Leyes Sagradas
Los efectos de la maldición
sobre la inconsciencia son horribles. No puedo dormir ni soñar. Desmayarme es
lo más parecido a cerrar los ojos y abrirlos en otro tiempo. Mi cuerpo se
mantiene estable. Mi mente, no tanto. Aun cuando mis pensamientos se difuminan,
sigo sabiendo que estoy paralizado, consciente de mi inconsciencia,
completamente solo.
¿Cuánto tiempo
ha sido? ¿Cuánto llevo a solas?
…
¿Realmente
lo estoy?
La oscuridad
se tragó aquella silueta difusa, sus grises fundiéndose en el eterno negro. Su
propia y ajena voz murmuró algo, pero sus palabras se perdieron. Solo
comprendió un lejano eco de desesperada impaciencia.
Aquella
urgencia se perdió entre el torrente de recuerdos sobre el que flotaba, sin
fuente de luz ni sentido de la orientación. No abrió los ojos, pues sabía que
al otro lado le esperaba el conocido vacío. Mientras tanto, su mente la
entretenía rememorando vivencias y traumas. Pisó el pegajoso rojo sobre la
madera del tren, procedente de los cadáveres de su escolta, y lo tocó al
comprobar la herida de Blake. Recordó sus ojos del color del bosque, el mismo
que ocultaba a los asesinos de los desdichados guardias. Sus cuerpos se
consumieron con las llamas naranja de Ángela, bajo las que también ardieron los
monstruos enfermos. Podía oler aquel hedor putrefacto consumiéndose entre el
fuego, y el rumor de Blumy temblando en su regazo. Cuando buscó su pelaje azul,
encontró a sus propios ojos devolviéndole la mirada en el espejo. Eran del
color del hielo, siempre lo habían sido.
Pero aquella mueca cruel no era su sonrisa.
Abrió los
párpados y descubrió que no había oscuridad tras ellos, que su cuerpo flotaba
también en la realidad. Parpadeó varias veces, acostumbrándose a lo irreal
filtrándose a la vigilia. El agua era un velo borroso y tardó en distinguir
elementos a su alrededor. Figuras ataviadas de blanco paseaban por una estancia
también blanca. Algunos focos parpadearon, obligándola a entrecerrar los ojos.
Encontró dos personas de inusual negro entre la pulcritud del lugar.
Una de ellas
era la única que no la miraba. Se trataba de un borrón negro con una chispa
lila en la cabeza, como algún tipo de flor mustia. La otra sombra se había
juntado con dos borrones grisáceos. Su boca tragó agua al reconocer el familiar
castaño y miel del cabello de sus amigos. Aquellos colores la despertaron
finalmente, y extendió una débil mano hacia ellos.
Un muro se lo
impidió. Tardó un par de toques más hasta que su mente, cansada, comprendió que
estaban separados. Fue entonces cuando bajó la mirada lentamente hacia su mano,
descubriendo que no era como la recordaba.
Sus dedos
estaban unidos por una fina y translúcida membrana.
Se asustó y
retiró el brazo de cristal. Tardó unos confusos segundos en apreciar que, a
pesar de flotar en el agua, no le “faltaba el aire”. El corazón le dio un
vuelco. Por una vez, deseó estar en una de sus eternas pesadillas, pero la
claridad negaba cualquier intento de autoengaño. Aquella era la luminosa
realidad.
Por fin,
reunió el valor necesario para volver a mirar sus nuevas y temblorosas manos. La
membrana era fina, de piel y sin irrigación sanguínea, como si su pellejo se
hubiera extendido entre sus dedos. Bajo ellas, sus pies descalzos habían
cambiado a una forma similar, pataleando por inercia.
Aturdida,
comprobó que las paredes a su alrededor la contenían en una especie de tubo. Algunas
formas distorsionadas se acercaron al cristal, y Claire se apartó por instinto.
Al revolverse,
un tirón en el pecho le reveló la existencia de los cables. Uno nacía de un
parche sobre su corazón y atravesaba su camisa, la misma de ayer, conectándola
a lo alto del tubo. De su cabeza nacían otros dos que se posaban sobre sus
sienes y se unían con el anterior. Finalmente, uno en su brazo atravesaba su
piel: una vía. Al entrecerrar los ojos descubrió que más cables la esperaban
más allá del tubo, conectados a extrañas máquinas que supuso monitoreaban sus
vitales.
Al buscar otros
cables, encontró algo todavía más extraño. Los laterales de su cuello estaban
seccionados por amplios surcos, dos a cada lado, que se movían al compás de su
respiración. El contacto con aquellos cortes le dio arcadas y retiró la mano
rápidamente.
Su pecho
temblaba a causa de sus latidos y sabía que, de no ser por el agua, estaría
hiperventilando. Miró a su alrededor mientras aquellas sombras desconocidas se
reunían sin dejar de observarla. Aunque oía sus murmullos de todas partes, no
lograba comprender palabra. Entre la marea blanca había perdido de vista a sus
amigos y cerró los ojos deseando la conocida y amarga oscuridad de sus
pesadillas.
Y entonces
sonó la alarma. El agua comenzó a descender arrastrándola al fondo del tubo.
Sus pies se apoyaron temblorosos en el suelo y cayeron junto a su cuerpo cuando
su nariz dejó de inspirar agua. El cristal se levantó y los murmullos se
volvieron ensordecedores.
Su tos ahogó
todo intento de comprender sus palabras. Las franjas de su cuello se
contrajeron como una soga, bloqueando la salida del agua y la entrada de aire. Su
cuerpo se encogió sobre si mismo y se dejó caer al suelo. El rostro y el pecho
empezó a dolerle por toser con tanta fuerza, y en el fondo de su mente se
preguntó por qué ahora que tenía aire era incapaz de respirar.
Entre el
ahogamiento apenas notó a aquellas manos desconocidas sobre su espalda, cuyo
contacto repelió inconscientemente mientras se revolvía. En algún momento,
estas agarraron sus brazos con firmeza, y poco a poco logró notar la calidez
que emanaban al tocar su espalda. El agua por fin subió por su garganta y manó
de sus labios, despacio, casi con gentileza, hasta una última arcada.
