miércoles, 29 de enero de 2025

La Profecía del Mal, Segunda Parte: Capítulo 3

 Intranquilidad


Algo iba mal.

Lo sabía desde su despertar, desde que aquellos pálidos y largos dedos sustituyeron a los de sus manos grises. Sus yemas palparon su cara, inspeccionando los huesos que cubría su piel, en formas diferentes a las que recordaba. Un hilo rojo corrió entre sus dedos y una cascada se unió a él cuando se sentó en la cama. Tardó un momento en entender que era su pelo, deslizándose al tocarse la cabeza.

Unas piernas tan desconocidas como propias lograron llevarle hasta el baño, donde su primer despertar en años le golpeó con la realidad. Un extraño se reflejó en el espejo y contuvo un grito con las manos.

Tocó sus labios. Notó sus dientes y lengua bajo ellos y reconoció su parecido del reencuentro de la noche anterior… no como su voz. Aquel grito contenido no le pertenecía, como tampoco lo hacía el rojo que teñía cejas, pestañas y cabello, más largo de lo que recordaba. Vio también el escaso rubor de su piel clara, distinguiéndola del gris. El amarillo en sus ojos, apenas visibles entre el pelo.

El reflejo del baño le devolvía la mirada y parpadeaba con él. Se movía con él.

Aquella era su cara. Tendría que acostumbrarse a ella.

Su despertar y sus delatoras pulsaciones alertaron a los médicos. Aunque acudieron para calmarlo, fue Firo quien terminó tranquilizándolos.

Acataron sus peticiones. No necesitaba más curas y podían darle el alta a pesar de la debilidad que mecía sus pasos. Les convenció de que no había nada de lo que alarmarse, y volvieron a vendar sus muñecas sin más preguntas. Se fueron y volvió al baño para terminar de tapar su antebrazo, pues bastante tenía ya lidiando con el resto de su aspecto.

Solo así logro callar aquella voz que resonaba en su cabeza, distinta a la que ahora nacía de su garganta, distinta a la del niño que fue. A aquel eco del pasado que le reprendía por no comprender ni respetar la moralidad de su magia.

“Has obrado mal todo este tiempo”.

Pero había asuntos más urgentes. El reflejo ante él, más presente que aquella acusación borrosa, repetía que algo iba mal y mal y mal, y que aquella no era su cara.

«¿Por qué he cambiado tanto?» Preguntó al espejo, a nadie más que a sí mismo. Ni Carine ni él comprendieron del todo su maldición, por lo que su crecimiento podría venir de su liberación. No debía verlo como algo extraño y, sin embargo, aquel mortificante pensamiento retorcía su imagen.

¿Era por sus rasgos más adultos? No, veía en ellos un recuerdo de quien fue. ¿Por su voz, más grave, contenida para no asustarse ni a él ni a los demás? ¿O aquel largo cabello que caía con el color de la sangre?

En pánico por aquel color, tomó unas tijeras dispuesto a cortar aquella cascada sangrienta. Podía dejarlo por los hombros, con el flequillo a un lado como lo llevaba en sus años de preso.

Tal y como había hecho con Carine cientos de veces, rasgó su flequillo y entonces dio con la respuesta.

Llamaron a la puerta. Arregló su trasquilón con un soplo de méner y tiró el mechón a la basura. Recordó que no estaba solo, que debía guardar las apariencias, y sacó una sonrisa calmada a la joven que entró a verle.

Ella no pareció notar sus inquietudes. Le dejó vestirse y se preocupó cuando se tambaleó al moverse. Luego lo tomó del brazo, lo devolvió con Claire y se presentó al resto.

La alegría y la nostalgia de ver a Claire calmaron su paranoia. El chocolate, la luz del sol y las risas le recordaron que estaba vivo y sus miedos se enterraron junto a las lágrimas de alivio que sometió a voluntad. Con la libertad, la dicha de hablar, andar y vivir; ignoró al desconocido del espejo y al juicio de su pasado. Solo permitió que un remordimiento acompañara su marcha:

«Oh, Carine, ojalá estuvieras conmigo para disfrutar de esto».

