Cuaderno de Espectralita
Espacio donde publico mis escritos, tanto aquellos relacionados con las Sagas de "La Profecía del Mal" y "La Noche Pálida", como piezas de lore e historias cortas. ¡Bienvenides!
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sábado, 19 de octubre de 2024
Tablón: Update Mediados de Octubre 2024
sábado, 14 de septiembre de 2024
Tablón: Update Primera Semana Septiembre 24
¿Qué he hecho este verano?
Y lo que viene siendo las primeras semanas de septiembre
1. ¿Qué es esta entrada?
2. Dudas sobre contacto
3. Ahora sí, ¿qué he estado haciendo?
4. Lista de Cambios (La Profecía del Mal)
1. Pequeño ajuste en el Capítulo 5
Ya no explico lo que son los Profetas, lo reservo para el capítulo 9.
Pequeños arreglos de escritura.
2. Gran Ajuste del Capítulo 8
3. Arreglo en el Capítulo 9
3. Arreglos en el Capítulo 10
—Me temo que
Ledzan, un colega nuestro, lo vio huyendo hace poco. En solitario
—contestó Merody. Sheziss la acompañó negando con exagerada desaprobación—.
Decía tener que atender un asunto de urgencia, sin embargo, ¿qué es más
importante que conocer a su primera pareja de baile? El pobre aún no sabe lo
torpe que es mi hermano y pienso estar allí cuando lo descubra.
—¿Vamos a
buscarlo? —le preguntó Sheziss y su prometida—. Hasta luego, disfrutad de la
fiesta en nuestra ausencia.
jueves, 1 de agosto de 2024
La Profecía del Mal, parte dos: Sinopsis y cambios
Sinopsis
Para refrescar la memoria...
En un mundo dividido en tres facciones por la Guerra, aparece la esperanza para el Bando Mágico. Se trata de la Profecía, una magia que ha escogido a trece Elegides para otorgarles poderosos dones, pero convirtiéndolos en monstruos en el proceso.
El grupo se canjea una pequeña victoria con la llegada de Grey, el cuarto Elegido. Al mismo tiempo, las huestes de la Reina Kasshere organizan un ataque al Consejo y logran secuestrar a Claire. La Elegida se encuentra entonces con un joven preso que reconoce como el protagonista de sus sueños. Siguiendo los pasos de la compañera del chico, Carine, Claire consigue liberarle de su maldición y recordarle su nombre: Firo Delayer.
Tras enfrentarse a uno de los pocos soldados shiriza que parece retener su conciencia y huir de la propia Reina, Firo y Claire escapan por un portal y la Elegida se despierta en un hospital, rodeada por sus amigos. Es entonces cuando aparece un chico de su edad que dice ser el mismo niño que rescató, además de su hermano gemelo.
***
Algunos cambios respecto a la primera versión
- En el primer capítulo, Claire tiene fobia a la magia. Más tarde se revela que su Sombra, la voz que suena como la suya y que la acosa en sueños, es la causante de este terror. Cuando Claire descubre tanto sus poderes como los de sus amigos al principio del libro, la Sombra promete liberarla de este miedo a cambio de que "cumpla con algo".
- Ángela es hija de dos madres.
- ¿Los bichos que atacan a nuestros héroes en el primer capítulo? ¡Son enviados por el Consejo! Específicamente por Armiro, qué majo el hombre. Curiosidad: Cuando decidí empezar la reescritura, estaba escribiendo la Sexta parte y aún no había revelado esto. O sea, es un dato que he adelantado muchísimo.
- Los shirizas "mutados" (aquellos controlados por la Reina Kasshere) son llamados enajenados también. Enajenación también es todo embrujo aplicado a entes vivos. Ay dios, debería hacer posts de lore porque si no, no acabo.
- De hecho, pídeme mi cuadernillo de lore. Ahora tengo un sistema mágico con clases de verdad.
- Firo. A secas. Hazme una encerrona un día y pídeme que te hable de él. La causa de mi dicha y desgracias en esta historia. Al menos, mientras no empiece la reescritura con Shamira, que también es pa darle de comer aparte.
miércoles, 26 de junio de 2024
Colección de cuentos 2
La Tienda de Té
Mi
mamá es una bruja.
Aquel era un secreto que me confió
apenas aprendí a entender las palabras. Me lo confesó con una sonrisa traviesa,
señalando los estantes repletos de la magia que vendía. La tiendecita que
dirigía junto a la abuela no había cambiado mucho desde entonces. Estaba en la
esquina más soleada de la calle mayor, donde las macetas de los balcones
florecen en primavera y la lluvia fluye entre adoquines hasta el río que divide
el pueblo.
He caminado por esas piedras desde
pequeña, volviendo del colegio al que se convirtió en mi segundo hogar. Al
abrir la puerta, las campanillas me saludaban a mí y a la brisa que cruzaba a
mi lado. Después me recibía el aroma de flores y almizcles, de hojas secas y
especias lejanas.
¿Qué pócima estaría preparándose hoy? Un
éter distinto hervía cada día, cálido como el sol estival, dulce como las
cosechas del Samhain o incluso especiado para el frío invernal. Una taza de los
brebajes de mamá acompañaba a la yaya, sus ojos enormes tras las gafas
empañadas de vapor. Nadie más era digno de prepararle la bebida, su mejor
compañía mientras llevaba las cuentas tras el mostrador.
Mamá era quien atendía a los clientes,
pues se jactaba de dar con el elixir idóneo para cada ocasión. Les recibía con
una sonrisa que convirtió a vecinos en amigos y que compraba la confianza de
nuevos curiosos. “La amabilidad es la mejor tarjeta de fidelidad” me explicó
una vez, iluminándome con el mismo gesto.
Las campanitas sobre la puerta
anunciaban una visita y mamá acudía con paso alegre y las manos ajustando el
lazo del delantal. Tras el saludo, ofrecía una taza de la pócima del día y
atendía a sus peticiones:
«Es invierno y las gripes están a la
vuelta de la esquina. ¡Quiero algo para descongestionar esta vieja nariz!».
«Vamos a celebrar la llegada de la
primavera con un picnic, y me gustaría llevar algo fresquito para beber. ¿Qué
me recomiendas?».
«¡Tengo un examen importantísimo a la
vuelta de la esquina! ¡Necesito un extra de energía para estudiar!»
Mamá escuchaba sus preocupaciones y
deseos entre sorbos de reconfortante elixir. Asentía y, al poco, daba con la
combinación de ingredientes perfecta:
«Esta infusión con jengibre tiene el
picante justo para entrar en calor y dejarte respirar. ¡Con unas galletitas y
miel también le encantará a tus nietos!».
«Este té verde con aromáticas rosas es
digno de este soleado abril. Con él, incluso los parques más anodinos se
sienten como el jardín de un cuadro».
«¡Justo tengo el té negro perfecto para
no pegar ojo! Sin embargo, necesitas dormir para asimilar lo estudiado. ¡Evita
la cafeína vespertina!».
Veo en tu expresión que te preguntas si
realmente mi mamá es una bruja o la simple propietaria de una tienda de té. Eso
es porque también ha logrado engañarte a ti, ¡pero no caigas en las
apariencias!
Ella misma es consciente de su
discreción, pero siempre creí que le apenaba que su extraordinario don se
ignorase. Por ese motivo, le pedí permiso para compartirlo con mis amigos, a lo
que ella contestó:
—Mientras no digas que soy una bruja
mala, como si lo gritas por el pueblo —rio ella, despreocupada. Luego entendí
el motivo pues, aunque mis amigos me creyeron, la verdad fue ignorada y hasta
burlada por sus familiares.