La presión de
su cuello por fin desapareció. Claire tomó una bocanada de aire antes de
dejarse caer, agotada y acogida entre extraños. Tardó unos largos segundos en
recuperar del todo el aliento, pero logró entreabrir los ojos buscando a sus
amigos. Dos personas, una de blanco y otra de negro, impedían el paso a Blake y
Ángela. La de pelo violáceo se acercó, aunque por su gesto no parecía
mirarla.
Las manos la
ayudaron a incorporarse con medida delicadeza, y notó una toalla cubriendo sus
hombros. Empezaron a quitarle los cables con tironcitos que se perdieron entre
una extraña sensación de calor, más intenso que la Sanación de Blake, y su ropa
empezó a secarse sin quemar su piel.
Claire se dejó
ayudar, pues no creía tener fuerzas ni para ponerse en pie. Su respuesta más
efusiva ocurrió cuando alguien intentó examinar las franjas de su cuello y se
revolvió inconscientemente.
―¡Claire!
Alzó la cabeza
buscando a Blake y lo encontró forcejeando con quienes lo retenían. Sus miradas
se cruzaron y, de un último tirón, logró escapar para abrazarla ante la
sorpresa de quienes los rodeaban.
La abrazó sin
importarle que todavía estuviera empapada, o que sus manos y cuello no fueran
los que recordaba. La estrujó entre sus brazos como siempre había hecho y
Claire, conmovida, se aferró a él con sus nuevos dedos. Entre su pelo vio como
las otras dos personas cedían y también dejaban marchar a Ángela a su
encuentro.
Ángela sollozó
y Blake tembló sin llegar a llorar, uniendo las espaldas de ambas con
desesperado afecto. Claire quiso corresponder a sus palabras de ánimo y
consuelo, pero no logró encontrar su voz. Decidió apoyarse en ellos y cerrar
los párpados, acogida entre su cariño. Fue un largo abrazo y, sin embargo, se
sintió tan corto que al separarse sus manos quisieron recuperar el contacto.
El equipo que la
había tratado guardaba las distancias y Claire agradeció su consideración. Las
otras tres personas, las dos que retuvieron a sus amigos y el de pelo violáceo,
se acercaron a los jóvenes y esperaron a que estos se pusieran en pie. Al intentarlo,
las piernas de Claire fallaron y Ángela y Blake le hicieron de apoyo.
―Ve con calma
―le pidió Blake, apoyando su frente en la suya. Aprovechó la cercanía para
bajar la voz―. Ángela me lo ha contado todo. Nos llevaste hasta la orilla tú
sola.
Claire
parpadeó, sorprendiéndose de reconocer que era cierto. Quiso hablar, pero de su
garganta salió aire sin sonido alguno.
―Ángela se
desmayó al poco y yo solo tuve unos instantes de lucidez. Ni siquiera sé cómo
le apliqué Sanación… Así que, si seguimos vivos, es gracias a ti.
«No es cierto
―pensó, pues su boca solo logró emitir un quejido―. Os estaba arrastrando a una
muerte peor. De no haber sido por aquella persona, no estaríamos aquí».
Si su salvador
no hubiera eliminado a sus enemigos… Ni siquiera quedarían pedazos reconocibles
de ellos. Intentó forzar su memoria, recordar algo en su rostro,
y solo encontró la fugaz imagen de sus hojas atravesando la carne. Aun sin la
capucha, sus rasgos se nublaban entre la lluvia y su agotamiento. Solo
distinguió su cabello, corto y negro…
Como el de la
persona ante ella. Era del mismo color que su atuendo, compuesto por camisa,
pantalón y chaqueta. Sobre su corazón, bordado en hilo plateado, estaba la
estrella símbolo del Consejo.
«Así que
logramos llegar después de todo…»
Sus labios se
movieron, intentando pronunciar aquellas palabras que no llegaron a atravesar
su mente. Aquellos ojos castaños le dedicaron una mirada comprensiva:
―No puedes
hablar todavía, ¿verdad?
Claire
parpadeó, sorprendida de que tuviera razón. Intentó formular las preguntas que
turbaban su mente: “¿De verdad no puedo hablar?” “¿Visteis a alguien con dos
espadas? Tendría más o menos tu altura”. Todas las cuestiones murieron en su
garganta, convirtiéndose en un silencioso suspiro. Rendida, asintió y aquel
individuo se giró hacia sus camaradas.
―Merody,
¿cuánto tiempo tardará en hablar?
La mujer, pues
Claire reconoció su nombre como femenino, se acercó al grupo. Era la que
llevaba la bata blanca, bajo la que vestía una camisa y pantalón idénticos a
los de sus acompañantes.
―No debería
tardar más que unas horas ―aventuró ella, encogiéndose de hombros―. Me gustaría
dar un tiempo exacto, pero es la primerísima vez que veo a una nayhade
permanecer tantos años sin abrir las branquias. Tú mismo lo has visto, Andrew, ¡estaban
cerradas con piel y todo!
―Es raro, lo
admito ―el de pelo negro se giró hacia Blake y Ángela―. ¿Sabíais algo de
esto? ―ambos negaron, y sus ojos se entrecerraron―. Y sus tutores…
―¡Tampoco lo
sabían! ―exclamó Blake. Claire notó un apretón en su brazo―. Nadie del pueblo
lo sabía, ni siquiera la propia Claire.
Su
interlocutor esperó su respuesta y Claire contuvo el aliento. Deseó devolver a
aquella mirada algo más que un asentimiento que confirmara las palabras de
Blake, pero sin voz no pudo ni preguntarle qué era un nayhade. Por suerte, el
hombre pareció creerles y dio un largo suspiro. A pesar de la seriedad de su
mirada, pareció aliviarse con su respuesta. Desde el tubo, le vio hablar con
sus amigos. ¿Cuánto le habrían contado sobre su situación?
Se giró hacia
Blake, quien le había cogido de la mano para curiosear la membrana entre sus
dedos. Ángela apoyó la cabeza en su hombro. De pronto, recordó que había más
gente en aquella sala, y un ligero rubor cubrió sus mejillas.
Unas manos
enguantadas pidieron su mano y Blake la liberó para que Merody la examinara.
―No te
preocupes por esta membranita ―le dijo, y después la miró a los ojos. Sus iris
eran de un extraño lila―. Se caerá sola cuando te seques bien. Son cambios
típicos en mestizos de nayhade.
Claire
entrecerró los ojos. Otra vez aquella palabra. Aquella cara le dedicó una
sonrisa cómplice y su propio rostro pasó a la sorpresa. Una tercera persona
entró en escena, aquella cuyo cabello era de un violeta apagado.
