Escondite
¿Cuánto tiempo llevaba dormida?
Yacía
encerrada como una oruga que espera el cambio en su crisálida, temiendo un
destino que el insecto aceptaba y ella rechazaba. Pues aquella oscuridad se parecía
más a la seda con la que una araña envolvería su presa, esperando el momento
para dar el primer bocado.
Sentía su
cuerpo encajado en aquellas ataduras, sedado mientras su mente flotaba en una
bruma negra. Una parte de ella, la que aún la ataba con su carne, le pedía
dejarse llevar en el consuelo del vacío y la niebla blanca, una nada
pacificadora como la que usó para definir los años más allá de su memoria.
Pero la niebla
donde flotaba era negra y no clara, más parecida a la de sus pesadillas. Esperó
ver aparecer a su Sombra para su habitual hostigamiento, pero su presencia
venía de todas partes y de ninguna a la vez.
Tiempo atrás,
encontrarse en aquel mar de sombras la habría inquietado. Habría entrado en
guardia esperando el acoso de su Otra Voz con sus crípticas acusaciones, temiendo
las garras que se lanzarían contra ella. Sin embargo, aunque el rencor todavía ardía
en su pecho, agradecía tener una presencia que la acompañara en aquella
solitaria condena.
Sabía que
jamás estaría sola. Mientras hubiera sol que proyectara negrura a sus pies,
mientras su corazón siguiera latiendo, su Sombra viviría con ella… y cuando su
conciencia quebrara, tal vez morirían juntas.
La oscuridad
no se materializó. No dio muestras de leer el conflicto entre alivio y pesar
que creaba en su corazón. Claire solo notó una ligera compresión de aquel
espacio, como un parpadeo que permitió la llegada de otra voz:
—…esto no
debería estar pasando. Es mi culpa, y por ello no debería… Eres más libre que
yo, siempre lo fuiste. Ella no te necesita… No sé por qué.
«Tú puedes
escapar. Sálvanos».
La voz desapareció
y se llevó la niebla. Volvió a sentir su mente encerrada en su carne, atrapada
a su vez en una negrura distinta. Su tacto era húmedo y frío, y entre sus
grietas veía la luz del exterior.
En algún momento,
las ataduras se aflojaron tanto que le permitieron moverse y terminar de
separarlas por su propia mano. Los hilos de sombra se extendían por la que fue
su red, más oscuros que ella, afilados al contacto.
—Gracias
—murmuró Claire a la Sombra a sus pies.
Los hilos se
desvanecieron, agotados.
«La Reina solo
te capturó a ti».
Y silencio.
Claire dejó descansar a su otra parte mientras terminaba de retirar las cuerdas,
ayudándose de la espada. Por sus cortes manaba un gel que se secaba rápidamente
en contacto con su piel, adormeciéndola.
Comprendió que
las ataduras no solo limitaban su movimiento, pues el moco tenía un efecto
sedante que todavía afectaba a sus sentidos. También inhibía la magia, como
comprobó al intentar crear hielo sobre él. La Sombra debía haberlo evitado
porque no tenía un cuerpo físico, ¿no? ¿O sus palabras implicaban algo más?
No recibió más
explicación.
Con la Sombra
exhausta y la muñeca dolorida, Claire comprendió que debía confiar en su hielo
como arma principal, aun a riesgo de repetir su experiencia de las mazmorras. Tras
comprobar que la mochila seguía a su espalda (menos mal), echó un vistazo al
cielo. La niebla había amainado, podía ver el ocaso acercándose. ¿Cuánto
llevaba dormida?
¿Cuánto llevaban Blake y Firo atrapados?
Se levantó, luchando contra el cansancio que intentaba apoderarse de su mirada. Respiró hondo y se internó en el bosque con pasos temblorosos que pretendían ser firmes.
La comunicación con Claire había terminado demasiado pronto.
Intentó conectarse inspirado por las visitas oníricas de su hermana, animado por la Telepatía que había sido su voz tantos años, pero parecía que aún le quedaba tiempo para dominar aquella destreza en situaciones de riesgo.
Debería estudiar aquel fenómeno una vez se liberara, pero su cuerpo no obedecía a sus órdenes. Había límites en lo que su voluntad podía mandar sobre la analgesia de su prisión. No le quedaba más remedio que esperar. Al menos, todavía conservaba la consciencia, que empleaba para lamentarse por sus decisiones.
No obstante, no pasó por alto aquella sensación extraña que notaba a veces en las celdas y que le hacía sentirse observado, aún en soledad. Una que asoció a la presencia de Claire en su reencuentro, similar a su propia esencia. Aquel distintivo rastro le había guiado hasta su hermana, permitiéndole contactar con ella.
Debería estudiar aquel fenómeno una vez se liberara, pero su cuerpo no obedecía a sus órdenes. Había límites en lo que su voluntad podía mandar sobre la analgesia de su prisión. No le quedaba más remedio que esperar. Al menos, todavía conservaba la consciencia, que empleaba para lamentarse por sus decisiones.
Cuando vivía en las celdas, Carine le traía cientos de libros para leer en su compañía. La temática era variada: historias de ficción y relatos del pasado, pesadas enciclopedias, libros de texto sobre magia e incluso tomos de anatomía, los favoritos de Carine.
Entre tanta información, llegó a conocer la historia de Zes’Haris, el llamado Reino Shiriza. Sus majestades fueron gente noble y leal a sus súbditos, de ahí que su población fuera de las más monárquicas del Bando Mágico. Sin embargo, Kasshere Zasjara carecía de la bondad que debería haber heredado de sus predecesores.
