martes, 26 de diciembre de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 12

 Sin Nombre


Aquel ser se quedó mirándola mientras Claire se pegaba a la pared, sin terminar de creer lo que veía. La imagen del chiquillo en su mente se distorsionaba con la duda, la incredulidad de ver su sueño tomar forma en la realidad. Siempre supo que aquellas escenas nocturnas eran demasiado vívidas para ser creaciones suyas y, sin embargo, una parte suya quería seguir creyendo en su imaginación. Pues, si aquel preso existía, también lo hacía su Otra voz, su Sombra.

Tan perdida estaba en su negación que no advirtió cómo el niño se acercaba a ella hasta que, con cautela, le puso la mano en la frente. Su piel estaba tibia.

—¿Qué estás haciendo? —logró musitar.

«Comprobaba si tenías fiebre, perdón —el niño retiró la mano y se quedó sentado de rodillas frente a ella—. No, no la tienes. Es más, tu piel está muy fría. Aun así, deberías tener cuidado con la magia. Parecías cansada y sangrabas por la nariz, el golpe en la cabeza solo ha facilitado tu inminente desmayo».

Claire lo examinó detenidamente. Aunque su trato y recuerdos negaban que aquel niño fuera peligroso, estaba demasiado alterada para bajar la guardia.

Un picor en su brazo derecho la distrajo. Algunas motitas negras se habían posado en él y el chiquillo se acercó a apartárselas.

«¡Ten cuidado! Estas partículas de oscuridad son atraídas por el méner y no te conviene perder más».

No, definitivamente aquel niño era inofensivo y, además, parecía querer ayudarla. Tuvo un momento de relajarse hasta que entrevió al guardia inconsciente en el pasillo.

Su cuerpo estaba apresado por una gruesa capa de hilos negros que desprendían humo. Claire frunció el ceño, de nuevo alerta. No había escarcha y seguía respirando, por lo que ella (¿o su Sombra?) habían probado un truco nuevo.  

—¿Crees que vendrá otro guardia pronto?

El preso se encogió de hombros.

«Lo dudo mucho. Los guardias no suelen patrullar por donde nosotros, las celdas de los espectros. El de ahí ha sido toda una sorpresa».

El chico le dedicó un vistazo al caído.

«Había leído sobre el efecto sedante del Elementalismo de Sombras, aunque jamás lo vi puesto en práctica. Fascinante —comentó, despejando las dudas de Claire sobre su autoría. Después, se puso de pie y le devolvió la mirada—. ¿Puedes levantarte o estás muy débil todavía?»

Claire lo imitó como respuesta. Era bastante más alta que el niño, quien la miraba desde abajo con sus grandes ojos oscuros. De cuerpo frágil y mirada melancólica, la soledad parecía acompañar a su pequeña figura. Los otros presos parecían haberse adentrado en sus celdas sin emitir ruido alguno.

—¿Cómo es que puedo oírte en mi mente? —preguntó Claire, al darse cuenta de que ningún otro espectro participaba en la conversación—. ¿Es Telepatía?

«Así es. Soy el único de los prisioneros que es Telépata. No necesito boca ni cuerdas vocales para hablar —explicó él, llevándose las manos a las vendas del rostro. Claire reprimió un escalofrío al ver que no se apreciaba forma alguna tras ellas—. Es lo único que tengo para comunicarme».

Hablar. El silencio de aquel lugar lo volvía más siniestro de lo que ya era. Solo las palabras de Claire vibraban en el aire, como hicieron las de aquella joven en sus sueños.

Miró a su alrededor, a la celda llena de artilugios traídos por aquella chica. Faltaba ella.

—La chica con la que hablabas. ¿Dónde está?

La sorpresa abrió los ojos del niño.

«Cómo… ¡¿Cómo sabes de ella?!»

—Se llamaba Carine, ¿verdad? —tras un corto silencio, el niño asintió ligeramente—. ¿Qué fue de ella?

Su primera respuesta vino de su mirada: la impresión había desaparecido dejando solo una fría cautela. Reacio a seguir mirándola, el niño bajó la cabeza.

—No quiero hacerte daño, soy una prisionera más —le recordó, suavizando el tono.

Otro asentimiento. Tras otra breve pausa, un hilo de pensamiento cruzó su mente.

«La ayudé a escapar. No sé a dónde, ni si llegó bien o se encuentra a salvo. Tampoco puedo saber cuántos días, meses… años, han pasado desde que abandonó las celdas ya que mi condición altera mi percepción del tiempo. Solo sé que se ha marchado».

Claire reflexionó sobre aquellas palabras. Recordó conversaciones entre los dos cautivos. Dio sentido a los cronómetros rotos en la esquina, a la esquiva mirada del chico.

―La echas de menos, ¿verdad?

Aquella pregunta logró que le devolviera la mirada.

«Ella ha logrado escapar, eso es lo que importa ―contestó, con un tono tan sincero y directo que la sorprendió―. Pero ¿cómo es que sabes de ella? ¿De qué conoces a Carine?»

―Ella no me conoce ―respondió Claire―. Pero yo a ella sí.

Entonces le habló de sus sueños, de cómo sus voces aparecían noche tras noche. Aunque sus conversaciones se nublaban al amanecer, Claire siempre despertaba con vestigios de aquellas charlas donde dos condenados fantaseaban con escapar.

«Es muy extraño —comentó el chico tras escucharla—. Nunca he podido extender mi telepatía más allá de las celdas. No sé cómo llegaba a ti —por un momento, se quedó mirando a Claire como recordando que seguía allí—. No, hay algo más. En ocasiones sentía una presencia a mi lado.

»Era débil y, por más que intentara contactar con ella, no encontraba respuesta. Sé que no procede de los presos: ya intenté comunicarme con ellos y sus voces están tan cautivas como sus cuerpos y almas. Llegué a pensar que se trataba de la Reina y sus sirvientes espiándome, pero jamás bajó a castigarme a pesar de mis conspiraciones con Carine.

»Tal vez fueras tú, escuchándome en sueños por alguna razón que se nos escapa. Sin embargo, tras la marcha de Carine volví a sentirla y… ».

Claire entrecerró los ojos y el niño terminó por negar con la cabeza.

«Ahora que estoy hablando contigo, me cuesta creer que fueras tú. No termina de parecerse a ti, pero no estoy seguro».

—Si lo hacía, te recuerdo que era involuntariamente y que tampoco di jamás con la razón de estos sueños —instintivamente, Claire se abrazó a la chaqueta de Blake que aún llevaba consigo—. Digamos que mi relación con la magia es algo reciente.

«¿Entonces también lo son estas visiones? —Claire se estremeció—. Aunque mi percepción del tiempo está alterada, sentía la vigilancia desde antes de Carine y sé que ella pasó años aquí. ¿Cuánto tiempo llevas con estos sueños?»

La neutralidad del tono, débil pero tranquilo, contrastaba con el destello de desesperación que Claire entrevió en sus ojos. No quería hacerlo y, sin embargo, terminó respondiendo:

—Cuando empezaron, yo era una niña. Carine también lo era, aunque ella llegó después de tu voz. No recuerdo lo que decías por entonces, pero sí retazos de lo que sentías: miedo, tristeza… soledad. Vivir aquí debe ser duro.

La insistencia del niño confirmó su suposición.

«¿Cuántos años?»

—Cuatro años, tal vez cinco. Carine apareció al mes de que empezara tu voz… y desapareció hace apenas tres días.

