miércoles, 26 de febrero de 2025

La Profecía del Mal, Segunda Parte: Capítulo 4

Control


Lo primero que hizo Claire fue llevar la mano a la espada. Sus dedos rozaron la empuñadura y su vista saltó de árbol en árbol, buscando a los enemigos que los acechaban. Estaban en un buen claro, tenían una buena visión de sus alrededores a pesar de la bruma.

Había entrado en guardia, pero no compartió su preparación con el resto. Y Blake sí lo hizo:

—¡CORRED, VAMOS!

El grupo echó a correr, como si se asustaran más por la súbita orden que el inminente combate. Desorientada, Claire quedó en la retaguardia y optó por mantenerse allí, confiando en proteger a sus compañeros de cualquier ataque por detrás. Las ramas azotaban sus rostros y arañaban su piel, la premura ignorando el cansancio acumulado por el viaje. El candil de Grey tintineaba en sus manos y el cetro de Ángela era un faro entre hojas y cabezas. Marcaba su posición, pero solo para sus amigos, pues sabían que los shirizas eran ciegos a su luz.

Sin embargo, las luces de poco servían entre follaje y niebla. Teniendo que correr a ciegas la mayor parte del tiempo, Claire se guiaba más por los jadeos y pasos de sus amigos, el tintineo de mochilas y ropas, y las decenas de siseos que ignoraba si formaban parte de su imaginación o no.

No vio la rama que la hizo tropezar, rodando sobre sí misma. La tierra le robó la imagen de la chaqueta de Grey corriendo delante suya y, cuando volvió a levantar cabeza, solo había bosque ante ella.

La adrenalina le calmó el dolor por la caída. Se levantó rápidamente y reanudó la carrera esperando ver un rastro de luz, las siluetas de sus allegados, pero la niebla los había engullido.

Ralentizó el paso, calló su aliento, esperando escucharlos allá donde su vista no llegaba. En medio del creciente pánico, estuvo a punto de llamarlos a voces cuando un estremecimiento salió a reprenderla:

«Los shirizas no tienen ojos, pero sí oídos. Cierra la boca».

Aunque ni siquiera veía la Sombra a sus pies, decidió obedecer y prepararse para un inminente ataque. Desenvainó su arma y una mueca de dolor le cruzó la cara, obligándola a cambiar a la izquierda. Aunque los Sanadores habían cumplido, un día de descanso no bastaría para curar su muñeca.

Al cambiar de mano fue cuando se acordó de la baliza. Vio los puntos de sus amigos parpadeando en una dirección, cada vez más lejanos, y reanudó la marcha a trote. Un sudor frío le bajaba por la espalda, deseando que el ruido de sus pasos no delatara su avance. Los segundos se hacían minutos y estos le parecían una eternidad. Su mente estaba alerta, casi desligada de aquel cuerpo que avanzaba como un soldado de juguete. Prestando atención a su respiración cansada, a los fuertes latidos de su corazón y a cualquier ruido que quebrara aquel tenso compás.

Cuando la armonía se rompió a sus espaldas, deseó encontrarse con una cara conocida.

No tuvo esa suerte. La Sombra exigió y Claire lanzó una estocada directa al corazón del enajenado. Sin tiempo para pensar, solo obedeció al girarse y asestar un corte horizontal al siguiente, rematándolo con agujas de hielo.

Y así, comenzó a luchar, obligándose a ignorar su dolor y centrándose en salir viva de aquel lugar. Sus movimientos eran tan rápidos que ninguno de sus enemigos lograba tocarla antes de morir a sus manos. El tercer shiriza cayó ante ella, ahogándose en su propia sangre por el tajo que recibió en el cuello. Sin tiempo para terminar con su sufrimiento, Claire se volvió para matar al cuarto de otra punzada limpia, esquivando la espada que dirigía hacia ella. Con la mirada perdida de un autómata, Claire hundió su arma en el pecho del rival antes de empujarlo al suelo y apuntar al cuello del siguiente enemigo…

Que resultó ser Blake.

