Duelo Amistoso
El primer Elegido y la segunda
Elegida de la Profecía del Mal, aquellos primeros dos héroes que salvarían al
Bando Mágico en la Gran Guerra, comían panecillos de queso y mantequilla
comprados con dinero robado.
―Robado es una
palabra muy fea, Claire ―protestó Blake. Tenía migas de especias en las
mejillas. Alguna cayó a la fuente donde se sentaron a merendar―. Para empezar,
hemos tomado prestados los uniformes.
―Y sus
tarjetas. Las que hemos enseñado para comprar esta obra magna de harina y
queso.
—Tarjetas que
no tienen dinero como tal. Los aprendices, al igual que el resto de empleados
de las Sedes, solo pueden usar este crédito limitado para alojamiento, comidas
y utensilios.
—Si es
limitado, entonces les hemos robado la merienda.
Blake dejó de
masticar repentinamente, la miró y se tragó sus intentos de respuesta junto a
la comida.
—Vale, no
puedo negar eso. Cielos, para una cosa buena que tiene el Consejo y nos
aprovechamos de ellos. Somos unos ladrones. ¡Unos sinvergüenzas!
Claire dio
otro delicioso bocado casi sin remordimientos. Era raro que un Greenwood
hiciera propaganda, pero no le sorprendió estar de acuerdo. El bollito era
bastante persuasivo.
No obstante, todavía
le mosqueaba lo fácil que fue la obtención de su tentempié. Al poco de
abandonar el Departamento de Investigación, se toparon con una cafetería donde
Blake entró en acción. Con recelo, acompañó a su amigo mientras este pedía la
merienda y pagaba con la tarjeta que halló en sus bolsillos.
La tendió
cerrando sus manos sobre las del encargado, como si de un tesoro se tratara. El
hombre, aunque sorprendido al principio, asintió y les entregó la comida sin
más preguntas. Después de aquel extraño intercambio, Claire había consultado la
tarjeta que encontró en sus propios bolsillos, con un nombre evidentemente
ajeno. ¿No era un sistema demasiado inseguro? ¿Y si alguien ajeno al Consejo
(como ellos) robaba la tarjeta? ¿No debería haber algún tipo de identificación?
Blake escuchó
sus dudas con llamativo interés, probablemente exagerado. Al terminar, sorprendió
a Claire diciendo:
―Me preguntaba
si te darías cuenta de ello. Bien hecho ―y, al ver la confusión en el rostro de
su amiga, añadió―: le he convencido para que no nos identifique. Es por mi
carisma, digamos que tengo un don innato.
Claire
parpadeó antes de caer en cuenta. «Era eso», pensó, pero Blake la cortó antes
de pedir explicaciones.
—Te lo contaré
pronto, pero no ahora.
Su repentina
seriedad evitó que Claire insistiera en el tema. Su corte, más que evasivo,
parecía invitarla a despertar su interés. Sí, no tardaría en hablar de ello.
Dedicó aquel
inesperado silencio a observar los alrededores de la falsa-plazoleta donde se
hallaban. Al poco de abandonar la sección médica, los estériles pasillos
blancos se cubrieron de ventanitas, puertas e incluso un falso adoquinado. Las
paredes se separaron y de ellas surgían puertas a restaurantes, tiendecitas e
incluso un cinema, al que Blake prometió llevarla algún día.
Pronto
comprendió que el gigantesco edificio de la Sede imitaba una ciudad en
miniatura, pues el Consejo proporcionaba más que comida y alojamiento a sus
empleados y alumnos. No obstante, se preguntó si aquellos decorados de verdad
aliviarían su nostalgia. Las falsas fachadas no se parecían a las de Máline
(parecían piedra marrón y ladrillos pintados en lugar de jugar con madera y
grises), y las tiendas tenían ropa más bonita que conveniente, la que Ángela
adoraría.
Blake le
recordó la existencia de la Red de Méner, el sistema que insuflaba energía a
magidomésticos y demás aparatos en ciudades y Sedes. Por eso no había farolas
de llama si no focos iluminando la estancia, con luz anaranjada para acompañar
el ocaso en las ventanas. Algunos candiles parecían imitar a las farolas
malinenses, pero su fuego se prendía con recitaciones automáticas y no por el
trabajo de un encendedor. Aquella energía casi ilimitada permitía desde la constante
iluminación hasta el uso de los aparatos médicos que dejaron atrás… Y Claire no
encontraba su hogar en aquel flujo incesante de vida.