«Entonces llevo más de cuatro años aquí. Carine… ¿De verdad marchó hace tan poco? —Claire asintió y un eco triste, similar a una risa seca, se derramó en su cabeza—. Para mí ha sido una eternidad por culpa de la maldición…”

Un parpadeo y la emoción que amenazaba con derramarse de sus ojos se rompió en fría neutralidad. Claire le concedió un momento para asimilar lo que había contado, en empática amabilidad. Aprovechó para refrescar la memoria con los artilugios desperdigados a su alrededor, escasos, aunque abundantes en comparación a las frívolas estancias de los demás presos. La maldición del niño le impedía dormir, pero había un montón de mantas viejas para el descanso de Carine. Relojes rotos y trozos de espejo en una esquina. Frascos vacíos y libros de magia apilados sin ningún orden aparente. Parecían más técnicos y densos que la colección familiar de Blake.

—Todo esto lo trajo Carine —no era una pregunta, aunque el niño asintió levemente—. Como te dije, en mi recuerdo solo quedan detalles de vuestras conversaciones, pero el deseo de libertad permea en todas ellas. ¿Cuántos de estos libros robó por esa causa?

«Menos de los dedicados a curarme —el niño la miró. A estas alturas, no le sorprendió que, donde debía haber tristeza, Claire encontrara dos herméticos ojos oscuros—. Si nos escuchaste tanto tiempo, entonces sabrás por qué Carine jamás me llamaba por mi nombre».

—Porque no tienes —respondió Claire—. Ni tú, ni el resto de presos sin boca. En ocasiones, Carine te llamaba “Sin Nombre” por tener alguna forma de referirse a ti. En muchas otras, usaba palabras que no entendía…

«Eran insultos en su mayoría —Claire parpadeó y el chico negó con la cabeza. Esta vez, sus ojos parecieron sonreír un poco—. No pasa nada, eran bromas nuestras. Tras tanto tiempo, terminamos con formas algo extrañas de amenizar el encierro.

»Volviendo a tu cuestión, sabíamos la mejor forma de escapar: crear un portal, la recitación de teletransporte más clásica y fiable para largas distancias. El problema estaba en mí, quien apenas tenía fuerzas para las canalizaciones más básicas… y cuyo cuerpo estaba maldito y anclado a esta celda».

“Anclado”, se repitió Claire a sí misma. Visualizó a los presos observándola desde el umbral de sus celdas, sin llegar a pisar el exterior.

Como adivinando sus dudas, el Sin Nombre se acercó al límite de la suya.

«Mi maldición me robó algo más que mi nombre. Si no, yo mismo habría llenado mi celda de libros».

El niño salió de su celda. Se giró hacia Claire y ella contuvo el aliento. Él tragó saliva.

La oscuridad lo engulló.

En un parpadeo, las motas de sombra que gentilmente flotaban en el aire se lanzaron en picado hacia el cuerpecillo del preso. Cubrieron su piel, envolvieron su carne. Solo un quejido ahogado despertó a Claire, procedente no de su mente si no del propio chiquillo que se hundía en la negrura. Entonces la Elegida corrió hacia el exterior y agarró sombras, harapos y carne gris hasta devolverlo de vuelta a la seguridad de su celda.

La voz del niño había desaparecido, también sus quejidos. Su mente estaba en blanco y en sus oídos solo reverberaba su pulso y suaves pasos. Alzó la vista y se encontró con que algunos presos se habían asomado a observar la escena.

La respiración ahogada del chico captó su atención y le ayudó a quitarse las sombras de encima. Caían dócilmente, despojadas de la voracidad de instantes atrás. La túnica excesivamente grande parecía haberle protegido, aunque su cara tenía marcas oscuras como rasguños. Incluso se le había descolocado la venda de la cara con el forcejeo.

El Sin Nombre se apresuró a ajustarla antes de que Claire lo intentara. A pesar de que su cuerpo temblaba y respiraba con fuerza, sonó tranquilo en su mente:

«Perdona, sé que no es agradable de ver. Carine me obligó a ponérmela cuando nos conocimos bajo amenaza de abrirme una boca a cuchillo —emitió una risa seca a Claire—. Sus palabras no iban con tanto cariño por entonces, así que obedecí para no enfadarla…»

Su cuerpo seguía con el pulso acelerado, temblando con cada latido. Claire frunció el ceño. Aunque ella misma tenía fama de mantener la cabeza fría, aquello era excesivo.

—¿Por qué has hecho eso? —el chico parpadeó y Claire mantuvo la seriedad en su exigencia—. No era necesario hacerte daño, bastante mal estás ya.

«Dijo la que llegó dándose un golpe en la cabeza y con síntomas de GCM —Claire entrecerró los ojos—. “Golpe de Calor por Exceso de Magia”, ¿no lo sabías siendo maga?»

—Ya te dije que lo mío es algo reciente —suspiró—. ¿Qué ha sido eso?

«Lo que me ata y sustenta a estas celdas —explicó el niño, dejando que uno de los copos negros cayera en sus manos—. Sin boca, estas sombras son nuestro único sustento: el justo para mantenernos con esta imitación de vida —mientras hablaba, llevó los copos a su rostro, donde se fundieron dejándole la piel lisa—. Aprovechamos todo de ellas, incluso regeneran nuestras heridas. Un medido cuidado que se torna ataque al intentar escapar.

»Esta maldición está compuesta de muchos eslabones que me atan aquí. Dependo de las sombras para seguir con vida, pero me la arrebatarían si marchara. Mi cuerpo apenas puede canalizar el méner, los hechizos más débiles me dejan sin fuerzas…. Y son lo único que retengo de mi pasado, pues todo lo relacionado con quien fui ya no existe.

»Perdí mi nombre y ni siquiera sé cuánto tiempo hace que soy así, o qué hice para merecer esto. Ni siquiera sé qué fue de la única persona que intentó recuperarlo. Yo…».

Claire no podía soportarlo más. Ante la sorpresa del niño, se dejó caer de rodillas para abrazarlo, apoyando la cabeza en sus pequeños hombros. Después, se percató de lo que acababa de hacer y lo justificó con un impulso, con que era el primer consuelo que ofrecerían sus amigos. Cómo los echaba de menos.

—Lo siento —dijo, apartándose.

«No, lo siento yo —se apresuró él, y Claire no terminó de separarse—. Te he soltado esto la primera vez que podemos hablar. Cielos, si apenas sé de ti».

—Está bien, lo entiendo. Llevabas mucho tiempo sin poder desahogarte.

«Dijiste que solo he pasado tres días a solas».

—Y para ti se han sentido como años.

Sus brazos contestaron por él, hundiéndose en el abrazo. Un pequeño pulso sustituía al latido de un corazón en su pecho, su respiración era débil y su cuerpo estaba frío y tembloroso. Claire lo estrujó cómo si así pudiera compartirle su vitalidad. Después, sus palabras le regalaron su historia:

—Me llamo Claire y yo también perdí la memoria.

Desconcertado, el chico se separó y la analizó en silencio, como intentando encajar aquel dato con lo poco que conocía de ella. Claire siguió contando:

—Desperté en el bosque sin saber quién era y dónde estaba, pero otros niños me encontraron y llevaron con sus familias. No tardamos mucho en hacernos amigos.

»Sin embargo, al contrario que tú yo no recordaba el funcionamiento de este mundo. A pesar del cariño y apoyo de mis amistades, mi amnesia y aquello que no comprendía nos separaba inevitablemente. No mentía cuando decía que la magia era una novedad para mí, pues pasé mucho tiempo huyendo de ella. Me aterrorizaba, y decidí centrarme en crear nuevos recuerdos sin ella en mi nuevo hogar.

»No dio resultado. No podía escapar de tus sueños y tampoco quería hacerlo. Los tengo desde la misma noche que desperté con este nombre que ni siquiera sé si me pertenece. Son la única pista de algo mío, el resto es un lienzo vacío.

»Por eso sé cómo te sientes. Por eso, quiero sacarte de aquí conmigo.

El niño abrió sus ojos, el desconcierto rompiendo su hermetismo.

«¿Quieres llevarme contigo?»

—No me iré de aquí sin ti. Encontraré la forma de recuperar tu nombre, cuerpo y recuerdos. Entonces marcharemos juntos.

