Control
Lo primero que hizo Claire fue
llevar la mano a la espada. Sus dedos rozaron la empuñadura y su vista saltó de
árbol en árbol, buscando a los enemigos que los acechaban. Estaban en un buen
claro, tenían una buena visión de sus alrededores a pesar de la bruma.
Había entrado
en guardia, pero no compartió su preparación con el resto. Y Blake sí lo hizo:
—¡CORRED,
VAMOS!
El grupo echó
a correr, como si se asustaran más por la súbita orden que el inminente
combate. Desorientada, Claire quedó en la retaguardia y optó por mantenerse
allí, confiando en proteger a sus compañeros de cualquier ataque por detrás.
Las ramas azotaban sus rostros y arañaban su piel, la premura ignorando el
cansancio acumulado por el viaje. El candil de Grey tintineaba en sus manos y
el cetro de Ángela era un faro entre hojas y cabezas. Marcaba su posición, pero
solo para sus amigos, pues sabían que los shirizas eran ciegos a su luz.
Sin embargo,
las luces de poco servían entre follaje y niebla. Teniendo que correr a ciegas
la mayor parte del tiempo, Claire se guiaba más por los jadeos y pasos de sus
amigos, el tintineo de mochilas y ropas, y las decenas de siseos que ignoraba
si formaban parte de su imaginación o no.
No vio la rama
que la hizo tropezar, rodando sobre sí misma. La tierra le robó la imagen de la
chaqueta de Grey corriendo delante suya y, cuando volvió a levantar cabeza,
solo había bosque ante ella.
La adrenalina
le calmó el dolor por la caída. Se levantó rápidamente y reanudó la carrera
esperando ver un rastro de luz, las siluetas de sus allegados, pero la niebla
los había engullido.
Ralentizó el
paso, calló su aliento, esperando escucharlos allá donde su vista no llegaba.
En medio del creciente pánico, estuvo a punto de llamarlos a voces cuando un
estremecimiento salió a reprenderla:
«Los shirizas
no tienen ojos, pero sí oídos. Cierra la boca».
Aunque ni
siquiera veía la Sombra a sus pies, decidió obedecer y prepararse para un
inminente ataque. Desenvainó su arma y una mueca de dolor le cruzó la cara,
obligándola a cambiar a la izquierda. Aunque los Sanadores habían cumplido, un
día de descanso no bastaría para curar su muñeca.
Al cambiar de
mano fue cuando se acordó de la baliza. Vio los puntos de sus amigos
parpadeando en una dirección, cada vez más lejanos, y reanudó la marcha a
trote. Un sudor frío le bajaba por la espalda, deseando que el ruido de sus
pasos no delatara su avance. Los segundos se hacían minutos y estos le parecían
una eternidad. Su mente estaba alerta, casi desligada de aquel cuerpo que
avanzaba como un soldado de juguete. Prestando atención a su respiración
cansada, a los fuertes latidos de su corazón y a cualquier ruido que quebrara
aquel tenso compás.
Cuando la
armonía se rompió a sus espaldas, deseó encontrarse con una cara conocida.
No tuvo esa
suerte. La Sombra exigió y Claire lanzó una estocada directa al corazón del
enajenado. Sin tiempo para pensar, solo obedeció al girarse y asestar un corte
horizontal al siguiente, rematándolo con agujas de hielo.
Y así, comenzó
a luchar, obligándose a ignorar su dolor y centrándose en salir viva de aquel
lugar. Sus movimientos eran tan rápidos que ninguno de sus enemigos lograba
tocarla antes de morir a sus manos. El tercer shiriza cayó ante ella,
ahogándose en su propia sangre por el tajo que recibió en el cuello. Sin tiempo
para terminar con su sufrimiento, Claire se volvió para matar al cuarto de otra
punzada limpia, esquivando la espada que dirigía hacia ella. Con la mirada
perdida de un autómata, Claire hundió su arma en el pecho del rival antes de
empujarlo al suelo y apuntar al cuello del siguiente enemigo…
Que resultó
ser Blake.