Estaba en un
lugar demasiado extraño para sentirse en casa y, sin embargo, la adrenalina del
descubrimiento la mantenía alejada de la morriña. En su búsqueda de comida,
pasearon por aquella simulación de ciudad, pasando por bibliotecas y grandes
parques que daban al exterior. Incluso encontraron un cinema, al que Claire
prometió ir tras aprender lo que era. Los bares tampoco escaseaban, pero el
alcohol permanecía guardado hasta el final de la jornada, sustituido por
productivo y adictivo café.
Era un mundo
nuevo, y Claire se centró en sus maravillas para acallar las otras rarezas que
habían irrumpido en su vida. Para ignorar el escozor de la Marca en su piel y
olvidar el recuerdo de un hogar al que tal vez jamás regresaría.
…
Pero no lo
estaba consiguiendo. Aunque la sección recreativa y laboral de la Sede estaban
separadas, Claire no podía evitar vigilar la calle (pasillo) por donde habían
venido, recelosa de cualquier bata-blanca que pudiera reconocerles. De momento,
los escasos transeúntes ignoraban a aquel dúo de “aprendices” dándose una
soberana merienda.
Blake
aprovechó para explicar su código de vestimenta según pasaban: La mayoría
vestían el azul oscuro de otros aprendices, o el marrón de los técnicos y
empleados de limpieza y servicios. Por suerte, no avistaron ninguna bata
blanca, insignia de médicos e investigadores, ni militares de uniforme verde
oscuro… O peor, Consejeros de elegante negro.
―Menos mal que
las Marcas no han aparecido en un lugar más visible ―murmuró para sus adentros.
Al final, las explicaciones de Blake solo habían alimentado su paranoia.
―No vas a
poder relajarte, ¿verdad? ―Claire dejó su vigilancia para mirar a Blake, lo que
le provocó un suspiro―. Está bien. ¿Seguimos andando? En movimiento pasamos más
desapercibido.
Tras
agradecerle el gesto con una disculpa, cargaron con la comida y se perdieron
por otro de los pasillos. Las ventanas a su izquierda revelaron que cruzaban el
ala externa del complejo, pues tras el cristal se extendían los jardines de la
Sede. El temprano crepúsculo invernal ya había obligado a las lámparas a
encenderse. Parecían funcionar de forma automática, sin el trabajo de encendedores.
Curioso.
Entre el
verdor distinguió también lo que supuso serían campos de entrenamiento. De
vegetación más modesta y uniforme, empezaban en las alas cercanas a las zonas
de trabajo. Los cruzaban siluetas con uniformes militares y algún destello solo
explicable por magia. De uno surgía un humo que consideraría preocupante, que
atraía la atención de la gente.
Al consultarlo
con Blake, ambos coincidieron en que podría ser un accidente.
―¿Crees que es
la razón por la que falta personal en el hospital?
―Ostras,
podría ser. Fíjate, hay una tienda de Sanadores ahí montada ―señaló, la tela
blanca apenas visible entre la penumbra―. Por la cantidad de humo parece algo
gordo, pero siendo un campo de entrenamiento será cosa de aprendices ―se
quedaron un momento observando el ir y venir de camillas y heridos―. Lo tendrán
controlado ya. Al fin y al cabo, esto es el Consejo, con tantos magos reunidos
es fácil solventar estas cosas. Hablando de eso…
Al girarse,
Claire se encontró con Blake invitándola a atravesar la puerta a sus espaldas.
Se hallaron entonces en una estancia amplia, de centro despejado en comparación
a la extensa colección de armas sobre las paredes.
―Es una sala
de entrenamiento ―explicó Blake mientras Claire cruzaba el centro, que se
dividía en dos―. Las hay para dar clase y práctica libre. Y, si no me equivoco…
Las pupilas de
Blake se posaron en un punto de la pared y pasó por delante de Claire hasta
ella. Esgrimiendo su tarjeta con orgullo, la levantó delante de un pesado
mandoble y los cierres metálicos que lo ataban a la pared se abrieron con un
clic. Con cuidado, lo bajó tomándolo de hoja y empuñadura para luego agarrarlo
correctamente por esta última. Comprobó su peso con un par de balanceos y,
finalmente, apuntó con él hacia Claire.
―Te reto a un
duelo ―declaró, con una sonrisa cargada de dramática expectación―. Escoge tu
arma, lady Claire.
Terminó su
declaración dejando caer la punta del arma al suelo, un restallido metálico que
enfatizó su petición. Claire arqueó una ceja.
―Estarás de
broma, ¿no?
―¡En absoluto!