―Una mestiza
de nayhade viviendo en el centro de Sidera, en las llanuras donde solo humanos
y elvan desean vivir. No estaba errado: Los registros de Erekea hablaban de
esta chica, a pesar de que jamás mencionaron su naturaleza nayhade.
Su voz
palidecía en comparación a la anterior, que canturreaba para sí mientras
examinaba los dedos de Claire. Carente de musicalidad y emoción, expelía sus
pensamientos sin entonación alguna.
La tal Merody
se encogió de hombros, arrugando ligeramente la bata blanca.
―Entonces
podemos asumir que sus branquias ya se cerraron por entonces ―convino―. Lo cual
es tan extraño como irresponsable… Tal vez consecuencias de maltrato físico ―la
consternación de Claire impactó sobre el gesto de Merody, con una pena fruto de
la compasión―. Agradece a tu naturaleza mestiza, jovencita. De ser una nayhade
completa, dudo que estuvieras aquí con nosotros.
―¿Tu equipo ha
visto de qué más es mestiza? ―inquirió la voz inerte.
―No tenemos el
análisis de sangre todavía, pero ángel no es. Carece de runas. Será nayhade y
humana ―Merody se giró hacia ella, tan bruscamente que los bucles dorados de su
melena brincaron―. Y, por su cara, diría que tiene muchas preguntas.
Aquel de
extraño cabello centró por fin su mirada en ella y Claire descubrió que seguía
sin verla. Sus pupilas habían sido consumidas por el opaco gris de sus iris, y
tenía el gesto ausente de un invidente.
―Yo también
las tengo, todas las que mi antecesora no llegó a pronunciar ―se cruzó de
brazos y sus dedos, largos y pálidos, tamborilearon sobre su chaqueta negra―.
Eres una hija sin familia, con el apellido implantado de un pueblo que no te
vio nacer. Tu Talento revela que probablemente seas de ascendencia maga,
sin embargo, nadie conoce tus progenitores, origen o edad… ¿salvo tú, tal vez?
Claire tragó
saliva, incapaz de responder en más de un sentido. ¿A qué venía aquella
pregunta? Notó como los dedos de Ángela se tensaban sobre su brazo, pero fue
otra persona quien intercedió por ella.
―Esa dureza es
innecesaria, Armiro ―espetó la primera voz, calmada y firme.
―No es dureza.
Como diplomático que eres, Andrew, conocerás el valor de la honestidad y la
razón de estas preguntas. Si no vas a cuestionarte la identidad y origen de esta
joven, préstame la jefatura de tu Departamento durante la conversación.
―Ni en broma ―bufó
el de pelo negro―. Si lideraras Diplomacia tendríamos una guerra por cada Reino
del Bando.
―Dime, niña,
¿de dónde eres realmente? ―siguió Armiro, ignorando a su compañero―. ¿Has
estado mintiendo a los demás? ¿Qué secreto ocultas al Consejo?
No podía
responder, pero devolvió a aquella acusadora y ciega mirada su mejor expresión de
hastío. Su mueca solo se perturbó por la risita que profirió Merody a espaldas
de Armiro.
―Armiro,
deberías escuchar…
―¡Ella no ha
mentido en ningún momento! ¡Ya lo hemos dicho! ¡Somos testigos!
El grito de
Ángela cortó el habla de la mujer. Armiro no se inmutó, pues no podía ver la
amenaza en el semblante de la joven maga. Blake le tomó el relevo, aferrándose
también a una confundida Claire.
―¡Es cierto! Claire
sabe tanto como nosotros porque es amnésica. No tiene recuerdos más allá de su
vida en Máline.
Armiro no les
dedicó ni un gesto. El gris de sus eternos iris estaba fijo en Claire, y esta
correspondió a su inerte intento de mirada.
Contuvo el
aliento cuando supo que realmente la estaba viendo. Sus ojos no captaban luz,
color o forma y, aun así, sabía que era observada. Algo en su interior se quedó
inmóvil, como si con ello pudiera esconderse de tal extraño examen unilateral
pues, sin pupilas, Claire se vio incapaz de leer sus intenciones. Cuando aquel
inescrutable rostro se retiró, apenas pudo esconder su alivio. Armiro se giró hacia
Andrew y este contestó a su silenciosa pregunta.
―El testimonio
de sus amigos concuerda con los registros de Erekea. La chica no miente, es
amnésica.
Armiro chasqueó
la lengua.
―Me había
hecho ilusiones. Creía que por fin podría arreglar la incompetencia de mi
predecesora.
―¿Puedo
quedarme con mi Departamento, entonces?
―Por supuesto.
No soportaría liderar a un grupo de cotillas.
―Y tampoco se
te daría bien tratar con tantos entes vivos ―suspiró Merody. Después, se giró
hacia el resto de batas blancas, como recordando que seguían presentes―. Podéis
marchar, chiquis, habéis hecho un gran trabajo. Decid en la cantina que la mirienda
cae de mi cuenta.
Un murmullo se
extendió entre los batas blancas, agradeciendo el gesto de su jefa mientras
abandonaban la estancia. Con una sonrisa, Merody indicó una salita cercana a la
puerta y los tres la siguieron. Claire frunció el ceño, desconfiada por el
cambio de actitud de aquellos adultos. En un momento, su expresión cambió a una
mueca al tropezar y por suerte Blake la sostuvo a tiempo. Les dedicó un gesto
preocupado a sus temblorosas piernas.
―Puedo cargar
contigo si quieres.
Claire agradeció
el gesto, pero rechazó el ofrecimiento. Aceptó su hombro y el de Ángela como
apoyos y se dejó caer en el sofá una vez llegaron a la salita.
La puerta se
cerró tras ellos. Casi al instante, el ordinario ruido de una cafetera
encendiéndose le provocó un arrebato de nostalgia. Deseó volver a las mañanas
en el bar, lejos de aquella desconocida estancia.
Merody le pasó
tazas con café a Andrew y este las fue repartiendo por la mesa, acompañándolas
de una jarrita de leche y terrones de azúcar. Claire dio un sorbo al suyo. Tostado
y aromático. Al menos estaba bueno.
―Entonces, ¿habéis
tomado testimonio a los chicos?