Este se quedó
inmóvil, mirando sorprendido el arma que lo apuntaba, antes de deslizar sus
pupilas hacia ella. Claire, con sus ropas cubiertas de sangre y respirando con
fuerza, mantenía firme su posición. El silencio de la Sombra era distinto al de
otras veces. Tenso, como invitándola a recordar aquel duelo donde exigió la
muerte de su amigo. Su brazo comenzó a temblar, la reminiscencia trajo culpa y,
al final, fue un tercero quien apartó el acero.
Ajeno a las
implicaciones de aquella escena, Firo miró a Claire y le pidió silencio con un
gesto. Ella asintió y finalmente guardó su espada, sin importarle la sangre que
goteaba por la hoja. Mientras, Firo se colocó entre Blake y ella, posando las
manos en los hombros de sus compañeros. Bajó la cabeza, susurró unas palabras
que escaparon a la comprensión de sus aliados, y se movieron sin dar un paso.
Cuando sus
pies volvieron a tocar el suelo, Ángela y Grey estaban frente a ellos.
Las piernas le
fallaron y Claire se desplomó. Blake la siguió poco después y Ángela se
arrodilló junto a ambos.
—¿Eso ha sido
un portal? —preguntó Claire, la cabeza todavía dándole vueltas.
—Solo un
teletransporte rápido —contestó Blake en lugar de Firo. Miró a este último y seguía
de pie, inmutable—. Deberías habernos avisado. No estamos acostumbrados a
ellos.
—Lo siento —se
disculpó Firo, tendiéndole una mano para levantarse. Ángela y Grey ayudaron a
Claire—. Pero era lo más rápido para reunirnos.
Una vez en pie,
la mano de Claire volvió a deslizarse hacia su espada. Intranquila, vigilando
sus alrededores con el vello de la nuca erizado y sangre ajena enfriándose en
su ropa. Ángela le frotó el hombro.
—Lo siento
—decía, intentando calmarla—. Había mucha niebla y, cuando quisimos darnos
cuenta, ya no estabas con nosotros. Blake y Firo retrocedieron para buscarte,
pero Grey y yo quedamos rezagados también y…
Un ruido llamó
su atención y Claire se giró de un respingo. Los arbustos tras ella estaban
quietos, no como su mente. La paranoia bailaba con sus instintos y Ángela le
apretó el hombro antes de girarse hacia Firo.
—¿Puedes
volver a movernos? Teletranspórtanos a Máline, o al hospital de nuevo. Donde
sea, lejos de aquí.
Firo chasqueó
la lengua.
—No puedo
hacer un teletransporte a tanta distancia y menos con tanta gente. Necesitaría
abrir un portal…
—Entonces
hazlo —declaró Claire y Firo titubeó en respuesta—. Tienes nuestro méner y
estamos en un espacio abierto. Tienes las condiciones…
—No sé si
tendremos tiempo —negó él, inexpresivo. Sus iris bailaron de un lado a otro.
—¿Por qué no?
En las celdas dijiste ser capaz de crear uno en cuestión de minutos.
—¡En las
celdas tenía las runas preparadas! —exclamó—. Al igual que en la sala donde
huimos… —volvió a mirar a sus alrededores, su nerviosismo un reflejo del de la
propia Claire—. Necesitaría tiempo. Bastante más.
—¿Cuánto?
—inquirió Grey—. Porque igual nos renta avanzar con teletransportes cortos para
despistar.
—Ni en broma, acabaríamos
fatal —saltó Blake—. Yo echaría hasta la primera papilla.
—Y también me
cansaría más que hacer un único portal —añadió Firo.
—¡Un momento!
—intervino Ángela—. ¡¿Y por qué no dijiste de llegar en portal hasta Máline
antes?!
—¡Basta!
El grupo
entero enmudeció ante el bramido de Claire. Ella mantuvo el semblante, con
tanta concentración como le permitía la angustia del tiempo perdido y el
zumbido de la Sombra en su nuca, pidiendo tomar una decisión. La presión le
impidió sentirse culpable por el grito.
—No hay tiempo
para esto. Ángela, Firo no puede llevarnos a sitios que no conoce a no ser que
alguien le indique. Si te damos destino podrás, ¿no?
Firo levantó
la mirada y asintió levemente. Una gota de sudor le cruzó la cara, testigo del
estado que el joven intentaba esconder, revelando sus motivos para no plantear
aquella solución desde el principio.
