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domingo, 11 de febrero de 2024

Murmullo Abisal. Tercer Texto

  

La Chica de los Ojos del Mar


Te conocí allí donde las olas llegan a su fin. La espuma marina se mezclaba con la arena y las huellas se perdían con cada marea, pero tu imagen permeó en mi retina. El sol se rendía a los encantos del mar, bajando lentamente a su encuentro, como si disfrutara de la expectación de envolverse en mantas azules. Yo no tenía tanta voluntad, pues tus ojos continuaban aquel hermoso aguamarina, tan profundo, tan cambiante, que si fueran la puerta al abismo correría a hundirme en ella.

    Había oído historias de marineros que sucumbían a las promesas de las aguas. Cegados por su belleza, sus barcos se astillan contra las rocas a las que el oleaje los lleva. Mi trabajo era indicar tal peligro cuidando la luz que marcaba el final de sus viajes. Jamás entendí su necesidad de volver a tierra, pues yo misma huí de ella. Rechacé la persistencia de sus hombres y de lo que de mí se esperaba. De sus promesas pronunciadas en primavera y que morirían antes de las nupcias, inertes en su concepción. ¿Qué podía hacer? ¿Si me prometían una vida en puerto y yo prefería atarme a un ancla?

    Sin embargo, el mar me encontró y me hizo suya. Me dejé hundir en ti a voluntad, te di mi aliento y tú me envolviste con la gentileza de las olas en la cala. Te amé, incrédula y feliz, agradecida por la oportunidad de hacerlo. Temerosa y preocupada también, pues tanta era nuestra fortuna que temía su final. En esas noches de angustia me hallabas, con mis ojos anegados y los tuyos, tan hermosos. Tus palabras limpiaban la sal de mis mejillas y volvía a respirar acunada en tus brazos.

    Dicen que fue el propio mar quien te llevó. Un día cualquiera, como cuando me miraste por primera vez. Como cuando tomaste mi grillete y tus labios tocaron la marca que dejó la alianza. Mis lágrimas cayeron como la nieve que ahora se funde en la playa, pero las de entonces fueron de cálida dicha, pues ningún metal podría prometer un amor tan sincero como el de aquel beso. Mis lágrimas caen ahora, amargas y templadas con el invierno y el duelo. La tierra me ha dado caza y los hombres reclaman mis cadenas. Su soberbia absuelve al océano de tu marcha.

    Pues que corten mis manos para que no haya anular donde cerrar este eslabón. Si mis dedos deben llevar cualquier juramento menos el tuyo, córtalos y ofréceselos a Dios. No necesito más manos que las tuyas tomando mi rostro, ni ojos si estos no pueden verte más. No necesito este cuerpo si ya no puede ser amado por ti.

    Ahogada por tu recuerdo, desolada por tu falta, tiré mis despojos por el centro de la escalera de caracol. Cayendo fugaz, tus ojos me persiguen entre barandas y escalones. Una sonrisa cruza nuestros rostros, la promesa de que así podremos vernos.

    Mi carne llega al frío abismo y es fragmentado. El faro llora a su maestra vistiéndose de luto, condenando a sus celosos asesinos, las rocas mutilando sus cuerpos como ellos destrozaron mi libertad.

    Congelada en el recuerdo de nuestro último adiós, espero que la marea me lleve junto a ti, la mujer que amé. Mi aliento se vuelve nube y granizo, mis córneas son vidrio y en ellas se refleja el mar de tus ojos.

sábado, 4 de febrero de 2023

Murmullo Abisal. Segundo Texto.

 

Horizonte de Decesos


Hay un lugar más allá del crepúsculo, bajo en el cielo y alto en el mar, donde la noche se besa con las aguas.

Las calmadas olas grises acarician el horizonte que las separa de las estrellas. Cuánto más pasan las horas, más se difumina la línea que separa arriba y abajo, con la memoria del Sol como única diferencia.

La Luna acude entonces como celadora de océano y noche, iluminando el encuentro con madura luz. El astro juzga sus discretas caricias. Ve las curvas de las imperfectas olas y señala la puerta que el Sol cerró en su despedida, un recordatorio de que el intenso encuentro siempre debe terminar con un adiós.

Vigila por el bien de aquellos que iluminan la tierra, que izan las velas sin miedo a tormentas y olas. Por las estrellas que se esconden tras ella, temerosas de aquellos ojos que las buscan desde el abismo.

La propia Luna desconfía de la atenta mirada de la fosa abisal, pues su claridad jamás permea hasta sus intenciones. Sucumbiendo a su pavor, la celadora a veces incumple su deber, refugiándose en el consuelo de sus lejanas hermanas.