Este se quedó inmóvil, mirando sorprendido el arma que lo apuntaba, antes de deslizar sus pupilas hacia ella. Claire, con sus ropas cubiertas de sangre y respirando con fuerza, mantenía firme su posición. El silencio de la Sombra era distinto al de otras veces. Tenso, como invitándola a recordar aquel duelo donde exigió la muerte de su amigo. Su brazo comenzó a temblar, la reminiscencia trajo culpa y, al final, fue un tercero quien apartó el acero.

Ajeno a las implicaciones de aquella escena, Firo miró a Claire y le pidió silencio con un gesto. Ella asintió y finalmente guardó su espada, sin importarle la sangre que goteaba por la hoja. Mientras, Firo se colocó entre Blake y ella, posando las manos en los hombros de sus compañeros. Bajó la cabeza, susurró unas palabras que escaparon a la comprensión de sus aliados, y se movieron sin dar un paso.

Cuando sus pies volvieron a tocar el suelo, Ángela y Grey estaban frente a ellos.

Las piernas le fallaron y Claire se desplomó. Blake la siguió poco después y Ángela se arrodilló junto a ambos.  

—¿Eso ha sido un portal? —preguntó Claire, la cabeza todavía dándole vueltas.

—Solo un teletransporte rápido —contestó Blake en lugar de Firo. Miró a este último y seguía de pie, inmutable—. Deberías habernos avisado. No estamos acostumbrados a ellos.

—Lo siento —se disculpó Firo, tendiéndole una mano para levantarse. Ángela y Grey ayudaron a Claire—. Pero era lo más rápido para reunirnos.

Una vez en pie, la mano de Claire volvió a deslizarse hacia su espada. Intranquila, vigilando sus alrededores con el vello de la nuca erizado y sangre ajena enfriándose en su ropa. Ángela le frotó el hombro.

—Lo siento —decía, intentando calmarla—. Había mucha niebla y, cuando quisimos darnos cuenta, ya no estabas con nosotros. Blake y Firo retrocedieron para buscarte, pero Grey y yo quedamos rezagados también y…

Un ruido llamó su atención y Claire se giró de un respingo. Los arbustos tras ella estaban quietos, no como su mente. La paranoia bailaba con sus instintos y Ángela le apretó el hombro antes de girarse hacia Firo.

—¿Puedes volver a movernos? Teletranspórtanos a Máline, o al hospital de nuevo. Donde sea, lejos de aquí.

Firo chasqueó la lengua.

—No puedo hacer un teletransporte a tanta distancia y menos con tanta gente. Necesitaría abrir un portal…

—Entonces hazlo —declaró Claire y Firo titubeó en respuesta—. Tienes nuestro méner y estamos en un espacio abierto. Tienes las condiciones…

—No sé si tendremos tiempo —negó él, inexpresivo. Sus iris bailaron de un lado a otro.

—¿Por qué no? En las celdas dijiste ser capaz de crear uno en cuestión de minutos.

—¡En las celdas tenía las runas preparadas! —exclamó—. Al igual que en la sala donde huimos… —volvió a mirar a sus alrededores, su nerviosismo un reflejo del de la propia Claire—. Necesitaría tiempo. Bastante más.

—¿Cuánto? —inquirió Grey—. Porque igual nos renta avanzar con teletransportes cortos para despistar.

—Ni en broma, acabaríamos fatal —saltó Blake—. Yo echaría hasta la primera papilla.

—Y también me cansaría más que hacer un único portal —añadió Firo.

—¡Un momento! —intervino Ángela—. ¡¿Y por qué no dijiste de llegar en portal hasta Máline antes?!

—¡Basta!

El grupo entero enmudeció ante el bramido de Claire. Ella mantuvo el semblante, con tanta concentración como le permitía la angustia del tiempo perdido y el zumbido de la Sombra en su nuca, pidiendo tomar una decisión. La presión le impidió sentirse culpable por el grito.

—No hay tiempo para esto. Ángela, Firo no puede llevarnos a sitios que no conoce a no ser que alguien le indique. Si te damos destino podrás, ¿no?