Aunque hubiera
recuperado color, boca y nombre, el mago parecía más débil que cuando vivía en
las celdas. Si ya de niño tenía un cuerpo esbelto, de mayor parecía como si se
hubiera estirado únicamente a partir de su masa de joven, con la piel pálida y
una fragilidad que hacía difícil creer que hubiera aguantado aquel día y medio
de caminata.
Su respiración
agitada era otro indicativo de ello.
—La cuestión
—continuó Claire, sin desviar la mirada de él— es si tendrás suficiente fuerza
para crearlo.
Firo abrió la
boca cuando los shirizas emergieron de sus alrededores. En un instante, cuatro
rostros escamados fijaban sus inertes miradas en el grupo. Blake, Ángela y Grey
se volvieron hacia ellos, pero Claire mantuvo la vista en Firo, en sus iris que
se abrían y revelaban tanta determinación como intención de ayudar.
—¡No! —le negó
ella, rápidamente—. ¡El portal! ¡Céntrate en ello!
Y se giró
sabiendo que aceptaba sus órdenes. Desenvainó y dedicó un gesto a Blake, quien
hizo lo mismo. Un destello de sonrisa, un “todo va a salir bien” que transmitió
sin necesidad de voz y que llegó hasta Ángela, a su otro lado.
Entonces
Claire enfrió su muñeca, movió su hoja y dio inicio al combate.
Cortó el brazo
que sostenía el arma del enajenado ante ella, rematándolo con una rápida
estocada y con ambas manos en la empuñadura, para reforzar la muñeca mala. A su
lado, Blake asestó un golpe devastador con su espadón al siguiente shiriza. El
olor de sangre y sudor quedó sometido al hedor de la carne ardiente, las llamas
conteniendo unos cuerpos que insistían en avanzar ignorando todo dolor. Grey
lograba dispersarlos de vez en cuando con oleadas de viento, dando tiempo a que
el fuego se cobrara sus víctimas y que las espadas encontraran un lugar donde
acabar con ellos.
Ante todo, la
cacofonía de sonidos se imponía entre ellos. Los disparos de Grey y los gritos
de sus amigos, los siseos enemigos y el dictado de su Sombra, a veces calmado,
otras más exigente.
«Dame el
control».
Y, de fondo,
el murmullo de las recitaciones de Firo amparadas por los esfuerzos de cuatro
Elegides. Una retahíla de términos en un tono monocorde el cual, dadas las
circunstancias, era increíble que pudiera mantener durante tanto tiempo. Ni
siquiera calló cuando el filo de Claire rozó su cara, clavándose en el hombro
del ser que pretendía atacarle por la espalda.
El mago le
mantuvo la mirada. Parpadeó con un “gracias” mientras sus labios seguían
recitando automáticamente como ajenos a sus emociones. Claire reprendió a Grey
y este se disculpó volándole la cabeza al shiriza que dejó pasar en su descuido.
«Dame el
control, ¿no ves que casi lo matan?»
Tomó aire,
dejando que las exigencias de la Sombra se difuminaran entre sus pensamientos.
Vio a Blake alzar su arma con ambas manos y dejarla caer con todo su peso en la
cabeza de otro shiriza. Se preguntó si sería la primera vez que mataba a
alguien, o si lo habría experimentado ya en la batalla del Consejo. Sea como
fuere, la supervivencia se antepuso a la culpa, teniendo que volverse para
detener la embestida de un segundo enajenado. Claire ralentizó su avance con
hielo y Blake pudo eliminarlo, sin tiempo de piedad.
Los
remordimientos de Ángela, expresados en confidencia con sus amigos, tampoco
brotaron mientras jadeaba entre llamas y sangre. Los cuerpos ardientes
desaparecían antes de que sus vidas se volatilizaran, tal vez para evitar que
el calor dañara sus talismanes. No quedaba ni sangre de ellos, por lo que el
rojo de Ángela procedía de sus propias heridas. Compartía su flanco con Grey y,
aunque sus corrientes de viento apartaban a los enemigos, no lograban la
protección del resto. El tirador se exponía dejando que las espadas lo
atravesaran para rematar a quemarropa, pero guardándose de la magia de su
compañera. Los shirizas aprovechaban aquella separación para centrarse en la muchacha
y, a pesar de que les Elegides reaccionaban rápido, algún filo llegaba a
arañarla.
