martes, 9 de mayo de 2023

La Profecía del Mal: Capítulo 7

 Duelo Amistoso


El primer Elegido y la segunda Elegida de la Profecía del Mal, aquellos primeros dos héroes que salvarían al Bando Mágico en la Gran Guerra, comían panecillos de queso y mantequilla comprados con dinero robado.

―Robado es una palabra muy fea, Claire ―protestó Blake. Tenía migas de especias en las mejillas. Alguna cayó a la fuente donde se sentaron a merendar―. Para empezar, hemos tomado prestados los uniformes.

―Y sus tarjetas. Las que hemos enseñado para comprar esta obra magna de harina y queso.

—Tarjetas que no tienen dinero como tal. Los aprendices, al igual que el resto de empleados de las Sedes, solo pueden usar este crédito limitado para alojamiento, comidas y utensilios.

—Si es limitado, entonces les hemos robado la merienda.

Blake dejó de masticar repentinamente, la miró y se tragó sus intentos de respuesta junto a la comida.

—Vale, no puedo negar eso. Cielos, para una cosa buena que tiene el Consejo y nos aprovechamos de ellos. Somos unos ladrones. ¡Unos sinvergüenzas!

Claire dio otro delicioso bocado casi sin remordimientos. Era raro que un Greenwood hiciera propaganda, pero no le sorprendió estar de acuerdo. El bollito era bastante persuasivo.

No obstante, todavía le mosqueaba lo fácil que fue la obtención de su tentempié. Al poco de abandonar el Departamento de Investigación, se toparon con una cafetería donde Blake entró en acción. Con recelo, acompañó a su amigo mientras este pedía la merienda y pagaba con la tarjeta que halló en sus bolsillos.

La tendió cerrando sus manos sobre las del encargado, como si de un tesoro se tratara. El hombre, aunque sorprendido al principio, asintió y les entregó la comida sin más preguntas. Después de aquel extraño intercambio, Claire había consultado la tarjeta que encontró en sus propios bolsillos, con un nombre evidentemente ajeno. ¿No era un sistema demasiado inseguro? ¿Y si alguien ajeno al Consejo (como ellos) robaba la tarjeta? ¿No debería haber algún tipo de identificación?

Blake escuchó sus dudas con llamativo interés, probablemente exagerado. Al terminar, sorprendió a Claire diciendo:

―Me preguntaba si te darías cuenta de ello. Bien hecho ―y, al ver la confusión en el rostro de su amiga, añadió―: le he convencido para que no nos identifique. Es por mi carisma, digamos que tengo un don innato.

Claire parpadeó antes de caer en cuenta. «Era eso», pensó, pero Blake la cortó antes de pedir explicaciones.

—Te lo contaré pronto, pero no ahora.

Su repentina seriedad evitó que Claire insistiera en el tema. Su corte, más que evasivo, parecía invitarla a despertar su interés. Sí, no tardaría en hablar de ello.

Dedicó aquel inesperado silencio a observar los alrededores de la falsa-plazoleta donde se hallaban. Al poco de abandonar la sección médica, los estériles pasillos blancos se cubrieron de ventanitas, puertas e incluso un falso adoquinado. Las paredes se separaron y de ellas surgían puertas a restaurantes, tiendecitas e incluso un cinema, al que Blake prometió llevarla algún día.

Pronto comprendió que el gigantesco edificio de la Sede imitaba una ciudad en miniatura, pues el Consejo proporcionaba más que comida y alojamiento a sus empleados y alumnos. No obstante, se preguntó si aquellos decorados de verdad aliviarían su nostalgia. Las falsas fachadas no se parecían a las de Máline (parecían piedra marrón y ladrillos pintados en lugar de jugar con madera y grises), y las tiendas tenían ropa más bonita que conveniente, la que Ángela adoraría.

Blake le recordó la existencia de la Red de Méner, el sistema que insuflaba energía a magidomésticos y demás aparatos en ciudades y Sedes. Por eso no había farolas de llama si no focos iluminando la estancia, con luz anaranjada para acompañar el ocaso en las ventanas. Algunos candiles parecían imitar a las farolas malinenses, pero su fuego se prendía con recitaciones automáticas y no por el trabajo de un encendedor. Aquella energía casi ilimitada permitía desde la constante iluminación hasta el uso de los aparatos médicos que dejaron atrás… Y Claire no encontraba su hogar en aquel flujo incesante de vida.