 

En el camino, Claire le habló de cómo aquella ciudad era tan distinta de Máline. En su pueblo, las casas de madera y piedra se juntaban unas con otras, separándose en calles estrechas donde difícilmente podrían pasar dos coches de caballos a la vez.

Sin embargo, en Clarpharos los animales pasaban con facilidad entre las hileras de edificios, con calles amplias iluminadas por elegantes farolas encantadas. Los escaparates de las tiendas cerradas por Año Nuevo mostraban ropas más refinadas y caras que las pertenecientes a los comercios malinenses, y otros establecimientos como talleres de artesanía y artilugios mágicos les hacían desear que no fuera festivo. Había similitudes con Máline, le explicaba Claire: de los balcones y ventanas colgaban macetas de acebo y enredaderas, que en primavera se cambiarían por vistosas flores. La gente también parecía buscar la comodidad del hogar en las frías mañanas de invierno, dejando las calles prácticamente desiertas.

Mientras hablaba, Claire observaba sus alrededores con curiosa fascinación, como si tratara de memorizar cada detalle de los altos edificios que dejaban atrás. Firo sonrió, pues sabía que era su primera vez en una ciudad. Se dejó llevar por el asombro de su hermana y leyeron los carteles con destinos culturales, admiraron los estandartes húmedos por el frío e incluso se unieron a Ángela y Grey en su conversación.

La joven parecía haber encontrado en Grey un compañero de chismes, pues este escuchaba sus historias de Máline con un interés difícil de fingir. En comparación con la huidiza mirada que dedicaba a Claire, con el precavido silencio que tuvo con Firo, Grey miraba a los ojos de Ángela sin miedo alguno.

La propia Claire se dio cuenta nada más unirse a su conversación. Aunque Grey interactúo con ella, carecía de la comodidad que esgrimía con Ángela. 

De forma similar, Firo también notó aquella diferencia de trato hacia sí mismo, culpándose por ello. Su extraña llegada y la paranoia justificaban, en su cabeza, la desconfianza de Grey. Además, aquel grupo venía de sobrevivir un atentado, no podía exigirles bajar la guardia.

Preguntándose si Ángela compartiría tales reservas hacia él, buscó respuestas y se encontró con que la muchacha era ilegible.

“No entiendes la moral de tu propia magia”, le reprendió un olvidado eco.

Tan confundido como culpable, Firo se apartó de la conversación y Blake terminó recogiéndolo. Este, ignorante de sus cavilaciones, sacó a relucir su experiencia con gente amnésica, deleitándose con que Firo parecía hacer progresos.

El chico se mostró colaborativo al principio, estudiando los mapas que el mestizo custodiaba. No obstante, terminó distanciándose al notar sus verdaderas intenciones:

—De verdad que me encuentro bien —aseguró, ya por tercera vez—. La luz del sol me está sentando genial, la ropa es más abrigada que la túnica de mi celda y, por supuesto, el desayuno ha sido el mejor que he tomado en años.

Blake no pareció percibir su ironía. Suspiró y cerró el mapa que tenía en sus manos.

—Quiero creerte, pero me preocupa no estar a la altura contigo —le confesó—. Ni Ángela ni yo somos Sanadores profesionales. Puede que ni siquiera mis padres supieran tratarte dadas tus condiciones. Debo seguir preguntándote para reducir el riesgo, el tiempo es crucial en la medicina.

Firo suspiró. Aunque entendía su posición, Blake ignoraba los detalles que sumaban complejidad al asunto y que el convaleciente todavía no sentía capaz de explicar. Sin más opción que callar y asentir, Firo cedió y dijo:

—Prometo avisarte ante cualquier infortunio.

—También para los descansos o comidas —Firo asintió y Blake le dedicó una palmadita en la espalda—. Gracias, y perdona por la vena de boticario.

Firo negó con la cabeza, distraído.

—También te preocupa otro ataque, ¿verdad?

—¿Qué?

—Habéis sufrido dos escaramuzas de enajenados en menos de cinco días —explicó Firo, tranquilo a pesar del agudo pánico de su interlocutor—. Claire fue secuestrada a una de sus bases de operaciones y salió conmigo de ella. Temes otro asalto y con razón, como también temes no poder curarme ya no solo a mí, si no al resto, ante una emergencia.