Firo levantó la mirada y asintió levemente. Una gota de sudor le cruzó la cara, testigo del estado que el joven intentaba esconder, revelando sus motivos para no plantear aquella solución desde el principio.

Aunque hubiera recuperado color, boca y nombre, el mago parecía más débil que cuando vivía en las celdas. Si ya de niño tenía un cuerpo esbelto, de mayor parecía como si se hubiera estirado únicamente a partir de su masa de joven, con la piel pálida y una fragilidad que hacía difícil creer que hubiera aguantado aquel día y medio de caminata.

Su respiración agitada era otro indicativo de ello.

—La cuestión —continuó Claire, sin desviar la mirada de él— es si tendrás suficiente fuerza para crearlo.

Firo abrió la boca cuando los shirizas emergieron de sus alrededores. En un instante, cuatro rostros escamados fijaban sus inertes miradas en el grupo. Blake, Ángela y Grey se volvieron hacia ellos, pero Claire mantuvo la vista en Firo. Miraba a sus enemigos, con tanta determinación como intención de ayudar.

—¡No! —le negó ella, rápidamente—. ¡El portal! ¡Céntrate en ello!

Y se giró sabiendo que aceptaba sus órdenes. Desenvainó y dedicó un gesto a Blake, quien hizo lo mismo. Un destello de sonrisa, un “todo va a salir bien” que transmitió sin necesidad de voz y que llegó hasta Ángela, a su otro lado.

Entonces Claire enfrió su muñeca, movió su hoja y dio inicio al combate.

Cortó el brazo que sostenía el arma del enajenado ante ella, rematándolo con una rápida estocada y con ambas manos en la empuñadura, para reforzar la muñeca mala. A su lado, Blake asestó un golpe devastador con su espadón al siguiente shiriza. El olor de sangre y sudor quedó sometido al hedor de la carne ardiente, las llamas conteniendo unos cuerpos que insistían en avanzar ignorando todo dolor. Grey lograba dispersarlos de vez en cuando con oleadas de viento, dando tiempo a que el fuego se cobrara sus víctimas y que las espadas encontraran un lugar donde acabar con ellos.

Ante todo, la cacofonía de sonidos se imponía entre ellos. Los disparos de Grey y los gritos de sus amigos, los siseos enemigos y el dictado de su Sombra, a veces calmado, otras más exigente.

«Dame el control».

Y, de fondo, el murmullo de las recitaciones de Firo amparadas por los esfuerzos de cuatro Elegides. Una retahíla de términos en un tono monocorde el cual, dadas las circunstancias, era increíble que pudiera mantener durante tanto tiempo. Ni siquiera calló cuando el filo de Claire rozó su cara, clavándose en el hombro del ser que pretendía atacarle por la espalda.

El mago le mantuvo la mirada. Parpadeó con un “gracias” mientras sus labios seguían recitando automáticamente como ajenos a sus emociones. Claire reprendió a Grey y este se disculpó volándole la cabeza al shiriza que dejó pasar en su descuido.

«Dame el control, ¿no ves que casi lo matan?»

Tomó aire, dejando que las exigencias de la Sombra se difuminaran entre sus pensamientos. Vio a Blake alzar su arma con ambas manos y dejarla caer con todo su peso en la cabeza de otro shiriza. Se preguntó si sería la primera vez que mataba a alguien, o si lo habría experimentado ya en la batalla del Consejo. Sea como fuere, la supervivencia se antepuso a la culpa, teniendo que volverse para detener la embestida de un segundo enajenado. Claire ralentizó su avance con hielo y Blake pudo eliminarlo, sin tiempo de piedad.

Los remordimientos de Ángela, expresados en confidencia con sus amigos, tampoco brotaron mientras jadeaba entre llamas y sangre. Los cuerpos ardientes desaparecían antes de que sus vidas se volatilizaran, tal vez para evitar que el calor dañara sus talismanes. No quedaba ni sangre de ellos, por lo que el rojo de Ángela procedía de sus propias heridas. Compartía su flanco con Grey y, aunque sus corrientes de viento apartaban a los enemigos, no lograban la protección del resto. El tirador se exponía dejando que las espadas lo atravesaran para rematar a quemarropa, pero guardándose de la magia de su compañera. Los shirizas aprovechaban aquella separación para centrarse en la muchacha y, a pesar de que les Elegides reaccionaban rápido, algún filo llegaba a arañarla.

