Sin Nombre
Aquel ser se quedó mirándola
mientras Claire se pegaba a la pared, sin terminar de creer lo que veía. La
imagen del chiquillo en su mente se distorsionaba con la duda, la incredulidad
de ver su sueño tomar forma en la realidad. Siempre supo que aquellas escenas
nocturnas eran demasiado vívidas para ser creaciones suyas y, sin embargo, una
parte suya quería seguir creyendo en su imaginación. Pues, si aquel preso
existía, también lo hacía su Otra voz, su Sombra.
Tan perdida
estaba en su negación que no advirtió cómo el niño se acercaba a ella hasta
que, con cautela, le puso la mano en la frente. Su piel estaba tibia.
—¿Qué estás
haciendo? —logró musitar.
«Comprobaba si
tenías fiebre, perdón —el niño retiró la mano y se quedó sentado de rodillas
frente a ella—. No, no la tienes. Es más, tu piel está muy fría. Aun así,
deberías tener cuidado con la magia. Parecías cansada y sangrabas por la nariz,
el golpe en la cabeza solo ha facilitado tu inminente desmayo».
Claire lo
examinó detenidamente. Aunque su trato y recuerdos negaban que aquel niño fuera
peligroso, estaba demasiado alterada para bajar la guardia.
Un picor en su
brazo derecho la distrajo. Algunas motitas negras se habían posado en él y el
chiquillo se acercó a apartárselas.
«¡Ten cuidado!
Estas partículas de oscuridad son atraídas por el méner y no te conviene perder
más».
No,
definitivamente aquel niño era inofensivo y, además, parecía querer ayudarla. Tuvo
un momento de relajarse hasta que entrevió al guardia inconsciente en el
pasillo.
Su cuerpo
estaba apresado por una gruesa capa de hilos negros que desprendían humo. Claire
frunció el ceño, de nuevo alerta. No había escarcha y seguía respirando, por lo
que ella (¿o su Sombra?) habían probado un truco nuevo.
—¿Crees que
vendrá otro guardia pronto?
El preso se
encogió de hombros.
«Lo dudo
mucho. Los guardias no suelen patrullar por donde nosotros, las celdas de los
espectros. El de ahí ha sido toda una sorpresa».
El chico le
dedicó un vistazo al caído.
«Había leído
sobre el efecto sedante del Elementalismo de Sombras, aunque jamás lo vi puesto
en práctica. Fascinante —comentó, despejando las dudas de Claire sobre su
autoría. Después, se puso de pie y le devolvió la mirada—. ¿Puedes levantarte o
estás muy débil todavía?»
Claire lo
imitó como respuesta. Era bastante más alta que el niño, quien la miraba desde
abajo con sus grandes ojos oscuros. De cuerpo frágil y mirada melancólica, la
soledad parecía acompañar a su pequeña figura. Los otros presos parecían
haberse adentrado en sus celdas sin emitir ruido alguno.
—¿Cómo es que
puedo oírte en mi mente? —preguntó Claire, al darse cuenta de que ningún otro espectro
participaba en la conversación—. ¿Es Telepatía?
«Así es. Soy
el único de los prisioneros que es Telépata. No necesito boca ni cuerdas
vocales para hablar —explicó él, llevándose las manos a las vendas del rostro.
Claire reprimió un escalofrío al ver que no se apreciaba forma alguna tras
ellas—. Es lo único que tengo para comunicarme».
Hablar. El
silencio de aquel lugar lo volvía más siniestro de lo que ya era. Solo las
palabras de Claire vibraban en el aire, como hicieron las de aquella joven en
sus sueños.
Miró a su
alrededor, a la celda llena de artilugios traídos por aquella chica. Faltaba ella.
—La chica con
la que hablabas. ¿Dónde está?
La sorpresa
abrió los ojos del niño.
«Cómo… ¡¿Cómo
sabes de ella?!»
—Se llamaba
Carine, ¿verdad? —tras un corto silencio, el niño asintió ligeramente—. ¿Qué
fue de ella?
Su primera
respuesta vino de su mirada: la impresión había desaparecido dejando solo una
fría cautela. Reacio a seguir mirándola, el niño bajó la cabeza.
—No quiero
hacerte daño, soy una prisionera más —le recordó, suavizando el tono.
Otro
asentimiento. Tras otra breve pausa, un hilo de pensamiento cruzó su mente.
«La ayudé a
escapar. No sé a dónde, ni si llegó bien o se encuentra a salvo. Tampoco puedo saber
cuántos días, meses… años, han pasado desde que abandonó las celdas ya que mi
condición altera mi percepción del tiempo. Solo sé que se ha marchado».
Claire
reflexionó sobre aquellas palabras. Recordó conversaciones entre los dos
cautivos. Dio sentido a los cronómetros rotos en la esquina, a la esquiva
mirada del chico.
―La echas de
menos, ¿verdad?
Aquella
pregunta logró que le devolviera la mirada.
«Ella ha
logrado escapar, eso es lo que importa ―contestó, con un tono tan sincero y
directo que la sorprendió―. Pero ¿cómo es que sabes de ella? ¿De qué conoces a
Carine?»
―Ella no me
conoce ―respondió Claire―. Pero yo a ella sí.
Entonces le
habló de sus sueños, de cómo sus voces aparecían noche tras noche.
Aunque sus conversaciones se nublaban al amanecer, Claire siempre despertaba
con vestigios de aquellas charlas donde dos condenados fantaseaban con escapar.
«Es muy
extraño —comentó el chico tras escucharla—. Nunca he podido extender mi
telepatía más allá de las celdas. No sé cómo llegaba a ti —por un momento, se
quedó mirando a Claire como recordando que seguía allí—. No, hay algo más. En
ocasiones sentía una presencia a mi lado.
»Era débil y,
por más que intentara contactar con ella, no encontraba respuesta. Sé que no
procede de los presos: ya intenté comunicarme con ellos y sus voces están tan
cautivas como sus cuerpos y almas. Llegué a pensar que se trataba de la Reina y
sus sirvientes espiándome, pero jamás bajó a castigarme a pesar de mis
conspiraciones con Carine.
»Tal vez
fueras tú, escuchándome en sueños por alguna razón que se nos escapa. Sin
embargo, tras la marcha de Carine volví a sentirla y… ».
Claire
entrecerró los ojos y el niño terminó por negar con la cabeza.
«Ahora que
estoy hablando contigo, me cuesta creer que fueras tú. No termina de parecerse
a ti, pero no estoy seguro».
—Si lo hacía,
te recuerdo que era involuntariamente y que tampoco di jamás con la razón de
estos sueños —instintivamente, Claire se abrazó a la chaqueta de Blake que aún
llevaba consigo—. Digamos que mi relación con la magia es algo reciente.
«¿Entonces
también lo son estas visiones? —Claire se estremeció—. Aunque mi percepción del
tiempo está alterada, sentía la vigilancia desde antes de Carine y sé que ella pasó
años aquí. ¿Cuánto tiempo llevas con estos sueños?»
La neutralidad
del tono, débil pero tranquilo, contrastaba con el destello de desesperación
que Claire entrevió en sus ojos. No quería hacerlo y, sin embargo, terminó
respondiendo:
—Cuando
empezaron, yo era una niña. Carine también lo era, aunque ella llegó después de
tu voz. No recuerdo lo que decías por entonces, pero sí retazos de lo que
sentías: miedo, tristeza… soledad. Vivir aquí debe ser duro.
La insistencia
del niño confirmó su suposición.
«¿Cuántos
años?»
—Cuatro años,
tal vez cinco. Carine apareció al mes de que empezara tu voz… y desapareció
hace apenas tres días.
«Entonces
llevo más de cuatro años aquí. Carine… ¿De verdad marchó hace tan poco? —Claire
asintió y un eco triste, similar a una risa seca, se derramó en su cabeza—.
