jueves, 9 de octubre de 2025

Colección de Cuentos 3

La Caballería, Ante Todo


La vida en la academia Blackwood era ajetreada cuanto menos. Los recién llegados corrían el riesgo de abrumarse entre caras nuevas y apretados horarios. Diligencia y disciplina eran exigidas por el profesorado, que vertía su conocimiento en las cabezas de sus oyentes. Cada año, las lecciones se sucedían y repetían hasta impregnar la psique del alumnado, puesto a prueba mediante aterradores exámenes.

Y de pronto, llegaba el último curso. La tensión acumulada se fundía con la nostalgia, pues pronto tocaría decir adiós a los compañeros de tal tumultuoso lustro. La convivencia se esfumaría al comenzar la vida de mago adulto y, aunque los lazos se mantuvieran, nada sería lo mismo.

Sí, aquella había sido una etapa llena de contradicciones. Las bromas entre amigos se intercalaban con el estrés de los exámenes, con estudios nocturnos y peleas por los trabajos en grupo. Todo tenía lugar bajo el techo de la academia Blackwood, siempre que cumplieras sus estrictas reglas…

O no te descubrieran rompiéndolas. Un grupo de alumnos de su curso, los mayores que debían dar ejemplo, repartió invitaciones como desafío a tantos años de estricto comportamiento. Una fiesta se celebraría el 31 de octubre en la academia, a la noche, cuando su acceso estaba vedado.

También estaba prohibido correr por los pasillos, pero Ricken y Harper echaron una carrera nada más cruzar las puertas. Enseguida dejaron atrás a los demás invitados clandestinos. Para ellos, su fiesta solo era una excusa para colarse. 

Llegaron a su destino y cerraron la puerta tras ellos. Harper cerró las ventanas para que el viento otoñal no les enfriara al empezar a sudar. Ricken, más bajito, se encargó de encender las velas. De la emoción, se habían quitado sus túnicas casi en la puerta. Allí, su uniforme, su identidad como estudiantes, quedaba relegado a un segundo plano.

Porque hoy iban a trasgredir otra norma de la academia. Situados el uno frente a le otre, sudando por la emoción…

Dieron comienzo a un duelo. 

Como reflejos en un espejo, los duelistas realizaron la reverencia de protocolo antes de esgrimir sus bastones de duelo. Su densa madera envainaba un estoque que, al descubrirse, convertía un arma de impacto en una afilada aguja. Como bastón, además, podía canalizar la magia como una varita algo más burda. En la versatilidad se hallaba su fuerza, en la capacidad de sorprender cambiando del corte al rayo, de raudas llamadas al viento y al peso de un impacto enfundado.

Y, sin embargo, ambos contrincantes eran ajenos a aquella virtud. Sin mediar palabra, decidieron que hoy empezarían con la modalidad de esgrima y marcharon a unir sus hojas. Se conocían demasiado bien para que sus gestos, sus pensamientos, fueran sorpresa.

Su destino quedó sellado cinco años atrás en aquella misma sala. Una clase que pretendía demostrar el reglamento de los duelos y que les colocó en extremos opuestos de la pasarela sobre la que ahora danzaban, una vez más. Cada esquiva del ágil Ricken era un desafío para Harper, aun cuando ya conocía sus destrezas. Saltaba, levantado por el viento, y se lanzaba sin miedo para ser detenido por el bastón de su contrincante, la densa madera disipando el impacto. Entonces, le defensore se convertía en atacante, pues su altura traía consigo fuerza, y la descargaba con el bastón haciendo de garrote. 

Pero Ricken también había aprendido de sus anteriores duelos. Cuando su hoja se tambaleó por el impacto de Harper, llamó a la brisa y esta lo retiró suspendiéndolo en el aire. La distancia le salvaba de los golpes y Harper reaccionó en consecuencia. 

Empuñó su arma como varita, apuntó al ligero mago y el rayo, su ofensiva favorita, aceptó su petición. Un destello dejó al trueno como recuerdo, volando hacia un Ricken tan desamparado como un pajarillo en el ojo del huracán.  

Su escudo llegó justo a tiempo, su llamada casi un grito de auxilio. El campo protector disipó la electricidad, pero no el impulso, y Ricken y su brisa salieron despedidos.  

Por un momento, Harper temió haberse pasado. Aunque siempre encantaban equipamiento y ropas para mitigar daños, la energía cinética era caprichosa y sus consecuencias fatales.

Sin embargo, como burlándose una vez más de elle y su preocupación, Ricken sonrió.

Con ojos chispeantes, dio una voltereta en el aire para apoyar los pies en la pared tras él. Dobló las rodillas para absorber el impacto y las estiró, lanzándose contra Harper estoque en mano.  

La hoja atravesó directamente su corazón.

Y Harper levantó las manos.

—Me rindo.

—¡¿Me rindo?! —repitió Ricken, mientras aterrizaba—. No, las palabras que buscáis son “el duelo ha concluido”, pues es mía la victoria. ¡Es bien diferente!

—Si así lo deseáis —concedió Harper, asintiendo con nobleza—: El duelo ha concluido, la victoria le pertenece, Lord Ricken.

Ricken hizo una mueca, sin importarle el poco decoro del gesto. Al notarlo, Harper suavizó su expresión para añadir:  

—En realidad, su voltereta de trapecista valdría como dos victorias. 

Aquel comentario, desprovisto de tanta formalidad caballeresca, hizo efecto en Ricken. Se permitió una orgullosa sonrisa que Harper no le reprochó, pues el desafío amistoso se contemplaba en su relación. 

—Acepto su juicio. Mas os advierto que, tras el siguiente duelo, serán tres victorias a mi favor.

—Para atenderlo debo estar dispueste.  

Ricken parpadeó, recordando que era su mano la que mantenía la aguja. La retiró tan rápido como la ensartó, comprobando que las letras inscritas sobre ella seguían brillando.

—Estoy bien —lo tranquilizó Harper, palpándose el lugar donde fue atravesade. No había marca alguna en su camisa—. El encantamiento seguía activo. Si no, no estaría hablando con usted.

—Aun así, mejor curarnos en salud —suspiró Ricken.

Habían estudiado juntos aquel encantamiento y la fortificación de vestuario tras algunos accidentes en sus duelos clandestinos. No era lo único que habían aprendido en compañía el uno de le otre, pues las técnicas que exhibían procedían de sus mismos libros. Comenzaron su aprendizaje en separado, pero, tras varios encuentros en la biblioteca, terminaron juntándose para estudiar. 

Otras tantas veces quedaban para leer los libros que inspiraban a ambos. Historias de valerosos magos cuyos logros trascendieron la muerte, convirtiéndose en héroes de tinta. Caballeros versados en la hechicería que usaban su mente y destreza para abatir villanos. 

Y, en todas esas historias, siempre estaba la figura del Rival. El antihéroe que ejercía de obstáculo a superar, que motivaba al héroe y a sí mismo para mejorarse en una cordial competición. 

Por eso, a pesar de sus profundos lazos, Ricken y Harper nunca se definían como amigos. Eran Rivales y no les temblaba la voz al declararlo. Los novatos quedaban aturdidos ante su efusividad. Sus compañeros de curso suspiraban con hastío, acostumbrados ya a sus extravagancias. 

Su curiosa relación llegó incluso a oídos de sus profesores, pues siempre que practicaban enfrentamientos se exigían como contrincantes. Su entusiasmo, que al principio resultó simpático, se volvió tedioso al repetirse cada semana. Alegando que la variedad les haría bien, Ricken y Harper llevaban años sin enfrentarse de forma oficial. 

La academia vetaba los duelos recreativos, por lo que solo la clandestinidad les permitía entrenarse. Sus escapadas daban pie a rumores, sobre todo entre nuevos estudiantes. Su excusa de “marchamos a fortalecer nuestras almas en el noble arte del duelo” no convencía a aquellos ávidos de dramas del corazón.

Y aquella era una noche perfecta para ello, con un primer combate excelso. Se dedicaron una reverencia y estrecharon la mano, como exigían los códigos de caballería mágica. Después, Ricken acercó sus túnicas con una brisa, las usaron de manta y se sentaron en el borde de la pasarela. 

Como siempre, escogieron la vieja sala de duelos para su contienda. Llevaba en desuso desde que un chavalín entusiasta, en su primera práctica, decidiera desprender la lámpara de techo para derrotar a su Rival. 

A Ricken le pareció una idea excelente. A Harper también, tal vez porque logró esquivarlo a tiempo. Pero el instructor, dirección y el equipo de mantenimiento no supieron apreciar tal brillante estrategia. 

Dirección aprovechó el desastre para reconvertir la estancia: movieron las prácticas de duelo a la sala de entrenamiento y la vieja quedó relegada a almacén de polvo y peleles deteriorados. El escenario en forma de pasillo, del ancho de tres personas, era rodeado por una pequeña grada. Desperdigados por los asientos, los maniquís eran el fiel público de sus luchas. Sus esqueletos de metal chirriaban al moverse y su carcasa externa, de madera, se erizaba en astillas. 

A pesar de su siniestra vigilancia y la capa de polvo que impregnaba el ambiente, los duelistas habían convertido aquella sala en su refugio, el inicio y testigo de su historia. Como de costumbre, Ricken sacó un saquito de galletas, usando la cortesía como excusa. 

—Hay que nutrir cuerpo y mente, mi Lord —dijo, ofreciéndole una a Harper.

Su Rival la aceptó. Le propie Harper había traído también un poco de pan y queso para picotear después, noticia que Ricken recibió con genuino entusiasmo. Harper siempre era más rígide a la hora de interactuar, inflexible en su papel de Lord. Aunque Ricken también admiraba las épicas que inspiraban sus roles, era Harper quien marcaba los límites de su relación, regidos por formalismos en habla y cercanía. La templada cortesía solo se derretía con bravuconerías, pues la consideraba incentivos para su competitividad.

Por eso, Ricken aprovechaba cualquier oportunidad para relajar sus roles. Aunque apreciara su curiosa relación, no podía negar que anhelaba ser su amigo además de Rival, sobre todo tras tantos años juntos. 

El picoteo ayudaba a sacarle una sonrisa sincera a Harper. Por muy estricte que fuera, apreciaba la buena comida… y la compañía. O eso quería creer el alegre Ricken.

—Citando las lecciones de nuestros maestros para excusar nuestro aperitivo, ya veo —comentó Harper, ajustándose las gafas con gesto soberbio—. Osadas palabras de quien está quebrantando sus normas.

—Como caballeros, compensamos toda norma infringida con nuestras nobles motivaciones —se excusó Ricken, pescando migas de la bolsita—. Además, nutrirnos es también parte del camino. Imagine, Lord Harper, que en nuestro incansable empeño olvidáramos la bondad del aperitivo y su ausencia nos llevara a la fatiga, al desmayo. Imagine entonces que el profesorado hiciera ronda por nuestro escenario. ¡Qué deshonra sería encontrarnos en tal estado!

—Nuestra infamia superaría nuestras valerosas intenciones, sí —coincidió Harper—. La discreción es siempre una buena virtud que practicar. 

Una sonrisa acudió a los labios de Ricken, escondiéndose antes de asomarse a ellos. Un grito en la distancia atravesó la privada quietud de su refugio, el preludio de una estampida de pasos. 

Los duelistas se miraron, compartiendo el mismo hilo de pensamiento: ¿Serían los demás alumnos? Extraño, su fiesta era en la zona opuesta de la academia.