Claire veía los errores de sus compañeros y la Sombra asintió con medida desaprobación. Ambas sabían que no durarían mucho más así.

«Dame el control —le repitió una última vez—. Ves la incompetencia que te rodea, fruto del pánico y la inexperiencia. Yo no tengo de eso, ya te lo he demostrado. Si queréis salir con vida no bastará con que obedezcas».

«Deberás hacerme tu voluntad. Dame el control de tu ser… ¿o prefieres que tu incompetencia mate a tus amigos?»

El ruido a su alrededor, los ataques frenéticos y la exigencia de su interior terminaron sobrepasándola. Su voluntad quedó sorda ante el estruendo y Claire aceptó por tal de callar una parte de aquel infierno. La Sombra sonrió en su interior y tomó sus venas, huesos y nervios como si se trataran de hilos y piezas. La movió a su voluntad y Claire se dejó llevar por sus órdenes, ahora más naturales, más cercanas, que extendió a sus compañeros.

—¡Blake! ¡Cámbiame el sitio, necesito que ayudes a Ángela! —gritó su voz, movida por la Sombra.

Blake bloqueó un ataque antes de responder:

—¡De acuerdo! ¡Cúbreme un momento!

Claire cubrió de hielo a su rival y el mestizo pudo intercambiar posiciones. Ángela le dedicó un gesto de agradecimiento mientras le depositaba una mano en el hombro, la Sanación fluyendo. Grey los cubrió desde un lado, pero Claire tenía otros planes.

—¡Grey, te necesito arriba, echa a volar! ¡Así no tienes que esquivar a Ángela!

—¡Será un placer!

—Y el resto, centraos en rodear a Firo.

Con Ángela cubierta con Grey desde las alturas, pudo canalizar las llamas con mayor soltura. A distancia, hacía buen equipo con el tirador, sus ráfagas impulsando el fuego y creando un muro que pocos shirizas atravesaban. Los pocos que llegaban acudían devorados por el calor, sus músculos dañados de tal forma que Claire y Blake podían despacharlos con facilidad.

Tal vez por eso se confiaron. No esperaban que aparecieran dos enemigos más de la nada, mientras sus compañeros magos contenían el ardiente muro. Los espadachines estaban en duelo a uno contra dos de los shirizas cuando los dos nuevos llegaron y se lanzaron directamente hacia Blake.

Este, sorprendido por la aparición, apenas tuvo tiempo de bloquear los dos ataques en vertical con su espadón en horizontal, levantándolo sobre su cabeza. Tuvo que arrodillarse incluso para el golpe, dejando una apertura en su pecho.

Claire gritó su nombre y la espada del tercer shiriza reclamó el corazón de su amigo.

Ángela se volvió, Grey sorbió sangre por la nariz y los duelistas vieron cómo los tres shirizas eran detenidos. Por un momento, Claire pensó en agradecer a su Sombra. Creyó que el tiempo se había detenido una vez más, pero el color seguía en fuego y hierba.

Los cuerpos de todos los enajenados a su alrededor estaban rodeados por cientos de hilos negros. Atravesaban y emergían de su piel escamada, dejándolos vivir con respiración encogida, retorciéndolos hasta que soltaron las armas.

La voz de Firo volvió a escucharse tras ellos y las espinas desaparecieron acompañadas de un gesto de sus manos. Sus víctimas se desplomaron, agonizando unos segundos antes de desaparecer. Todavía respiraban a pesar del brutal ataque.

Grey dijo algo y Ángela levantó el muro de fuego. Claire no escuchó su conversación pues sus ojos se volvieron hacia Firo, como si así pudiera encontrar la voz que marcó el ritmo de batalla.