Claire veía
los errores de sus compañeros y la Sombra asintió con medida desaprobación. Ambas
sabían que no durarían mucho más así.
«Dame el
control —le repitió una última vez—. Ves la incompetencia que te rodea, fruto
del pánico y la inexperiencia. Yo no tengo de eso, ya te lo he demostrado. Si
queréis salir con vida no bastará con que obedezcas».
«Deberás
hacerme tu voluntad. Dame el control de tu ser… ¿o prefieres que tu
incompetencia mate a tus amigos?»
El ruido a su
alrededor, los ataques frenéticos y la exigencia de su interior terminaron
sobrepasándola. Su voluntad quedó sorda ante el estruendo y Claire aceptó por
tal de callar una parte de aquel infierno. La Sombra sonrió en su interior y
tomó sus venas, huesos y nervios como si se trataran de hilos y piezas. La
movió a su voluntad y Claire se dejó llevar por sus órdenes, ahora más
naturales, más cercanas, que extendió a sus compañeros.
—¡Blake!
¡Cámbiame el sitio, necesito que ayudes a Ángela! —gritó su voz, movida por la
Sombra.
Blake bloqueó
un ataque antes de responder:
—¡De acuerdo!
¡Cúbreme un momento!
Claire cubrió
de hielo a su rival y el mestizo pudo intercambiar posiciones. Ángela le dedicó
un gesto de agradecimiento mientras le depositaba una mano en el hombro, la
Sanación fluyendo. Grey los cubrió desde un lado, pero Claire tenía otros
planes.
—¡Grey, te
necesito arriba, echa a volar! ¡Así no tienes que esquivar a Ángela!
—¡Será un
placer!
—Y el resto,
centraos en rodear a Firo.
Con Ángela
cubierta con Grey desde las alturas, pudo canalizar las llamas con mayor
soltura. A distancia, hacía buen equipo con el tirador, sus ráfagas impulsando
el fuego y creando un muro que pocos shirizas atravesaban. Los pocos que
llegaban acudían devorados por el calor, sus músculos dañados de tal forma que
Claire y Blake podían despacharlos con facilidad.
Tal vez por
eso se confiaron. No esperaban que aparecieran dos enemigos más de la nada,
mientras sus compañeros magos contenían el ardiente muro. Los espadachines
estaban en duelo a uno contra dos de los shirizas cuando los dos nuevos
llegaron y se lanzaron directamente hacia Blake.
Este,
sorprendido por la aparición, apenas tuvo tiempo de bloquear los dos ataques en
vertical con su espadón en horizontal, levantándolo sobre su cabeza. Tuvo que
arrodillarse incluso para el golpe, dejando una apertura en su pecho.
Claire gritó
su nombre y la espada del tercer shiriza reclamó el corazón de su amigo.
Ángela se
volvió, Grey sorbió sangre por la nariz y los duelistas vieron cómo los tres
shirizas eran detenidos. Por un momento, Claire pensó en agradecer a su Sombra.
Creyó que el tiempo se había detenido una vez más, pero el color seguía en
fuego y hierba.
Los cuerpos de
todos los enajenados a su alrededor estaban rodeados por cientos de hilos
negros. Atravesaban y emergían de su piel escamada, dejándolos vivir con
respiración encogida, retorciéndolos hasta que soltaron las armas.
La voz de Firo
volvió a escucharse tras ellos y las espinas desaparecieron acompañadas de un
gesto de sus manos. Sus víctimas se desplomaron, agonizando unos segundos antes
de desaparecer. Todavía respiraban a pesar del brutal ataque.
Grey dijo algo
y Ángela levantó el muro de fuego. Claire no escuchó su conversación pues sus
ojos se volvieron hacia Firo, como si así pudiera encontrar la voz que marcó el
ritmo de batalla.