Estaba en un lugar demasiado extraño para sentirse en casa y, sin embargo, la adrenalina del descubrimiento la mantenía alejada de la morriña. En su búsqueda de comida, pasearon por aquella simulación de ciudad, pasando por bibliotecas y grandes parques que daban al exterior. Incluso encontraron un cinema, al que Claire prometió ir tras aprender lo que era. Los bares tampoco escaseaban, pero el alcohol permanecía guardado hasta el final de la jornada, sustituido por productivo y adictivo café.

Era un mundo nuevo, y Claire se centró en sus maravillas para acallar las otras rarezas que habían irrumpido en su vida. Para ignorar el escozor de la Marca en su piel y olvidar el recuerdo de un hogar al que tal vez jamás regresaría.

Pero no lo estaba consiguiendo. Aunque la sección recreativa y laboral de la Sede estaban separadas, Claire no podía evitar vigilar la calle (pasillo) por donde habían venido, recelosa de cualquier bata-blanca que pudiera reconocerles. De momento, los escasos transeúntes ignoraban a aquel dúo de “aprendices” dándose una soberana merienda. 

Blake aprovechó para explicar su código de vestimenta según pasaban: La mayoría vestían el azul oscuro de otros aprendices, o el marrón de los técnicos y empleados de limpieza y servicios. Por suerte, no avistaron ninguna bata blanca, insignia de médicos e investigadores, ni militares de uniforme verde oscuro… O peor, Consejeros de elegante negro.

―Menos mal que las Marcas no han aparecido en un lugar más visible ―murmuró para sus adentros. Al final, las explicaciones de Blake solo habían alimentado su paranoia.

―No vas a poder relajarte, ¿verdad? ―Claire dejó su vigilancia para mirar a Blake, lo que le provocó un suspiro―. Está bien. ¿Seguimos andando? En movimiento pasamos más desapercibido.

Tras agradecerle el gesto con una disculpa, cargaron con la comida y se perdieron por otro de los pasillos. Las ventanas a su izquierda revelaron que cruzaban el ala externa del complejo, pues tras el cristal se extendían los jardines de la Sede. El temprano crepúsculo invernal ya había obligado a las lámparas a encenderse. Parecían funcionar de forma automática, sin el trabajo de encendedores. Curioso.

Entre el verdor distinguió también lo que supuso serían campos de entrenamiento. De vegetación más modesta y uniforme, empezaban en las alas cercanas a las zonas de trabajo. Los cruzaban siluetas con uniformes militares y algún destello solo explicable por magia. De uno surgía un humo que consideraría preocupante, que atraía la atención de la gente.

Al consultarlo con Blake, ambos coincidieron en que podría ser un accidente.

―¿Crees que es la razón por la que falta personal en el hospital?

―Ostras, podría ser. Fíjate, hay una tienda de Sanadores ahí montada ―señaló, la tela blanca apenas visible entre la penumbra―. Por la cantidad de humo parece algo gordo, pero siendo un campo de entrenamiento será cosa de aprendices ―se quedaron un momento observando el ir y venir de camillas y heridos―. Lo tendrán controlado ya. Al fin y al cabo, esto es el Consejo, con tantos magos reunidos es fácil solventar estas cosas. Hablando de eso…

Al girarse, Claire se encontró con Blake invitándola a atravesar la puerta a sus espaldas. Se hallaron entonces en una estancia amplia, de centro despejado en comparación a la extensa colección de armas sobre las paredes.

―Es una sala de entrenamiento ―explicó Blake mientras Claire cruzaba el centro, que se dividía en dos―. Las hay para dar clase y práctica libre. Y, si no me equivoco…

Las pupilas de Blake se posaron en un punto de la pared y pasó por delante de Claire hasta ella. Esgrimiendo su tarjeta con orgullo, la levantó delante de un pesado mandoble y los cierres metálicos que lo ataban a la pared se abrieron con un clic. Con cuidado, lo bajó tomándolo de hoja y empuñadura para luego agarrarlo correctamente por esta última. Comprobó su peso con un par de balanceos y, finalmente, apuntó con él hacia Claire.

―Te reto a un duelo ―declaró, con una sonrisa cargada de dramática expectación―. Escoge tu arma, lady Claire.

Terminó su declaración dejando caer la punta del arma al suelo, un restallido metálico que enfatizó su petición. Claire arqueó una ceja.

―Estarás de broma, ¿no?