«No, ¡no lo harás! —saltó él—. No tengo lugar al que ir y Carine ya lo intentó durante mucho tiempo en vano —negó con la cabeza, como si descartara aquella idea—. Te sacaré de aquí con un portal. Aprovecharé los restos del anterior y tal vez te pida que busques ingredientes para recitaciones de amplificación, pero ya está. Es lo menos por devolverme la noción del tiempo».

—¿De qué sirve contarte cuánto llevas aquí si cuando marche volverás a la confusión? —exclamó Claire—. Además, sé lo mucho que os costó hacer el portal…. Y sigues estando débil por ello, ¿no? Puedo aprovechar para investigar sobre tu condición mientras repones fuerzas.

«Tú tampoco estás en plena forma, es arriesgado —se quejó él, a lo que Claire bufó. El chico terminó cediendo con una imitación de suspiro—. Mira, si te centras en apoyarme con recitaciones y méner, podré crear el portal mucho más rápido que si pierdes tiempo intentando salvarme. Aún así, tardaremos días, y dudo que tengas tanta práctica pasando inadvertida como Carine.

»Marcharás a solas y lo antes posible, es la única opción».

El niño calló dando su sentencia por victoriosa, pero Claire había visto la resignación en sus ojos, la hastiada derrota de quien ha visto la esperanza quebrarse una vez tras otra. De ahí sacó una última réplica:

—No sin ti. Te he visto sufrir todos estos años y ya es suficiente. Da igual el tiempo que tardemos, no marcharé sola y, cuando escapemos, seguiré a tu lado como algo más que una sombra cotilla. Lo prometo.

El sepulcral silencio de las celdas volvió a espaciar su diálogo. La quietud se extendió tan pesada que, por un momento, Claire creyó que no volvería a escuchar otra voz más que la suya. Sin embargo, el eco de unos pasos encabezó una respuesta. El Sin Nombre se acercó a abrazar a Claire y esta le recibió como si se reencontrara con un viejo amigo.

«Solo mientras me recupero, por favor —le dijo, más un ruego que una petición. Ella asintió y notó cómo se relajaba en sus brazos—. Gracias. Confío en ti».

Claire sonrió, sabiendo bien que aquel gracias no era por aceptar su petición. Aunque el Sin Nombre reprochara sus actos, le había hecho una promesa y estaba dispuesta a cumplirla.

Tras un último estrujón, se levantó y revolvió el cabello gris del chiquillo.

―¿Por dónde deberíamos empezar?

 

La planificación comenzó con un resumen de todo lo que Carine había logrado aprender del lugar donde yacían presos. Se hallaban en la fortaleza Kazehaya, hogar de la familia noble del mismo nombre.

«No sabemos hasta qué punto los Kazehaya se han aliado con las motivaciones de Kasshere —el chico señaló al guardia aturdido—. Como ves, hay gente no afectada por la enajenación shiriza: los sirvientes de la familia. Podrían estar actuando bajo coacción. Que sepamos, solo quedan dos Kazehaya con vida: el hermano mayor y le menor, aunque Carine solo los ha visto en retratos viejos».

—¿Estamos en territorio del Bando Mágico?

»Es probable. La familia escribe con caracteres de Kyaer-Shiara, así que mínimo son de allí —Claire frunció el ceño y el chico le dijo—: No te preocupes. Si consigo crear un buen portal, no importará la distancia que nos separa de tus amigos».

Claire asintió para agradecer sus palabras. Entre planes e instrucciones le había hablado de ellos: de cómo Blake le ofreció un hogar y un nombre, de cómo Ángela la animaba en sus mañanas más duras.

Una punzada de ansiedad atravesó sus entrañas. Aunque no estuviera maldita, en las mazmorras costaba mantener la noción del tiempo. La última vez que se reunieron los tres decidieron iniciar la Búsqueda de Elegides cuanto antes y ahora faltaba ella… y no sabía nada de Ángela o Grey.

«No, claro que están a salvo —se reprendió antes de que la paranoia aflorara—. Ángela controla el fuego, ¿cómo iba a sucumbir a un incendio? Y Grey parece tener un don para escapar, estarán bien. Seguro que se han reunido ya con Blake y están siendo revisados por Sanadores o algo».

De pronto, recordó que seguía con su chaqueta puesta y decidió abrochársela, reconfortándose en aquella imitación de abrazo. La prenda tapaba completamente su Marca, salvándola de dar más explicaciones a su nuevo compañero.

Había asuntos más urgentes, como que el chico sabía de magia. De hecho, sabía mucho de magia, lo que implicaba que, al lado de Claire, era un erudito archimago. Por suerte, también tenía aspiraciones a profesor y la paciencia de no percibir el tiempo como una persona corriente.

«Como comentamos, mi cuerpo tiene limitada la carga de méner. Aunque posea los conocimientos para crear un portal, esta es una de las recitaciones más costosas energéticamente que existen. Contamos con la ventaja de que tienes un destino en mente: tu hogar en Máline —Claire asintió—. De hecho, podríamos incluso buscar a tus amigos y aparecer junto a ellos».

—¿Podríamos?

«Una vez creado el portal, el siguiente paso es escanear el destino así que sí, podríamos guiarnos por el recuerdo de tus allegados —el niño añadió un par de trazos más al papel que estaba garabateando—. Abrir portal, comprobar seguridad, introducir destino, escanear y asegurar terreno y, finalmente, marchar».

—Cuántas comprobaciones —advirtió Claire, recordando el último sueño con Carine.

«Y todas importantes. El Control de Espacio es una herramienta tan útil como peligrosa. Lo bueno es que, como contamos con destino fijo, podemos minimizar el escáner. A Carine le bastaba con cualquier sitio lejos de aquí, así que tuve que preocuparme porque el portal no la solapara con el terreno y…».

El chico calló al ver la confusión en el rostro de Claire.

«Digamos que hay una razón por la que los bebés Teletransportadores son los más vigilados por sus padres. No quieres reaparecer compartiendo espacio con el suelo, créeme. No es una muerte agradable».

—Carine te cedió energía para el portal —recordó Claire y él hizo una mueca—. Yo también lo haré si los hechizos amplificadores no bastan para todas tus comprobaciones.

«Aún tienes sangre en la chaqueta».

—Que sí, tendré cuidado. Además, ya sabía algo del “golpe mágico” ese. Te dije que los padres de mi amigo son Sanadores.

«Una cosa es un golpe de calor por usar magia continuamente y otra quedarte sin méner en el cuerpo —Claire titubeó y el niño imitó un suspiro en sus pensamientos—. Necesito que entiendas lo que ocurrirá si me pasas méner sin las precauciones adecuadas. No será como lo que provocaría un GCM: un gasto excesivo, aunque constante en el tiempo. El portal y yo podríamos reclamar todo tu méner de golpe.

»Empezaría con una bajada de tensión. En el GCM, tu cuerpo se caldearía al recuperar el méner que vas gastando, pero aquí su ausencia te dejaría helada. Si reaccionamos a tiempo, se quedaría en un susto. Si no, entrarías en Shock Mágico y tus órganos, acostumbrados al méner, empezarían a fallar al verse privados de él. Podrías morir, Claire, y por desgracia las curas no están en mi repertorio de hechizos».

La severidad de su tono impulsó una respuesta en Claire, temerosa de que reconsiderara su petición de salvarlo.

—De acuerdo, profesor —el niño rompió su hermetismo para levantar una ceja y Claire se dio por satisfecha—. Me lo tomaré en serio, lo prometo. Buscaré lo que Carine usó para doparnos de méner.

«Cuentas con la ventaja de nuestras notas. Aunque nacida maga, Carine carecía de formación, por lo que me esmeré en mis indicaciones. También robaba uniformes para sus escapadas y no dudaba en noquear a quien se interpusiera en su camino».

