sábado, 15 de abril de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 6

Los Motivos de una Confesión


La ansiada oscuridad que había suplicado durante la agónica hora de espera por fin había envuelto sus ojos. El timbre metálico de la segunda campanada había devorado el de la primera, vibrando entre el silencio, desapareciendo entre sus pensamientos.

Aquel era un vacío amable, carente de la influencia de su “Otra Voz”. Al percatarse de su ausencia, Claire vagó entre la apacible noche con hombros tensos, en guardia ante un posible ataque de las garras blancas.

Y, en lugar de las afiladas hojas, halló una luz.

Al final del largo camino de su inconsciencia había claridad. Avanzó hacia ella, primero con premura y luego con desidia, pues pronto comprendió que jamás podría alcanzarla mientras aquella figura la ocultara.

Un tirón en su estómago se llevó su aliento y confusos pasos. Notó el frío contacto de las garras sobre su piel, reteniéndola mientras su propia silueta, su propia Sombra, cubría la luz como la luna en un eclipse.

Forcejeó entre su amarre, presa no de la curiosidad o la desesperación, si no de la necesidad por saber qué nacía de aquella luz. Un sentimiento que nacía en su pecho y quemaba sobre sus clavículas, doliendo más de lo que tiraban las zarpas.

―Eras tú todo este tiempo.

Sus esfuerzos murieron con aquella frase.

―Siempre tú ―continuó su propia y a la vez ajena voz―. Por eso buscaste. Por nosotros, por mí… Lo sabía. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía todo este tiempo!

No hubo júbilo en aquellas palabras. Su voz gritó con familiar desesperación, cayendo sobre el inexistente suelo y llevándose la luz consigo. Claire apenas logró discernir un parpadeo de la imagen que formaba, distraída por la angustia de su Sombra:

―Y entonces marchaste y ya no puedo saber.

―¿De qué hablas? ―logró pronunciar su propia garganta―. ¿A quién has visto…?

El instante de alivio cuando una de las garras la soltó se convirtió en terror cuando pasó a amordazarla. La oscura silueta se giró y fundió en la penumbra.

―No mereces saberlo ―escupió su otra voz y Claire se estremeció―. No eres más que un cascarón vacío, un miserable constructo que ya ha tenido mucha más vida de la que merecía. No te otorgaré lo poco que todavía me pertenece.

Su tono fue calmado y, sin embargo, teñido de ira. El eco de sus palabras reveló un odio tan profundo y abisal que arrebató a Claire cualquier contestación. Sus músculos se paralizaron como los de un animal a punto de ser devorado, hundiéndola sobre las garras que ya la apresaban. Sintió como su consciencia se deshacía entre el sueño, su mente disolviéndose entre el desmayo, si eso era posible.

Y entonces notó algo. Un contacto sobre su mano derecha, que se abrió envolviéndola con un cálido abrazo. Una voz le hablaba y, a pesar de no comprender sus de palabras, supo que la llamaba. El vacío que la acunaba comenzó a desvanecerse conforme la realidad reclamaba su cuerpo. Sentía el peso de los párpados cerrados sobre sus globos oculares, notaba la acogida de aquellas manos amables, tan diferentes a las frías y severas garras que solían acosarla.

La mano la soltó para acariciar su brazo, sus mejillas, con afable cariño. Conocía aquella piel y aquellos gestos, y dejó que calmaran su terror como un bálsamo trata las heridas. Finalmente, el ansia por aquel afecto pudo con ella y abrió sus pesados párpados a la luz. No le sorprendió ver la sonrisa de Blake tras ellos.

―Al fin te despiertas. Has dormido como el triple que yo.

La luz del techo cegó sus ojos y volvió a cerrarlos, lo que no impidió que sonriera. Quiso abrazarle al recuperar la vista, pero sus extremidades seguían rígidas. Sin necesidad de palabras, Blake se agachó y la rodeó torpemente con sus brazos, ayudándola a incorporarse con un afectuoso apretón.

«No eres más que un cascarón vacío», recordó su mente. No le importaba. Envuelta por aquel cálido sentimiento no se sentía tan hueca.

Al separarse, Blake acercó la camilla que había tras él, dejando a Claire sentada sobre la suya. Se fijó en que ambos vestían un camisón aguamarina de hospital. Un escozor que arrastraba de su sueño llevó su mano a la clavícula, descubriendo que la tenía vendada.

―¿Cómo te encuentras?

Claire miró a Blake con cansancio. Tenía el pelo despeinado y algún mechón caía sobre su rostro. También tenía el cuello y hombros cubiertos de vendas. No parecía sufrir por ello.

―Estoy bien, creo ―contestó―. Algo confusa. No te imaginaba como un Elegido, la verdad.

El peso de la realidad tensó el ambiente, difuminando la sonrisa de Blake. Claire lamentó sus palabras, aunque no podría haberlas evitado mucho más tiempo. Recordaba su sueño vívidamente y sospechaba la razón de aquellas vendas.

―Bueno, yo tampoco me lo esperaba de ti.

―¿En serio? ―rio Claire, sin júbilo alguno―. Era evidente: las pesadillas, mi magia… Incluso mi pasado era demasiado extraño. Era la que tenía más papeletas de los tres.

―Supongo que sí ―admitió él, con aquella pálida imitación de sonrisa―. Aunque tus circunstancias no me libran de sospecha.

Sus pupilas rodeadas de bosque huyeron de las suyas. Claire las persiguió, buscando la razón de aquel extraño comentario. Primero halló que miraba sus manos, apoyadas sobre sus rodillas. Blake retomó su explicación, si bien su voz no parecía pertenecer al mismo Blake que Claire conocía.

―Hay una parte de mi magia que ni siquiera Ángela llegó a conocer. Un don por el que comprendía el temor que sentía hacia su fuego ―Blake contemplaba sus manos, cabizbajo, impidiendo que Claire se reuniera con su mirada―. Es tan intrínseco a mí que, por mucho que lo ocultara, en ocasiones salía a la luz. Todos estos años intenté evitarlo, esconderlo, mientras me mentía a mí mismo con que no tenía nada de malo. Funcionó durante mucho tiempo.

»Incluso cuando nos escogieron como candidates me convencí de que lo hacían por vosotras, ¿sabes? Entonces llegó la explicación de Armiro… y no pude negarme nada. Comprendí que mi secreto era mi Habilidad, y la campanada se sintió algo natural.

Claire guardó silencio. A su mente volvieron las palabras de Blake en el tren, donde explicó que no temía ser un Elegido porque no se sentía como un monstruo. Creyó en su sinceridad y, sin embargo, el desconocido ante ella se lamentaba con la aciaga familiaridad de quien lleva años sufriendo. Por eso no le molestó su mentira: él había vivido en su engaño mucho más tiempo.

―Siempre he sabido que era un Elegido, Claire, pero me lo callé porque quería creer que era como vosotras. Conocía tus pesadillas, veía las dudas de Ángela, y pensaba que yo era igual de inocente y confuso… Pero ayer dije “todo va a salir bien” sabiendo que mentía.

Tragó saliva y su voz se rompió. La búsqueda de Claire se reunió con su anhelo y sus débiles piernas la llevaron a Blake. Sus brazos lo rodearon y él se dejó encontrar.

―Tenía miedo, Claire. Maldita sea, sigo teniéndolo. No estaba preparado para esto, por mucho que quisiera creer en mi inocencia, por mucho que me esforzara a curar. Me aferraba a vosotras tanto por… ―un hipido cortó sus palabras y Claire lo estrujó para calmarlo. Sollozó, y por fin le devolvió el abrazo―. Os quería… y sigo haciéndolo. Por eso evitaba pensar que algún día nos tocaría separarnos.

Había una capa más en aquella vida secreta que sus amigos ocultaron de ella, que la salvaron de conocer. Notaba el lamento y la disculpa en la voz de su amigo, en los temblores de sus dedos y, al mismo tiempo, Claire también quería pedirle perdón.

―Es culpa mía. Si no me hubiera negado a la magia, no habrías afrontado esto solo.

―¡No! ―la cortó él de inmediato. Se separaron y unieron de nuevo, las manos de Blake sujetándola de los hombros―. Ni de lejos. Si fuera cierto, se lo habría contado a Ángela. La culpa es mía por no tener el valor de decirlo.

Sus dedos perdieron fuerza, cayendo de nuevo junto a su mirada.

―Habríamos permanecido a tu lado —insistió Claire.

―Lo peor es que lo sé. Pero vuestra aceptación habría durado hasta que el Consejo nos alejara, o me viera obligado a marchar para no haceros daño.

―¿Nos habrías hecho daño? ―repitió Claire, calmada a pesar de la pregunta―. ¿Eso crees?

Blake tardó unos segundos en responder, momentos en los que pareció darse cuenta de lo absurdo de su afirmación. Finalmente, suspiró, aceptando su error.

―Pues claro que no, si tienes razón. Lo más dañino que he usado fue… Es igual, es igual. El caso es que estaba demasiado asustado para pensar con lógica ―su boca profirió una suave carcajada, sin dicha alguna―. Realmente me habría venido bien tu racionalidad en ese entonces.

Los labios de Claire emitieron una sonrisa que Blake no llegó a ver. Buscó su mano en consuelo y, en su lugar, él la abrazó otra vez. El gesto abrupto no logró ocultar la mueca que despertó tras el roce de sus manos.

―Tenía tanto miedo. Me aterrorizaba dejar de ser quién soy, de tener que marchar para no haceros daño… yo, un estúpido Sanador. Pero, por encima de todo, lo que más temía era no volver a veros. Por eso, cuando desperté y te encontré aquí yo… me alegré.