―¡En absoluto! Será un duelo de práctica, sin hacernos daño ni nada ―una idea le hizo fruncir el ceño y volvió a levantar su espada para comprobar la hoja―. Efectivamente, esto tiene algún encantamiento de Sanación encima. Mi tía me habló de ellos: te curan al instante tras un tajo…

―No me preocupa que acabemos en el hospital de nuevo ―le cortó Claire―. Te recuerdo que nunca he usado una espada, estaría en desventaja.

―Pues este es un buen momento para empezar, en amor y confianza ―contestó Blake, cabezota y emocionado como un chiquillo―. Piénsalo: en unos días estaremos en una sala similar, pero con desconocidos instruyéndonos. Al fin y al cabo, somos Elegides, tenemos que saber luchar ―tras aquel énfasis, se borró todo rastro de juguetón tanteo, lo que no impidió que una suave sonrisa matizara su petición―: Mejor comenzar las clases entre dos amigos, ¿no crees?

Claire suspiró, incapaz de seguir mirando aquel rostro tan ajeno y familiar a la vez. Blake realmente quería jugar a los caballeros. Comprensible tras el tiempo que había estudiado la espada en solitario.

Ya le había contado que Ángela era mucho más delicada para las armas que para su magia, por lo que entendía que su fuerza natural y ganas de aprender convirtieran a Claire en la perfecta compañera de entrenamiento. Reluctante, avanzó hacia el estante y tanteó con la mirada espadas, lanzas y hachas. Volvió a suspirar. Siempre había sido de la opinión de que la violencia no solucionaba nada, sobre todo si no había nada que solucionar. Entrenamiento o no, tomar un arma implicaba asumir también la intención de herir a alguien, una elección que jamás se habría imaginado escoger.

Al igual que tampoco había esperado ser una maga, mestiza o Elegida. Con una mueca de resignación, sacó la tarjeta robada y la pasó ante otra improbable elección. Recogió la espada con ambas manos y tanteó su peso cogiéndola con su derecha. Era ligera y relativamente larga. Tanteó una estocada y parpadeó con asombro. Se sentía natural.

Avanzó hacia la pequeña arena, donde Blake ya la esperaba. Lo apuntó con su arma y él la imitó. Un cosquilleo le hizo ignorar la sonrisa que se contagió en su propio rostro.

―En guardia.

 

 

Y con aquella declaración, una estocada precedió el avance de Claire hacia su oponente. El impulso que ordenó aquel movimiento se sintió como la consecuencia natural de portar un arma, y su arremetida rompió todas las dudas que la asaltaron antes del combate. 

Perplejo, Blake apenas tuvo tiempo de esquivar con un salto a su izquierda, pero se recompuso preparando un contrataque. Con ambas manos, giró el espadón en dirección a Claire, la hoja avanzando hacia su desprotegido costado.

Ella sonrió. Lo estaba esperando.

«Los movimientos de Blake son potentes, pero también es lento ―dictó su mente, extrayendo las conclusiones de la esquiva del muchacho, de toda una vida viviendo juntos―. Si cae al suelo, tardará en levantarse, dándonos una oportunidad».

Claire lanzó una fuerte patada a los tobillos de Blake. El mandoble no la alcanzó y él cayó al suelo. Se permitió una ligera sonrisa mientras avanzaba hacia él, que se rompió al precipitarse por los mismos medios.

―Donde las dan, las toman ―se burló él, guiñándole un ojo―. Las patadas bajas no están permitidas en los duelos. Si tuviéramos a mi tía arbitrando me habría dado la victoria por falta tuya.

Ella contestó con un bufido que derivó a una media sonrisa.

―Esto no es un duelo normal ―objetó una vez se levantaron―. Es un duelo de práctica, ¿no? A parte de ser nueva en la espada, también estoy en desventaja por no conocer las normas. Deberías habérmelas explicado —sonrió—. Me la has devuelto, estamos en paz.

Claire alzó el arma hacia él y Blake se descubrió levantando también las comisuras de sus labios. Parecía tomarse tan en serio el enfrentamiento como terca había sido su reticencia para empezarlo. La patada le había impresionado. ¿Quién se esperaría algo así de la tranquila y racional Claire?

Parecía saber luchar.

Y ya que su contrincante no se acercaba, ella volvería a hacerlo. Aprovechando su agilidad y velocidad, avanzó su espada en un tajo horizontal desde la derecha, obligando a su rival a retroceder. Blake tardó unos instantes en responder, y el espadón impactó donde segundos antes estaba el pie de Claire.