Blake movió los labios, pero su respuesta se perdió en el camino a ellos. Por suerte, Firo no parecía esperarla. Bajó la mirada y, entonces, un súbito alivio pareció levantarse y Blake pudo recuperar la palabra:

—Me da miedo, por eso intento mentalizarme para lo peor. Como dices, es demasiada casualidad para bajar la guardia. La próxima vez, pienso estar preparado —Firo lo observó con cautela y Blake le dedicó una sonrisa—. Además, no estoy solo en esto. Claire y Ángela me cubren las espaldas, como siempre han hecho, y también estáis Grey y tú.

»A pesar de tu debilidad, sé que eres un mago estupendo. Quiero decir, ¿cuántos portales has creado hasta ahora? ¿Y tan joven? Mires como lo mires, eres un prodigio —Firo se encogió de hombros y Blake aprovechó para rodearle con un brazo—. Confío en que nos sacarás de problemas si se da el caso, así que permíteme devolverte el favor cuidando de ti.

A pesar del reparo que Firo tenía con aquella propuesta, acabó aceptándola. Acompañó a Blake durante gran parte del camino, desde las calles hasta más allá de la linde con los bosques. Marchaban juntos ya no solo por sus charlas o la amistad que florecía entre ambos, si no para marcar el ritmo del grupo yendo en cabeza.

En consideración con el debilitado muchacho, Blake aminoró la velocidad de marcha para igualar a la de su protegido. A cambio, este cumplió su promesa pidiendo descansos cuando los necesitaba, ganándose los agradecimientos del resto. El aguante de Blake siempre había sido motivo de queja de Ángela, queja a la que se sumó Grey para picar entre ambos a su compañero. Aunque marcharan a paso más tranquilo que sus caminatas en Máline, el trayecto era largo. Incluso Claire, acostumbrada al trabajo físico, agradecía las paradas y entendía a sus quejumbrosos compañeros, más endebles que ella. 

A última hora de la tarde, cuando Firo pidió un descanso y Blake propuso acampar y cenar, Claire se unió a los disidentes y los tres estallaron en exagerados agradecimientos.

—¡Firo ha aguantado el viaje mucho mejor que vosotros, quejicas! —les espetó el mestizo. Ignoró que Firo fingió desmayarse al dejarse caer sobre la hierba y su mochila.

—Porque el pobre estará demasiado cansado para quejarse —picó Ángela. Cruzó los brazos y Claire la imitó a sus espaldas, asintiendo con efusión—. ¡Has hecho que eche de menos viajar en tren!

—No digo un tren, ¿pero un carro? —se quejó Grey, quien incluso se había quitado las botas para masajearse los pies—. Le ponemos un caballito simpático y nos turnamos para ir. O un automóvil o una moto, vamos. Es el Consejo, tienen pasta. Seguro que pueden traer de eso.

—¿Las motos van con caballos como los coches?

—¿Eh? —Grey parpadeó—. Ah, la amnesia. No, Claire, van con méner y electricidad y petróleo. Creo. No soy un ingeniero de esos.  

—Llamaríamos demasiado la atención —objetó Ángela—. ¿Y cómo la cargaríamos siquiera? Apenas hay electricidad en Sidera.

—¿Sabes conducir una? —saltó Blake, encontrada su oportunidad—. ¡¿Por eso llevas esas gafas?!

—Ojalá, son gafas de vuelo —dijo, levantándolas un poco. Las llevaba colgadas del cuello por la cinta—. Sirven para que el viento (y los bichos) no me cieguen al volar.

—¿Y por qué no vuelas en vez de caminar? —inquirió Ángela.

—¡Ah! Esa me la sé —saltó Claire—. Es porque le cansa más que andar.

—Así es —asintió el otro—, me honra que lo recuerdes. Prefiero que me salga algún callo a quedarme sin méner ante una emergencia. Lo cual, considerando nuestro historial, no está de más…

El grupo le dio la razón. La severidad de sus rostros no pasó desapercibida en Firo. Parecía que Blake no era el único preocupado por su situación.