—¿Noquearlos? ¿Lo hacía con magia o a puñetazos?

«No tenía un gran repertorio de recitaciones, así que utilizaba un arma especial».

—Sus puños.

«En alguna ocasión, seguro —accedió él, relajándose con una risita nostálgica. Qué extraño era escuchar una risa mental—. Su fama está justificada, pero normalmente usaba unos cuchillos paralizantes. Estaban recubiertos de una toxina que dejaba a cualquiera en el suelo, alucinando tanto que hasta podías tergiversar su memoria hablando».

El espectro se quedó mirándola, como tanteando su gesto pensativo.

«Podrías llevarte algún uniforme y cuchillo para tus incursiones. La ropa está en su celda, pero me dejó la cubertería aquí por si me descubrían culpable de su huida. Son muy útiles, basta un roce para activar su efecto».

Claire no contestó de inmediato. Recordó las muñecas del espectro, visibles cuando trató su contusión, ahora ocultas bajo sus amplias mangas.

—Tus brazos no estaban vendados en mi último sueño. ¿Han tomado represalias?

«¿Qué…? Ah, no, no —negó él, arremangándose la manga derecha con cuidado. Las vendas cubrían todo su antebrazo—. Son para cubrir unos símbolos que me tallé para recuperarme tras el portal. Son… cortes rituales. No son agradables de ver. Lo siento».

—Discúlpame a mí por preguntarlo —él negó quitándole importancia y volvió a esconder sus brazos—. Y esos cuchillos… ¿son seguros? —el espectro se encogió de hombros—. Supongo que no tengo otra opción para cubrir mis huellas…

El niño señaló al guardia del suelo. Los hilos negros cubrían todo su cuerpo, convirtiéndolo en una masa oscura. ¿Cuánto tiempo llevaba ya así? ¿Le dejaría secuelas?

«También puedes hacer eso. Inmovilizas con magia o noqueas de un puñetazo, si sabes hacerlo —bromeó—, pero no mates bajo ningún concepto. Todos los guardias tienen un sensor conectado al corazón y, si este dejara de latir, la fortaleza sería puesta bajo aviso».

Claire chasqueó la lengua.

—De acuerdo. De todos modos, no quería matar a nadie.

«A nadie más», pensó tras recordar a los shirizas del Consejo. Entre la confusión de la batalla, ignoraba si su hielo fue letal o solo incapacitante.

Y luego estaban aquellos hilos negros… ¿cómo los había creado siquiera? Al principio, creyó haber usado la magia del bosque otra vez… ¿Habría sido su Otra Voz…?

«No es momento de pensar en esto. Debo estar concentrada».

Y tanto porque el chico había empezado a soltar una lista de indicaciones. Algunas incluso vinieron acompañadas de imágenes mentales, pintadas en su cabeza como el flash de una fotografía. Intentó memorizarlas, luego consultó sus esquemas en papel y se confundió al ver que palabras e imágenes no coincidían. El niño se disculpó.

«Olvidaba que tu cabeza ya lleva un buen mareo —dijo, mientras rebuscaba entre los cachivaches desperdigados por la celda—. Carine hizo algunos planos de la fortaleza. Tenía mejor mano que yo para el dibujo, la ventaja de poder recorrer los pasillos —cogió un trozo de cristal, uno de los fragmentos de espejo, y se perdió mirándolo unos instantes antes de seguir—. Aunque me dejó muchas cosas antes de irse, parece que olvidó los mapas. Si no te aclaras con mis magníficas instrucciones ve a su celda a buscarlos. Está por el pasillo donde viniste, podrás abrirla con tu magia… o las llaves del guardia, claro».

Claire asintió y pasaron al siguiente tema: recuperar el cuerpo y recuerdos del niño.

«Esperaba que la lista de precauciones sobre magia y los movimientos dentro del castillo te hubieran disuadido —Claire se entrecruzó de brazos y el niño puso los ojos en blanco—. Está bien, vamos a ello».

Al parecer la maldición estaba basada en una bendición empleada en Sanación. Se usaba para mantener con vida a comatosos mediante partículas de luz, de forma similar a cómo las sombras alimentaban a los espectros.

«Las maldiciones y bendiciones son embrujos, las recitaciones de los Brujos. A diferencia de los hechizos, estos se aplican en un ente sobre el que actúan.

»Sin embargo, “por cada Brujo hay un embrujo”, y esta maldición no iba a ser de menos. Es compuesta, es decir, se compone de otras recitaciones pequeñas unidas como eslabones en una cadena. La mayoría se inspiran en MEVI para convertirnos en espectros. Ralentizan nuestro envejecimiento y enlentecen nuestro intercambio de méner al punto que podríamos pasar por plantas. Estamos adaptados a consumir las sombras que nos dan y, lo más importante, todo lo relativo a nuestra identidad nos es arrebatado.

»Durante el tiempo que estuvo conmigo, Carine buscó información sobre mi condición por todas las salas y habitaciones que pudo entrar, reuniendo una buena colección de libros que consultamos los dos. La primera opción para resolver una maldición es crear una contra-bendición específica, pero ninguno de los dos teníamos acceso a la Brujería Blanca.

»Decidimos centrarnos en otra estrategia: atacar los eslabones de la maldición y confiar en que eso bastara para romper el conjunto. Intentar transformarme con un cuerpo ya modificado y débil era demasiado peligroso, así que nos centramos en mi memoria… descubriendo que toda información sobre los presos está bien guardada».

El Sin Nombre clavó la mirada en Claire, de nuevo con aquella seriedad hermética.

«Carine recorrió toda la fortaleza menos un par de salas donde sospecha guardan los archivos, protegidos por magia e inaccesibles para ella. La vi marchitarse inútilmente en su deseo de salvarme, solo pude convencerla con la promesa de que buscara ayuda. Tú estás a tiempo, no lo olvides».

Claire se cruzó de brazos. Una vez más, respondió a con desafío a la rectitud del niño.

—Digamos que tengo contactos con el Consejo, pero será mejor convencerles con mi mejor testigo.

«Cabezota —suspiró él—. En fin, en el mapa están apuntadas las salas donde Carine no llegó a entrar. Podrías probar a abrirlas con tu magia. Te sugeriría que marcharas a echar un vistazo por tu cuenta para familiarizarte, pero ese pobre condenado de ahí lleva dormido…».

—¿Dos horas?

«¿Crees que es mucho?»

—¿Para una siesta? Excelente. Pero si el guardia quería comprobar si yo seguía sopa es un tiempo muy sospechoso.

«Entonces no tardarán en bajar a comprobar qué le pasa a su compañero. Lo más seguro será empezar con una incursión a la celda de Carine: trae todo lo que puedas y buscaremos juntos alguna pista. Así, si oímos ruido, podrás…».

—Noquear al nuevo guardia.

«Aprendes rápido».

—Y es la mejor solución. Así evitamos que vea al otro inconsciente.

«Claro. Así en algún momento tendremos una pila de guardias desmayados».

Se miraron el uno al otro.

—Los guardias no venían a menudo, ¿no?

«Si lo hicieran, usaríamos sus cambios para medir el tiempo —confirmó el espectro—. No te la juegues. Si oyes ruido, vuelve a tu celda y finge que nunca saliste de allí». 

Claire hizo una mueca que el niño ignoró. No era momento de decir que tiró la puerta abajo y rompió las cadenas que la retenían. Ups.

—¿Y si ven a su compañero inconsciente en una incursión?

El Sin Nombre titubeó antes de dar con algo de inspiración.

«Creo que tengo un plan. Acércamelo a la celda, por favor —Claire arqueó una ceja y él insistió—: Usaré los cuchillos, confío en poder manipularlo con el poder de la telepatía y los alucinógenos. Tú céntrate en ir donde Carine, robar un uniforme y traer cosas.

