Mostrando entradas con la etiqueta #Enjambre. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta #Enjambre. Mostrar todas las entradas

sábado, 28 de junio de 2025

La Perdición del Entomólogo: Cuarto Texto


Enjambre


Corté la mitad de mis cabellos para que me trataras de duque, pues no soy tan pretencioso como para pedir el título de Rey. Soy consciente de mi forma, ¡humilde al respecto! Pero a tus ojos no basta ni para ser muchacho.

En su lugar me ofreces ser Reina, aunque jamás pedí jalea ni Reino que gobernar. Mi posición es más abierta, entre la zalamería de los zánganos y el ímpetu de las obreras. Sin embargo, hay algo entre ellos y ellas que me destaca, que distingue mis zumbidos y lenguaje. Bailando estoy sobre la delgada línea de la discreción y la confesión, para no ser el clavo que recibe el martillazo.

Es ahora, que te lo cuento en privada confianza, que puedes verlo, ¿verdad? Mi comportamiento, singular, que no encaja en la casilla que se me asignó. Una postura burda, poco grácil. Un perfume marino, no floral. El nombre al que no respondo, pues jamás pude clamar uno propio.

Mírame y mira a otros tantos seres. ¿No ves la belleza entre lo atrevido, distinto y libre? Nuestra mirada puede ser un caleidoscopio, de cientos de perspectivas ante un ente, un paisaje, un yo. Somos más que una casilla, que un modelo, que un él o ella. ¡Es cruel reducir tantísimo la existencia de alguien!

Oh, pero no lo ves así, ¿verdad? Tu mirada se aferra a la simplicidad, al sí y al no que repudia los grises y espanta el color. Asientes con educada cortesía, aun cuando tus ojos reflejan la mentira.

Nunca será suficiente, mi cabello es un precio insulso.

Nunca será suficiente, mis zumbidos son agudos por mucho que los fuerce.

Nunca será suficiente. Por más que los sonidos y formas, sabores y aromas, sean una escala de miles de notas… Todo será forzado a la dualidad. Siempre deberás encajar en uno de los dos moldes. Si nos sentimos especialmente generosos, te permitiremos cambiar al de al lado.

Las colmenas se dividen en hexágonos para ahorrar espacio. “Son el modelo óptimo” zumban sus defensores y, sin embargo, a mí me impide estirar las alas.

Solo quiero fluir y escapar del nombre que me atrapa, pero las aristas de mi hogar no me dejan. Quiero ser más que una única opción, célula o idea, sometida al desconcierto de ojos simples. Quiero ser el ramo de flores silvestres, espinas y burdos cardos, por mucho que a tus ojos solo pueda aspirar a delicada orquídea. Quiero marchar sin oprimir mi corazón, jugar con mi imagen a través de un caleidoscopio y que no me caiga juicio por ello.

No pasa nada, tendré que ser mi propio enjambre. Construiré una colmena, un hogar, cuyas aristas se adapten a mí y no yo a ellas. Me vestiré con pétalos y espinas de cientos de flores y cantaré imitando otras miles de voces.

Seré un enjambre, sí, vibrante y libre, de tantos matices que será imposible atraparme en una única forma. Te diré entonces mi nombre, uno entre tantos que recogí, y te trataré de necio si insistes en clavarme la corona que jamás deseé.




Nota autore:
Mira, a costa de perder lirismo y belleza, este es mi escrito más explícito. Quien quiera entender, entendió, y si no que me pregunte jaja.

Este es un texto que llevo macerando año y medio porque no me convencía, algo que me pasó también con las Mantis. Cuando publiqué este último, usé el símbolo del enjambre para algo diferente al significado que tiene aquí, mientras que mantenía el simbolismo de la orquídea. Esto me hizo retrasar la publicación e incluso dividirlo en dos textos porque se me ocurrió la idea del caleidoscopio/ojo compuesto en contraposición al ojo simple (todo muy bichos, como siempre).

En fin, hoy es 28 de Junio y toca publicar algo de nuevo, así que me he hartado y he pasado un par de horitas dejando estos zumbidos y bailes bien bonitos.

Feliz y combativo orgullo LGTBI+. Soy no binario. Tránsfobo muerto, abono pa mi huerto.




miércoles, 19 de febrero de 2025

La Perdición del Entomólogo: Tercer Texto


 De la Mantis incapaz de creer, 
incapaz de amar


El zumbido del romance trastoca los corazones. Una vibración que nació para traer dicha y que se distorsionó al imponerse en nuestras vidas. «Un par de piernas no es suficiente para estar completo», predicaban desde lo alto, «pues requieres un segundo para completarte y crear nuevos pies que sigan tus pasos».