Una vez, sin embargo, vino la hermana
mayor de Marisa. Tímida y cohibida, las campanitas de la puerta la saludaron al
entrar. Mi madre la recibió y ambas escuchamos su petición.
—Busco un regalo para alguien que me
gusta —dijo, esquivando la mirada—. Un té que capte su atención.
—¡Mientras le guste el té, podré
ayudarte! —respondió mamá—¿Sabes si prefiere caliente o frío? ¿Solo o con leche
y azúcar? ¿Qué tal con unas galletitas de limón para acompañar…?
—No lo sé y tampoco es lo que busco. Lo
que quiero es conseguir que se fije en mí, que su corazón lata por el mío… Ya sea
por té o magia.
Enmudecí y mi madre también. Su sonrisa
tembló durante un breve instante, recuperándose solo al dar con una respuesta.
No obstante, su voz solo aparentaba una vivacidad ausente en su mirada.
—Me temo que no hay un té creado para
eso. Si lo que buscas es un flechazo sin brasas que lo alimenten, necesitarías
una poción y no una infusión. Lo siento, pero esta es solo una tienda de té: no
hago milagros.
La hermana asintió y me dirigió una
corta mirada, una acusación. Abandonó la tienda en silencio, sin molestar
siquiera a las campanitas.
—¿No había un té para esta ocasión?
—pregunté.
—Lo había —contestó, y yo parpadeé con
sorpresa—, pero ella buscaba un milagro, no una bebida.
—¿No es magia lo que vendes? ¿Lo que hay
en estas hojas y aroma?
Entonces me sonrió y recordé la
confesión que empezó todo. Aquella sonrisa traviesa con la que me presentó la
magia y que volvía con una faceta más madura, pues ahora podía entender mejor
sus palabras.
—Mi niña, la magia no está en el té o
infusiones que vendemos, si no en las personas y los lazos que forman entre
ellas, entre su entorno.
»El sabor del té no solo depende del
tiempo de infusión, el azúcar o leche que añadas, ¿sabes? También depende de su
propósito. Toma una taza junto a un libro y crearás tu hogar. Comparte una
merienda con tus más allegados y será un manjar.
»En su caso, cualquier té habría
bastado, aunque funcionaría mejor si conociera sus gustos. Así, una tetera
compartida podría ser el pedernal en la primera chispa, la primera mirada… pero
no puedes confiarle ser la piedra angular como ella pretendía. Eso es tarea de
nuestras palabras y actos, de la habilidad de la gente para establecer lazos.
—Por lo tanto, el té era irrelevante,
podría conseguirlo sin él —comprendí y ella asintió, convencida—. ¿Y nuestra
tienda? Entonces, ¿solo vendemos té?
—Esta es una tienda de té —afirmó mamá,
aún sonriente—, pero no por ello deja de ser especial, ¿no crees?
Mi
madre tiene una tienda de té.
Empecé ayudándola y ahora la llevamos
entre ambas. Saludo a los clientes con una sonrisa y me sé sus tés favoritos.
La abuela se jubiló hace tiempo, pero sigue tras el mostrador con una humeante
taza a su lado, saludando a viejos amigos.
Hace poco, por fin me dejó preparar su
tetera… lo que desembocó en muecas de disgusto y repulsa. Hago los mismos pasos
que mi madre y, aun así, mi té es rechazado cada vez. Para espaciar sus quejas,
su hija terminó preparándole uno y ella lo aceptó, sonriente.
—¿Ves, nieta? ¡Esto sí que está bueno!
—exclamó tras probarlo—. No es té, es pura magia. ¡Un milagro, no como tu agua
de fregar!
—¡Qué exagerada eres! —reí y, con
nostalgia, añadí—: ¡Solo es té, yaya!
Y sus ojos surcados de arrugas me
miraron y chispearon con un guiño:
—Ah, ¿también ha podido engañarte a ti?
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jueves, 29 de febrero de 2024
La Perdición del Entomólogo: Segundo Texto
El Dilema Reptante
“¿Me querrías si fuera
un gusano?
En algún momento, me soltaste
aquella pregunta. En tus palabras se adivinaba risa, pero también la tensa
curiosidad que acompaña al primer “te quiero”. El dilema, pronunciado tantas
veces a lo largo de redes y comunidades, por fin había llegado a mí,
atrapándome con sus espinosas implicaciones.
Y, sin embargo, mi respuesta fue un “no”. La tuya, fingida
desilusión. Ofrecí la promesa de explicarme y en estas líneas procedo.
El Dilema reptante es circunstancial. La simpleza de su enunciado le arrebata la posibilidad de contexto y lo necesito para explicarme. Por eso te propongo estos dos escenarios:
- Tras enamorarnos como ahora, por obra de un “mago” te convertiste en un gusano.
- Siempre fuiste uno.
Hablemos de la primera opción. De un día a otro, amaneciste reptando entre las sábanas. Tu aliento se escapaba entre tu piel y la tela seca hería tus anillas. Lamentando tu sino, te dejaría sobre la maceta de albahaca, su humedad más apropiada para tu delicada superficie. Entonces, me encararía al cruel vejestorio que te redujo a lombriz y le ensartaría el cuchillo más cercano en sus entrañas.
Si la venganza no acaba conmigo, si las últimas palabras del
ensartado no son para reducirme a cenizas, abriría cientos de libros buscando
cómo devolverte a tu forma. Te llamaría, alimentaría y protegería, rezando
porque el más mínimo fragmento de quien amé siguiera conmigo.
Abriría las macetas y plantaría un jardín en el salón, una
habitación pequeña para un humano, todo un mundo para un gusano. Cuidaría que
no te faltara de nada, ni tierra sobre la que yacer ni detrito que escupir.
Agua para que bebas, humedad para que respires y mi compañía, por si todavía me
recuerdas.
Y es que el dilema tiene más capas que las pieles de cebolla
que componen tu cena. Pues si el mago tuvo piedad, tal vez reconozcas las
vibraciones de mis pasos. Si entre anillos y venas hay espacio para un alma,
para un recuerdo nuestro, tal vez puedas alzar lo que fue tu cabeza cuando te
llamo sin esperar respuesta.
Dicen que el amor es ciego, o eso pienso mientras te pierdo
entre las hojas descompuestas que te sirven de alimento. Planté simientes que
ahora crecen, formando montañas por las que te dejas caer. Una sonrisa se me
escapa cuando los primeros brotes rompen la tierra. “Gracias por cuidar de este
jardín”, te digo, aunque no puedas escuchar mi risa o sollozos.
Si algún día, de las vibraciones de mis pasos y voz, de mi
llanto y plegarias, tu sangre hila con tu alma y encuentras la mía… Mándame una
señal por favor. Ven a mi lado cuando me arrodillo a regar las primeras flores
que trajo la primavera. Alza la “cabeza” al sentirme, no porque al hacerlo
puedas verme, si no por amarga añoranza. Llórame sin lágrimas, pero no bebas de
las mías porque la sal quemaría tus entrañas.
Porque mientras haya una sola anilla que guarde tu esencia,
un solo segmento que reconozca y recuerde nuestros lazos, que sirva tu carne
como promesa de que seguiré amándote. Buscaré, preguntaré (e incluso torturaré)
a cuantos magos haga falta para poder volver a abrazarte, para acariciar tu
rostro sin que mi seca piel desgaste la tuya. Y, si tu minúscula forma es la
que deba acompañarte hasta la muerte, haré que nuestros cortos años sean
plácidos en este jardín que entre los dos cuidamos.
Rezo porque de los destinos posibles acontezca ese, el menos
vil, y que la crueldad del conjurador solo quede en una travesura. Si debieras
ser reducido a lombriz, qué menos que llevarte contigo tu consciencia y memoria,
y no perderte en el mundo que planté para ti. De esa forma, seguiría
queriéndote a ti y no a un gusano, pues solo tu cuerpo habría cambiado.