Andrew negó a
la pregunta de Armiro. Le sirvió un vaso de agua y se sentó a su lado, mientras
buscaba algo de sus bolsillos. Extrajo unas gafas y, tras ponérselas, centró su
atención en los jóvenes frente a él.
―Solo algunos
detalles. Estuvieron en tratamiento hasta hace poco más de unas horas. Cuando
llegaste al laboratorio acababan de darles de alta.
―Es más, ni
siquiera nos hemos presentado ―hizo notar la mujer, tras sentarse al otro lado
de Armiro―. Mi nombre es Merody Caenor. Soy la directora del Departamento de
Sanación Mágica de la Sección Sureste del Consejo. Mi equipo y el de un
compañero es el que lleva vuestro tratamiento y recuperación, así que acudid a
nosotros si tenéis problemas.
La mujer les
dedicó una sonrisa encantadora, que dio paso al gesto amable de Andrew.
―A mí podéis
llamarme Andrew. Soy líder del Departamento de Diplomacia de la Sección Sureste.
Mi tarea con vosotros es evitar que mis compañeros se pasen de la raya durante
nuestras conversaciones.
―Eh, es Armiro
el problemático ―objetó Merody―. Yo iba a emplear un discreto formulario para
mis preguntas.
―Mi nombre es
Armiro Caenor ―siguió el recién nombrado―. Alto cargo de la Sección Sureste, en
la posición de Mensajero Celestial. Mi objetivo con vosotros concierne el
propósito de vuestra llegada a la Sede: la posibilidad de que seáis candidates
a Elegide. Sin embargo, dada la presencia de la joven Claire, me gustaría
aplazar dicha cuestión para indagar sobre su pasado. ¿De acuerdo?
Los tres
guardaron silencio. En algún momento, intercambiaron miradas y los cotillas
ojos de sus amigos le revelaron a Claire que pensaban lo mismo. Fue Blake quien
se atrevió a decirlo:
―¿Sois
hermanos? ¿En serio?
Armiro parpadeó
con algo remotamente similar al hastío, la primera emoción real que Claire reconoció
en su rostro. Merody contuvo una carcajada.
―Así es ―contestó
él.
―Siempre igual
―rio ella―. Luego Zoelynne se queja de que tardamos en las reuniones con
candidates. Normal, si tenemos que explicar esto siempre.
―Creía que no
ibais a decir el apellido por eso ―comentó Andrew, con una ligera sonrisa.
―Se me escapó
por costumbre ―confesó Merody―. Somos hermanos, sí. Yo soy la heredera de la
casa Caenor y Armiro mi hermano pequeño (a pesar de tener un aburrido cargo
superior). No os extrañéis tanto, tenemos hasta la misma nariz.
―Centrémonos
por favor ―insistió Armiro.
―Aunque él
tiene mejor humor.
Andrew se
contuvo por no escupir su café, lo que provocó una risita por parte de Merody. Incluso
Claire alzó las comisuras de sus labios, escondidos tras su taza. A pesar de
los intentos de Armiro, la reunión carecía de total formalidad, lo que le
permitió relajarse un poco. ¿Sería una estrategia para ganarse su confianza? ¿O
serían realmente amigos tras sus uniformes? Tanto Andrew como Merody compartían
miradas cómplices, pero los ojos de Armiro seguían inescrutables a su examen.
Un golpecito
llamó su atención. Armiro había aprovechado la pausa para beber agua.
―Como decía,
primero me gustaría tratar el tema de la amnesia de Claire. Como mis compañeros
os han comentado, hace unos años tuvimos un aviso de la llegada de una niña amnésica
a vuestro pueblo, de edad, procedencia y nombre desconocidos. El registro
destaca que la niña tenía una potente aversión a la magia, al punto que la
canalización de energía en sus cercanías la inducía a ansiedad, estrés y un
posible shock ―Claire entrecerró los párpados. El hombre la miraba sin verla,
con aquellos ojos ciegos que parecían ignorar la tensión de su rostro para leer
sus secretos―. La chica evitaba la magia por esa razón, a pesar de tener el Talento
desatado. Las causas se relacionan con un posible síndrome de hipersensibilidad
al méner, estrés postraumático o a las condiciones de su llegada. ¿Podríais
aportar algo más?
Blake y Ángela
miraron a Claire y ella se encogió de hombros. Los puntos más importantes de su
historia ya habían sido contados, y prefería que los siguientes los revelara
gente de confianza.
«Tal vez sirva
para recuperar mi memoria» ―añadió para si misma.
―Fuimos Ángela
y yo quienes encontramos a Claire. Estaba tumbada sobre hierba chamuscada, en
la zona boscosa del sur del pueblo. El aire estaba cargado de energía mágica,
tanto que me lloraban los ojos. La presión del aire pesaba sobre nuestras
cabezas y, de no haberla visto yacer en el suelo, habríamos vuelto a casa
huyendo de aquel lugar.
»Lo primero
que nos llamó la atención fue su piel. Era muy pálida, sin el ligero rubor que
tenemos los humanos y elvans de nuestro hogar. Vestía con una túnica blanca y
manchada de ceniza y sangre, tan quemada que no consiguieron analizar su
procedencia.
»Habíamos
salido de excursión al bosque a recoger útiles para la botica de mis padres y
estos nos acompañaban. Al avisarles, recogimos a Claire y marchamos de vuelta a
nuestro establecimiento. Las madres de Ángela acudieron con la policía y la
entonces alcaldesa, manteniendo fuera a los curiosos que querían acercarse.
»En la botica,
el brazalete que llevaba en su muñeca profirió una frase: “Estado: correcto.
Nombre del sujeto: Claire”, y la grabación se cortó con un chasquido. El
brazalete se abrió, humeante y roto, y la niña abrió los ojos.
»Sus primeras
palabras fueron en un idioma que no comprendimos. Después nos miró a cada uno
de los presentes y habló en arcashi: “¿Quiénes sois?” “¿Dónde estoy?” Su última
pregunta fue “¿Quién soy?”
Claire apretó
la mano de Blake en un gesto de agradecimiento. Era extraño escuchar su historia
en boca de otro, pero ni ella misma habría podido contarla mejor.
―Mis padres le
explicaron todo cuanto pudieron mientras la alcaldesa informaba al Consejo.