Algo debía haber sucedido y, como futuros defensores de la justicia, debían investigar. Harper se levantó de un salto y Ricken le siguió, casi volando. La carrera llegó a su cénit delante de la puerta y ahora su estruendo se alejaba, adentrándose en los pasillos. Cuando abrieron, vieron perderse túnicas y voces jóvenes. Al menos, no eran profesores.

—Me pareció oír algo sobre la hora, ¿tal vez? —inquirió Harper.

Ricken frunció el ceño, más concentrado en la siguiente tanda de pasos.

—Lo ignoro, preguntemos a los que vienen. ¡Eh, pipiolos!

El nuevo grupo se detuvo en la intersección del fondo y Ricken corrió a su encuentro, aligerando su avance con pequeñas brisas. 

—¿Por qué lleváis tanta prisa? ¿Hay algún profe cerca?

—¿No os habéis enterado? —preguntó una alumna, que veía a Harper también acercarse—. Estabais en la fiesta, ¿no?

—¿Y si les han borrado los recuerdos? —exclamó un compañero suyo.

—No, estoy segura de que no estaban —intervino una tercera.

—¿Y si nos ha poseído para que los olvidemos? —volvió la primera. 

Ricken suspiró. Alumnos de primer año y ya entrando a hurtadillas en la academia. Cada vez empezaban más jóvenes.

—Ni yo ni Harper estábamos en la fiesta —explicó, presentándole con la mano— así que… agradeceríamos, no, exigimos, información sobre qué pasó. En nuestra ausencia. Porque no estábamos.  

Entre los grupos nació un breve silencio, suficiente para que las inseguridades de Ricken despegaran como dientes de león ante la brisa estival. Años asumiendo el rol de Lord Ricken lo habían condicionado a un registro y postura específicos en presencia de Harper. Un papel que, al interactuar con elle y terceros al mismo tiempo, tambaleaba sus palabras y confianza. 

Por suerte, su vergonzoso vaivén no fue la razón del silencio. De hecho, fue el nombre de Harper el que llamó la atención de los chicos.

—Harper… ¿de qué me suena?

—Ah, son la parejita del último curso. 

—No, no —intervino la primera, antes de que Ricken o Harper corrigieran—. Son los fanáticos de los duelos. 

Un familiar y funesto entendimiento ensombreció a los tres novatos. Acostumbrade a aquellas reacciones, Harper insistió en sus demandas y los compañeros se centraron. Les hablaron de la ouija celebrada en la fiesta, que resultó en la liberación de un espíritu y la posesión de una alumna. Al horror de la manifestación se le sumaba la amenaza del tiempo, pues o deshacían su aparición antes de las doce o esta sería permanente. 

Conforme hilaban su relato, los chavales los acompañaron de nuevo a su puerta, deteniéndose al terminar. Ricken y Harper los despidieron, conscientes de la curiosidad de sus miradas.

Entraron y cerraron la puerta tras ellos. Recapacitando por los sucesos averiguados, guardaron silencio hasta que Ricken logró romperlo: 

—Deberíamos ayudarles, ¿no?

Las dudas de Harper arrugaron su ceño, un gesto que no pasó inadvertido para Ricken.

—¿En serio te lo estás planteando? —exclamó él, rompiendo su cortesía.

—¡Pues claro que lo estoy haciendo, Ricken! 

Ricken parpadeó. Era la primera vez que lo trataba sin el título de Lord. 

—Estamos hablando de un espíritu enfadado, capaz de poseer a gente —siguió Harper—. Por el amor de los cielos, recuerda las lecciones de fantasmagoría. ¡No son enemigos que subestimar! Los chavales estaban asustados de verdad y con razón. Deberíamos largarnos. 

Aquella sugerencia golpeó a Ricken como una bofetada. 

—¿Largarnos? ¿Justo cuando hay gente que nos necesita?

—No nos necesitan a nosotros específicamente —siguió Harper, recogiendo ya sus cosas—. Pueden apañárselas solitos. Ni tú ni yo hemos tenido nada que ver.

—No con la ouija, pero es gracias a ellos que pudimos entrar.

Su argumento rebotó en une Harper que Ricken no reconocía. Su valerose Rival, la encarnación de la rectitud y la diligencia, se escondía con mirada esquiva y hombros caídos. 

Tendría que traerle de vuelta.

Irguió la espalda, pidió a la brisa que acercara su bastón y se apoyó en él para emitir su juicio:

—El fin último de nuestros entrenamientos es alcanzar el ideal de caballería, debo recordarle. Cumplir el código que recoge las virtudes y deberes del Mago Caballero, siendo su mayor obligación proteger a los desamparados de la injusticia y el dolor —Harper suspiró y Ricken, como última baza, relajó la postura—. ¿No es eso cierto, Lord Harper? ¿O acaso con vuestra cobardía perdisteis también el honor?

Harper se irguió como movide por un resorte. La sorpresa tambaleó la sonrisa pícara de Ricken, pues elle también tomó su bastón.

—¿Son merecedores de socorro los necios? —contratacó Harper, tras ajustarse las gafas sobre la nariz—. Son incautos por llamar a los difuntos y, como tales, están condenados a bailar con ellos. 

Ricken parpadeó. Dobló la espalda y bajó el arma, susurrando sin floritura alguna:

—¿Crees que el espíritu los va a matar?

—No, no creo —respondió Harper, de nuevo estudiante—. Bueno, espero. 

—Harper…

—Lord Harper —corrigió con un carraspeo, recuperando su compostura.

—Mi Lord —sonrió Ricken—, seguimos atados al código por el que luchamos. Les debemos nuestra benevolencia, aunque sea en agradecimiento por nuestro último duelo. 

—Nuestro último duelo…

—El fin de nuestra era académica se acerca. Su horizonte está nublado de incertidumbre y apretadas agendas, más obstáculos para concretar nuestras clandestinas afrentas. La aparición, nunca mejor descrita, de tan singular malhechor podría ser un broche de oro a nuestra trayectoria. 

—Como una prueba final —comprendió Harper—. Nuestra primera y heroica gesta, ¡nuestra primera misión! 

Por fin, la chispa de Ricken se contagió a los ojos de Harper. Tendió la mano a su Rival, como concediéndole la victoria en un tercer duelo.

—Mis ojos estaban ciegos, oh, Lord Ricken. Tu voz llamó a mi cordura y desterró las sombras de mi corazón. Pues, aunque nuestra Rivalidad sea importante, su fin es prepararnos para derrocar la villanía. ¡Marchemos a esta fortuita prueba, pues!

—¡Victoriosos saldremos de ella! —exclamó Ricken.

—De carne a voz y de voz a tinta, ¡nuestras hazañas serán historia de la academia Blackwood!

Con la risa reverberando en sus gargantas, capaz de arañar los papeles que interpretaban, los dos magos se lanzaron a la puerta con renovada emoción.

Todo para descubrir que el picaporte no se movía.

Ricken retiró la mano, aturdido. Volvió a probar, pero era como si el puño se hubiera fundido con la cerradura, inamovible. Harper también lo intentó, entendiendo así la preocupación del otro.

Se miraron, contemplando cómo la confusión poco a poco se derretía en preocupación, en miedo.

Y entonces, una risa les heló la espalda.

Sobre el extremo derecho de la pasarela de duelos, como si de un nuevo contrincante se tratara, flotaba una persona… o más bien el recuerdo de esta. Su juventud se entreveía en sus rasgos translúcidos, entre los que destacaba una mueca impregnada de mofa.

Como buenos y entrenados combatientes, la valentía hinchó los pechos de los duelistas… y se escapó con sus gritos:

—¡El fantasma!

—¡¿Qué?! ¡¿Dónde?!

El fantasma se giró y los duelistas quedaron estupefactos ante la broma. 

—Ah sí, soy yo. ¡Qué tonto! —rio el espíritu, volviéndose de nuevo hacia ellos. Los contempló desde lo alto, analizándolos con pupilas muertas—. No me sonáis de la fiesta, ¿qué estabais haciendo?

Todavía aturdidos, los duelistas permanecieron callados mientras el fantasma descendía al escenario. Con las manos en la espalda, paseó la mirada entre las velas, las túnicas juntas y los restos de cena abandonados.

—Vaya, vaya. Qué ambiente más romántico tenéis aquí montado. Os entiendo, yo también preferiría estar dándome besitos en vez de ir a una patética fiesta. Lástima que no tuviera opción. 

Harper tartamudeó una réplica a la que Ricken dio voz, con recuperada firmeza.

—Os equivocáis sobre la naturaleza de nuestra relación, malhechor. He aquí a le ilustre Lord Harper y a mí, el valeroso Lord Ricken. Rivales y compañeros en el noble camino de la Caballería Mágica, marchando en su primera designación como tales. 

Mientras hablaba, marchó hacia la tarima y Harper no tuvo más remedio que seguirle, contagiándose de valor conforme hilaba su proclama:

—Con tu aparición nos has evitado el tedio de tu búsqueda —siguió elle, desenvainando su espada—. ¡Que sea nuestro acero tu juicio! 

—¡Te retamos a un duelo!

Ricken chocó su hombro con el suyo, levantando también su hoja hacia el espectro. El viento acudió, anunciando su presencia con una brisa entre ropas y cabello. Un destello se compartió entre estas, indicación de que Harper había vuelto a fortalecerlas. Al mirarse de reojo, con hombros juntos, sonrieron. 

Con aquella pose habían recreado la portada de una de sus novelas favoritas.

Sin embargo, el espectro no pareció impresionarse por tal exhibición de carisma. El hastío había quebrado su diversión, hundiendo sus hombros en un gesto familiar para ambos duelistas.

—Los duelos pasaron de moda mucho antes de que yo naciera —se quejó, levantando la cabeza de pronto, con ojos en blanco—. Y ya por entonces había mentecatos devora-libros como vosotros, que por cada diez palabras que escupían, once eran sobre honor. 

La burla acompañó su risa y el gesto de su mano, que señaló a los incautos. 

—Tanto da lo que hicieron, ahora están muertos. Tanto ellos como el honor que tanto defendían. Ni la tinta es eterna en el recuerdo, pero vosotros ni siquiera sois el borrador de un cuento. 

Ricken apretó el puño de su arma, reafirmándose cuando notó que Harper se tensaba igual. Al ver que mantenían su postura, el espíritu negó con la cabeza dramáticamente.

—Veo que sois igual de incautos que aquellos falsos héroes. La necedad también es deshonrosa, ¿sabéis? Pues vale, si tanto queréis morir… ¡jugaremos a los duelos!

El espectro volvió a sonreír, pero aquella era una mueca diferente a las anteriores. La perversa diversión casi quedaba opacada por la crueldad de sus facciones, desapareciendo solo cuando su cuerpo se hundió en las gradas. Tanto Ricken como Harper echaron la cabeza hacia adelante, intentando discernir algo entre la penumbra que velas y luna debilitaban. 

Al fin, algo sucedió. Comenzó con un pequeño temblor en los maniquís de la sala, uno que aumentó hasta que saltaron hacia la creciente montaña del fondo. Una mano se alzó entre el caos de peleles. Luego otra, y otra… Con espadas en sus manos.