Sin embargo, si tu reptar es fruto del instinto y no la
melancolía, si para ti un anillo solo es un fragmento de tu ser… Entonces no
podría amarte porque estaría llorándote.
Por la misma razón por la que jamás podría haberme enamorado
de ti siendo otro, siendo un gusano, ahora mi amor se hunde entre las raíces
donde hiciste tu nuevo hogar. El duelo ocupa el espacio que la esperanza dejó
atrás. Los pétalos caen y sus cálices bajan con las primeras cosechas. Tras
meses esperando respuesta, mi corazón se ha secado como la tierra regada con mi
salado llanto. Eres rey de este jardín marchito, solitario e ignorante de tu
gobierno y mi desazón. Tu cuerpo se desliza sobre su propia tumba, incapaz de
añorar lo perdido.
Flores y cosechas se suceden hasta que, ya sin lágrimas que
nos lastimen, visto el luto para llevarte al cementerio. El lúgubre acto es
irónico siendo el jardín exterior nuestro destino, donde el sol alimenta las
plantas y la vida repta, corre y salta entre las hojas.
Antes, me apenaba saber que nos conocimos o amamos tan tarde,
pero me consolaba saber que tendría una vida que gozar a tu lado. Sin embargo, corta
es la existencia de un gusano, y el tiempo es otro impasible viejo. La albahaca
de tu primera maceta hace años que pereció, pero en ella te llevo al que será
tu lecho. Mis ojos secos te buscan, la imaginación tentándome con un milagro,
la esperanza sucumbiendo al ver tu vaivén errático.
“Un jardín es demasiado grande para un gusano. Aquí no
estarás solo” te dije, sabiéndote incapaz de sentir tal cosa.
Los primeros días me acercaba a la maceta en tu búsqueda.
Escarbaba un poco y allí te retorcías. El alivio pronto pasaba al dolor y el
duelo me llevaba no a llorarte, pero sí lamentarte. En algún momento te
marchaste o marchitaste, la tierra reclamó tu carcasa e hiciste de tu alimento
tu sepultura. Incapaz de encontrarte, deseando no hacerlo, enterré sustrato y
terracota y allí planté un recuerdo en piedra.
Con tu nombre.
Tu legado.
Y lo mucho que te amé.
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domingo, 11 de febrero de 2024
Murmullo Abisal. Tercer Texto
La Chica de los Ojos del Mar
Te conocí allí donde las olas
llegan a su fin. La espuma marina se mezclaba con la arena y las huellas se perdían
con cada marea, pero tu imagen permeó en mi retina. El sol se rendía a los
encantos del mar, bajando lentamente a su encuentro, como si disfrutara de la
expectación de envolverse en mantas azules. Yo no tenía tanta voluntad, pues
tus ojos continuaban aquel hermoso aguamarina, tan profundo, tan cambiante, que
si fueran la puerta al abismo correría a hundirme en ella.
Había oído historias de marineros
que sucumbían a las promesas de las aguas. Cegados por su belleza, sus barcos se
astillan contra las rocas a las que el oleaje los lleva. Mi trabajo era indicar
tal peligro cuidando la luz que marcaba el final de sus viajes. Jamás entendí
su necesidad de volver a tierra, pues yo misma huí de ella. Rechacé la
persistencia de sus hombres y de lo que de mí se esperaba. De sus promesas
pronunciadas en primavera y que morirían antes de las nupcias, inertes en su
concepción. ¿Qué podía hacer? ¿Si me prometían una vida en puerto y yo prefería
atarme a un ancla?
Sin embargo, el mar me encontró y
me hizo suya. Me dejé hundir en ti a voluntad, te di mi aliento y tú me
envolviste con la gentileza de las olas en la cala. Te amé, incrédula y feliz,
agradecida por la oportunidad de hacerlo. Temerosa y preocupada también, pues
tanta era nuestra fortuna que temía su final. En esas noches de angustia me
hallabas, con mis ojos anegados y los tuyos, tan hermosos. Tus palabras
limpiaban la sal de mis mejillas y volvía a respirar acunada en tus brazos.
Dicen que fue el propio mar quien
te llevó. Un día cualquiera, como cuando me miraste por primera vez. Como
cuando tomaste mi grillete y tus labios tocaron la marca que dejó la alianza.
Mis lágrimas cayeron como la nieve que ahora se funde en la playa, pero las de
entonces fueron de cálida dicha, pues ningún metal podría prometer un amor tan
sincero como el de aquel beso. Mis lágrimas caen ahora, amargas y templadas con
el invierno y el duelo. La tierra me ha dado caza y los hombres reclaman mis
cadenas. Su soberbia absuelve al océano de tu marcha.
Pues que corten mis manos para
que no haya anular donde cerrar este eslabón. Si mis dedos deben llevar
cualquier juramento menos el tuyo, córtalos y ofréceselos a Dios. No necesito
más manos que las tuyas tomando mi rostro, ni ojos si estos no pueden verte más.
No necesito este cuerpo si ya no puede ser amado por ti.
Ahogada por tu recuerdo, desolada
por tu falta, tiré mis despojos por el centro de la escalera de caracol.
Cayendo fugaz, tus ojos me persiguen entre barandas y escalones. Una sonrisa
cruza nuestros rostros, la promesa de que así podremos vernos.
Mi carne llega al frío abismo y
es fragmentado. El faro llora a su maestra vistiéndose de luto, condenando a
sus celosos asesinos, las rocas mutilando sus cuerpos como ellos destrozaron mi libertad.
Congelada en el recuerdo de
nuestro último adiós, espero que la marea me lleve junto a ti, la mujer que
amé. Mi aliento se vuelve nube y granizo, mis córneas son vidrio y en ellas se
refleja el mar de tus ojos.
martes, 2 de enero de 2024
La Profecía del Mal: Capítulo 13
Promesa
Claire abrió los ojos, aunque el
intento apenas le valió la pena. Tenía la visión borrosa, la cabeza le daba
vueltas y sus cansadas piernas le rogaban seguir sentada. Vaciló ante aquella
petición, pues se sentía capaz de moverse y estirarse, pero algo más llamó su
atención.
La penumbra de
las celdas se había aclarado como su voluntad, y de la sorpresa logró despejar
la niebla de su mirada. El recuerdo del enfrentamiento, del chico, la llevó a
enfocar al pasillo y allí halló a Firo.
Estaba en el
suelo, tumbado de lado y a escasos metros del shiriza que los atacó, quien
yacía de igual forma. Notó entonces que la claridad se debía a que las motas no
flotaban en las celdas, ni siquiera cubrían el indefenso cuerpo del chiquillo.
Formaban parte
de la silueta que vigilaba al joven preso, componiendo su carne y despidiendo
un fino humo oscuro en sus bordes.
La presencia
notó su mirada y se giró hacia ella. Sus ojos eran completamente blancos y
brillaban tanto como hicieron los suyos durante el combate. Sabía a quién
pertenecían aquellos toscos rasgos esculpidos en neblina, familiares como los
de su propia imagen en un espejo. Era su Otra Voz. Su Sombra, nunca mejor dicha,
y su boca se abrió en un níveo trazo para volver a reír con la voz de ambas.
—¿Me echabas
de menos? —preguntó, con sorna. Claire se sorprendió de que fueran sus oídos
los que encontraran aquella pregunta—. ¿Por qué el asombro? Acordamos que te
dejaría aprender sin el yugo del miedo… al menos del mío. Volverte una total
temeraria habría puesto en peligro nuestra supervivencia.