»Se que está mal. Sé que es algo realmente egoísta por mi parte, pero no puedo evitar pensar que, si ambes somos Elegides, nunca estaré solo. Nos tendremos el uno al otro para soportar todo esto, aunque ojalá esta carga nunca hubiera caído sobre ti. No te lo merecías… No después de todo lo que te ha pasado.

Claire le dio unas palmaditas en la espalda y él se aferró a ella como si temiera que marchara tras su confesión.

―Lo comprendo ―le dejó saber, con sinceridad―. O sea, después de todo lo que has sufrido en silencio, entiendo que sintieras eso al verme. No te preocupes.

Blake pareció relajarse, menos mal. Por eso, Claire no se atrevió a expresar la realización que emergió del mar de angustia que era su mente ahora mismo.

«Estamos juntos a costa de dejar sola a Ángela. Al final, uno de nosotros ha tenido que separarse del resto ―dejó que el aliento que había estado conteniendo sin querer surgiera de su interior, calmado, pues no podía llorar ahora que Blake necesitaba un hombro donde hacerlo―. Lo siento, Ángela, lo siento tantísimo».

Ella lo entendería, y sabía que parte de las lágrimas de Blake eran por ella. Por eso, en lugar de pronunciar tal cruel recordatorio, declaró:

―Como has dicho, al menos nos tenemos el uno al otro. Aunque seamos Elegides, mientras estemos juntos, todo va a salir bien.

A pesar de prepararse aquel consuelo, tuvo que esforzarse en creer que no era una mentira piadosa. Blake pareció agradecerlo, dejando que calmara su ansiedad y concediendo a ambos compañeros unos momentos de paz.

El olor de la piel de Blake le recordaba a su hogar, a la infancia que vivieron juntos y a sus paseos en el bosque con Ángela. A las tardes de invierno con los tres frente a la chimenea, compartiendo bromas y dulces recién horneados. Una helada nostalgia se apoderó de ella, recorriendo su cuerpo como un escalofrío. Nunca podría volver a aquellos días, ahora se daba cuenta, pues el afecto de sus lazos estaría manchado con su inminente destino.

Finalmente, Blake se apartó despacio. Contempló a Claire con aquella mirada forestal que no parecía pertenecerle: su alegría robada por lágrimas y probablemente la misma nostalgia que atormentaba a Claire. Tras limpiar el salado de sus mejillas, señaló sus vendas.

―No la has visto, ¿verdad?

Claire ladeó la cabeza.

―¿El qué?

Como respuesta, Blake se descubrió el hombro derecho y retiró la venda que lo cubría. Unas finas líneas oscuras iban desde el inicio de su brazo hasta el del cuello. Claire las miró detenidamente y se fijó en que dibujaban diversas formas, todas confusas y pequeñas, como caracteres de un idioma desconocido. Tal vez fuera por la disposición de los trazos, pero estas parecían moverse lentamente cambiando su aspecto. El contacto visual con aquellas letras le producía una sensación extraña, mezcla de malestar, miedo y algo más que no supo definir, obligándola a apartar la mirada.

―Esta es mi Marca de Elegido. Es lo que aparece tras escuchar las campanadas de la Torre Central ―explicó Blake, volviendo a taparse con el camisón. Valoró la reacción de Claire antes de añadir, con cansado gesto―: A mí tampoco me hace demasiada gracia. Puedo buscar un espejo si quieres ver la tuya. ¿O aún no estás preparada?

 Como respuesta, Claire se quitó el vendaje. Ella no podía verlo completamente, solo al bajar la cabeza vio unas pocas líneas negras. Al tocar su clavícula, Claire notó su piel como siempre. Blake se estremeció y apartó la mirada.

―Es extraño ―dijo él―. Tu Marca me produce escalofríos. Se me ha puesto la piel de gallina, en serio.

―Venga ya ―exclamó Claire―. La tuya tampoco es bonita que digamos. Por cierto, ¿qué hora es?

Blake se levantó de la cama y estiró los brazos.

―Supongo que serán más de las cuatro. No he podido preguntar a nadie, pero tenía una ventana y la posición del sol…

Calló al ver la expresión de Claire. Al notar su mirada, ella explicó:

―He estado desmayada mucho tiempo. Si lo sumamos a lo de ayer, es como si no hubiera vivido estos días… Y no he soñado nada.

―¿En serio?

Claire frunció el ceño, sabiendo que mentía. Escuchó algo durante su análisis en el tanque, pero su angustia al despertar se llevó el significado entre burbujas y agua. Negó con la cabeza… Y entonces recordó a la cautiva imagen que retuvo su Sombra. 

—Bueno, al menos no tuviste pesadillas —se adelantó Blake y Claire, sin ganas de explicar, no le interrumpió—. No es culpa tuya. Ayer te indujeron al sueño para las pruebas y hoy… pues ha sido por la fuerza mágica más antigua de este mundo. Creo que tienes excusa ―Claire se encogió ligeramente de hombros, y Blake le concedió una sombra de picardía―. Yo no tardé mucho en despertar. Igual estabas débil, te dije que desayunaras bien.

La intranquilidad de Claire se convirtió en un reproche y Blake abrió una sonrisa. Duró unos instantes antes de que el joven la rompiera para anunciar:

―¡Lo que me recuerda que tengo un regalito para ti!

Se agachó y recogió algo bajo la camilla de Claire. Al levantarse, se tomó un momento para hacer una ridícula reverencia antes de extender dos piezas de ropa oscura sobre las sábanas.

―He tomado “prestados” un par de uniformes de aprendiz ―explicó Blake, con renovadas energías―. Hay muchos tipos de personas viviendo en las Sedes y se diferencian por esto. Este azul oscuro señala a los aprendices, aquellos que ayudan en tareas menores mientras son instruidos como guardias, funcionarios o futuros Consejeros. Si te fijas, es similar al que llevaban los Consejeros, pero de corte más sencillo y…

―Blake, eso no explica por qué los has traído.

El chico parpadeó con fingida sorpresa ante la racional interrupción de su compañera. Ella aprovechó para valorar su aparente entusiasmo. Su ansiedad parecía haberse mitigado, y sus ojos ya no brillaban por lágrimas contenidas.

―Evidentemente para dar una discreta vueltecita.

―¿Qué?

―¡Piénsalo! Es probable (deseable) que todavía no hayan revelado nuestras caras a la Sede, ni que decir al mundo, así que esta podría ser nuestra última oportunidad de pasear en el anonimato. Para eso necesitamos ―sus manos hicieron una floritura para señalar a los uniformes― esto, porque ir en camisón es incómodo y sospechoso.

Claire negó con la cabeza.

―Tú mismo lo has dicho, Blake. Ahora mismo debemos ser las personas más importantes de todo el Bando Mágico ―se tomó un segundo para descartar la punzada de vértigo que golpeó su estómago―. Dudo siquiera que podamos salir de esta habitación.

―Dúdalo, pero te aseguro que es posible. ¿Cómo crees que he venido hasta aquí si no? ―Claire parpadeó, atónita, y Blake sonrió abiertamente―. ¡No hay nadie vigilando! Lo sé, a mí también me sorprende, por eso insisto en aprovechar la oportunidad.

―Vale, vale. Pero… ¿de verdad es buena idea? Tiene que haber pasado algo para que no estén vigilándonos. No, espera, tal vez eso sea una razón para irnos.

Blake asintió, cada vez más apremiante. Maldita sea. Tenía que hacer de conciencia, pero sin Ángela y con sus propias ganas de marchar, le costaba no aceptar aquel uniforme.

―¿Tienes siquiera un buen motivo para hacer esto?

―Que no has comido nada en todo el día ―explicó él, con inesperada y fingida seriedad. Incluso le puso una mano en su hombro―. Lo hago por ti, mi querida Claire, no por motivos completamente egoístas como estar muriéndome de hambre mientras discutimos esto ―y ahí estaba. La última razón que necesitaba. Claire fingió un tenso duelo de miradas antes de acabar asintiendo con dramático reproche―. ¡Perfecto! Pues coge un uniforme y cámbiate en el biombo de allí, luego voy yo.

Claire profirió un sonoro suspiro antes de hacer caso a su amigo. Se consoló pensando que, tras ser Marcades como Elegides, las cosas tampoco podían empeorar mucho más.

Además, también estaba hambrienta.

 



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viernes, 7 de abril de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 5

 Revelación


El tiempo había muerto una vez más. Las fauces de las bestias se detuvieron a medio bocado, las hojas flotaban en el aire y los guardias llamaban a un monstruo en su puerta.

Era mentira. El mundo retenía su color, su corazón la agitaba con cada latido y el cuerpo de Blake cayó al suelo. Estaba inmóvil, eso sí, con la sonrisa congelada en los labios. Ángela también contuvo el aliento, pero se liberó de las ataduras de la impresión para arrodillarse junto a su compañero.

Claire no lo consiguió. Sus piernas eran estacas de plomo y sus ojos, vidrio opaco. Impasible, contempló la reunión entre sus amigos con una sensación similar al encuentro con los cadáveres del tren. Incapaz de hacer nada más que existir, se convirtió en una mera observadora.

―Blake… ―empezó Ángela, cogiéndolo por los hombros. Su voz desprendía una lejana firmeza, perdida tras el temblor de las sílabas pronunciadas―. Por favor, este no es momento para una broma. Despierta, por favor.

Al intentar levantarlo, la cabeza de Blake cayó hacia atrás con inerte gesto. Solo un tenue movimiento en su pecho indicaba que seguía con vida. Ángela lo volvió a apoyar en el suelo. Tras algún parpadeo, Claire vio que también agitaba sus hombros. Lo llamaba una y otra vez, tanto que su nombre se volvió un eco sin sentido. 

