candidates y la única pieza que no cuadra con nuestras teorías. Hemos llegado a pensar que están aliados con los Metaloides, que repudian toda magia, pero siendo magos una colaboración sería imposible. La otra hipótesis es que reciban apoyo divino…

El hombre negó con la cabeza, descartando sus cavilaciones antes de pronunciarlas siquiera. Cuando continuó, su tono derrotista recuperó un poco de firmeza:

—En resumen, es innegable que Kasshere emplea la ayuda de Elegides o Dioses, pues su magia trasciende las normas de los magos comunes. No hay Mentalista, Metamórfico o Brujo sobre la tierra capaz de llevar el control de tanta gente sin perderse a sí mismo, y más si añadimos el cambio a la ecuación.

—¿Tenéis alguna cura? —Preguntó Blake, con suavidad—. ¿Alguna bendición que les libre del control?

—Solo ideas que no podemos poner en práctica. La Reina los transporta a placer con un talismán que llevan en el interior. Cuando mueren, recoge las pruebas y no podemos investigar… —miró a Claire—. ¿Sabes lo que es un talismán?

—Lo que impulsa a los magidomésticos, ¿no? Aparatos que, cargados con méner por un mago, realizan las recitaciones que les fueron grabadas —se encogió de hombros—. Aunque fuera magia, era algo tan cotidiano que terminé aprendiéndolo.

—Ya veo —asintió Andrew—. Las recitaciones de magidai suelen hacerlas Brujos especializados en magia MEVA: Manipulación de Entes Vacíos. No es común, puesto que son aparatos delicados…

—Una vez mojé un tostador y vi las consecuencias —murmuró Claire.

El comentario pareció suavizar los ánimos. Blake relajó los hombros y Andrew dejó entrever una sonrisa cansada.

—Cuanto más compleja es la recitación, más débil es a los elementos. Necesitarías mucha agua para estropear un sencillo tostador.

—Fue una jarra de té helado —intervino Blake, con exagerado y falso resentimiento—. Entera. Sobre el indefenso tostador y mis preciosas tostadas.

—Culpa a Blumy, tropecé con él.

—Una semana desayunando queso sin pan crujiente. Jamás te lo perdonaré.

—Porque eres demasiado vago para usar la sartén, como hacíamos los demás

 Blake contestó con una mueca que Claire le devolvió.  Después recordaron que estaban ante un importante cargo del gobierno y se enderezaron para relajarse al poco. Andrew parecía tener aquel efecto en las personas. Aunque le conocía de poco, Claire sospechaba que era más por su amabilidad y cercanía que su Mentalismo.

—En fin, lamento haberos aleccionado en una fiesta. Mucha gente ha perdido la confianza en los shirizas libres por prejuicios, aun cuando es fácil diferenciarlos físicamente y que cualquier raza puede ser víctima de la maldición —al ver sus caras, parpadeó—. Ah, eso también es un descubrimiento reciente.

»El caso es que Sheziss es un buen hombre y amigo mío que casi pierde su trabajo injustamente. No querría que, por ignorancia, cayerais en juzgarlo indebidamente.

Ambes Elegides asintieron y Claire verbalizó una disculpa que Andrew rechazó.

—No hace falta, dada tu situación entendía tus temores, de ahí mi explicación. A riesgo de ser demasiado didáctico para una fiesta, ¿tenéis alguna pregunta que hacerme?

Claire se adelantó a las dudas de Blake.

—¿Por qué el cambio de aspecto? Hasta tus cejas… Es magia, ¿no? ­—Andrew parpadeó con sorpresa y la joven se giró hacia Blake—. Vamos, tú también te lo preguntabas.

—Sí, pero no sabía cómo decirlo —admitió él, y Andrew rio.

—En realidad soy rubio de nacimiento. El pelo oscuro formaba parte de mis prácticas de Metamórfico. ¿Sabes sobre las Clases de Manipuladores de Entes, Claire? —Ella negó y Andrew se crujió los dedos, preparándose la lección—. Los dos tipos de Manipuladores, MEVI y MEVA, se distinguen en aquellos que manipulan la psique y el físico de los Entes.

»Los Mentalistas estudiamos la mente de los Entes Vivos: aquellas entidades capaces de intercambiar méner constantemente con el medio, como los animales y personas. Nuestra contraparte son los Demiurgos, que dirigen la psique de aquellos Entes inertes al méner: los Vacíos, como objetos o títeres. Los Alquimistas moldean el aspecto y composición de estos últimos.