Torció el gesto al imaginar las consecuencias de aquel golpe. Su arma contaba con encantamientos protectores para sus rivales, una recitación solo útil en enfrentamientos amistosos. Sin embargo, desconocía su alcance regenerativo y no quería comprobarlo de primera mano. Desviaba las veloces estocadas de Claire como buenamente podía, pues esquivar sus embestidas era tarea imposible, y también confiaba en su fuerza para emplear su mandoble como escudo y devolver los tajos como empujones.

En uno de esos bloqueos, Claire trastabilló hacia atrás y logró recuperar el equilibrio justo antes de que unas manos desconocidas la sujetaran. Tanto Blake como ella dedicaron una rápida mirada a los jóvenes de azul oscuro que, atraídos por el ruido, acudieron a ver el espectáculo.

―¡Seguid, seguid! ―les pidieron en coro, a lo que alguien añadió―: ¿Es vuestra primera vez luchando? Lo hacéis genial.

―¡No les distraigas! —exclamó otra persona.

Tras dedicarles un asentimiento como saludo, Claire se volvió hacia Blake y reanudaron el duelo. Los años de convivencia no solo le habían otorgado información sobre sus debilidades y destrezas. Sobraban las palabras entre sus gestos y embestidas, entre miradas escondidas tras el filo acerado. Blake y Claire danzaban con una mueca desafiante grabada en sus labios, divirtiéndose como habían hecho antes de la pesadilla ahora marcada en sus pieles.

Los ataques y bloqueos de Blake hacían gala de su fuerza, mientras que Claire evitaba y arremetía con precisión y agilidad. Contestó al poderoso sablazo del mestizo con un giro que terminó en estocada, obligándole a retirarse con una rozadura en su mejilla. La marca del metal se borró al instante de su piel, pero su corazón latía desbocado por el susto.

El embate liberó aplausos del grupo de aprendices, cuyos ánimos y vítores formaron una cacofonía que no llegó a oídos de los concentrados combatientes. Incluso comenzaron a apostar sobre los resultados, especulando con lo poco que sabían de ambos jóvenes.

―La chica (¿usa “ella”?) parece ágil pero el otro es más alto y fuerte.

―Él parece un poco lento, ¿no? Tal vez ha pisado mal.

―No tengo ni idea de quién va a ganar, ¡solo he venido a disfrutar del espectáculo!

Sin necesidad de ello, Claire tomó su ligera espada con ambas manos para asestar un golpe que Blake paró sin esfuerzo. Al mirarse entre las armas, ella volvió a dedicarle aquel gesto tan lleno de emoción como el del otro, una expectación donde solo sus ojos permanecían serenos, fríos como el hielo. Él reconoció en aquella expresión calmada y calculadora la mirada de un guerrero, la de su tía nombrada caballera en altos honores.

«Esto no es casualidad, no es la suerte del principiante ―comprendió entonces―. Claire, ¿dónde aprendiste a luchar así?»

Buscando respuestas, movió su arma a la derecha y el filo de Claire se retiró en lugar de dejarse deslizar con ella. Sin perder el tiempo, la joven asestó una sucesión de rápidos cortes aprovechando la ligereza de su arma. Cada impacto era más difícil de bloquear que el anterior, no por la potencia del ataque si no por los repentinos cambios de trayectoria con los que le atormentaba. A pesar de su resistencia, Blake comenzaba a notar el cansancio tras la tensión y esfuerzo de jugar un papel defensivo en el encuentro. Entre golpes y vítores, ánimos y apuestas susurradas, recordó una vez más los entrenamientos con su tía y la mano maestra que también parecía susurrar a Claire, confiándole una experiencia de la que solo ahora parecía acordarse.

Decidió que preguntarle por aquella destreza sería su premio por ganar.

La joven ante él esgrimía su arma buscando la victoria y él no sería de menos. No lo hacía por honor, ni siquiera por evitar la amistosa humillación de la derrota. Simplemente no sería tan divertido rendirse tras haber descubierto aquella faceta de su amiga. Seguro que incluso ella pensaba así.

Por ello, cambió su estrategia de lucha. Desterró el temor a que los encantamientos no fueran suficientes para sanar sus heridas. Además de él mismo, entre los aprendices seguro habría otro Sanador. Por los cielos, estaban en una Sede del Consejo, no había lugar más seguro para un enfrentamiento entre novatos.

Calló su benevolente conciencia y se dejó llevar por aquel frenesí de golpes metálicos. Cuando dio su cuarto bloqueo, empujó su arma hacia Claire con toda la fuerza que había temido emplear, robando su equilibrio.