Discutieron sobre si encender un fuego llamaría la atención y terminaron asumiendo el riesgo al comprender que las temperaturas seguirían cayendo al anochecer. Unieron mantas y capas para hacer un cálido círculo alrededor de la fogata que prendió Ángela, animada por el resto. Firo le cedió un par de consejos para centrar la llamarada con el bastón y sirvieron, pues solo chamuscó la madera necesaria.

Una vez asentados, repartieron los víveres y las guardias, que podían permitirse dobles por el tamaño del grupo. El sorteo decidió que Firo y Claire tendrían el primer turno y Blake saltó a intentar cambiárselo al primero, encontrándose con su rechazo.

—Estoy bastante despierto y prefiero dormir del tirón más tarde, lo siento.

Blake terminó cediendo, pues tenía cosas más importantes de las que preocuparse.

—Más os vale a todos seguir ejemplo de Firo: dormid bien y cenad aún mejor. Sobre todo, después de quejaros tanto.

Dicho esto, abrió su segunda lata de garbanzos con verduras y procedió a zampar. Para espanto de los recién llegados, tampoco calentó el contenido esta vez.

—Necesitaré dormir una semana para recuperarme —protestó Ángela, apartando la vista de las gelatinosas cucharadas del mestizo. Había cosas que la convivencia no siempre perdonaba.

—Pues aprovecha y cena bien, así ganas músculo. Ya son muchos años que Claire y yo cargamos con la fuerza del grupo.

—Compenso llevando la inteligencia…

—¡Eh! —intervino Claire—. Soy amnésica, no tonta.

—No puedes ser fuerte, lista y guapa a la vez, querida.

Ángela le guiñó un ojo y, al final, terminó acompañó su sándwich con una sopa de champiñones (bien calentada). A pesar de que la selección no era comparable a la del delicioso desayuno, tenían bastante surtido. Además de las latas de sopa y legumbres, también tenían pan para acompañar viandas frías, queso, encurtidos y barritas energéticas con sabor a chocolate, además de preparados de cacao y té para beber. Firo disfrutó de volver a comer, tomándose su tiempo con pequeñas porciones. Blake aprobó su comportamiento, aunque le exasperaba su lentitud. Con Claire y Ángela a buen recaudo, centró su atención en el último compañero (hijo adoptivo) que faltaba.

Llamó a Grey y este levantó la cabeza. Agitó la lata de sopa que estaba terminando.

—Una sopa excelente, mi chef.

—Hazte un bocata, aunque sea.

—No tengo hambre.

—Tienes que reponer fuerzas.

—No tantas como tú, estoy chiquito.

—Y seguirás chiquito si comes tan poco.

Grey se encogió de hombros y se preparó un cacao como postre. Blake evidentemente quedó insatisfecho, pero no insistió más. Por sus interacciones durante el día, Firo asumió que Blake no tenía tanta relación con el otro chico como Ángela, limitando sus peticiones a riesgo de que fueran contraproducentes.

O tal vez veía otro problema tras la actitud del chico. Nadie del grupo había visto comer a Grey nada sólido desde que lo conocían: solo yogurt, sopa y una ingente cantidad de café en el desayuno. Si Blake estaba entrenado en el campo de la salud, probablemente habría teorizado algo al respecto y decidido hasta qué punto era eficaz insistir.

Al poco, Blake dio las buenas noches y se hizo un ovillo entre las mantas. Ángela le siguió poco después, pegándose al mestizo para “aprovechar el calor” y Grey optó por mantener las distancias, tal y como había hecho durante la cena. Terminó su bebida con la cabeza baja, se quitó las gafas del cuello y dio las buenas noches, ya con los ojos cerrados.

Claire se acercó a Firo mientras este terminaba de cenar, trayendo una manta para ambos. Era una noche fría, no tan dura como las de Máline, según Claire, pero no deseable para acampar. El fuego hacía su trabajo y las bebidas, calentadas con cuidado, ayudaron a entrar en calor.

Era el momento. Firo terminó los últimos sorbos de su cacao y preguntó:

—Claire, ¿qué pensáis hacer en llegar a Máline? —ella parpadeó, desprevenida, a lo que él añadió—: ¿Volveréis a las Sedes a seguir vuestro entrenamiento? Grey supongo que marchará pronto hacia su hogar.