Pero aquella última recitación había puesto el punto final a sus versos. Las espinas, aquellas que ya empleó una vez contra Kasshere en su huida, se habían cobrado su concentración. Desolado, el joven miró sus manos como si la culpa residiera en ellas y no en el shiriza, en la propia Claire… No, su Sombra, que recogía el castigo:

«Debería haberle cubierto mejor».

El control se rompió y Claire tomó una bocanada de aire al notar el regreso de su propia voluntad. Blake, tras echar un vistazo a su alrededor, se centró en Firo y apartó sus manos temblorosas para cogerlo de los hombros.

—Está bien, está bien. Me has salvado. Gracias.

—No, no lo he hecho —negó, evitando mirar a Blake—. Solo te he salvado para luego condenarnos.

Con el portal quebrado antes de nacer, no tenían escapatoria. Las hordas volvieron, esta vez manteniendo la distancia. Sus pasos sincronizados permitían un silencio sepulcral entre avances, formando filas alrededor de les Elegides y el mago que fue prisionero.

Intentaron retroceder, pero sus atacantes les esperaban a sus espaldas. Algunos se acercaron e hicieron desaparecer los restos calcinados de quienes fueron camaradas, sus talismanes probablemente inservibles tras el fuego. Claire entendió que así hicieron con las víctimas de Ángela en el lago.

Esta pretendió atacar, pero Grey le puso una mano en el hombro. Era una locura luchar contra tantos, ambos lo sabían, y el tirador no era el único que había empezado a sangrar por la nariz por el esfuerzo. Tal vez las manchas en la ropa de Ángela no fueran solo por heridas.

Aun así, Claire intentaba buscar una salida, una que la Sombra había dejado atrás en condenatorio silencio. ¿Podría Grey elevarlos a todos o desfallecería por el esfuerzo? ¿Podría Firo crear un teletransporte rápido, algo que les diera un tiempo para escapar?

Pero los segundos pasaban, el sudor, la sangre y el cansancio hacían estragos en sus compañeros y su Sombra permanecía callada. Tal vez incluso ella estaba demasiado cansada para detenerlo todo.

Entonces los shirizas se desplazaron. Abrieron un camino en su centro y por ella cruzó una armadura verde. El metal tintineaba con cada uno de sus pasos, en el choque de la espada enfundada contra las grebas. Armada y con la visera del yelmo, a primera vista alguien podría pensar que iba a luchar, pero la capa a sus hombros, el bonito decorado de las placas y los rizos dorados escapando bajo el casco denotaban que era una vestimenta de estatus y no de batalla.

—La Reina… —murmuró Claire, y se giró para ver a Firo.

El cansancio nublaba su expresión, aún jadeaba por el esfuerzo de las recitaciones y, sin embargo, no sangraba como sus otros compañeros magos. El suyo era un agotamiento diferente que por fin había hecho mella en la máscara que guardaba sus emociones. Apretó los puños temblorosos y por ellos se escapó la furia… y el miedo.

La Reina se detuvo a un metro de Blake y la propia Claire. Firo quedó entre ellos, rezagado por unos pasos como sus otros compañeros.

—Te dije que volveríamos a vernos pronto, Delayer —le dijo, con la visera apuntándolo—. Tu condena no ha terminado y tu valor reclama tu regreso. Acompáñame, sabiendo que tu resistencia costará la vida de tus aliados.

Claire tragó saliva. La voz de la Reina no tembló ni un momento. Su sentencia no era una propuesta ni una orden, su amenaza residía en sus palabras y se ausentaba en el tono. Kasshere Zasjara habló constatando un hecho: que quien fue el Sin Nombre volvería a su celda y no había forma de evitar tal destino.

Y Claire no podía aceptarlo. Ni siquiera se atrevió a mirar al reclamado, pues se negaba a que aquella fuera la última vez que lo viera. Por fin había dado con la razón de sus sueños, con una conexión con su pasado y el presente. Un suspiro entre la calamidad que se anunciaba con la Marca en su piel.