—Entonces, los Metamórficos alteran la forma física de personas y animales.

—Correcto, Claire. Es una disciplina difícil y que conlleva muchos peligros, por eso mi instructor enseña con mano de hierro. No obstante, siempre me fascinó y me está ayudando a entender la situación de los enajenados… Aunque todavía me cuesta acostumbrarme al hambre. La Metamorfosis emplea los nutrientes y energía del propio cuerpo para los cambios, de ahí que sus usuarios vigilen tanto su alimentación —Andrew desvió la mirada hacia la pista—. Por cierto, ¿habéis visto a Ángela?

—La última vez que la vi estaba atrapada con nuestros fans —comentó Claire—. ¿Ha ocurrido algo?

—No, es solo que tengo que comentarle una cosa —respondió Andrew, levantándose—. Si la veis, buscadme los tres. ¡Disfrutad de la noche!

En su marcha entre el gentío, el elegante uniforme negro del Consejero llamó la atención de algunos invitados. Las miradas se levantaron a su paso hasta que su silueta se perdió entre bailarines y, entonces, la curiosidad se deslizó hacia les dos Elegides.

Así dio comienzo una nueva rueda de prensa, pues ahora había algún periodista entre el público que les rodeaba. Los invitados a veces hablaban entre ellos o se alejaban para cuchichear desde la distancia, pero normalmente lanzaban sus dudas a les Elegides con mayor o menor gracia.

—¿Sois los dos de Sidera? De la parte norte, supongo: sois demasiado lampiños para ser furashis —exclamó alguien quien, irónicamente, tenía una barba espesa y pelo en sus puntiagudas orejas—. ¡Sobre todo Segunda! ¡No tienes ni vello en los brazos!

Claire tragó saliva, reuniendo valor. Esta vez, no dejaría que Blake contestara todo como hizo Ángela, abandonada a su suerte. Había burlado a la muerte DOS veces aquella semana, y todas las noches se enfrentaba a horrores más allá de su imaginación. ¡Podía con aquellos aristócratas, magos y aprendices sedientos de información!

—So-somos de Máline, sí —balbuceó valientemente—. De Ga-Gabera.

—¿Cuál es tu ascendencia? —inquirió su acompañante.

Por desgracia, Claire se distrajo con el aspecto de aquella pareja y la cuestión no llegó a sus oídos. Pupilas afiladas, vello extenso y orejas… ¿como los lupicanes? Incluso juraría haberles visto una cola a la espalda. Sería otra de las siete razas que no conocía… Ah, ¡de eso iba la pregunta!

—¿Mi qué?

—Tu ascendencia —repitió. Alguien calmado diría que su sonrisa era conciliadora, pero Claire se encogió como si la amenazara con una navaja—. ¿Humana y Multiaris?

—¡Multiaris! —exclamó Claire, acordándose de la raza polidáctila—. ¡Eso era!

—¿Disculpa?

Claire titubeó, la alegría por recordar el nombre deshaciéndose en rubor. Por tal de disminuir la multitud de preguntas, Blake empezó a responder algunas dudas mientras Claire procesaba aquella última. Misión fallida. Su amigo no tenía tanta soltura como Ángela, aunque fingía una calma bastante creíble.  

—Perdona, no. Soy nayhade y hu-humana. Creo.

—¿Crees? —intervino un periodista, haciéndose hueco con cámara y grabadora en mano—. ¿Cómo es eso?

Una súbita inspiración erudita apareció ante Claire, deshaciendo el nudo en su lengua.  

—Me temo que es asunto confidencial del Consejo hasta nuevo aviso. Los detalles de mi identidad son secreto del gobierno mágico de momento. Lamento las molestias.

Recitó aquella excusa con voz tan átona y profesional que dejó al periodista completamente patidifuso. El propio Blake había puesto la oreja y asintió con admiración, imitándola para descontento de sus fans. Probablemente Ángela ya habría contado hasta sus platos favoritos, pero ahora no se los preguntarían a ellos.

La satisfacción de Claire solo se torció con el “ya veo” del periodista, con la perspicacia que se disfrazaba de resignación. Cayó en cuenta de que su estrategia había cambiado el foco al Consejo, y que estos sabrían que les usó como justificación.

«Bueno, somos Elegides. Estamos un poco al margen de la jurisdicción del Consejo… Y nos vamos mañana. Lo siento, Andrew».

Al notar la turbación de su compañera, Blake entrelazó su brazo con el suyo. Un gesto de apoyo común entre los tres amigos. Una cercanía que no pasó desapercibida para el público.