Irónicas consignas de aquellos que prometieron abstenerse de amar. Poderosas leyes que hasta ellos eran incapaces de cumplir. Sus ojos acechaban a los de abajo y sus cabezas rodaban consumidas por hambre e hipocresía.

Los de arriba dictaron las leyes de cómo amar, sus manos rogando indulto en cuerpos decapitados. Una doctrina que se extendió como la peste y que infectó todo el bosque. Prohibió al enjambre, pues debía bastar un solo enlace. Despreció la colmena, pues el abrazo de amigos jamás supliría la supuesta mitad que nos falta. Exigió diferencia en la unión, para generar dominación y sumisión. Coartó la libertad mientras el festín se daba en lo privado, escondido bajo velos de sacra seda.

Pero de la mutilación de la carne surgió vida y de esta, con el tiempo, renacieron distintas formas de amar, cada una buscando su ideal.

El amor “puro” debía seguir por allí, pensaba. La hermosa idea del romance, lejos de la pretenciosa versión que contaban arriba. Escuchaba los ecos del bosque: «si buscas, encontrarás aquello que calme la sed en tu corazón. La balanza perfecta, una armónica y simétrica simbiosis».

Las tórtolas se acurrucaban en sus nidos, los humanos iniciaban su cortejo y el enjambre vibraba al descubierto. Las rígidas doctrinas comenzaban a tambalearse, sí, pero su impostada búsqueda rascaba mi psique, vejando el hueco de mi colmena.

Terminé adentrándome en el bosque, aun a riesgo de abrir la caja que debía permanecer sellada. Presa del deseo o su imposición, buscando conocer aquello que todos anhelaban al punto de perder la cabeza.

Pero no pude, pues tuve que huir interpretando a Dafne.

Una y otra vez huía de aquel cuya bondad comparaban a la del sol. Mis manos se tornaron ramas, mis uñas, hojas. Mis pies en el suelo convirtiéndose en raíces, rezando porque tus cumplidos se perdieran en el bosque y entre tanto árbol no dieras conmigo.

Inmóvil me quedaba también cuando me encontrabas, aguantando con una mueca que en tu mediocre confianza leías como sonrisa. Lloraba cuando me arrastraste de mi hogar y podabas mis hojas, pues así me creías embellecer. Ignorabas cuando corregía el nombre por el que me llamabas, cuando te rechazaba y tu soberbia lo tomaba como un juego.

Tus ojos perseguían tu idea de mí: una preciosa orquídea encerrada en porcelana, la flor que creció esperando un singular zumbido, sin ojos ni oídos para nadie más. Jamás vieron a mi salvaje yo de hojas meciéndose al viento, pues el amor que me descubriste fue el que siempre se predicó: el deseo escondiendo dominación.

Perdido en el invernadero que es tu psique, que levantaste evadiendo la realidad, yo me marchitaba como una planta más. Habría valido cualquier otra flor lo suficientemente parecida para que proyectaras tu artificial ideal. De delicados pistilos o lustrosas hojas, hasta el mísero plástico habría bastado para satisfacer tus mundanas fantasías.

Entré siguiendo tus baladas y estas se convirtieron en gritos. Me quedé por abrazos que terminaron apresándome. Demasiado frágil para huir, intento echar raíces en el pobre sustrato. ¿Y si esta era la idea de amor? Pues nadie más siente quemar este sol. ¿Es este dolor por el que la gente pierde la razón? ¿A lo que debo aspirar?

El agua salada riega la porcelana de mi nuevo hogar, dándome la respuesta.

Esa noche, cuando acudiste a mí, levanté mi áspero rostro hacia ti.

No soy una planta. No soy un maniquí o lienzo sobre el que proyectar tus fantasías. Mi corazón late como el tuyo, siente como el tuyo. Por eso, cuando abrí mi boca ante tu hambre fui yo quien ahora decidió devorarte.

No por gula. No por lujuria. Fue por cansada ira que corté la raíz de tu imaginación. Tu cabeza rodó, segada por los dientes ocultos tras los pétalos. En esta prisión de cristal, que distorsiona la realidad, sé que solo las hortensias llorarán tu muerte con su rubor.

Y ahora alzo el vuelo, libre de la cortante porcelana y del ardiente invernadero. Algún día te encontraré, Amor. A ese sentimiento que podré devorar sin más impulso que mi propia voluntad, sin más doctrina que la mía propia. A esos besos que embriagan sin cortar. De mientras, me abrazo a las amigas de mi colmena, floreciendo como algo más que una orquídea. 




Texto Anterior: El Dilema Reptante

Siguiente Texto: Enjambre

La Perdición del Entomólogo: Cuarto Texto

Enjambre Corté la mitad de mis cabellos para que me trataras de duque, pues no soy tan pretencioso como para pedir el título de Rey. Soy con...