Siempre que se nombraba un nuevo monarca este juraba sobre la Escama del Sol, símbolo de su monarquía. La hoja estaba encantada de tal forma que se enlazaba con su nuevo propietario y lo sometía a un voto de pureza ante el pueblo: No podía mentir sobre su filo.
«“Las palabras son solo palabras, no tienen valor en el mundo real” —se repitió a sí mismo, repasando una vez más aquella historia. Irónicamente, recordó que Kasshere fue una Recitadora de renombre—. ¿Qué sentido tiene esa frase?»
—Ninguno. Una Recitadora jamás despreciaría las letras.
La voz de Kasshere apagó sus pensamientos.
El manotazo de Ángela fue más fuerte
de lo que ella había calculado. Grey soltó su mano, virando en el vuelo a
través de los árboles. Salió despedida y el tirador, agotado y desequilibrado
como estaba tras el viaje, acabó rodando encima de ella. Mochilas y armas
salieron desperdigadas por la hierba. Boca abajo como estaba, Ángela no vio qué
golpeó su cabeza.
Cuando recuperó el sentido, se encontró con Grey chispeando de pánico.
—¡Mira quién despierta! ¿Se puede saber qué estabas haciendo? —le gritó. Aún tenía la mejilla enrojecida, no debía haber pasado mucho tiempo—. ¡¿Sabes lo que podría pasar si desactivo Inalcanzable mientras atravesamos algo?! ¡¿Lo sabes?!
Ángela gruñó mientras se levantaba de la hierba. Aunque seguía dolorida por el golpe, transformó su frustración en ímpetu para acercarse a Grey.
—¡Me da igual lo que pueda pasar! ¡No sé por qué sigues huyendo! ¡Mírate! —le espetó, señalándolo con ambas manos—. Estás sangrando por la nariz y apenas te tienes en pie. Los despistamos en aquel agujero hace cinco minutos y tú te empeñaste en seguir huyendo… ¡¿Por cuánto tiempo?!
—¡Este bosque es de la Reina ahora! —contestó él, apurado—. Tenía que llevarnos lo más lejos posible o…
—Bastaba con escondernos y pedir ayuda, como dijo Claire… —Grey abrió la boca para replicar, pero Ángela lo cortó con un gesto—. ¡El comunicador! ¿Dónde…?
Grey señaló a su lado sin mirarla. La mochila de Ángela estaba abierta por completo y, entre los suministros desperdigados, se encontraban los restos del aparato.
—No, ¡maldita sea!
Dio una patada a la basura mecánica, ya sin importarle hacer ruido. Si tras el aterrizaje no les habían encontrado, tardarían en hacerlo. Además, Grey no parecía capaz de seguir volando.
Se giró hacia él. El chico estaba cabizbajo, sudoroso y con el aliento pesado. Un par de gotas rojas cayeron de su nariz al suelo. El enfrentamiento shiriza ya le provocó una hemorragia, pero la adrenalina por huir habría ganado a su fatiga.
Ángela dio un largo suspiro antes de ayudarle a sentarse en el suelo.
—Oye, perdón por la bofetada —le dijo en voz baja—. No parecías escucharme, estabas como en trance y fue la única forma que se me ocurrió de pararte.
Grey asintió, en silencio. Aceptó su pañuelo y Ángela marchó a recoger su bastón y enseres. Estaba anocheciendo, y el sutil brillo de su baliza titilaba en su muñeca. Ángela se quedó mirándolo unos instantes antes de cerrar su mochila y regresar junto a Grey. Había vuelto a levantarse para arreglar su equipaje.
—¿Te encuentras bien para seguir andando?
Grey asintió. Se había limpiado la cara toscamente.
—Sí, lo que estoy es demasiado cansado para volar —suspiró—. No quedaba mucho hasta Máline, ¿no?
—No tiene sentido ir sin Blake ni Claire —le cortó Ángela—. Vamos a volver a por ellos.
El otro Elegido parpadeó, completamente sorprendido.
—¿Qué estás diciendo?
—No voy a poner un pie en nuestro pueblo sin mis amigos, Grey. Andando.
—¿Estás loca? ¡Acabamos de escapar del peligro…! No, ¡seguimos en peligro con cada segundo que pasemos en el bosque! Nuestra mejor opción es tocar pueblo y pedir ayuda.
—¡Para cuando lleguemos será demasiado tarde! —contestó Ángela—. Con el comunicador teníamos alguna esperanza, pero si tenemos que esperar a Máline para dar la alerta... Ya has oído que la Reina no tiene miedo de matarnos.
—Tiene que ser un farol, les Elegides siempre son más valiosos con vida —Ángela abrió la boca, pero Grey se adelantó—: Y más si puede convertirlos en los suyos.
—¡Pues tampoco quiero adelantar las cosas en ese aspecto! —Grey hizo una mueca que escondió tras su manga, y Ángela se cruzó de brazos—. Ya no es solo por nuestra amistad, ¡es que les cuatro somos Elegides! Quiera matarlos o no, debemos permanecer juntes. A salvo. ¡Y si también quiere a Firo no deberíamos permitírselo!
—¿Y qué piensas hacer para rescatarles? No tenemos forma de seguir a la Reina y seguro que ya ha guardado a sus precioses Elegides a buen recaudo, como hace con sus puñeteros soldaditos.