Vuestre enviade tardó unos días en llegar. Para entonces, ya le había sugerido
a Claire que se quedara con el nombre del brazalete y ella aceptó. Mis padres
la acogieron como tutores legales en nuestro hogar. Dada su condición, era el
lugar más seguro donde podía vivir, a pesar de la incompatibilidad entre la
Sanación de mis padres y su… aversión a la magia.
»Le enviade
nos tomó declaración con todo lo que sabéis y se llevó el brazalete. Nunca
recibimos más noticia del Consejo, y Claire siguió viviendo en Máline con
nosotros. Los tres asistimos juntos a clases para la formación básica juvenil con
mis padres y un profesor del pueblo, como estipula la legislación en Sidera…
Blake se giró
hacia Claire, pidiéndole permiso para seguir la historia. Claire se tomó un
momento para valorar que hubiera preparado aquella conversación por si algún
día les pedían explicaciones. Tras asentir, él siguió:
―…Pero Claire
rechazó no solo las lecciones sobre magia, si no también aquellas sobre
geopolítica, incluso algunas de historia. Su aprendizaje solo aceptó como
válido lo que servía para vivir en Máline y rechazaba lo demás como hacía con
la magia.
Los tres
adultos guardaron silencio, pero Blake dio por terminada la narración. Fue
Andrew quien comenzó las preguntas.
―¿De qué nivel
de desconocimiento hablamos?
―Conoce cosas
como las bases del méner y la estructuración del Bando ―respondió Ángela―.
Aunque parte de eso se lo contamos hace poco. Últimamente se ha mostrado más
receptiva a aprender, incluso nos ha preguntado ella misma ―su tono se emocionó
ligeramente y Claire bajó la vista, abrumada.
―Me alegro
―sonrió Andrew.
―¿Algún
detalle que quieras aportar, Claire?
Claire le
dedicó a Merody una mirada de confusión. Sabía perfectamente que no podía
hablar, ¿por qué le preguntaba a ella? Andrew intervino, aunque su respuesta la
dejó igualmente extrañada.
―Con su
aversión a la magia, dudo que sepa emplear la telepatía nayhade ―Merody murmuró
una disculpa. No obstante, el aturdimiento de Claire le inspiró otra pregunta
al hombre―: Es más, ¿sabes algo sobre los nayhades?
Claire hundió
aún más la mirada en el suelo.
―No te
preocupes, chica ―exclamó Merody, visiblemente culpable―. De momento no
necesitas saber mucho más de lo explicado ahora, aunque deberías intentar la
telepatía. Todos los nayhades nacen con ella. Es la única forma que tienen de
comunicarse, pues las branquias de sus cuellos impiden la formación de cuerdas
vocales ―Claire la miró, visiblemente apurada, y la mujer se apresuró en
explicar―. Las de mestizos son más rudimentarias y podrás hablar cuando se te
“acomoden” de nuevo, lo que no impide que hayas heredado el don telepático.
―Prueba a enviar
tus pensamientos a otra persona. Ya lo haces cuando hablas, pero sin el
intermediario de tu voz…
Armiro
carraspeó.
―O puede
intentarlo en otro momento.
―O puedes
intentarlo con tus amigos ―accedió Andrew―. Si no te aclaras con ello, puedes
acudir a mí más tarde. Soy Mentalista.
«La telepatía
es lo primero que aprendemos».
Claire
parpadeó de la impresión. Ninguno de sus amigos parecía haber escuchado la voz
de Andrew en sus cabezas. Cuando lo miró, este le guiñó el ojo con complicidad.
De pronto,
tanto aquellos iris castaños como la comprensiva expresión en su rostro le
recordaron a otra persona. Dio un ligero respingo, casi asustada por aquella
revelación y sus implicaciones con su amnesia.
Entonces deseó
poder hablar y confiar a aquellos ojos que sus temores nacían de sus sueños, de
una cruel versión de su voz… Una Sombra de su propio ser, como la había
imaginado a veces. Sin embargo, ¿qué pensarían aquellos desconocidos de su
historia? Apagó aquella idea con cautela, pues nunca había usado la telepatía y
temía que sus inquietudes se filtraran más allá de su cabeza.
―Hay algo más
―comentó Ángela a Andrew, quien Claire había ignorado con su monólogo interno―.
Desde joven, Claire siempre ha tenido pesadillas.
La recién
nombrada se quedó inmóvil, maldiciendo aquella casualidad. Las pesadillas eran
un tema demasiado personal y Ángela conocía bien su recelo. ¡¿Por qué lo había
mencionado?! ¡¿Acaso Andrew se había ganado ya su confianza?!
«¿O tal vez
sabe que es la única forma que tiene de ayudarme? ¿Pidiendo ayuda a otros más
capacitados? ―Ángela le dedicó un gesto que solo su familiaridad le permitió
leer como disculpa. A pesar de comprender sus motivos, Claire no podía obviar
su disgusto―. Oh, Ángela. La próxima vez espera a que pueda explicarme por mí
misma.»
―¿De qué tipo?
Podemos concertar una cita con un Onírico si lo necesitas ―incidió Andrew, pero
Claire no correspondió a su afabilidad―. Uno de nuestros compañeros lo es. Se
pasa las reuniones durmiendo y todo.
―Dudo que sea
buena idea perturbar el trabajo de Araekloss con esto y, lo más importante,
puede esperar ―irrumpió Armiro. Claire lo agradeció en silencio―. Me veo en la
obligación de recordaros (a los cinco) la verdadera razón de nuestro encuentro.
Fuisteis llamados a la Sede Sureste por la posibilidad de ser candidates a
Elegides, y lo prioritario es explicaros el proceso del examen que haremos en
unas horas.
―¿No pensarás
hacerlo de madrugada?
―Merody, es de
urgencia…
―Urgencia es
que los niños estos han pasado por uno de los eventos más traumáticos de su
vida y apenas se han recuperado físicamente. Cielos, ni siquiera hemos podido
oficiar el funeral a las desdichadas almas que dieron su vida por protegerlos. Mueve
el examen a la una del mediodía.
Armiro guardó
silencio, como el resto de participantes en la conversación. La jovialidad
había desaparecido del rostro de su hermana, cuyo ceño se frunció en apremiante
seriedad. Inconscientemente, Claire se preguntó hasta qué punto había fingido
su alegría durante la conversación.