«Tiene que ser una broma» logró pensar Claire. No había otra alternativa, a pesar de saber que Blake jamás bromearía en un momento así.

En algún momento la llamada de Ángela se torció en angustiada negación. Las lágrimas quebraron su voz y su llamada fue una exigencia a gritos.

―¡Blake! ¡Tú no eres un Elegido! ―declaró ella. Los puños de Claire se apretaron con fuerza, con frustrada comprensión ante la desesperada negativa―. ¡Siempre nos has ayudado a Claire y a mí! ¡Eres demasiado amable y bueno para convertirte en monstruo!

Blake siguió sin responder. Por fin, Ángela soltó sus hombros y sus manos colgaron inútiles a sus lados. Como la calma tras la tormenta, sus lágrimas cayeron como amarga lluvia y Claire logró romper su pasiva gelidez para abrazarla. Ángela no pareció notar su consuelo.

―¿En qué me deja esto a mí, Blake? ―le preguntó en susurros. Una privada confesión de la que Claire se culpabilizó por escuchar―. Si tú, que curabas mis heridas, eres el monstruo… ¿Qué soy yo? Por favor, despierta…

«Tal vez esto sea una pesadilla ―pensó Claire, en un valiente intento por escapar de la realidad. Sus brazos se cerraron con fuerza sobre el tembloroso cuerpo de Ángela―. En algún momento la oscuridad reclamará este lugar y las garras me llevarán a la realidad. Siempre puedo despertar».

Sus ojos buscaron entre luminosas y enjoyadas paredes y solo encontraron sus reflejos sobre piedra pulida: una lastimera chica abrazada por una carcasa vacía, sin memoria ni valor para aceptar el destino ante ellas. Tragó saliva, mirando una vez más a Blake para asimilarlo. Las garras no la llevarían a ninguna parte: el primer Elegido había dado a conocer su existencia.

Y era Blake.

Un golpe seco cortó el llanto de Ángela con un hipido. La puerta se abrió, Merody y Armiro encabezaban su séquito de batas blancas. Por primera vez, Claire advirtió que en sus uniformes había una insignia, cuyo título se alternaba en Investigación Mágica y Sanación Mágica. Una conocida emoción se abría paso en su líder, una expectación y asombro que brilló cruelmente ante la desesperación de ambas jóvenes. Armiro parecía, en principio, inexpresivo.

Todas las miradas estaban fijas en Blake.

―Al fin, tenemos al primero ―exhaló Armiro, liberando su contención: expresando un sentimiento que más que alegría, parecía alivio―. Nos ha costado años, pero hoy hemos revelado al primero de todes.

Claire lo miró fijamente, sujetando a Ángela como si también la examinaran a ella y pudiera así protegerla. Expuesto como una pieza de arte, Blake era contemplado con tanta fascinación como regocijo, pues a ojos del Consejo era el milagro que los salvaría. Unos aterrados celos se apoderaron de ella: sabía que iban a arrebatarle a su amigo y no podría hacer nada para evitarlo.

La voz de Armiro volvió a la seca profesionalidad al girarse a su hermana.

―Acompañaré a tu equipo y al de Sheziss antes de informar a las Torres.

―Lo sé. Sheziss debería tenerlo todo listo ―se giró a sus investigadores ―. Ya habéis oído, marchad al Centro de Investigación de inmediato. Buscad su Marca de Elegido y vigiladlo hasta que despierte. Estad atentos a cualquier problema de respiración o bajada de tensión.

Los investigadores rodearon a Blake. Ángela se revolvió entre sus brazos y Claire la agarró como si temiera que también se la llevaran a ella. Entonces, el odio de Ángela se compartió con ella, tan hirviente que notó como incluso los investigadores se detenían ante sus lágrimas. El repentino acceso de ira desesperada fue tan poderoso que su mente racional lo descartó como ajeno, antinatural, que no por ello irreal. De alguna forma, el fondo de su ser recordó con certera familiaridad la forma de detenerlo.

―No hay nada que hacer ―logró susurrarle a Ángela entre dientes. Todavía la abrazaba con la espalda, con más miedo que cariño―. No hay nada que hacer, solo déjalo.

No entendió la respuesta de Ángela, aunque sí sintió su desdicha. El odio que se compartía entre ambas remitió y los investigadores hicieron su trabajo. Claire notó que parecían confusos, avergonzados incluso. Lo atribuyó a que también les sería duro contemplar aquella escena.

Con suma delicadeza, levantaron el cuerpo de Blake y lo colocaron en la camilla recién traída. Al igual que cuando se golpeó en el tren, el joven parecía dormir plácidamente. Sus desesperados celos marcharon con él, pues Claire ya no reconocía en aquel cuerpo inerte el amable recuerdo de su amigo.

¿Seguiría siendo el mismo cuando despertara? ¿Podría verle acaso? El miedo ahora era un amargo duelo de extraña nostalgia, y hundió la cabeza en los delgados hombros de Ángela. Ya no temblaban, tampoco lloraban.

Armiro marchó junto a la camilla y Merody se quedó mirando a las chicas.

―Dejad que acompañen a su amigo. Merecen hacerlo, es un honor para los tres ―entre los mechones color miel de Ángela, vio una empática tristeza en la mujer―. Además, también son candidatas. La Revelación no ha hecho más que empezar.

Obedeciendo a sus motivaciones confusamente profesionales, Ángela y Claire se levantaron y marcharon tras la camilla. No veían a Blake entre las espaldas de investigadores y Claire lo prefería así. Caminaron con pasos sin alma, automáticos, con Armiro en cabeza junto a su guía y Merody cerrando la marcha con una seriedad impropia.

Enseguida reconocieron los pasillos blancos y de olor a antisépticos del lugar donde Claire despertó el día anterior. Llegaron a una sala distinta, con un compartimento que actuaba como recibidor y del que se accedía a diversas habitaciones. Cada una contenía una cama y diversos aparatos. Claire reconoció algunos como instrumental médico.

La comitiva las detuvo en el recibidor y Ángela y Claire observaron cómo Blake era conducido a una de aquellas habitaciones, aún inconsciente y custodiado por los investigadores. Armiro cerró la puerta tras ellos y corrió las cortinas, cubriendo la ventana de cristal que tenía.

 Merody les condujo a una salita igual que la del día anterior. Con gesto apresurado les indicó la cafetera y el cuenco de galletas por si querían desayuno, ignorando abiertamente el funesto gesto de las chicas.

―Esperad aquí. Cuando tenga noticia de vuestro amigo, volveré.

Y marchó. Desde las paredes acristaladas vieron cómo se reunía con su hermano en la habitación donde yacía Blake. El reloj de pared marcó cómo los minutos pasaban en pesado silencio, las agujas moviéndose con cansado ritmo. La lentitud de aquel compás ató un nudo en su garganta y Claire acabó bajando la cabeza para evitar las náuseas. Ocasionalmente, Ángela rompía el despiadado paso del tiempo con sus sollozos, cada vez más espaciados entre sí. De vez en cuando, veía cómo investigadores abandonaban la puerta de Blake.

Ninguno se dirigía a la sala de espera. Sin más explicación que la ansiedad, los minutos siguieron pasando, tensando sus hombros, secando su garganta. Los dedos de Claire tiraron de su pelo en un esfuerzo por distraerse de los escenarios que cruzaban su mente. Intentó encontrar palabras para la inminente despedida de su amigo, un consuelo que limpiara las lágrimas de su amiga. Trató de imaginar su vida sin Blake y dio con la pena en los rostros de sus padres, recibiendo la noticia de sus labios.

Inhaló y su aliento se cortó en un hipido que anunciaba llanto, sin embargo, las lágrimas no llegaron a caer. Estaba demasiado asustada para llorar. La tensión y la angustia pesaban sobre ella, atándola a aquel lugar, aquel eterno instante. Quería huir, pero no había forma de hacerlo. No podía dejar así a su desdichada Ángela ni al mal bendito Blake.

Y sin ellos no quería ir a ninguna parte.

Las agujas del reloj siguieron su avance, carentes de piedad. Cuando miró y vio que casi había pasado una hora, creyó que sus ojos la engañaban. Liberada de su estupor, fue consciente de que Ángela ya no lloraba. Había cambiado su llanto por una expresión sombría, inescrutable a pesar de sus todavía vidriosos ojos. Estaba peor.

Un nuevo sonido silenció al reloj. Armiro y Merody abandonaron la habitación de Blake, hablando en voz baja. Armiro marchó hacia la salida de los laboratorios. Merody alzó la cabeza y percibió a Claire, acudiendo a su encuentro en la salita. Saludó a las jóvenes con un gesto y Claire lo imitó como buenamente pudo, ya que su cuello estaba rígido por la tensión. Ángela no reaccionó a su llegada.

Tras sentarse, Merody ignoró el tic tac a su espalda en favor de su deslucido reloj de bolsillo. Claire se tomó un ocioso momento para inspeccionarlo. Plata, con muescas por el uso y un grabado en la tapa. Un ojo redondeado, cuyo iris imitaba un engranaje y su pupila se rompía por una estrella de cuatro puntas. Curioso.

―Blake Greenwood. Primer Elegido ―anunció la Consejera―. Cayó desmayado al minuto del inicio del hechizo. Consultaré los registros, pero creo que es un nuevo récord de velocidad ―Merody cerró la tapa de su reloj y lo guardó en su bolsillo. Miró a las jóvenes. La compasión de sus ojos no lograba ocultar la emoción que temblaba en sus manos―. Este evento es un honor para vosotras: vuestro amigo es un héroe.

―No lo es. Mi mejor amigo va a convertirse en un monstruo ―escupió Ángela, aún con lágrimas secas sobre la cara. No levantó la voz, no lo necesitó para que Claire notara su furia―. No hay honor ni alegría en eso. Claire y yo hemos perdido a Blake para que vosotros ganéis un arma. Lo más parecido que celebraré hoy es su funeral.