La sonrisa de Ángela arrancó un parpadeo a Grey. Con un gesto cargado de suficiencia, levantó el brazo derecho. La baliza de su muñeca titilaba en la oscuridad.
—Veo que no prestaste atención a mis explicaciones sobre los suministros. Pulsa tu baliza, venga.
La expresión contrariada de Grey rápidamente cambió a urgencia. Su dedo se disparó hacia su propia baliza, viendo como cuatro luces sustituían el foco inicial. Ángela hizo lo mismo.
—Ahí lo tienes, las cuatro luces de les Elegides siguen brillando. Las nuestras más brillantes, cercanas. Las de Blake y Claire distantes, pero iluminadas igualmente —volvió a tocar la baliza y su punto y el de Grey recuperaron protagonismo—. No tengo ni idea de por qué la Reina no se los ha llevado y tampoco me importa. Solo sé que hay esperanza.
Grey bajó la cabeza y fue en ese momento cuando Ángela advirtió que estaba temblando. Aún tenía restos de sangre seca en el labio.
—¿Tanto miedo te dan los shirizas? —le preguntó.
—Sí.
Aunque preguntó con tono suave, su intención fue quitarle hierro al asunto. Conocía ya un poco al chico y compartían su sentido del humor. Por ello, le sorprendió su respuesta con voz trémula, sin mirarla siquiera. Sabía que no obtendría más información de él y que tampoco solucionaría su situación insistiendo.
—Y tú también deberías estar asustada —siguió él, sin embargo—. Estas luces solo indican que siguen buscándonos, que van a tendernos una trampa. Tal vez ni siquiera quede algo de ellos cuando los encontremos.
Ángela entrecerró los ojos, comprendiendo las implicaciones de aquella posibilidad.
—Tenemos formas de huir, lo hemos hecho antes. Se te da bien esconderte, a pesar de ser un poco bocazas —Grey apenas dio señal de caer en su provocación—. Además, tienes formas de herir a alguien sin matar, ¿verdad? He revisado las listas de suministros.
Tras un suspiro, Grey abrió su chaqueta y le dio la razón al descubrir las hileras de bolsillos que recubrían su interior. De ellas extrajo hasta cuatro cajetillas de balas, algunas inventariadas por el Consejo, otras más viejas y garabateadas en caracteres de un idioma incomprensible para la Elegida. Al volver a cerrar su abrigo, Ángela se preguntó cómo le cabían tantas cosas ahí.
—Tengo tranquilizantes, sedantes y aturdidoras —dijo, levantando cada caja—. En forma de bala y sello encantado, para aplicar al revólver las balas de aire que creo. Pero, ¿sabes una cosa? —abrió las manos y las cajas cayeron al suelo—. No nos servirá de nada ante un grupo grande como el de antes.
Ángela miró las balas rodar sobre tierra.
—Podemos repetir la jugada —intentó ella—: rehacer el camino, escondernos bajo tierra con Intangible…
—…Pero yendo despacio, esperando a recuperar fuerzas ya no solo por mí, si no también por ti —Ángela levantó la cabeza—. Si encontramos a nuestros amigos, mis balas no serán las que les libren del trance, ¿sabes? Eso es lo que has estado pensando, ¿no?
Ángela chasqueó la lengua.
—No tengo mucha fe en mi Sanación. Tal vez pueda aliviarles la maldición, mantenerlos estables hasta dar con ayuda… —Ángela negó con la cabeza—. Pero si tan poderosa es Kasshere, no podré curarles sola si llegamos tarde.
»Por eso debemos darnos prisa. Y confiar en ellos. Sobre todo, confiar en ellos.
A pesar de la creciente penumbra del
anochecer, la niebla comenzaba a despejarse. La luna creciente salía de su
letargo y Claire, ayudada por ella y su baliza, no tardó en encontrar otro saco
negro lo suficientemente grande como para contener a alguien.
Se trataba de Blake, pues su baliza parpadeaba confirmando su identidad. Con Firo lo tendrían más difícil ya que se quedó sin una.
Desenvainó su espada y contuvo el quejido de su muñeca. Seguía aplicándose hielo para bajar la inflamación, pero bien sabía que estaba lejos de obrar milagros.
La dejó descansar utilizando la mano izquierda para rasgar las cuerdas. Rápido, aunque con cautela, para evitar dañar a su cautivo. Parecían cortarse con más facilidad que las suyas.
Una conocida maraña de cabello castaño se hizo visible tras las primeras rasgaduras, alentando a Claire a seguir hasta poder retirar con sus manos las vides restantes.
Sin embargo, se apartó al notar algo pegajoso en su piel. En la penumbra, no había visto bien aquel fluido oscuro que salía de las cuerdas rotas. Las suyas no tuvieron una mucosa tan oscura.
Con asco, vio como la baba se absorbía rápidamente en su piel y la de Blake, teniendo que limpiarse con el pantalón. Sacudió la cabeza, inspiró logro y así logró centrarse para descubrir el rostro de su amigo.
Tenía los ojos cerrados cual durmiente, tranquilo e ignorante de su estado, como cuando se desmayó en el tren. Con cariño, llevó una mano a su mejilla y la apartó casi al instante. Un tacto extraño la hizo revolverse. Era como si tuviera…
—Escamas —murmuró, y la sorpresa dio paso al entendimiento.
Recogió la espada y terminó de liberar el cuerpo, arma y pertenencias de su amigo, arrastrándolo lejos de red y el fluido que emitía. Ella, sin embargo, regresó para aplicarse una capa densa en el antebrazo y comprobar así su teoría.