No iba a permitirlo. Claire dio un paso al frente, su postura reflejando la solemnidad de la Reina como si así ella también pudiera evitar la sentencia, eludir al destino que la Monarca anunciaba. De todas formas, su viaje ya tenía un objetivo similar.

—No permitiré que te lo lleves. No volverá a vivir solo en una celda, ¡nunca más!

Desenvainó y sintió cómo la Sombra en su interior sonreía, haciendo eco de sus propias palabras. Blake avanzó a su lado y también Ángela se deslizó junto a ella, con Grey algo más rezagado. Reconfortada, solo la mención de su nombre rompió su ilusión. Firo la miraba con su lamento cargado en aquel susurro.

Una carcajada reclamó la atención del grupo, un eco metálico que escapó por el yelmo y se liberó cuando la Reina bajó la boquilla.

—Conocía a Claire, pero parece que has hecho más amigos en el poco tiempo que llevas fuera —bajo la sombra del yelmo, sus dientes brillaron afilados—. Me veo en el deber de halagar tu buen gusto, pues el Consejo también los tiene en alta estima.

Un escalofrío subió por la espalda de Claire. La Marca le picó sin motivo físico y, cuando la Reina fijó la vista en ella, sintió como si pudiera ver sus letras a través de la ropa.

—No te preocupes, lo de la celda es algo provisional. Me he dado cuenta de que tiene aptitudes para algo más.

—¿Qué quieres decir…? —murmuró Claire, siguiendo su mirada.

Firo estaba pálido como la cera. Kasshere volvió a sonreír al ver su expresión.

—Así que eres capaz de mostrar emociones.

Como también hizo con aquel grito. Claire escuchó un silbido metálico y, antes de darse cuenta, notó el metal en su cuello. Trató de esquivar, de girarse, pero la Reina la agarró de un brazo atrayéndola hacia así. Fue un movimiento rápido, más veloz que el de sus huestes y, en un instante, Claire estaba inmovilizada.

Blake y Ángela hicieron eco del grito de Firo, incluso Grey dio un salto al frente. El mestizo llevó las manos a la empuñadura de su espada deteniéndose solo cuando Kasshere volvió a hablar:

—Usa ese ridículo trozo de metal tuyo y la mataré. Bien sabéis que no os tengo tanto aprecio como el Consejo.

Como afianzando sus palabras, pegó aún más su espada al cuello de Claire, liberando un hilo de sangre. El rojo se derramó por sus branquias, cerradas en una estrecha línea apenas visible. El arma era amenaza más que presa, pues su otra garra la retenía con sobrada fuerza. Blake bajó el arma sin ocultar su frustración y Claire, con la misma expresión, llamó a su magia.

No obstante, el hielo no apareció. Daba igual cuanto esfuerzo pusiera en llamarlo, el contacto con aquella mujer parecía impedir que el méner se convirtiera en magia. Su vista empezó a nublarse por el inútil intento. La Sombra en su interior se revolvió, pero sus palabras no alcanzaron su conciencia. Sus murmullos callaron cuando la Reina giró el rostro de Claire hacia su visera. Sus ojos se reflejaban en el yelmo, incapaces de llegar a los de su captora en un intercambio desigual. La estaba observando, aunque no sintió su presencia en su mente.

—Tal vez me haya apresurado con mi rechazo —pronunció, antes de volverse hacia el grupo, hacia Firo—. Si tú no vienes, me servirá como un buen sujeto de pruebas. Es más, podría sustituirte si llegáramos a tal extremo, aunque ninguno de los dos queremos eso, ¿no?

Con puños temblorosos y uñas clavándose en sus palmas, Firo avanzó entre Ángela y Blake. El temor de sus manos no se reflejó en su voz, firme como su expresión:

—No dejaré que la conviertas en uno de los tuyos.

El corazón de Claire dio un vuelco. Con la Sombra recluida, sin idea alguna para salvarse, su mente recordó a los shirizas bajo la lluvia, sus pasos al unísono y su avance ignorante de dolor. Recordó los ojos verdes del dueño de su espada robada, sus garras escamadas agarrándola antes de soltarla a las aguas oscuras. Aquella mujer quería despojarle de su voluntad y convertirla en uno más de los monstruos que la acompañaban, e intuía que sería buena para ello. ¿Por qué?