Claire vaciló antes de acceder a la petición. Al acercarse, los hilos se retiraron liberando los hombros para un mejor agarre, gesto que Claire no pidió conscientemente. Decidiendo ignorarlo, arrastró el cuerpo hasta la celda del niño y este le ayudó a dar con las llaves de las celdas.

Las ataduras despejaron también el rostro del guardia. Tenía los ojos abiertos.

—¿Crees que se mantendrá dormido? ¿Inconsciente?

«Tú sabrás, es tu magia —Claire hizo una mueca que el niño ignoró. Se había apartado a buscar los cuchillos—. Marcha tranquila, yo me ocupo».

Los ojos miraban a la nada, la respiración como única certeza de que seguía con vida. Eran negros, rasgados, y atraparon su mirada hasta que un escalofrío la devolvió a la realidad.  

Sacudió la cabeza para despejar la extraña sensación que había manchado su mente. De mientras, los hilos volvieron a cubrir el rostro y despejaron algo más: la funda de su espada.

El sonido del acero atrajo de vuelta al chico. Claire robó cinto, funda y arma y comprobó el balance de esta. Algo más pesada que la del Consejo, pero serviría. Al mirar al niño, sintió la necesidad de excusarse:

—Los guardias llevan espadas… Y me siento más segura con una. No mataré a nadie.

El niño no contestó y Claire marchó hacia el pasillo, espada en cinto. Tras unos pasos, volvió la vista hacia el espectro. La miraba pacientemente, como recordándole su otra opción. Sería más fácil escapar y pedir ayuda después y, sin embargo, estaba decidida a arriesgar su vida con tal de que la acompañara lejos de aquellas celdas.

«No, no me permitiré otra opción —pensó mientras contemplaba las motitas de oscuridad bailar sobre su cabeza—. No sé dónde estoy, no sé nada más allá de lo que Blake y Ángela me han contado… Al igual que este niño solo conoce de la fortaleza por Carine —bajó la mirada al suelo—. Somos iguales, y llevamos demasiado tiempo sufriendo».

—Si volvieras a tener tu cuerpo, ¿te sería más fácil abrir el portal?

«Podría abrirlo en minutos».

Sus palabras no mostraban duda ni orgullo. Afirmaban un hecho, como que el sol brillaba y las plantas lo necesitaban para crecer. Claire asintió para sí misma.

—Entonces curarte será la mejor opción para ambos. Hasta ahora.

Marchó de vuelta al pasillo ignorando las miradas de los espectros a su alrededor. Al llegar a la puerta, un murmullo ininteligible pareció despedirla, pero no volvería atrás para pedir que lo repitiera. Le bastó con que sonaba agradecido.

Se detuvo ante la puerta acorazada, segura ahora de que guardaba la celda que buscaba. Probó las llaves hasta dar con la correcta y entró a una estancia agobiante y oscura, más incluso que los cubículos de los espectros. Las paredes tenían marcas arañadas en piedra o pintadas en negro y rojo. Deseó que ambos pigmentos fueran tinta.

Quitando eso, la estancia parecía más ordenada que la del Sin Nombre. La cama crujió al subirse, pero solo halló un espejo roto en el estante de encima. De allí vendrían los trozos que tenía el niño. Bajo el catre descubrió un montón de libros, pergaminos rasgados y ropa. Solo tenía un conjunto de uniforme con túnica de mangas amplias y pantalones, que ajustó con el cinto robado. Parecía bien cuidado.

Volvió su atención a los tomos bajo la cama y los llevó hasta el pasillo para tener luz y poder leer sus títulos: Colección de Maldiciones Modernas; Embrujos de inspiración MEVI…

Suspiró y devolvió los libros a su sitio. Aunque los títulos fueran bastante directos, tardaría demasiado en poder leerlos (¡y comprenderlos!). Además, probablemente el Sin Nombre ya los habría estudiado. También le llamó la atención encontrar libros de anatomía específica de razas: humana, multiaris y ángel. Curioso.

Devolvió los libros y volvió a la luz para inspeccionar los pergaminos. Al desplegar el primero, descubrió el mapa que buscaba: trazado a mano y con anotaciones señalando cada rincón.

Su sonrisa se rompió al intentar leerlo. Estaba en otro idioma, ni siquiera reconocía los caracteres empleados.

Suspiró. En sus sueños, Carine y el Sin Nombre siempre hablaban en arcashi, el idioma común del Bando, por lo que jamás consideró que utilizaría otra lengua en privado. Al menos, podría guiarse con los dibujos.

Echó un último vistazo al cubículo antes de marchar. No dudaba que Carine hizo cuanto pudo por salvar al Sin Nombre, y que su despedida estuvo cargada de culpa. Escapar sin él era la última elección y tuvo que tomarla por desesperación.

No obstante, no todo fue en vano. Ahora Claire retomaría su camino y no pensaba fallar. Cruzó el pasillo y usó las llaves robadas para abrir la puerta a los pisos superiores.

              

Con la capucha puesta, Claire cruzaba pasillos de piedra oscura y suelo marmolado. El castillo era casi tan silencioso como sus mazmorras, por lo que era fácil advertir cuando nuevos pasos hacían eco a los suyos. Con rostro oculto y espalda erguida, logró pasar inadvertida a los ojos de un sirviente pálido y humanoide y un shiriza armado. Este último caminaba con el ideal servil de un autómata y el otro avanzaba a temblorosos pasos.

«No debe ser fácil trabajar en estas condiciones —pensó—. Me pregunto qué clase de trato habrán alcanzado para proteger su mente».

A pesar de la eficacia de su disfraz, se cobijaba en esquinas para revisar el viejo plano de Carine. Algunas salas estaban marcadas con círculos que señalaban párrafos de anotaciones, probablemente almacenes… o lugares a evitar. Aunque bien dibujado, a las indicaciones ilegibles debía sumar que el mapa no había tenido el mismo trato que su ropa. Manchas de tinta negra emborronaban algunas zonas, mientras que otras estaban teñidas de algo rojo que Claire deseó que no fuera sangre. Las indicaciones del niño, tan extensas como confusas al recibirlas de otra persona, tampoco servían de mucha ayuda.

No obstante, Claire sabía perfectamente donde ir: Una sala rodeada por círculos y círculos en el plano, marcados con tanta fuerza que casi rompían el papel. Si daba la vuelta a la hoja, las indicaciones sobre aquel punto continuaban, manchando e inutilizando los dibujos del frente.

Tanto daba, pues no necesitaba aquel mapa mientras contara con la guía del guardia que la atacó.

Sus recuerdos daban significado a los trazos borrosos del papel, decantándola por determinados pasillos y secciones con la suavidad de un susurro. Tan discreto fue su consejo que solo lo percibió al encontrarse frente a la puerta que buscaba. Sin picaporte ni cerradura, era de madera oscura y estaba decorada con bonitas placas de cristal. Tenía un ojo tallado a la altura de los suyos sobre el vidrio, como si de un visillo se tratara.

Memorias, instinto y recuerdos, todos robados, le pedían que entrara.

Boqueó como si de pronto recordara cómo respirar tras estar ahogándose. Su mente le dio sentido a aquella familiaridad que ahora reconocía como ajena, y solo entonces consiguió distinguirla de su desconocimiento propio. Se aferró a su ignorancia, a su ser y memorias y apartó a aquel fragmento desconocido que insistía en abrir la puerta. 

Volvía a estar despierta. Recordaba dónde empezó el guiado. Miró a los ojos del caído y un escalofrío camufló la entrada de pensamientos, el robo de información. Una segunda voz, esta conocida, pudo darle sentido a aquel poder. Debía ser su Habilidad de Elegida, el don con el que nació y la nombraba maga, emergiendo de su amnesia como hizo el hielo y la espada.