El fluido se absorbió rápido, dejando un tacto apergaminado en su piel y confirmando sus sospechas. Aquel líquido debía ser lo que provocaba el cambio, lo que suministraba el embrujo. Ignoraba por qué sus cuerdas no lo llegaron a producir, pero Blake quedó a su merced y ahora unas tenues escamas cubrían sus mejillas, cuello y dorso de las manos. Incluso sus dedos estaban ligeramente alargados, con las uñas endurecidas.
Y seguía sin despertar. Lo llamó y agitó por los hombros, aliviada por notar movimiento tras sus párpados. ¿Estaría soñando?
No tenían tiempo para ello, no en aquel bosque lleno de enemigos. Tocaría despertarlo con un método más brusco.
Le dio un tortazo en la mejilla.
Y Blake abrió los ojos.
Claire se retiró asustada, pero él tardó en buscarla. Primero parpadeó despacio, llevándose una mano a la cabeza y después, a la mejilla dolorida. Luego se sentó, mirando aturdido a su alrededor, hasta terminar centrando la vista en Claire. Ella había estado observando aquella secuencia apartada, con espada todavía en mano.
—¿Claire? ¿Eres tú? —preguntó, rascándose la cabeza con una mueca—. ¿Qué narices tengo en el pelo y…?
Rascó su mejilla, pero las escamas no se iban, solo logró enrojecerlas a la luz de las balizas. Claire se acercó para detener su mano y mirar bien sus ojos. Eran castaños con las pupilas redondas, como siempre lo habían sido.
—¿Claire? ¿Qué ha ocurrido?
Ella sacudió la cabeza. Debía haberlo imaginado.
—Me aseguraba de que no estabas poseído. Las cuerdas son las que proporcionan el embrujo, enajenación, lo que sea eso. He podido despertarte antes de que el cambio fuera a más. Lamento el tortazo.
—Está bien. Si recurriste a ello es que no tenías otra forma… aunque, jolín, ¡qué fuerza tienes! —se frotó la mejilla una última vez, haciendo desaparecer la rojez. Después bajó la vista hacia sus dedos, haciéndolos crujir al estirarlos—. Me zumba la cabeza por los restos de magia, aunque no parece que haya cambiado mucho más de lo que ves.
Volvió a mirar a Claire y esta le respondió con una mueca de angustia.
—Firo cayó antes que nosotros —dijo.
Blake asintió.
—Debemos darnos prisa.
Se levantó, recolocó su mochila y le tendió la mano a Claire. La baliza brillaba en su muñeca, sus dos puntos titilando con fuerza.
—Firo no tiene baliza —murmuró Claire—. No podremos encontrarlo tan fácilmente.
—Es igual, más haremos buscando a ciegas que lamentándonos aquí.
Claire terminó aceptando su mano y Blake la condujo por el bosque. Sin soltarla, apartando las ramas con la mano libre.
—Recuerda que se me da bien orientarme —sus dedos alargados apretaron los de Claire, acompañando sus palabras con consuelo—. Además, siento que sé por dónde vamos ¿no te pasa? —Claire negó con la cabeza y Blake se encogió de hombros—. Anímate, si nos han dejado aquí, tal vez hicieron lo mismo con Firo.
—¿Para tendernos una trampa?
—Trampa o no, lo importante es encontrarle. Siento que está cerca.
Claire agradecía para sí sus intentos por calmarla, aunque no llegara más que un rumor a sus oídos. Su mente estaba ocupada apartando un intruso de sus recuerdos. Buscaba los ojos de Blake cuando estos la miraban, corría a su recuerdo cuando volvía la vista al frente. Sentía alivio al en aquel precioso castaño con vetas verdes, el color de los bosques.
Debía haber imaginado el sangriento rojo que rodeaba dos líneas negras, ¿no?
Perdida en aquella pesadilla, chocó con la espalda de Blake cuando este se detuvo súbitamente. Su mano se deslizó del sudor de la suya y avanzó para ver qué había encontrado.
Firo yacía boca abajo, rodeado de los restos de sus ataduras y pertenencias. Su cabello ocultaba su rostro. Su quietud delataba su inconsciencia.
En un primer impulso, Claire tiró la mochila al suelo y echó a correr para ayudarlo, pero sus pasos pronto perdieron fuerza y Blake llegó antes que ella, arrodillándose a su lado y quitándose también sus cargas para maniobrar mejor.
Algo no iba bien.
Mientras Blake llamaba y daba la vuelta a Firo, Claire desvió la mirada hacia los restos de cuerdas negras. Recordó cómo cortó las de Blake, comparándolas con las suyas propias.
«Eran más débiles que las mías. Sin embargo, las de Firo… —miró los trozos a sus pies, de aspecto seco—. Parecen haberse roto por sí solas».
—¡Blake, cuidado!
Su advertencia llegó tarde. Se encontró con Blake siendo derribado de alguna forma, con la sombra rojiza de Firo lanzándose encima. Con una fuerza y velocidad impropias, que jamás habría esperado de alguien tan enfermizo, cogió la cabeza del mestizo y la golpeó contra las raíces que sobresalían del suelo.
Blake logró no perder el conocimiento, aunque sus reflejos seguían torpes por la sorpresa del ataque. Lanzó un puñetazo defensivo que fue esquivado por su agresor, quien respondió levantándose de un salto para pisarle el estómago.