Pero aquella
última recitación había puesto el punto final a sus versos. Las espinas,
aquellas que ya empleó una vez contra Kasshere en su huida, se habían cobrado
su concentración. Desolado, el joven miró sus manos como si la culpa residiera
en ellas y no en el shiriza, en la propia Claire… No, su Sombra, que recogía el
castigo:
«Debería
haberle cubierto mejor».
El control se
rompió y Claire tomó una bocanada de aire al notar el regreso de su propia
voluntad. Blake, tras echar un vistazo a su alrededor, se centró en Firo y
apartó sus manos temblorosas para cogerlo de los hombros.
—Está bien,
está bien. Me has salvado. Gracias.
—No, no lo he
hecho —negó, evitando mirar a Blake—. Solo te he salvado para luego
condenarnos.
Con el portal
quebrado antes de nacer, no tenían escapatoria. Las hordas volvieron, esta vez
manteniendo la distancia. Sus pasos sincronizados permitían un silencio sepulcral
entre avances, formando filas alrededor de les Elegides y el mago que fue
prisionero.
Intentaron
retroceder, pero sus atacantes les esperaban a sus espaldas. Algunos se
acercaron e hicieron desaparecer los restos calcinados de quienes fueron camaradas,
sus talismanes probablemente inservibles tras el fuego. Claire entendió que así
hicieron con las víctimas de Ángela en el lago.
Esta pretendió
atacar, pero Grey le puso una mano en el hombro. Era una locura luchar contra
tantos, ambos lo sabían, y el tirador no era el único que había empezado a
sangrar por la nariz por el esfuerzo. Tal vez las manchas en la ropa de Ángela
no fueran solo por heridas.
Aun así,
Claire intentaba buscar una salida, una que la Sombra había dejado atrás en
condenatorio silencio. ¿Podría Grey elevarlos a todos o desfallecería por el
esfuerzo? ¿Podría Firo crear un teletransporte rápido, algo que les diera un
tiempo para escapar?
Pero los
segundos pasaban, el sudor, la sangre y el cansancio hacían estragos en sus
compañeros y su Sombra permanecía callada. Tal vez incluso ella estaba
demasiado cansada para detenerlo todo.
Entonces los
shirizas se desplazaron. Abrieron un camino en su centro y por ella cruzó una
armadura verde. El metal tintineaba con cada uno de sus pasos, en el choque de
la espada enfundada contra las grebas. Armada y con la visera del yelmo, a
primera vista alguien podría pensar que iba a luchar, pero la capa a sus
hombros, el bonito decorado de las placas y los rizos dorados escapando bajo el
casco denotaban que era una vestimenta de estatus y no de batalla.
—La Reina…
—murmuró Claire, y se giró para ver a Firo.
El cansancio
nublaba su expresión, aún jadeaba por el esfuerzo de las recitaciones y, sin
embargo, no sangraba como sus otros compañeros magos. El suyo era un
agotamiento diferente que por fin había hecho mella en la máscara que guardaba
sus emociones. Apretó los puños temblorosos y por ellos se escapó la furia… y
el miedo.
La Reina se
detuvo a un metro de Blake y la propia Claire. Firo quedó entre ellos, rezagado
por unos pasos como sus otros compañeros.
—Te dije que
volveríamos a vernos pronto, Delayer —le dijo, con la visera apuntándolo—. Tu
condena no ha terminado y tu valor reclama tu regreso. Acompáñame, sabiendo que
tu resistencia costará la vida de tus aliados.
Claire tragó
saliva. La voz de la Reina no tembló ni un momento. Su sentencia no era una
propuesta ni una orden, su amenaza residía en sus palabras y se ausentaba en el
tono. Kasshere Zasjara habló constatando un hecho: que quien fue el Sin Nombre
volvería a su celda y no había forma de evitar tal destino.
Y Claire no
podía aceptarlo. Ni siquiera se atrevió a mirar al reclamado, pues se negaba a
que aquella fuera la última vez que lo viera. Por fin había dado con la razón
de sus sueños, con una conexión con su pasado y el presente. Un suspiro entre
la calamidad que se anunciaba con la Marca en su piel.
No iba a
permitirlo. Claire dio un paso al frente, su postura reflejando la solemnidad
de la Reina como si así ella también pudiera evitar la sentencia, eludir al
destino que la Monarca anunciaba. De todas formas, su viaje ya tenía un objetivo
similar.