Contradiciendo todo lo que Claire esperaba de aquella mujer, Merody dedicó una amplia sonrisa a ambas jóvenes. Una apertura que sus ojos lilas negaron con perenne melancolía y pena, que suavizó el desprecio que Claire recién compartía con Ángela.

―Debéis entender que la existencia de la Profecía no es culpa del Consejo. Es un evento que data del Gran Eclipse, cuya Anunciación lleva celebrándose generaciones. Ser beneficiaries de su gracia siempre ha sido motivo de honor, dicha y orgullo. Ser Elegides significaba ser destinades a hacer grandes cosas, y tanto majestades como mendigos buscaban su ayuda ―suspiró, su vista deslizándose hacia sus dedos enguantados―. Vuestro amigo ha sido bendecido.

―¡No, es distinto y lo sabes bien! ―exclamó Ángela―. ¡No es lo mismo…!

―Es lo mismo ―la cortó Merody, tan firme como amable―. Adquirir poder, da igual la forma ―la mujer bajó la cabeza. Una de sus manos enguantadas acarició la otra―. Esto no es un memorándum de tu amigo, pues él seguirá existiendo, seguiréis compartiendo vuestra amistad. Da igual qué aspecto adquiera o cómo divague su mente, pues pareces buena persona y sé que seguirás queriéndolo. ¿No es así?

Ángela cortó su réplica. Merody había acertado. Claire sabía bien que su amiga jamás les daría la espalda, ni a Blake ni a ella. Sin embargo, no tardó en recomponerse con renovada frustración.

―No es eso de lo que hablo. ¡Yo nunca abandonaría a Blake, no como…!

La puerta se abrió y Ángela volvió a enmudecer. Andrew entró y fue recibido por la cortante tensión de la sala de espera. Miró a ambas chicas y un extraño… ¿alivio? Cruzó su rostro. Parecía que Ángela también había notado ese gesto, pues Claire notó cómo su furia pasaba a una vergonzosa calma.

―Acabo de enterarme ―le dijo a Merody―. El resto de Consejeros no se lo creían y me han mandado a corroborarlo.

―Es cierto ―confirmó Merody―. Blake Greenwood es el Primer Elegido. Se ha activado el Hechizo de Búsqueda.

Andrew asintió. Sacó su comunicador y tecleó unos rápidos mensajes en la pantalla táctil. Después, se sentó junto a Merody y dedicó una mirada a las jóvenes.

―No quiero decir que lo esperara de alguna de vosotras, pero me sorprende de Blake ―comentó―. Parecía un muchacho bastante tranquilo, y tengo entendido que su Sanación tampoco era nada extraordinario. Las apariencias engañan, ¿no?

Claire pensaba lo mismo. La única persona que rivalizaba con la calma de Blake era ella misma, y ni siquiera logró mantener la mente fría durante el ataque del bosque. Él era alegre y amable. Tenía la misión de animar a los demás y nunca había sido violento. Las pocas veces que vio enfado en él fue en discusiones con Ángela, y estas siempre terminaban con una reconciliación.

Supo por la mirada de su amiga que pensaban similar… no, ella creía en la bondad de Blake con mayor fervor. “Si tú que curabas mis heridas, eres el monstruo… ¿Qué soy yo?” le había dicho en el Observatorio. Solo habían pasado unos días desde que sus amigos le confesaron sus poderes y, sin embargo, podía ver la extraña influencia que ejercían en su amistad. Para Ángela, su Elementalismo requería una temerosa contención, pues el fuego dañaba si no era domado, mientras que la Sanación de Blake era objeto de su admiración. Un don favorable con el que ayudaba a los demás.

Y Claire había ignorado aquella capa de su relación durante toda su vida. Siempre sospechó que había un secreto factor más entre su amistad, pero no le dio importancia entre todas las cosas que ya ignoraba. En su mente, lamentó que su interés no apareciera hasta hace unos días, pues tal vez podría haber mediado entre ellos.

Suspiró y Andrew la miró a través de sus gafas.

―¿Te encuentras bien? ―le preguntó con amabilidad, probablemente confundiendo su arrepentimiento con cansancio―. ¿Has recuperado la voz?

―Sí, puedo hablar perfectamente ―contestó ella―. Y me encuentro bien. Físicamente hablando.

―¿Ningún problema respiratorio? Son comunes en mestizos como tú.

―Ninguno.

Andrew sonrió y Claire notó su gesto sincero. Aquel hombre de verdad parecía preocuparse por ellas, e incluso advirtió que se aligeraba la tensión de sus hombros.

―No sé si lo has comentado con tus amigos, pero puedo aprovechar para hablarte un poco de la raza nayhade ―Claire asintió sin pensarlo mucho. No le vendría mal una distracción tras casi una hora de agónico silencio―: Los nayhades son una de las ocho razas más curiosas a mi parecer, y la de mayor importancia para el desarrollo del Mentalismo, mi Clase de magia. Como te conté, todos los nayhades nacen con el Talento desatado por su telepatía, pues las branquias de su cuello impiden la formación de cuerdas vocales. Este don es de corto alcance, similar al de nuestras voces, aunque siempre pueden entrenarlo en academias.

»Los nayhades completos nacen con unas aperturas bajo los pulmones que les ayudan a expulsar agua tras una inmersión. Pocos mestizos las heredan, por lo que os cuesta más hacerlo. Un precio por conservar el habla. Así pues, podéis sobrevivir tanto en tierra como agua, aunque la mayoría prefieren vivir en ambientes húmedos que les permita mantener las membranas entre sus dedos. Las de mestizos son mucho más débiles, así que es normal que se te secaran tan rápidamente.

»Muestra de tu ascendencia es también tu palidez sin rubor, típica de nayhades y algunos shirizas. Tu altura y fuerza son más pistas pues tu raza es la más alta y con potencial físico de las ocho.

Claire aceptó aquella explicación con una mezcla de sincero interés y necesidad, pues el recuerdo de Blake sonriendo inconsciente seguía asaltando su mente. Dedicó un vistazo a sus dedos. Largos, finos y separados una vez más.

―Me cuesta hacerme a la idea de ser mestiza ―admitió, llevando una de sus falanges al cuello, tocando las ligeras muescas en su piel—. Siempre he vivido como una humana… Al menos que yo recuerde.

Merody intervino, también con empática expresión.

―Tu amnesia ha jugado un papel crucial en mantener el secreto. Incluso entre mestizos, de costumbres más terrestres, es extraño que las branquias pasen tanto sin abrirse. No es saludable y, como dije ayer, si fueras solo nayhade dudo que hubieras sobrevivido tanto tiempo ―su gesto se torció en la misma pena que manifestó el día anterior―. En la mayoría de casos, el secado de las branquias viene de situaciones de maltrato o secuestros, de ahí nuestra preocupación.

―Lo sospeché cuando lo preguntasteis. Mi familia de acogida me trató bien. Ninguno sabíamos de mi naturaleza y tanto Blake ―el nombre le provocó un nudo en la garganta, un nudo que deshizo con una sonrisa triste―… como sus padres me cuidaron como una más.

―Me alegra oír eso ―dijo Andrew, cálidamente―. Creo que tenéis una amistad envidiable entre los tres. A pesar de las circunstancias, sois muy afortunados por haberos conocido.

Aunque Claire asintió, su gesto perdió fuerza conforme comprendió el alcance de aquellas palabras. Ángela pareció notarlo también, levantando la cabeza con el gris vacío de unas llamas que dejaron de arder.

―Ahora que Blake es un Elegido tendremos que separarnos de él, ¿no es así?

―No tiene por qué ―contestó Andrew con premura. Sin embargo, Claire notó que su sonrisa despidió una extraña compasión―. Es cierto que tendrá que pasar bastante tiempo con nosotros, pero esto no implica un adiós.

―Para empezar, tenéis que acompañarnos hasta el final de la Revelación porque seguís siendo Candidatas ―intervino Merody―. El Hechizo de Marcado dura trece horas con esta Profecía. Después de eso, podréis acompañar a vuestro amigo durante la explicación de las Leyes. Dudo que Armiro se queje mientras guardéis silencio.

―Lo permitirá: merecen saber sobre el resto de Leyes Únicas ―declaró Andrew. La resolución de aquel hombre no solo sorprendió a Claire, pues Merody parpadeó ante tal insistencia―. Además, hay Leyes que probablemente ya conozcan, como la existencia de los Profetas ―dedicó una mirada rápida a Claire―… excepto en el caso excepcional de Claire.

―Hablando de ti, Claire ―intervino Merody―, probablemente necesitemos hacerte más preguntas sobre tu pasado. Armiro sigue empeñado en exponer las incoherencias del trabajo de Erekea, en paz descanse, e incluso va a contactar con el Departamento de Servicios Mágicos de la Sede Noreste ―chasqueó la lengua―. Lo siento por el empeño de mi hermano. Si va a contactar con Erion es que realmente está obcecado con esto.

―Finalmente, se requiere vuestra presencia en el funeral que se celebrará mañana en honor a los valientes guardias que os escoltaron hasta la Sede. Que sus cuerpos descansen en paz, aun desconociendo que cumplieron su deber.

Los rostros de Gart y Finn parpadearon en la mente de Claire. Les dedicó una silenciosa despedida que coincidió con el asentimiento que compartió con Ángela.

―Como veis, de momento tenéis obligaciones aquí ―concluyó Andrew―. Y recalco que la separación no es definitiva. Es cierto que necesitaremos a Blake para pruebas y análisis, pero no es nuestro prisionero. Tendrá permisos para visitaros en Máline… e incluso podríais evitar la despedida uniéndoos al cuerpo de aprendices.