―Mañana, a la
una del mediodía, asistiréis a la Ceremonia de Revelación ―accedió el hombre, pronunciando
las condiciones despacio. Merody relajó su expresión―. Se os convoca por la
posibilidad de que seáis candidates a Elegide, y dicha suposición se basa en
las Leyes Sagradas Generales y Únicas que parecéis cumplir. Las Generales son
comunes a todas las Profecías, mientras que las Únicas varían con cada edición
¿Habéis escuchado alguna vez de dichas Leyes?
Ángela
asintió, aunque fue Blake quien contestó.
―Mis padres
nos hablaron de ello alguna vez. Sé que una de las Leyes Generales es que todes
les Elegides tienen el Talento desatado de nacimiento, y que las
Profecías se anuncian tras la muerte de le últime Elegide de su edición.
―Muy bien
―felicitó Armiro, sin emoción alguna en sus ojos―. Me congratula ver que aun
viviendo en un pueblo perdido de la mirada de las Torres conozcáis tanta
información. Tanto en villas como ciudades, la gente tiende a ignorar las Academias
y perderse entre cuchicheos. Supongo que tener padres Sanadores… y familiares
en la capital de Retarguia ayuda a mantenerse informado, ¿no?
Blake
entrecerró los ojos. Claire sabía de las conexiones de Blake y le sorprendió
que las trajeran a la conversación. No obstante, Armiro siguió hablando sin
darle más importancia:
―Durante la
Anunciación de las Profecías se dictan las nuevas Leyes Únicas. Tras esto,
comienza el proceso de Selección de Elegides, que dura cinco años. Dado que la
actual Profecía fue anunciada hace veinte, los tres estáis en el rango de edad
de les Elegides actuales ―su cabeza se inclinó ligeramente hacia Claire―.
Bueno, en el caso de la joven mestiza tenemos que asumir tanto su edad como la
procedencia de su magia. Otro factor a la candidatura es que los tres tenéis
sangre humana en una proporción similar a la mitad.
―¿Es esa una
condición? ―preguntó Ángela―. Si ha habido Elegides de otras razas
anteriormente.
―Efectivamente.
Este requisito es intrínseco a esta Profecía, incluido en una de sus Leyes
Únicas. Como veis, estas no solo comunican el Destino o don que otorga
la Profecía a sus siguientes Elegides, pues también pueden exigir requisitos
para tal posición.
―Esta Profecía
solo ha dictado tres Leyes Únicas. Una para el Destino, como es
habitual, y otras dos como requisitos ―desarrolló Andrew―. Las últimas se resumen
en “serán Trece les Elegides de esta Profecía, de linaje ángel o humano en al
menos una de sus mitades”. Aunque las malas lenguas hablan de la desesperación
del Consejo, somos fieles a los requisitos que pide la Profecía. Son leyes
inmutables, no tienen excepciones. Sin embargo, las laxas condiciones no
limitan demasiado el número de candidates, así que también nos guiamos por
factores como la particularidad de sus poderes o su desarrollo
cognitivo-físico.
― “Les
Elegides tienden a madurar psíquica y físicamente más rápido que otres niñes de
su edad” ―recitó Armiro quien entrecerró los ojos―. Tales palabras se extraen
de una de las Leyes Generales. Merody, ¿podrías describírmelos por encima?
―Iba a hacer
un discreto formulario, ¿recuerdas?
―¿Altura? ―demandó
Armiro igualmente―. ¿Fecha de la primera menstruación? ¿Vello facial…?
―¡Armiro!
―Metro setenta
y cinco. No menstruo. Me aplico un tónico para evitar la barba ―respondió
Blake, con la precisión y la costumbre de un hijo de Sanadores.
―Espera, ¿te
aplicas un tónico? ―preguntó Ángela, sacada de su estupor.
―Me da una
pereza horrible afeitarme.
―Ah, así que
si es para evitar faena sí que te cuidas la piel ―bufó Ángela―. Luego cuando te
paso la crema para los granos se queda acumulando polvo.
―Y Ángela es
una enana de metro cincuenta.
Los dedos de
la joven se dispararon hacia la oreja de Blake más cercana a su posición. Claire
esquivó su trayectoria hundiéndose en el sofá, con la acostumbrada paciencia fruto
de la convivencia. Blake nunca era lo suficientemente rápido. Andrew pretendió
ignorarlos, aunque era evidente que sonreía por lo bajo.
―El
cuestionario es irrelevante si vais a hacer la Ceremonia mañana mismo, ¿no?
―Tienes razón,
así que no hace falta que contestéis ―suspiró Merody (“¡es metro cincuenta y tres!”,
se oyó decir a Ángela)―. De todos modos, a primeras parecéis adolescentes
normalillos, sin ofender ―justo tras decir eso, sus iris violáceos se fijaron
en Claire y Blake, de nuevo en sus sitios―. Bueno, los dos mestizos tienen un
buen nivel de musculatura. No es raro en nayhades, pero en elvans…
―También
estarían las pruebas intelectuales, aunque tras este desorden dudo que sean
necesarias.
Armiro torció
ligeramente el gesto. Alguien le había pisado el pie y solo Claire pareció
percatarse. Merody, con medida paciencia, ignoró la mueca de su hermano y
examinó su reloj de bolsillo. Su cubierta plateada tenía muescas por el uso.
―Tengo que
reunirme con mis compañeros de trabajo, alguien tiene que pagar las cervezas
―inclinó la cabeza para ver a Andrew―. ¿Os importaría conducirles a sus
habitaciones? Los tres necesitan descansar para afianzar la Sanación aplicada.
Andrew aceptó
la propuesta y la reunión llegó a su conclusión. Merody se despidió de ellos en
el pasillo y marchó en dirección opuesta. Andrew y Armiro encabezaron la
marcha, uno al lado del otro. Por cómo se orientaba, parecía que el Alto
Consejero tenía mejor visión de lo que Claire creía. Al principio lo atribuyó a
la costumbre de caminar por el edificio, pero esquivaba con facilidad a la
gente con la que se cruzaba. En una ocasión, sin embargo, Andrew lo tomó del
brazo con discreción para evitar un carrito con útiles de laboratorio.
Hablaban en
voz baja, y Claire afinó el oído con un placer cotilla del que Ángela se
enorgullecería.
―Está abusando
de su poder como heredera.
―Si es por lo
de esta mañana, buscarte pareja es su deber como jefa de vuestra casa.
―Tanto tú como
ella sabéis que es mentira. Lo tiene todo calculado, como lo de reprocharme mi
trabajo.