Para mí ha sido una eternidad por culpa de la maldición…”
Un parpadeo y
la emoción que amenazaba con derramarse de sus ojos se rompió en fría
neutralidad. Claire le concedió un momento para asimilar lo que había contado,
en empática amabilidad. Aprovechó para refrescar la memoria con los artilugios
desperdigados a su alrededor, escasos, aunque abundantes en comparación a las
frívolas estancias de los demás presos. La maldición del niño le impedía
dormir, pero había un montón de mantas viejas para el descanso de Carine. Relojes
rotos y trozos de espejo en una esquina. Frascos vacíos y libros de magia apilados
sin ningún orden aparente. Parecían más técnicos y densos que la colección
familiar de Blake.
—Todo esto lo
trajo Carine —no era una pregunta, aunque el niño asintió levemente—. Como te
dije, en mi recuerdo solo quedan detalles de vuestras conversaciones, pero el
deseo de libertad permea en todas ellas. ¿Cuántos de estos libros robó por esa
causa?
«Menos de los
dedicados a curarme —el niño la miró. A estas alturas, no le sorprendió que,
donde debía haber tristeza, Claire encontrara dos herméticos ojos oscuros—. Si
nos escuchaste tanto tiempo, entonces sabrás por qué Carine jamás me llamaba
por mi nombre».
—Porque no
tienes —respondió Claire—. Ni tú, ni el resto de presos sin boca. En ocasiones,
Carine te llamaba “Sin Nombre” por tener alguna forma de referirse a ti. En
muchas otras, usaba palabras que no entendía…
«Eran insultos
en su mayoría —Claire parpadeó y el chico negó con la cabeza. Esta vez, sus
ojos parecieron sonreír un poco—. No pasa nada, eran bromas nuestras. Tras
tanto tiempo, terminamos con formas algo extrañas de amenizar el encierro.
»Volviendo a
tu cuestión, sabíamos la mejor forma de escapar: crear un portal, la recitación
de teletransporte más clásica y fiable para largas distancias. El problema
estaba en mí, quien apenas tenía fuerzas para las canalizaciones más básicas… y
cuyo cuerpo estaba maldito y anclado a esta celda».
“Anclado”, se
repitió Claire a sí misma. Visualizó a los presos observándola desde el umbral
de sus celdas, sin llegar a pisar el exterior.
Como
adivinando sus dudas, el Sin Nombre se acercó al límite de la suya.
«Mi maldición
me robó algo más que mi nombre. Si no, yo mismo habría llenado mi celda de
libros».
El niño salió
de su celda. Se giró hacia Claire y ella contuvo el aliento. Él tragó saliva.
La oscuridad
lo engulló.
En un
parpadeo, las motas de sombra que gentilmente flotaban en el aire se lanzaron
en picado hacia el cuerpecillo del preso. Cubrieron su piel, envolvieron su
carne. Solo un quejido ahogado despertó a Claire, procedente no de su mente si
no del propio chiquillo que se hundía en la negrura. Entonces la Elegida corrió
hacia el exterior y agarró sombras, harapos y carne gris hasta devolverlo de
vuelta a la seguridad de su celda.
La voz del
niño había desaparecido, también sus quejidos. Su mente estaba en blanco y en
sus oídos solo reverberaba su pulso y suaves pasos. Alzó la vista y se encontró
con que algunos presos se habían asomado a observar la escena.
La respiración
ahogada del chico captó su atención y le ayudó a quitarse las sombras de encima.
Caían dócilmente, despojadas de la voracidad de instantes atrás. La túnica
excesivamente grande parecía haberle protegido, aunque su cara tenía marcas
oscuras como rasguños. Incluso se le había descolocado la venda de la cara con
el forcejeo.
El Sin Nombre
se apresuró a ajustarla antes de que Claire lo intentara. A pesar de que su
cuerpo temblaba y respiraba con fuerza, sonó tranquilo en su mente:
«Perdona, sé
que no es agradable de ver. Carine me obligó a ponérmela cuando nos conocimos bajo
amenaza de abrirme una boca a cuchillo —emitió una risa seca a Claire—. Sus
palabras no iban con tanto cariño por entonces, así que obedecí para no
enfadarla…»
Su cuerpo
seguía con el pulso acelerado, temblando con cada latido. Claire frunció el
ceño. Aunque ella misma tenía fama de mantener la cabeza fría, aquello era
excesivo.
—¿Por qué has
hecho eso? —el chico parpadeó y Claire mantuvo la seriedad en su exigencia—. No
era necesario hacerte daño, bastante mal estás ya.
«Dijo la que
llegó dándose un golpe en la cabeza y con síntomas de GCM —Claire entrecerró
los ojos—. “Golpe de Calor por Exceso de Magia”, ¿no lo sabías siendo maga?»
—Ya te dije
que lo mío es algo reciente —suspiró—. ¿Qué ha sido eso?
«Lo que me ata
y sustenta a estas celdas —explicó el niño, dejando que uno de los copos negros
cayera en sus manos—. Sin boca, estas sombras son nuestro único sustento: el
justo para mantenernos con esta imitación de vida —mientras hablaba, llevó los
copos a su rostro, donde se fundieron dejándole la piel lisa—. Aprovechamos
todo de ellas, incluso regeneran nuestras heridas. Un medido cuidado que se torna
ataque al intentar escapar.
»Esta
maldición está compuesta de muchos eslabones que me atan aquí. Dependo de las
sombras para seguir con vida, pero me la arrebatarían si marchara. Mi cuerpo
apenas puede canalizar el méner, los hechizos más débiles me dejan sin
fuerzas…. Y son lo único que retengo de mi pasado, pues todo lo relacionado con
quien fui ya no existe.
»Perdí mi
nombre y ni siquiera sé cuánto tiempo hace que soy así, o qué hice para merecer
esto. Ni siquiera sé qué fue de la única persona que intentó recuperarlo. Yo…».
Claire no
podía soportarlo más. Ante la sorpresa del niño, se dejó caer de rodillas para
abrazarlo, apoyando la cabeza en sus pequeños hombros. Después, se percató de
lo que acababa de hacer y lo justificó con un impulso, con que era el primer
consuelo que ofrecerían sus amigos. Cómo los echaba de menos.
—Lo siento —dijo,
apartándose.
«No, lo siento
yo —se apresuró él, y Claire no terminó de separarse—. Te he soltado esto la
primera vez que podemos hablar. Cielos, si apenas sé de ti».
—Está bien, lo
entiendo. Llevabas mucho tiempo sin poder desahogarte.
«Dijiste que
solo he pasado tres días a solas».
—Y para ti se
han sentido como años.
Sus brazos
contestaron por él, hundiéndose en el abrazo. Un pequeño pulso sustituía al latido
de un corazón en su pecho, su respiración era débil y su cuerpo estaba frío y
tembloroso. Claire lo estrujó cómo si así pudiera compartirle su vitalidad.
Después, sus palabras le regalaron su historia:
—Me llamo
Claire y yo también perdí la memoria.
Desconcertado,
el chico se separó y la analizó en silencio, como intentando encajar aquel dato
con lo poco que conocía de ella. Claire siguió contando:
—Desperté en
el bosque sin saber quién era y dónde estaba, pero otros niños me encontraron y
llevaron con sus familias. No tardamos mucho en hacernos amigos.
»Sin embargo,
al contrario que tú yo no recordaba el funcionamiento de este mundo. A pesar
del cariño y apoyo de mis amistades, mi amnesia y aquello que no comprendía nos
separaba inevitablemente. No mentía cuando decía que la magia era una novedad
para mí, pues pasé mucho tiempo huyendo de ella. Me aterrorizaba, y decidí
centrarme en crear nuevos recuerdos sin ella en mi nuevo hogar.
»No dio
resultado. No podía escapar de tus sueños y tampoco quería hacerlo. Los tengo
desde la misma noche que desperté con este nombre que ni siquiera sé si me
pertenece. Son la única pista de algo mío, el resto es un lienzo vacío.
»Por eso sé
cómo te sientes. Por eso, quiero sacarte de aquí conmigo.
El niño abrió
sus ojos, el desconcierto rompiendo su hermetismo.
«¿Quieres
llevarme contigo?»
—No me iré de
aquí sin ti. Encontraré la forma de recuperar tu nombre, cuerpo y recuerdos.
Entonces marcharemos juntos.