Se apoyó en la
pared del pasillo. Su silueta era difusa, aunque indudablemente suya. Curiosamente,
temía menos a su Sombra ahora que en sus sueños. Manifestada ante ella, tangible
a sus ojos, era más fácil de comprender que la negrura abisal de sus noches.
—No pude
echarte de menos mientras guiabas mi espada.
—Ah, al final
te diste cuenta —sonrió, mostrando aquel trazo blanco de nuevo—. No todo el
mérito es mío. Tu cuerpo tiene una excelente memoria muscular, valga la ironía.
Bastaron unos consejitos para que empezaras a moverte, tenías la opción de
seguirlos o tomar tus propias decisiones —señaló su propia mano izquierda. Los
dedos eran columnas de neblina negra—. Usar la izquierda para pelear fue buena
idea, aunque no llegamos a hacernos ambidiestras. La próxima vez puede que no
salga tan bien.
Un bullido
palpitó en su interior con aquellas palabras, aquella decisión que se le planteó
en el campo de entrenamiento. La Sombra advirtió su gesto.
—Vamos, no te
enfadarías tanto cuando até al guardia. ¡De nada!
Su réplica
murió con un ligero vahío y, cuando logró despejarse, su Sombra estaba
arrodillada junto a Firo. Dos trazos blancos volvieron a enfocarla.
—Aprende a
vigilar tus heridas, te salvará más que la espada. Casi te cuesta la vida su
nombre. Le prometiste que escaparíais juntos. Esto no ha acabado.
La burla había
desaparecido de su voz. Aún arrodillada a su lado, la Sombra llevó una mano al
cabello del niño, pero se detuvo antes de tocarlo. Sus dedos se cerraron en un
puño que lentamente se retiró a su costado.
—Cuando te
pedí liberarme, dijiste que el silencio te preocupaba. Era el suyo, ¿no es así?
—los trazos blancos volvieron a enfocarla—. Prometiste liberarme del miedo
porque querías buscarlo. Ambas podíamos verlo, él también podía presentirte.
—E hicimos
bien. Te habrás dado cuenta de que apenas lo visitamos en nuestros sueños e
inconsciencia… Pues él estaba demasiado débil para recibirnos.
Al final la
Sombra rozó el cabello de Firo con sus dedos de humo y estos se deshicieron al
contacto. Lejos de asustarse, contempló fascinada cómo sus falanges se
recomponían al apartarse.
—La oscuridad
se alimenta de sombras —dijo para sí, antes de volverse de nuevo hacia Claire—.
Te dejé saborear magia y conocimiento por tal de encontrarlo, aunque fuera una posibilidad
remota. Incumplí un juramento mientras que tú te aferraste al tuyo. Aposté
nuestra seguridad al dejarte marchar… y superaste mis expectativas.
»Ahora, mi
promesa rota carece de sentido. Únicamente nos queda una deuda que solo yo
recuerdo, y tendrás que valerte por ti misma para devolvérsela —Claire
parpadeó, aturdida. La Sombra se levantó ignorando sus dudas—. Bastará con que cumplas
tu palabra: toma el relevo de Carine y escapa junto a Firo. Vigila tus heridas
y respeta tu cuerpo, mi vasija. Pues, si tú caes, yo no podré cuidarlo.
Claire tragó
saliva. La Sombra jamás había hablado tanto y tan buena fe como ahora, no
tendría mejor oportunidad para liberar su curiosidad. Había tantas dudas como
vasto era el páramo vacío de su memoria. Podría haber sido cauta y cerrar sus
cuestiones a puntos concretos, pero la avaricia ganó ante la posibilidad de
pintar aquel lienzo vacío.
—¿Qué es lo
que sabes de mi pasado?
Y su respuesta
fue una cruel medialuna. Había sido una necia por intentarlo.
—Lo suficiente
como para lamentar tu existencia… y la mía —su grotesca sonrisa se quebró. La Sombra
le dio la espalda, escondiendo así su escasa blancura—. Se acabó la charla.
Su figura
estalló descomponiéndose en cientos de pedazos sombríos. La escena le impactó
tanto que tardó en ver que eran muchos menos de los que antes poblaban las
celdas. La mayoría cayó al suelo, deslizándose hasta acabar bajo sus pies.
Componiendo su
sombra.
No le
sorprendió ver la extraña lógica tras ello. Más raro fue ver como las motas sobrantes
caían directamente sobre Firo y se difuminaban al tocarlo. Cuando terminaron,
no quedaba ni una en el aire. Miró a su alrededor y comprobó que los demás prisioneros
también se habían desmayado.
Su atención
volvió a Firo y se arrastró hacia él, consciente de que las sombras que sustentaban
a los espectros habían desaparecido. Su sangre se heló al no captar su
presencia en su cabeza.
Logró llegar y
arrodillarse a su lado. Al igual que hizo su Sombra, extendió una mano hacia él
que después detuvo. ¿Y si el mal ya estaba hecho? Negó con la cabeza. No había
tiempo para asustarse.
―Oye,
despierta ―lo llamó, poniéndole una mano en el hombro―. Vamos, despierta,
despierta…
Lo zarandeó
con cautela, obteniendo el mismo resultado. Un tenue movimiento indicaba que
respiraba, a pesar de no reaccionar a sus palabras. Su mente solo escuchaba su
propia voz, negándose a creer aquella situación. ¿Y si su poder también le
había atacado? ¿Y si no lograba despertar? Recordó que nunca lo había visto
dormir, era incapaz de ello. Si se desmayaba, su mente seguía activa. Era parte
de su maldición.
Iban a escapar
juntos, era una promesa. No podía estar pasando aquello…
―Vamos,
despierta… Por favor…
Y entonces,
justo cuando iba a girarlo, una voz la llamó.
―Claire, ¿eres
tú?
La aludida
ahogó un grito mientras Firo se incorporaba lentamente, volviéndose hacia ella.
Aquellas palabras las había pronunciado con su voz, su boca. Compartieron una
mirada de asombro y extrañeza hasta que él se dio cuenta de lo que acababa de
hacer.
—Yo… Puedo
hablar.
Claire dejó
escapar un suspiro de alivio y una sonrisa cuando él repitió aquellas palabras.
Se puso de pie, tocándose el rostro con ambas manos y pasando sus dedos por sus
mejillas, labios e incluso sus recuperados dientes. Finalmente, se giró hacia
Claire y ella vio la misma sonrisa que el niño del fichero, reconocible a pesar
de las mejillas hundidas y cenicientas por el encierro.
—¡Lo has
conseguido! —un poco de tos interrumpió su entusiasmo—. No puedo creerlo, no
esperaba que pudieras acceder a los registros. ¿Cómo lo has hecho?
El chico se
tambaleó y Claire evitó su respuesta tomando sus manos para equilibrarlo.
—¡Cuidado, cuidado! —él asintió, todavía sonriente—. No te fuerces.
Como
respuesta, Firo rio y se dejó caer de rodillas para abrazar a Claire. Ella se
quedó aturdida unos instantes antes de poder devolvérselo.
—Gracias por insistir
en rescatarme. No habría salido de aquí sin tu ayuda.
Claire
parpadeó, todavía abrumada.
—Solo cumplí
mi palabra —frunció el ceño—. Aunque no entiendo cómo salió bien.
Firo se
retiró, sentándose frente a ella.
—¿Recuerdas mis
teorías para romper mi maldición? —Claire asintió poco convencida—. Nuestra
primera opción y la más segura era hacer una bendición contraria y específica
que la deshiciera, pero ni Carine ni yo podíamos hacer Brujería Blanca para
ello.