Con Firo ignorante de su verdadera misión, Claire meditó su respuesta. No podía confesar que aquella era una parada temporal antes de la Búsqueda, claro, como tampoco podía mentir con que estarían mucho tiempo.

Tal vez sería mejor sincerarse y contar lo que realmente pensaba hacer:

—No lo sé. Ya lo pensaré en llegar —a lo que rápidamente añadió—: ¿Por qué lo dices?

—Quiero partir de viaje en un futuro. Dependiendo de mi salud, por supuesto.

—¿Cómo? —exclamó ella, aun bajando la voz para no molestar a sus compañeros—. ¿Por qué querrías irte? Si acabas de…

—Quiero buscar a Carine.

Y su sorpresa desapareció al entenderle. Carine, aquella que fue su única compañía durante tantos años, a quien Claire había visto crecer entre sus visitas. Aunque sus encuentros, sus sueños, se nublaban al amanecer, comprendía sus lazos de amistad. Comprendía su deseo, lo que no impidió que frunciera el ceño.

—Sé que es un poco repentino —continuó Firo—, pero de verdad quiero reunirme con ella. Tal vez no pudimos cumplir nuestra promesa de escapar juntos, pero aún podemos reunirnos en el exterior. Quiero buscarla, seguir averiguando sobre mi pasado... El viaje propiciaría ambas cosas.

—¿Sabes dónde fue? —Firo negó con la cabeza.

—Le bastaba cualquier destino. Todos sus… lazos con el exterior desaparecieron hace tiempo —dejó entrever severidad en sus facciones, gesto que pronto suavizó—. Yo al menos te tengo a ti, y es probable que recupere más conexiones conforme mis recuerdos vuelvan.

Sus palabras se cortaron, su mente dudando de si exponer sus dudas a aquella conocida para el Sin Nombre, a la hermana de Firo Delayer. Sobre la amistad que mantuvo con Carine y la voz que ahora lo mantenía alerta, tal vez olvidado por su hermana. La dualidad se cobró su voluntad y, cuando quiso darse cuenta, su boca reveló el conflicto:

—Realmente no sé quién es mi yo del pasado. He vivido tantos años como el Sin Nombre que no sé cómo debería actuar como Firo Delayer, como mi antiguo yo. Los pocos recuerdos que tengo los siento extraños y lógicos al mismo tiempo, pero pertenecen a un niño que ya no soy, a alguien que creo no ser.

»Lo único que tengo por seguro es que sé quién soy junto a Carine… y la echo de menos.

Claire le puso una mano en el hombro y Firo, sin palabras que mediaran, entendió y se dejó abrazar. Era la primera vez que lo abrazaba desde que escaparon y, con él ahora más alto, resultaba extraño para ambos.

—Aún estás débil para pensar en eso, date unos días —le dijo, dándole una palmadita en la espalda—. Mi casa también es tu casa, lo sabes —él asintió—. Puedes quedarte lo que necesites y volver siempre que quieras.

Firo lo agradeció en voz baja. Permanecieron un rato en silencio, el uno junto al otro.

—Es complicado —continuó Firo—. Agradezco el hogar que me ofreces y una parte de mí quiere estar ahí y reconstruir los lazos que traemos de nuestro pasado, no solo los forjados durante tus sueños y la huida. No obstante, también quiero recuperar el que tenía con Carine, lejos de la celda y nuestros objetos robados —Claire lo miró sin decir nada, expectante. Él terminó negando con la cabeza—. No, ¿qué estoy diciendo? Ahora estás tú. Tras todo lo que has hecho por mí, es egoísta pensar en marchar. Lo siento.

—Siempre puedo irme contigo.

Ahora fue el turno de Firo para sorprenderse o, más bien, dejar ver su asombro.

—No es mala idea, ¿verdad? Así no tenemos que separarnos. De hecho, seguro que mis amigos querrían acompañarnos en un viaje, si te parece bien —Firo asintió lentamente, dejando entrever una sonrisa que Claire no correspondió esta vez—. Sin embargo, deberías recuperarte primero —aseveró—. No soy Sanadora y ya viste cómo se me da la magia. Si enfermaras o tuvieras un accidente… No, mejor esperar, y más con los tiempos que corren.