Claire trastabilló intentando estabilizarse. El público contuvo el aliento tanto en expectación como temor por el campeón que habían escogido en sus apuestas. Un asombro generalizado invadió la sala cuando Blake saltó y cortó su expectación en un golpe horizontal.

Con el corazón en rápido compás, Claire observó el mandoble acercándose a su pecho. Ágil como su pulso y espada, la guía que moraba en su mente le otorgó dos caminos a seguir:

Su primera opción era bloquear el golpe, defenderse como había obligado a Blake a afrontar aquel duelo. No obstante, ni ella tenía suficiente fuerza para detener la embestida ni su ligera arma aguantaría el impacto. Su espada se rompería, dándole la derrota en una extraña justicia poética.

Su otra opción era esquivar tirándose al suelo, un movimiento arriesgado que le daba a Blake una oportunidad de atacar. Sin embargo, desde abajo también podría intentar responder a un ataque…

Sobre todo, si el embiste también le hacía perder el equilibrio a él. Sin un objetivo que lo frenara, el pesado mandoble trazó un arco que Claire vigiló acechante desde abajo, esperando el momento donde la hoja pasara de largo y ella saltara hacia su presa. Un empujón bastó para cambiar las tornas y él yació donde ella hizo segundos atrás. Su mirada buscó desesperado el mandoble que salió despedido de sus manos, reunido bajo el resto de armas…

Menos una: una espada ligera y estilizada, rápida y diestra como la mano que la empuñaba. Los últimos centímetros de su filo acariciaban su cuello en una fría advertencia. Un ligero temblor amenazó con manchar de rojo el metal y la hoja se giró para darle con el canto. Se reprendió por aquel pensamiento, pues el arma era inofensiva, ¿verdad?

Entonces, ¿por qué temía tanto a aquellos iris helados? La sonrisa que había mantenido durante su enfrentamiento se desvaneció, sus labios una línea tan recta como el pálido rostro que se alzaba ante él.

―Estás muerto ―declaró su amiga y ahora rival.

 

 

Aunque terminado el enfrentamiento, el duelo se prolongó secretamente entre las pupilas de los combatientes. Una prórroga de apenas unos segundos donde viejos conocidos luchaban por asimilar los sentimientos del uno y el otro. El derrotado evaluaba a la victoriosa novata, con una sorpresa bañada de suspicacia. Ella también parecía asombrada por su propia destreza. ¿Habría llegado a una conclusión similar sobre el origen de su maestría? Probablemente, pero la seriedad de su rostro sugería algo más.

En algún momento, la temblorosa hoja se retiró con gesto rápido, como una ofensa que jamás debió pronunciarse. La tensa línea que formaban los labios de Claire se suavizó y le tendió una mano conciliadora que Blake aceptó.

Los aprendices aplaudieron y las felicitaciones crecieron conforme el público se acercó a sus campeones. Entre bastidores, los ganadores reclamaban sus apuestas a los simpatizantes de Blake. Intercambiaban objetos de poco valor como útiles de papelería y aperitivos, pues no parecían disponer de dinero para sus tretas. Alguna voz incluso les ofreció curarse, pero ambos rechazaron la oferta. Salvo las patadas y sus respectivos moratones, estaban ilesos.

―Me alegro ―dijo la joven Sanadora―. Es que habéis luchado con tanta pasión que temía que los encantamientos protectores no bastaran.

―No os habíamos visto hasta ahora ―comentó otra persona―, ¿estáis en el grupo de esgrima? ¿Sois nuevos?

―Digamos que sí ―respondió Blake―. Mi nombre es Blake y ella se llama Claire ―«encantada», saludó ella―. Por eso me sorprende que haya venido tanta gente a vernos.

―Bueno, es que cualquier ocasión es buena para ver un poco de acción. Aunque normalmente los duelistas son unos mataos, no como vosotros. ¿De verdad sois novatos?

―He tenido un poco de práctica…

Blake se rascó la nuca, algo cohibido por ser el foco de atención. Aunque tanto él como Ángela eran extrovertidos, en la envejecida y modesta Máline solo compartía quinta con sus dos mejores amigas (supuestamente, porque nadie sabía la edad real de Claire). Es cierto que caía en gracia tanto a abueletes como trabajadores del campo, pero no era equiparable al trato con gente de su edad. Hablar con aquellos aprendices estaba siendo una experiencia tan emocionante como torpe.