»La otra opción
era atacar a las maldiciones sencillas que componían la mía, esperando que el
efecto en cadena terminara por romperla. Por ejemplo, usar metamorfosis para
devolverme la boca y funciones corrientes o forzar mi memoria.
»Si comparamos
mi maldición con una cerradura a abrir, la contrabendición sería como crear una
llave que encajara perfectamente y la abriera sin provocarle daños, mientras
que estimular mi memoria sería forzar la cerradura: podría dejarla tocada e
inservible.
—¿Y la
metamorfosis?
—Como echar la
puerta abajo a patadas.
—Ouch. Bueno,
al menos no he escogido la peor opción —Firo guardó silencio y Claire
entrecerró los ojos—. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor que en años, lo cual no es muy indicativo de mi estado —cedió él—. Chispeante de méner y muy hablador. Todavía gris.
—¿Y si era tu
color original? —Claire forzó una sonrisa que Firo no le devolvió—. Lo siento, creo
que los golpes me han roto el humor.
—Se te perdona —aceptó él, suavizando el gesto—. De todos modos, si fuera así tendría más memoria que mi nombre: Firo Delayer —tras saborear las palabras, negó con la cabeza—. No me inspira más recuerdo.
Claire tragó
saliva.
—Tal vez no
haya sido la mejor opción.
—Era la única
que teníamos —se encogió de hombros—. Además, prefiero ser gris y amnésico
fuera de las celdas que en ellas. Decías haber visto mi foto en un informe, ¿lo
has traído?
—El tuyo y el
de Carine —Firo alzó las cejas—. Los tiré en la entrada. La foto no está a
color, aunque igual te despierta la memoria.
—Tal vez —dijo
él, levantándose. Miró a Claire, ensangrentada y con el hielo fundiéndose en su
brazo—. ¿Puedes ponerte en pie?
Ella asintió,
aunque aceptó la escasa ayuda que ofreció su mano. Mientras Firo recogía los
ficheros a la entrada, Claire se entretuvo ojeando sus alrededores. Los presos
seguían desmayados en sus celdas, sin cambio aparente y con un débil compás
moviendo sus pechos.
No había
rastro del guardia humano al que robó ojos y recuerdos. Supuso que Firo pudo
mandarlo arriba antes de que bajara el shiriza. Este seguía inconsciente. Alto
y fuerte, ahora que podía verlo sin peligro parecía joven, recién pasada la
veintena. Dormido como estaba, su piedad y culpa parecían más creíbles que
cuando las pronunció.
Su espada
captó su atención y se agachó para recogerla. De empuñadura negra, era más
elegante y estilizada que la del guardia. En el borde de la hoja, unos símbolos
parpadeaban levemente. La blandió con la mano derecha y soltó un quejido por la
muñeca. ¿Hasta qué punto se la habría lastimado?
Cambió el arma
de mano y observó su reflejo en el filo. Sus ojos habían vuelto al azul
habitual, oscurecidos tras fatiga y su flequillo sudoroso. Probó un par de
estocadas con la izquierda. El filo era ligero y manejable, similar al de la
espada que usó contra Blake.
La guardó en
su cinturón. Inconsciente como estaba, aquel shiriza no necesitaría una espada
y no pensaba dejársela para cuando despertara. Un poquito de venganza no sabía
mal.
Cuando se
acercó a la puerta, Firo seguía leyendo los informes. Se había apoyado en la
pared y tenía el ceño fruncido.
—¿Te encuentras bien?
—Debería
preguntártelo a ti —contestó, cerrando el fichero. Parecía el de Carine—. El
hielo se te deshace.
—Aguantaré,
aunque no me vendría mal un Sanador. ¿Puedo ayudarte con el portal?
—Puedo hacerlo
en cuestión de minutos, ¿recuerdas? —sonrió, y Claire lo miró con preocupación.
Parecía cansado—. Bueno, tal vez algo más. Aunque noto una mayor corriente de
méner, dudo que este sea mi cauce normal.
Claire torció
el gesto. El símil de la cerradura volvió a su cabeza.
—De hecho, me
gustaría visitar la celda de Carine para ver si me dejó algo más para tratarme
—notó la mirada de Claire y le dedicó una sonrisa cansada, seguida de una
confesión—: En realidad es para despedirme de ella. Sé que tenemos prisa, pero…
—Iremos —le
sonrió de vuelta—. Aprovecharé para reponer fuerzas.
Se contuvo de
mencionar que el tiempo hacía menos daño a sus heridas que la amenaza de ser
descubiertos. Ambos lo sabían de sobra.
Abandonaron
las celdas y a sus cautivos todavía inconscientes, dejándolos encerrados junto
al shiriza. Claire se había tomado la libertad de desproveerle tanto de armas
como llaves, aunque presentía que tardaría en despertar.
Tal y como
prometió, Claire se dejó caer frente a la puerta de Carine mientras Firo
inspeccionaba la entrada. Aquella cámara acorazada era realmente impresionante,
sobre todo considerando que su prisionera entró siendo una niña. Extrañamente, Claire
pensó que la fama de Carine parecía justificar en parte la seguridad empleada.
Al fin y al cabo, parecía escaparse a menudo para ver a Firo.
Mientras
cavilaba sobre sus métodos de escape, aprovechó para recuperar el hielo perdido
en el brazo. Su piel agradeció el frescor familiar más que las gotas calientes
que resbalaron por su nariz. La escarcha y su palidez se salpicaron de rojo y
sus límites se difuminaron conforme las antorchas, el suelo y todo se
oscurecía.
Un contacto
familiar precedió a una voz que le pedía despertar. Los zarandeos cesaron
cuando Firo entró en su campo de visión, sus ojos apenas enfocándolo. Algo de
unas vendas, decía. Notó que la tumbaba en el suelo y le vio coger las llaves
de su cinto. Se perdió tras la puerta de Carine y regresó en un parpadeo. Al
volver, podía oír sus pasos y su voz empezó a tener sentido.
—…vendas.
Teniéndolas no hacía falta que usaras magia —Claire lo miró y Firo se percató
de que conseguía enfocarlo. Su tono se suavizó, aunque dejar la reprimenda—. Estás
en tu límite, Claire. Prométeme que no harás magia hasta que salgamos de aquí.
—¿Y si la
necesitamos? —balbuceó.
—No creo que
necesitemos hielo pronto, ni siquiera en ti —repuso él. Apretó un nudo en su
brazo y Claire advirtió la venda que cubría su piel. Estaba mojada de sangre y
agua—. Aguantará, tengo práctica con Carine. Me gustaría decir que ojalá no
fueras también del tipo que se mete en problemas, pero si has acabado aquí…
—No fue mi
intención, yo solo quería bailar.
No era del
todo mentira, aunque Firo la miró por otra cosa.
—Es verdad,
llevabas un vestido y chaqueta al principio. Están donde Carine.
—El Baile del
Consejo, los shirizas…
Entrecerró los
ojos y el contacto de Firo en su hombro llamó su atención.
—Guarda el
aliento. Ya me contarás cuando salgamos —le pidió—. Descansa un poco.
Se levantó y
le dedicó un último vistazo a su venda antes de desaparecer en la oscuridad de
la celda. Curioso que alguien con el aspecto de un chiquillo la cuidara a ella.
¿Qué dirían aquellos maleducados del baile si la vieran ahora? Oh, un temible
monstruo siendo salvado por un chavalín.
«Pensándolo
bien, su comportamiento tampoco refleja la edad de su cuerpo —un destello de
lucidez le otorgó una revelación—. Un momento, de verdad es mayor de lo que
aparenta. Tendrá más o menos la edad de Carine… como mínimo. Qué extraño».