Firo volvió a asentir, culpable esta vez. ¿Tanto le había embriagado la libertad como para olvidar el peligro? Sugerir una búsqueda a los supervivientes de aquella tragedia era una falta de respeto. Había visto a Claire aquel día, su muñeca ni siquiera se había curado del todo aún.

—Tienes razón, esperaremos a que las cosas se calmen. Siento la falta de tacto.

Claire negó que hiciera falta una disculpa, pero Firo la ignoró. “La empatía es lo que impide que dañes a los que más quieres”, le reprendió un eco del pasado. El mismo que le había acompañado desde su despertar. La voz era anónima, su cara engullida por la niebla del tiempo. 

Sus dudas ayudaron a la vigilia. Claire comprendió que no tendría más conversación por su parte y aceptó su compañía sin más. Apoyados el uno en el otro, abrigados con mantas, lucharon contra el sueño, el temor y la soledad con calmada quietud hasta su turno de descansar.


Era extraño no tener sueños.

Desde la huida de Carine, la ventana onírica de Claire había disminuido su contenido. Con Firo inconsciente, ni Claire ni su Sombra tenían nada que ver en aquellas celdas y ahora, con su liberación, carecía de propósito visitarle en sueños.

La otra cara de sus actividades nocturnas, las charlas con su Sombra, parecían haberse detenido mientras ella no tuviera nada que decirle. Además, ahora parecía poder manifestarse en la realidad, ¿para qué volvería a usar sus sueños?

Recordó la conversación que tuvieron al recuperar el nombre de su hermano. La oscuridad a sus pies había orquestado todo: aceptó la petición de Claire, la liberó del miedo a conocimiento y viaje solo por la arriesgada apuesta de encontrar al Sin Nombre, aquel al que visitaba cada noche.

Había cariño bajo la preocupación que le profesaba. Un sentimiento que explicaba sus visitas, sus dedos intentando apartarle el pelo en las celdas. Dijo que quebrantó una promesa, una que solo ella recuerda, por tal de encontrarlo. De verdad lo apreciaba.

¿Hasta qué punto era Claire parte de la Sombra y la Sombra parte de Claire? ¿Sería también su hermano, lo vería como tal? Por un instante, deseó haber soñado con ella para expresar sus dudas, pero su descanso fue un extenso y calmado parpadeo. Parte de Claire temía que el resto de sus noches ahora fueran así, pero su alivio por librarse de las pesadillas vencía a tal temor.

Lanzó una mirada cautelosa a sus pies, a la penumbra que arrastraban al ocultar los tenues rayos de sol. Era una mañana nubosa, la típica de Máline en invierno. Aún no hacía tanto frío como para que nevara, pero el riesgo aumentaría conforme subieran la cuesta sobre la que se alzaba el pueblo. De mientras, los árboles les protegían parcialmente del frío, dejando la niebla como el mayor de sus problemas.

Para contrarrestarlo, Grey había prendido su candil y Ángela, aconsejada por Firo de nuevo, encendió la gema de su bastón. Hablaron de practicar con su fuego para crear llamas lumínicas, pero la joven temía carecer del control suficiente.

Con la conversación establecida por su parte, Blake les dejó encabezar el grupo e intercambió compañeros. Claire había pensado comentarle la propuesta de Firo, que podrían aprovechar para la Búsqueda. Sin embargo, Blake se acercó a Grey para aleccionarle sobre su desayuno, que consistió en los últimos dos yogures del inventario.

Sacó una manzana de su mochila y se la ofreció al chaval. Este puso los ojos en blanco.

—Voy a empezar a llamarte abuelo.

—Me parecerá bien mientras no tenga que llevarte en brazos por cansancio —Grey no contestó y Blake relajó su expresión—. No tienes por qué comerla ahora, pero te la doy para después. También hay cacahuetes si lo prefieres.

El chico clavó la mirada gris en la fruta, la superficie roja un poco abollada por llevarla entre el resto de las provisiones. Claire suponía que Blake había tenido tiempo de entablar un mínimo de relación con el Elegido por la espera en el hospital. Buscando un consuelo, no le extrañaba que hubiera conversado con Grey y compartido su alegría cuando Claire reapareció.