«No, ¡no lo
harás! —saltó él—. No tengo lugar al que ir y Carine ya lo intentó durante
mucho tiempo en vano —negó con la cabeza, como si descartara aquella idea—. Te
sacaré de aquí con un portal. Aprovecharé los restos del anterior y tal vez te
pida que busques ingredientes para recitaciones de amplificación, pero ya está.
Es lo menos por devolverme la noción del tiempo».
—¿De qué sirve
contarte cuánto llevas aquí si cuando marche volverás a la confusión? —exclamó
Claire—. Además, sé lo mucho que os costó hacer el portal…. Y sigues estando
débil por ello, ¿no? Puedo aprovechar para investigar sobre tu condición
mientras repones fuerzas.
«Tú tampoco
estás en plena forma, es arriesgado —se quejó él, a lo que Claire bufó. El
chico terminó cediendo con una imitación de suspiro—. Mira, si te centras en
apoyarme con recitaciones y méner, podré crear el portal mucho más rápido que
si pierdes tiempo intentando salvarme. Aún así, tardaremos días, y dudo que
tengas tanta práctica pasando inadvertida como Carine.
»Marcharás a
solas y lo antes posible, es la única opción».
El niño calló
dando su sentencia por victoriosa, pero Claire había visto la resignación en
sus ojos, la hastiada derrota de quien ha visto la esperanza quebrarse una vez
tras otra. De ahí sacó una última réplica:
—No sin ti. Te
he visto sufrir todos estos años y ya es suficiente. Da igual el tiempo que
tardemos, no marcharé sola y, cuando escapemos, seguiré a tu lado como algo más
que una sombra cotilla. Lo prometo.
El sepulcral
silencio de las celdas volvió a espaciar su diálogo. La quietud se extendió tan
pesada que, por un momento, Claire creyó que no volvería a escuchar otra voz
más que la suya. Sin embargo, el eco de unos pasos encabezó una respuesta. El
Sin Nombre se acercó a abrazar a Claire y esta le recibió como si se
reencontrara con un viejo amigo.
«Solo mientras
me recupero, por favor —le dijo, más un ruego que una petición. Ella asintió y
notó cómo se relajaba en sus brazos—. Gracias. Confío en ti».
Claire sonrió,
sabiendo bien que aquel gracias no era por aceptar su petición. Aunque el Sin
Nombre reprochara sus actos, le había hecho una promesa y estaba dispuesta a
cumplirla.
Tras un último
estrujón, se levantó y revolvió el cabello gris del chiquillo.
―¿Por dónde
deberíamos empezar?
La planificación comenzó con un
resumen de todo lo que Carine había logrado aprender del lugar donde yacían
presos. Se hallaban en la fortaleza Kazehaya, hogar de la familia noble del
mismo nombre.
«No sabemos
hasta qué punto los Kazehaya se han aliado con las motivaciones de Kasshere —el
chico señaló al guardia aturdido—. Como ves, hay gente no afectada por la
enajenación shiriza: los sirvientes de la familia. Podrían estar actuando bajo
coacción. Que sepamos, solo quedan dos Kazehaya con vida: el hermano mayor y le
menor, aunque Carine solo los ha visto en retratos viejos».
—¿Estamos en
territorio del Bando Mágico?
»Es probable. La
familia escribe con caracteres de Kyaer-Shiara, así que mínimo son de allí —Claire
frunció el ceño y el chico le dijo—: No te preocupes. Si consigo crear un buen
portal, no importará la distancia que nos separa de tus amigos».
Claire asintió
para agradecer sus palabras. Entre planes e instrucciones le había hablado de ellos: de cómo Blake le ofreció un hogar y un nombre, de cómo Ángela la animaba en sus
mañanas más duras.
Una punzada de
ansiedad atravesó sus entrañas. Aunque no estuviera maldita, en las mazmorras
costaba mantener la noción del tiempo. La última vez que se reunieron los tres
decidieron iniciar la Búsqueda de Elegides cuanto antes y ahora faltaba ella… y
no sabía nada de Ángela o Grey.
«No, claro que
están a salvo —se reprendió antes de que la paranoia aflorara—. Ángela controla
el fuego, ¿cómo iba a sucumbir a un incendio? Y Grey parece tener un don para
escapar, estarán bien. Seguro que se han reunido ya con Blake y están siendo
revisados por Sanadores o algo».
De pronto,
recordó que seguía con su chaqueta puesta y decidió abrochársela,
reconfortándose en aquella imitación de abrazo. La prenda tapaba completamente
su Marca, salvándola de dar más explicaciones a su nuevo compañero.
Había asuntos
más urgentes, como que el chico sabía de magia. De hecho, sabía mucho de
magia, lo que implicaba que, al lado de Claire, era un erudito archimago. Por
suerte, también tenía aspiraciones a profesor y la paciencia de no percibir el
tiempo como una persona corriente.
«Como
comentamos, mi cuerpo tiene limitada la carga de méner. Aunque posea los
conocimientos para crear un portal, esta es una de las recitaciones más
costosas energéticamente que existen. Contamos con la ventaja de que tienes un
destino en mente: tu hogar en Máline —Claire asintió—. De hecho, podríamos
incluso buscar a tus amigos y aparecer junto a ellos».
—¿Podríamos?
«Una vez
creado el portal, el siguiente paso es escanear el destino así que sí,
podríamos guiarnos por el recuerdo de tus allegados —el niño añadió un par de trazos
más al papel que estaba garabateando—. Abrir portal, comprobar seguridad,
introducir destino, escanear y asegurar terreno y, finalmente, marchar».
—Cuántas
comprobaciones —advirtió Claire, recordando el último sueño con Carine.
«Y todas importantes.
El Control de Espacio es una herramienta tan útil como peligrosa. Lo bueno es
que, como contamos con destino fijo, podemos minimizar el escáner. A Carine le
bastaba con cualquier sitio lejos de aquí, así que tuve que preocuparme porque
el portal no la solapara con el terreno y…».
El chico calló
al ver la confusión en el rostro de Claire.
«Digamos que
hay una razón por la que los bebés Teletransportadores son los más vigilados
por sus padres. No quieres reaparecer compartiendo espacio con el suelo, créeme.
No es una muerte agradable».
—Carine te
cedió energía para el portal —recordó Claire y él hizo una mueca—. Yo también
lo haré si los hechizos amplificadores no bastan para todas tus comprobaciones.
«Aún tienes
sangre en la chaqueta».
—Que sí,
tendré cuidado. Además, ya sabía algo del “golpe mágico” ese. Te dije
que los padres de mi amigo son Sanadores.
«Una cosa es
un golpe de calor por usar magia continuamente y otra quedarte sin méner
en el cuerpo —Claire titubeó y el niño imitó un suspiro en sus pensamientos—. Necesito
que entiendas lo que ocurrirá si me pasas méner sin las precauciones adecuadas.
No será como lo que provocaría un GCM: un gasto excesivo, aunque constante en
el tiempo. El portal y yo podríamos reclamar todo tu méner de golpe.
»Empezaría con
una bajada de tensión. En el GCM, tu cuerpo se caldearía al recuperar el méner
que vas gastando, pero aquí su ausencia te dejaría helada. Si reaccionamos a
tiempo, se quedaría en un susto. Si no, entrarías en Shock Mágico y tus
órganos, acostumbrados al méner, empezarían a fallar al verse privados de él.
Podrías morir, Claire, y por desgracia las curas no están en mi repertorio de hechizos».
La severidad
de su tono impulsó una respuesta en Claire, temerosa de que reconsiderara su
petición de salvarlo.
—De acuerdo,
profesor —el niño rompió su hermetismo para levantar una ceja y Claire se dio
por satisfecha—. Me lo tomaré en serio, lo prometo. Buscaré lo que Carine usó
para doparnos de méner.
«Cuentas con
la ventaja de nuestras notas. Aunque nacida maga, Carine carecía de formación,
por lo que me esmeré en mis indicaciones. También robaba uniformes para sus
escapadas y no dudaba en noquear a quien se interpusiera en su camino».
—¿Noquearlos?