Sus ojos castaños miraron a una y luego a otra, con aquel gesto reconciliador que seguro empleaba en sus mediaciones. Claire se sorprendió al comprobar que funcionaba.

―A Claire le vendría bien aprender bajo la tutela de nuestro equipo docente, yo mismo doy clases de Magia MEVI de vez en cuando —al encontrarse con la confusión de Claire, aclaró—: MEVI hace referencia a “Manipulación de Entes Vivos”, es la Clase de Magia que incluye la telepatía.

»También podríamos ayudar a Ángela con el dominio de su Elementalismo. Vuestra formación sería la excusa perfecta para acompañar a Blake durante sus pruebas.

Claire entrecerró los ojos valorando aquella salida, aceptando la calma que aportaba y limaba su angustia. Ciertamente, parecía una solución fiable que beneficiaba a ambas partes. No le importaba pasar tiempo en el Consejo si con ello podía seguir acompañando a Blake en su nueva vida. Es más, rechazar aquella oferta sería condenar a su amigo a la soledad. La mera idea de abandonarlo erizó el vello de su nuca, obligándola a asentir.

―Haremos eso ―declaró, con la seguridad de quien no tiene más opción―. Nos convertiremos en aprendices y…

―¿Hasta cuándo podremos estar a su lado realmente?

Claire enmudeció. Se encontró girando el cuello hasta poder ver el perfil de Ángela. Sus labios se habían detenido, esperando la respuesta que demandaba al Consejo. Su voz sonó tan neutra como su expresión y, sin embargo, Claire notó aquella exigencia, aquel odio contenido que amenazaba con desatarse.

―¿Cómo? ―inquirió Merody, tan sorprendida como el resto de presentes―. Ya hemos explicado el proceso. Prácticamente solo tendrá que estar a solas durante las pruebas y análisis médicos.

―Es todo temporal. Las pruebas y visitas son solo un suspiro hasta que decidáis separarlo de nosotras.

―Señorita Ángela, no es nuestra intención secuestrar a vuestro amigo ―insistió Merody, su voz ahora con un intento de reconciliadora calma―. Blake Greenwood es un Elegido, un héroe bendito por la gracia de la Profecía. Si eso, lo que tiene es nuestro respeto.

―¡No! No es cierto y bien que lo sabes. Blake, nuestro amigo, es un chico maldito por Profecía del Mal ―exclamó Ángela―. No es un héroe si no vuestra herramienta de guerra, así que ¿para qué necesitaría de nuestra compañía?

»¡¿Cuánto tiempo nos dejaréis acompañarle realmente?! ¡¿Cuánto tardaréis en echarlo a los soldados enemigos?!

Y Claire comprendió. El Consejo las llamaba afortunadas por relacionarse con un héroe y, sin embargo, aquellos lazos serían un retroceso a la hora de ejercer como tal.

―Blake es todavía un niño ―pronunció Andrew, con una calma visiblemente entrenada como mediador―. Es ilegal enviarlo a la Guerra por mucho que el Consejo necesite su ayuda. Además, carece de experiencia y ni siquiera sabemos cuál es su potencial como luchador. Es inviable más allá de la legalidad y moralidad pensar siquiera en eso.

―¡Pero ocurrirá! ―puntualizó Ángela, dando voz a los pensamientos de Claire―. Le rogaréis, le obligaréis de alguna forma y entonces tendrá que marchar.

―Llegará un día en que Blake luchará si así lo desea ―puntualizó Merody. Claire observó que no estaba tan entrenada en aquellas mediaciones y su labio superior tembló con aquellas palabras. Tuvo un escalofrío―. No podemos obligarle. Valorad el presente actual, no es cuestión de preocuparos por el futuro ahora. Tenéis la opción de estar juntos, de estudiar y apoyarle en el proceso que se le viene encima…

―Ah, porque entonces así tendréis dos cabezas más para la guerra.

―¡¿Qué?! ―musitó Merody, visiblemente aturdida. Andrew se incorporó hacia adelante.

―Ángela, por favor. Te estás precipitando, de verdad no queremos obligaros ni a Blake ni a vosotras, ni mucho menos haceros daño. El Consejo está para proteger a sus ciudadanos, es nuestra máxima prioridad.

De pronto, los tres pares de ojos se giraron hacia Claire, guardando silencio para escuchar su murmullo.

―La guardia es el brazo del Consejo, la que tiene la obligación de proteger a los inocentes ―dijo con voz átona, con la mirada perdida en aquel momento en el lago antes de la masacre―. Pero les Elegides no están bajo su protección: esa es tarea de los dioses.

Andrew parpadeó. Su aparente calma se rompió y sus labios solo dejaron salir un hilo de voz cuando preguntó:

―¿Quién te ha dicho eso?

―Gart, uno de los guardias que murió por nosotros.

El agobio se reflejó una última vez en los ojos del Consejero antes de endurecer su expresión. Sus pupilas se volvieron ilegibles para Claire, y su sorpresa casi obvió la voz de Ángela.

―Mi mejor amigo va a convertirse en un monstruo ―declaró, de nuevo entre lágrimas―. Héroe o no, soldado o no, nada va a cambiar eso. Solo quiero estar a su lado.

Andrew le puso una mano en el hombro que, sorprendentemente, Ángela no rechazó. Sus palabras de ánimo sonaron ajenas para Claire. Su mente todavía intentaba procesar aquella realización, aquel nuevo futuro que llevaba una hora intentando asimilar. ¿Podrían estar a su lado? Vivir en el Consejo y acompañar a Blake… ¿de verdad podían hacerlo?

¿O solo era otro sueño?

―Son las dos ―declaró Claire―. Las dos de la tarde.

Ángela apartó sus dedos llorosos para revelar la confusión lacrimosa de su rostro. A pesar de la mundana afirmación, entendía su reacción. Algo en su tono ausente, durmiente casi, había alertado tanto a la joven como a los Consejeros.

Con inmediata palidez, Andrew se giró al reloj de pared. Merody se saltó aquel paso.

―Has oído algo, ¿verdad?

Claire entrecerró los ojos. Aquel tañido etéreo seguía reverberando en su cabeza. Dos lejanas notas. Si estuvieran en Máline, alzaría la vista al cielo y buscaría el reloj del ayuntamiento.

―Las campanas del reloj ―contestó con extraña seguridad.

Entre el hueco de sus párpados, vio como aquellas personas murmuraban algo. No necesitó aclarar su visión o escucharlos para saber que negaban haber oído nada. Su alma sabía que aquellas campanas cantaban por ella, otorgándole un número y cerrando sus ojos como una corta nana. Su cuerpo se desplomó sobre el sofá, y los zarandeos que soportó se sintieron como una brisa lejana.

Perdió la consciencia y la Profecía anunció así su segunda Elegida. 




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jueves, 6 de abril de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 3

 Respiración


―… Tranquila, está bien. Está bien.

Alguien la había cogido de los brazos, evitando que cayera de espaldas. Advirtió que seguía gritando y, por fin, logró cerrar la boca. Ángela se había acercado a Blake, aunque su vista estaba en su amiga.

―Solo está inconsciente, no te preocupes.

La tensión en sus hombros desapareció. Su alivio fue tal que casi quiso llorar, pero su cuerpo reaccionó dejándola caer sobre el apoyo del guardia. El otro hombre se acercó a Blake, comprobando su pulso y cerrando sus ojos.

―Es cierto ―y se giró hacia su compañero―. Cuando se estabilice la chica, ve al vagón de al lado y trae a Linf u otro Sanador. Voy a limpiarle la herida de mientras.

―Estoy bien, ve ―dijo Claire, incorporándose por sí sola, y el hombre la soltó―. De todos modos, Ángela también es Sanadora. Puede ayudar…

―No puedo Claire ―la interrumpió ella, bajando la mirada―. Blake es el que sabe de curas. Yo solo aprendí a sanar venenos y maldiciones. Aunque puedo ayudar con las vendas, señor.

―No se preocupe, fui instruido en primeros auxilios.

El hombre abrió la alforja que llevaba en su cinto y extrajo una botella de antiséptico y gasa. Justo cuando se disponía a limpiar la sangre de Blake, advirtió el traqueteo procedente de la puerta del siguiente vagón. Se giró hacia ella junto a las jóvenes

―Gart, está sellada con magia ―explicó el otro guardia, apartándose de la puerta que había intentado forzar―. No sé si es encantamiento o maldición.

―¿Cómo? ―exclamó el otro guardia.

―Y no se ve luz al otro lado.

Hubo unos instantes de tenso silencio entre los ocupantes del vagón. Unos momentos donde Claire comprobó que, a pesar de la seriedad del guardia, sus ojos ocultaban una aguda preocupación. La escondió bien al asentir y terminar de limpiar la herida de Blake. Sin pedírselo, el otro guardia comprobó la puerta que daba al exterior del tren.

—Efectivamente, se ha activado el bloqueo de seguridad —tras mascullar una maldición, pareció recordar la presencia de su compañero y las dos muchachas. Se giró y explicó a estas—: Este tren se diseñó para transportar candidates. Si hay un frenazo o accidente como el que justamente hemos pasado, la puerta al exterior de este vagón queda bloqueada…

—Hasta que no detecte ningún ente vivo o vacío moviéndose cerca —terminó el tal Gart. Claire se extrañó por la elección de palabras—. Este vagón tiene ese mecanismo extra por ser el de les candidates, pero no explica el bloqueo al siguiente compartimento. Comprueba el acceso al otro vagón.

—Bloqueado también —contestó el otro tras unos momentos—. Por otra recitación.

—Eso no es obra del mecanismo del tren —inquirió Ángela, con un hilo de voz—. ¿Verdad?