Del caos de extremidades y cuerpos de imitación surgió una grotesca Amalgama, arrastrándose con las piernas y escasas manos libres que traía consigo. Se tambaleó al llegar al escenario, lo que no afectó a su impactante aparición. Un torso decapitado hacía de unión con un segundo par de piernas, levantando a la abominación como haría en un centauro. De este se erguían un segundo y tercer tronco, en sucesión. Del intermedio, primero en vertical, brotaban dos torsos más a cada lado, con cabezas tambaleantes y brazos pegados a hojas melladas. Al menos, el superior estaba desarmado, con su grotesca cabeza observándolos desde las alturas.

—¿De dónde ha sacado las espadas de verdad? —masculló Ricken.

—Esto es un almacén, las retirarían al acabar melladas —respondió Harper, y pronunció un segundo encantamiento. Ricken notó sus ropas aún más pesadas—. Recuerda que sus armas no tienen la protección de las nuestras. Una estocada en el corazón y adiós.

—Pero él no tiene corazón al que apuntar.

—¿Qué susurran sus excelencias? —interrumpió la voz del más allá, un eco entre el metal y la madera de su nuevo recipiente—. ¡¿No queríais un duelo?! ¡Pues alzad las armas y preparaos para él!

Y como una burla a sus proclamas, la Amalgama se lanzó contra los magos sin la reverencia que exigía el protocolo. Ricken esquivó de un bote a la estampida de extremidades, siendo recogido por la brisa. Harper optó por convertir su hoja en bastón, frenando a la criatura en un potente escudo de luz.

Desde lo alto, Ricken vio el retroceso de Harper, manteniendo el equilibrio aun empujade por el villano. La Amalgama y el espíritu en su interior advirtieron la sorpresa del mago volador, dándole voz:

—¡Veo que sigues bien tu credo, Lord Harper! Has preferido mantenerte en la pista a huir como ese cobarde. ¡Bien, a ver si aguantas esto!

Dos espadas saltaron de los brazos laterales a los superiores, descendiendo después sobre el escudo de Harper. Su luz se intensificó para hacerles frente. Gotas de sudor bajaron por su nariz y Ricken le ayudó con un segundo escudo.

El campo de Ricken empujó al de Harper, levantándolo de pronto y sorprendiendo al espectro y su grotesco títere. Sin perder el tiempo, la brisa arrastró a Harper hasta la pared donde Ricken le esperaba. Allí, le tomó de la mano libre y ambos rebotaron ingrávidos, volando sobre la criatura y aterrizando al otro lado.  

 —Las reglas no impiden salir del escenario si es mediante magia —explicó Harper, la espalda recta de nuevo—. Su ignorancia ante las normas resulta poco elegante.

—Además, la contienda se inicia con una reverencia —siguió Ricken, con igual suficiencia—, pero ya ha demostrado usted sus toscas formas con tan chabacana arremetida.

Un exasperado y gutural grito reverberó entre los huecos de la Amalgama. Su hastío casi silenció el chirrido de metal y madera viejos cuando empezó a girar en el escenario.

—¡Malditos niñatos pedantes! ¡No merecéis una reverencia mía!

En un momento, la Amalgama volvía a estar sobre ellos. Ricken volvió a saltar por encima, separándose de Harper al dejar su enemigo en el centro. El movimiento, que en un momento pareció brillante, perdió su lustre con la primera arremetida. Una espada cayó sobre Ricken, quien se apresuró a detenerla con su bastón enfundado. Sin embargo, la fuerza era mucho mayor a la que solía soportar. Acostumbrado a Harper, no pensó en fortalecer su bastón con un escudo y la madera se quebró. Ricken cayó de rodillas, todavía aguantando la presión del golpe a la que se le sumó una segunda espada. Al otro lado, Harper sufría un destino similar, intercambiando tajos contra el torso del lateral opuesto. 

Aunque lo hubieran rodeado, las manos armadas eran más numerosas que las de los duelistas. El torso que hacía de piernas bajó a mitad del escenario, quedando el resto con cada costado enfrentándose a los duelistas. El tronco superior intervenía de vez en cuando, moviendo espadas de un flanco a otro. Parecía ser el de mayor independencia, compensando la tendencia errática y lenta de los otros, más automatizados.

Un defecto que los duelistas no lograban aprovechar. El número de hojas competía con su destreza… y esta siempre fue entrenada contra el mismo Rival.

Así fue como ambos comprendieron su error. Entendieron por qué los profesores insistían en separarlos pese a querer entrenar juntos. Acostumbrados a sus defectos y talentos, convirtieron sus contiendas en una sincronizada danza, ignorando que una batalla real traería enemigos desconocidos. 

Ricken no encontraba en aquella fuerza la astucia de Harper, que medía sus golpes hasta dar con el mejor momento. Elle tampoco veía la agilidad de Ricken en aquellos tajos rápidos, pero torpes. La criatura no esquivaba, pues no había herida que le importara evitar. A pesar de tallar nuevas muescas en su cuerpo, la velocidad del combate le impedía dar cortes profundos.

Entonces, Ricken vio su oportunidad. Un súbito tambaleo resbaló las hojas que se apoyaban sobre su filo. Sin perder tiempo, llamó a la brisa para derrapar hasta Harper por el escaso hueco que quedaba frente a la Amalgama. Apareció a sus pies de le otre, justo cuando disipaba el escudo reflector con el que desequilibró a su enemigo.

—¡Ricken! —gritó, al verlo en el suelo.

—¡Lord Ricken! —corrigió este, feliz por verle de una pieza—. ¡Creo que intentar rodearlo fue mala idea!

—Coincido, ¡pero levántate!

Gracias a su mano y una brisa, Ricken se levantó de un salto. De mientras, la criatura aprovechó los brazos de su otro costado, los mismos que acosaron a Ricken, para estabilizarse. Sus piernas posteriores seguían fuera del escenario, tanteando su regreso.

Ricken estuvo a punto de objetar la ilegalidad de su pose cuando Harper lo llamó:

—Tu viento, ¿puedes empujarlo?

—Pesa demasiado. Tus escudos con rebote serían más útiles.

—No podré repetirlo contra él. Demasiado pesado, demasiada energía.

—¿Y tus rayos?

—Es madera, no conduce bien.

—¿Pero los árboles no atraían los rayos en las tormentas?

Harper le dedicó una mirada de incredulidad a través de las lentes. 

—Por favor, deja de leer novelas en clase. 

—¡Y tú de criticarme ahora! ¡Crea un escudo!

El grito de Ricken lo alertó más que la carrera de la Amalgama, de nuevo entera sobre el escenario. La estampida de miembros había acelerado hacia los duelistas y Harper abrió un escudo que Ricken apoyó. El resultado fue un estallido de luz que detuvo la carrera del enemigo, desequilibrándolo de nuevo. 

Esta vez, sin embargo, el espíritu y su marioneta habían aprendido de sus errores. El torso inferior se levantó para contrarrestar el impulso, ganando altura con sus cuatro espadas listas para el impacto. 

Pero Ricken no se dejaría atrapar de nuevo. Agarró a Harper y pidió al viento que los arrastrara hacia atrás. Las espadas cayeron con gran estruendo sobre el escenario. La cabeza del maniquí superior se tambaleó con el impacto, revelando sus juntas reforzadas con cerámica. 

Ricken parpadeó. Un recuerdo fugaz atravesó su mente, de Harper y él curioseando la estructura de los peleles de prácticas. Cerámica, madera y un esqueleto de metal componían sus cuerpos, maltrechos por el uso. 

Bajó la mirada a su bastón roto, el acero brillando entre astillas. 

—Lord Harper, el metal conduce bien la electricidad. 

—Lo sé, pero su esqueleto está aislado por madera y cerámica —contestó, sin mirarlo—. Y no tengo tanta potencia como para quemarlo con una descarga. 

—¿Y si llegamos a su interior? A su corazón.

Harper se giró con una contestación que murió en su boca. Cuando los ojos de Ricken brillaban así, era cuando más temible se volvía.  

—Vas a repetir el jaque de antes, ¿verdad?

Y Ricken sonrió, su estrategia revelada. ¿Cómo no entenderse tras tantos combates, tanto tiempo juntos? Cuando Harper le devolvió el gesto, lo sintió distinto a cuando se sonreían en los duelos. Más cercano, y no solo por estar hombro con hombro. 

Era reconfortante.

Harper se permitió relajar la espalda y Ricken, la poca formalidad que le quedaba. Enterrando el papel de Lord Ricken, proclamó:

—¡Voy a convertirlo en mi movimiento estrella!

Y con ello, despegó hacia la pared tras ellos. Harper, preparade, lo siguió desde el escenario mientras la Amalgama reanudaba su persecución. 

—¡Por fin habéis entendido vuestro lugar! —gritó el eco del espectro—. ¡Pero no hay escenario suficiente para huir!

—¡No estamos huyendo! —rio Harper, frenando de golpe—. ¡Estamos tomando impulso! ¡Ricken, ahí va!

Ricken repitió su voltereta de trapecista y toda la energía que había ganado en su vuelo se acumuló en el escudo que Harper extendió antes de la pared. El campo absorbió el impacto y, al igual que hizo con las espadas, lo devolvió.

Convirtiendo a Ricken en una bala.

Espada al frente se disparó contra la criatura. Sus hojas no le alcanzaron, demasiado lentas para detenerlo. La aguja dio en el blanco, clavándose entre la unión del primer y segundo torso.  

Y tal y como llegó, Ricken soltó su aguja y aterrizó junto a Harper.

Solo quedaba desear que estuviera bien clavada. Si no, lo suplirían con más potencia. 

Tomó la mano de Harper, rodeando el bastón que haría de varita. La electricidad fluyó entre sus cuerpos, entrelazando sus magias, la práctica de une compensando la torpeza del otro en llamar al rayo. Los electrones vibraron y su cabello se puso en punta. De su Rivalidad nació la cooperación y esta se manifestó en una brillante sinergia. 

Pues eran más fuertes juntos que como Rivales.

El rayo brotó del bastón hacia la espada que Ricken clavó en la Amalgama. La electricidad recorrió el camino que la aguja había abierto, llegando hasta el esqueleto y soporte de la criatura. 

Confirmado el impacto, aumentaron la potencia, sobrecalentando la madera que rodeaba al metal. Sensible al calor, no tardó en prender, y humo y gritos escaparon entre las juntas.  

—¡¿Qué?! ¡¿Qué habéis hecho?!

—Derrotarte —contestaron los héroes—. Fin del duelo.

Todavía sujetando el mismo bastón, dedicaron una reverencia a la pira de chatarra que fue su contrincante. El fuego acompañó al humo al exterior y, con un destello, vieron el eco de una persona huyendo a los pasillos. Sin mano que moviera sus hilos, torsos y brazos se desplomaron con un estruendo. 

Sin perder el tiempo, Harper extendió un escudo que Ricken reforzó para convertirlo en una cúpula sobre las piezas ardientes. Atrapado el fuego, el oxígeno se consumió lentamente hasta extinguirse.

—No está muerto, ¿verdad? —preguntó Ricken, pasado el peligro de incendio.

—Muerto está, pero sigue pululando por ahí —suspiró Harper. Apagó el escudo y se acercó para comprobar que no quedaban brasas—. Deberíamos avisar a esta gente de que es capaz de poseer cosas, no solo personas.

—Eso es inherente a un espíritu.

—Como la muerte, cosa que tú has preguntado igualmente.

Ricken le sacó la lengua y Harper sonrió, aunque sobresaltándose cuando Ricken dio un salto.