Al cabo de
unos minutos, Firo regresó con las manos vacías y el gesto pensativo. Aún con
la boca recuperada, seguía siendo difícil interpretar sus emociones. Claire
recordó las palabras del shiriza: “completamente hermético”. Debía ocultarlas
de alguna forma.
—¿Estás mejor? —le preguntó.
Claire asintió
como respuesta. Gesto que lamentó cuando Firo dijo de marchar a los pisos
superiores.
—¿Por qué?
—graznó, teniendo que sorber sangre por la nariz. Firo arqueó una ceja y ella
se apresuró en añadir—: Estoy bien, de verdad, pero subir nos pondría en riesgo.
¿No deberíamos hacer el portal cuanto antes?
—Por eso mismo
deberíamos subir —repuso él, apartándose un mechón de la cara—. Cuanto más
abierto sea el espacio donde se crea un portal, menos méner cuesta. El de
Carine apenas duró unos minutos y se cobró meses de amplificación y méner ahorrado…
que no me salvaron de acabar por los suelos.
»Ahora,
contamos con mi libertad de movimiento y magia. Debo crear el portal en
solitario, pues no estás en condiciones de pasarme ni una gota de méner. Debo
crearlo rápido, porque ese shiriza era importante y pronto lo echarán de menos.
Tenemos que aprovechar todos nuestros recursos, y uno de ellos consiste en
buscar espacio.
Claire siguió
escuchándolo, fascinada. Sus conocimientos delataban su inteligencia y
habilidad con la magia a pesar de su aparente juventud, explicándolos con
exactitud y claridad por el bien de su interlocutora. Aquella forma de
análisis, detallado y concreto, le recordó a cuando su Sombra analizaba los
movimientos de sus rivales para dar con la estrategia a seguir.
—Todos estos
años, Carine aguantó a mi lado buscando la forma de librarme de la maldición
―continuó, sin apartar los ojos de su celda. Su mano acarició el metal de la
puerta―. El que al final tuviera que dejarme no borra sus esfuerzos, la
información que reunimos y el tiempo que compartimos.
»Esos momentos
me han servido para comprender mi situación, para que pudieras ayudarme. Ahora,
gracias a ti vuelvo a tener un nombre, pero aún faltan piezas de mi ser ―se
giró hacia Claire, decidido―. Hay una razón más por la que debo ir arriba,
Claire. Creo que uno de los salones de este castillo está relacionado con mis
recuerdos. Si voy, tal vez recupere parte de mi memoria.
Al oír
aquellas palabras, Claire se apoyó en la pared hasta lograr levantarse. Firo le
dedicó una mirada de preocupación que se extendió durante su respuesta:
—Entonces
iremos lo antes posible. El descanso me ha venido bien, podré andar.
Aun así, Firo
se acercó a ella y le ofreció su hombro como muleta. Al aceptar, le dijo:
—Eres un poco
cabezota, pero de no serlo aún seguiría preso —sonrió—. Tendré que fiarme de
ti.
Las escaleras fueron la peor
parte. Peldaño a peldaño, avanzaron con calma y pausas (algunas pedidas por
Claire, otras exigidas por su bien) hasta dar con la puerta de los pasillos
superiores. Con un momento para recuperar el aliento y otro para que Firo le
preguntara por enésima vez por su estado, Claire logró decir que estaba mejor
con sinceridad… y al devolverle la pregunta él también parecía estarlo. Era
curiosa la amenaza de ser ambos “Mentalistas”, ninguna mentira pasaría
inadvertida mientras se miraran a los ojos, pues incluso los intentos de Firo
por cerrarse ya indicaban algo.
Era él quien
les guiaba por los pasillos y, para sorpresa de Claire, demostró ser mejor
instructor en persona que desde las celdas. Aun marchando despacio, no se
cruzaron con ningún otro individuo. Los pocos que divisaron enseguida
desaparecían entre otros pasillos, y el dúo aguardaba a su marcha antes de
avanzar. Mejor pues, aunque la túnica camuflaba la identidad de Claire, el
chiquillo a su lado llamaba demasiado la atención.
Algo más
despejada, convenció a Firo para dejar de ser su apoyo y este pasó a tomarla de
la mano, liderando los pasos. De vez en cuando se detenía, indeciso, antes de
ojear el mapa y seguir adelante. Cuando le preguntó por su sentido de la
orientación, contestó que no solo se guiaba por las huellas de Carine, si no
las suyas propias: cuanto más se alejaban de las mazmorras, más familiar le era
la fortaleza.
En su última
pausa, se detuvo ante una puerta y Claire le ayudó a abrirla. Entraron en un
salón de baile, mucho más pequeño que el de la Sede, con un hermoso suelo ajedrezado.
La iluminación provenía de polvorientas lámparas, encendidas con encantamientos
perennes y abandonadas como las mesas y sillones amontonados en las paredes.
Hacía tiempo que los únicos eventos allí se celebraban en las telarañas, que
prosperaban en cualquier rincón posible. Las paredes eran de madera intercalada
con espejos, y Claire devolvió la mirada a una joven cansada y su extraño
acompañante gris.
—Es aquí.
La mano de
Firo se deslizó de entre sus dedos y Claire lo siguió despacio, vigilando y curioseando
sus alrededores. Lo cierto es que también notaba una sensación familiar, una
demasiado cercana para pertenecer a su memoria perdida. Sentía la presión en el
aire, el hedor mezclado con el polvo que encogía sus pulmones con cada
respiración.
Era el olor a
la magia, de recitaciones y méner concentrados en un mismo lugar. El recuerdo
de su llegada a Máline la inundó y se abrazó a sí misma embriagada por él.
Tanta energía, tanto poder, la agobiaba y detenía sus pasos. Sin embargo, no
llegó a hacerla huir. No sintió miedo, pues se le prometió liberarla de él.
Solo notó la carga de aquel almizcle en su pecho, aquel que tantas emociones
arrastró a su vida.
Notó como su
Sombra se agitaba en su interior, en sus pies sin que la luz la moviera. Un mal
augurio. Tomó una bocanada de aquel aire manchado y se forzó a seguir a Firo. No
podía flaquear ahora.
Él ya había
llegado al otro extremo de la habitación, a una pared cubierta por una tela tan
polvorienta como el resto de muebles. Claire, a mitad de camino, vio como
quitaba la cobertura y se retiraba para examinar aquel arco trazado en rojo.
Un clic en su
mente la trasladó a recuerdos ajenos que había observado, a las noches de Firo
y Carine trazando el portal que los salvaría. Entonces, su Sombra se agitó a sus
pies y Claire se giró para recibir el impacto.
Su cuerpo
cruzó la mitad del salón, aterrizando casi a los pies de Firo y sacándolo de su
ensimismamiento. Este gritó su nombre y corrió para arrodillarse a su lado
mientras ella luchaba por mantenerse consciente. Una arcada le arrancó sangre y
ácido de su interior, manchando las túnicas de ambos y despertándola por fin.
Conteniendo un aullido de dolor, se dejó ayudar para incorporarse y los dos
fugitivos entraron en guardia.
Su agresora
tenía la piel gris, con ligeras escamas recubriendo sus mejillas. Llevaba
guantes que no ocultaban la silueta de sus garras. Tras ella, una cola acabada
en punta de flecha, afilada cual cuchilla, se mecía a la espera de su reacción.
Se trataba de
una shiriza, pero había algo diferente en ella. Parecía mucho más poderosa que
cualquiera de sus anteriores rivales, más incluso que el antiguo propietario de
su espada. Tal era su poder que Claire se estremeció, pues la misma sensación
que había sentido al cruzar aquella sala, al aparecer en el bosque entre magia,
volvió a ahogarla.