Será un duelo de práctica, sin hacernos daño ni nada ―una idea le hizo fruncir
el ceño y volvió a levantar su espada para comprobar la hoja―. Efectivamente,
esto tiene algún encantamiento de Sanación encima. Mi tía me habló de ellos: te
curan al instante tras un tajo…
―No me
preocupa que acabemos en el hospital de nuevo ―le cortó Claire―. Te recuerdo
que nunca he usado una espada, estaría en desventaja.
―Pues este es
un buen momento para empezar, en amor y confianza ―contestó Blake, cabezota y
emocionado como un chiquillo―. Piénsalo: en unos días estaremos en una sala
similar, pero con desconocidos instruyéndonos. Al fin y al cabo, somos Elegides,
tenemos que saber luchar ―tras aquel énfasis, se borró todo
rastro de juguetón tanteo, lo que no impidió que una suave sonrisa matizara su
petición―: Mejor comenzar las clases entre dos amigos, ¿no crees?
Claire
suspiró, incapaz de seguir mirando aquel rostro tan ajeno y familiar a la vez.
Blake realmente quería jugar a los caballeros. Comprensible tras el tiempo que
había estudiado la espada en solitario.
Ya le había
contado que Ángela era mucho más delicada para las armas que para su magia, por
lo que entendía que su fuerza natural y ganas de aprender convirtieran a Claire
en la perfecta compañera de entrenamiento. Reluctante, avanzó hacia el estante
y tanteó con la mirada espadas, lanzas y hachas. Volvió a suspirar. Siempre
había sido de la opinión de que la violencia no solucionaba nada, sobre todo si
no había nada que solucionar. Entrenamiento o no, tomar un arma implicaba
asumir también la intención de herir a alguien, una elección que jamás se
habría imaginado escoger.
Al igual que
tampoco había esperado ser una maga, mestiza o Elegida. Con una mueca de
resignación, sacó la tarjeta robada y la pasó ante otra improbable elección.
Recogió la espada con ambas manos y tanteó su peso cogiéndola con su derecha.
Era ligera y relativamente larga. Tanteó una estocada y parpadeó con asombro.
Se sentía natural.
Avanzó hacia
la pequeña arena, donde Blake ya la esperaba. Lo apuntó con su arma y él la
imitó. Un cosquilleo le hizo ignorar la sonrisa que se contagió en su propio
rostro.
―En guardia.
…
Y con aquella declaración, una
estocada precedió el avance de Claire hacia su oponente. El impulso que ordenó
aquel movimiento se sintió como la consecuencia natural de portar un arma, y su
arremetida rompió todas las dudas que la asaltaron antes del combate.
Perplejo,
Blake apenas tuvo tiempo de esquivar con un salto a su izquierda, pero se
recompuso preparando un contrataque. Con ambas manos, giró el espadón en
dirección a Claire, la hoja avanzando hacia su desprotegido costado.
Ella sonrió. Lo
estaba esperando.
«Los
movimientos de Blake son potentes, pero también es lento ―dictó su mente,
extrayendo las conclusiones de la esquiva del muchacho, de toda una vida
viviendo juntos―. Si cae al suelo, tardará en levantarse, dándonos una
oportunidad».
Claire lanzó una fuerte patada a los
tobillos de Blake. El mandoble no la alcanzó y él cayó al suelo. Se permitió
una ligera sonrisa mientras avanzaba hacia él, que se rompió al precipitarse
por los mismos medios.
―Donde las
dan, las toman ―se burló él, guiñándole un ojo―. Las patadas bajas no están
permitidas en los duelos. Si tuviéramos a mi tía arbitrando me habría dado la
victoria por falta tuya.
Ella contestó
con un bufido que derivó a una media sonrisa.
―Esto no es un
duelo normal ―objetó una vez se levantaron―. Es un duelo de práctica, ¿no? A
parte de ser nueva en la espada, también estoy en desventaja por no conocer las
normas. Deberías habérmelas explicado —sonrió—. Me la has devuelto, estamos en
paz.
Claire alzó el
arma hacia él y Blake se descubrió levantando también las comisuras de sus
labios. Parecía tomarse tan en serio el enfrentamiento como terca había sido su
reticencia para empezarlo. La patada le había impresionado. ¿Quién se esperaría
algo así de la tranquila y racional Claire?
Parecía saber
luchar.
Y ya que su
contrincante no se acercaba, ella volvería a hacerlo. Aprovechando su agilidad
y velocidad, avanzó su espada en un tajo horizontal desde la derecha, obligando
a su rival a retroceder. Blake tardó unos instantes en responder, y el espadón
impactó donde segundos antes estaba el pie de Claire.