—¿No te pareció enfadado cuando prendimos fuego a su carcasa? ¡Igual es esa la forma de derrotarlo!

—¿Lo parecía? —inquirió Harper.

—Bueno, seguro que no le hizo gracia. Deberíamos comentárselo a los demás alumnos —Harper siguió mirándole y Ricken carraspeó—. Quiero decir, es nuestro deber, ¿no? Aunque luego nos marchemos.

Harper negó con la cabeza y Ricken alzó una ceja, un gesto inquisitivo que pronto se deshizo en sorpresa. Harper le había pasado un brazo por los hombros, estrujándolo con cariño.

—La unión hace la fuerza, por eso vamos a ayudar al resto.

Levantó el puño hacia él, un saludo que Ricken solo le vio hacer con sus amigos. Uno que nunca había hecho con él.

Pues, hasta ahora, solo lo consideró su Rival.

Chocaron puños y Ricken sonrió:

—La unión hace la fuerza —repitió. Después, añadió con sorna—: Y está en nuestro código ayudar a los demás, ¿no?

—Por supuesto, mi Lord. 

Tras un estrujón más, recogieron sus túnicas y abandonaron la sala. La habían dejado peor que tras su último uso oficial, el principio de su historia.

De su leyenda.


***


Nota de Contexto

Este relato corto en tus manos fue en su día mi propuesta a la antología “Dark Academia” de Akane Editorial. El relato no salió elegido, pero he pensado darle una segunda vida aquí para la que requiere dar el contexto bajo el que fue escrita. 

La historia debía ocurrir el 31 de Octubre en una academia de magia, donde unos alumnos se cuelan para hacer una fiesta y terminan despertando a un espíritu. Si no lo devuelven al otro lado antes de medianoche, sufrirán las consecuencias.

Los personajes del relato deben investigar cómo devolver al espíritu sin llegar a resolverlo, pues deberían reunirse luego con el resto para un final común. He cambiado el nombre de la academia y algunos detalles para separarlo un poco de su propósito original (además de pulirla un poco, jeje).

Decidí escribir sobre duelistas porque al parecer se me dan bien las escenas de pelea (o eso dicen algunos lectores de la Profecía del Mal). Sean lo buenas que sean, sí es cierto que me divierte tanto escribir sus coreografías como los personajes que hablan de forma pedante. (Sí, me lo pasé de miedo escribiendo este relatillo). 

Aprovecho este espacio para también agradecer a los betas que leyeron esta historia. así como a los lectores en general de este blog. Muchas gracias, seguiré publicando cosas en el futuro. 

Morgan (Mort)


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sábado, 28 de junio de 2025

La Perdición del Entomólogo: Cuarto Texto


Enjambre


Corté la mitad de mis cabellos para que me trataras de duque, pues no soy tan pretencioso como para pedir el título de Rey. Soy consciente de mi forma, ¡humilde al respecto! Pero a tus ojos no basta ni para ser muchacho.

En su lugar me ofreces ser Reina, aunque jamás pedí jalea ni Reino que gobernar. Mi posición es más abierta, entre la zalamería de los zánganos y el ímpetu de las obreras. Sin embargo, hay algo entre ellos y ellas que me destaca, que distingue mis zumbidos y lenguaje. Bailando estoy sobre la delgada línea de la discreción y la confesión, para no ser el clavo que recibe el martillazo.

Es ahora, que te lo cuento en privada confianza, que puedes verlo, ¿verdad? Mi comportamiento, singular, que no encaja en la casilla que se me asignó. Una postura burda, poco grácil. Un perfume marino, no floral. El nombre al que no respondo, pues jamás pude clamar uno propio.

Mírame y mira a otros tantos seres. ¿No ves la belleza entre lo atrevido, distinto y libre? Nuestra mirada puede ser un caleidoscopio, de cientos de perspectivas ante un ente, un paisaje, un yo. Somos más que una casilla, que un modelo, que un él o ella. ¡Es cruel reducir tantísimo la existencia de alguien!

Oh, pero no lo ves así, ¿verdad? Tu mirada se aferra a la simplicidad, al sí y al no que repudia los grises y espanta el color. Asientes con educada cortesía, aun cuando tus ojos reflejan la mentira.

Nunca será suficiente, mi cabello es un precio insulso.

Nunca será suficiente, mis zumbidos son agudos por mucho que los fuerce.

Nunca será suficiente. Por más que los sonidos y formas, sabores y aromas, sean una escala de miles de notas… Todo será forzado a la dualidad. Siempre deberás encajar en uno de los dos moldes. Si nos sentimos especialmente generosos, te permitiremos cambiar al de al lado.

Las colmenas se dividen en hexágonos para ahorrar espacio. “Son el modelo óptimo” zumban sus defensores y, sin embargo, a mí me impide estirar las alas.

Solo quiero fluir y escapar del nombre que me atrapa, pero las aristas de mi hogar no me dejan. Quiero ser más que una única opción, célula o idea, sometida al desconcierto de ojos simples. Quiero ser el ramo de flores silvestres, espinas y burdos cardos, por mucho que a tus ojos solo pueda aspirar a delicada orquídea. Quiero marchar sin oprimir mi corazón, jugar con mi imagen a través de un caleidoscopio y que no me caiga juicio por ello.

No pasa nada, tendré que ser mi propio enjambre. Construiré una colmena, un hogar, cuyas aristas se adapten a mí y no yo a ellas. Me vestiré con pétalos y espinas de cientos de flores y cantaré imitando otras miles de voces.

Seré un enjambre, sí, vibrante y libre, de tantos matices que será imposible atraparme en una única forma. Te diré entonces mi nombre, uno entre tantos que recogí, y te trataré de necio si insistes en clavarme la corona que jamás deseé.




Nota autore:
Mira, a costa de perder lirismo y belleza, este es mi escrito más explícito. Quien quiera entender, entendió, y si no que me pregunte jaja.

Este es un texto que llevo macerando año y medio porque no me convencía, algo que me pasó también con las Mantis. Cuando publiqué este último, usé el símbolo del enjambre para algo diferente al significado que tiene aquí, mientras que mantenía el simbolismo de la orquídea. Esto me hizo retrasar la publicación e incluso dividirlo en dos textos porque se me ocurrió la idea del caleidoscopio/ojo compuesto en contraposición al ojo simple (todo muy bichos, como siempre).

En fin, hoy es 28 de Junio y toca publicar algo de nuevo, así que me he hartado y he pasado un par de horitas dejando estos zumbidos y bailes bien bonitos.

Feliz y combativo orgullo LGTBI+. Soy no binario. Tránsfobo muerto, abono pa mi huerto.




miércoles, 30 de abril de 2025

Notas de Lore 2: Magia, Fundamentos

 

Fundamentos de la Magia

Primera parte de notas sobre el sistema de magia


Esta es la primera de las cuatro notas de Lore que he planeado acerca del Sistema de Magia en La Profecía del Mal, que tendrá los siguientes apartados:

  • Magia, Fundamentos: Estás aquí, ¡hola! 
  • Clases de Magia: Explicación rápida del árbol de Clases. Se tratará en profundidad en el futuro. Probablemente. 
  • Magia y salud: Consecuencias del uso de magia.
  • Magia, dones y escalas de poder: Detalles de magia más avanzados.

Como hice en "¿Qué es la Profecía?", voy a poner notas al pie con explicaciones de términos que aún no han aparecido en la historia o para indicar su momento de aparición. 

Asimismo, como habrá tanto gente que quiere aprender sobre los conceptos a medida que avanza la trama como quienes los quieren Ya de Ya, apuntaré cuándo salen para que puedas decidir si leerlos en esta nota o descubrirlos leyendo. Algunos términos como la "magia", "el méner" o el "Talento" se describen tan pronto en la historia que no he apuntado el momento de su aparición.

En cualquier caso, estas notas están pensadas para complementar las explicaciones de la historia o servir como repaso. Las uso un poco para mí misme también, tanto por tener una guía sólida para escribir como porque... me encanta escribir libros de texto sobre mundos imaginarios. Soy un nerd, sí. 

En fin, no os preocupéis por leer esto más allá que para satisfacer vuestra curiosidad. Lo necesario para entender la saga aparecerá en su debido momento en la trama. Vamos allá:



Dejas la nota que acabas de recoger y, al instante, olvidas su contenido, su existencia. No tiene cabida en este mundo, en este que se pretende construir. 
Has venido buscando información, y la encuentras en la pila de hojas que hay en el escritorio. A pesar de estar perfectamente apiladas, notas que el borde izquierdo es irregular: no es secreto que fueron arrancadas de un libro de texto.
Claire no quería cargar con un tomo tan grueso en sus viajes y prefirió llevarse aquello que consideró más importante. Guiada por sus amigos, tomó las páginas que le aconsejaron y las apiló en orden, buscando el momento para unirlas con hilo en  un práctico cuadernillo. 



1. El Méner y la Magia

    La energía mágica o méner es aquello que los entes vivos canalizan de forma constante por su cuerpo, siendo necesaria para su supervivencia. Fue creada y liberada en el Eclipse[1], y solo existe sobre la Tierra, desapareciendo en el espacio exterior. 

    Aunque atraviese a todos los entes vivos, solo se denomina magia cuando es moldeado por los magos. La magia, por lo tanto, se define como "la manipulación y moldeo del méner a voluntad del mago, un arte que produce alteraciones del entorno y/o entes, provocando diversos efectos". 

2. Relación de los entes con el méner

    Para el estudio de la magia, se acuñó el término de entes[2]. Esta palabra engloba toda criatura u objeto que se halla en el planeta, siendo clasificados según cómo interaccionen con el méner:

  • Entes vivos: Aquellos que son atravesados por el méner de forma constante. Este grupo incluye tradicionalmente a los animales y determinados objetos mágicos. 
  • Entes vacíos: Aquellos que son inertes al méner y solo son atravesados por él mediante acción mágica. Engloba a los objetos.
  • Entes semi-vivos: Categoría especial que incluye a los seres vivos que no son animales, por cuyos organismos el méner circula de forma más lenta. Esto incluye a las plantas, hongos y microorganismos.

    Esta clasificación es necesaria puesto que cada tipo de ente interactúa de forma distinta frente a la magia. Tanto es así que hay dos Clases distintas sobre la magia de Manipulación de Entes: los MEVA (Manipuladores de Entes VAcíos) y los MEVI (Manipuladores de Entes VIvos). 

    Por otra parte, los entes semi-vivos comparten características con vacíos y vivos de cara a la magia, por lo que su Manipulación es más compleja. Los mayores avances en este campo se dan en el actual Bando Neutral, a menudo por Brujos[3] y una pseudo-clase de magos conocidos como "Botánicos"[4].


3. El Talento 

    Para que una persona sea capaz de manipular el méner a su voluntad (es decir, hacer magia) requiere de un proceso llamado “desatar el Talento” que la convierte en un mago. 

    El Talento es un concepto abstracto que no hace referencia a ningún órgano o concepto físico notable por medios convencionales, definiéndose mejor como un mecanismo mental. La teoría más común lo relaciona con los genes que permiten a las ocho razas sobrevivir a la presencia del méner, habiendo aparecido estos tras el Eclipse. Este conjunto de genes estarían relacionados también con el control del méner, activándose ante determinadas circunstancias por mecanismos epigenéticos. 