¿Lo hacía con magia o a puñetazos?
«No tenía un
gran repertorio de recitaciones, así que utilizaba un arma especial».
—Sus puños.
«En alguna
ocasión, seguro —accedió él, relajándose con una risita nostálgica. Qué extraño
era escuchar una risa mental—. Su fama está justificada, pero normalmente usaba
unos cuchillos paralizantes. Estaban recubiertos de una toxina que dejaba a
cualquiera en el suelo, alucinando tanto que hasta podías tergiversar su
memoria hablando».
El espectro se
quedó mirándola, como tanteando su gesto pensativo.
«Podrías
llevarte algún uniforme y cuchillo para tus incursiones. La ropa está en su
celda, pero me dejó la cubertería aquí por si me descubrían culpable de su huida.
Son muy útiles, basta un roce para activar su efecto».
Claire no
contestó de inmediato. Recordó las muñecas del espectro, visibles cuando trató
su contusión, ahora ocultas bajo sus amplias mangas.
—Tus brazos no
estaban vendados en mi último sueño. ¿Han tomado represalias?
«¿Qué…? Ah,
no, no —negó él, arremangándose la manga derecha con cuidado. Las vendas
cubrían todo su antebrazo—. Son para cubrir unos símbolos que me tallé para
recuperarme tras el portal. Son… cortes rituales. No son agradables de ver. Lo
siento».
—Discúlpame a
mí por preguntarlo —él negó quitándole importancia y volvió a esconder sus
brazos—. Y esos cuchillos… ¿son seguros? —el espectro se encogió de hombros—.
Supongo que no tengo otra opción para cubrir mis huellas…
El niño señaló
al guardia del suelo. Los hilos negros cubrían todo su cuerpo, convirtiéndolo
en una masa oscura. ¿Cuánto tiempo llevaba ya así? ¿Le dejaría secuelas?
«También
puedes hacer eso. Inmovilizas con magia o noqueas de un puñetazo, si sabes
hacerlo —bromeó—, pero no mates bajo ningún concepto. Todos los guardias tienen
un sensor conectado al corazón y, si este dejara de latir, la fortaleza sería
puesta bajo aviso».
Claire
chasqueó la lengua.
—De acuerdo.
De todos modos, no quería matar a nadie.
«A nadie más»,
pensó tras recordar a los shirizas del Consejo. Entre la confusión de la
batalla, ignoraba si su hielo fue letal o solo incapacitante.
Y luego
estaban aquellos hilos negros… ¿cómo los había creado siquiera? Al principio,
creyó haber usado la magia del bosque otra vez… ¿Habría sido su Otra Voz…?
«No es momento
de pensar en esto. Debo estar concentrada».
Y tanto porque
el chico había empezado a soltar una lista de indicaciones. Algunas incluso
vinieron acompañadas de imágenes mentales, pintadas en su cabeza como el flash
de una fotografía. Intentó memorizarlas, luego consultó sus esquemas en papel y
se confundió al ver que palabras e imágenes no coincidían. El niño se disculpó.
«Olvidaba que
tu cabeza ya lleva un buen mareo —dijo, mientras rebuscaba entre los
cachivaches desperdigados por la celda—. Carine hizo algunos planos de la
fortaleza. Tenía mejor mano que yo para el dibujo, la ventaja de poder recorrer
los pasillos —cogió un trozo de cristal, uno de los fragmentos de espejo, y se
perdió mirándolo unos instantes antes de seguir—. Aunque me dejó muchas cosas
antes de irse, parece que olvidó los mapas. Si no te aclaras con mis magníficas
instrucciones ve a su celda a buscarlos. Está por el pasillo donde viniste,
podrás abrirla con tu magia… o las llaves del guardia, claro».
Claire asintió
y pasaron al siguiente tema: recuperar el cuerpo y recuerdos del niño.
«Esperaba que
la lista de precauciones sobre magia y los movimientos dentro del castillo te
hubieran disuadido —Claire se entrecruzó de brazos y el niño puso los ojos en
blanco—. Está bien, vamos a ello».
Al parecer la
maldición estaba basada en una bendición empleada en Sanación. Se usaba para
mantener con vida a comatosos mediante partículas de luz, de forma similar a
cómo las sombras alimentaban a los espectros.
«Las
maldiciones y bendiciones son embrujos, las recitaciones de los Brujos. A
diferencia de los hechizos, estos se aplican en un ente sobre el que actúan.
»Sin embargo,
“por cada Brujo hay un embrujo”, y esta maldición no iba a ser de menos. Es
compuesta, es decir, se compone de otras recitaciones pequeñas unidas como
eslabones en una cadena. La mayoría se inspiran en MEVI para convertirnos en
espectros. Ralentizan nuestro envejecimiento y enlentecen nuestro intercambio
de méner al punto que podríamos pasar por plantas. Estamos adaptados a consumir
las sombras que nos dan y, lo más importante, todo lo relativo a nuestra
identidad nos es arrebatado.
»Durante el
tiempo que estuvo conmigo, Carine buscó información sobre mi condición por
todas las salas y habitaciones que pudo entrar, reuniendo una buena colección
de libros que consultamos los dos. La primera opción para resolver una
maldición es crear una contra-bendición específica, pero ninguno de los dos
teníamos acceso a la Brujería Blanca.
»Decidimos
centrarnos en otra estrategia: atacar los eslabones de la maldición y confiar
en que eso bastara para romper el conjunto. Intentar transformarme con un
cuerpo ya modificado y débil era demasiado peligroso, así que nos centramos en
mi memoria… descubriendo que toda información sobre los presos está bien
guardada».
El Sin Nombre
clavó la mirada en Claire, de nuevo con aquella seriedad hermética.
«Carine
recorrió toda la fortaleza menos un par de salas donde sospecha guardan los
archivos, protegidos por magia e inaccesibles para ella. La vi marchitarse
inútilmente en su deseo de salvarme, solo pude convencerla con la promesa de
que buscara ayuda. Tú estás a tiempo, no lo olvides».
Claire se
cruzó de brazos. Una vez más, respondió a con desafío a la rectitud del niño.
—Digamos que
tengo contactos con el Consejo, pero será mejor convencerles con mi mejor
testigo.
«Cabezota
—suspiró él—. En fin, en el mapa están apuntadas las salas donde Carine no
llegó a entrar. Podrías probar a abrirlas con tu magia. Te sugeriría que
marcharas a echar un vistazo por tu cuenta para familiarizarte, pero ese pobre
condenado de ahí lleva dormido…».
—¿Dos horas?
«¿Crees que es
mucho?»
—¿Para una
siesta? Excelente. Pero si el guardia quería comprobar si yo seguía sopa es un
tiempo muy sospechoso.
«Entonces no
tardarán en bajar a comprobar qué le pasa a su compañero. Lo más seguro será
empezar con una incursión a la celda de Carine: trae todo lo que puedas y
buscaremos juntos alguna pista. Así, si oímos ruido, podrás…».
—Noquear al
nuevo guardia.
«Aprendes
rápido».
—Y es la mejor
solución. Así evitamos que vea al otro inconsciente.
«Claro. Así en
algún momento tendremos una pila de guardias desmayados».
Se miraron el
uno al otro.
—Los guardias
no venían a menudo, ¿no?
«Si lo
hicieran, usaríamos sus cambios para medir el tiempo —confirmó el espectro—. No
te la juegues. Si oyes ruido, vuelve a tu celda y finge que nunca saliste de
allí».
Claire hizo
una mueca que el niño ignoró. No era momento de decir que tiró la puerta abajo
y rompió las cadenas que la retenían. Ups.
—¿Y si ven a
su compañero inconsciente en una incursión?
El Sin Nombre
titubeó antes de dar con algo de inspiración.
«Creo que
tengo un plan. Acércamelo a la celda, por favor —Claire arqueó una ceja y él
insistió—: Usaré los cuchillos, confío en poder manipularlo con el poder de la
telepatía y los alucinógenos. Tú céntrate en ir donde Carine, robar un uniforme
y traer cosas.
Claire vaciló
antes de acceder a la petición. Al acercarse, los hilos se retiraron liberando
los hombros para un mejor agarre, gesto que Claire no pidió conscientemente.