Torció el
gesto al imaginar las consecuencias de aquel golpe. Su arma contaba con
encantamientos protectores para sus rivales, una recitación solo útil en
enfrentamientos amistosos. Sin embargo, desconocía su alcance regenerativo y no
quería comprobarlo de primera mano. Desviaba las veloces estocadas de Claire
como buenamente podía, pues esquivar sus embestidas era tarea imposible, y
también confiaba en su fuerza para emplear su mandoble como escudo y devolver
los tajos como empujones.
En uno de esos
bloqueos, Claire trastabilló hacia atrás y logró recuperar el equilibrio justo
antes de que unas manos desconocidas la sujetaran. Tanto Blake como ella
dedicaron una rápida mirada a los jóvenes de azul oscuro que, atraídos por el
ruido, acudieron a ver el espectáculo.
―¡Seguid,
seguid! ―les pidieron en coro, a lo que alguien añadió―: ¿Es vuestra primera
vez luchando? Lo hacéis genial.
―¡No
les distraigas! —exclamó otra persona.
Tras
dedicarles un asentimiento como saludo, Claire se volvió hacia Blake y reanudaron
el duelo. Los años de convivencia no solo le habían otorgado información sobre
sus debilidades y destrezas. Sobraban las palabras entre sus gestos y
embestidas, entre miradas escondidas tras el filo acerado. Blake y Claire
danzaban con una mueca desafiante grabada en sus labios, divirtiéndose como
habían hecho antes de la pesadilla ahora marcada en sus pieles.
Los
ataques y bloqueos de Blake hacían gala de su fuerza, mientras que Claire
evitaba y arremetía con precisión y agilidad. Contestó al poderoso sablazo del
mestizo con un giro que terminó en estocada, obligándole a retirarse con una
rozadura en su mejilla. La marca del metal se borró al instante de su piel,
pero su corazón latía desbocado por el susto.
El
embate liberó aplausos del grupo de aprendices, cuyos ánimos y vítores formaron
una cacofonía que no llegó a oídos de los concentrados combatientes. Incluso
comenzaron a apostar sobre los resultados, especulando con lo poco que sabían
de ambos jóvenes.
―La
chica (¿usa “ella”?) parece ágil pero el otro es más alto y fuerte.
―Él
parece un poco lento, ¿no? Tal vez ha pisado mal.
―No
tengo ni idea de quién va a ganar, ¡solo he venido a disfrutar del espectáculo!
Sin
necesidad de ello, Claire tomó su ligera espada con ambas manos para asestar un
golpe que Blake paró sin esfuerzo. Al mirarse entre las armas, ella volvió a
dedicarle aquel gesto tan lleno de emoción como el del otro, una expectación
donde solo sus ojos permanecían serenos, fríos como el hielo. Él reconoció en
aquella expresión calmada y calculadora la mirada de un guerrero, la de su tía
nombrada caballera en altos honores.
«Esto
no es casualidad, no es la suerte del principiante ―comprendió entonces―.
Claire, ¿dónde aprendiste a luchar así?»
Buscando
respuestas, movió su arma a la derecha y el filo de Claire se retiró en lugar
de dejarse deslizar con ella. Sin perder el tiempo, la joven asestó una
sucesión de rápidos cortes aprovechando la ligereza de su arma. Cada impacto
era más difícil de bloquear que el anterior, no por la potencia del ataque si
no por los repentinos cambios de trayectoria con los que le atormentaba. A
pesar de su resistencia, Blake comenzaba a notar el cansancio tras la tensión y
esfuerzo de jugar un papel defensivo en el encuentro. Entre golpes y vítores,
ánimos y apuestas susurradas, recordó una vez más los entrenamientos con su tía
y la mano maestra que también parecía susurrar a Claire, confiándole una
experiencia de la que solo ahora parecía acordarse.
Decidió
que preguntarle por aquella destreza sería su premio por ganar.
La
joven ante él esgrimía su arma buscando la victoria y él no sería de menos. No
lo hacía por honor, ni siquiera por evitar la amistosa humillación de la
derrota. Simplemente no sería tan divertido rendirse tras haber descubierto
aquella faceta de su amiga. Seguro que incluso ella pensaba así.
Por
ello, cambió su estrategia de lucha. Desterró el temor a que los encantamientos
no fueran suficientes para sanar sus heridas. Además de él mismo, entre los
aprendices seguro habría otro Sanador. Por los cielos, estaban en una Sede del
Consejo, no había lugar más seguro para un enfrentamiento entre novatos.
Calló
su benevolente conciencia y se dejó llevar por aquel frenesí de golpes
metálicos. Cuando dio su cuarto bloqueo, empujó su arma hacia Claire con toda
la fuerza que había temido emplear, robando su equilibrio.