—No permitiré
que te lo lleves. No volverá a vivir solo en una celda, ¡nunca más!
Desenvainó y
sintió cómo la Sombra en su interior sonreía, haciendo eco de sus propias
palabras. Blake avanzó a su lado y también Ángela se deslizó junto a ella, con
Grey algo más rezagado. Reconfortada, solo la mención de su nombre rompió su
ilusión. Firo la miraba con su lamento cargado en aquel susurro.
Una carcajada
reclamó la atención del grupo, un eco metálico que escapó por el yelmo y se
liberó cuando la Reina bajó la boquilla.
—Conocía a
Claire, pero parece que has hecho más amigos en el poco tiempo que llevas fuera
—bajo la sombra del yelmo, sus dientes brillaron afilados—. Me veo en el deber
de halagar tu buen gusto, pues el Consejo también los tiene en alta estima.
Un escalofrío
subió por la espalda de Claire. La Marca le picó sin motivo físico y, cuando la
Reina fijó la vista en ella, sintió como si pudiera ver sus letras a través de
la ropa.
—No te
preocupes, lo de la celda es algo provisional. Me he dado cuenta de que tiene
aptitudes para algo más.
—¿Qué quieres
decir…? —murmuró Claire, siguiendo su mirada.
Firo estaba
pálido como la cera. Kasshere volvió a sonreír al ver su expresión.
—Así que eres
capaz de mostrar emociones.
Como también
hizo con aquel grito. Claire escuchó un silbido metálico y, antes de darse
cuenta, notó el metal en su cuello. Trató de esquivar, de girarse, pero la
Reina la agarró de un brazo atrayéndola hacia así. Fue un movimiento rápido,
más veloz que el de sus huestes y, en un instante, Claire estaba inmovilizada.
Blake y Ángela
hicieron eco del grito de Firo, incluso Grey dio un salto al frente. El mestizo
llevó las manos a la empuñadura de su espada deteniéndose solo cuando Kasshere
volvió a hablar:
—Usa ese
ridículo trozo de metal tuyo y la mataré. Bien sabéis que no os tengo tanto
aprecio como el Consejo.
Como
afianzando sus palabras, pegó aún más su espada al cuello de Claire, liberando
un hilo de sangre. El rojo se derramó por sus branquias, cerradas en una
estrecha línea apenas visible. El arma era amenaza más que presa, pues su otra
garra la retenía con sobrada fuerza. Blake bajó el arma sin ocultar su
frustración y Claire, con la misma expresión, llamó a su magia.
No obstante,
el hielo no apareció. Daba igual cuanto esfuerzo pusiera en llamarlo, el
contacto con aquella mujer parecía impedir que el méner se convirtiera en
magia. Su vista empezó a nublarse por el inútil intento. La Sombra en su
interior se revolvió, pero sus palabras no alcanzaron su conciencia. Sus
murmullos callaron cuando la Reina giró el rostro de Claire hacia su visera.
Sus ojos se reflejaban en el yelmo, incapaces de llegar a los de su captora en
un intercambio desigual. La estaba observando, aunque no sintió su presencia en
su mente.
—Tal vez me
haya apresurado con mi rechazo —pronunció, antes de volverse hacia el grupo,
hacia Firo—. Si tú no vienes, me servirá como un buen sujeto de pruebas. Es
más, podría sustituirte si llegáramos a tal extremo, aunque ninguno de los dos
queremos eso, ¿no?
Con puños
temblorosos y uñas clavándose en sus palmas, Firo avanzó entre Ángela y Blake.
El temor de sus manos no se reflejó en su voz, firme como su expresión:
—No dejaré que
la conviertas en uno de los tuyos.
El corazón de
Claire dio un vuelco. Con la Sombra recluida, sin idea alguna para salvarse, su
mente recordó a los shirizas bajo la lluvia, sus pasos al unísono y su avance
ignorante de dolor. Recordó los ojos verdes del dueño de su espada robada, sus
garras escamadas agarrándola antes de soltarla a las aguas oscuras. Aquella
mujer quería despojarle de su voluntad y convertirla en uno más de los
monstruos que la acompañaban, e intuía que sería buena para ello. ¿Por qué?