    Hay tres formas convencionales de desatar el Talento:

  • Heredarlo desatado de los progenitores: Les niñes de progenie maga nacen con el Talento desatado, siendo su magia encaminada a las Clases a las que pertenecen sus progenitores o su aproximación más cercana, si son Recitadores[5]. La posibilidad de heredarse apoya la teoría de un componente genético, que explicaría los casos de nacimientos de magues en familias noma. Incluso en territorio metaloide ocurren estos nacimientos, que podrían deberse a activaciones espontáneas o mutaciones.
  • Desatarlo en una academia: El Talento puede desatarse por condiciones ambientales reproducibles en una academia. Ocurre en situaciones de alto estrés para le future mague y con alta presión de méner. Las condiciones son tales que algunes candidates abandonan el proceso a mitad.
  • Circunstancias excepcionales: Los requisitos para activar el uso de méner en la academia pueden darse fuera de esta. Es la forma menos corriente pues, como ya he dicho antes, el Talento que no se hereda solo se activa en condiciones de alto estrés y/o peligro [6].


    Aquellas personas cuyo talento no se ha desatado se denominan Noma.



Notas al pie:

[1]Eclipse: Aparece por primera vez en el Capítulo 5, Primera Parte. El Gran Eclipse es un evento que solo ha aparecido mencionado. 
[2] Sobre Entes: Menciono por primera vez a los entes vivos en el Capítulo 1, y a los vacíos en el Capítulo 2 (ambos parte 1). Tanto estos entes como sus Clases de magia correspondientes son mencionados a lo largo de la primera parte, siendo mejor explicados ya en el Capítulo 10. Los entes semi-vivos se mencionarán ya en la Segunda Parte.
[3] Brujería: Se menciona temprano en la historia, y se explica por encima a lo largo de la Parte 1. Clase de Magia Recitada que aplica sus artes siempre sobre entes. Sus recitaciones se llaman embrujos, y estos se clasifican según si aplican a entes vivos (enajenaciones) o vacíos (encantamientos) y si se basan en la luz (bendiciones) y oscuridad (maldiciones). 
[4] Se mencionarán en la Parte 2.
[5] Recitadores: Se menciona y explica a lo largo de la primera parte. Término que engloba a las Clases de Magia que emplean recitaciones predeterminadas para hacer su magia, en vez de dar forma al méner al momento y/o según su imaginación. Engloba la Hechicería y Brujería. 
[6]Escribir notas de lore es super divertido porque acabo de caer en que claro, una situación de estrés es por ejemplo una batalla en plena guerra. Imagina que eres une soldado metaloide y con la ansiedad de pelear te vuelves mague en vez de mearte encima. Jaja- EXECUTED. (*Lo anoto en mi documento de worldbuilding). 


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Notas de Lore, ¿Qué es la Profecía?

miércoles, 16 de abril de 2025

La Profecía del Mal, Segunda Parte: Capítulo 5

Escondite


¿Cuánto tiempo llevaba dormida?

Yacía encerrada como una oruga que espera el cambio en su crisálida, temiendo un destino que el insecto aceptaba y ella rechazaba. Pues aquella oscuridad se parecía más a la seda con la que una araña envolvería su presa, esperando el momento para dar el primer bocado.

Sentía su cuerpo encajado en aquellas ataduras, sedado mientras su mente flotaba en una bruma negra. Una parte de ella, la que aún la ataba con su carne, le pedía dejarse llevar en el consuelo del vacío y la niebla blanca, una nada pacificadora como la que usó para definir los años más allá de su memoria.

Pero la niebla donde flotaba era negra y no clara, más parecida a la de sus pesadillas. Esperó ver aparecer a su Sombra para su habitual hostigamiento, pero su presencia venía de todas partes y de ninguna a la vez.

Tiempo atrás, encontrarse en aquel mar de sombras la habría inquietado. Habría entrado en guardia esperando el acoso de su Otra Voz con sus crípticas acusaciones, temiendo las garras que se lanzarían contra ella. Sin embargo, aunque el rencor todavía ardía en su pecho, agradecía tener una presencia que la acompañara en aquella solitaria condena.

Sabía que jamás estaría sola. Mientras hubiera sol que proyectara negrura a sus pies, mientras su corazón siguiera latiendo, su Sombra viviría con ella… y cuando su conciencia quebrara, tal vez morirían juntas.

La oscuridad no se materializó. No dio muestras de leer el conflicto entre alivio y pesar que creaba en su corazón. Claire solo notó una ligera compresión de aquel espacio, como un parpadeo que permitió la llegada de otra voz:

—…esto no debería estar pasando. Es mi culpa, y por ello no debería… Eres más libre que yo, siempre lo fuiste. Ella no te necesita… No sé por qué.

«Tú puedes escapar. Sálvanos».

La voz desapareció y se llevó la niebla. Volvió a sentir su mente encerrada en su carne, atrapada a su vez en una negrura distinta. Su tacto era húmedo y frío, y entre sus grietas veía la luz del exterior.

En algún momento, las ataduras se aflojaron tanto que le permitieron moverse y terminar de separarlas por su propia mano. Los hilos de sombra se extendían por la que fue su red, más oscuros que ella, afilados al contacto.

—Gracias —murmuró Claire a la Sombra a sus pies.

Los hilos se desvanecieron, agotados.

«La Reina solo te capturó a ti».

Y silencio. Claire dejó descansar a su otra parte mientras terminaba de retirar las cuerdas, ayudándose de la espada. Por sus cortes manaba un gel que se secaba rápidamente en contacto con su piel, adormeciéndola.

Comprendió que las ataduras no solo limitaban su movimiento, pues el moco tenía un efecto sedante que todavía afectaba a sus sentidos. También inhibía la magia, como comprobó al intentar crear hielo sobre él. La Sombra debía haberlo evitado porque no tenía un cuerpo físico, ¿no? ¿O sus palabras implicaban algo más?

No recibió más explicación.

Con la Sombra exhausta y la muñeca dolorida, Claire comprendió que debía confiar en su hielo como arma principal, aun a riesgo de repetir su experiencia de las mazmorras. Tras comprobar que la mochila seguía a su espalda (menos mal), echó un vistazo al cielo. La niebla había amainado, podía ver el ocaso acercándose. ¿Cuánto llevaba dormida?

¿Cuánto llevaban Blake y Firo atrapados?

Se levantó, luchando contra el cansancio que intentaba apoderarse de su mirada. Respiró hondo y se internó en el bosque con pasos temblorosos que pretendían ser firmes. 



La comunicación con Claire había terminado demasiado pronto.

Intentó conectarse inspirado por las visitas oníricas de su hermana, animado por la Telepatía que había sido su voz tantos años, pero parecía que aún le quedaba tiempo para dominar aquella destreza en situaciones de riesgo. 

Debería estudiar aquel fenómeno una vez se liberara, pero su cuerpo no obedecía a sus órdenes. Había límites en lo que su voluntad podía mandar sobre la analgesia de su prisión. No le quedaba más remedio que esperar. Al menos, todavía conservaba la consciencia, que empleaba para lamentarse por sus decisiones. 

No obstante, no pasó por alto aquella sensación extraña que notaba a veces en las celdas y que le hacía sentirse observado, aún en soledad. Una que asoció a la presencia de Claire en su reencuentro, similar a su propia esencia. Aquel distintivo rastro le había guiado hasta su hermana, permitiéndole contactar con ella.

Debería estudiar aquel fenómeno una vez se liberara, pero su cuerpo no obedecía a sus órdenes. Había límites en lo que su voluntad podía mandar sobre la analgesia de su prisión. No le quedaba más remedio que esperar. Al menos, todavía conservaba la consciencia, que empleaba para lamentarse por sus decisiones.

Cuando vivía en las celdas, Carine le traía cientos de libros para leer en su compañía. La temática era variada: historias de ficción y relatos del pasado, pesadas enciclopedias, libros de texto sobre magia e incluso tomos de anatomía, los favoritos de Carine.

Entre tanta información, llegó a conocer la historia de Zes’Haris, el llamado Reino Shiriza. Sus majestades fueron gente noble y leal a sus súbditos, de ahí que su población fuera de las más monárquicas del Bando Mágico. Sin embargo, Kasshere Zasjara carecía de la bondad que debería haber heredado de sus predecesores.

Siempre que se nombraba un nuevo monarca este juraba sobre la Escama del Sol, símbolo de su monarquía. La hoja estaba encantada de tal forma que se enlazaba con su nuevo propietario y lo sometía a un voto de pureza ante el pueblo: No podía mentir sobre su filo.

«“Las palabras son solo palabras, no tienen valor en el mundo real” —se repitió a sí mismo, repasando una vez más aquella historia. Irónicamente, recordó que Kasshere fue una Recitadora de renombre—. ¿Qué sentido tiene esa frase?»

—Ninguno. Una Recitadora jamás despreciaría las letras.

La voz de Kasshere apagó sus pensamientos.



El manotazo de Ángela fue más fuerte de lo que ella había calculado. Grey soltó su mano, virando en el vuelo a través de los árboles. Salió despedida y el tirador, agotado y desequilibrado como estaba tras el viaje, acabó rodando encima de ella. Mochilas y armas salieron desperdigadas por la hierba. Boca abajo como estaba, Ángela no vio qué golpeó su cabeza.  

Cuando recuperó el sentido, se encontró con Grey chispeando de pánico. 

—¡Mira quién despierta! ¿Se puede saber qué estabas haciendo? —le gritó. Aún tenía la mejilla enrojecida, no debía haber pasado mucho tiempo—. ¡¿Sabes lo que podría pasar si desactivo Inalcanzable mientras atravesamos algo?! ¡¿Lo sabes?!

Ángela gruñó mientras se levantaba de la hierba. Aunque seguía dolorida por el golpe, transformó su frustración en ímpetu para acercarse a Grey.

—¡Me da igual lo que pueda pasar! ¡No sé por qué sigues huyendo! ¡Mírate! —le espetó, señalándolo con ambas manos—. Estás sangrando por la nariz y apenas te tienes en pie. Los despistamos en aquel agujero hace cinco minutos y tú te empeñaste en seguir huyendo… ¡¿Por cuánto tiempo?!

—¡Este bosque es de la Reina ahora! —contestó él, apurado—. Tenía que llevarnos lo más lejos posible o…

—Bastaba con escondernos y pedir ayuda, como dijo Claire… —Grey abrió la boca para replicar, pero Ángela lo cortó con un gesto—. ¡El comunicador! ¿Dónde…?

Grey señaló a su lado sin mirarla. La mochila de Ángela estaba abierta por completo y, entre los suministros desperdigados, se encontraban los restos del aparato.

—No, ¡maldita sea!

Dio una patada a la basura mecánica, ya sin importarle hacer ruido. Si tras el aterrizaje no les habían encontrado, tardarían en hacerlo. Además, Grey no parecía capaz de seguir volando.

Se giró hacia él. El chico estaba cabizbajo, sudoroso y con el aliento pesado. Un par de gotas rojas cayeron de su nariz al suelo. El enfrentamiento shiriza ya le provocó una hemorragia, pero la adrenalina por huir habría ganado a su fatiga.

Ángela dio un largo suspiro antes de ayudarle a sentarse en el suelo.

—Oye, perdón por la bofetada —le dijo en voz baja—. No parecías escucharme, estabas como en trance y fue la única forma que se me ocurrió de pararte.

