jueves, 29 de febrero de 2024

La Perdición del Entomólogo: Segundo Texto

 El Dilema Reptante


¿Me querrías si fuera un gusano?

 

En algún momento, me soltaste aquella pregunta. En tus palabras se adivinaba risa, pero también la tensa curiosidad que acompaña al primer “te quiero”. El dilema, pronunciado tantas veces a lo largo de redes y comunidades, por fin había llegado a mí, atrapándome con sus espinosas implicaciones.

Y, sin embargo, mi respuesta fue un “no”. La tuya, fingida desilusión. Ofrecí la promesa de explicarme y en estas líneas procedo.

El Dilema reptante es circunstancial. La simpleza de su enunciado le arrebata la posibilidad de contexto y lo necesito para explicarme. Por eso te propongo estos dos escenarios:

  1. Tras enamorarnos como ahora, por obra de un “mago” te convertiste en un gusano.
  2. Siempre fuiste uno.

Hablemos de la primera opción. De un día a otro, amaneciste reptando entre las sábanas. Tu aliento se escapaba entre tu piel y la tela seca hería tus anillas. Lamentando tu sino, te dejaría sobre la maceta de albahaca, su humedad más apropiada para tu delicada superficie. Entonces, me encararía al cruel vejestorio que te redujo a lombriz y le ensartaría el cuchillo más cercano en sus entrañas.

Si la venganza no acaba conmigo, si las últimas palabras del ensartado no son para reducirme a cenizas, abriría cientos de libros buscando cómo devolverte a tu forma. Te llamaría, alimentaría y protegería, rezando porque el más mínimo fragmento de quien amé siguiera conmigo.

Abriría las macetas y plantaría un jardín en el salón, una habitación pequeña para un humano, todo un mundo para un gusano. Cuidaría que no te faltara de nada, ni tierra sobre la que yacer ni detrito que escupir. Agua para que bebas, humedad para que respires y mi compañía, por si todavía me recuerdas.

Y es que el dilema tiene más capas que las pieles de cebolla que componen tu cena. Pues si el mago tuvo piedad, tal vez reconozcas las vibraciones de mis pasos. Si entre anillos y venas hay espacio para un alma, para un recuerdo nuestro, tal vez puedas alzar lo que fue tu cabeza cuando te llamo sin esperar respuesta.

Dicen que el amor es ciego, o eso pienso mientras te pierdo entre las hojas descompuestas que te sirven de alimento. Planté simientes que ahora crecen, formando montañas por las que te dejas caer. Una sonrisa se me escapa cuando los primeros brotes rompen la tierra. “Gracias por cuidar de este jardín”, te digo, aunque no puedas escuchar mi risa o sollozos.

Si algún día, de las vibraciones de mis pasos y voz, de mi llanto y plegarias, tu sangre hila con tu alma y encuentras la mía… Mándame una señal por favor. Ven a mi lado cuando me arrodillo a regar las primeras flores que trajo la primavera. Alza la “cabeza” al sentirme, no porque al hacerlo puedas verme, si no por amarga añoranza. Llórame sin lágrimas, pero no bebas de las mías porque la sal quemaría tus entrañas.

Porque mientras haya una sola anilla que guarde tu esencia, un solo segmento que reconozca y recuerde nuestros lazos, que sirva tu carne como promesa de que seguiré amándote. Buscaré, preguntaré (e incluso torturaré) a cuantos magos haga falta para poder volver a abrazarte, para acariciar tu rostro sin que mi seca piel desgaste la tuya. Y, si tu minúscula forma es la que deba acompañarte hasta la muerte, haré que nuestros cortos años sean plácidos en este jardín que entre los dos cuidamos.

Rezo porque de los destinos posibles acontezca ese, el menos vil, y que la crueldad del conjurador solo quede en una travesura. Si debieras ser reducido a lombriz, qué menos que llevarte contigo tu consciencia y memoria, y no perderte en el mundo que planté para ti. De esa forma, seguiría queriéndote a ti y no a un gusano, pues solo tu cuerpo habría cambiado.

Sin embargo, si tu reptar es fruto del instinto y no la melancolía, si para ti un anillo solo es un fragmento de tu ser… Entonces no podría amarte porque estaría llorándote.

Por la misma razón por la que jamás podría haberme enamorado de ti siendo otro, siendo un gusano, ahora mi amor se hunde entre las raíces donde hiciste tu nuevo hogar. El duelo ocupa el espacio que la esperanza dejó atrás. Los pétalos caen y sus cálices bajan con las primeras cosechas. Tras meses esperando respuesta, mi corazón se ha secado como la tierra regada con mi salado llanto. Eres rey de este jardín marchito, solitario e ignorante de tu gobierno y mi desazón. Tu cuerpo se desliza sobre su propia tumba, incapaz de añorar lo perdido.