Claire se alegraba por él. Al fin y al cabo, comprendía sus sentimientos porque se sentía igual ante aquella novedosa fuente de interacción social.

Bueno, en realidad no. Los últimos tres días de desdichas, decisiones y súbita curiosidad no bastarían para convertir su introversión en repentina sociabilidad. Agradeció que Blake estuviera acaparando las preguntas dirigidas a ambos pues, aunque el intercambio era amable y cordial, apenas le salían balbuceos como respuesta.

Intentó desatar el nudo ansioso que bloqueaba su garganta y cerebro, recuperar la soltura con la que hablaba con Ángela y Blake, pero el recuerdo de su compañía la hundió en una gris nostalgia. Sus inquietudes volaron como hojas atrapadas en el frío viento otoñal, y los restos de culpable adrenalina empañaron la conversación ante ella.

―¿Claire? ¿Me oyes?

En algún momento, sus ojos enfocaron a Blake y este la miró con alivio. Los aprendices se habían apartado para hacer las últimas cuentas, dejándoles con relativa privacidad.

―Oye, has luchado genial ―la felicitó él―. Ha sido realmente impresionante.

―Gracias. Tú también has estado estupendo ―forzó una sonrisa para recuperar la compostura, para ignorar el recuerdo del duelo―. Deberías haber ganado tú.

―No digas tonterías. La victoria es tuya, te la has ganado ―insistió él―. Sin embargo, no puedo pasar por alto lo “sorprendente” que ha sido. Estarás de acuerdo en que no se ha debido al azar, ¿verdad?

Aquella sugerencia despertó unos últimos latidos nerviosos en su corazón, tan fuertes que casi ignoró las siguientes palabras de Blake:

―Creo que fuiste instruida en el pasado, Claire. He reconocido algunos de tus movimientos de aquellos que me enseñó mi tía, y tú no solías ver nuestras prácticas. No ha sido suerte: eres una natural que además recibió entrenamiento.

Parpadeó. Aquella conjetura era tan diferente a la realidad sentida que la dejó estupefacta. Blake tomó su silencio como permiso para seguir explicándose.   

―Yo mismo empecé mis lecciones al poco de que llegaras a Máline, por lo que no es tan descabellado que te instruyeran tan joven. Aunque no son más que conjeturas, este duelo me hace pensar que tienen su lógica, ¿no crees?

No contestó de inmediato. Sus ojos se perdieron en el momento de la victoria, donde su hoja temblaba ante las órdenes que seguían llegando, que pedían rematar al derrotado. Tras dejarse llevar por su guía y la euforia del combate, costó horrores recuperar su consciencia para desobedecer. El pavor la asaltó al notar su brazo rígido, el filo pegado a la piel de Blake, pidiendo hundirse en ella. Solo cuando por fin logró retirar la espada, recordó que su encantamiento habría impedido el derramamiento de sangre. No la consoló demasiado.

«¿Por qué ella…? No, ¿era realmente mi Sombra? No era yo quién quería esto, ¿verdad? —sus manos temblaron de nuevo, frías como si las hubiera hundido en la nieve. Aunque rígidas, sus movimientos volvían a seguir “sus deseos”—. ¿Por qué quería matarlo?»

―Blake, solo seguía órdenes ―logró confesar en una exhalación. Las cejas de Blake se torcieron en un gesto inquisitivo y ella siguió―: escuchaba una voz en mi cabeza que me dictaba cómo moverme y atacar.

Él entrecerró los ojos.

―¿No es tan raro? He oído historias de combatientes que escuchan sus lecciones mentalmente como describes.

—Era distinto, no sentí que viniera de mi experiencia o pensamiento. Era similar a la voz con la que discuto en sueños, pero esta no me insultaba o humillaba… Aunque tal vez solo fuera porque seguí sus órdenes.

La curiosidad de Blake dio paso a la inquietud, un reflejo de la ansiedad de ella. Como discreto apoyo, envolvió su mano entre sus amables dedos. Apretó y se sintió como la impronta de un abrazo.

«No era como la voz de mis sueños ―se repitió, ignorando aquel consuelo―. Sus órdenes carecían de desprecio ni orgullo, lógicas a pesar del último mandato. Era una secuencia natural, familiar como sentí el contacto con la espada. Tal vez Blake tenga razón y sean los primeros recuerdos que se filtran de mi pasado. Si es así, probablemente evitaba la esgrima por la misma razón que huía de la magia y el saber».