Decidiendo ignorarlo, arrastró el cuerpo hasta la celda del niño y este le
ayudó a dar con las llaves de las celdas.
Las ataduras
despejaron también el rostro del guardia. Tenía los ojos abiertos.
—¿Crees que se
mantendrá dormido? ¿Inconsciente?
«Tú sabrás, es
tu magia —Claire hizo una mueca que el niño ignoró. Se había apartado a buscar
los cuchillos—. Marcha tranquila, yo me ocupo».
Los ojos
miraban a la nada, la respiración como única certeza de que seguía con vida.
Eran negros, rasgados, y atraparon su mirada hasta que un escalofrío la
devolvió a la realidad.
Sacudió la
cabeza para despejar la extraña sensación que había manchado su mente. De
mientras, los hilos volvieron a cubrir el rostro y despejaron algo más: la
funda de su espada.
El sonido del
acero atrajo de vuelta al chico. Claire robó cinto, funda y arma y comprobó el
balance de esta. Algo más pesada que la del Consejo, pero serviría. Al mirar al
niño, sintió la necesidad de excusarse:
—Los guardias
llevan espadas… Y me siento más segura con una. No mataré a nadie.
El niño no
contestó y Claire marchó hacia el pasillo, espada en cinto. Tras unos pasos,
volvió la vista hacia el espectro. La miraba pacientemente, como recordándole
su otra opción. Sería más fácil escapar y pedir ayuda después y, sin embargo,
estaba decidida a arriesgar su vida con tal de que la acompañara lejos de aquellas
celdas.
«No, no me
permitiré otra opción —pensó mientras contemplaba las motitas de oscuridad
bailar sobre su cabeza—. No sé dónde estoy, no sé nada más allá de lo que Blake
y Ángela me han contado… Al igual que este niño solo conoce de la fortaleza por
Carine —bajó la mirada al suelo—. Somos iguales, y llevamos demasiado tiempo
sufriendo».
—Si volvieras
a tener tu cuerpo, ¿te sería más fácil abrir el portal?
«Podría
abrirlo en minutos».
Sus palabras
no mostraban duda ni orgullo. Afirmaban un hecho, como que el sol brillaba y
las plantas lo necesitaban para crecer. Claire asintió para sí misma.
—Entonces curarte
será la mejor opción para ambos. Hasta ahora.
Marchó de
vuelta al pasillo ignorando las miradas de los espectros a su alrededor. Al
llegar a la puerta, un murmullo ininteligible pareció despedirla, pero no
volvería atrás para pedir que lo repitiera. Le bastó con que sonaba agradecido.
Se detuvo ante
la puerta acorazada, segura ahora de que guardaba la celda que buscaba. Probó
las llaves hasta dar con la correcta y entró a una estancia agobiante y oscura,
más incluso que los cubículos de los espectros. Las paredes tenían marcas
arañadas en piedra o pintadas en negro y rojo. Deseó que ambos pigmentos fueran
tinta.
Quitando eso,
la estancia parecía más ordenada que la del Sin Nombre. La cama crujió al
subirse, pero solo halló un espejo roto en el estante de encima. De allí
vendrían los trozos que tenía el niño. Bajo el catre descubrió un montón de
libros, pergaminos rasgados y ropa. Solo tenía un conjunto de uniforme con
túnica de mangas amplias y pantalones, que ajustó con el cinto robado. Parecía
bien cuidado.
Volvió su
atención a los tomos bajo la cama y los llevó hasta el pasillo para tener luz y
poder leer sus títulos: Colección de Maldiciones Modernas; Embrujos de
inspiración MEVI…
Suspiró y devolvió
los libros a su sitio. Aunque los títulos fueran bastante directos, tardaría
demasiado en poder leerlos (¡y comprenderlos!). Además, probablemente el Sin
Nombre ya los habría estudiado. También le llamó la atención encontrar libros
de anatomía específica de razas: humana, multiaris y ángel. Curioso.
Devolvió los
libros y volvió a la luz para inspeccionar los pergaminos. Al desplegar el
primero, descubrió el mapa que buscaba: trazado a mano y con anotaciones
señalando cada rincón.
Su sonrisa se
rompió al intentar leerlo. Estaba en otro idioma, ni siquiera reconocía los
caracteres empleados.
Suspiró. En sus sueños, Carine y el Sin Nombre siempre hablaban en arcashi, el idioma común del Bando, por lo que jamás consideró que utilizaría otra lengua en privado. Al menos, podría guiarse con los dibujos.
Echó un último
vistazo al cubículo antes de marchar. No dudaba que Carine hizo cuanto pudo por
salvar al Sin Nombre, y que su despedida estuvo cargada de culpa. Escapar sin
él era la última elección y tuvo que tomarla por desesperación.
No obstante,
no todo fue en vano. Ahora Claire retomaría su camino y no pensaba fallar.
Cruzó el pasillo y usó las llaves robadas para abrir la puerta a los pisos
superiores.
Con la capucha puesta, Claire
cruzaba pasillos de piedra oscura y suelo marmolado. El castillo era casi tan
silencioso como sus mazmorras, por lo que era fácil advertir cuando nuevos
pasos hacían eco a los suyos. Con rostro oculto y espalda erguida, logró pasar
inadvertida a los ojos de un sirviente pálido y humanoide y un shiriza armado. Este
último caminaba con el ideal servil de un autómata y el otro avanzaba a
temblorosos pasos.
«No debe ser
fácil trabajar en estas condiciones —pensó—. Me pregunto qué clase de trato
habrán alcanzado para proteger su mente».
A pesar de la
eficacia de su disfraz, se cobijaba en esquinas para revisar el viejo plano de
Carine. Algunas salas estaban marcadas con círculos que señalaban párrafos de
anotaciones, probablemente almacenes… o lugares a evitar. Aunque bien dibujado,
a las indicaciones ilegibles debía sumar que el mapa no había tenido el mismo
trato que su ropa. Manchas de tinta negra emborronaban algunas zonas, mientras
que otras estaban teñidas de algo rojo que Claire deseó que no fuera sangre.
Las indicaciones del niño, tan extensas como confusas al recibirlas de otra
persona, tampoco servían de mucha ayuda.
No obstante,
Claire sabía perfectamente donde ir: Una sala rodeada por círculos y círculos
en el plano, marcados con tanta fuerza que casi rompían el papel. Si daba la
vuelta a la hoja, las indicaciones sobre aquel punto continuaban, manchando e
inutilizando los dibujos del frente.
Tanto daba,
pues no necesitaba aquel mapa mientras contara con la guía del guardia que la
atacó.
Sus recuerdos daban
significado a los trazos borrosos del papel, decantándola por determinados
pasillos y secciones con la suavidad de un susurro. Tan discreto fue su consejo
que solo lo percibió al encontrarse frente a la puerta que buscaba. Sin
picaporte ni cerradura, era de madera oscura y estaba decorada con bonitas
placas de cristal. Tenía un ojo tallado a la altura de los suyos sobre el
vidrio, como si de un visillo se tratara.
Memorias,
instinto y recuerdos, todos robados, le pedían que entrara.
Boqueó como si
de pronto recordara cómo respirar tras estar ahogándose. Su mente le dio
sentido a aquella familiaridad que ahora reconocía como ajena, y solo entonces
consiguió distinguirla de su desconocimiento propio. Se aferró a su ignorancia,
a su ser y memorias y apartó a aquel fragmento desconocido que insistía en
abrir la puerta.
Volvía a estar
despierta. Recordaba dónde empezó el guiado. Miró a los ojos del caído y un
escalofrío camufló la entrada de pensamientos, el robo de información. Una
segunda voz, esta conocida, pudo darle sentido a aquel poder. Debía ser su Habilidad
de Elegida, el don con el que nació y la nombraba maga, emergiendo de su
amnesia como hizo el hielo y la espada.
Así, obedeció
a la voluntad que la guiaba en batalla. Olvidó el miedo y la incertidumbre y acercó
su ojo al artificial y cristalino que guardaba la puerta. Un caleidoscopio le
devolvió la imagen del suyo propio, temblando de miedo y expectación, deformándose
conforme su carne mutaba hasta convertirse en la del guardia.