El aullido de dolor perforó los oídos de Claire. Temblando, Blake se giró hacia ella. De su boca salió un fino hilo de ácido. Su rostro, sus ojos, realizaban la misma petición que le hizo en el bosque: le pedían huir sin necesidad de palabras.
Pero Claire respondió desenvainando su espada. Aunque apenas habían pasado días de aquella tarde, ya no era la joven desvalida e ignorante de entonces. No esperaría la muerte y, desde luego, no abandonaría a sus amigos ante ella.
Su espada apuntó a la nuca de quien antes la llamó hermana. El roce llamó la atención de Firo y se giró revelándole su rostro. Un intento de escamas cubría sus mejillas, de una claridad casi nívea. Sus ojos amarillos parecían brillar en la oscuridad, amenazantes.
Ojos sin pupilas.
Claire maldijo entre dientes mientras esquivaba el puñetazo de Firo, propinado con unas nuevas y deformes garras. El golpe atravesó el aire, difuminando la oscuridad que levantó el movimiento.
La negrura se encogió de nuevo tras Firo y la mente de Claire se disparó en preguntas a su propia Sombra, quien permaneció en silencio. Sabía que el humo que acompañó a aquel ataque y al siguiente, no provenía de ella misma. No solo porque lo sentía así, si no porque era mucho más oscuro que el suyo propio. Como sombra concentrada, oscuridad pura.
Por otro lado, presentía que su Otra Voz no la ayudaría en aquel duelo, aunque desconocía sus razones. ¿Pensaría que puede ganar sin su ayuda? ¿Que realmente no corría peligro? ¿O simplemente seguía agotada por liberarla?
Una imagen cruzó su mente: su propia silueta tallada en sombras, arrodillada junto al niño que Firo fue. El cariño de aquella mano que pretendía apartarle el pelo.
Tendría que pensar por sí misma.
El murmullo de Firo la avisó de las vides que conjuró, liberadas de su mano izquierda y rozando la mejilla de Claire con sus espinas. De milagro, esquivó el puñetazo que propinó al impulsarse con oscuridad hacia el árbol que enganchó. El golpe provocó una lluvia de hojas sobre sus cabezas.
Aunque el ruido la despertó de su trance, se encontró con la espada a medio camino sin saber qué hacer. Matarlo no se encontraba entre sus opciones. Su arma no la ayudaría en su propósito, sería el hielo lo que podría inmovilizarlo. Quería creer… No. Tenía que existir una forma de devolverle la voluntad. Debía detenerlo hasta saber curarlo.
Firo bajó la cabeza mientras retiraba el puño del árbol. Claire frunció el ceño, extrañada por aquel gesto, y casi no tuvo tiempo de parar el siguiente golpe. Por inercia, ignoró el hielo que cultivaba en sus dedos y movió la espada entre su cara y las garras de Firo, cortándole la palma derecha.
Con un siseo, Firo se retiró y tapó la herida con su otra mano, pero luego las llevó a la cabeza como encogido por el dolor. Claire aprovechó para apartarse también, vigilante mientras el chico se manchaba con los cortes. A sus ojos, a sus deseos, aquellos movimientos demostraban los esfuerzos de Firo de liberarse del control mental. Gruñía y se abrazaba a sí mismo, el pelo le cubrió los ojos y, con un grito, terminó por alzar la vista al cielo.
Así se quedó inmóvil, con solo su respiración avisando de que seguía con vida.
La esperanza de Claire venció a su cautela. Bajó la espada y apagó la escarcha que generaban sus dedos para suavizar su mano, extendiéndola hacia Firo.
Dos ojos sin pupilas la miraron sin ver, retorcidos en una sonrisa cruel que imitaba a la de su nueva Reina.
La piedad la traicionó. Las blancas garras de Firo se dispararon hacia su cuello y lo siguiente que notó fue un impacto a su espalda. Su espada cayó sobre las raíces mientras la rugosa corteza del tronco se clavaba en sus ropas. La oscuridad se extendió como zarzas, ayudando a su dueño a levantarla. Las vides no nacían de su sombra si no de su propio ser, devolviéndole irónicamente a la monocromía. Solo aquel aborrecible amarillo aportaba color, brillando cuando incluso la sangre parecía negra.
Los dedos de Firo se colaron entre los surcos de su cuello, provocándole una arcada. Comenzaba a quedarse sin aire y su visión se nublaba conforme aquellas garras se cerraban sobre ella, pálidas como las de sus pesadillas. Por el rabillo del ojo vio como Blake se arrastraba hacia ellos, pero las espinas lo alcanzaron inmovilizándolo en el acto.
Su grito activó la mano de Claire. Extendió los dedos más allá del agarre de Firo, dejó nacer el hielo aún cuando la Sombra se estremecía en su interior, cuando el méner quemaba sus venas y el rostro de Firo no era más que un borrón con dos ojos del color de la bilis.
Un sonido cortó el aire. Notó una sacudida y el hielo murió antes de nacer. La presión en su cuello comenzó a disminuir y las zarzas la liberaron, dejándola caer lentamente sobre el tronco. La tos se intercalaba con bocanadas de aire y, poco a poco, su visión comenzó a despejarse hasta que identificó a su agresor y la flecha que salía de su hombro.
Firo no la buscó ni pretendió volver a por ella. Se quedó con la mirada muerta al frente, incluso retrocedió torpemente mientras sus garras palpaban su herida a ciegas.