Claire
trastabilló intentando estabilizarse. El público contuvo el aliento tanto en
expectación como temor por el campeón que habían escogido en sus apuestas. Un
asombro generalizado invadió la sala cuando Blake saltó y cortó su expectación
en un golpe horizontal.
Con
el corazón en rápido compás, Claire observó el mandoble acercándose a su pecho.
Ágil como su pulso y espada, la guía que moraba en su mente le otorgó dos
caminos a seguir:
Su
primera opción era bloquear el golpe, defenderse como había obligado a Blake a
afrontar aquel duelo. No obstante, ni ella tenía suficiente fuerza para detener
la embestida ni su ligera arma aguantaría el impacto. Su espada se rompería,
dándole la derrota en una extraña justicia poética.
Su
otra opción era esquivar tirándose al suelo, un movimiento arriesgado que le
daba a Blake una oportunidad de atacar. Sin embargo, desde abajo también podría
intentar responder a un ataque…
Sobre
todo, si el embiste también le hacía perder el equilibrio a él. Sin un objetivo
que lo frenara, el pesado mandoble trazó un arco que Claire vigiló acechante
desde abajo, esperando el momento donde la hoja pasara de largo y ella saltara
hacia su presa. Un empujón bastó para cambiar las tornas y él yació donde ella hizo
segundos atrás. Su mirada buscó desesperado el mandoble que salió despedido de
sus manos, reunido bajo el resto de armas…
Menos
una: una espada ligera y estilizada, rápida y diestra como la mano que la
empuñaba. Los últimos centímetros de su filo acariciaban su cuello en una fría
advertencia. Un ligero temblor amenazó con manchar de rojo el metal y la hoja
se giró para darle con el canto. Se reprendió por aquel pensamiento, pues el
arma era inofensiva, ¿verdad?
Entonces,
¿por qué temía tanto a aquellos iris helados? La sonrisa que había mantenido
durante su enfrentamiento se desvaneció, sus labios una línea tan recta como el
pálido rostro que se alzaba ante él.
―Estás
muerto ―declaró su amiga y ahora rival.
…
Aunque terminado el
enfrentamiento, el duelo se prolongó secretamente entre las pupilas de los
combatientes. Una prórroga de apenas unos segundos donde viejos conocidos
luchaban por asimilar los sentimientos del uno y el otro. El derrotado evaluaba
a la victoriosa novata, con una sorpresa bañada de suspicacia. Ella también
parecía asombrada por su propia destreza. ¿Habría llegado a una conclusión
similar sobre el origen de su maestría? Probablemente, pero la seriedad de su
rostro sugería algo más.
En algún
momento, la temblorosa hoja se retiró con gesto rápido, como una ofensa que
jamás debió pronunciarse. La tensa línea que formaban los labios de Claire se
suavizó y le tendió una mano conciliadora que Blake aceptó.
Los aprendices
aplaudieron y las felicitaciones crecieron conforme el público se acercó a sus
campeones. Entre bastidores, los ganadores reclamaban sus apuestas a los
simpatizantes de Blake. Intercambiaban objetos de poco valor como útiles de
papelería y aperitivos, pues no parecían disponer de dinero para sus tretas. Alguna
voz incluso les ofreció curarse, pero ambos rechazaron la oferta. Salvo las
patadas y sus respectivos moratones, estaban ilesos.
―Me alegro ―dijo
la joven Sanadora―. Es que habéis luchado con tanta pasión que temía que los
encantamientos protectores no bastaran.
―No os habíamos
visto hasta ahora ―comentó otra persona―, ¿estáis en el grupo de esgrima? ¿Sois
nuevos?
―Digamos que
sí ―respondió Blake―. Mi nombre es Blake y ella se llama Claire ―«encantada»,
saludó ella―. Por eso me sorprende que haya venido tanta gente a vernos.
―Bueno, es que
cualquier ocasión es buena para ver un poco de acción. Aunque normalmente los
duelistas son unos mataos, no como vosotros. ¿De verdad sois novatos?
―He tenido un
poco de práctica…
Blake se rascó
la nuca, algo cohibido por ser el foco de atención. Aunque tanto él como Ángela
eran extrovertidos, en la envejecida y modesta Máline solo compartía quinta con
sus dos mejores amigas (supuestamente, porque nadie sabía la edad real de
Claire). Es cierto que caía en gracia tanto a abueletes como trabajadores del
campo, pero no era equiparable al trato con gente de su edad. Hablar con
aquellos aprendices estaba siendo una experiencia tan emocionante como torpe.