—No, ha sido alguien más, por lo que no saldremos hasta que el tren no detecte a nadie en los alrededores —aunque temblorosa, Ángela quiso indagar más pero el guardia la cortó con premura—. Saldremos nosotros primero, estad preparadas para seguirnos. Vuestro compañero está estable, ¿podréis cargar con él mientras aseguramos el perímetro?

Claire asintió y se sentó junto a Blake a esperar. Sus heridas estaban bien cubiertas. Con los ojos cerrados y respiración tranquila, parecía dormir plácidamente. A través de las ventanas no se veía más que niebla.

De mientras, Gart extrajo su comunicador portátil, aparato que en Máline solo poseían policías y altos cargos. Tecleó un par de palabras sobre la pantalla y torció el gesto cuando la luz que emitía no cambió. Luego desvió su atención hacia el brazalete que ocultaba bajo su manga, cuyo bulto también se adivinaba en su compañero.

—No recibo respuesta por el comunicador, pero la baliza dice que seguimos todos dentro del tren.

Su compañero dio un par de toques a la fina pantalla del brazalete. Preguntó si el embrujo de aislamiento también afectaba a las comunicaciones y el otro lo negó, con expresión sombría.

Al poco, un timbre suave advirtió a la escolta. Gart preparó la lanza y su compañero abrió la puerta, marchando tras él. Durante unos segundos que parecieron horas, marcharon con solo las luces de sus lanzas como pista de su presencia. Entonces, anunciaron:

―Podéis seguirnos, vamos.

Ángela se levantó y ayudó a Claire a cargar con su compañero. Entre ambas pudieron fácilmente, aunque Claire aportó la mayor parte del esfuerzo. Gart las ayudó a bajar del vagón y sus zapatos chapotearon en el fango. A pesar de la lluvia, la niebla seguía siendo densa.

Se reunieron con el otro guardia, quien había puesto ambas manos sobre el vagón contiguo, la lanza todavía desenvainada y apoyada en su hombro. Cuando se acercaron, separó las palmas y un destello correteó entre sus dedos.

―No detecto a ningún ente vivo en el interior.

Claire lo miró con extrañeza ante aquella elección de palabras, pero tanto Gart como Ángela parecían haberlo entendido. Avanzaron hasta la siguiente puerta, las jóvenes siempre tras la espalda de su escolta. El otro hombre no esperó en abrir el vagón, movido por una preocupación que Claire apenas lograba distinguir en Gart, borrosa por el aguacero que caía sobre ellos. Encendió su lanza… Y retrocedió.

―¿Qué ocurre? ―preguntó Gart, corriendo los últimos metros hacia él.

No recibió palabras como respuesta, solo un tembloroso dedo señalando a la oscuridad. Gart encendió también su lanza y su luz se perdió en el vagón justo cuando Claire y Ángela lo alcanzaron.

―Están todos muertos ―logró contestarle el hombre por fin.

Aunque podían verlo por ellos mismos.

El suelo iluminado por la tenue luz de la lanza estaba cubierto de sangre allá donde posaran la vista. Sobre él, yacía lo que quedaba de su escolta. Las armas descansaban junto a sus dueños, muchas todavía guardadas y limpias del mortal rojo. Algunas lanzas y espadas habían llegado a desenvainarse y descansaban sobre manos y dedos, pero lejos de sus dueños.

Sin saber cómo reaccionar ante aquella montaña de cadáveres mutilados, el cuerpo de Claire quedó paralizado quién sabe cuánto tiempo. Escuchó de lejos el grito de Ángela, ahogado entre manos que también pretendían contener sus náuseas. Inmóvil, incapaz de echar la mirada a un lado, su mente quiso comparar aquella matanza con la muerte del animal del bosque. Ante ella descansaban en dolor decenas de personas, asesinadas con una crueldad inexistente en el final de aquella bestia. Le horrorizaba aquella visión, quería huir de ella y un ácido reflujo hizo amago de trepar por su esófago. Aun así, no apartó la vista. Pues su recién descubierta curiosidad le pedía seguir mirando, preguntándose qué clase de monstruo habría cometido tal atrocidad.

El dolor en su espalda le hizo reaccionar. Ángela había dejado de cargar con Blake y solo ella aguantaba su peso. Con cuidado y murmurando una disculpa, lo dejó apoyado sobre la puerta del vagón, manchándose un poco de sangre a cambio de cubrirse de lluvia y barro. Aprovechó para apartarle el pelo mojado de la cara en una caricia. Seguía inconsciente. Se alegró de que siguiera respirando.

Ángela se acercó a ella. Solo necesitaron cruzar miradas para que Claire la comprendiera y la rodeara con sus brazos. Notaba sus temblores y sollozos a través de su consuelo, y Claire la estrujó más con su abrazo. No tuvo fuerzas para pronunciar el mantra de Blake. No podía decir “todo va a salir bien” y sentirlo de corazón.

Entre el pelo mojado de Ángela y sus estrechos hombros, vio a su escolta conversar en voz baja. Logró extraer que el desconocido compañero se llamaba Finn, y tras la orden de Gart regresó al vagón buscando pistas sobre el autor de aquella masacre.

Al regresar dedicó una extraña mirada a ambas amigas. Se habían separado, pero Claire todavía mantenía una mano rodeando la de Ángela en consuelo. Se refugiaban en la puerta del vagón, de espaldas a la muerte de su interior. En el gesto del hombre, Claire reconoció una solemnidad que pretendía aportar seguridad a su situación, aunque de nada servía si en sus ojos se reflejaba su propia desesperación.

A petición de su compañero, Finn repitió aquel gesto donde apoyaba las manos en el vagón, esta vez durante más tiempo. Gart cerró el comunicador antes de que su compañero terminara, y se acercó solo cuando este negó con la cabeza.

―Solo nuestro vagón se ha salvado.

Gart asintió con la cabeza, un movimiento lento que carecía de sorpresa. Cuando Gart se volvió hacia Ángela y Claire, solo esta última parecía escucharle.

―Me he comunicado con la Sede, compartiendo nuestra ubicación y situación. Van a enviarnos un equipo de rescate, pero tenemos que marchar hacia el lago Mechanis a pie para aterrizar la nave.

—¿Hasta el lago? —se extrañó Finn y Gart asintió.

—Está a solo unos minutos.

—Esos minutos pueden suponer la diferencia entre estar a salvo o sufrir una emboscada —insistió el otro—. Deberíamos esperar dentro del vagón protegidos con el mecanismo de seguridad.

—Ya lo he sugerido, pero creen que el tren perderá conexión con la Red de Méner en cualquier momento y, cuando ocurra, nuestro refugio será una ratonera —Finn frunció el ceño y Gart negó con la cabeza con el cansado gesto de la experiencia—. A mí también me ha extrañado, pero sabrán más de la red nuestros superiores, ¿no? No tenemos alternativa. Muchachas, ¿podréis andar un poco?

Claire se levantó y tendió la mano a Ángela para hacer lo mismo. Sus dedos quedaron suspendidos ante sus ojos unos largos segundos antes de que la joven advirtiera de su existencia. Todavía ensimismada, aceptó la ayuda y se puso de pie. Sus pupilas eran incapaces de centrarse en la gente a su alrededor, y Claire sopesó si debiera volver a abrazarla.

Tomándolo como la confirmación que era, Gart cargó con Blake sobre su espalda mientras Finn encabezaba la fila. La luz de las lanzas se reflejaba sobre los charcos que nacían del suelo embarrado, ondulándose con pasos mojados. La lluvia seguía cayendo sobre sus cabezas, limitando su vista y calando sus ropas, pero ni siquiera el frío y el agua parecían despertar a Ángela de su extraño trance. Seguía avanzando, silenciosa y perdida.

―Ángela, ¿estás bien?

Su rostro se volvió hacia ella y sus pupilas, indistinguibles del iris con la escasa luz, hicieron un mero intento de enfocarla.

―El agua. El frío. No me sientan bien ―Claire frunció el ceño y ella negó con la cabeza. Gotas de lluvia huyeron de su pelo―. Pero eso es lo de menos. Toda esa gente muerta… No consigo olvidarlo. Lo veo una y otra vez en mis ojos. Intento ignorarlo y sigo viendo sus cuerpos, oliendo su sangre. Me cuesta evitar las arcadas. Y el frío… ¿no lo sientes?

―No es mi mayor preocupación ahora mismo. Al menos aquí no nieva.

Con aquellas palabras recordó que, en algún momento, había terminado de ponerse la chaqueta. Totalmente calada, de poco le servía para mantener su calor. De todos modos, decidió quitársela y ponerla sobre los hombros de Ángela, un gesto que permitía transmitir más cariño que calidez. Ángela lo agradeció con voz trémula, aferrándose a la tela mojada como si de una cálida manta se tratara.

―Saldremos de esta ―dijo para ambas.

A Claire le sirvió, sus palabras reconfortándola con un calor que recordaba a las tardes en su cabaña, con chocolate caliente y las risas de sus amigos junto al crepitar de la chimenea. Se dejó calmar por aquella inesperada y extraña imagen, e incluso trazó una cansada sonrisa cuando entre los árboles se abrió un claro.

Para alguien que jamás había visto un lago en persona, Claire lo concibió como un charco enorme que se extendía ante su campo de visión, el otro extremo oculto en parte por una gigantesca estructura que surgía de sus aguas. Reconoció aquella presencia del viaje en tren. Placas de metal se abrían sobre más placas de metal, tan oscuro que parecía negro, tan viejo que la luz era secuestrada en su superficie. Nacía del centro del agua y emergía varios metros por encima de ella como un imponente edificio negro, ligeramente inclinado.