Ahora su
reflejo.
Paralizada por
el terror, Claire no tuvo más remedio que obedecer a la intuición heredada del
guardia, a su instinto que velaba por sus victorias. Dejó que el visillo
entrara a su mente a través de aquel ojo oscuro que ahora era suyo, y el
cristal se topó con los recuerdos que acompañaban su rostro. Parpadeó
satisfecho: había reconocido al hombre.
La puerta se
abrió y Claire se dejó caer ahogando un grito en sus manos. La notaba al tacto,
la veía reflejada en el frío cristal. Su rostro había cambiado y volvía a deformarse
entre sus dedos.
En algún momento,
su piel y huesos dejaron de retorcerse y Claire recordó que seguía gritando. Inspiró
para recuperar el aliento y, con cautela, separó los dedos. Sus ojos azules le
devolvían la mirada desde el cristal. Poco a poco terminó de bajar las manos y
descubrió a su propio rostro suspirando de alivio.
Todo estaba
sucediendo demasiado rápido. Apenas había descubierto su magia de hielo y ahora
se ¿reencontraba? Con su Habilidad. No solo podía robar recuerdos y
pensamientos de alguien, si no también copiar su aspecto.
Estaba segura
de que era su Habilidad y, sin embargo, ¿por qué aparecía ahora? ¿No
debería haber podido usarla desde niña?
El suelo de la
sala era de cristal fragmentado pero liso a su paso, y brillaba con tonos
azulados bajo la luz de los candiles que colgaban del techo. Las paredes
estaban llenas de estanterías seccionadas en cajones, algunas con etiquetas en
arcashi, otras en caracteres distintos a la lengua de Carine.
Los últimos
coletazos de la conciencia de ojos negros le hablaron de los archivos que ahora
pisaba. Un ala que daba a la biblioteca y a la que solo los nobles y sirvientes
que vivían en la fortaleza podían acceder, amparados por la confianza de
generaciones de convivencia. La llevó hasta la estantería con el registro de
las mazmorras y, al rozar las carpetas, su mente se aligeró con repentino
silencio.
Su marcha dejó
un hueco que Claire llenó con aquellos archivos, agradeciendo que estuvieran en
arcashi. Una sección de “alta seguridad” llamó irremediablemente su atención y
tomó el primero de los dos ficheros.
Carine le
devolvió la mirada a través del tiempo con una fotografía en blanco y negro.
Tendría la misma edad que ahora aparentaba el espectro, y sus mejillas estaban
más rellenas y oscuras que la pálida y agotada muchacha con la que Claire soñó
las últimas veces. Su expresión, sin embargo, no había cambiado. Mostrada solo
al hablar de sus captores, su boca se abría en una mueca de odio que pretendía
ser una sonrisa, sus pupilas se clavaban en el objetivo como prometiendo matar a
aquel tras la cámara.
Cerró la
carpeta sin siquiera leer la información. Aunque la brusquedad destacara más
que la gentileza en Carine, era la primera vez que veía tan directamente el
odio que profesaba a sus enemigos. Le daba miedo, tanto que ni quiso saber qué
la hizo merecedora del encarcelamiento.
Devolvió el
fichero y recordó la existencia del segundo. Tuvo un presentimiento. El niño al
que trataba de ayudar estaba en la última celda, como si hubieran tratado de
aislarlo lo máximo posible. Abrió el último fichero y encontró al Sin Nombre.
En la
fotografía en blanco y negro, un niño con el pelo hasta los hombros sonreía a
la cámara felizmente. Al contrario que Carine, no llevaba la túnica de preso si
no una camisa blanca. Al igual que Carine, el tiempo lo había erosionando,
llevándose su sonrisa y recuerdos.
Se llamaba
Firo Delayer.
Apenas había
cumplido once años cuando fue reducido a espectro con una maldición creada por
Kiaraei Kazehaya, un joven prodigio Brujo y actual cabeza de los Kazehaya. En
el hueco de varias líneas donde debía describirse el motivo de su
encarcelamiento solo rezaba una única palabra:
“Protección”.
Claire ignoró
las demás casillas que describían rasgos y aptitudes, estado de salud e incluso
una valoración de la amenaza que suponía el preso. Ignoró las palabras que
llenaban la hoja pues, si la más importante era mentira, ¿cómo podía confiar en
el resto?
«¿Protección? ¿Qué
mal puede ser peor que esa imitación de vida?»
Debía ser una
excusa, un lavado de conciencia por apresar a un niño. ¿Sería porque lamentaban
actuar bajo amenaza del Reino Shiriza? ¿O acaso los líderes se dieron la mano y
creían en su estúpida excusa?
Daba igual. Ya
lo investigaría el Consejo cuando saliera de allí con el preso, con Firo.
Volvió a coger
el fichero de Carine y lo juntó con el del otro condenado antes de marchar. Sin
la conciencia del guardia tentándola, recordó que el plan inicial con Firo
incluía traer material para sus hechizos. No obstante, ¿no rompería la
monotonía darle un atisbo de luz a su identidad? Podría buscar ingredientes más
tarde. Podría…
No tenía
tiempo.
Un grito
sacudió el interior de su cráneo, precipitándola al suelo. Soltó los ficheros y
se llevó las manos a los oídos, intentando callar un ruido que no provenía del
aire. La voz nublaba sus propios pensamientos al punto que, entre el dolor y el
estruendo, tardó en reconocerla.
De repente,
aquel preso llamado Firo calló y el dolor desapareció. El frío y despiadado silencio
le erizó el vello de la nuca.
—No… No, no,
¡no!
Abrazó los
ficheros contra su pecho y echó a correr hacia las mazmorras, la discreción
olvidada entre el pánico. Sus zancadas hacían ruido, los sirvientes la miraban
con ojos muertos y no le importaba, solo esperaba no llegar tarde a las celdas.
Le había
prometido escapar. Cumpliría su promesa.
Bajó las
escaleras a las mazmorras a saltos, sin tropezarse a pesar de la oscuridad y
velocidad por algún tipo de milagro. La nariz volvió a sangrarle por el
esfuerzo, y solo al detenerse frente a la puerta de los espectros, sus piernas
se atrevieron a temblar en protesta.
Se adentró en
la oscuridad, en el silencio sepulcral. Los condenados la recibieron
contemplándola como un evento tan curioso como olvidable. Ignorándolos, Claire avanzó
hacia la última celda con el corazón golpeando su pecho y un nudo ahogando su
garganta.
Cruzó el
umbral y no halló a nadie.
Perdió el
aliento. Su pulso se detuvo y volvió a acelerarse cuando sus ojos buscaron por
todos los rincones de la estancia, pero no había escondite donde el preso
pudiera ocultarse. La celda estaba vacía. El Sin Nombre no estaba y Claire no
escuchaba nada más que su propia ansiedad reverberando en su cabeza. Ya sabía
su nombre. Había aprendido a robar información para ayudarlo. Podría haberlo
salvado y ahora…
La voz del
niño volvió a su cabeza, pero sus palabras no la reconfortaron en absoluto:
«¡Es una
trampa! ¡Sal de aquí antes de que…!»
Su advertencia
se cortó con otro grito de agonía que se extendió a la mente de Claire, retorciendo
su cuerpo y arrancándole un alarido. Apretando los dientes, se giró hacia la
silueta tras ella.
Pero no pudo
defenderse. La mano que pretendía tomar su espada fue detenida por una garra.
Su muñeca crujió al retorcerse y Claire chilló hasta que logró liberarse de su
agarre. Retrocediendo, logró enfocar a su agresor y sus ojos se centraron en la
masa oscura que colgaba de su otra mano.
Le costó reconocer
al Sin Nombre, suspendido por el cuello de su túnica y con las sombras
devorando su gris monocromía. Entonces su captor lo lanzó hacia Claire y ambos
rodaron por el suelo de la celda.