De pronto, un respingo pareció devolverlo a la vida y su vista cayó hacia la flecha. Su boca se contrajo en dolor y sus iris bajaron todavía más hasta llegar a Claire. Volvía a tener pupilas, unos pozos oscuros dilatados por el terror y la confusión que sentían, tan súbitas y genuinas que no lograba esconderlas de la Elegida.
Se aferró a la flecha y tiró de ella, pero el dolor solo le arrancó un gañido. Todo el poder exhibido durante el ataque había desaparecido, y Claire dudaba que solo se debiera al disparo. Sus dedos perdieron fuerza y a ellos le siguieron sus rodillas, precipitándolo sobre su costado. Las zarzas de Blake se volatilizaron y le permitieron arrastrarse hacia Claire.
Su amigo vigilaba sus alrededores, probablemente buscando al autor del disparo. Claire quería hacer lo mismo, pero no podía quitar los ojos de Firo. Toda la calma que la Sombra usó en ella, en repetirle que aquel joven seguía siendo el niño que rescató, yacía sepultada de nuevo bajo su instinto. Quería huir, quería gritar e incluso exterminar a aquel que puso las garras en su cuello. Quería vengarse del daño que le hizo a Blake, a ella misma, antes de que atacara a alguien más.
Con los ojos llorosos, Firo miró las garras que yacían ante él sin fuerza para cerrarlas. Sus dedos se estremecieron y, cuando pareció comprender que eran suyas, contuvo una exclamación. Su mirada huyó y se cruzó con la fría amenaza de Claire.
—Claire… —la llamó con voz queda—. Yo… ¿qué me ha pasado?
Ella no contestó, pues aquel llamado quebró su ira y rencor. Recordó la sonrisa cruel en aquel rostro como también los ojos ciegos que la acompañaban y no halló en ellos a Firo. Sí que lo reconoció en aquella expresión triste, en aquella pregunta retórica que precedía una disculpa… que no le correspondía. Perdida en el arrepentimiento de su compañero, ni siquiera notó los dedos de Blake hasta que la Sanación brotó en su cuello malherido.
—Él está peor —logró decir, sin quitarle la vista a Firo.
—Lo sé, pero podía curarte en un instante —antes de separarse, Blake cerró la mano sobre su hombro en un cariñoso aprieto—. Firo, ¿puedes oírme?
Alertada por la extraña pregunta, Claire parpadeó y se encontró con que Firo había dejado de enfocarla. Su boca se movía murmurando algo, casi como si rezara o pronunciara un hechizo, pero la magia no brotaba. No reaccionó cuando Blake le tomó por las garras temblorosas.
—Está helado —espetó Blake, sin ocultar su preocupación— y en shock. Creo que el disparo tenía veneno.
Sus manos rodearon la flecha antes de depositarse sobre su compañero y aplicar Sanación. La magia despertó a Firo, aunque más que relajarlo pareció tensarle. Al mirarlos, Claire notó los nuevos destellos de la baliza de Blake y los comprobó en la suya propia. El sonido de hojas moviéndose le hizo suspirar de alivio… para luego romperse ante lo desconocido.
Una silueta emergió de la espesura, con capa y una capucha ensombreciendo su rostro. Tenía el arco en guardia.
Blake alzó la cabeza ante la seña de Claire y Firo siguió inmóvil, de espaldas a su visita. El oscuro gris de las túnicas shiriza, manchada de sangre vieja, no despertó alarma en Claire, pues pronto reconoció las dos espadas que cargaba en el cinto.
—Blake, esta persona es quien nos salvó en el lago.
El mestizo se irguió y quien recién llegaba cargó el arco a su espalda. Instantes después se perdió entre los árboles. Blake no perdió tiempo y saltó sobre Firo en su dirección.
—Vigila a Firo, tenemos preguntas que hacer.
—¿Qué? Pero yo no puedo curarlo.
—Ni yo tampoco —pareció titubear antes de negar con la cabeza. Señaló su baliza—. ¡La flecha tenía veneno, díselo a Ángela!
Blake echó a correr y Claire no pudo más que alzar una mano como si con ello pudiera detenerlo. Se quedó mirando la baliza parpadear, un punto atenuándose mientras otros dos ganaban presencia.
Aunque no era muy rápido, Blake
estaba acostumbrado a corretear entre la maleza de los bosques. Llevaba una
vida entera haciéndolo, jugando al escondite con sus amigas o ayudando en las
tareas de recolección para sus padres. Disfrutaba de la naturaleza verde y
leñosa de Máline, con refrescantes sombras en verano y mullida nieve en
invierno.
No como la persona que perseguía. A pesar de partir con ventaja, Blake recortaba distancia por los tropezones de le otre, su indecisión al avanzar o las ramas que aparecían de pronto para golpearle la cara. Blake había probado a llamarle de vez en cuando, sin éxito.
¿Por qué huía? Estaba claro que su grupo estaba en deuda con sus acciones, no tenía razón para tenerles miedo. ¿Temería una represalia por disparar a su compañero? Tal vez, aunque entendía los motivos por los que tomó acción contra él.
Hasta él mismo sintió miedo en aquel momento.
En una de esas ocasiones donde quiso llamarle, la persona trastabilló por unas raíces que sobresalían del suelo. Blake vio su oportunidad y saltó para derribarle con su propio peso.
Rodaron un poco en el claro al que recién llegaban, pero Blake logró quedar encima aprovechando el aturdimiento de su rival. Sin embargo, no tardó en descubrir que las armas no eran su única destreza.