¿Por qué a
ella? ¿Sabría que ya seguía las órdenes de su Sombra? ¿O había algo más que
escapaba de su conocimiento? Algo que quedaba oculto como la mirada de la Reina
y los pensamientos de Firo.
—Entonces ya
sabes lo que debes hacer —continuó la Soberana—. Esta chica no es nada
comparada con lo que ayudarías a mi causa. Te prefiero a ti, y será mejor para
todos si te entregas voluntariamente.
Firo soltó
aire lentamente. Miró a Claire y esta negó con los labios, temiendo ya su
respuesta.
—Si voy
contigo, ¿qué sucederá con mis compañeros?
—Doy mi
palabra como Reina de que no les haré nada.
—No basta.
Júralo por la espada que portas en tus manos.
Claire frunció
el ceño, confundida. Era una estupidez hacerle prometer nada. ¿Por qué alguien
que había arrebatado cientos de vidas cumpliría ahora su palabra? Sin embargo,
al levantar la mirada hacia su captora vio como su confiada sonrisa había
desaparecido. Sus amigos tampoco parecían comprender aquella jugada y, pese a
aquella ligera vacilación, Kasshere cedió:
—Lo juro por
la Escama del Sol, la sagrada espada que porto en mis manos. Juro que no haré
daño a ninguno de tus aliados y los dejaré marchar a cambio de tu entrega
voluntaria.
Firo no desvió
la mirada de la Reina durante su juramento ni en el pesado silencio que se hizo
después. Con su rostro sellado y sereno de nuevo, obligándose a ello de alguna
forma que Claire no comprendía todavía, supo que su análisis terminó cuando dio
el primer paso. Rompiendo la tensa quietud del encuentro, el liberado caminó
para volver a ser preso.
Solo cuando se
detuvo frente a ella sintió el agarre de la Reina aflojarse. Su mente exigió
hacer algo, agarrar a Firo y salir corriendo, aunque supiera que estaban
rodeados. Pero su racionalidad se impuso cuando vio sonreír a Firo con
tristeza. Recordó donde estaban, las armas que les apuntaban, todo por aquella
mirada que parecía evocar el mantra de Blake:
Todo va a
salir bien.
«Debe tener
algún plan —pensó Claire, en un intento por excusar sus acciones—. Tal vez vaya
a teletransportarse en el último momento como hizo la última vez. Tiene que ser
eso».
Una parte de
ella se admitió que la Reina no volvería a caer en aquel truco. Levantó la
espada de su cuello y pasó a apuntar al de Firo. Aún con las piernas rígidas,
Claire logró moverse y regresar junto a sus compañeros. Ángela rodeó su brazo,
como temiendo que volviera a marchar, y Grey aguardaba tras ellos. Su sangre
difuminaba un aturdimiento que Claire sintió diferente al de sus amigos.
Esta vez, la
reina no usó sus garras para apresar a Firo, quien permanecía inmóvil con la
espada en el cuello. Sus labios pronunciaron unos versos que invocaron unas
gruesas cuerdas oscuras sobre la tierra. Estas reptaron como serpientes,
trepando por las piernas de Firo sin que este hiciera nada para apartarse.
Y entonces,
Claire lo comprendió. Firo no pensaba escapar, si no cumplir su pacto. Se
quedaría atrás como hizo al salvar a Carine, como Kasshere pensaba que haría
con Claire en la fortaleza, pues al parecer ya se sacrificó por ella en un
tiempo anterior a su memoria.
Un patrón de
comportamiento que la Reina conocía, aprovechándolo al jugar con las vidas de
sus amigos… O, al menos, ese era el trato.
Las mismas
cuerdas que trepaban por el cuerpo de Firo se dividieron como zarzas,
lanzándose hacia el resto del grupo. Ángela la soltó y retrocedió con un grito,
pero Blake y Claire no tuvieron tanta suerte y sus pies quedaron atrapados,
haciéndoles tropezar.
Los shirizas
que les rodeaban se acercaron y escucharon una segunda caída a sus espaldas.