Claire se
alegraba por él. Al fin y al cabo, comprendía sus sentimientos porque se sentía
igual ante aquella novedosa fuente de interacción social.
…
Bueno, en
realidad no. Los últimos tres días de desdichas, decisiones y súbita curiosidad
no bastarían para convertir su introversión en repentina sociabilidad.
Agradeció que Blake estuviera acaparando las preguntas dirigidas a ambos pues,
aunque el intercambio era amable y cordial, apenas le salían balbuceos como
respuesta.
Intentó
desatar el nudo ansioso que bloqueaba su garganta y cerebro, recuperar la
soltura con la que hablaba con Ángela y Blake, pero el recuerdo de su compañía
la hundió en una gris nostalgia. Sus inquietudes volaron como hojas atrapadas
en el frío viento otoñal, y los restos de culpable adrenalina empañaron la
conversación ante ella.
―¿Claire? ¿Me
oyes?
En algún
momento, sus ojos enfocaron a Blake y este la miró con alivio. Los aprendices
se habían apartado para hacer las últimas cuentas, dejándoles con relativa
privacidad.
―Oye, has
luchado genial ―la felicitó él―. Ha sido realmente impresionante.
―Gracias. Tú
también has estado estupendo ―forzó una sonrisa para recuperar la compostura,
para ignorar el recuerdo del duelo―. Deberías haber ganado tú.
―No digas
tonterías. La victoria es tuya, te la has ganado ―insistió él―. Sin embargo, no
puedo pasar por alto lo “sorprendente” que ha sido. Estarás de acuerdo en que
no se ha debido al azar, ¿verdad?
Aquella
sugerencia despertó unos últimos latidos nerviosos en su corazón, tan fuertes
que casi ignoró las siguientes palabras de Blake:
―Creo que
fuiste instruida en el pasado, Claire. He reconocido algunos de tus movimientos
de aquellos que me enseñó mi tía, y tú no solías ver nuestras prácticas. No ha
sido suerte: eres una natural que además recibió entrenamiento.
Parpadeó.
Aquella conjetura era tan diferente a la realidad sentida que la dejó
estupefacta. Blake tomó su silencio como permiso para seguir explicándose.
―Yo mismo
empecé mis lecciones al poco de que llegaras a Máline, por lo que no es tan
descabellado que te instruyeran tan joven. Aunque no son más que conjeturas,
este duelo me hace pensar que tienen su lógica, ¿no crees?
No contestó de
inmediato. Sus ojos se perdieron en el momento de la victoria, donde su hoja
temblaba ante las órdenes que seguían llegando, que pedían rematar al
derrotado. Tras dejarse llevar por su guía y la euforia del combate, costó
horrores recuperar su consciencia para desobedecer. El pavor la asaltó al notar
su brazo rígido, el filo pegado a la piel de Blake, pidiendo hundirse en ella.
Solo cuando por fin logró retirar la espada, recordó que su encantamiento
habría impedido el derramamiento de sangre. No la consoló demasiado.
«¿Por qué ella…?
No, ¿era realmente mi Sombra? No era yo quién quería esto, ¿verdad? —sus manos
temblaron de nuevo, frías como si las hubiera hundido en la nieve. Aunque rígidas,
sus movimientos volvían a seguir “sus deseos”—. ¿Por qué quería matarlo?»
―Blake, solo
seguía órdenes ―logró confesar en una exhalación. Las cejas de Blake se torcieron
en un gesto inquisitivo y ella siguió―: escuchaba una voz en mi cabeza que me
dictaba cómo moverme y atacar.
Él entrecerró
los ojos.
―¿No es tan
raro? He oído historias de combatientes que escuchan sus lecciones mentalmente
como describes.
—Era distinto,
no sentí que viniera de mi experiencia o pensamiento. Era similar a la voz con
la que discuto en sueños, pero esta no me insultaba o humillaba… Aunque tal vez
solo fuera porque seguí sus órdenes.
La curiosidad de
Blake dio paso a la inquietud, un reflejo de la ansiedad de ella. Como discreto
apoyo, envolvió su mano entre sus amables dedos. Apretó y se sintió como la
impronta de un abrazo.
«No era como
la voz de mis sueños ―se repitió, ignorando aquel consuelo―. Sus órdenes
carecían de desprecio ni orgullo, lógicas a pesar del último mandato. Era una
secuencia natural, familiar como sentí el contacto con la espada. Tal vez Blake
tenga razón y sean los primeros recuerdos que se filtran de mi pasado. Si es
así, probablemente evitaba la esgrima por la misma razón que huía de la magia y
el saber».