Así, obedeció a la voluntad que la guiaba en batalla. Olvidó el miedo y la incertidumbre y acercó su ojo al artificial y cristalino que guardaba la puerta. Un caleidoscopio le devolvió la imagen del suyo propio, temblando de miedo y expectación, deformándose conforme su carne mutaba hasta convertirse en la del guardia.

Ahora su reflejo.

Paralizada por el terror, Claire no tuvo más remedio que obedecer a la intuición heredada del guardia, a su instinto que velaba por sus victorias. Dejó que el visillo entrara a su mente a través de aquel ojo oscuro que ahora era suyo, y el cristal se topó con los recuerdos que acompañaban su rostro. Parpadeó satisfecho: había reconocido al hombre.

La puerta se abrió y Claire se dejó caer ahogando un grito en sus manos. La notaba al tacto, la veía reflejada en el frío cristal. Su rostro había cambiado y volvía a deformarse entre sus dedos.

En algún momento, su piel y huesos dejaron de retorcerse y Claire recordó que seguía gritando. Inspiró para recuperar el aliento y, con cautela, separó los dedos. Sus ojos azules le devolvían la mirada desde el cristal. Poco a poco terminó de bajar las manos y descubrió a su propio rostro suspirando de alivio.

Todo estaba sucediendo demasiado rápido. Apenas había descubierto su magia de hielo y ahora se ¿reencontraba? Con su Habilidad. No solo podía robar recuerdos y pensamientos de alguien, si no también copiar su aspecto.

Estaba segura de que era su Habilidad y, sin embargo, ¿por qué aparecía ahora? ¿No debería haber podido usarla desde niña?

El suelo de la sala era de cristal fragmentado pero liso a su paso, y brillaba con tonos azulados bajo la luz de los candiles que colgaban del techo. Las paredes estaban llenas de estanterías seccionadas en cajones, algunas con etiquetas en arcashi, otras en caracteres distintos a la lengua de Carine.

Los últimos coletazos de la conciencia de ojos negros le hablaron de los archivos que ahora pisaba. Un ala que daba a la biblioteca y a la que solo los nobles y sirvientes que vivían en la fortaleza podían acceder, amparados por la confianza de generaciones de convivencia. La llevó hasta la estantería con el registro de las mazmorras y, al rozar las carpetas, su mente se aligeró con repentino silencio.

Su marcha dejó un hueco que Claire llenó con aquellos archivos, agradeciendo que estuvieran en arcashi. Una sección de “alta seguridad” llamó irremediablemente su atención y tomó el primero de los dos ficheros.

Carine le devolvió la mirada a través del tiempo con una fotografía en blanco y negro. Tendría la misma edad que ahora aparentaba el espectro, y sus mejillas estaban más rellenas y oscuras que la pálida y agotada muchacha con la que Claire soñó las últimas veces. Su expresión, sin embargo, no había cambiado. Mostrada solo al hablar de sus captores, su boca se abría en una mueca de odio que pretendía ser una sonrisa, sus pupilas se clavaban en el objetivo como prometiendo matar a aquel tras la cámara.

Cerró la carpeta sin siquiera leer la información. Aunque la brusquedad destacara más que la gentileza en Carine, era la primera vez que veía tan directamente el odio que profesaba a sus enemigos. Le daba miedo, tanto que ni quiso saber qué la hizo merecedora del encarcelamiento.

Devolvió el fichero y recordó la existencia del segundo. Tuvo un presentimiento. El niño al que trataba de ayudar estaba en la última celda, como si hubieran tratado de aislarlo lo máximo posible. Abrió el último fichero y encontró al Sin Nombre.

En la fotografía en blanco y negro, un niño con el pelo hasta los hombros sonreía a la cámara felizmente. Al contrario que Carine, no llevaba la túnica de preso si no una camisa blanca. Al igual que Carine, el tiempo lo había erosionando, llevándose su sonrisa y recuerdos.

Se llamaba Firo Delayer.

Apenas había cumplido once años cuando fue reducido a espectro con una maldición creada por Kiaraei Kazehaya, un joven prodigio Brujo y actual cabeza de los Kazehaya. En el hueco de varias líneas donde debía describirse el motivo de su encarcelamiento solo rezaba una única palabra:

“Protección”.

Claire ignoró las demás casillas que describían rasgos y aptitudes, estado de salud e incluso una valoración de la amenaza que suponía el preso. Ignoró las palabras que llenaban la hoja pues, si la más importante era mentira, ¿cómo podía confiar en el resto?

«¿Protección? ¿Qué mal puede ser peor que esa imitación de vida?»

Debía ser una excusa, un lavado de conciencia por apresar a un niño. ¿Sería porque lamentaban actuar bajo amenaza del Reino Shiriza? ¿O acaso los líderes se dieron la mano y creían en su estúpida excusa?

Daba igual. Ya lo investigaría el Consejo cuando saliera de allí con el preso, con Firo.

Volvió a coger el fichero de Carine y lo juntó con el del otro condenado antes de marchar. Sin la conciencia del guardia tentándola, recordó que el plan inicial con Firo incluía traer material para sus hechizos. No obstante, ¿no rompería la monotonía darle un atisbo de luz a su identidad? Podría buscar ingredientes más tarde. Podría…

No tenía tiempo.

Un grito sacudió el interior de su cráneo, precipitándola al suelo. Soltó los ficheros y se llevó las manos a los oídos, intentando callar un ruido que no provenía del aire. La voz nublaba sus propios pensamientos al punto que, entre el dolor y el estruendo, tardó en reconocerla.

De repente, aquel preso llamado Firo calló y el dolor desapareció. El frío y despiadado silencio le erizó el vello de la nuca.

—No… No, no, ¡no!

Abrazó los ficheros contra su pecho y echó a correr hacia las mazmorras, la discreción olvidada entre el pánico. Sus zancadas hacían ruido, los sirvientes la miraban con ojos muertos y no le importaba, solo esperaba no llegar tarde a las celdas.

Le había prometido escapar. Cumpliría su promesa.

Bajó las escaleras a las mazmorras a saltos, sin tropezarse a pesar de la oscuridad y velocidad por algún tipo de milagro. La nariz volvió a sangrarle por el esfuerzo, y solo al detenerse frente a la puerta de los espectros, sus piernas se atrevieron a temblar en protesta.

Se adentró en la oscuridad, en el silencio sepulcral. Los condenados la recibieron contemplándola como un evento tan curioso como olvidable. Ignorándolos, Claire avanzó hacia la última celda con el corazón golpeando su pecho y un nudo ahogando su garganta.

Cruzó el umbral y no halló a nadie.

Perdió el aliento. Su pulso se detuvo y volvió a acelerarse cuando sus ojos buscaron por todos los rincones de la estancia, pero no había escondite donde el preso pudiera ocultarse. La celda estaba vacía. El Sin Nombre no estaba y Claire no escuchaba nada más que su propia ansiedad reverberando en su cabeza. Ya sabía su nombre. Había aprendido a robar información para ayudarlo. Podría haberlo salvado y ahora…

La voz del niño volvió a su cabeza, pero sus palabras no la reconfortaron en absoluto:

«¡Es una trampa! ¡Sal de aquí antes de que…!»

Su advertencia se cortó con otro grito de agonía que se extendió a la mente de Claire, retorciendo su cuerpo y arrancándole un alarido. Apretando los dientes, se giró hacia la silueta tras ella.

Pero no pudo defenderse. La mano que pretendía tomar su espada fue detenida por una garra. Su muñeca crujió al retorcerse y Claire chilló hasta que logró liberarse de su agarre. Retrocediendo, logró enfocar a su agresor y sus ojos se centraron en la masa oscura que colgaba de su otra mano.

Le costó reconocer al Sin Nombre, suspendido por el cuello de su túnica y con las sombras devorando su gris monocromía. Entonces su captor lo lanzó hacia Claire y ambos rodaron por el suelo de la celda.