―Tú también
has intentado mandar sobre el suyo (y el mío). Simplemente pretende que seas
amable con les candidates. Es lo mínimo tras el atentado… y tus maquinaciones.
―Lo primero no
fue mi culpa, aunque lo lamento igual ―Andrew aceptó su respuesta. Cuando
Armiro volvió a hablar, a Claire le sorprendió encontrar duda en sus palabras―:
Sobre lo otro, el fin justifica los medios.
―Lo dices
porque, irónicamente, tu cargo de Mensajero Celestial no incluye dar
explicaciones o condolencias cuando conviene. Somos los diplomáticos los que
asumimos las consecuencias de las acciones del resto. Ocurra lo que ocurra
mañana, esas cartas de pésame serán enviadas y nuestro uniforme será de un
negro más solemne. Solo me consuela que no tendré que dar disculpas en tu
nombre… esta vez.
Armiro guardó
silencio, dando por terminada la conversación. Ángela intentó hacerla partícipe
de la suya, sus ojos pidiendo la información obtenida, pero Claire se señaló la
garganta y volvió la vista al frente. Seguía ligeramente molesta porque hubiera
comentado sus pesadillas. Ya lo hablarían en recuperar la voz.
Finalmente,
llegaron a una puerta de madera, algo más alejada de los laboratorios y su
ajetreo. La estancia donde se alojarían tenía un pequeño salón que conectaba
con cuatro habitaciones individuales a los lados y un baño completo al fondo. Este
último quedaba tras una encimera, cuya superficie tenía platos con fruta,
sándwiches fríos y jarras de zumo helado. El centro de la habitación estaba
ocupado por una mesita de café, rodeada por cómodos sofás de forma similar a la
salita de dónde venían.
―Estas serán
vuestras habitaciones durante la estancia ―explicó Andrew, abarcando sus
alrededores con un gesto―. Es temprano, aunque parece que ya tenéis la cena servida.
Si queréis algo más, como sopa o un refrigerio caliente, comunicadlo por el
interfono. El desayuno es a las nueve, os lo traerán aquí.
Claire miró
los sándwiches con recién descubierta hambre, pero la petición de Armiro la
llevó a sentarse en otro condenado sofá, junto a sus compañeros.
―Antes de marchar,
me gustaría preguntaros sobre vuestra magia ―entrecerró los ojos―. Requiero que
me digáis a qué Clase pertenece el poder con el que nacisteis. Sé que la
respuesta será aproximada en el caso de la joven mestiza, tanto por su amnesia
como desconocimiento del Sistema Mágico, mas agradecería que intentarais
responder por ella.
―De acuerdo
―asintió Ángela―. Blake nació Sanador y tanto Claire como yo, Elementales.
Armiro inclinó
el gesto ligeramente hacia Andrew, pero no esperó a su asentimiento para seguir
hablando.
―¿Tienen
alguna norma específica de uso?
―¿A qué se
refiere?
―Exactamente a
eso: Una Sanación con características concretas, un Elementalismo donde los
elementos solo se moldean con unas condiciones definidas ―explicó él―. Les
Elegides nacen con magia por su Habilidad de Elegide, un don que poseen
desde su inicio independientemente del camino que tomaron sus progenitores.
Este poder se puede clasificar dentro de las Clases de Magia de Inspiración, sin
embargo, sigue unas normas concretas similares a las Clases Recitadas.
»Digamos que
se parecen a los dones de Legado en familias nobles y magas… Oh, supongo
que la joven mestiza no sabrá sobre ello. Explicádselo en otro momento. ¿Y
bien?
Ninguno
contestó. Claire evidentemente no podía y, aunque sus compañeros quisieran
hacerlo, Andrew interrumpió su reflexión.
―Es tarde y
Merody pidió que descansaran. Háblales de la Ceremonia y vámonos.
―De acuerdo
―musitó él, evidentemente sin estar de acuerdo―. En la Ceremonia de Revelación
acudiréis al Observatorio, mi punto de comunicación con las Torres de Dioses.
Una vez allí, invocaré el Hechizo de Marcado y, si al menos uno de vosotros ha
sido escogido por la Profecía, se activará y otorgará una Marca a cada une de
les Elegides.
―¿Una Marca?
―repitió Ángela.
―Así es. Una
Marca única y exclusiva de tal Elegide, que le revela a las Torres de Dioses y
permite que estas le localicen. Si ninguno de vosotros sois Elegides, no
ocurrirá nada. En caso contrario, a lo largo de las siguientes trece horas tras
la Ceremonia, serán Marcades cada une de les Elegides, una Marca cada hora,
correspondiente a su número.
―Cada Elegide
tiene un número que le relaciona con su Destino y Profeta ―empezó a explicar
Andrew, pero un vistazo a su comunicador le obligó a levantarse―. Y… de eso os
hablaremos si resultáis ser Elegides al final. Armiro, nos llaman para una
reunión.
―¿Otra?
―Andrew asintió―. ¿De Hunther? ―volvió a asentir. Armiro cerró los ojos―. Qué
remedio, tiempos de Guerra y esas cosas.
―No os
olvidéis de descansar, chicos. Habéis tenido un trayecto… unos días bastante
duros. Si necesitáis cualquier cosa pedidla y Claire, si no recuperas la voz
mañana, te llevaré con Merody. Hasta mañana.
Los dos
adultos abandonaron la estancia y los tres amigos se quedaron mirando. Claire
comprobó con un suspiro ahogado que su voz seguía ausente. Blake miró el reloj
que colgaba de una pared.
―Son las seis,
casi siete ya ―dijo, pensando en voz alta―. Entonces ya es treinta de Dunoctis
―Claire se giró hacia él―. Te han tenido un buen rato en el tanque de agua,
¿eh? Cuando despertaste, nos contaron que fue para estimar cuanta sangre
nayhade tienes. Merody cree que estás en un cincuenta por ciento, así que tendrás
tanto de humana como yo.
Claire no
respondió ni con palabras ni gestos. Cerró los ojos y dejó que Blake se
levantara para traer la comida a la mesa.
Solo la mitad
de ella era humana. Incluso lo poco que creía saber de sí misma era mentira.
Algo en su cabeza se resistía a creer aquellas palabras, teniendo que afrontar
su incrédulo cansancio con la visión de sus manos. La piel que unía sus dedos
comenzaba a agrietarse.