Grey asintió, en silencio. Aceptó su pañuelo y Ángela marchó a recoger su bastón y enseres. Estaba anocheciendo, y el sutil brillo de su baliza titilaba en su muñeca. Ángela se quedó mirándolo unos instantes antes de cerrar su mochila y regresar junto a Grey. Había vuelto a levantarse para arreglar su equipaje.

—¿Te encuentras bien para seguir andando?

Grey asintió. Se había limpiado la cara toscamente.

—Sí, lo que estoy es demasiado cansado para volar —suspiró—. No quedaba mucho hasta Máline, ¿no?

—No tiene sentido ir sin Blake ni Claire —le cortó Ángela—. Vamos a volver a por ellos.

El otro Elegido parpadeó, completamente sorprendido.

—¿Qué estás diciendo?

—No voy a poner un pie en nuestro pueblo sin mis amigos, Grey. Andando.

—¿Estás loca? ¡Acabamos de escapar del peligro…! No, ¡seguimos en peligro con cada segundo que pasemos en el bosque! Nuestra mejor opción es tocar pueblo y pedir ayuda.

—¡Para cuando lleguemos será demasiado tarde! —contestó Ángela—. Con el comunicador teníamos alguna esperanza, pero si tenemos que esperar a Máline para dar la alerta... Ya has oído que la Reina no tiene miedo de matarnos.

—Tiene que ser un farol, les Elegides siempre son más valiosos con vida —Ángela abrió la boca, pero Grey se adelantó—: Y más si puede convertirlos en los suyos.

—¡Pues tampoco quiero adelantar las cosas en ese aspecto! —Grey hizo una mueca que escondió tras su manga, y Ángela se cruzó de brazos—. Ya no es solo por nuestra amistad, ¡es que les cuatro somos Elegides! Quiera matarlos o no, debemos permanecer juntes. A salvo. ¡Y si también quiere a Firo no deberíamos permitírselo!

—¿Y qué piensas hacer para rescatarles? No tenemos forma de seguir a la Reina y seguro que ya ha guardado a sus precioses Elegides a buen recaudo, como hace con sus puñeteros soldaditos.

La sonrisa de Ángela arrancó un parpadeo a Grey. Con un gesto cargado de suficiencia, levantó el brazo derecho. La baliza de su muñeca titilaba en la oscuridad.

—Veo que no prestaste atención a mis explicaciones sobre los suministros. Pulsa tu baliza, venga.

La expresión contrariada de Grey rápidamente cambió a urgencia. Su dedo se disparó hacia su propia baliza, viendo como cuatro luces sustituían el foco inicial. Ángela hizo lo mismo.

—Ahí lo tienes, las cuatro luces de les Elegides siguen brillando. Las nuestras más brillantes, cercanas. Las de Blake y Claire distantes, pero iluminadas igualmente —volvió a tocar la baliza y su punto y el de Grey recuperaron protagonismo—. No tengo ni idea de por qué la Reina no se los ha llevado y tampoco me importa. Solo sé que hay esperanza.

Grey bajó la cabeza y fue en ese momento cuando Ángela advirtió que estaba temblando. Aún tenía restos de sangre seca en el labio.

—¿Tanto miedo te dan los shirizas? —le preguntó.

—Sí.

Aunque preguntó con tono suave, su intención fue quitarle hierro al asunto. Conocía ya un poco al chico y compartían su sentido del humor. Por ello, le sorprendió su respuesta con voz trémula, sin mirarla siquiera. Sabía que no obtendría más información de él y que tampoco solucionaría su situación insistiendo.

—Y tú también deberías estar asustada —siguió él, sin embargo—. Estas luces solo indican que siguen buscándonos, que van a tendernos una trampa. Tal vez ni siquiera quede algo de ellos cuando los encontremos.

Ángela entrecerró los ojos, comprendiendo las implicaciones de aquella posibilidad.

—Tenemos formas de huir, lo hemos hecho antes. Se te da bien esconderte, a pesar de ser un poco bocazas —Grey apenas dio señal de caer en su provocación—. Además, tienes formas de herir a alguien sin matar, ¿verdad? He revisado las listas de suministros.

Tras un suspiro, Grey abrió su chaqueta y le dio la razón al descubrir las hileras de bolsillos que recubrían su interior. De ellas extrajo hasta cuatro cajetillas de balas, algunas inventariadas por el Consejo, otras más viejas y garabateadas en caracteres de un idioma incomprensible para la Elegida. Al volver a cerrar su abrigo, Ángela se preguntó cómo le cabían tantas cosas ahí.

—Tengo tranquilizantes, sedantes y aturdidoras —dijo, levantando cada caja—. En forma de bala y sello encantado, para aplicar al revólver las balas de aire que creo. Pero, ¿sabes una cosa? —abrió las manos y las cajas cayeron al suelo—. No nos servirá de nada ante un grupo grande como el de antes.

Ángela miró las balas rodar sobre tierra.

—Podemos repetir la jugada —intentó ella—: rehacer el camino, escondernos bajo tierra con Intangible…

—…Pero yendo despacio, esperando a recuperar fuerzas ya no solo por mí, si no también por ti —Ángela levantó la cabeza—. Si encontramos a nuestros amigos, mis balas no serán las que les libren del trance, ¿sabes? Eso es lo que has estado pensando, ¿no?

Ángela chasqueó la lengua.

—No tengo mucha fe en mi Sanación. Tal vez pueda aliviarles la maldición, mantenerlos estables hasta dar con ayuda… —Ángela negó con la cabeza—. Pero si tan poderosa es Kasshere, no podré curarles sola si llegamos tarde. 

»Por eso debemos darnos prisa. Y confiar en ellos. Sobre todo, confiar en ellos. 



A pesar de la creciente penumbra del anochecer, la niebla comenzaba a despejarse. La luna creciente salía de su letargo y Claire, ayudada por ella y su baliza, no tardó en encontrar otro saco negro lo suficientemente grande como para contener a alguien.

 Se trataba de Blake, pues su baliza parpadeaba confirmando su identidad. Con Firo lo tendrían más difícil ya que se quedó sin una.

Desenvainó su espada y contuvo el quejido de su muñeca. Seguía aplicándose hielo para bajar la inflamación, pero bien sabía que estaba lejos de obrar milagros. 

La dejó descansar utilizando la mano izquierda para rasgar las cuerdas. Rápido, aunque con cautela, para evitar dañar a su cautivo. Parecían cortarse con más facilidad que las suyas. 

Una conocida maraña de cabello castaño se hizo visible tras las primeras rasgaduras, alentando a Claire a seguir hasta poder retirar con sus manos las vides restantes.

Sin embargo, se apartó al notar algo pegajoso en su piel. En la penumbra, no había visto bien aquel fluido oscuro que salía de las cuerdas rotas. Las suyas no tuvieron una mucosa tan oscura. 

Con asco, vio como la baba se absorbía rápidamente en su piel y la de Blake, teniendo que limpiarse con el pantalón. Sacudió la cabeza, inspiró logro y así logró centrarse para descubrir el rostro de su amigo.

Tenía los ojos cerrados cual durmiente, tranquilo e ignorante de su estado, como cuando se desmayó en el tren. Con cariño, llevó una mano a su mejilla y la apartó casi al instante. Un tacto extraño la hizo revolverse. Era como si tuviera…

—Escamas —murmuró, y la sorpresa dio paso al entendimiento.

Recogió la espada y terminó de liberar el cuerpo, arma y pertenencias de su amigo, arrastrándolo lejos de red y el fluido que emitía. Ella, sin embargo, regresó para aplicarse una capa densa en el antebrazo y comprobar así su teoría.

El fluido se absorbió rápido, dejando un tacto apergaminado en su piel y confirmando sus sospechas. Aquel líquido debía ser lo que provocaba el cambio, lo que suministraba el embrujo. Ignoraba por qué sus cuerdas no lo llegaron a producir, pero Blake quedó a su merced y ahora unas tenues escamas cubrían sus mejillas, cuello y dorso de las manos. Incluso sus dedos estaban ligeramente alargados, con las uñas endurecidas.

Y seguía sin despertar. Lo llamó y agitó por los hombros, aliviada por notar movimiento tras sus párpados. ¿Estaría soñando?

No tenían tiempo para ello, no en aquel bosque lleno de enemigos. Tocaría despertarlo con un método más brusco.

Le dio un tortazo en la mejilla.

Y Blake abrió los ojos.

Claire se retiró asustada, pero él tardó en buscarla. Primero parpadeó despacio, llevándose una mano a la cabeza y después, a la mejilla dolorida.  Luego se sentó, mirando aturdido a su alrededor, hasta terminar centrando la vista en Claire. Ella había estado observando aquella secuencia apartada, con espada todavía en mano.

—¿Claire? ¿Eres tú? —preguntó, rascándose la cabeza con una mueca—. ¿Qué narices tengo en el pelo y…?

Rascó su mejilla, pero las escamas no se iban, solo logró enrojecerlas a la luz de las balizas. Claire se acercó para detener su mano y mirar bien sus ojos. Eran castaños con las pupilas redondas, como siempre lo habían sido.

—¿Claire? ¿Qué ha ocurrido?

Ella sacudió la cabeza. Debía haberlo imaginado.

—Me aseguraba de que no estabas poseído. Las cuerdas son las que proporcionan el embrujo, enajenación, lo que sea eso. He podido despertarte antes de que el cambio fuera a más. Lamento el tortazo.

—Está bien. Si recurriste a ello es que no tenías otra forma… aunque, jolín, ¡qué fuerza tienes! —se frotó la mejilla una última vez, haciendo desaparecer la rojez. Después bajó la vista hacia sus dedos, haciéndolos crujir al estirarlos—. Me zumba la cabeza por los restos de magia, aunque no parece que haya cambiado mucho más de lo que ves.

Volvió a mirar a Claire y esta le respondió con una mueca de angustia.

—Firo cayó antes que nosotros —dijo.

Blake asintió.

—Debemos darnos prisa.

Se levantó, recolocó su mochila y le tendió la mano a Claire. La baliza brillaba en su muñeca, sus dos puntos titilando con fuerza.

—Firo no tiene baliza —murmuró Claire—. No podremos encontrarlo tan fácilmente.

—Es igual, más haremos buscando a ciegas que lamentándonos aquí.

Claire terminó aceptando su mano y Blake la condujo por el bosque. Sin soltarla, apartando las ramas con la mano libre.

—Recuerda que se me da bien orientarme —sus dedos alargados apretaron los de Claire, acompañando sus palabras con consuelo—. Además, siento que sé por dónde vamos ¿no te pasa? —Claire negó con la cabeza y Blake se encogió de hombros—. Anímate, si nos han dejado aquí, tal vez hicieron lo mismo con Firo.

—¿Para tendernos una trampa?

—Trampa o no, lo importante es encontrarle. Siento que está cerca.

Claire agradecía para sí sus intentos por calmarla, aunque no llegara más que un rumor a sus oídos. Su mente estaba ocupada apartando un intruso de sus recuerdos. Buscaba los ojos de Blake cuando estos la miraban, corría a su recuerdo cuando volvía la vista al frente. Sentía alivio al en aquel precioso castaño con vetas verdes, el color de los bosques.

Debía haber imaginado el sangriento rojo que rodeaba dos líneas negras, ¿no?

Perdida en aquella pesadilla, chocó con la espalda de Blake cuando este se detuvo súbitamente. Su mano se deslizó del sudor de la suya y avanzó para ver qué había encontrado.