Por suerte, esta vez no se golpeó la cabeza. Su primer instinto fue abrazar al espectro como si así pudiera calmar su dolor. Temblaba entre sus brazos, su cuerpo apenas visible entre los restos de sombras. Sobre sus hombros, lanzó una mirada de odio a su agresor.

—Fascinante —les dijo—. Tuve una corazonada cuando vi tu celda vacía… y noté a un Mentalista cerca —era la primera vez que Claire escuchaba su voz. Silbante, medida y con la soberbia de quien tiene la situación en sus manos—. Estáis tan unidos que pude dar contigo a través de él, hacerte llegar su dolor.

Entrecerró los ojos, dos rendijas verdes que parecían refulgir en la oscuridad.

—Me pregunto por qué será. ¿Es por compasión tuya y su sueño de escapar? ¿O las circunstancias os han unido irremediablemente? No sería la primera vez, ¿verdad, chico?

Los temblores cesaron y el espectro tensó los brazos. Un murmullo con el nombre de Carine cruzó sus mentes y Claire puso las manos en sus hombros. Cuando intercambiaron miradas, Claire sintió que algo se había quebrado en aquellos iris oscuros. Un manto protector le fue otorgado, escondiendo la pena y dolor del Sin Nombre.

Y ambos compartieron su rencor.

Se levantó y confió el Sin Nombre a los hilos negros que surgieron de su sombra, sin tiempo para extrañarse de su presencia. Retiraron las últimas motas oscuras, ya dóciles tras curar el dolor causado, y se encogieron tras ella sin que Claire les prestara atención.

Tenía la mirada fija en su oponente. Era el mismo shiriza que comandó un séquito de asesinos, que trató de ahogarla junto a sus amigos y que ahora hería a un niño maldito. Sabía de la existencia de Carine y, por lo tanto, del dolor de los presos. Sus ojos y mente estaban vivos, por lo que tendría el poder para detener aquella locura y, sin embargo, había decidido caminar a su lado.

Merecía un castigo.

Con gesto firme, desenvainó su espada y saltó hacia el shiriza con un grito que ahogaba el dolor de su muñeca.

Este bloqueó la espada de Claire con la suya propia. El acero le devolvió el reflejo de sus ojos. Brillaban, tan azules y furiosos que tuvo que devolver la mirada a su oponente antes de cegarse. Ambos se analizaban entre las armas, con Claire aguantando el encuentro con ambas manos, buscando una oportunidad.

El shiriza clavó sus pupilas en las suyas, buscando abrirse paso a su mente. No obstante, la luz de sus ojos era tan intensa como su rabia, amparada bajo la voluntad del Sin Nombre. Con su protección, sus escasos recuerdos estaban a salvo.

Podía devolver el asalto con su don.

Pero su mirada apenas rozó su cristalino. Su contrincante rompió la entrada a su mente con un empujón de su arma. La joven se recuperó con apenas un traspié, reintentando arremeter con una estocada que el shiriza esquivó entrando en una celda. En un segundo, Claire adelantó al hombre y casi no tuvo tiempo de detener el golpe dirigido a su espalda.

Soltó un quejido de dolor por su muñeca y este hizo eco en su mente. Tras el shiriza, vio cómo el Sin Nombre se sujetaba la suya, aunque estuviera ilesa. No tuvo tiempo de extrañarse, pues la Voz de la Victoria había regresado para dictarle cuando esquivar, golpear y retirarse. No era fácil herirla, pero las quejas de su mano limitaban sus embistes.

«Vale, cambio de planes».

Claire retrocedió de un salto y cambió de mano la espada. Su muñeca herida agradeció el gesto. La voz de su cabeza, sin embargo, puso en duda su elección, aunque enseguida se recompuso con nuevas órdenes. El shiriza no perdió el tiempo y volvió a cargar contra ella, asestando una serie de golpes que a Claire le costó detener por el cambio de mano y el desempeño de su rival.

En un momento de descuido, el filo del shiriza trazó un surco en el blanco brazo de Claire y la sangre comenzó a brotar de él. Ella se mordió los labios para contener el dolor, logrando responder clavándole la espada en el hombro.

Su agresor retrocedió con un alarido y Claire retrajo su arma teñida de rojo. Tambaleándose un poco, logró apoyarse en la puerta del pasillo a sus espaldas. En su cabeza, volvió a escuchar al Sin Nombre gritar por el mismo dolor que ella sentía en brazo y muñeca. El shiriza tenía razón, estaban conectados. Sus lazos se remontaban al plano onírico, reforzados con su reencuentro. En su última mirada, compartieron el rencor por años de sufrimiento y ahora sentía la protección de un Mentalista en sus ojos.

Un joven Mentalista tan dolorido como ella. Volvió a cambiar de mano la espada, liberando la izquierda para tocar el profundo corte de su brazo, manchado de sangre. Ya se sentía débil de antes y el sangrado no mejoraría su situación. Si no hacía nada, moriría allí mismo, ya fuera por el agotamiento, la hemorragia o en manos de aquel monstruo, dejando al Sin Nombre a merced de la gente que lo encerró allí.

Así pues, su mano invocó al frío y este congeló la sangre de su brazo, deteniendo la hemorragia y convirtiéndola en roja escarcha. Su contrincante la observó mientras intentaba cubrir su herida con una de sus garras. Detrás suya, el espectro miraba a Claire preocupado, notando cómo el dolor reflejado se mitigaba. Aunque parecía defenderse bien, ambos sabían que peleaba en desventaja por usar la izquierda.

Como también sabían que estaba alcanzando su límite.

—Elementalismo de hielo, familiaridad con el Mentalismo y una presencia sombría a tus pies —enumeró el shiriza—. Demasiados dones en una sola persona, ahora a merced de Kasshere.

Claire ignoró sus palabras y siguió a las de su mente. Priorizando el alivio al dolor, buscando la sorpresa, cambió el arma de mano y abrió un corte en la pierna izquierda de su rival. La veloz arremetida se cobró su cansancio y el shiriza, aprovechando que se agachó para atacar, la derribó con un codazo en la espalda.

Del golpe perdió el aliento. Un pensamiento ajeno gritó su nombre. El shiriza se arrodilló para levantarle la cabeza tirando del cabello, obligándola a mirarlo a los ojos. En aquellas esferas descubrió que el brillante azul la había abandonado.

Con su debilidad compartida con la del Sin Nombre, la magia de ambos se quebró y su furia no bastó para librarla del control. El cuerpo de Claire dejó de obedecer a su mente, cayendo inútil y dejando solo libre su cabeza. Curiosamente, el shiriza tuvo un mínimo de compasión y la arrastró tomándola de la muñeca sana. Soltó la espada y esta levantó una nube de oscuridad y polvo.

Desde su celda, el chico vio cómo Claire era llevada al otro extremo del pasillo. Murmuraba palabras que la distancia y el cansancio borraban para la joven, pero no para su captor. Sus pasos se detuvieron y Claire reprimió un escalofrío.

La dejó apoyada contra la pared, sentada de forma que podía verlo marchar hacia el Sin Nombre. Con la piel erizada por el miedo, vio como aquel monstruo volvía a levantarlo con una sola mano, como si no pesara más que una pluma.

—Esta es mi primera vez pisando estas celdas, ¿sabes? —le dijo a Claire, mirándola a través del pasillo. El preso se retorcía e intentaba golpearlo, pero el shiriza lo ignoraba—. Habrás apreciado que tengo un buen puesto en las filas de su majestad Kasshere y, como tal, mi trabajo es proporcionarle prisioneros, no vigilarlos.

»Sin embargo, sí que recibo de vez en cuando encargos al nivel de mis dones y… libertad intelectual. La prisionera favorita de su majestad escapó hace unos días y debía encontrar su método para evitar nuevas pérdidas. Un encargo directo al que no podía negarme.