Otro argumento
era su última pesadilla. Su tormento prometió dejarle explorar el mundo sin el
yugo de sus prohibiciones, así que no habría interactuado durante el duelo.
Hasta el momento, había cumplido su promesa, volviendo solo durante el desmayo
del Marcado.
Recordó que
todavía no había comentado con Blake sus últimos sueños, pero aquel no era el
momento. No rodeados de tanta gente… algo que a él no le impidió susurrarle:
―¿Y si esa voz
es tu Habilidad? Algo como una “conciencia” que te aconsejara en batallas.
Explicaría por qué no la has notado hasta ahora a pesar de nacer con ella.
―No lo sé,
Blake ―negó Claire, intentando centrarse en la conversación―. Todavía no
comprendo la explicación de Armiro sobre ese tema. Por poder, hasta podría ser
lo que hice en el bosque, ¿no?
―Mm… Buen
punto. Y también están tus sueños, que tienen componente onírico. Sin tu pasado
para ordenar tus dotes mágicas, es difícil establecer lo más antiguo. Lo mío es
mucho más fácil.
Claire le
dedicó una mirada suspicaz y, finalmente, la sonrisa de Blake confirmó sus sospechas.
Con culpable orgullo, le confesó:
―Usé mi Habilidad
de Elegido para robar estos uniformes.
La confidencia
le robó un ligero momento de sorpresa a Claire. No porque fuera inesperada,
sino porque todavía le costaba pensar en ambes como Elegides.
―¿Vas a contármelo
al final? ―tanteó ella.
―Me hubiera
gustado hacerme el misterioso un poco más, pero te lo has ganado―rio él―. Leí
hace mucho que les Elegides siempre ponen nombres a las Habilidades que
reciben. En mi caso es cierto, y eso que hasta ayer no comprendí que este don
era la mía.
»Se llama Pacto,
y es un poco compleja de explicar. Básicamente me permite hacer tratos con
otras personas donde obtengo algo suyo a cambio de algo mío… O incluso “robarles”
si cumplo ciertas condiciones.
―¿Como un
intercambio? ―Blake se encogió de hombros―. ¿Y qué puedes obtener?
―Técnicamente
cualquier cosa con las condiciones adecuadas ―el estupor y la confusión
exaltaron los rasgos de Claire, aturdidos a pesar de que Blake le quitó
importancia con un gesto―. Repito, el premio depende de las circunstancias.
»Para iniciar
un Pacto primero tengo que tocar a la otra persona, siempre en un
apretón de manos. Inconscientemente, la persona pone su precio, casi equivalente
a lo que yo busco, rebajado si consigo pillarles por sorpresa. La magia de
control mental siempre funciona mejor con objetivos desprevenidos.
»Entonces
obtengo mi parte: recuerdos, información, atención… incluso sumisión. La
voluntad suele tener un alto precio y debo recurrir a pillarles distraídos,
pero de lograrlo, puedo manipular a la gente.
»Eso es lo que
hice con el último médico que me atendió: le di la mano cuando no se lo
esperaba, agité y sellé un pacto. Le convencí para traerme dos uniformes, se
aseguró de que los alrededores estuvieran despejados y se quedó durmiendo en mi
habitación.
―¿Y qué diste
a cambio? ―inquirió ella―. ¿Cómo de alto fue el precio?
Los labios de
Blake temblaron ligeramente mientras ella esperaba su respuesta, con su corazón
encogido de repentina ansiedad. Si domar la voluntad ajena le resultaba tan
fácil a alguien, ¿cómo podía confiar en dicha persona?
―Le pillé
desprevenido, lo que rebajó el coste ―comenzó él, siguieron los temores de
ella. Entonces, dio la espalda a los pocos y distraídos aprendices que quedaban
y se desabrochó los dos primeros botones de la camisa―. Pero aquí están
acostumbrados a la presencia de Mentalistas.
Debajo de su
Marca, allá donde su pecho ocultaba su corazón, un hematoma teñía la piel de
doloroso morado. La mancha se extendía por su esternón, donde empezaba a
amarillear con indicios de curarse.
―Cuanto
“mejor” haga el Pacto, menos tengo que pagar por ello. Con mentes
débiles como las de los animales es casi gratuito, pero siempre hay un precio
incluso con el factor sorpresa. Puedo cambiar lo mismo que busco, pero como
comprenderás, no voy a regalar mi voluntad tan libremente como busco la de
otros. Aunque alguna vez la he aprovechado para librarme de algún recuerdo
vergonzoso que me atormentaba, normalmente pago con mi propia salud.
»Es lo único
que no puedo comprar de otros directamente. Mi cuerpo se hiere a sí mismo hasta
alcanzar un precio adecuado, que luego me toca ir curando con mi Sanación.