Su atuendo
verde, sin embargo, no parecía indicar que fuera guerrera. Llevaba un hermoso y
elegante vestido largo, combinado con sus guantes y un antifaz que escondía sus
ojos. El conjunto parecía más apropiado para una mascarada que una pelea,
aunque su ataque había demostrado su fuerza.
Al moverse, un
destello brilló en su cintura, dorado como su larga melena ondulada. Se trataba
de una espada con empuñadura de oro y jade, envainada hasta hallar algo que
cortar.
—Ha sido
descortés golpearte a traición, pero también lo es que piséis lo que no os
pertenece. Los presos deben ocupar sus celdas —Claire se llevó la mano a la
espada y Firo apretó su hombro, pidiendo paciencia. La mujer negó con la
cabeza—. Veo que tendré que dar ejemplo de cortesía con mi presentación: Estáis
ante Kasshere Zasjara, Reina legítima de Zes’Haris y, por lo tanto, Soberana de
la antigua y noble raza shiriza.
Claire escupió, más por el vómito que por ofensa. La mujer ante ella era
la responsable del control de miles de inocentes y la muerte de otros cientos. Aquella
tirana estaba justo ante ella, y lo único que la mantenía consciente era el
dolor y el miedo.
Firo volvió a
apretarle el hombro para llamar su atención. Se agachó y, sin dejar de mirar a
la Reina, le susurró:
—Retírate
hacia la pared, yo me encargo de ella.
Claire contuvo
el aliento. ¿Cómo podía estar diciendo aquellas palabras? No hacía ni dos horas
que recuperó su cuerpo, no estaba en condiciones de luchar y menos contra una
maga tan poderosa. Estaba loco y, sin embargo, sus ojos tenían la determinación
de quien ya sabe el resultado de una acción.
La ayudó a
levantarse y tuvo la sensación de que había crecido, o tal vez fuera la
confianza que depositaba en sus palabras. Fuera lo que fuera, Claire se retiró
a la pared mientras Firo marchaba hacia la Reina.
—Firo Delayer
—lo llamó, y el nombrado se detuvo—. Te mandé
buscar, confirmar que seguías callado y olvidado… menos por ella. Veo que tu
maldición no te impidió seguir liberando prisioneros.
Esta vez, fue
la Reina quien avanzó, sus zapatos de gala sonando como un cruel metrónomo
sobre el mármol. Claire siguió andando casi a rastras, confiando no por fe, si
no por la desesperación de no poder hacer otra cosa. Su mano sana cubría su
estómago, allá donde la Reina impactó, y entrecerraba los ojos para centrar la
vista. Agonizaba, pero estaba cerca de la pared.
—¿Qué
pretendes con esto? Sabes que no eres rival para mí, y menos en tu estado. Os
mataría antes de que recitaras un mísero escudo —de pronto, la shiriza cambió
su tono de voz, como si una idea hubiera cruzado su cabeza—. O tal vez…
Intentas que escape sola, como hiciste con la pobre Carine, ¿no es así?
Claire se
detuvo para ver como Firo cerraba los puños. La Reina sonrió y un escalofrío
retorció sus entrañas. No podía ser que fuera a repetir la historia. No iba a
dejarlo solo.
¿O ese era el
plan?
—Claire, no te
detengas —dijo Firo a sus espaldas—. Confía en mí como yo confié en ti.
Y ella apretó
los dientes y siguió caminando. Ya casi estaba. A sus espaldas, Firo le
devolvió la sonrisa a la Reina con un desafío:
—Si quieres
matarla tendrás que pasar por encima de mi cadáver.
La expresión
de Kasshere no respondió a su provocación. Su voz cayó a la gelidez cuando
declaró, átona y segura:
―Tu valor te
salva de la muerte, pero sigues mereciendo un castigo.
Claire se
volvió con aquellas palabras, cuando apenas unos pasos la separaban del final.
Lo hizo justo a tiempo para ver a la Reina desenvainar con un silbido metálico.
En un parpadeo, la hoja atravesó el aire.
Pero Firo ya
no estaba allí.
Claire
parpadeó perpleja, tanto como la Reina que se irguió buscando al crío que había
osado retarla. Fue entonces cuando la Elegida notó una mano en su hombro, y se
giró para ver a los ojos de Firo sonriendo entre su pelo gris, a la misma
altura que los suyos.
―Me prometiste que escaparíamos
juntos de este lugar, ¿no es así? Y yo no soy quién para romper una promesa.
Le tendió la
mano y Claire la aceptó devolviéndole la sonrisa. Desvió su atención a la Reina
y, con la mano libre, se apoyó en la pared abriendo una brecha de luz.
La Soberana no
se rendiría tan fácilmente. Echó a correr hacia ellos y Firo retrocedió
arrastrando a Claire al interior del portal. Sus pies comenzaron a flotar,
rodeados de un espacio gris y de luz tenue donde no podía distinguir donde
empezaban ni acababan paredes y suelo. Lo único que parecía real era la brecha
que daba a la fortaleza, con la imagen de la Reina acelerando hacia ellos.
Firo gritó
unas palabras en un idioma que Claire no comprendió y el murmullo de la magia
se intensificó hasta un ruido. Había dado la orden de cerrar la brecha, pero
Kasshere era rápida y tomó entre sus garras enguantadas los límites, tratando
de abrirse paso.
El espacio se
sacudió. Claire abrazó a Firo y él la rodeó con sus delgados brazos, temerosos
de que la corriente de magia los separara. Las garras de la Reina temblaron,
esforzándose a pesar de que la grieta seguía cerrándose.
—¡Recuerda lo
que acordamos! —le dijo Firo a Claire, alzando la voz para hacerse oír entre
los gritos y el rugido de la magia—. No sé nada del mundo exterior, así que tú
escoges nuestro destino. Piensa en un lugar donde estemos a salvo. Visualízalo
en tu cabeza. ¡Deprisa!
Claire asintió
mientras pensaba donde querría ir… o más bien con quienes quería estar. Sin
embargo, una luz cegadora rompió su concentración y arrancó un grito a su lado.
La Reina había reabierto la brecha y sus garras se clavaron en Firo,
separándolos.
La Elegida
consiguió tomarlo de la mano antes de que se lo llevara. El frío y el calor
volvieron a su cuerpo preparándose para llamar al hielo. Firo fijó su vista en
la mirada oculta de la Reina. Kasshere sonrió.
La oscuridad
precedió al hielo de Claire.
El gris del
portal, la luz del salón que entraba a través de la brecha, la tirana… Todo fue
consumido por la oscuridad. Entre la negrura, Claire distinguió unas finas
espinas que se acercaron al antifaz de la Reina. Fue ahí cuando su alivio se
rompió en pedazos.
No lo había
hecho su Sombra. Las espinas eran demasiado negras, demasiado densas para ser
creadas y comandadas por su Otra Voz. No
eran meras sombras, era oscuridad pura y la Reina se detuvo en seco al ver que
rozaban su máscara.
Entonces, Firo
murmuró algo que Claire no logró entender y que arrancó una carcajada de la
tirana. Soltó el brazo de Firo sin perder la sonrisa.
—Tenemos
demasiado en común, Delayer —dijo, conforme su cuerpo retrocedía al salón—.
Disfruta de tu escasa libertad porque pronto volveremos a vernos. No quiero
perder a alguien tan valioso como tú.
La brecha se
cerró y Claire atrajo a Firo hacia sí. Un destello amarillo se perdió tras sus
párpados cenicientos, el primer color que vio en él. Poco a poco, la densa
oscuridad dejó paso a un apacible gris que invitaba a descansar, o tal vez
fuera el agotamiento que arrastraban sus cuerpos. Claire cerró los ojos, abrazó
a su compañero, y este la correspondió.