Era muy fuerte. Se revolvió intentando quitarse al mestizo de encima y este tuvo que clavar las uñas en tierra para mantenerse en posición. Por eso no logró parar el puñetazo que le asestó al hombro, y apenas logró detener el que se dirigía a su costado.
—¡Para! ¡Para! —gritó, parando los siguientes con sus manos—. ¡No quiero hacerte daño!
Instintivamente, había entrecerrado los ojos temiendo un golpe a su nariz y terminó de abrirlos al ver que este no llegaba. Se encontró con una mirada negra bajo él.
Una amenaza sin palabras.
Parecía una joven, de piel bronceada y cabello oscuro. Su boca se había torcido en una mueca, mostrando sus dientes en un gruñido. Había bajado las manos, pero estas temblaban, como si tuvieran que ejercer fuerza para no darle otro puñetazo.
Blake tartamudeó. No solo por la sorpresa de aquella reacción, si no por la cara ante él. No se parecía a la descripción de Claire.
―Lo… Lo siento ―logró decir―. Pero escúchame yo…
―Si no te apartas, tú serás el que saldrá herido. Muévete. ¡Ahora!
Blake tragó saliva. De alguna forma, logró reunir el valor suficiente para mantener su posición.
—Lo haré, pero solo cuando nos digas por qué nos sigues y de qué conoces a Claire.
—¿Claire? —repitió, con extrañeza—. ¿Cuál de tus compañeras es? ¿La mestiza con olor a menta? —Blake parpadeó—. ¿La de ojos azules? —Blake asintió—. No la conozco de nada.
—Entonces, ¿por qué nos has ayudado? ¿Por qué nos salvaste ahora y en el lago? —inquirió él—. Mataste a los shirizas y ahora…
—Los maté porque es mi objetivo —lo cortó—. Salvaros fue casualidad, no hagas que me arrepienta de ello.
Blake suspiró y aceptó levantarse. No logró contener el escalofrío que recorrió su espalda al escuchar sus palabras, quedándose sentado dócilmente mientras la otra persona recogía las flechas que se le cayeron durante el forcejeo. Aprovechó el rato para enfocarla, comprobando que tenía el pelo sano, abundante y atado en una larga trenza a su espalda. Tenía un ligero acento que no supo identificar, algo infrecuente.
Al poco, volvió hacia Blake dedicándole una mirada de la cabeza a los pies. Tras concluir su análisis, movió una flecha y la punta rozó las escamas de su mejilla.
—Estoy bastante segura de que la maldición pierde su efecto si es incompleta. Tu cuerpo revertirá a lo que le corresponde en unos días, primero las escamas —la flecha dio un toquecito a su mano derecha— y luego los dedos. Necesitarás un analgésico para eso, los huesos duelen al reajustarse —la chica le clavó la mirada de nuevo—. Tienes suerte de que la Reina solo haya jugado con vosotros.
—¿Jugado? —repitió Blake, con voz queda—. ¿Crees que lo que hemos pasado no ha sido más que un juego?
—Sí —respondió ella, sin pestañear—. Si de verdad os quisiera en sus filas os habría llevado consigo nada más embrujaros. ¿Quién entiende sus intenciones? Yo misma creía que os arrastraría solo por el chaval que habéis traído nuevo. Parecía interesada en él.
—¿Firo? ¿El pelirrojo?
La chica asintió.
—La Reina ve algo en él que no termino de comprender. Lo único que se me ocurre es que tiene mucha fortaleza mental: es la primera vez que veo a alguien despertar de su posesión con solo dolor… Lo cual me hace preguntarme por qué no se lo llevó consigo en vez de dejarlo transformarse aquí —hizo una mueca, pensativa—. Ni siquiera está en buena forma, un soplo de aire lo tumbaría. Si quieres curarlo, yo de ti me daría prisa, chaval.
La burla de su salvadora desapareció al ponerse la capucha. Blake guardó silencio y ella se encogió de hombros.
―Pareces majo, así que te daré un consejo: mientras la Reina lo tenga en el punto de mira, estáis en peligro. Tendréis que ir con cuidado o abandonarlo a su suerte. Ese chico solo os va a traer problemas.
Blake enmudeció ante aquellas palabras, tan lógicas como despiadadas. Aunque ya no había amenaza en su voz, su mirada bastaba para erizarle el vello de la nuca.
—También me buscó un rato al darse cuenta de que sus soldaditos iban cayendo —siguió ella—, pero, como dije antes, lo lógico es que os hubiera recogido para transformaros a salvo de mientras. Si seguís aquí, es porque su plan incluía volver a soltaros.
»Esto implica que volverá a jugar con vosotros. No será esta noche, pues he peinado la zona y parece haberse retirado. Yo de vosotros aprovecharía para descansar bien, lo necesitaréis.
Paralizado, Blake solo logró reaccionar cuando ella le dio la espalda para marcharse.
―Ven con nosotros —le dijo—. Sé que ahora estamos en peligro, pero no tienes por qué estar sola…. Y, si lo que dices sobre mi amigo es cierto, nuestros objetivos son compatibles.
Su salvadora giró la cabeza para ver una última vez a Blake.
―Estaré por aquí porque sois como un faro para shirizas, pero debo estar sola ―dijo, volviéndose de nuevo―. Vosotros solo retrasaríais mis planes.
La asesina marchó y Blake supo que no podría hacer nada para detenerla.