He aquí mi advertencia, Viajante. No ices las velas en aquellas noches donde la celosa vigilante se marcha. No navegues en mares donde su luz no basta para iluminar a los oscuros amantes. Atiende a mis palabras o promete guardar respeto y precaución en tu barca.

Pues el amor de ambos infinitos se funde en un perfecto negro, y sin luz para guiarte puedes perderte entre su beso.

¿Qué harás entonces? Cuando tu barco salte de las olas al firmamento, alto y alto, hasta que todo lo que has amado parezca arena a tus ojos.

¿Qué harás después? Cuando el mar reclame las velas y remos de tu embarcación. 

Tus saladas carnes y huesos... ¿Podrás mantenerlos unidos aunque el vacío los reclame?

Teme, Viajante, el momento donde la cobarde Luna permite la reunión entre los abismos, y la oscuridad de ambos se funde en una línea imposible de distinguir. Es entonces donde los secretos se hunden y los temores salen a flote. Tu aliento en burbujas busca el cielo y, sobre este, no hay aire ni para permitirte un suspiro.

Si pierdes el rumbo de tu barca, ya no habrá senda ni tierra a la que regresar. Tu destino será sellado, sin más opción que rogar clemencia al sempiterno negro.

En tu descarriado viaje, no sabrás si te hundes o asciendes, si flotas o caes. Tanto dará conforme aumente la distancia entre tus restos y lo que una vez viste, amaste, odiaste. Verás falsas luces en tu camino, almas vivas que ansían lo que el mar debe cobrarse y estrellas muertas que jamás estuvieron vivas. No extiendas la mano hacia tal mentiroso juramento, pues alargará tu travesía, y ni el océano ni el tártaro son complacientes con aquellos necios que les hacen esperar.

Solo déjate caer o ascender, avanzando con elegancia y calma. Deja que el mar recupere lo que una vez fue suyo, presenta tus respetos al cementerio de estrellas que es el vasto espacio. Reza porque la presión o su ausencia te moldee con gentileza y así tu alma seguirá intacta.

Y, una vez llegues al fondo, ya sea en horas o millones de años, que tus restos y esencia descansen sobre arena y esta te vista con un velo apropiado a tu llegada.

Deseo que, tras tan largo viaje, tu erosionada carne, hueso y alma todavía pueda recordar lo que una vez vio, odió y amó. Si por entonces aún conservas lágrimas, estas serán saladas, como tu verdadero hogar, y ascenderán de vuelta al cielo, como el polvo de estrellas del que partimos y al que regresaremos para el próximo adiós.



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domingo, 4 de diciembre de 2022

Murmullo Abisal. Primer Texto


Suspiro Pelágico 


Tras una eternidad, mi cuerpo se posó sobre el lecho marino. Suavemente, sin levantar polvo alguno, como una mariposa dando su último suspiro.

Agua y arena acariciaban mi lechosa piel, deslizándose entre los surcos de mi carne y filtrándose curiosos sobre el agujero en mi pecho, un vacío de emoción cicatrizada. No manaba sangre de tal violenta pérdida, pues mi alma hace tiempo que yace marchita.

Dejándome mecer por la piadosa marea pelágica, dirijo mis pupilas a donde debería estar el cielo. Dos perlas opacas en la cuenca abisal, buscando el recuerdo de aquellos días. Pero mi carne ya es sal y mi sangre el propio mar, no quedan memorias del calor terrenal.

Perdido el camino, no advierto la presencia de otros ojos. Vivos y hambrientos, los peces acuden a la cena servida: piel rellena de huesos, astillas incrustadas en decepción. Ruego porque sus mordiscos arranquen mis pecados, que sus escamas limen mis impurezas. Entre la helada oscuridad, su voracidad podría ser misericordia.

El festín es rechazado. Los invitados escupen mis entrañas con aprensión, pues poco queda de mí que sea manjar. Mi cuerpo, abandonado una vez más, se consuela con el perenne movimiento del agua. El eco de un oleaje mece al sílice, susurrando las caricias del viento a su amado océano. Qué hermosa forma de desvanecerse, con mi carne erosionándose con el amor de miles de eras.

Temblorosos, conmovidos, mis labios blancos como la cal encuentran su despedida:

―Algún día, tanto mis astillados huesos como los cristales de mi garganta, serán suaves como tu recuerdo.

Mi plegaria escapa entre burbujas. Los despojos de mi alma viajan con ellas. Intento seguirlas con la vista, pero el peso del océano me ha arrebatado la mirada. Mis ojos se hunden en sus cuencas, mi columna en la arena y mi mente en la resignación.

Ya solo queda esperar.



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La Perdición del Entomólogo: Cuarto Texto

Enjambre Corté la mitad de mis cabellos para que me trataras de duque, pues no soy tan pretencioso como para pedir el título de Rey. Soy con...