El ruido del
portal se convirtió en un murmullo conforme los dos fugitivos caían en la
inconsciencia. Unidos por sus brazos y un maltrecho manto blanco, permanecieron
juntos durante el viaje.
Lo primero que vieron los ojos de
Claire al despertar fue un techo de madera. Yacía acostada sobre algo blando
que resultó ser una camilla de hospital, y la ventana a su lado la iluminaba
con trémulos rayos de sol. Aún nublado, la luz se sintió clara y cálida como una
mañana estival, sobre todo comparada con la tormenta que aún tronaba en su
cabeza.
Intentando
despejarse, se incorporó y las quejas de su cuerpo la devolvieron al lecho. Fue
más la sorpresa y el recuerdo de sus heridas que un verdadero dolor, pues
apenas sentía molestias en su estómago, cabeza y brazo derecho.
El temporal de
recuerdos y lucha empezaba a despejarse en su cabeza, dándole sentido a lo
vivido y obligándola a tensar los hombros cuando escuchó a alguien acercarse.
Entonces, con la misma rapidez que entró en guardia, se relajó y Blake le
sonrió:
—Te abrazaría,
pero estás tan herida que temo hacerte más daño.
Claire le
devolvió una sonrisa inspirada por la emoción, alegría e incredulidad. En las
celdas, logró alimentar su esperanza a base de necesidad, pero siempre existió
la pequeña duda de si volvería a ver a Blake, a Ángela, a su hogar.
Y ahora estaba
a su lado. Como debía ser.
Escuchó más
pasos por la habitación y Blake la ayudó a sentarse en la camilla con cuidado,
con los pies colgando del borde de esta. Grey acercó una silla a ellos,
levantando dos dedos como saludo.
—Vaya paliza
te dieron anoche, ¿no? —comentó, en tono casual—. Creo que no te queda
centímetro de piel sin vendar.
—Y que lo
digas —coincidió Claire, mirándose.
La habían
vestido con una bata de hospital y cambiado las vendas del brazo por unas
nuevas. El vendaje se extendía por el hombro y reaparecía en su abdomen y parte
de las costillas, además de en la muñeca, más rígido para inmovilizarla. Palpó
su cabeza y también notó tela en ella.
—¿Me han
mirado bien aquí dentro? —preguntó, forzando una sonrisa—. Ayer me desmayé unas
cuantas veces y algunas fueron por golpes en la mollera.
—Los Sanadores
dicen que está todo en orden, pero han encantado tus vendas para acelerar la
recuperación —contestó Blake. Aunque alegre, su rostro se debatía entre el
alivio y la preocupación—. También me han pedido que te advierta sobre las
consecuencias de la magia. Parte de tus hemorragias indican un golpe de calor
por usarla de forma continua. Es típico en principiantes y…
—Algo de eso
he oído, sí —le interrumpió Claire, con un suspiro. Blake la miró con
curiosidad, pero ella no desarrolló.
—Tenías un
corte bastante feo en el brazo, pero han sabido curártelo bien —comentó Grey,
evitando el silencio—. No te quedará ni cicatriz.
—Los médicos
han elogiado tu trabajo con el hielo —añadió Blake—. Dicen que paraste la
hemorragia sin demasiados daños por frío. Aunque tu muñeca…
Claire miró su
mano derecha y comprobó que podía mover ligeramente la articulación a pesar de
la venda. Dolía más que el resto de sus heridas, pero estaba mucho mejor que
antes. Tendría que pelear con la izquierda por unos… ¿días? Se volvió hacia
Blake, su semblante pensativo.
—Recuerda
cuando te torciste el tobillo en Máline —le dijo él—. La Sanación aumenta
nuestra regeneración natural, pero no es bueno depender de ella porque genera
resistencia… La que te han aplicado solo se usa en emergencias.
¿Emergencia?
La habitación a su alrededor no transmitía urgencia alguna, a pesar del
recuerdo del ataque y su secuestro. Cuando quiso preguntar por ello, Blake
volvía a mirarla.
—Claire, ¿cómo
te hiciste todo esto?
Su alivio por
recuperarla ahora palidecía respecto a su preocupación. Grey también parecía
tan intrigado como consternado por su aspecto. Claire no tuvo más remedio que
tragar saliva y contestar:
—El shiriza me
llevó lejos, a una fortaleza al servicio de la Reina shiriza. Me dejó en las
mazmorras, pero logré escapar con ayuda de… —miró a Grey y titubeó antes de
seguir. ¿le habría contado Blake sobre sus sueños?—. De otro de los presos. Me
enfrenté a ese shiriza y gané a duras penas. Luego intentamos hacer un portal y
la mismísima Reina casi nos detiene. —el recuerdo de la profunda oscuridad
frunció su ceño—. Ni siquiera sé cómo logramos…
Olvidando lo
que había dicho antes, Blake interrumpió su historia con un abrazo tan fuerte
que le arrancó un quejido por sus heridas.
—Cuando aquel
shiriza me miró a los ojos paralizó todo mi cuerpo, pero podía seguir viendo y
oyendo —le contó, con voz temblorosa—. Vi cómo te levantaba y se desvanecía
contigo, sin que pudiera hacer nada. Me sentí impotente, un auténtico inútil.
Yo…
Claire le dio unas palmaditas en
la espalda.
―Ya pasó, tranquilo, ya pasó. Aunque
agradecería que no me rompieras algún hueso.
Blake asintió
y la soltó, limpiándose los ojos vidriosos con la manga de su jersey. A su
lado, Grey la miraba completamente asombrado.
—¡¿Viste a la
Reina?! No, es imposible… ¿Y cómo es que estás viva?
—Sinceramente
no lo sé. Él logró cerrar el portal de alguna forma y…
—¿Él?
—inquirió Blake.
Claire
enmudeció. ¿Qué había sido de Firo?
Miró a su
alrededor. Ni él ni Ángela estaban en la habitación. La única camilla ocupada
era la suya. Grey y Blake la miraron confusos y una extraña sensación recorrió
su espina dorsal.
¿Acaso había
sido todo un sueño?
La razón
alivió su temor como hielo en una quemadura. Sin Firo, ella no habría podido
cruzar el portal a la libertad, no tenía forma alguna de regresar con sus
amigos. Luego, Blake soltó una exclamación y disipó sus últimas dudas.
—¡Ah! El preso
será el chico que vino contigo. Ángela ha estado con él y ha vuelto para
llevarle ropa mía. Fue a visitarle porque se levantó antes que Grey y yo, y
decidimos cuidarte mientras ella lo atendía. No debería tardar en…
De pronto,
alguien llamó a la puerta y los dos Elegidos se giraron hacia Claire. Ella
asintió.
—Adelante.
La puerta se
abrió y Ángela le dedicó una sonrisa radiante.
—¡Hola,
dormilona! —Claire sonrió de vuelta, esperando un abrazo que no llegó. Ángela
se giró hacia alguien que aguardaba tras ella—. Pasa, Claire está despierta.
Tras Ángela,
entró un joven que aparentaba unos dieciséis años de edad, alto y delgado. Su
piel era clara, contrastando con el intenso rojo oscuro de su cabello, que caía
liso hasta la mitad de su espalda. No obstante, el blanco y escarlata no eran
lo único que destacaba en él: en su rostro de rasgos finos brillaban dos ojos
amarillos, un color más propio de un gato que un humano.
Aquel
desconocido entró en la habitación y se detuvo a un par de metros de la camilla
de Claire. Agachó la cabeza a modo de saludo y se presentó:
―Mi nombre es
Firo Delayer ―alzó la mirada hacia Claire y sus ojos parecieron centellear
cuando dijo―: Y sé quién eres.
»Eres Claire
Delayer, mi hermana gemela.
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