Firo yacía boca abajo, rodeado de los restos de sus ataduras y pertenencias. Su cabello ocultaba su rostro. Su quietud delataba su inconsciencia.

En un primer impulso, Claire tiró la mochila al suelo y echó a correr para ayudarlo, pero sus pasos pronto perdieron fuerza y Blake llegó antes que ella, arrodillándose a su lado y quitándose también sus cargas para maniobrar mejor. 

Algo no iba bien.

Mientras Blake llamaba y daba la vuelta a Firo, Claire desvió la mirada hacia los restos de cuerdas negras. Recordó cómo cortó las de Blake, comparándolas con las suyas propias.

«Eran más débiles que las mías. Sin embargo, las de Firo… —miró los trozos a sus pies, de aspecto seco—. Parecen haberse roto por sí solas».

—¡Blake, cuidado!

Su advertencia llegó tarde. Se encontró con Blake siendo derribado de alguna forma, con la sombra rojiza de Firo lanzándose encima. Con una fuerza y velocidad impropias, que jamás habría esperado de alguien tan enfermizo, cogió la cabeza del mestizo y la golpeó contra las raíces que sobresalían del suelo.

Blake logró no perder el conocimiento, aunque sus reflejos seguían torpes por la sorpresa del ataque. Lanzó un puñetazo defensivo que fue esquivado por su agresor, quien respondió levantándose de un salto para pisarle el estómago.

El aullido de dolor perforó los oídos de Claire. Temblando, Blake se giró hacia ella. De su boca salió un fino hilo de ácido. Su rostro, sus ojos, realizaban la misma petición que le hizo en el bosque: le pedían huir sin necesidad de palabras.

Pero Claire respondió desenvainando su espada. Aunque apenas habían pasado días de aquella tarde, ya no era la joven desvalida e ignorante de entonces. No esperaría la muerte y, desde luego, no abandonaría a sus amigos ante ella.

Su espada apuntó a la nuca de quien antes la llamó hermana. El roce llamó la atención de Firo y se giró revelándole su rostro. Un intento de escamas cubría sus mejillas, de una claridad casi nívea. Sus ojos amarillos parecían brillar en la oscuridad, amenazantes.

Ojos sin pupilas.

Claire maldijo entre dientes mientras esquivaba el puñetazo de Firo, propinado con unas nuevas y deformes garras. El golpe atravesó el aire, difuminando la oscuridad que levantó el movimiento.

La negrura se encogió de nuevo tras Firo y la mente de Claire se disparó en preguntas a su propia Sombra, quien permaneció en silencio. Sabía que el humo que acompañó a aquel ataque y al siguiente, no provenía de ella misma. No solo porque lo sentía así, si no porque era mucho más oscuro que el suyo propio. Como sombra concentrada, oscuridad pura.

Por otro lado, presentía que su Otra Voz no la ayudaría en aquel duelo, aunque desconocía sus razones. ¿Pensaría que puede ganar sin su ayuda? ¿Que realmente no corría peligro? ¿O simplemente seguía agotada por liberarla?

Una imagen cruzó su mente: su propia silueta tallada en sombras, arrodillada junto al niño que Firo fue. El cariño de aquella mano que pretendía apartarle el pelo.

Tendría que pensar por sí misma.

El murmullo de Firo la avisó de las vides que conjuró, liberadas de su mano izquierda y rozando la mejilla de Claire con sus espinas. De milagro, esquivó el puñetazo que propinó al impulsarse con oscuridad hacia el árbol que enganchó. El golpe provocó una lluvia de hojas sobre sus cabezas.

Aunque el ruido la despertó de su trance, se encontró con la espada a medio camino sin saber qué hacer. Matarlo no se encontraba entre sus opciones. Su arma no la ayudaría en su propósito, sería el hielo lo que podría inmovilizarlo. Quería creer… No. Tenía que existir una forma de devolverle la voluntad. Debía detenerlo hasta saber curarlo.

Firo bajó la cabeza mientras retiraba el puño del árbol. Claire frunció el ceño, extrañada por aquel gesto, y casi no tuvo tiempo de parar el siguiente golpe. Por inercia, ignoró el hielo que cultivaba en sus dedos y movió la espada entre su cara y las garras de Firo, cortándole la palma derecha.

Con un siseo, Firo se retiró y tapó la herida con su otra mano, pero luego las llevó a la cabeza como encogido por el dolor. Claire aprovechó para apartarse también, vigilante mientras el chico se manchaba con los cortes. A sus ojos, a sus deseos, aquellos movimientos demostraban los esfuerzos de Firo de liberarse del control mental. Gruñía y se abrazaba a sí mismo, el pelo le cubrió los ojos y, con un grito, terminó por alzar la vista al cielo.

Así se quedó inmóvil, con solo su respiración avisando de que seguía con vida.

La esperanza de Claire venció a su cautela. Bajó la espada y apagó la escarcha que generaban sus dedos para suavizar su mano, extendiéndola hacia Firo.

Dos ojos sin pupilas la miraron sin ver, retorcidos en una sonrisa cruel que imitaba a la de su nueva Reina.

La piedad la traicionó. Las blancas garras de Firo se dispararon hacia su cuello y lo siguiente que notó fue un impacto a su espalda. Su espada cayó sobre las raíces mientras la rugosa corteza del tronco se clavaba en sus ropas. La oscuridad se extendió como zarzas, ayudando a su dueño a levantarla. Las vides no nacían de su sombra si no de su propio ser, devolviéndole irónicamente a la monocromía.  Solo aquel aborrecible amarillo aportaba color, brillando cuando incluso la sangre parecía negra.

Los dedos de Firo se colaron entre los surcos de su cuello, provocándole una arcada. Comenzaba a quedarse sin aire y su visión se nublaba conforme aquellas garras se cerraban sobre ella, pálidas como las de sus pesadillas. Por el rabillo del ojo vio como Blake se arrastraba hacia ellos, pero las espinas lo alcanzaron inmovilizándolo en el acto.

Su grito activó la mano de Claire. Extendió los dedos más allá del agarre de Firo, dejó nacer el hielo aún cuando la Sombra se estremecía en su interior, cuando el méner quemaba sus venas y el rostro de Firo no era más que un borrón con dos ojos del color de la bilis.

Un sonido cortó el aire. Notó una sacudida y el hielo murió antes de nacer. La presión en su cuello comenzó a disminuir y las zarzas la liberaron, dejándola caer lentamente sobre el tronco. La tos se intercalaba con bocanadas de aire y, poco a poco, su visión comenzó a despejarse hasta que identificó a su agresor y la flecha que salía de su hombro.

Firo no la buscó ni pretendió volver a por ella. Se quedó con la mirada muerta al frente, incluso retrocedió torpemente mientras sus garras palpaban su herida a ciegas.

De pronto, un respingo pareció devolverlo a la vida y su vista cayó hacia la flecha. Su boca se contrajo en dolor y sus iris bajaron todavía más hasta llegar a Claire. Volvía a tener pupilas, unos pozos oscuros dilatados por el terror y la confusión que sentían, tan súbitas y genuinas que no lograba esconderlas de la Elegida.

Se aferró a la flecha y tiró de ella, pero el dolor solo le arrancó un gañido. Todo el poder exhibido durante el ataque había desaparecido, y Claire dudaba que solo se debiera al disparo. Sus dedos perdieron fuerza y a ellos le siguieron sus rodillas, precipitándolo sobre su costado. Las zarzas de Blake se volatilizaron y le permitieron arrastrarse hacia Claire.

Su amigo vigilaba sus alrededores, probablemente buscando al autor del disparo. Claire quería hacer lo mismo, pero no podía quitar los ojos de Firo. Toda la calma que la Sombra usó en ella, en repetirle que aquel joven seguía siendo el niño que rescató, yacía sepultada de nuevo bajo su instinto. Quería huir, quería gritar e incluso exterminar a aquel que puso las garras en su cuello. Quería vengarse del daño que le hizo a Blake, a ella misma, antes de que atacara a alguien más.

Con los ojos llorosos, Firo miró las garras que yacían ante él sin fuerza para cerrarlas. Sus dedos se estremecieron y, cuando pareció comprender que eran suyas, contuvo una exclamación. Su mirada huyó y se cruzó con la fría amenaza de Claire.

—Claire… —la llamó con voz queda—. Yo… ¿qué me ha pasado?

Ella no contestó, pues aquel llamado quebró su ira y rencor. Recordó la sonrisa cruel en aquel rostro como también los ojos ciegos que la acompañaban y no halló en ellos a Firo. Sí que lo reconoció en aquella expresión triste, en aquella pregunta retórica que precedía una disculpa… que no le correspondía. Perdida en el arrepentimiento de su compañero, ni siquiera notó los dedos de Blake hasta que la Sanación brotó en su cuello malherido.

—Él está peor —logró decir, sin quitarle la vista a Firo.

—Lo sé, pero podía curarte en un instante —antes de separarse, Blake cerró la mano sobre su hombro en un cariñoso aprieto—. Firo, ¿puedes oírme?

Alertada por la extraña pregunta, Claire parpadeó y se encontró con que Firo había dejado de enfocarla. Su boca se movía murmurando algo, casi como si rezara o pronunciara un hechizo, pero la magia no brotaba. No reaccionó cuando Blake le tomó por las garras temblorosas.

—Está helado —espetó Blake, sin ocultar su preocupación— y en shock. Creo que el disparo tenía veneno.

Sus manos rodearon la flecha antes de depositarse sobre su compañero y aplicar Sanación. La magia despertó a Firo, aunque más que relajarlo pareció tensarle. Al mirarlos, Claire notó los nuevos destellos de la baliza de Blake y los comprobó en la suya propia. El sonido de hojas moviéndose le hizo suspirar de alivio… para luego romperse ante lo desconocido.

Una silueta emergió de la espesura, con capa y una capucha ensombreciendo su rostro. Tenía el arco en guardia.

Blake alzó la cabeza ante la seña de Claire y Firo siguió inmóvil, de espaldas a su visita. El oscuro gris de las túnicas shiriza, manchada de sangre vieja, no despertó alarma en Claire, pues pronto reconoció las dos espadas que cargaba en el cinto.

—Blake, esta persona es quien nos salvó en el lago.

El mestizo se irguió y quien recién llegaba cargó el arco a su espalda. Instantes después se perdió entre los árboles. Blake no perdió tiempo y saltó sobre Firo en su dirección.

—Vigila a Firo, tenemos preguntas que hacer.

—¿Qué? Pero yo no puedo curarlo.

—Ni yo tampoco —pareció titubear antes de negar con la cabeza. Señaló su baliza—. ¡La flecha tenía veneno, díselo a Ángela!

Blake echó a correr y Claire no pudo más que alzar una mano como si con ello pudiera detenerlo. Se quedó mirando la baliza parpadear, un punto atenuándose mientras otros dos ganaban presencia.



Aunque no era muy rápido, Blake estaba acostumbrado a corretear entre la maleza de los bosques. Llevaba una vida entera haciéndolo, jugando al escondite con sus amigas o ayudando en las tareas de recolección para sus padres. Disfrutaba de la naturaleza verde y leñosa de Máline, con refrescantes sombras en verano y mullida nieve en invierno.

No como la persona que perseguía. A pesar de partir con ventaja, Blake recortaba distancia por los tropezones de le otre, su indecisión al avanzar o las ramas que aparecían de pronto para golpearle la cara. Blake había probado a llamarle de vez en cuando, sin éxito.