Salió de la celda con el preso y, al instante, las motas negras acudieron a su piel. El Sin Nombre se encogió y, cuando el shiriza comprobó que sufría, miró a Claire y el dolor fluyó a ella. Quemaba como si estuviera bañada en ascuas ardientes.

—Cuando me encontré a este pequeño prodigio me tomé mi tiempo no solo para inmovilizarlo como ves ahora, si no para rastrear toda la magia que sabe hacer. Camuflaste bien este portal a los pisos superiores, y la inepta o cómplice guardia de Kazehaya es incapaz de reconocer la hechicería de este nivel —zarandeó al chiquillo y este se aferró a sus garras. Tenía los ojos llorosos—. Te preguntaría quién te enseñó tus trucos: recitación avanzada, portales, una telepatía que soy incapaz de interceptar… pero lo olvidaste todo. ¿No es así?

El dolor se cortó, pero Claire seguía temblando de rabia. El shiriza miró al Sin Nombre a los ojos y, sorprendentemente, retiró la mirada al instante. Claire parpadeó, pues creyó verle genuinamente sorprendido… y aterrado.

—Lo que decía, completamente hermético. Puedo imaginar por qué te apresaron.

—Suéltalo —logró escupir Claire.

Para su sorpresa, el shiriza retrocedió hasta devolver al niño al interior de su celda, todavía colgando de sus manos.

—Imposible, pero sí puedo mitigar su dolor —suspiró con un cansancio que casi pareció genuino—. Como dije, tengo órdenes directas de su majestad, órdenes que están por encima de mi posición y que me obligan a acciones que no desearía. Kasshere Zasjara desea evitar la fuga de más presos, y este chico ha borrado del mapa a su favorita —suavizó el tono—. Puedes estar tranquila: no lo mataré.

Claire bufó.

—¿Ahora se te remueve la conciencia con matar inocentes? ¿Con asesinar a niños?

El shiriza entrecerró los ojos.

—Mis alabanzas explican mis actos. Aunque mis manos estén atadas, todavía puedo andar y no pienso dejar que Kasshere gane más poder… aun a costa de matar a promesas como tus amigos y tú —Claire pestañeó y el shiriza le mantuvo la mirada—. Mi misión era traeros hasta aquí, pero ya viste que soy bueno analizando. Matarte antes de que la Reina te conociera era factible, aunque me rodearan los ciegos ojos de su séquito. Me excusé con que no vi nada especial en vosotros, excusa que no podré repetir tras las últimas nuevas del Consejo.

»Sin embargo, aquí no hay más ojos y oídos que los nuestros. Puedo sacarte de aquí, devolverte con tus compañeros. La Reina desconoce tu verdadero potencial, ¿por qué no iba a ignorar también tu forma de escapar? —inclinó la cabeza hacia el niño, evitando mirarlo directamente—. Incluso podríamos incriminarlo de nuevo.

—¿Qué vas a hacerle? —preguntó Claire, tratando de sonar firme.

—Desactivarlo. Ofrecerlo a las sombras que lo alimentan hasta que estas apaguen su conciencia, conservándolo hasta que la Reina sepa cómo tratar con él —entrecerró los ojos—. En esta celda hay presos anteriores a nuestra llegada y queremos abrir sus mentes con sumo cuidado, ¿sabes? No podemos arriesgarnos a que escapen antes. 

Claire no contestó, no preguntó nada más. Solo su cabeza seguía obedeciendo sus órdenes. El resto de su cuerpo solo se movía con su respiración y el fuerte pulso que la estremecía a cada latido. Hacía tiempo que la sonrisa desafiante del shiriza había desaparecido, sustituida por una seria mueca que pretendía ser ¿empatía?

La odiaba. Odiaba aquella hipocresía. Pero el odio regresó al miedo cuando volvió a hablar.

—Kasshere os conoce. Perseguirá y encontrará a tus amigos si no vas a avisarlos y ponéis tierra y Consejo por en medio, y ya has visto que ni siquiera eso garantiza vuestra seguridad. Aun así, sigue siendo mejor que nada —el shiriza volvía a mirarla fijamente y Claire quiso huir, sí, de aquellos ojos que parecían perforar su alma—. Tu parálisis terminará antes de que le duerma y estás demasiado débil para luchar. Promete comportarte y te salvaré.

Y Claire sabía por sus ojos que su boca decía la verdad. Lo sabía como también se había dado cuenta el espectro. Su mirada era una súplica, la misma que le había repetido tantas veces a lo largo de su encuentro. La misma que le dijo a Carine hasta que por fin esta aceptó:

«Solo sálvate tú. Yo estaré bien».

—Prometí que escaparíamos juntos —contestó a ambos—. Si lo tocas, lucharé.

El shiriza entrecerró los ojos, enfocándola, y Claire le ofreció su convicción. Suspiró, con decepción sincera, y Claire contuvo el aliento cuando avanzó hasta sacar al niño de la celda. Las sombras cayeron sobre él.

—Tus acciones no cambiarán la vida de este chico, pero sí la tuya, las de tus amigos. Os habéis condenado, aunque te daré una última piedad permitiéndoos una despedida —extendió el brazo para adelantar al espectro hacia Claire. La voluntad de ella viajó a sus piernas, sus brazos, pero por más que deseara caminar y alcanzarlo seguía inmóvil—. Despídete de ella, anónimo.

Entre la despiadada oscuridad, el pálido rostro del chico se giró hacia Claire. Temblaba, podía ver su agonía aunque la conexión entre ambos se hubiera cortado, probablemente por la repentina piedad del shiriza. La venda se había caído y la parte inferior de su rostro se contraía intentando formar una mueca imposible sin labios. Dos dolorosas lágrimas cayeron y Claire comprendió que había dejado de enmascarar sus emociones.

«Gracias por intentar ayudarme —le dijo, con voz entrecortada que pretendía ser tranquila—. Has sido muy amable. Demasiado, a pesar de no saber quién soy».

Claire lo observó sin poder hacer nada más que verle marchitarse. Las partículas de oscuridad lo consumían, quemándolo como brasas que ensombrecían su piel, su voluntad. Todavía la miraba, pero sus ojos se estaban cerrando ya. Los cerraría para quien sabe cuánto sin recordar nada. Sin volver a ver la luz del sol. Sin saber quién era.

No. No lo permitiría.

—Sé quién eres.

Aquellos ojos oscuros volvieron a abrirse, tan sorprendidos como los del shiriza.

—¡¿Qué?! —exclamó, mirando a una y el otro—. No puedes. No puedes saberlo.

—Entraste en esta celda con tan solo once años de edad —siguió ella, ignorándolo. Solo tenía ojos para el Sin Nombre—. Vi la ficha de tu registro, había una foto tuya. Sonreías con los labios que te arrebataron, sin la túnica de preso que llevas ahora. Probablemente la tomaran unos días antes de que entraras aquí.

—No… —negó el shiriza—. Ni siquiera yo he tenido acceso a esa información. ¿Cómo?

—La vana excusa para tu encierro era la “protección”, pero no quise leer las mentiras que esos bastardos escribieron sobre ti. Confié en que su única verdad fuera tu nombre.

El shiriza desenvainó la espada con la mano que le quedaba libre. Temblaba. Temblaba más que el chiquillo, pues este la miraba esperando las últimas palabras.

«Dímelo», suplicó.

—¡Cállate! —ordenó el shiriza, demasiado lejos para que sus ojos la punzaran—. Insensata, ¡cállate o nos matará a todos!

Claire sonrió.

—Te llamas Firo Delayer, y te prometí que escaparíamos juntos de este lugar.

Firo se quedó inmóvil. Sus ojos perdieron el brillo y se escondieron tras sus párpados, como también hicieron los de Claire. La oscuridad olvidó su propósito y se extendió como noche de sin luna. Engulló a la Elegida, envolvió al shiriza, acudió al Nombrado.

La risa de Claire recorrió las mazmorras, una carcajada que no salió de sus labios.


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