—¡¿Sois pareja?! —exclamó una señora, atrayendo miradas—. ¡Un amor marcado por la Profecía, qué tragedia!

—¡¿Qué?! —graznó Blake, rojo hasta las orejas. Un flash cegó a ambes Elegides.

—¿Desde cuándo? —preguntó el periodista, tomando ángulo para una segunda foto—. ¿Quién lo empezó? ¿Lo sabe la Tercera? Parecía muy unida a Segunda en su llegada al baile.

«¿También estaba ahí? —se preguntó Claire, cerciorándose de que sí lo recordaba de su entrada. Al ver a Blake, lo encontró todavía ruborizado y completamente mudo—. Maldita sea, me lo ha roto. ¿Y yo qué digo ahora?

Primera opción: decir la verdad y negarlo. No obstante, considerando el volumen de chismorreos a su alrededor, dudaba que la creyeran.

Segunda opción: “Técnicamente es como mi familia adoptiva”, pero entonces estaría revelando datos supuestamente confidenciales sobre su pasado. Mierda.

Tercera opción: “De hecho, estamos prometidos” y ver desatarse el mayor CAOS que el Consejo había sufrido en décadas. La Revelación no sería NADA comparada con el tsunami de la prensa rosa. Sería divertidísimo.

Su mente, enajenada por el instinto de huida que le provocaba aquella multitud acechante, comenzó a hilar una narrativa digna de las novelas románticas de Ángela. Su imaginación no impidió que el sentido común se impusiera y se preparara para decir la verdad.

Una verdad que se cortó con el rostro de su compañero, al recordar el contacto entre sus brazos. Muda de nuevo, su imaginación refloreció tentándola para alimentar a la prensa, pero un segundo rostro le impidió mentir.

Se quedó fuera de combate y Blake, por fin, recuperó el habla para negar su relación y aferrarse como clavo ardiendo a una pregunta sobre su estilo de magia, ignorando las demás cuestiones amorosas. Perdida entre voces que demandaban respuesta, sus oídos vagaron más allá del pequeño coro hasta captar una conversación más alejada.

—…parecen demasiado jóvenes. Se supone que les Elegides maduran rápido, pero estes… Son unes chiquilles.

—No te confundas, mi amor —contestó una segunda voz—. Tal vez sea parte de su naturaleza aparentar inocencia. Al igual que nadie espera un asesino hasta que saca el cuchillo, les Elegides tampoco parecen peligroses hasta revelar sus artes… o colmillos en su caso.

—Claro, tiempo al tiempo. Habrá que verles cuando terminen la “pubertad” y no coman más que sangre y bebés.

Una risa ebria nació entre la pareja. Su sátira viajó entre invitados hasta derramarse sobre Claire como un jarro de agua fría. ¿Cómo podían hablar así…?

—Dicen que su cambio aún no ha empezado —comentó una tercera voz. Claire apenas se atrevió a girarse para descubrir su procedencia— y, sin embargo, ¿no les veis algo extrañes?

—Si es por lo perdides que parecen en el baile se debe a su procedencia. He oído que vienen de un pueblucho de Sidera que ni siquiera se conecta a la Red. Igual ni se habían enterado de la Profecía.

Las carcajadas retomaron la conversación y Claire aprovechó para girarse. Por su vestimenta, comprendió que se encontraba ante mecenas del Consejo, pues los empleados y aprendices llevaban identificativos en sus trajes. Además, la opulencia de sus ropas y joyas revelaba su naturaleza noble o acaudalada: tenían dinero y cero ideas de lo que hablaban.

Claire apretó el brazo de Blake, intentando descubrirle a aquellos idiotas. Sin embargo, una nueva pregunta lo distrajo. Aquellas dudas nacían de la curiosidad y no del morbo clasista de los maleducados a su espalda, por lo que, una vez superada la vergüenza, Blake hasta parecía divertirse contestándolas.

Concentrado como estaba, solo Claire advirtió aquel nuevo comentario:

—Pues yo creo que ya han empezado a transformarse —su furia se tensó en miedo, el agarre con Blake perdió fuerza y aquel señor continuó, sin piedad—. Por ejemplo, mirad al chico —y Claire siguió sus miradas al sonriente rostro de Blake—. Antes, los aprendices dijeron que era capaz de manejar uno de los espadones más pesados que tenían en las salas de entrenamiento. ¡Un muchacho medio elvan! Tal vez levante sacos de grano en su pueblo, pero con esa genética es inverosímil.