Terminó echándose al lado de Firo y este la enfocó antes de
volver a mirar sus garras, desolado. La flecha se movía ligeramente con su
respiración. Aunque ya no goteaba sangre, una sustancia oscura se filtraba desde
la madera. Pensó en quitársela, pero si Blake no lo había hecho, tendría alguna
buena razón para ello. Al fin y al cabo, él era el Sanador.
Por suerte, Ángela y Grey no tardaron en llegar. La primera corrió a arrodillarse a su lado, envolviéndola entre sus brazos.
Aunque Claire se dejó abrazar, no permitió que el
reencuentro se extendiera demasiado.
—Atiende a Firo primero —le dijo, con una palmadita en la
espalda—. Su flecha tenía veneno. Yo estaré bien.
Ángela asintió y se separó de ella. El desesperado alivio
por el reencuentro se ensombreció al ver las heridas de su compañero. Con
cuidado, colocó a Firo boca arriba con una mueca de aprensión mientras Grey se
sentaba junto a Claire.
—Sentimos no haber podido llegar antes —le dijo—. Debíamos
tener cuidado para no encontrarnos con más shirizas porque nos faltaban fuerzas
y…
Claire negó con la cabeza. Quería decir que no había nada
por lo que disculparse, pero estaba demasiado cansada como para expresarlo
siquiera. Ángela pasó por un cambio también, uno que borró la impresión de su
boca para cerrarla en una seria línea. La firmeza de un Sanador, del profesional
deber, acompañaba ahora los movimientos de la joven. Era el mismo cambio por el
que pasaban Blake y sus padres cuando un enfermo llegaba a su botica, cuando
una lesión se agravaba más de lo esperado.
Desabrochó su capa y la acercó al rostro de Firo.
—Por si quedan enemigos —le dijo.
El joven parpadeó unos segundos antes de comprender. Mordió
la tela con fuerza y cerró los ojos. Se escuchó a Claire toser, aún dolorida, y
Grey le dio unas palmaditas en la espalda con el propósito de reconfortarla más
que de ayudarla a respirar.
Ángela tomó aire, cogió la flecha con ambas manos, y tiró
con fuerza, intentando ignorar los gritos ahogados de su compañero. Claire no
apartó la mirada, embelesada por la aparente tranquilidad de su amiga. No
parecía la misma chica que gritó al ver los guardias muertos en el tren, al
encogerse al notar la sangre a sus pies. Aunque el contexto fuera diferente…
Admiraba su resolución y concentración.
Al fin, la punta de acero salió acompañada de sangre y
veneno: un líquido negro que goteaba de la madera de la flecha. Tras
examinarla, Ángela la tiró al suelo y Grey acudió en su ayuda para quitarle el
jersey y capa a Firo.
—Puedo a partir de ahora —le dijo ella, una vez quitado—.
Pásame las vendas mejor.
Grey obedeció y acercó su mochila para buscar en ella. De
mientras, Ángela desabrochó los botones superiores de la camisa de Firo,
revelando su lesión. La sangre y el veneno manchaban la tela blanca, brotando
con recobrada fuerza tras quitar la flecha.
Ángela chasqueó la lengua. Su expresión no cambió, pero
Claire entrevió su preocupación a través de sus ojos. Con su mano derecha hizo
un gesto llamando a la herida y el veneno acudió. Las gotas flotaron hacia la
muchacha, desapareciendo antes de rozar sus dedos entre pequeñas llamas. Tras
comprobar que funcionaba, trató de contener la hemorragia con su otra mano,
apretando la apertura con la tela rasgada.
—Claire, ¿dónde está Blake? —le preguntó, sin mirarla.
—Os lo explicaremos luego, no debería tardar en volver.
—Eso espero, porque Firo tiene que aguantar hasta entonces.
—¿Es muy grave?
El tono de Claire hizo que Ángela se volviera hacia ella.
Las últimas gotas de veneno acudieron a su llamado y murieron entre el fuego de
sus dedos. Firo parecía haberse calmado, cerrando los ojos incluso.
Curiosamente, Claire advirtió que las escamas de sus mejillas eran muy tenues,
y que apenas tenía ya por el cuello y dorso de las manos.
Ángela aceptó las vendas de Grey y usó su ayuda para
incorporar a Firo.
—Ya no está en peligro, pero mi magia solo puede eliminar el
veneno. Curar sus daños es algo que corresponde a Blake, y preferiría que
estuviera aquí cuanto antes.
Cuando fue a bajarle la camisa, los tres vieron como Firo se
revolvía. Ángela le dejó un momento antes de disculparse:
—Perdona, pero tengo que quitarte esto para vendarte bien
—Firo no contestó y Ángela torció el gesto—. Sé que hace frío pero lo primero
es parar la hemorragia. En terminar encenderé un fuego, ¿de acuerdo?
Firo no le devolvió la mirada. Asintió débilmente y la urgencia
impidió que Ángela analizara sus dudas. Grey extendió la venda y Ángela se
situó a su espalda antes de bajarle la camisa. No recogió la venda que le
pasaba su compañero.
—No es posible. Tú… Tú no eres…
Miró a Claire y el aturdimiento de Ángela la golpeó como una
bofetada. Sin recuperarse del todo, gateó hasta su amiga, su serio deber
enterrado bajo el desconcierto. Se acercó a la espalda de un herido, quien
miraba al suelo como culpable de sus secretos. Hacia Grey, quien se asomó junto
a ella para descubrir aquellas líneas negras ensuciando la piel blanca.
Bajando de cada omóplato. En un idioma que desconocía.
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