Inconscientemente, Claire avanzó hacia el lago, impresionada por aquella mole de metal oxidado. Sus pies crujieron sobre la escarcha que nacía de la tierra embarrada, e ignoró la niebla que se perdía entre los árboles a su alrededor y ocultaba ligeramente el objeto de su fascinación. Fue consciente de que Ángela la contemplaba desde la orilla, y que Gart dejaba a Blake delicadamente sobre el suelo para darse un descanso. Finn se quedó a vigilarlo. Su lanza encendida marcaba su posición entre la neblina, y un parpadeo rojizo indicó que había abierto su comunicador.

Ángela se acercó a ella, sin atreverse a entrar en el frío lago. Claire había avanzado bastante más que su amiga. El agua le llegaba por los tobillos y no le importó, pues la lluvia estaba igual de fría. Habría avanzado incluso más de no ser por el abismo que se abría a sus pies.

Estaba a un par de pasos de la completa oscuridad, un fondo donde la única tierra visible era la de las paredes, de la que destellaban restos metálicos. Un escalofrío la llevó a apartarse de aquella profundidad, temerosa de que la arrastrara consigo. No recordaba la última vez que nadó en el río, pero sí tenía bien grabada la sensación de perderse en la oscuridad. No quería repetir sus sueños.

―Veo que el nombre de “lago Mechanis” es apropiado.

Al girarse, Claire comprobó que Gart se había acercado a ella. Ante la expresión inquisitiva de Claire, le explicó:

 ―La estructura que ves ante ti reúne restos de varios armazones de batalla, unos gigantes metálicos controlados por Demiurgos hábiles y poderosos. Hace cuarenta años, cuando Heraklia se independizó de los Mágicos y formó su propio Bando, envió a estos colosos y sus Manipuladores para empezar batallas a lo largo del continente. Aunque ahora los conflictos se libran en costas y fronteras, los restos del enfrentamiento se reagruparon en estos monumentos para recordar a los civiles que las contiendas podrían regresar a sus hogares.

―Pues yo no había oído jamás sobre estos monumentos.

Gart le dedicó una mirada de asombro que, sorprendentemente, no tardó en convertirse en un gesto reflexivo.

―Entonces es que los soldados hacen su trabajo… Aunque mejor no digas esas cosas ante el Consejo ―aunque todavía extrañado, no pareció un reproche―. Va a sonarte a cantinelas de viejo, pero mi padre luchó en el ejército y de él aprendí el valor de proteger a la gente. Por eso estoy en la guardia, por los civiles, y no en las fronteras gritando por banderas ―Claire guardó silencio, valorando la ética de aquel hombre. Él pareció hacer lo propio al devolverle la mirada―­. No pareces un monstruo, por lo que es mi deber como guardia y no el de los dioses velar por tu seguridad. Os protegeré a ti y a tus amigos hasta que regreséis a vuestro hogar.

Gart se volvió hacia la orilla y Claire hizo lo propio, reflexionando sobre las palabras de aquel hombre. Las había pronunciado con sincera convicción, sin apartar sus pupilas de las suyas. Valoró aquel gesto, pues poca gente lograba aguantar su mirada tanto tiempo.

Desde aquella distancia inspeccionó también los destellos que procedían de más allá de la orilla, ocultos entre la primera línea de árboles. Claire tragó saliva al distinguir que eran ojos, y que analizaban sus movimientos con medida cautela. Un parpadeo de luz indicó que los guardias aferraron con renovada fuerza sus lanzas, y el resplandor de Gart se alejó del agua conforme se acercó a su compañero. Claire hizo lo propio, sus pies chapoteando en el frío lago hasta alcanzar a la inmóvil Ángela.

Uno de aquellos pares de ojos les imitó, avanzando a la luz de las lanzas. De primeras, su silueta parecía humana o elvan, pero la larga cola que ondulaba a sus espaldas descartaba tales opciones. Acabada en punta de flecha y en tonos grisáceos, era un rasgo que se compartía entre los recién llegados, que caminaron tras el primero hacia el claro. En sus ropas destacaba una túnica de color gris oscuro, con una capucha que ensombrecía sus rostros. En sus cintos había armas, principalmente espadas, pero también arcos y lanzas sobre algunas espaldas.

Sobre las empuñaduras descansaban sus manos, listas para desenvainar sus filos. Manos que poco recordaban a las de un humano o elvan, pues sus dedos y uñas se habían endurecido en unas grotescas garras.

Su escolta avanzó con decisión, dejando a sus espaldas a los jóvenes que juraron proteger. Claire contuvo la respiración y Gart expiró la suya en una vana declaración:

―En el nombre del Consejo Mágico, solicitamos su colaboración para proteger a les candidates tras nosotros. Si vuestra elección es luchar, sabed que tenemos refuerzos al caer.

Quien dio el primer paso detuvo su avance, y el resto imitaron su elección. Claire no tuvo ni una oportunidad de sentir alivio, pues con un gesto de su cabeza, aquella persona dio su respuesta.

La criatura a su izquierda acató las órdenes y desenvainó su espada, lanzándose hacia un Finn que ya le esperaba con la lanza en posición de guardia. Ángela contuvo una exclamación, el hombre empujó a su combatiente con su arma, Gart cargó la suya y esta destelló de energía.

Todo sucedió demasiado rápido. La primera de aquellas criaturas cayó al suelo y la lanza de Gart disparó un destello de luz al que pretendía saltar tras él, derribándolo con extrañas quemaduras en carne viva. No se revolvió. No parecía sentir dolor. El que Finn había empujado sufrió el mismo destino tras otro destello procedente de su lanza, y esta no logró moverse a tiempo para bloquear la tercera espada. Un tajo abrió sangre en su brazo derecho y, al desviar el arma abrió una apertura para una estocada enemiga.

La hoja atravesó su pecho. Ángela gritó y su voz ahogó el gorgoteo final de aquel hombre. Más seres abandonaron la oscuridad del bosque hacia la luz de la lanza de Gart, la magia llamada por dolorosa ira. El resplandor obligó a Claire a cerrar los ojos y, cuando los abrió, se encontró con que los atacantes permanecían intactos.

Algo distorsionó la imagen de aquellos desconocidos, una película transparente que se extendió a partir de los brazos de alguien que no portaba armas en su cinto, y que se había colocado justo delante de quien parecía encabezar al grupo. Aquel extraño efecto desapareció cuando bajó los brazos y permitió que Gart clavara la lanza en su pecho. Fue su última acción antes de que dos espadas atravesaran sus costillas.

El rojo de la batalla manchaba la orilla, y ni la intensa lluvia lograba limpiar la tierra. Los asesinos de Gart retiraron sus armas y su cuerpo se reunió con su sangre, cayendo con un inerte chapoteo. Uno de los asesinos había perdido la capucha y, como el resto, devolvía la mirada a las chicas.

―Shirizas.

Fue la única palabra que logró captar de los labios de Ángela, pues el resto se perdieron entre la lluvia y el análisis al que sometió aquel rostro. Sus rasgos eran similares a los de humanos y elvan, pero entre la trémula luz de las lanzas advirtió que su piel era tan gris como sus garras. Más extraños eran sus ojos, de un verde tan hipnótico que le hizo ignorar las finas escamas grises sobre sus mejillas. Sus pupilas parecían haber sido devoradas por aquel verde, dando a aquellos ojos el aspecto de inertes canicas.

Perdida en aquella falsa mirada, solo el grito de Ángela logró devolverla a la realidad. Las llamas consumieron el resplandor azul de las lanzas en un estallido de violento rojo. Reclamaron como suyo el cuerpo de aquel que había osado acercarse al inconsciente Blake, devorando el verde de sus iris vacíos y ardiendo incluso sobre tierra mojada.

Lejos de asustarse, Claire tomó aire como si de repente hubiera recordado cómo respirar. Sentía la lluvia, el olor de la sangre, el barro y la carne ardiente. Sentía todo demasiado… No, volvía a la realidad como si despertara de un sueño. El fuego de Ángela siguió acatando sus órdenes, quemando y arrasando todo cuanto la joven le rogaba entre rabia y lágrimas. Creció sobre los cadáveres y sus asesinos, quienes ni siquiera se retorcieron al ser devorados por el calor. Aquellos que aún seguían en pie retrocedieron con extraña cautela, moviéndose al unísono como si fueran un solo ente.

Claire apretó los dientes y se colocó al lado de Ángela, ignorando las llamas que nacían de sus dedos. Viéndola, intentó recordar cómo las sombras habían acudido a su auxilio en el bosque, cómo podría llamar su nombre al igual que su amiga dirigía al fuego.

Alzó la mano como Ángela.

Y una exhalación detuvo sus dedos.

Su corazón dio un vuelvo. Entre la helada lluvia, sintió como las llamas a su derecha se apagaban. De alguna forma, reunió fuerzas para girarse hacia Ángela y las lágrimas se acumularon en sus ojos.

De su hombro nacía una flecha y de ella manaba sangre. Sus ojos negros se cruzaron con los suyos y Claire vio su propio reflejo en ellos. Compartían su terror.

Toda la ira, toda la confianza que había nacido de Ángela y se había filtrado a ella desapareció cuando la joven se desplomó en el suelo. Su cuerpo convulsionaba por el dolor y su respiración expiraba tanto aire como agua a trompicones.

La lluvia pesaba sobre los hombros de Claire, enturbiando su visión, empapándola hasta los huesos. Quiso agacharse a ayudar a su amiga, pero sabía que, si lo hacía, la pesada agua la empujaría hasta el suelo. Sentía los latidos de su corazón y su respiración agitada como si llevara mucho tiempo en un sueño y la propia realidad la hubiera abofeteado. El impacto y la realización de que aquello que veía estaba sucediendo, que no era parte de sus pesadillas, la había noqueado de tal forma que ni siquiera percibió las garras que se cernieron sobre ella.