Por suerte,
esta vez no se golpeó la cabeza. Su primer instinto fue abrazar al espectro
como si así pudiera calmar su dolor. Temblaba entre sus brazos, su cuerpo
apenas visible entre los restos de sombras. Sobre sus hombros, lanzó una mirada
de odio a su agresor.
—Fascinante
—les dijo—. Tuve una corazonada cuando vi tu celda vacía… y noté a un
Mentalista cerca —era la primera vez que Claire escuchaba su voz. Silbante,
medida y con la soberbia de quien tiene la situación en sus manos—. Estáis tan
unidos que pude dar contigo a través de él, hacerte llegar su dolor.
Entrecerró los
ojos, dos rendijas verdes que parecían refulgir en la oscuridad.
—Me pregunto
por qué será. ¿Es por compasión tuya y su sueño de escapar? ¿O las
circunstancias os han unido irremediablemente? No sería la primera vez,
¿verdad, chico?
Los temblores
cesaron y el espectro tensó los brazos. Un murmullo con el nombre de Carine
cruzó sus mentes y Claire puso las manos en sus hombros. Cuando intercambiaron
miradas, Claire sintió que algo se había quebrado en aquellos iris oscuros. Un manto
protector le fue otorgado, escondiendo la pena y dolor del Sin Nombre.
Y ambos
compartieron su rencor.
Se levantó y
confió el Sin Nombre a los hilos negros que surgieron de su sombra, sin tiempo
para extrañarse de su presencia. Retiraron las últimas motas oscuras, ya dóciles
tras curar el dolor causado, y se encogieron tras ella sin que Claire les
prestara atención.
Tenía la
mirada fija en su oponente. Era el mismo shiriza que comandó un séquito de
asesinos, que trató de ahogarla junto a sus amigos y que ahora hería a un niño
maldito. Sabía de la existencia de Carine y, por lo tanto, del dolor de los
presos. Sus ojos y mente estaban vivos, por lo que tendría el poder para
detener aquella locura y, sin embargo, había decidido caminar a su lado.
Merecía un
castigo.
Con gesto
firme, desenvainó su espada y saltó hacia el shiriza con un grito que ahogaba
el dolor de su muñeca.
Este bloqueó
la espada de Claire con la suya propia. El acero le devolvió el reflejo de sus
ojos. Brillaban, tan azules y furiosos que tuvo que devolver la mirada a su
oponente antes de cegarse. Ambos se analizaban entre las armas, con Claire
aguantando el encuentro con ambas manos, buscando una oportunidad.
El shiriza
clavó sus pupilas en las suyas, buscando abrirse paso a su mente. No obstante,
la luz de sus ojos era tan intensa como su rabia, amparada bajo la voluntad del
Sin Nombre. Con su protección, sus escasos recuerdos estaban a salvo.
Podía devolver
el asalto con su don.
Pero su mirada
apenas rozó su cristalino. Su contrincante rompió la entrada a su mente con un
empujón de su arma. La joven se recuperó con apenas un traspié, reintentando
arremeter con una estocada que el shiriza esquivó entrando en una celda. En un
segundo, Claire adelantó al hombre y casi no tuvo tiempo de detener el golpe
dirigido a su espalda.
Soltó un
quejido de dolor por su muñeca y este hizo eco en su mente. Tras el shiriza,
vio cómo el Sin Nombre se sujetaba la suya, aunque estuviera ilesa. No tuvo
tiempo de extrañarse, pues la Voz de la Victoria había regresado para dictarle
cuando esquivar, golpear y retirarse. No era fácil herirla, pero las quejas de
su mano limitaban sus embistes.
«Vale, cambio
de planes».
Claire
retrocedió de un salto y cambió de mano la espada. Su muñeca herida agradeció
el gesto. La voz de su cabeza, sin embargo, puso en duda su elección, aunque
enseguida se recompuso con nuevas órdenes. El shiriza no perdió el tiempo y
volvió a cargar contra ella, asestando una serie de golpes que a Claire le
costó detener por el cambio de mano y el desempeño de su rival.
En un momento
de descuido, el filo del shiriza trazó un surco en el blanco brazo de Claire y
la sangre comenzó a brotar de él. Ella se mordió los labios para contener el
dolor, logrando responder clavándole la espada en el hombro.
Su agresor
retrocedió con un alarido y Claire retrajo su arma teñida de rojo.
Tambaleándose un poco, logró apoyarse en la puerta del pasillo a sus espaldas.
En su cabeza, volvió a escuchar al Sin Nombre gritar por el mismo dolor que
ella sentía en brazo y muñeca. El shiriza tenía razón, estaban conectados. Sus
lazos se remontaban al plano onírico, reforzados con su reencuentro. En su
última mirada, compartieron el rencor por años de sufrimiento y ahora sentía la
protección de un Mentalista en sus ojos.
Un joven
Mentalista tan dolorido como ella. Volvió a cambiar de mano la espada,
liberando la izquierda para tocar el profundo corte de su brazo, manchado de
sangre. Ya se sentía débil de antes y el sangrado no mejoraría su situación. Si
no hacía nada, moriría allí mismo, ya fuera por el agotamiento, la hemorragia o
en manos de aquel monstruo, dejando al Sin Nombre a merced de la gente que lo encerró
allí.
Así pues, su
mano invocó al frío y este congeló la sangre de su brazo, deteniendo la
hemorragia y convirtiéndola en roja escarcha. Su contrincante la observó
mientras intentaba cubrir su herida con una de sus garras. Detrás suya, el
espectro miraba a Claire preocupado, notando cómo el dolor reflejado se
mitigaba. Aunque parecía defenderse bien, ambos sabían que peleaba en
desventaja por usar la izquierda.
Como también sabían que estaba
alcanzando su límite.
—Elementalismo
de hielo, familiaridad con el Mentalismo y una presencia sombría a tus pies
—enumeró el shiriza—. Demasiados dones en una sola persona, ahora a merced de
Kasshere.
Claire ignoró
sus palabras y siguió a las de su mente. Priorizando el alivio al dolor,
buscando la sorpresa, cambió el arma de mano y abrió un corte en la pierna
izquierda de su rival. La veloz arremetida se cobró su cansancio y el shiriza,
aprovechando que se agachó para atacar, la derribó con un codazo en la espalda.
Del golpe
perdió el aliento. Un pensamiento ajeno gritó su nombre. El shiriza se
arrodilló para levantarle la cabeza tirando del cabello, obligándola a mirarlo
a los ojos. En aquellas esferas descubrió que el brillante azul la había
abandonado.
Con su
debilidad compartida con la del Sin Nombre, la magia de ambos se quebró y su
furia no bastó para librarla del control. El cuerpo de Claire dejó de obedecer
a su mente, cayendo inútil y dejando solo libre su cabeza. Curiosamente, el
shiriza tuvo un mínimo de compasión y la arrastró tomándola de la muñeca sana.
Soltó la espada y esta levantó una nube de oscuridad y polvo.
Desde su
celda, el chico vio cómo Claire era llevada al otro extremo del pasillo.
Murmuraba palabras que la distancia y el cansancio borraban para la joven, pero
no para su captor. Sus pasos se detuvieron y Claire reprimió un escalofrío.
La dejó
apoyada contra la pared, sentada de forma que podía verlo marchar hacia el Sin
Nombre. Con la piel erizada por el miedo, vio como aquel monstruo volvía a
levantarlo con una sola mano, como si no pesara más que una pluma.
—Esta es mi
primera vez pisando estas celdas, ¿sabes? —le dijo a Claire, mirándola a través
del pasillo. El preso se retorcía e intentaba golpearlo, pero el shiriza lo
ignoraba—. Habrás apreciado que tengo un buen puesto en las filas de su
majestad Kasshere y, como tal, mi trabajo es proporcionarle prisioneros, no
vigilarlos.
»Sin embargo,
sí que recibo de vez en cuando encargos al nivel de mis dones y… libertad
intelectual. La prisionera favorita de su majestad escapó hace unos días y debía
encontrar su método para evitar nuevas pérdidas. Un encargo directo al que no
podía negarme.