Flores y cosechas se suceden hasta que, ya sin lágrimas que nos lastimen, visto el luto para llevarte al cementerio. El lúgubre acto es irónico siendo el jardín exterior nuestro destino, donde el sol alimenta las plantas y la vida repta, corre y salta entre las hojas.

Antes, me apenaba saber que nos conocimos o amamos tan tarde, pero me consolaba saber que tendría una vida que gozar a tu lado. Sin embargo, corta es la existencia de un gusano, y el tiempo es otro impasible viejo. La albahaca de tu primera maceta hace años que pereció, pero en ella te llevo al que será tu lecho. Mis ojos secos te buscan, la imaginación tentándome con un milagro, la esperanza sucumbiendo al ver tu vaivén errático.

“Un jardín es demasiado grande para un gusano. Aquí no estarás solo” te dije, sabiéndote incapaz de sentir tal cosa.

Los primeros días me acercaba a la maceta en tu búsqueda. Escarbaba un poco y allí te retorcías. El alivio pronto pasaba al dolor y el duelo me llevaba no a llorarte, pero sí lamentarte. En algún momento te marchaste o marchitaste, la tierra reclamó tu carcasa e hiciste de tu alimento tu sepultura. Incapaz de encontrarte, deseando no hacerlo, enterré sustrato y terracota y allí planté un recuerdo en piedra.

Con tu nombre.

Tu legado.

Y lo mucho que te amé.



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domingo, 11 de febrero de 2024

Murmullo Abisal. Tercer Texto

  

La Chica de los Ojos del Mar


Te conocí allí donde las olas llegan a su fin. La espuma marina se mezclaba con la arena y las huellas se perdían con cada marea, pero tu imagen permeó en mi retina. El sol se rendía a los encantos del mar, bajando lentamente a su encuentro, como si disfrutara de la expectación de envolverse en mantas azules. Yo no tenía tanta voluntad, pues tus ojos continuaban aquel hermoso aguamarina, tan profundo, tan cambiante, que si fueran la puerta al abismo correría a hundirme en ella.

    Había oído historias de marineros que sucumbían a las promesas de las aguas. Cegados por su belleza, sus barcos se astillan contra las rocas a las que el oleaje los lleva. Mi trabajo era indicar tal peligro cuidando la luz que marcaba el final de sus viajes. Jamás entendí su necesidad de volver a tierra, pues yo misma huí de ella. Rechacé la persistencia de sus hombres y de lo que de mí se esperaba. De sus promesas pronunciadas en primavera y que morirían antes de las nupcias, inertes en su concepción. ¿Qué podía hacer? ¿Si me prometían una vida en puerto y yo prefería atarme a un ancla?

    Sin embargo, el mar me encontró y me hizo suya. Me dejé hundir en ti a voluntad, te di mi aliento y tú me envolviste con la gentileza de las olas en la cala. Te amé, incrédula y feliz, agradecida por la oportunidad de hacerlo. Temerosa y preocupada también, pues tanta era nuestra fortuna que temía su final. En esas noches de angustia me hallabas, con mis ojos anegados y los tuyos, tan hermosos. Tus palabras limpiaban la sal de mis mejillas y volvía a respirar acunada en tus brazos.

    Dicen que fue el propio mar quien te llevó. Un día cualquiera, como cuando me miraste por primera vez. Como cuando tomaste mi grillete y tus labios tocaron la marca que dejó la alianza. Mis lágrimas cayeron como la nieve que ahora se funde en la playa, pero las de entonces fueron de cálida dicha, pues ningún metal podría prometer un amor tan sincero como el de aquel beso. Mis lágrimas caen ahora, amargas y templadas con el invierno y el duelo. La tierra me ha dado caza y los hombres reclaman mis cadenas. Su soberbia absuelve al océano de tu marcha.

    Pues que corten mis manos para que no haya anular donde cerrar este eslabón. Si mis dedos deben llevar cualquier juramento menos el tuyo, córtalos y ofréceselos a Dios. No necesito más manos que las tuyas tomando mi rostro, ni ojos si estos no pueden verte más. No necesito este cuerpo si ya no puede ser amado por ti.

    Ahogada por tu recuerdo, desolada por tu falta, tiré mis despojos por el centro de la escalera de caracol. Cayendo fugaz, tus ojos me persiguen entre barandas y escalones. Una sonrisa cruza nuestros rostros, la promesa de que así podremos vernos.

    Mi carne llega al frío abismo y es fragmentado. El faro llora a su maestra vistiéndose de luto, condenando a sus celosos asesinos, las rocas mutilando sus cuerpos como ellos destrozaron mi libertad.

    Congelada en el recuerdo de nuestro último adiós, espero que la marea me lleve junto a ti, la mujer que amé. Mi aliento se vuelve nube y granizo, mis córneas son vidrio y en ellas se refleja el mar de tus ojos.

Tablón: Update Primera Semana Septiembre 24

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