Su chaqueta soltó agua cuando aquella persona la levantó en vilo. Un amago de resistirse la obligó a retorcerse y entonces se cruzó con aquellos ojos. Entre el más puro verde, dos rendijas ovaladas se abrían y la contemplaban fijamente, como dos cabezas de lanza atravesando sus pensamientos. Los brazos de Claire cayeron inertes sobre su cuerpo. Sus piernas dejaron de resistirse a la magia que ayudaba a alzarla. Incluso ignoró como sus secuaces levantaban a sus amigos de igual forma, pues aquel extraño verde había arrebatado su voluntad.

Ensimismada, descubrió que aquella persona era la única que tenía pupilas, verticales y delgadas como las de un felino, redondeadas por la oscuridad. A tal escasa distancia descubrió que sus ojos eran ligeramente rasgados y su pelo caía negro y lacio por la lluvia. Algo en su interior se removió con familiaridad, pero sus pensamientos no reconocieron su propia voz, pues aquella persona (¿aquel hombre?) se los había robado.

Ni siquiera reaccionó cuando por el rabillo del ojo vio que su cuerpo y el de sus amigos se alzaba sobre el abismo profundo y cortante del lago. Blake seguía piadosamente inconsciente y Ángela murmuraba algo con voz entrecortada. Sus lágrimas se mezclaban con la lluvia y la flecha todavía sobresalía de su hombro, moviéndose grotescamente al compás de su respiración.

Su atención volvió a centrarse en el rostro de aquel ser, el cabecilla de los asesinos y responsable de su inminente muerte. Sus miradas se cruzaron y aquella persona murmuró una disculpa silenciosa.

Le sorprendió descubrir que sus ojos no mentían, de verdad lamentaba sus actos.

Y entonces cayó a la fría oscuridad.

El impacto contra la superficie helada le robó el aliento, que huyó encerrado en burbujas. Claire parpadeó intentando acostumbrar sus ojos al agua, agonizando al ver que se alejaba de la escasa luz del cielo. Pataleó hacia ella, pero sus músculos seguían entumecidos. No le sorprendió comprender que era culpa de su asesino y su mirada. Sus ropas pesaban y la hundían con ella, sus forcejeos solo servían para arañarla con las cuchillas que reposaban cerca del foso.  

Entre la creciente oscuridad, gritó al recordar sus pesadillas de cada noche, la presión en su cuerpo al hundirse en un abismo sin fin donde caía en todas direcciones y en ninguna a la vez. Maldijo a su cuerpo por no poder moverse a sus órdenes, atrapado como si aquellas garras oníricas rodearan sus extremidades. Quiso llorar por la soledad y vacío al que se dirigía… y entonces algo suave rozó sus dedos.

Distinguió el rostro de Ángela, distorsionado entre el agua sucia y las burbujas con las que pagaba unos últimos segundos de oxígeno. Aceptó la mano que le tendía, estrechándola con más fuerza de la que tenía su amiga. Blake se hundía cerca, lo suficiente para poder notar su compañía también. Dejó de sentirse sola y, por una vez, la sensación de hundirse en el sempiterno vacío serenó su corazón.

Sus forcejeos desistieron, sus ojos se cerraron en paz. Solo sus dedos siguieron haciendo fuerza, manteniendo aquel familiar contacto hasta su final. Sabía que pronto la falta de oxígeno despertaría su desesperación, pero quiso reconfortarse en aquellos momentos de calma hasta entonces. Morir ahogados era su mejor opción. Sus asesinos seguían esperándolos en la superficie, y era más piadoso fallecer entre aquella paz temporal que degollada ante sus vacías miradas. Eso había querido quién la levantó, la única persona con pupilas. Una extraña compasión tras haber matado a sangre fría a su escolta.

Que así fuera.

Realmente era la segunda vez en dos días que sentía la muerte ante ella, aunque esta vez parecía tener unos momentos para formular sus últimos lamentos. Quiso arrepentirse de no haber querido saber más hasta ayer, pero dudaba que su curiosidad hubiera despertado jamás de otro modo. Lamentó haber arrastrado a sus amigos hasta aquella situación. Si su magia no fuera tan extraña seguirían en Máline, a salvo.  

Si hubiera dado con las palabras adecuadas, tal vez la voz de sus sueños habría respondido sus dudas. Si no se hubiera marchado, podría contestar su última pregunta:

«¿Por qué no me estoy ahogando?»

No esperó una respuesta, no podía hacerlo. Ángela cerraba los ojos cuando sus manos aferraron sus muñecas, despertándola de su trance. Su último aliento escapó de sorpresa y pataleó junto a Claire hasta alcanzar a Blake. La magia tras aquellas pupilas felinas se había roto y su cuerpo le respondía de nuevo. La adrenalina latía en sus sienes y en ningún momento se detuvo a cuestionarse por qué no se ahogaba. Ángela intentaba patalear acogida entre sus brazos, mientras Claire nadaba torpemente con Blake en su espalda. No estaba tan lejos de la superficie como creía, podía incluso impulsarse en las paredes del lago aun si con ello el metal le dejaba heridas. Ya se preocuparía de ellas una vez estuvieran a salvo.

Sus cabezas atravesaron la superficie y el viento frío despertó tanto a Ángela como a Blake. A pesar de la confusión de este último, no pudo preguntar mientras los tres vomitaban agua con sabor a hierro. Ángela terminó desmayándose tras el acceso de tos y Blake la recogió con ayuda de Claire, nadando los dos hasta la orilla. Un calor familiar se transmitió a través de las aguas, y Claire supo que su amigo había empezado a sanar las heridas. Él también parecía agotado, y nada más llegar a la zona menos profunda del lago se dejó caer con las manos sobre el hombro herido de Ángela, incapaz de extraer la flecha. Claire creyó escuchar un gracias que supuso se dirigía a ella; sin embargo, su atención estaba en lo que había al límite del bosque.

Al ver que su final no llegaba, había buscado regresar a la superficie a pesar de temer otro trágico destino. Efectivamente, las espadas que imaginó estaban desenvainadas, pero sus dueños ignoraban a los jóvenes que yacían sobre fango y herrumbre.

Entre la niebla y el agotamiento, Claire divisó una escena muy distinta: Sus enemigos se movían con aquella artificial disciplina, rodeando a una ágil figura que atravesaba su grupo. Un destello metálico brilló entre la neblina, y un shiriza cayó manchado de rojo.

Su autoría correspondía a aquella fugaz sombra, bailando entre cuerpos que caían con un pesado sonido encharcado. Los shirizas exhalaban su último suspiro y con él marchaba su conciencia y cuerpo, un hecho que Claire casi ignoró embelesada con la danza de aquellas solitarias espadas.

Las hojas nacían de una túnica de mangas anchas, con capucha y de un gris oscuro que Claire descubrió idéntico a los de sus rivales. La prenda se movía elegantemente al compás de sus precisos y veloces ataques, acompañando a sus filos ante cada corte y estocada, meciéndose con sus esquivas. Uno a uno, los seres caían desangrados o mutilados antes de desvanecerse. Uno incluso fue lanzado de una patada al lago tras recibir un tajo del que difícilmente habría sobrevivido. Su cuerpo se perdió en las profundidades, y Claire se estremeció al darse cuenta de que aquel podría haber sido su destino.

La penúltima de aquellas criaturas que Ángela llamó shirizas acabó de rodillas ante su ejecutor, obligado por un corte en los talones. Tras desarmarlo y bajarle la cabeza, el portador de ambas espadas lo rodeó con aire triunfal y alzó la mirada hacia el último de sus enemigos, que Claire reconoció como aquel de pupilas oscuras. Sin dejar de mirarlo, colocó sus filos como tijeras y decapitó a su último secuaz.

Hubo unos instantes de silencio mientras el cuerpo se reunía con su cabeza en la tierra, desapareciendo juntos. Un silencio donde el aguacero se podía ignorar entre la tensión de los combatientes. Le extrañe oponente alzó una espada hacia su último rival, desafiante. La sangre goteaba de las mangas de su túnica. El shiriza le mantuvo la mirada, pero no aceptó su afrenta, retrocediendo hacia el bosque y fundiéndose con la niebla.

Hizo ademán de seguirle, deteniéndose al comprobar que su próxima víctima había desaparecido. De un golpe seco agitó sus armas para que el exceso de sangre cayera sobre la tierra, y las envainó en las fundas de su cinto.

Después se quitó la capucha.

Al estar de espaldas, Claire solo logró distinguir una mata de pelo muy corto. Era oscuro, y le daba la impresión de tener zonas calvas. Al incorporarse para intentar discernir sus rasgos, un ataque de tos la devolvió al suelo y reveló su presencia.

Maldijo para sus adentros, pero aquella persona solo se volvió a contemplarla en silencio. Con su rostro bajo el agua, tumbada miserablemente sobre el lecho del lago, no logró apreciar nada distintivo en su cara. Algunos mechones de pelo mal cortado se pegaban a su piel, tanto por la lluvia como la sangre que resbalaba por sus facciones.

De pronto, una luz cayó sobre Claire y sus amigos. La persona se detuvo en seco, llevándose consigo las respuestas a aquellas preguntas que Claire no llegó a pronunciar.

La sonoridad de la tormenta fue devorada por el ruido del viento y la maquinaria descendiendo. Antes de perder la consciencia, Claire se preguntó si la voz de sus pesadillas también sabría la identidad de su salvador. Al fin y al cabo, conocía más sobre ella misma que la propia Claire.

Se lo preguntaría a su regreso. Así, la próxima vez podría morir sin arrepentirse. 


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