Salió de la
celda con el preso y, al instante, las motas negras acudieron a su piel. El Sin
Nombre se encogió y, cuando el shiriza comprobó que sufría, miró a Claire y el
dolor fluyó a ella. Quemaba como si estuviera bañada en ascuas ardientes.
—Cuando me
encontré a este pequeño prodigio me tomé mi tiempo no solo para inmovilizarlo
como ves ahora, si no para rastrear toda la magia que sabe hacer. Camuflaste
bien este portal a los pisos superiores, y la inepta o cómplice guardia de
Kazehaya es incapaz de reconocer la hechicería de este nivel —zarandeó al
chiquillo y este se aferró a sus garras. Tenía los ojos llorosos—. Te
preguntaría quién te enseñó tus trucos: recitación avanzada, portales, una telepatía
que soy incapaz de interceptar… pero lo olvidaste todo. ¿No es así?
El dolor se cortó,
pero Claire seguía temblando de rabia. El shiriza miró al Sin Nombre a los ojos
y, sorprendentemente, retiró la mirada al instante. Claire parpadeó, pues creyó
verle genuinamente sorprendido… y aterrado.
—Lo que decía,
completamente hermético. Puedo imaginar por qué te apresaron.
—Suéltalo
—logró escupir Claire.
Para su
sorpresa, el shiriza retrocedió hasta devolver al niño al interior de su celda,
todavía colgando de sus manos.
—Imposible,
pero sí puedo mitigar su dolor —suspiró con un cansancio que casi pareció
genuino—. Como dije, tengo órdenes directas de su majestad, órdenes que están
por encima de mi posición y que me obligan a acciones que no desearía. Kasshere
Zasjara desea evitar la fuga de más presos, y este chico ha borrado del mapa a
su favorita —suavizó el tono—. Puedes estar tranquila: no lo mataré.
Claire bufó.
—¿Ahora se te
remueve la conciencia con matar inocentes? ¿Con asesinar a niños?
El shiriza
entrecerró los ojos.
—Mis alabanzas
explican mis actos. Aunque mis manos estén atadas, todavía puedo andar y no
pienso dejar que Kasshere gane más poder… aun a costa de matar a promesas como
tus amigos y tú —Claire pestañeó y el shiriza le mantuvo la mirada—. Mi misión
era traeros hasta aquí, pero ya viste que soy bueno analizando. Matarte antes
de que la Reina te conociera era factible, aunque me rodearan los ciegos ojos
de su séquito. Me excusé con que no vi nada especial en vosotros, excusa que no
podré repetir tras las últimas nuevas del Consejo.
»Sin embargo,
aquí no hay más ojos y oídos que los nuestros. Puedo sacarte de aquí,
devolverte con tus compañeros. La Reina desconoce tu verdadero potencial, ¿por
qué no iba a ignorar también tu forma de escapar? —inclinó la cabeza hacia el
niño, evitando mirarlo directamente—. Incluso podríamos incriminarlo de nuevo.
—¿Qué vas a
hacerle? —preguntó Claire, tratando de sonar firme.
—Desactivarlo. Ofrecerlo a las sombras que lo alimentan hasta que estas apaguen su conciencia, conservándolo hasta que la Reina sepa cómo tratar con él —entrecerró los ojos—. En esta celda hay presos anteriores a nuestra llegada y queremos abrir sus mentes con sumo cuidado, ¿sabes? No podemos arriesgarnos a que escapen antes.
Claire no
contestó, no preguntó nada más. Solo su cabeza seguía obedeciendo sus órdenes.
El resto de su cuerpo solo se movía con su respiración y el fuerte pulso que la
estremecía a cada latido. Hacía tiempo que la sonrisa desafiante del shiriza
había desaparecido, sustituida por una seria mueca que pretendía ser ¿empatía?
La odiaba.
Odiaba aquella hipocresía. Pero el odio regresó al miedo cuando volvió a
hablar.
—Kasshere os
conoce. Perseguirá y encontrará a tus amigos si no vas a avisarlos y ponéis
tierra y Consejo por en medio, y ya has visto que ni siquiera eso garantiza
vuestra seguridad. Aun así, sigue siendo mejor que nada —el shiriza volvía a
mirarla fijamente y Claire quiso huir, sí, de aquellos ojos que parecían
perforar su alma—. Tu parálisis terminará antes de que le duerma y estás
demasiado débil para luchar. Promete comportarte y te salvaré.
Y Claire sabía
por sus ojos que su boca decía la verdad. Lo sabía como también se había dado
cuenta el espectro. Su mirada era una súplica, la misma que le había repetido
tantas veces a lo largo de su encuentro. La misma que le dijo a Carine hasta
que por fin esta aceptó:
«Solo sálvate
tú. Yo estaré bien».
—Prometí que
escaparíamos juntos —contestó a ambos—. Si lo tocas, lucharé.
El shiriza
entrecerró los ojos, enfocándola, y Claire le ofreció su convicción. Suspiró,
con decepción sincera, y Claire contuvo el aliento cuando avanzó hasta sacar al
niño de la celda. Las sombras cayeron sobre él.
—Tus acciones
no cambiarán la vida de este chico, pero sí la tuya, las de tus amigos. Os
habéis condenado, aunque te daré una última piedad permitiéndoos una despedida
—extendió el brazo para adelantar al espectro hacia Claire. La voluntad de ella
viajó a sus piernas, sus brazos, pero por más que deseara caminar y alcanzarlo
seguía inmóvil—. Despídete de ella, anónimo.
Entre la
despiadada oscuridad, el pálido rostro del chico se giró hacia Claire.
Temblaba, podía ver su agonía aunque la conexión entre ambos se hubiera
cortado, probablemente por la repentina piedad del shiriza. La venda se había
caído y la parte inferior de su rostro se contraía intentando formar una mueca
imposible sin labios. Dos dolorosas lágrimas cayeron y Claire comprendió que
había dejado de enmascarar sus emociones.
«Gracias por
intentar ayudarme —le dijo, con voz entrecortada que pretendía ser tranquila—.
Has sido muy amable. Demasiado, a pesar de no saber quién soy».
Claire lo
observó sin poder hacer nada más que verle marchitarse. Las partículas de
oscuridad lo consumían, quemándolo como brasas que ensombrecían su piel, su
voluntad. Todavía la miraba, pero sus ojos se estaban cerrando ya. Los cerraría
para quien sabe cuánto sin recordar nada. Sin volver a ver la luz del sol. Sin
saber quién era.
No. No lo
permitiría.
—Sé quién
eres.
Aquellos ojos
oscuros volvieron a abrirse, tan sorprendidos como los del shiriza.
—¡¿Qué?!
—exclamó, mirando a una y el otro—. No puedes. No puedes saberlo.
—Entraste en
esta celda con tan solo once años de edad —siguió ella, ignorándolo. Solo tenía
ojos para el Sin Nombre—. Vi la ficha de tu registro, había una foto tuya.
Sonreías con los labios que te arrebataron, sin la túnica de preso que llevas
ahora. Probablemente la tomaran unos días antes de que entraras aquí.
—No… —negó el
shiriza—. Ni siquiera yo he tenido acceso a esa información. ¿Cómo?
—La vana
excusa para tu encierro era la “protección”, pero no quise leer las mentiras
que esos bastardos escribieron sobre ti. Confié en que su única verdad fuera tu
nombre.
El shiriza
desenvainó la espada con la mano que le quedaba libre. Temblaba. Temblaba más
que el chiquillo, pues este la miraba esperando las últimas palabras.
«Dímelo», suplicó.
—¡Cállate!
—ordenó el shiriza, demasiado lejos para que sus ojos la punzaran—. Insensata,
¡cállate o nos matará a todos!
Claire sonrió.
—Te llamas
Firo Delayer, y te prometí que escaparíamos juntos de este lugar.
Firo se quedó
inmóvil. Sus ojos perdieron el brillo y se escondieron tras sus párpados, como
también hicieron los de Claire. La oscuridad olvidó su propósito y se extendió
como noche de sin luna. Engulló a la Elegida, envolvió al shiriza, acudió al
Nombrado.
La risa de
Claire recorrió las mazmorras, una carcajada que no salió de sus labios.
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