—Y la chica no se quedó atrás —explicó su pareja al último integrante del grupo, que comenzaba a crecer en número de imbéciles—. Aunque ella tiene mejor excusa, pues he oído que es mestiza de nayhades.

—Desde luego no la he visto hablar mucho.

«Oh, pero me vais a oír ahora, panda de tarugos» —pensó mientras daba otro tirón a Blake ya no para reclamar su atención, si no para advertirle de su marcha. El chavalín se quedó mirándola mientras se abría paso entre el corro, tarea que le costó más de lo esperado.

—Ah, pero tiene a los otros para que hablen por ella. Sobre todo a Tercera ¿la habéis visto antes? ¡Tenía a la gente hipnotizada!

—Desde luego hace algo. Serán sus ojos. Los de Segunda también son extraños. Demasiado ausentes, como si viera algo que el resto no podemos. ¡Es aterrador!

Liberada de su público, retenida todavía por sus miradas, Claire se detuvo con el corazón en la garganta. Había cerrado la mano derecha con el tímido deseo de estamparle un puñetazo a aquellos ricachones, pero sus palabras habían terminado clavándola en el lugar.

No, no veía cosas que el resto ignoraba…. Aunque sí podía oírlas. ¿Era aquella voz la que impulsaba su ira? ¿O era el aprecio a sus amigos y dignidad?

Alzó la mirada y se encontró cara a cara con los que iban a ser objetivo de su protesta, descubriéndose incapaz de decir nada. La crueldad y sátira habían desaparecido de sus rostros y solo quedaba el terror inscrito en ellos.

Le tenían miedo.

Sus réplicas, su enfado y su propia angustia. Todo bajó por su garganta al tragar saliva, dejando atrás una mueca de dolorida frustración. Ignorando la mano de Blake sobre su hombro, huyendo de aquel miedo que ahora también reflejaban sus ojos, Claire giró y escapó entre la multitud.

Atravesó la pista de baile, ocultándose y esquivando entre quejas y tropiezos a los bailarines. Buscaba un lugar a solas, lejos de miradas morbosas, pero cualquier sitio parecía contar con invitados. Casi sentía los ojos de los bailarines sobre ella, preguntándose en qué monstruo se estaba convirtiendo, antes de perderla de vista al compás de la música.

La ansiedad oprimía su pecho, rogándole huir de aquella atención que su cabeza exageraba. Finalmente, encontró paz en uno de los balcones y se sentó en su banco de piedra. Allí, calmó su respiración contemplando el silencioso paisaje. La luna creciente iluminaba los extensos jardines de la Sede, una hermosa vista que el frío nocturno celaba, despejando los balcones a sus lados. Claire lo notaba en sus hombros desnudos, sin llegar a molestarla.

«Y que tolere este frío también es extraño —comprendió de pronto, uniendo una revelación más a las palabras de los invitados—. Los tres somos… raros».

No era la primera vez que alguien se asombraba ante la fuerza de Blake, un tema que incluso sus padres habían comentado. No obstante, lo que allí era una sorpresa agradable aquí era una acusación hacia su naturaleza, como habían sido sus ojos o el “don de gentes” de Ángela.

Lo que la diferenciaba de sus amigos es que ellos jamás usaron sus rarezas para hacer daño. No como ella, que había marchado con la mente borrosa por la afrenta, que pensó en rematar a Blake una vez derrotado…

«No, no era yo. Realmente no quería hacerle daño —se dijo, escondiendo la cara entre sus manos—. Pero eso tampoco me exime de culpa, de lo que me estoy convirtiendo».

Un tibio consuelo nació al pensar que Ángela habría actuado similar. Aunque disfrutaba de la atención, no era estúpida y tampoco tendría reparo en decirles cuatro cosas a aquellos maleducados. Pero, ¿se habrían asustado tanto como hicieron con ella? ¿Qué habían visto en su cara para que su bilis se tornara sudor?

El arrepentimiento regresó y trajo otra espina a su corazón: Había abandonado a Blake a merced de aquellas víboras, y ni siquiera sabía dónde estaba Ángela. Como hizo en el bosque, les dejó atrás mientras los invitados apostaban cuánto tardarían en convertirse en criaturas despiadadas.

Herida por la culpa, confusa por todo lo sucedido en tan solo tres días, Claire ahogó su exasperación en un grito que confió a sus manos, la luna y la soledad del balcón.

O eso creía pues, cuando bajó las manos, alguien la estaba observando. 




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