Grey, por su parte, mantenía más distancias con el mestizo que con Ángela, probablemente por las diferencias en su personalidad. Sin embargo, parecía entender su preocupación al ofrecerle alimento y miraba a la fruta no con hastío, si no con algo que Claire reconoció como hambre.

Tomó la manzana y se la llevó a los labios, sus dientes escondidos tras la fruta en una sonrisa secreta.

—Acepto con una condición: háblame de tu “magia”.

La confusión de Blake se borró tras un parpadeo.

—Creía que le preguntaste sobre ello en el hospital —intervino Claire, recordando su entusiasmo de entonces.

—Iba a hacerlo, pero se escabulló diciendo que era un tema privado —bajó la manzana, sus labios cerrados en una sonrisa pícara—. Los de delante están centrados en sus magias también. No tienes excusa y ofrezco un buen trato, ¿no crees?

Blake aceptó a regañadientes. Echó un receloso vistazo al frente y, tras comprobar la distancia con Ángela y su acompañante, contó las restricciones y dones de Pacto, su Habilidad.

Grey, a cambio, explicó los peligros y ventajas que encajaba la suya, tal y como ya hizo con Claire. Blake reaccionó con un consternado asombro similar al de la Elegida, y Grey alabó la utilidad de Pacto, con el consecuente gesto humilde de su compañero.

—Ahora estamos en igualdad de condiciones —anotó el tirador—. Si somos un equipo tenemos que empezar a actuar como tal, empezando por saber nuestras fortalezas y debilidades.

—Desde luego será útil saber que debemos llevar cuidado al hacer magia contigo —dijo Blake, aún consternado—. De verdad, suena horrible. Espero no tener que verlo jamás.

—Bueno, algún “calambrazo” me he llevado alguna vez —tanto Blake como Claire abrieron los ojos y Grey solo se encogió de hombros—. Duele como el infierno, pero si no es muy grave me puedo recomponer. He tenido suerte hasta ahora.

Blake deseó que siguiera teniéndola. Claire asintió y pensó en compartir también sus descubrimientos sobre su posible su Habilidad, pero Grey se adelantó:

—¿Y Ángela? ¿Lo de su fuego va como lo nuestro?

Blake negó con la cabeza. Delante, Ángela justo parecía estar comentando el tema con Firo.

—Según nos contó, su fuego se manifestó de repente en su infancia, sin asistir a clases ni nada. Nació con el Talento desatado, como el resto de “nosotros”, pero solo por su Habilidad. Sus madres son noma, no heredó el fuego de ellas.

—Extraño —comentó Grey—. Entonces, si las llamas no son su don nato, ¿cuál es?

—Quién sabe —esta vez, Blake fue quien se encogió de hombros—. Nunca me habló de que tuviera otro tipo de magia además del fuego y la Sanación que aprendimos juntos. Lo cierto es que la relación de Ángela con sus poderes nunca fue demasiado buena. Es un tema delicado. Si quieres preguntarle, hazlo con cuidado.

Grey asintió. Parecía comprender los límites de aquella conversación y decidió respetarlos. Claire, por su parte, recordó la animada charla que tenían Ángela y él sobre cualquier cosa y le sorprendió que no saliera aquel tema a colación… Lo que le llevó a preguntarse hasta qué punto el “don de gentes” de Ángela habría actuado.

De la extrañeza de Blake al hablarlo, de tratar con Firo y escuchar al shiriza que los atacó, Claire había comprendido que las emociones que se le revelaban al mirar ojos ajenos eran una particularidad suya. Una pieza más del puzle que conformaba su recién descubierta (¿reencontrada?) Habilidad. De ella veía sus similitudes en el nombrado Mentalismo de Firo, en el Pacto de Blake y las sensaciones que Ángela le despertaba.

—Creo que es capaz de hacer algún tipo de manipulación emocional —dijo Claire, y tanto Blake como Grey se sorprendieron—. Siempre me siento más alegre cuando ella lo está a mi lado. Me infundió valor cuando luchamos en el lago y sé que gritaría si le hicieran daño —miró a uno y a otro—. No sé mucho de estas cosas, pero me encaja.