Claire movió la mano hacia su espada y una cuerda aprovechó el gesto para
retenerla, pegándola a su cuerpo. Una segunda masa negra cubrió su empuñadura y
la de Blake, terminando de derribar al muchacho.
Incapaz de
girarse, Claire vio como Firo forcejeaba con su propia presa, más avanzada que
la de sus compañeros.
—¡Me
prometiste que no los capturarías! —le gritó a la Reina, con tanto asombro como
odio en su voz—. ¡Diste tu palabra sobre…!
Una venda
negra tapó su boca. Se revolvió, sorprendido por cuanto habían crecido sus
ataduras en tan poco tiempo, pero solo logró caer de rodillas.
Con la gracia
de la victoria, la Soberana se arrodilló frente a él y levantó su cabeza
tirando del flequillo escarlata, obligándole a mirar sus ojos cubiertos por el
yelmo.
—Las palabras
son solo palabras, no tienen valor en el mundo real —soltó el mechón y lo
apartó de los ojos de Firo. El odio había consumido la incredulidad y no tenía
razón para ocultarla—. Qué ojos tan hermosos, realmente te sienta bien ese
color, ¿no crees?
Una segunda
venda terminó de cubrir su rostro y Firo cayó al suelo. Las ataduras lo
arrastraron hacia el bosque, con la Reina y su séquito siguiéndoles en
sincronizada marcha.
Los shirizas
les abandonaban y Claire notaba que las cuerdas que la apresaban querían
arrastrarla con ellos, tirando de su cuerpo a medio ocultar. Escuchó un segundo
grito tras ella, ahogado a duras penas, y se estremeció al reconocer la voz de
Ángela.
—Ya está, ya
está. No hagas ruido.
Forcejeó para
volverse hacia la voz de Grey, pero no hizo falta porque sus compañeros
aparecieron ante su campo de visión, con Ángela aferrada al tirador y los dos
flotando un par de centímetros sobre el suelo. Las cuerdas hicieron amago de
lanzarse hacia ellos, rozando sus siluetas como si de viento se tratara.
Ángela ahogó
otro grito y Grey contuvo una mueca.
—Aunque no
sean méner puro, están cargadísimas de magia —logró decir, aún dolorido—. Duele
muchísimo. No voy a poder liberaros sin mataros en el proceso.
Claire procesó
aquellas palabras.
—Entonces
marchad vosotros —se adelantó Blake, casi consumido ya.
—No, ¡no lo
haremos! —exclamó Ángela, con la voz rota. Las lágrimas chispearon en sus ojos
y el fuego en sus dedos—. No voy a dejar que os capturen, ¡si vosotros caéis,
yo también!
Grey le tomó
del brazo con suavidad, bajando el fuego que se formaba en su piel. Sorbió
sangre por la nariz antes de decir.
—Con todo mi
cariño, Angi, pero el fuego no nos sacará de esta. A no ser que quieras
recuperar a tus amigos calcinados.
Ángela tragó
saliva y las lágrimas afloraron, sabiendo bien que no tenía forma de hacer
nada. Las zarzas tiraron y Blake empezó a moverse hacia el bosque. Claire
notaba el tirón de seguirle… Y el rumor de unos pasos que volvían.
Claire vio a
los shirizas regresar y gritó una última petición:
—¡Ángela!
¡Vete con Grey, por favor! Poneos a salvo y llamad al Consejo, solo así podrás
salvarnos —su amiga se giró hacia los shirizas y Grey aprovechó para
arrastrarla consigo—. ¡Por favor! ¡Te prometo que volveremos a vernos!
Los shirizas
aceleraron y Ángela le dedicó una última mirada vidriosa mientras se aferraba a
Grey. El chico miró a Claire a los ojos.
Aquel
arrepentimiento acerado se clavó en sus pupilas, tan sincero que resultaba
doloroso, tan fugaz que creyó haberlo imaginado. Un instante después, Grey miró
al frente y aceleró en el aire como un cometa, atravesando árboles con Ángela pegada
a él.
Los shirizas
marcharon tras ellos ignorando a los dos jóvenes que ya fueron capturados. Sus
siluetas fueron lo último que Claire vio, pero en su retina permaneció aquel lamento
plateado.
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