Antes de que
Blake se sentara, cogió un vaso de zumo y un par de sándwiches de su plato.
Cruzó miradas con él y con Ángela, que seguía sentada en el sofá, y marchó a su
habitación. Solo se despidió de Blake con la cabeza y, sin embargo, cuando
cerró la puerta se arrepintió de no haberse despedido también de Ángela. Era
estúpido enfadarse cuando no podía hablar las cosas.
Pero ya era
tarde y su cabeza no podía más. Devoró su cena en silencio y se tumbó en la
cama con la ropa que llevaba puesta. Un recuerdo la acompañó durante el
solitario proceso, su propia voz con ajena burla:
“Tú, que ni
siquiera sabes quién eres”.
Podía dormir
tranquila. Su Sombra había prometido marchar, no tenía por qué temer su
regreso. Y, por supuesto, aquellas palabras se referían a su pasado… ¿verdad?
Cayó en cuenta
que aquella cama no era la suya, ni conocía a quienes prepararon su cena.
Máline estaba lejos y su cabaña acumulaba polvo y nieve en solitario. La tímida
emoción por aprender y descubrir se opacó con una temerosa nostalgia. Como la
niebla engullendo el tren, como la sangre manchando a la lluvia.
Sus dedos se
aferraron a la almohada.
―Solo quiero
volver a casa.
…
―Un poco más juntos, chicos. ¡No
seáis tímidos! Cogeos las manos, así la energía fluirá mejor.
Merody
retrocedió un par de pasos y contempló a los tres jóvenes, unidos y rodeando un
pequeño pilar coronado por una esfera de cristal.
La superficie
transparente dejaba ver su interior, donde cúmulos de nubes oscuras flotaban en
un fondo azul oscuro. Pequeños destellos dorados salpicaban su superficie de
vez en cuando, como una ventana al cielo estrellado. Ensimismada, Claire tuvo
que esforzarse para apartar la mirada y perderse entre la belleza del resto del
Observatorio.
Sus pies
pisaban hierba oscura, regada por el agua que nacía del pilar y se extendía en
pequeños canales hasta otro canal circular, cuyo centro era aquel hermoso orbe.
El suelo pasaba después a ser de un exquisito mármol negro. Pilares blancos
sostenían la cúpula sobre sus cabezas, del mismo azul oscuro con detalles
dorados que el orbe, dividiendo unas paredes con vidrieras iluminadas
mágicamente. En el punto más alto de la bóveda se abría un tragaluz al cielo.
El aire y la luz que entraban por ella parecían más cálidos que los de su
hogar, y Claire volvió a tener un acceso de nostalgia. Armiro siguió con las
explicaciones, aparentemente ajeno a la ansiedad de los muchachos.
―Cuando active
la energía del pilar sentiréis un ligero cosquilleo carente de importancia.
Como os dije, si une de vosotres es une Elegide, el hechizo se activará y, a lo
largo de las próximas trece horas, cada Elegide se desmayará y obtendrá la
Marca que le corresponde a su número. Una Marca cada hora.
»Una vez
reveladas las Marcas, los habitantes de las Torres de Dioses podrán extraer
información de ellas para facilitar la Búsqueda del Consejo. Nada de esto
sucederá si ningune fuisteis escogides por la Profecía. ¿Alguna pregunta?
Nadie dijo
nada. Claire soltó la mano de Ángela para rascarse el cuello. Seguía teniendo
aquellos surcos, con tres divisiones a cada lado, pero ahora estaban cerrados y
le permitían hablar. Sus pies y manos habían desprendido la piel sobrante
durante la noche, volviendo también a la normalidad.
Recuperó la
mano de Ángela y ella le dedicó una cauta mirada. A pesar de su recuperada voz,
no habían hablado las cosas. Eran amigas desde siempre, sabían cuando algo
estaba mal. Sin embargo, la ansiedad y el miedo por aquel día impidieron que
dieran el primer paso a la reconciliación. Bajó la cabeza y, entonces, la voz
de Armiro le provocó un vuelco en el corazón.
―Ya casi es la
una ―anunció―. Merody y yo saldremos de aquí, pero seguiremos observándoos a
través de la cámara del Observatorio. Activaremos el hechizo en tan solo unos
segundos.
Y los tres
amigos se quedaron a solas en la estancia. Ángela comenzó a temblar e,
inconscientemente, Claire apretó su mano con fuerza. Ambas se miraron y la
ansiedad y el miedo se compartieron entre sus ojos. El corazón le latía tan rápido
que Claire agradeció no haber desayunado nada, pues lo habría vomitado de los
nervios.
Su otra mano
notó el apretón de Blake.
―Estad
tranquilas. Todo va a salir bien.
Y logró
sonreír. “Todo va a salir bien” era la frase favorita de Blake. Un mantra que
podría confundirse con vacío optimismo, pero que calmó los nervios de Claire
como haría una canción de cuna.
No obstante,
la seguridad de sus palabras se quebró con el temblor de sus manos. Su rostro
seguía alegre y mentiroso, mientras el sudor frío resbalaba por sus dedos,
arrastrando su seguridad.
Ignorando
aquella ilusión, Claire asintió y logró forzar una mueca que pretendía ser una
sonrisa. Al girarse, Ángela le devolvió otra igual. Sus ojos parecían
vidriosos, y destellaron cuando la esfera empezó a emitir luz.
La súbita
claridad obligó a Claire a cerrar los párpados, sin perder jamás los dedos de
sus amigos. El haz de luz recorrió toda la estancia, engullendo los oscuros
motivos y alimentando las plantas a sus pies. Entonces se perdió en el tragaluz
sobre sus cabezas y el Observatorio pareció más sombrío que antes.
Poco a poco,
Claire se atrevió a abrir los ojos. Intercambió miradas con sus amigos. Ambos
parecían estar bien y, poco a poco, fueron soltando las manos. El corazón de
Claire, que todavía palpitaba con fuerza en su pecho, empezó a relajarse al ver
que ninguno había desfallecido.
Ángela le
dedicó una tímida sonrisa y lágrimas de alivio corrieron por sus mejillas.
Claire le devolvió el gesto y aquel consuelo zanjó su estúpido enfado. Después,
se giró a ver a Blake.
Él también le
dedicó una gran sonrisa antes de caer al suelo, inconsciente.
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