Otro argumento era su última pesadilla. Su tormento prometió dejarle explorar el mundo sin el yugo de sus prohibiciones, así que no habría interactuado durante el duelo. Hasta el momento, había cumplido su promesa, volviendo solo durante el desmayo del Marcado.

Recordó que todavía no había comentado con Blake sus últimos sueños, pero aquel no era el momento. No rodeados de tanta gente… algo que a él no le impidió susurrarle:

―¿Y si esa voz es tu Habilidad? Algo como una “conciencia” que te aconsejara en batallas. Explicaría por qué no la has notado hasta ahora a pesar de nacer con ella.

―No lo sé, Blake ―negó Claire, intentando centrarse en la conversación―. Todavía no comprendo la explicación de Armiro sobre ese tema. Por poder, hasta podría ser lo que hice en el bosque, ¿no?

―Mm… Buen punto. Y también están tus sueños, que tienen componente onírico. Sin tu pasado para ordenar tus dotes mágicas, es difícil establecer lo más antiguo. Lo mío es mucho más fácil.

Claire le dedicó una mirada suspicaz y, finalmente, la sonrisa de Blake confirmó sus sospechas. Con culpable orgullo, le confesó:

―Usé mi Habilidad de Elegido para robar estos uniformes.

La confidencia le robó un ligero momento de sorpresa a Claire. No porque fuera inesperada, sino porque todavía le costaba pensar en ambes como Elegides.  

―¿Vas a contármelo al final? ―tanteó ella.

―Me hubiera gustado hacerme el misterioso un poco más, pero te lo has ganado―rio él―. Leí hace mucho que les Elegides siempre ponen nombres a las Habilidades que reciben. En mi caso es cierto, y eso que hasta ayer no comprendí que este don era la mía.

»Se llama Pacto, y es un poco compleja de explicar. Básicamente me permite hacer tratos con otras personas donde obtengo algo suyo a cambio de algo mío… O incluso “robarles” si cumplo ciertas condiciones.

―¿Como un intercambio? ―Blake se encogió de hombros―. ¿Y qué puedes obtener?

―Técnicamente cualquier cosa con las condiciones adecuadas ―el estupor y la confusión exaltaron los rasgos de Claire, aturdidos a pesar de que Blake le quitó importancia con un gesto―. Repito, el premio depende de las circunstancias.

»Para iniciar un Pacto primero tengo que tocar a la otra persona, siempre en un apretón de manos. Inconscientemente, la persona pone su precio, casi equivalente a lo que yo busco, rebajado si consigo pillarles por sorpresa. La magia de control mental siempre funciona mejor con objetivos desprevenidos.

»Entonces obtengo mi parte: recuerdos, información, atención… incluso sumisión. La voluntad suele tener un alto precio y debo recurrir a pillarles distraídos, pero de lograrlo, puedo manipular a la gente.

»Eso es lo que hice con el último médico que me atendió: le di la mano cuando no se lo esperaba, agité y sellé un pacto. Le convencí para traerme dos uniformes, se aseguró de que los alrededores estuvieran despejados y se quedó durmiendo en mi habitación.

―¿Y qué diste a cambio? ―inquirió ella―. ¿Cómo de alto fue el precio?

Los labios de Blake temblaron ligeramente mientras ella esperaba su respuesta, con su corazón encogido de repentina ansiedad. Si domar la voluntad ajena le resultaba tan fácil a alguien, ¿cómo podía confiar en dicha persona?

―Le pillé desprevenido, lo que rebajó el coste ―comenzó él, siguieron los temores de ella. Entonces, dio la espalda a los pocos y distraídos aprendices que quedaban y se desabrochó los dos primeros botones de la camisa―. Pero aquí están acostumbrados a la presencia de Mentalistas.

Debajo de su Marca, allá donde su pecho ocultaba su corazón, un hematoma teñía la piel de doloroso morado. La mancha se extendía por su esternón, donde empezaba a amarillear con indicios de curarse.

―Cuanto “mejor” haga el Pacto, menos tengo que pagar por ello. Con mentes débiles como las de los animales es casi gratuito, pero siempre hay un precio incluso con el factor sorpresa. Puedo cambiar lo mismo que busco, pero como comprenderás, no voy a regalar mi voluntad tan libremente como busco la de otros. Aunque alguna vez la he aprovechado para librarme de algún recuerdo vergonzoso que me atormentaba, normalmente pago con mi propia salud.