Normalmente escojo hacerme heridas, pero alguna vez he probado a
inmunodeprimirme si puedo permitirme un resfriado. Para este médico he acabado
con esto y una hemorragia nasal que me ha obligado a cambiarme de ropa para
visitarte, y los hematomas tienen mucho mejor aspecto que al principio, créeme.
»En fin, ¿qué
te parece mi Habilidad? Complicada pero útil, ¿no? ―Claire entrecerró
los ojos y Blake torció el gesto―. Al menos admite que lo has pasado bien con
la escapadita.
Claire suspiró.
Mientras encontraba las palabras adecuadas, aprovechó para abrocharle los
botones de la camisa, tanto para ocultar las heridas y Marca como por el cariño
del gesto.
―Cuando nos
atacaron los rastreadores hiciste lo mismo conmigo. Tomaste mis manos, me
pediste huir y así lo hice.
―Es cierto.
―Y no es la
primera vez.
―No
exactamente ―desvió la mirada, la culpa pesando sobre sus facciones―. Fue la
primera ocasión en la que ejercí una coacción tan directa contigo, pero no
puedo negar alguna sugestión puntual… e involuntaria ―sus iris volvieron a
mirarla, serios y arrepentidos―. Sé de la dudosa moralidad que entraña el
control mental, Claire. He vivido con ese estigma toda mi vida y no solo por
conocimiento propio, pues incluso mis padres me aleccionaron de niño. Sin
embargo, es difícil evitar siempre algo que me es tan natural como respirar o
comer.
»Por ello, lo
siento por las veces que sentiste esa inclinación, aunque no puedo disculparme
por lo del bosque: lo hice para salvarnos a los tres.
A pesar de la convencida
severidad de su declaración, Claire podía vislumbrar la culpa que manchaba sus
sílabas. Por ello, no le costó aceptar tanto su disculpa como el desesperado
uso que le dio a su don. Tal vez, de haber estado en su lugar, ella habría
hecho lo mismo.
―Lo entiendo
―le descubrió y un intangible peso se liberó de sus hombros―. Tampoco creo que
me “convencieras” a menudo, pues solo lo noté durante el ataque. Eso o eres muy
bueno.
―Es lo primero
―rio él, más aliviado―. No mentí cuando te dije que soy pésimo con la magia,
incluso aquella con la que nací.
―Aun así, es
un don impresionante… Y no puedo negar que me ha venido bien esta escapada. Sobre
todo por la merienda.
―Eh, ¿tan poco
te importa haberme derrotado?
―No ha estado
mal, no ha estado mal ―admitió ella, entre risas―. Aunque ahora me he quedado
con la duda de cuál será realmente mi Habilidad.
―Seguramente
nos expliquen pronto sobre el tema, pero podríamos investigar por nuestra
cuenta. En las bibliotecas de la Sede habrá registros de Habilidades de
Elegides anteriores. Yo me acuerdo de algunas famosas. En general son dones simples,
pero con reglas complejas: control mental como lo mío, distintas formas de
adivinación específica, leer la mente o las emociones de los demás a través del
contacto o mirando a los ojos…
―¿Qué?
―Las subramas
de la Telepatía son comunes entre Elegides ―asintió Blake― y suelen depender
del contacto visual directo.
―¿No es normal
adivinar las emociones de otros al mirarlos a los ojos?
Él frunció el
ceño. A Claire se le cortó la respiración.
―Hasta cierto punto,
pero… ¿Claire?
Antes de poder
recuperar el aliento, ambos se giraron hacia las puertas recién abiertas. Dos
caras conocidas entraron en la sala. Los pocos aprendices que quedaban se
revolvieron nerviosos, agrupándose para ocultar las huellas de un duelo que tal
vez no estaba tan permitido como Blake y Claire asumieron.
No obstante,
Andrew ignoró las armas y centró su atención en los dos combatientes. Tras su
sombra emergió la cabeza gacha de Ángela, quien avanzó al lado del Consejero.
Su visión
golpeó tanto a Blake como a Claire, cambiando su estupor con el súbito deseo de
correr a sus brazos. Pero no podían hacerlo. Un muro se había levantado entre
la tríada que siempre quiso permanecer unida, una separación que hundió a ambes
Elegides en la soledad a pesar de la promesa y expectativas de acompañarse en
su desgracia.
Entonces
Andrew anunció:
―Estimados
aprendices del Consejo, me complace presentaros a les primeres Elegides de la
nueva Profecía. Estáis ante Blake el Primero, Claire la Segunda y Ángela, la
Tercera.
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