¿Por qué a ella? ¿Sabría que ya seguía las órdenes de su Sombra? ¿O había algo más que escapaba de su conocimiento? Algo que quedaba oculto como la mirada de la Reina y los pensamientos de Firo.

—Entonces ya sabes lo que debes hacer —continuó la Soberana—. Esta chica no es nada comparada con lo que ayudarías a mi causa. Te prefiero a ti, y será mejor para todos si te entregas voluntariamente.

Firo soltó aire lentamente. Miró a Claire y esta negó con los labios, temiendo ya su respuesta.

—Si voy contigo, ¿qué sucederá con mis compañeros?

—Doy mi palabra como Reina de que no les haré nada.

—No basta. Júralo por la espada que portas en tus manos.

Claire frunció el ceño, confundida. Era una estupidez hacerle prometer nada. ¿Por qué alguien que había arrebatado cientos de vidas cumpliría ahora su palabra? Sin embargo, al levantar la mirada hacia su captora vio como su confiada sonrisa había desaparecido. Sus amigos tampoco parecían comprender aquella jugada y, pese a aquella ligera vacilación, Kasshere cedió:

—Lo juro por la Escama del Sol, la sagrada espada que porto en mis manos. Juro que no haré daño a ninguno de tus aliados y los dejaré marchar a cambio de tu entrega voluntaria.

Firo no desvió la mirada de la Reina durante su juramento ni en el pesado silencio que se hizo después. Con su rostro sellado y sereno de nuevo, obligándose a ello de alguna forma que Claire no comprendía todavía, supo que su análisis terminó cuando dio el primer paso. Rompiendo la tensa quietud del encuentro, el liberado caminó para volver a ser preso.

Solo cuando se detuvo frente a ella sintió el agarre de la Reina aflojarse. Su mente exigió hacer algo, agarrar a Firo y salir corriendo, aunque supiera que estaban rodeados. Pero su racionalidad se impuso cuando vio sonreír a Firo con tristeza. Recordó donde estaban, las armas que les apuntaban, todo por aquella mirada que parecía evocar el mantra de Blake:

Todo va a salir bien.

«Debe tener algún plan —pensó Claire, en un intento por excusar sus acciones—. Tal vez vaya a teletransportarse en el último momento como hizo la última vez. Tiene que ser eso».

Una parte de ella se admitió que la Reina no volvería a caer en aquel truco. Levantó la espada de su cuello y pasó a apuntar al de Firo. Aún con las piernas rígidas, Claire logró moverse y regresar junto a sus compañeros. Ángela rodeó su brazo, como temiendo que volviera a marchar, y Grey aguardaba tras ellos. Su sangre difuminaba un aturdimiento que Claire sintió diferente al de sus amigos.

Esta vez, la reina no usó sus garras para apresar a Firo, quien permanecía inmóvil con la espada en el cuello. Sus labios pronunciaron unos versos que invocaron unas gruesas cuerdas oscuras sobre la tierra. Estas reptaron como serpientes, trepando por las piernas de Firo sin que este hiciera nada para apartarse.

Y entonces, Claire lo comprendió. Firo no pensaba escapar, si no cumplir su pacto. Se quedaría atrás como hizo al salvar a Carine, como Kasshere pensaba que haría con Claire en la fortaleza, pues al parecer ya se sacrificó por ella en un tiempo anterior a su memoria.

Un patrón de comportamiento que la Reina conocía, aprovechándolo al jugar con las vidas de sus amigos… O, al menos, ese era el trato.

Las mismas cuerdas que trepaban por el cuerpo de Firo se dividieron como zarzas, lanzándose hacia el resto del grupo. Ángela la soltó y retrocedió con un grito, pero Blake y Claire no tuvieron tanta suerte y sus pies quedaron atrapados, haciéndoles tropezar.