¿Por qué huía? Estaba claro que su grupo estaba en deuda con sus acciones, no tenía razón para tenerles miedo. ¿Temería una represalia por disparar a su compañero? Tal vez, aunque entendía los motivos por los que tomó acción contra él.

Hasta él mismo sintió miedo en aquel momento.

En una de esas ocasiones donde quiso llamarle, la persona trastabilló por unas raíces que sobresalían del suelo. Blake vio su oportunidad y saltó para derribarle con su propio peso.

Rodaron un poco en el claro al que recién llegaban, pero Blake logró quedar encima aprovechando el aturdimiento de su rival. Sin embargo, no tardó en descubrir que las armas no eran su única destreza.

Era muy fuerte. Se revolvió intentando quitarse al mestizo de encima y este tuvo que clavar las uñas en tierra para mantenerse en posición. Por eso no logró parar el puñetazo que le asestó al hombro, y apenas logró detener el que se dirigía a su costado.

—¡Para! ¡Para! —gritó, parando los siguientes con sus manos—. ¡No quiero hacerte daño!

Instintivamente, había entrecerrado los ojos temiendo un golpe a su nariz y terminó de abrirlos al ver que este no llegaba. Se encontró con una mirada negra bajo él.

Una amenaza sin palabras.

Parecía una joven, de piel bronceada y cabello oscuro. Su boca se había torcido en una mueca, mostrando sus dientes en un gruñido. Había bajado las manos, pero estas temblaban, como si tuvieran que ejercer fuerza para no darle otro puñetazo.

Blake tartamudeó. No solo por la sorpresa de aquella reacción, si no por la cara ante él. No se parecía a la descripción de Claire.

―Lo… Lo siento ―logró decir―. Pero escúchame yo…

―Si no te apartas, tú serás el que saldrá herido. Muévete. ¡Ahora!

Blake tragó saliva. De alguna forma, logró reunir el valor suficiente para mantener su posición.

—Lo haré, pero solo cuando nos digas por qué nos sigues y de qué conoces a Claire.

—¿Claire? —repitió, con extrañeza—. ¿Cuál de tus compañeras es? ¿La mestiza con olor a menta? —Blake parpadeó—. ¿La de ojos azules? —Blake asintió—. No la conozco de nada.

—Entonces, ¿por qué nos has ayudado? ¿Por qué nos salvaste ahora y en el lago? —inquirió él—. Mataste a los shirizas y ahora…

—Los maté porque es mi objetivo —lo cortó—. Salvaros fue casualidad, no hagas que me arrepienta de ello.

Blake suspiró y aceptó levantarse. No logró contener el escalofrío que recorrió su espalda al escuchar sus palabras, quedándose sentado dócilmente mientras la otra persona recogía las flechas que se le cayeron durante el forcejeo. Aprovechó el rato para enfocarla, comprobando que tenía el pelo sano, abundante y atado en una larga trenza a su espalda. Tenía un ligero acento que no supo identificar, algo infrecuente.

Al poco, volvió hacia Blake dedicándole una mirada de la cabeza a los pies. Tras concluir su análisis, movió una flecha y la punta rozó las escamas de su mejilla.

—Estoy bastante segura de que la maldición pierde su efecto si es incompleta. Tu cuerpo revertirá a lo que le corresponde en unos días, primero las escamas —la flecha dio un toquecito a su mano derecha— y luego los dedos. Necesitarás un analgésico para eso, los huesos duelen al reajustarse —la chica le clavó la mirada de nuevo—. Tienes suerte de que la Reina solo haya jugado con vosotros.

—¿Jugado? —repitió Blake, con voz queda—. ¿Crees que lo que hemos pasado no ha sido más que un juego?

—Sí —respondió ella, sin pestañear—. Si de verdad os quisiera en sus filas os habría llevado consigo nada más embrujaros. ¿Quién entiende sus intenciones? Yo misma creía que os arrastraría solo por el chaval que habéis traído nuevo. Parecía interesada en él.

—¿Firo? ¿El pelirrojo?

La chica asintió.

—La Reina ve algo en él que no termino de comprender. Lo único que se me ocurre es que tiene mucha fortaleza mental: es la primera vez que veo a alguien despertar de su posesión con solo dolor… Lo cual me hace preguntarme por qué no se lo llevó consigo en vez de dejarlo transformarse aquí —hizo una mueca, pensativa—. Ni siquiera está en buena forma, un soplo de aire lo tumbaría. Si quieres curarlo, yo de ti me daría prisa, chaval.

La burla de su salvadora desapareció al ponerse la capucha. Blake guardó silencio y ella se encogió de hombros.

―Pareces majo, así que te daré un consejo: mientras la Reina lo tenga en el punto de mira, estáis en peligro. Tendréis que ir con cuidado o abandonarlo a su suerte. Ese chico solo os va a traer problemas.

Blake enmudeció ante aquellas palabras, tan lógicas como despiadadas. Aunque ya no había amenaza en su voz, su mirada bastaba para erizarle el vello de la nuca.

—También me buscó un rato al darse cuenta de que sus soldaditos iban cayendo —siguió ella—, pero, como dije antes, lo lógico es que os hubiera recogido para transformaros a salvo de mientras. Si seguís aquí, es porque su plan incluía volver a soltaros.

»Esto implica que volverá a jugar con vosotros. No será esta noche, pues he peinado la zona y parece haberse retirado. Yo de vosotros aprovecharía para descansar bien, lo necesitaréis.

Paralizado, Blake solo logró reaccionar cuando ella le dio la espalda para marcharse.  

―Ven con nosotros —le dijo—. Sé que ahora estamos en peligro, pero no tienes por qué estar sola…. Y, si lo que dices sobre mi amigo es cierto, nuestros objetivos son compatibles.

Su salvadora giró la cabeza para ver una última vez a Blake.

―Estaré por aquí porque sois como un faro para shirizas, pero debo estar sola ―dijo, volviéndose de nuevo―. Vosotros solo retrasaríais mis planes.

La asesina marchó y Blake supo que no podría hacer nada para detenerla.



Terminó echándose   al lado de Firo y este la enfocó antes de volver a mirar sus garras, desolado. La flecha se movía ligeramente con su respiración. Aunque ya no goteaba sangre, una sustancia oscura se filtraba desde la madera. Pensó en quitársela, pero si Blake no lo había hecho, tendría alguna buena razón para ello. Al fin y al cabo, él era el Sanador.

Por suerte, Ángela y Grey no tardaron en llegar. La primera corrió a arrodillarse a su lado, envolviéndola entre sus brazos. 

Aunque Claire se dejó abrazar, no permitió que el reencuentro se extendiera demasiado.

—Atiende a Firo primero —le dijo, con una palmadita en la espalda—. Su flecha tenía veneno. Yo estaré bien.

Ángela asintió y se separó de ella. El desesperado alivio por el reencuentro se ensombreció al ver las heridas de su compañero. Con cuidado, colocó a Firo boca arriba con una mueca de aprensión mientras Grey se sentaba junto a Claire.

—Sentimos no haber podido llegar antes —le dijo—. Debíamos tener cuidado para no encontrarnos con más shirizas porque nos faltaban fuerzas y…

Claire negó con la cabeza. Quería decir que no había nada por lo que disculparse, pero estaba demasiado cansada como para expresarlo siquiera. Ángela pasó por un cambio también, uno que borró la impresión de su boca para cerrarla en una seria línea. La firmeza de un Sanador, del profesional deber, acompañaba ahora los movimientos de la joven. Era el mismo cambio por el que pasaban Blake y sus padres cuando un enfermo llegaba a su botica, cuando una lesión se agravaba más de lo esperado.

Desabrochó su capa y la acercó al rostro de Firo.

—Por si quedan enemigos —le dijo.

El joven parpadeó unos segundos antes de comprender. Mordió la tela con fuerza y cerró los ojos. Se escuchó a Claire toser, aún dolorida, y Grey le dio unas palmaditas en la espalda con el propósito de reconfortarla más que de ayudarla a respirar.

Ángela tomó aire, cogió la flecha con ambas manos, y tiró con fuerza, intentando ignorar los gritos ahogados de su compañero. Claire no apartó la mirada, embelesada por la aparente tranquilidad de su amiga. No parecía la misma chica que gritó al ver los guardias muertos en el tren, al encogerse al notar la sangre a sus pies. Aunque el contexto fuera diferente… Admiraba su resolución y concentración.

Al fin, la punta de acero salió acompañada de sangre y veneno: un líquido negro que goteaba de la madera de la flecha. Tras examinarla, Ángela la tiró al suelo y Grey acudió en su ayuda para quitarle el jersey y capa a Firo.

—Puedo a partir de ahora —le dijo ella, una vez quitado—. Pásame las vendas mejor.

Grey obedeció y acercó su mochila para buscar en ella. De mientras, Ángela desabrochó los botones superiores de la camisa de Firo, revelando su lesión. La sangre y el veneno manchaban la tela blanca, brotando con recobrada fuerza tras quitar la flecha.

Ángela chasqueó la lengua. Su expresión no cambió, pero Claire entrevió su preocupación a través de sus ojos. Con su mano derecha hizo un gesto llamando a la herida y el veneno acudió. Las gotas flotaron hacia la muchacha, desapareciendo antes de rozar sus dedos entre pequeñas llamas. Tras comprobar que funcionaba, trató de contener la hemorragia con su otra mano, apretando la apertura con la tela rasgada.

—Claire, ¿dónde está Blake? —le preguntó, sin mirarla.

—Os lo explicaremos luego, no debería tardar en volver.

—Eso espero, porque Firo tiene que aguantar hasta entonces.

—¿Es muy grave?

El tono de Claire hizo que Ángela se volviera hacia ella. Las últimas gotas de veneno acudieron a su llamado y murieron entre el fuego de sus dedos. Firo parecía haberse calmado, cerrando los ojos incluso. Curiosamente, Claire advirtió que las escamas de sus mejillas eran muy tenues, y que apenas tenía ya por el cuello y dorso de las manos.

Ángela aceptó las vendas de Grey y usó su ayuda para incorporar a Firo. 

—Ya no está en peligro, pero mi magia solo puede eliminar el veneno. Curar sus daños es algo que corresponde a Blake, y preferiría que estuviera aquí cuanto antes.

Cuando fue a bajarle la camisa, los tres vieron como Firo se revolvía. Ángela le dejó un momento antes de disculparse:

—Perdona, pero tengo que quitarte esto para vendarte bien —Firo no contestó y Ángela torció el gesto—. Sé que hace frío pero lo primero es parar la hemorragia. En terminar encenderé un fuego, ¿de acuerdo?

Firo no le devolvió la mirada. Asintió débilmente y la urgencia impidió que Ángela analizara sus dudas. Grey extendió la venda y Ángela se situó a su espalda antes de bajarle la camisa. No recogió la venda que le pasaba su compañero.

—No es posible. Tú… Tú no eres…

Miró a Claire y el aturdimiento de Ángela la golpeó como una bofetada. Sin recuperarse del todo, gateó hasta su amiga, su serio deber enterrado bajo el desconcierto. Se acercó a la espalda de un herido, quien miraba al suelo como culpable de sus secretos. Hacia Grey, quien se asomó junto a ella para descubrir aquellas líneas negras ensuciando la piel blanca.

Bajando de cada omóplato. En un idioma que desconocía.



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