»Es lo único que no puedo comprar de otros directamente. Mi cuerpo se hiere a sí mismo hasta alcanzar un precio adecuado, que luego me toca ir curando con mi Sanación. Normalmente escojo hacerme heridas, pero alguna vez he probado a inmunodeprimirme si puedo permitirme un resfriado. Para este médico he acabado con esto y una hemorragia nasal que me ha obligado a cambiarme de ropa para visitarte, y los hematomas tienen mucho mejor aspecto que al principio, créeme.

»En fin, ¿qué te parece mi Habilidad? Complicada pero útil, ¿no? ―Claire entrecerró los ojos y Blake torció el gesto―. Al menos admite que lo has pasado bien con la escapadita.

Claire suspiró. Mientras encontraba las palabras adecuadas, aprovechó para abrocharle los botones de la camisa, tanto para ocultar las heridas y Marca como por el cariño del gesto.

―Cuando nos atacaron los rastreadores hiciste lo mismo conmigo. Tomaste mis manos, me pediste huir y así lo hice.

―Es cierto.

―Y no es la primera vez.

―No exactamente ―desvió la mirada, la culpa pesando sobre sus facciones―. Fue la primera ocasión en la que ejercí una coacción tan directa contigo, pero no puedo negar alguna sugestión puntual… e involuntaria ―sus iris volvieron a mirarla, serios y arrepentidos―. Sé de la dudosa moralidad que entraña el control mental, Claire. He vivido con ese estigma toda mi vida y no solo por conocimiento propio, pues incluso mis padres me aleccionaron de niño. Sin embargo, es difícil evitar siempre algo que me es tan natural como respirar o comer.

»Por ello, lo siento por las veces que sentiste esa inclinación, aunque no puedo disculparme por lo del bosque: lo hice para salvarnos a los tres.

A pesar de la convencida severidad de su declaración, Claire podía vislumbrar la culpa que manchaba sus sílabas. Por ello, no le costó aceptar tanto su disculpa como el desesperado uso que le dio a su don. Tal vez, de haber estado en su lugar, ella habría hecho lo mismo.

―Lo entiendo ―le descubrió y un intangible peso se liberó de sus hombros―. Tampoco creo que me “convencieras” a menudo, pues solo lo noté durante el ataque. Eso o eres muy bueno.

―Es lo primero ―rio él, más aliviado―. No mentí cuando te dije que soy pésimo con la magia, incluso aquella con la que nací.

―Aun así, es un don impresionante… Y no puedo negar que me ha venido bien esta escapada. Sobre todo por la merienda.

―Eh, ¿tan poco te importa haberme derrotado?

―No ha estado mal, no ha estado mal ―admitió ella, entre risas―. Aunque ahora me he quedado con la duda de cuál será realmente mi Habilidad.

―Seguramente nos expliquen pronto sobre el tema, pero podríamos investigar por nuestra cuenta. En las bibliotecas de la Sede habrá registros de Habilidades de Elegides anteriores. Yo me acuerdo de algunas famosas. En general son dones simples, pero con reglas complejas: control mental como lo mío, distintas formas de adivinación específica, leer la mente o las emociones de los demás a través del contacto o mirando a los ojos…

―¿Qué?

―Las subramas de la Telepatía son comunes entre Elegides ―asintió Blake― y suelen depender del contacto visual directo.

―¿No es normal adivinar las emociones de otros al mirarlos a los ojos?

Él frunció el ceño. A Claire se le cortó la respiración.

―Hasta cierto punto, pero… ¿Claire?

Antes de poder recuperar el aliento, ambos se giraron hacia las puertas recién abiertas. Dos caras conocidas entraron en la sala. Los pocos aprendices que quedaban se revolvieron nerviosos, agrupándose para ocultar las huellas de un duelo que tal vez no estaba tan permitido como Blake y Claire asumieron.

No obstante, Andrew ignoró las armas y centró su atención en los dos combatientes. Tras su sombra emergió la cabeza gacha de Ángela, quien avanzó al lado del Consejero.

Su visión golpeó tanto a Blake como a Claire, cambiando su estupor con el súbito deseo de correr a sus brazos. Pero no podían hacerlo. Un muro se había levantado entre la tríada que siempre quiso permanecer unida, una separación que hundió a ambes Elegides en la soledad a pesar de la promesa y expectativas de acompañarse en su desgracia.

Entonces Andrew anunció:

―Estimados aprendices del Consejo, me complace presentaros a les primeres Elegides de la nueva Profecía. Estáis ante Blake el Primero, Claire la Segunda y Ángela, la Tercera.

 

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