Blake, con una sonrisa cálida, terminó asintiendo:

—Creo que me siento igual.

Mientras que Grey, tras mirar a ambos, escondió una risita bajando la cabeza.

—Bueno, ¿y no será que os gusta?

—¡¿QUÉ?!

El grito de Blake hizo que tanto Firo como Ángela se detuvieran. Claire, quien logró mantener la compostura, les indicó que todo iba bien con un gesto y su amiga reanudó el paso sin ocultar su deseo de información. Blake, ahora con voz baja, repitió:

—¿Qué?

—No sé, lleváis mucho tiempo juntos y la empatía y otros… sentimientos se desarrollan fácilmente cuando tu círculo es pequeño —ni Blake ni Claire encontraron respuesta y Grey se reajustó las gafas con fingido dramatismo—. Si estas condiciones y camaradería se reparten en nuestra empresa, espero que lloréis por mí si intercepto una bala por vosotros.

—Ni siquiera te dolería —sonrió Claire, sarcásticamente.

—Y tampoco la pararía —apuntó Grey—. Me atravesaría limpiamente. ¡Lo siento!

Por un momento, Claire pensó que había algo más sugerido por Grey, pero Blake curiosamente comenzaba a colorarse… y Ángela dedicó un par de miradas recelosas hacia ellos.

—Cambiemos de tema, anda —zanjó Claire. No se le escapó el alivio de Blake—, los secretos en reunión no son de buena educación.

—Oh, ¿en serio? —rio Grey—. De verdad que no te gustan los cotilleos.  

—Me gustan cuando son cosas útiles. Ayer, por ejemplo, pasamos un buen rato con Ángela hablando de todo un poco.

—Fue la conversación más divertida que he tenido en años —rio él, llevándose la mano a la boca con picardía—. Aunque te largaste con los sosos cuando se animó la cosa.

—¿Ah sí?

—Digamos que se comentó quién era el más guapo del grupo.

Claire puso los ojos en blanco.

—Cielo santo, ¿y eso es interesante?

—¡Para mí sí! ¿Qué no quieres saber lo que tu amiga opina de ti?

—Créeme cuando te digo que me llama guapa a la mínima que puede. Tiene buen gusto, ya la oíste anoche.

—Permíteme discrepar porque también llamó guapo al nuevo.

Claire trastabilló.

—¿Qué dices? —exclamó al recuperar el equilibrio—. ¡Pero si está febril el pobre!

—Y ella también, con ese gusto. Mira que no elegirme a mí… Aunque tampoco la escogí yo a ella.

Claire volvió a quedarse sin habla. Comprendiendo. Recordando. Contando. Curiosamente, fue Blake quien reunió el aplomo para tomarle el relevo.

—Así que te parecemos los más guapos del grupo, ¿eh?

Y Grey se escondió tras las gafas. Le había salido el tiro por la culata, y le tocó excusarse con que no podía alabar la belleza de su interlocutora de entonces o quedaría en evidencia.

Como estaba ocurriendo ahora.

 Blake, entretenido, le dijo que le parecía mono y coincidió en que tanto Firo como Claire eran bastante guapos. Esta añadió que Grey le preguntó si era modelo al conocerse y ya con eso terminó de descarriar la charla. Blake protestó con que él también podría servir para aquella profesión. Firo y Ángela parecieron aminorar la marcha, tal vez para intentar escucharlos. Grey asentía ante los argumentos de Blake fingiendo atención y vergüenza, más preocupado en guardar su manzana con admirable disimulo. Claire, quien jamás sería acusada de chivata, simplemente cortó lamentando el rumbo de la charla.

—Se queja quien ha sido nombrada la más guapa —sonrió Blake, pasando un brazo por sus hombros—. No pasa nada, seguro que Firo puede apoyarme en mi candidatura a modelo. Eh, ¡los de delante!

Los otros habían aminorado tanto el paso que apenas se notó cuando se detuvieron del todo. Ninguno se volvió a verlos. Ángela, con su mirada perdida entre las hojas y árboles de la travesía, Firo, expectante.

Un grito y el cuerpo de un shiriza cayó al suelo entre llamas naranjas, retorciéndose de dolor. Ángela dio la voz de alarma.


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