Los shirizas que les rodeaban se acercaron y escucharon una segunda caída a sus espaldas. Claire movió la mano hacia su espada y una cuerda aprovechó el gesto para retenerla, pegándola a su cuerpo. Una segunda masa negra cubrió su empuñadura y la de Blake, terminando de derribar al muchacho.

Incapaz de girarse, Claire vio como Firo forcejeaba con su propia presa, más avanzada que la de sus compañeros.

—¡Me prometiste que no los capturarías! —le gritó a la Reina, con tanto asombro como odio en su voz—. ¡Diste tu palabra sobre…!

Una venda negra tapó su boca. Se revolvió, sorprendido por cuanto habían crecido sus ataduras en tan poco tiempo, pero solo logró caer de rodillas.

Con la gracia de la victoria, la Soberana se arrodilló frente a él y levantó su cabeza tirando del flequillo escarlata, obligándole a mirar sus ojos cubiertos por el yelmo.

—Las palabras son solo palabras, no tienen valor en el mundo real —soltó el mechón y lo apartó de los ojos de Firo. El odio había consumido la incredulidad y no tenía razón para ocultarla—. Qué ojos tan hermosos, realmente te sienta bien ese color, ¿no crees?

Una segunda venda terminó de cubrir su rostro y Firo cayó al suelo. Las ataduras lo arrastraron hacia el bosque, con la Reina y su séquito siguiéndoles en sincronizada marcha.

Los shirizas les abandonaban y Claire notaba que las cuerdas que la apresaban querían arrastrarla con ellos, tirando de su cuerpo a medio ocultar. Escuchó un segundo grito tras ella, ahogado a duras penas, y se estremeció al reconocer la voz de Ángela.

—Ya está, ya está. No hagas ruido.

Forcejeó para volverse hacia la voz de Grey, pero no hizo falta porque sus compañeros aparecieron ante su campo de visión, con Ángela aferrada al tirador y los dos flotando un par de centímetros sobre el suelo. Las cuerdas hicieron amago de lanzarse hacia ellos, rozando sus siluetas como si de viento se tratara.

Ángela ahogó otro grito y Grey contuvo una mueca.

—Aunque no sean méner puro, están cargadísimas de magia —logró decir, aún dolorido—. Duele muchísimo. No voy a poder liberaros sin mataros en el proceso.

Claire procesó aquellas palabras.

—Entonces marchad vosotros —se adelantó Blake, casi consumido ya.

—No, ¡no lo haremos! —exclamó Ángela, con la voz rota. Las lágrimas chispearon en sus ojos y el fuego en sus dedos—. No voy a dejar que os capturen, ¡si vosotros caéis, yo también!

Grey le tomó del brazo con suavidad, bajando el fuego que se formaba en su piel. Sorbió sangre por la nariz antes de decir.

—Con todo mi cariño, Angi, pero el fuego no nos sacará de esta. A no ser que quieras recuperar a tus amigos calcinados.

Ángela tragó saliva y las lágrimas afloraron, sabiendo bien que no tenía forma de hacer nada. Las zarzas tiraron y Blake empezó a moverse hacia el bosque. Claire notaba el tirón de seguirle… Y el rumor de unos pasos que volvían.

Claire vio a los shirizas regresar y gritó una última petición:

—¡Ángela! ¡Vete con Grey, por favor! Poneos a salvo y llamad al Consejo, solo así podrás salvarnos —su amiga se giró hacia los shirizas y Grey aprovechó para arrastrarla consigo—. ¡Por favor! ¡Te prometo que volveremos a vernos!

Los shirizas aceleraron y Ángela le dedicó una última mirada vidriosa mientras se aferraba a Grey. El chico miró a Claire a los ojos.

Aquel arrepentimiento acerado se clavó en sus pupilas, tan sincero que resultaba doloroso, tan fugaz que creyó haberlo imaginado. Un instante después, Grey miró al frente y aceleró en el aire como un cometa, atravesando árboles con Ángela pegada a él.

Los shirizas marcharon tras ellos ignorando a los dos jóvenes que ya fueron capturados. Sus siluetas fueron lo último que Claire vio, pero en su retina permaneció aquel lamento plateado.



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